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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1926 Declaraciones del presidente Calles acerca de la actitud del clero.

Julio 26 de 1926

 

Declaraciones del presidente de la República, señor general don Plutarco Elías Calles,
acerca de la actitud del Clero contra la Constitución
("El Universal", 26.VII.1926)

 

Con relación al cuestionario presentado por el señor John Page, corresponsal de los periódicos de Hearst, y en el que se me pregunta, primero, si es sedicioso el manifiesto de la llamada Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, y su proyecto para conseguir "la paralización de la vida económica y social del país"; segundo, si puede el proyecto en cuestión tener algún efecto en la vida económica y social de México; y, tercero, si piensa el Gobierno que presido suavizar las reformas y adiciones al Código Penal, de las que se quejan los miembros de la Liga, deseo expresar que las autoridades judiciales serán las encargadas de definir si ese manifiesto y el panorama de acción que se dice que ha adoptado la Liga Católica, tienen carácter legal sedicioso, aunque desde luego se puede afirmar que intenta perturbar el orden público y la tranquilidad general, ya que se dice textualmente que se pretende "crear una grave situación general, paralizando la vida social y económica del país", parálisis que, de conseguirse, produciría necesariamente en México, como en cualquier país, graves trastornos de la paz pública ya que no hay nada que excite más acción desordenada que las intensas penalidades de orden económico.

Pero nuestra convicción, que estamos ciertos se verá corroborada por los hechos muy pronto, es que el proyecto del grupo de agitadores católicos a que me refiero, no tendrá efecto ninguno en la vida económica o social de nuestro país, y constituirá una manifestación definitiva de la falta de fuerza de esas gentes ya que lo único que producirá el manifiesto, será la abstención de parte de las clases ricas, en festividades o funciones de carácter social aparatoso, en donde su ausencia pueda procurar en los ingenuos extrañeza o escándalo, sin que, por supuesto, dejen de concurrir a centros de diversión y cabarets y demás sitios en donde su presencia pueda pasar menos advertida.

La vida económica de México, es algo que no depende, por fortuna, de las docenas de agitadores que toman a la religión católica como un pretexto para desahogar su viejo rencor por los hombres y los gobiernos de la Revolución. Ni industrias, ni comercio, ni actividad ninguna claramente productiva, dependen, ni han dependido nunca del grupo de agitadores católicos que intenta ahora este ridículo movimiento, y las fuerzas vivas del país se han movido siempre y desarrollado sin dejarse guiar por quienes toman la religión con fines de exhibicionismo o de medro, fuerzas vivas que, hállense en manos de católicos, o de protestantes, o de arreligiosos, no se detienen por resoluciones de camarillas mal intencionadas.

Vale la pena, para la comprensión de este nuevo aspecto nuestra lucha social de México, que sólo tiene ahora el disfraz católico religioso, hacer una breve historia de este asunto, y un somero análisis psicológico de los elementos que "quieren paralizar la vida económica de México" con hojitas sueltas.

No se acordaba el Gobierno Federal, absorbida como se halla totalmente su atención por los ingentes problemas de administración y por la resolución de los graves asuntos que afectan el desarrollo de México, y el cumplimiento de sus obligaciones internas y externas; no se acordaba, digo, del eterno enemigo: el mal clero católico mexicano y extranjero en México, y los politicastros y agitadores que han medrado siempre a su sombra, cuando el Jefe de la Iglesia católica, en el último aniversario de la Constitución Federal que rige nuestro país, hizo reproducir, o permitió que se reprodujera en El Universal, un viejo documento en que las cabezas del clero mexicano desconocían y repudiaban a la Constitución de la República.

El Gobierno a mi cargo se desentendió de esa inoportuna y torpe publicación que, nacida en momentos de agitación revolucionaria, hace años, sólo podía traer ahora exacerbación de pasiones; pero nuevamente, algunos días después de la primera inserción, insistió El Universal en la publicación del documento desconocedor de la Constitución a que me refiero. Todavía entonces mi Gobierno quiso pensar que no hubiera nueva y "actual" intención del clero mexicano de hostilizar las leyes fundamentales de nuestro país, y que la publicación de esos documentos se debiera a un afán inmoderado periodístico de algún redactor torpe, o a la mala voluntad hacia el Gobierno revolucionario, de El Universal, pero, por tercera vez se publicó firmado entonces, y con firma autógrafa del Arzobispo, un nuevo desconocimiento de la Constitución Mexicana de 1917.

En esas condiciones, continuar ignorando la obra de sedición —esa sí obra definida de sedición— que estaba haciéndose en uno de los periódicos de mayor circulación en la República, puesto que se desconocía a la Constitución, y se anunciaba y se reiteraba el propósito de combatirla, sin expresar los medios de combate, lo que, en nuestro país, y con los antecedentes históricos perfectamente conocidos, era una incitación clara y abierta a la rebeldía armada: en estas condiciones, decía, continuar ignorando esa actitud, para no distraer nuestra atención absoluta y totalmente ocupada hasta entonces sólo en problemas de orden administrativo y reconstrucción de nuestro país; no sólo habría sido manifestación de una debilidad que no tenemos, sino peligrosa oportunidad de serio trastorno del orden público.

