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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1840 Carta de José María Gutiérrez de Estrada al presidente Anastasio Bustamante sobre la necesidad de buscar en una Convención el posible remedio de los males que aquejan a la República; y opiniones del autor.

25 de agosto de 1840

 

… Tanto mas que yo nada esperaba, ni temía, y que me hallaba del todo libre de partido.—Salustio.
Y tanto me basta para que los hombres imparciales aprueben, ó à lo menos disculpen el celo y la buena fe con que concebí y propuse mi dictamen". Jovellanos.

UN celo amistoso, cuyo noble y puro origen redobla mi gratitud, intentó disuadirme del propósito, que ahora llevo á cabo con la publicación de este escrito, representándome el inminente riesgo de perder la buena posición, que según se supone, quizá gratuitamente, guardo entre los dos partidos que se disputan el poder (1): y ya se ve que sus generosas inspiraciones no han sido suficientes á separarme de mi intento, porque si es real y verdadera, y no una vana ilusión de la fantasía, esa ventajosa posición neutral que se me atribuye, lejos de imponerme silencio, mayor debe ser, por el contrario, mi obligación de hablar, pues que mi voz, según debe inferirse, será escuchada sin fundada prevención. Ninguna razón mejor para que diga, pues, mi sentir en materia tan trascendental; y ciertamente que repudiaría la miserable popularidad que fuese incompatible con el derecho de publicar libremente mis pensamientos: más que un galardón del buen proceder, sería una carga onerosa y estéril, y la más insoportable tiranía! Puede convenir, yo así lo entiendo, que haya entonces más circunspección, mas pureza de intención; pero no cabe duda en que es mayor y mas imperioso el deber de usar de la libertad, concedida á todos los ciudadanos, desde que puede hacerse con razón, con legalidad, y en conocido provecho de la república. Lo contrario olería á hipocresía, debilidad, servilismo, indiferencia del bien público y culpable egoísmo.

Mucho tiempo ha que se dijo por Salustio: "que es un atentado criminal atraerse el favor del pueblo con menoscabo y perjuicio de la república: pero cuando en un proyecto se concilia el bien público y el particular; dudar de ponerlo en ejecución. es una señal de cobardía y de bajeza."

 

(1) … Por lo que á mi toca, no tengo preocupación alguna respecto de ningún partido. Y si se me pregunta ¿por qué medios me he granjeado la buena gracia del partido en que me apoyo? responderé, que todo proviene de que no creo que haya de un lado hombres que detesten la libertad, y del otro, hombres que detesten el orden; antes bien creo, que á merced de una conducta franca y leal, llegará á formarse, con el tiempo, una reunión de espíritus moderados.—MR. THIERS, presidente del consejo de ministros en Francia.

 

 

Carta al Excmo. Sr. Presidente de la República sobre la necesidad de buscar en una Convencion el posible remedio de los males que aquejan a la Republica.

Excmo. Sr. Presidente de la República D. Anastasio Bustamante.

Excmo. Señor:

No ignoro cuán difícil y arriesgado es dar consejos a un rey, a un general, igualmente que a todo hombre poderoso, ya porque abundan de personas a quienes consultar, ya porque a vista de lo porvenir ninguno está penetrado de bastante penetración y prudencia. Y no pocas veces sucede que los malos consejos salen mejor que los buenos; porque la mayor parte de los acaecimientos están sujetos al capricho de la fortuna. Si yo te comunico por escrito mi modo de pensar acerca de la república, no es ciertamente porque dé un valor excesivo a mis consejos y talento, sino porque hallándote distraído con la fatiga de la guerra, con los combates, las victorias y el mando, me ha parecido conveniente darte cuenta de lo que pasa en la ciudad... No me será difícil hacer una descripción de estos artículos generales; pero antes me ha parecido tratar de lo más esencial de mi proyecto, y que tú realices su verdad. Si determinas marchar por este camino, lo demás será bien expedito. Deseo que mi plan sea acertado, y sobre todo útil. Mi deseo más eficaz es, que de cualquiera manera y cuanto antes, se presenten auxilios a la república... Yo ahora te ruego y te conjuro, ¡oh muy insigne general! no permitas que el grande e invencible pueblo romano se consuma de caducidad, y caiga al impulso de la fiera discordia...
Porque si no se establece la paz sobre bases sólidas, ¿qué importa haber sido vencido o vencedor?
(Sal. á C. Ces)

 

Así se explicaba, Excmo. Señor, uno de los más grandes escritores de la antigüedad, y excelente historiador de las cosas de Roma en una ocasión análoga a la presente.