Ahora bien: ¿qué puede y qué debe hacer el Gobierno de un país en el que un grupo social cualquiera, de tendencia religiosa o no religiosa, desconoce públicamente la Carta fundamental, anuncia su propósito de combatirla, (sin expresar que va a combatirla por los medios únicos legales que son la lucha en el Parlamento, para la modificación de las leyes vigentes y el triunfo en actos cívicos de naturaleza electoral) y que incita al pueblo al desconocimiento de la misma Constitución?; ¿qué podría o qué debía hacer mi Gobierno en este caso, sino fijar su atención en los artículos de la Constitución que se refieran a la protesta del clero y que, por su misma protesta y por confesión propia, estaban siendo desobedecidos, y exigir entonces el estricto cumplimiento de la Ley Fundamental?

Así nació el "famoso" conflicto religioso de México.

No hemos tenido necesidad, ni deseo, de hacer una sola ley nueva en esta materia. Nos hemos limitado a hacer cumplir las que existían, unas, desde el tiempo de la Reforma, hace más de medio siglo, y otras, desde 1917, en que se expidió la Constitución vigente, y si se han expedido reglamentos y se han establecido sanciones, de acuerdo con la Ley, en las modificaciones del Código Penal, que han provocado directamente ahora la curiosa "campaña de paralización de la vida económica y social de México", esto era elemental y de una perfecta lógica, ya que, si habían de hacerse cumplir los artículos de la Constitución que estaba violando el clero, según confesión propia, no podía eso lograrse, a menos de establecer penas para las violaciones, penas que teníamos poder de señalar, en virtud de facultades especiales del Congreso, y que, por lo demás, no son en ningún caso excesivas, ni distintas, ni superiores, a las que por violaciones o burla de la Constitución existen establecidas en todos los países civilizados del mundo.

Desde un principio precisamos claramente que la conducta del Gobierno, cualesquiera que fueran nuestros sentimientos o nuestras ideas filosóficas o religiosas, no era ni sería provocada por impulsos de persecución ni por rencor o mala voluntad a los arzobispos u obispos que habían firmado el desconocimiento de la Constitución y la excitativa a la rebeldía, que en realidad eso eran los documentos que aparecieron en El Universal.

Y la mejor prueba de que esta es la verdad, es que procedimos a aplicar la Constitución, sabiendo perfectamente que uno de los primeros resultados sería favorable al clero mexicano, por la eliminación automática de los sacerdotes extranjeros, que no habían firmado por cierto la protesta a que me refiero, que en muchos casos eran hasta estorbos a la política del mal clero mexicano, enemigo del Gobierno, pero que tenían que salir del país porque así lo mandaba la Constitución de la República, al exigir que los sacerdotes sean mexicanos por nacimiento, aunque su salida, como antes digo, produjera directamente un beneficio material y moral a enemigos aparentes y los más ostensibles del Gobierno de México, que eran y son algunos arzobispos y obispos católicos mexicanos.

Por lo demás, si he de hablar con toda sinceridad, creo que, más que elementos propiamente del clero, son agentes que se agitan alrededor del clero, los que constantemente, y por acciones de todo género, tratan de estorbar la obra administrativa del Gobierno de México, disfrazándose, como antes digo, con el aspecto de religiosos, para ocultar sus viejas tendencias reaccionarias de enemistad y rencor nunca acabado hacia los hombres y los Gobiernos de la Revolución mexicana.

Si se analizan con detenimiento las personalidades de primero o de segundo orden que organizan estas "Ligas Nacionales defensoras de la libertad religiosa" o las "Ligas de damas" pseudo católicas, que hacen de cuando en cuando manifestaciones de sirvientas, (cuidando de quedarse en casa las más y de dejar todas ellas en casa, naturalmente, a los maridos) y los grupos más o menos bien definidos que en México y en todas las regiones del país, desde hace meses, y con cualquier pretexto, tratan de dificultar la acción de autoridades de todo orden, si se hace este análisis, digo, se encontrará lo siguiente:

Abogados que necesitan hacer "muy aparente", muy ostensible su celo religioso, cierto o fingido, para ser señalados por la opinión pública como "fuertes elementos clericales", como hombres de ley "que salen a la defensa de los intereses de la Iglesia", lo que se traduce en poderes para manejar fondos o intereses de instituciones religiosas disimuladas, en nombramientos de apoderados o defensores de bienes del clero, y en conexiones, algunas veces, con hombres de empresa y de fortuna, de aquellos pocos que siguen pensando ingenuamente todavía que es garantía de honorabilidad o de competencia, un sentimiento religioso, "que se pregona a gritos".

Otro grupo muy interesante de actores en este "conflicto religioso", es el de los agitadores políticos de profesión que, con el manto del catolicismo, formaron, ayer, un "Partido Católico Nacional" que se finge amigo de Madero y que, al día siguiente del asesinato, hace alianza con Huerta; después, "Sindicatos Nacionales de Agricultores", constituidos por supuestas mayorías de supuestos hacendados, que lograron corromper, en 1923, a jefes revolucionarios, pero sólo con promesas, porque fueron y son incapaces de reunir el oro y de pagar el precio de las corrupciones logradas, y que antes, durante, y después de mi campaña presidencial, han soñado con torcer la voluntad del pueblo de México, y hoy, intrigan con "Ligas Nacionales para la destrucción de la riqueza y de la potencia económica del país", y reciben del Arzobispo de México una tibia y meditada aprobación escrita, en la que se tiene buen cuidado de insertar, cada dos renglones, que se aprueba el "movimiento de paralización económica que intenta la Liga, porque es un movimiento ordenado y pacífico", curándose así en salud, o pretendiendo curarse en salud, los miembros del clero a que me refiero, para el caso, que saben bien que sucedería, en que una paralización económica, si se lograra, trajera necesariamente tumultos y manifestaciones de desorden.

Entonces no querrían aparecer responsables de esos desórdenes ni de esos tumultos el Arzobispo y los Obispos que hoy aprueban, porque ellos han aconsejado, dirían: "una acción ordenada y pacífica", pero sin atreverse, como quizá lo quisieran (por lo que puede convenirles, dada la responsabilidad y el riesgo que corren, si su plan tuviera éxito); pero sin atreverse a condenar esa actitud, por temor de que su condenación fuera a interpretarse por los grupos ignorantes de católicos de buena fe, como una desautorización o una cobardía ante la actitud "gallarda y generosa" de los políticos agitadores que defienden el mal catolicismo.

Yo bien comprendo que para pueblos como el de los Estados Unidos resulta difícil de comprender que haya malvados que pretenden encubrir sus propósitos políticos con mantos de religiosidad. Yo sé muy bien y envidio en ese aspecto a los Estados Unidos; yo sé muy bien que en la Constitución Americana no existe un solo artículo que trate de la cuestión religiosa, sencillamente porque, para fortuna de aquel pueblo, no ha habido necesidad de incluirlo en la Carta Fundamental; porque allá todas las Iglesias distinguen la actitud y la conducta religiosa de los intereses y de la conducta política, en tanto que en nuestro país, desde la Independencia hasta nuestros días, ha sido problema histórico constante, con aspectos varios, esta intromisión de la Iglesia católica en los asuntos de orden temporal y político, sin entender que esa intromisión es la razón única del debilitamiento constante de influencia espiritual que ha tenido la Iglesia católica mexicana a través de los años, hasta el extremo de que hoy, con las excepciones a que me he referido, y con un tanto por ciento pequeño de católicos de buena fe, pero que no son capaces de ver en el fondo de las cosas y en las marañas de las intrigas, todos los demás católicos de México, que son buenos mexicanos, hacen una perfecta y clara distinción entre sus deberes religiosos y su prestancia u obediencia a las maniobras de fin temporal y de tendencia política de sus malos pastores.

Naturalmente que mi gobierno no piensa siquiera suavizar las reformas y adiciones al Código Penal, que han tomado como pretexto líderes políticos católicos y malos prelados en nuestro país, para oponerse a la obra reconstructiva y revolucionaria social que estamos llevando a cabo, y cada nueva manifestación de animosidad u oposición, o estorbo a las tareas administrativas de mi Gobierno, se traducirá forzosamente en nuevas medidas de represión para quienes no acaten, o desconozcan las Leyes de México. Y, por lo demás, acciones como esta amenaza de "paralización de la vida económica de México" que ahora se intenta, sólo servirán para demostrar, con hechos irrefutables, la falta de fuerza de quienes intentan este procedimiento criminal que, de tener éxito, apenas heriría al gobierno y, en cambio, causaría graves e irreparables daños a las grandes mayorías de nuestro país, con el resultado final, satisfactorio para la Revolución, de que, aun conseguido ese propósito criminal, tendría que traer fatalmente el odio y el desprecio de las mayorías de la familia mexicana para esos "paralizadores de la vida de México" que se diría con razón, fueron tan malvados y tan egoístas, que los arrastraron a la miseria y quizás a la muerte, para satisfacer bajo la careta de católicos, viejos rencores para llenar ambiciones políticas bastardas.—Presidente de la República. Plutarco Elías Calles.

Fuente: Toro, A. La Iglesia y el Estado en México.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Tomado de: Margadant Guillermo F. La Iglesia ante el Derecho mexicano, Esbozo histórico-jurídico. México. Grupo Editorial Miguel Ángel Porrúa. 1991. 301 pp.