Habiéndose dignado V. E., de invitarme para formar parte del Ministerio, dándome así está señalada prueba de su confianza: ya que mis circunstancias particulares de que V. E. halla bien informado no ene permitieron ocupar tan delicado puesto: el amor a mi país y mi gratitud a V. E., se mueven a exponerle mis ideas y opiniones actuales, con respecto a la presente situación de la república, y a la necesidad de poner a sus males el posible y oportuno remedio: acaso me equivoco en la elección del que me sugiere mi buen deseo en favor de nuestra angustiada patria; mas en tal caso, el juicio recto e ilustrado de V. E. podrá desecharlas y adoptar por su parte las más convenientes.

Pudiera yo ser el último en defender las instituciones promulgadas en 836, pero ciertamente seré el primero en reconocer como una peligrosa exageración, la de que sólo a ellas deben atribuirse los males que aquejan a la república ¿Será posible, estando tan reciente la historia de nuestras aberraciones, haber olvidado lo que fue esta desventurada nación mientras prevaleció aquel régimen? ¿Habrá quien se atreva a asegurar que el descrédito que sobre ella gravita, sólo existe desde aquella fecha? ;Ojalá que el aparente olvido, que nos esforzamos por manifestar de tantas debilidades como todos, más o menos, hemos cometido, antes, y después de aquella época, bastará para borrar la fea nota de inmoralidad, de incapacidad y de ignorancia, que los que nos observare nos echan en cara a los mexicanos independientes!

Después de una dolorosa experiencia y tan reciente y tan incontestable! atribuir exclusivamente nuestras desgracias a la constitución de 836, y esperar su inmediato y completo remedio únicamente del restablecimiento de la de 824, sería una grata ilusión, que harto nos pesa no poder abrigar a los que sintiendo grabados hondamente en nuestros pechos los males de la patria, estamos convencidos de que una constitución por sabia que sea, es un documento muerto sino hay hombres que sepan, quieran y puedan poner en práctica sus benéficas disposiciones. Algo, quizá bastante, resta que hacer en las cosas de nuestro país; pero éstas no tardarían en hacerse si hubieran hombres capaces de tomar a su cargo semejante empresa. ¿Y será justo, será conveniente, será humano fomentar matanzas entre los hijos de una misma madre por un código, que suponiéndolo bueno, sólo existiría cual en su primera época, como un monumento de nuestra impotencia, de nuestras pasiones y de la falta de hombres que hagan de esas instituciones una realidad? Y algún derecho tiene para manifestar con llaneza y sin rebozo sus opiniones en esta materia el que puede recordar, y no lo dice por envanecerse, los grandes esfuerzos que hizo para prolongar la existencia del código que ahora se aspira a restablecer, así como su poco entusiasmo por el que en ese mismo hecho habría de quedar abolido.

Como sin embargo de mi poca fe en ninguna de las dos constituciones rivales que entre nosotros sirven de grito de guerra a dos poderosas parcialidades, no puedo ser indiferente a la suerte de mí patria, que ha sido el objeto de mis continuas meditaciones en los cuatro años que la necesidad me ha obligado a permanecer ausente de ella; y como por otro lado, desde mi regreso he sido y soy testigo de su violenta situación y de las diferentes ideas, miras y conatos que agitan a mis compatriotas, mis vivos deseos por el bien de aquélla me impulsan a ofrecer V. E. los pensamientos que me ha inspirado la última sedición ocurrida en esta capital.

Porque nadie me aventaja en los fervientes votos que hago a fin de que la desastrosa crisis que la nación acaba de superar casi milagrosamente, no venga a ser el bellum atrox aut sterilem pacem, de Tácito: un suceso estéril e infecundo en todo, menos en recriminaciones de presente, y en reacciones para lo porvenir. Yo creo que ese suceso encierra una útil enseñanza, que por lo mismo que ha sido tan costosa, no debe ser perdida para nosotros. Porque, si no se establece la paz sobre bases sólidas ¿qué importa haber sido vencido o vencedor? La desacertada política, que en 1835 y 36 fundó un sistema nuevo de gobierno sobre las ruinas de otro, que siendo el primero que se diera a la nación, la había regido por largo espacio de doce años consecutivos, entre sus funestas consecuencias, ninguna más peligrosa produjo que la de erigir un altar en frente de otro altar. Así es que ninguna salud debe esperar la república, mientras no desaparezcan los dos objetos, a los cuales se rinden en aquellas aras respectivamente, un culto más o menos puro y desinteresado, pero siempre con sangrientos holocaustos.

Tiempo ha que el descontento que se observaba en todas las clases; ese convencimiento general de todos los ánimos de que debía haber un cambio de hombres y de cosas, bien que sin fijarse las opiniones sobre lo que había de reemplazar a esos hombres, y sobre todo esas cosas; todo parecía indicar que la constitución de 836 no satisfacía los votos de la mayoría de la nación.

Esa disposición vaga de todos los espíritus en favor de un cambio cualquiera, fue sin duda la que quisieron aprovechar los hombres del 15 de julio para arrebatar el poder que de otro modo no hubieran podido obtener. Díose ese golpe de mano en nombre de la constitución de 824; y la fría indiferencia con que ese grito fue acogido por la nación entera, sin exceptuar un sólo departamento, un sólo pueblo, una sola corporación, un sólo individuo, parece demostrar claramente que está ya extinguida la viva fe que antes se tuviera en el código federal; acreditándose una vez más, que en política nunca se puede retroceder al punto de partida. ¡Oh! si en 1835 al variarse la forma de gobierno federal, que por espacio de once años había regido a la república, hubiesen podido lisonjearse muchos de los que resistieron ese cambio, con la esperanza de que con su restablecimiento más o menos cercano, e sin necesidad de recurrir a las vías de hecho siempre reprobadas, se remediarían ipso faeno los males que atribuían a su derogación, no habría sido quizá tan desconsoladora para esos buenos patriotas aquella desventurada mudanza. Ni tampoco fue la nación tan feliz bajo el régimen federal; y además de que su restablecimiento no sería posible sino por medio de una revolución, cuyo éxito Dios sólo sabe cuál sería, no tardaría en trabarse de nuevo la lucha entre los dos opuestos sistemas. Resulta, pues, que ambas constituciones han cumplido su tiempo„) llenado su misión; o más bien acreditado su insuficiencia para llenarla.

La pugna trabada en España entre el estatuto real y la constitución del año 12, no terminó hasta que un congreso convocado ad hoc dio una nueva ley fundamental, que dirimió la competencia entre los otros dos códigos políticos; y que, conteniendo principios de orden y de justa libertad, suficientes a satisfacer las miras de la parte sensata de ambos partidos, progresistas y estadizo, y aceptada solamente por entrambos, derribó los dos estandartes, que alternativamente eran el pretexto y el foco de interminables revoluciones. Así, aunque hay descontentos ahora en aquel reino, es tan sólo porque en ninguna parte faltan hombres mal avenidos con todo orden estable y regular. Pero fique diferencia en cuanto a los pretextos de que pueden valerse ahora para trastornarlo, comparados con ese talismán irresistible de una constitución que se supondría injustamente abolida, y que además se aparentaría considerar como el único alivio de los males que aquejan a la sociedad!... Con una conducta medianamente prudente observada por un ministerio cualquiera se quita hasta el último achaque de revoluciones; y si a pesar de eso llegan a estallar, separado el ministerio, ¿qué pretexto pueden alegar los revoltosos para no volver a la obediencia? Cuando por otro lado si ganan, todos se reduce a variar las personas de los poderes públicos: mientras que siendo la pugna entre dos constituciones, sobre ser eterna, el triunfo alternado de cada una de ellas, sería la señal de trastornos que conmoverían a la sociedad hasta en sus más hondos fundamentos.

Para alejar; pues, todo pretexto plausible de que se recuse entre nosotros por ningún partido la nueva constitución que se diese, importa esencialmente que no tenga parte en la formación el actual congreso, resultado de uno de los dos códigos que conviene cancelar; sin que tal idea deba atribuirse en manera alguna, a falta de respetabilidad y de virtudes políticas, que reconozco en los individuos que componen las dos cámaras del cuerpo legislativo. El vicio de que podía tacharse su obra, si a ellas se confiara, nacería de circunstancias que no estaba en su mano superar; esto es, su origen; puesto que uno de los dos sistemas que debería abolirse, le ha dado una posición que el progreso no podría cambiar.

Por esta razón, y porque es político y justo apelar a la sociedad misma cuando se ventila un objeto que tanto le interesa a ella toda entera; y cuando se trata de formar un nuevo código fundamental, un nuevo pacto de alianza que todos deben acatar igualmente, no se presenta otro camino más obvio que recurrir a un congreso elegido para este caso especial, con el carácter de constituyente o de convención.

Tampoco debe perderse de vista, que en vano se procuraría conciliar los intereses de la libertad con los del orden público en las reformas que a cualquiera de las dos constituciones se hiciesen; pues bastaría que estuviesen calcadas sobre alguna de éstas, para que subsistiese el mismo inconveniente que a todo trance conviene evitar. Los revoltosos, a quienes sobran siempre los pretextos, no abandonarían por eso su grito de guerra de Constitución federal de 824, o de Constitución central de 836, tan significativos para los díscolos y los descontentos, que nunca han de faltar.

De estos dos códigos, ninguno puede ya subsistir. El primero, porque restablecido vendría a entablar una pugna peligrosa con los intereses creados por la constitución de 836 en una parte de la nación que no debe ser despreciable, cuando pudo derribar la primera sin gran dificultad, y frustrar después cuantos conatos se han hecho para restablecerla; y que quizá tan sólo debe su existencia actual al temor del restablecimiento de las cosas y de los hombres de 833. Estos son hechos, cuyas causas no es conducente a mi objeto escudriñar y exponer aquí. Basta y sobra que existan de un modo innegable.

Agregase a esto, que a toda restauración acompaña un peligroso séquito de recriminaciones odiosas y principios reaccionarios, que son el germen de otras reacciones sin término. Testigo la Francia. Si bien es cierto que la restauración de los Borbolles en el trono de sus mayores recordaba a todos los ciudadanos amantes de la dignidad e independencia de su patria un acto de la supremacía extranjera, debido a los azares de la guerra, no es menos cierto que la dinastía directa de S. Luis y de Enrique IV continuaría rigiendo todavía los destinos de aquella poderosa nación, sin la imprudente exageración del principio monárquico para ir derecho al despotismo, por el peligroso camino de los golpes de estado; del mismo modo que nosotros colocados en una posición totalmente opuesta, y en medio de la atonía o inanición moral en que parece haber caído nuestra sociedad, deberíamos recetarnos de igual exageración en el principio democrático que, relajando los vínculos que enlazan las diversas partes del cuerpo político de la nación con un centro común, vendríamos a desfallecer y morir en la más completa disolución social. Esto es en cuanto a la constitución Federal de 824.

Respecto de la central de 836, además de ser una obra de circunstancias y para determinadas personas, como todos saben y sin detenerme a analizar y señalar las ventajas o inconvenientes, basta el hecho de la poca confianza que inspira a una parte considerable de la nación, y la persuasión en que aun muchos de sus mismos adictos están, de la imposibilidad de que prevalezca largo tiempo; así por la impopularidad de varias de sus disposiciones, como porque provocando estas resistencias inevitables y poderosas, no existe un poder público bastante fuerte para superarlas; mucho más apoyándose tales resistencias, pues siempre sucedería lo que al presente, en ese grito falaz y estéril en el fondo, si se quiere, pero siempre peligroso de constitución de 824, como enseña y símbolo de un principio que prevaleció durante doce años.

No de otra manera comenzó Texas su revolución, cuyos resultados dolorosamente estamos palpando. Muy distante estoy de pensar que entonces naciera en aquellos habitantes la idea de su independencia; pero justo es convenir en que la derogación de ese sistema de gobierno que hipócritamente invocaron apenas fue abolido, facilitó maravillosamente la realización de sus proyectos; de igual suerte que andando el tiempo, vino a consolidarse su triunfo con los reiterados, aunque conatos, en favor del restablecimiento de aquella constitución, no menos que con la guerra extranjera: todo lo cual ha contribuido a impedir hasta ahora la reconquista del territorio usurpado.

De Texas, volvamos los ojos al departamento de Yucatán. Completa era la paz que en él reinaba, cuando un puñado de milicianos; para quienes era como para todos sus compatriotas, insoportable la separación de sus hogares, habiendo sido forzadamente embarcados con destino a Veracruz, no bien se habían alejado del puerto cuando sin plan, ni previa inteligencia entre sí, y como si hubieran sido un sólo hombre, a nuestra tierra exclamaron oficiales y soldados: y no tardaron muchas horas en volver a pisar el suelo natal. Temerosos, como era natural, del castigo a que se habían hecho acreedores, y considerándose excluidos de la sociedad civil, se refugiaron en los bosques. En medio de su angustiada situación, y cuando se creían perdidos, ocúrrele al capitán Imán, que era el que entre ellos hacia cabeza, ampararse de la constitución de 824; grito de salvación para ellos y que secundado rápidamente por 600,000 yucatecos, no encontró resistencia sino en la guarnición de Campeche, modelo de lealtad, de bizarría, de subordinación y de constancia; iy el capitán Imán, sin pensarlo siquiera, huyendo del castigo de su deserción, se encuentra convertido en héroe!... ¡Cuán distinta hubiera sido su suerte y la de todo el departamento respectivamente, si el restablecimiento del código abolido y de las autoridades que lo representaban poco antes de que dejara de regir en la república, no les hubiera proporcionado un camino tan fácil y tan provechoso para salir de tan crítica situación. Por ese medio quedó prontamente organizada y consumada la revolución en aquella península. Verdad es que la oferta de exención de contribuciones y otros falaces señuelos, no cumplidos después, porque no era posible cumplirlos, contribuyeron eficazmente a la popularidad y al triunfo de aquel pronunciamiento. Pero no es menos cierto que no se brindó a aquellos pueblos con aquel cebo, sino después y como en apoyo de la idea madre del restablecimiento de una constitución, que debía tener tantos partidarios, cuantos intereses había creado, y como ambiciones despierta siempre toda mudanza.

Sí, pues, ninguno de los dos códigos que han tenido el carácter de fundamentales, puede ya subsistir sin grandes inconvenientes y desventajas; claramente resulta la necesidad de recomponer la máquina social; y ningún medio más propio al efecto, que el de una convención nacional, que tomando de cada uno de aquellos lo útil y adoptable, y llenando los vacíos que ambas presentan, diese al país una organización acomodada a sus peculiares circunstancias; y que logrando tal vez conciliara los intereses comunes y las convenientes libertades públicas con el orden y la estabilidad, renovase la vida que parece extinguirse en el gobierno y en el cuerpo social de la nación.

Aunque esta idea tiene a su favor, a lo que yo entiendo, el voto de una gran mayoría de personas juiciosas, poseídas de un verdadero, ilustrado y conocido patriotismo, y no hago más que presentarla al ilustrado y concienzudo examen de los actuales depositarios de los altos poderes de la nación. A éstos tocaría entrar, llegando el caso, en los pormenores del modo y tiempo en que deberían reunirse ese gran cuerpo, foco de luces y de fundadas esperanzas del posible remedio de nuestros males. Lo que sí considero como esencial al éxito apetecido es, que se pongan al frente de este movimiento los hombres imparciales que pueden inspirar confianza a todos los partidos por su tolerancia de opinión, sus luces, su probidad y demás cualidades precisas.

A este propósito debería principalmente enderezarse, tal es mi opinión, todos los esfuerzos del gobierno existente: no se le pide que coarte en manera alguna la libertad de las elecciones, que por el contrario religiosamente debe proteger; pero sí que las dirija por medios legales y justos; que no las deje ser instrumento de ninguna facción; que procure encaminarlas de tal modo, que recaigan en los hombres capaces de desempeñar tamaño encargo; sin que sus nombramientos puedan exasperar a ninguno de los bandos beligerantes.

Acaso esta simple iniciativa bastará para que otras plumas mejores y más diestras desarrollen estos pensamientos, los perfeccionen y los vistan de colores, que promuevan y aseguren su adopción. No es otro mi objeto sino presentar un punto en que pueda fijarse la idea, hoy vaga e incierta, de los hombres pensadores; a fin de que cesando esa general fluctuación (que nacida del cambio verificado en 836, ha llegado a sus colmo desde el último atentado que todos lamentamos) alcancemos el término harto urgente y por tanto tiempo esperado, de poner el conveniente y posible remedio a los males de la patria.

Séame lícito copiar aquí, Excmo. Señor, por conclusión las recientes palabras del distinguido jefe de la oposición dinástica en la cámara de los diputados de Francia por parecerme muy acomodadas a las presentes circunstancias.

"Bien sé que los principios que proclamo desde esta tribuna no lisonjean de ningún modo las pasiones políticas; pero no es menos cierto que dimanan de mi convicción, y que son los más conformes con la razón y con el breen sentido; son las doctrinas prácticas, y tal vez las únicas posibles y realizables en las actuales circunstancias; son, en fin, el lenguaje de la seguridad de mi país, de la fuerza y de la verdad de las instituciones.

"Un tiempo fue en que las pasiones podían animan nuestras discusiones políticas, hubo un tiempo, lo que es todavía más, en que al estallar nuestras grandes revoluciones, pudieron considerarse estas mismas pasiones, como una necesidad.

Cuando se trata de consumar una revolución, y de destruir los obstáculos y las resistencias que se les oponen, ¡ah! entonces es cuando las pasiones políticas son el único instrumento, a que el hombre puede recurrir en el último extremo. Pero cuando una revolución está ya consumada, tan sólo el buen sentido cs el que debe dirigir los negocios del país y dominar las pasiones de los hombres públicos.

"Yo también sé que me condenan las pasiones políticas de mi partido, y por lo mismo apelo al buen sentido de mi país... "

Me tendré por feliz, Excmo. Señor, si mis votos, aún cuando no se adopten, fueren recibidos por V. E. y por mis conciudadanos, como hijos de la más sana intención, y de mis ardientes deseos por la paz, la unión y la prosperidad de la república, así como por la felicidad de V. E. en particular.

Quiera, pues, V. E., finalmente, aceptar las protestas sinceras del profundo respecto y señalada consideración, con que tengo la honra de ser de V. E. el más atento servidor.

Tacubaya, agosto 25 de 1840 J. Ma. Gutiérrez Estrada

 

Opiniones del autor.

 

Alta sedent civiles vulnera dextrae.
Hondas son y profundas las heridas de la civil discordia
.—Luc.

Aflictivo y desconsolador debe ser para quien no vea con indiferencia, la suerte de esta república, esa propensión vaga, pero sobradamente generalizada en favor de eternas inquietudes, que halagan á unos por espíritu de novedades, por cálculos más ó menos desinteresados á otros; y no falta quien las invoque como medios de regeneración y de progreso…

¡Cuál si con muy raras, rarísimas excepciones, pudiera esperarse nada bueno de las convulsiones políticas! Véase si no la prodigiosa revolución de Francia en 1830!!! Suponiendo que otra semejante fuera necesaria en México, yo estaría por ella si descubriese los hombres que pudieran dirigirla con verdadero patriotismo y prudencia, y que una vez terminada, esto es, una vez concluida la obra de destrucción, comenzase á los tres días, como en aquel reino sucedió, y continuase con incontrastable perseverancia, la obra de reparación, con la cordura, el tino, la alta sabiduría y la inflexible firmeza que desplegaron tantos hombres de estado ilustres, dirigidos y alentados por el genio del orden progresivo y del patriotismo más puro y acendrado, personificados en el virtuoso y esclarecido Casimir Perrier.

Si la radiante gloria de Napoleón Bonaparte, ofuscando la razón de muchos y excitando la ambiciosa mediocridad de otros, ha causado al género humano el mal de que otros hombres, inferiores suyos bajo todos aspectos, hayan pretendido remedarlo, á expensas siempre de los pueblos; cuidado que la imprudente imitación de la gloriosa revolución de los tres días en Francia, no ocasione idénticos desastres, bajo distintas formas y pretextos! ¿Podemos contar nosotros con hombres, que después de pelear heroicamente en las calles, se consagren con varonil entereza en el gabinete á calmar la exaltacion del pueblo, y asegurar el restablecimiento del orden y de la paz pública? No han faltado ciertamente en Francia; y sin embargo, buenos testigos somos de la perseverante energía, y del consumado tacto que tan necesarios han sido para impedir el malogro de esa misma revolución. Diez años de resistencia heroica ha costado reducirla á los límites que convenía a la prosperidad, á la seguridad y á la gloria de la Francia.

Por espacio de diez años, el hijo predilecto de esa revolución, el celebrado Thiers, actual jefe del gabinete francés^ ha tenido que seguir y representar, ya como individuo de otros dos ministerios anteriores, ya como simple diputado, ó como escritor público, esa política de resistencia, que según él mismo acaba de declarar en la tribuna, érala única tabla de salvación para su país, y que hasta hace muy poco tiempo no ha creído deber empezar á relajar con prudencia y discreción. Aun resuenan en la ilustre tribuna francesa los nobles, elocuentes y apasionados' acentos con que por diez años consecutivos sostuvo y defendió heroicamente esos principios; y mucho tiempo vivirá la gloria que alcanzara en mil combates parlamentarios.

¿Tenemos nosotros hombres, que como el desinteresado y patriota Lafayette fijen el Nec plus ultra al torrente revolucionario; que como el nunca suficientemente ensalzado Casimir Perrier, con sus talentos, su honradez y su incontrastable firmeza, haga tomar de nuevo á la sociedad conmovida en sus más hondas bases, su asiento y su aplomo, preparando de esa manera el desarrollo y la aplicación de los beneficios de esa revolución que en 840 se ha confiado al más hábil y distinguido de sus hijos (1)? Porque desgraciadamente no tenemos esa clase de hombres, expresión viva y fiel de una sociedad en todos aspectos mas adelantada que la nuestra, y por lo que nos ha enseñado una experiencia de veinte años, es por lo que miro con horror é invencible antipatía cuanto huele á revolución, cualesquiera que sean su naturaleza y pretextos; porque unas mas, otras menos, todas han sido hasta ahora entre nosotros de pasiones y de intereses mezquinos y personales.

Por esta razón, y porque no hay que esperar salud, sino de la generación venidera, si acaso tuviere escuelas en que aprender, ninguna fe tengo en lo que existe, ni en cuanto pueda hacer la generación presente; mal que pese esta confesión á nuestro amor propio y al deseo que muchos mexicanos tenemos de ver entrar á la patria en la senda de la justicia, de la legalidad, del verdadero, noble y puro patriotismo, que es la única de verdadero progreso, y la sola que puede hacernos prósperos y felices en lo interior, y granjearnos respetabilidad entre las naciones extrañas.

Entretanto, aquel gobierno será más llevadero que nos proporcione reposo fuera de pobreza, y que asegurando la paz, á toda costa, y á condición de no atacar directamente las personas, ni las propiedades, ni las bases más esenciales de la moral y de la prosperidad pública, vaya, por decirlo así, ganando tiempo, hasta que nuestros hijos vengan á reemplazarnos en la empresa, demasiadamente ardua para nosotros, de hacer feliz y considerado á nuestro país; empresa que tan desacertadamente estamos desempeñando sus padres. Un gobierno que no agrave los males, so pretexto de remediarlos, para lo cual no basta la buena voluntad: que á trueque de hacernos felices, no nos haga más desdichados; un gobierno en fin, al cual acatemos siquiera ad vitanda pejora. Ya se ve con cuan poco me contento, pero tan profundo así es, y reflexivo el desaliento de que me hallo poseído.

Sin que se atribuya neciamente á charlatanismo afectado, permítaseme comunicar á mis lectores una observación, fruto doloroso de mis recientes viajes. Durante estos últimos cuatro años he visitado diversos países de América y todos los meridionales y centrales de Europa; esto es, he recorrido de un extremo á otro, toda la escala social ó política, desde la democracia más lata y enseñoreada con su no disputado imperio en los Estados-Unidos del Norte-América, hasta el despotismo de Nápoles ó la teocracia de Roma; y no solamente he tenido hartas ocasiones he convencerme prácticamente de que la libertad puede existir bajo todas las formas de gobierno, y de que una monarquía puede ser tan libre y feliz, y mucho más libre y feliz que una república, si no que mas ó menos activo y rápido, más ó menos sensible, en todas partes he notado y envidiado para la república, siempre presente á mi memoria, el progreso, al menos material, que una paz prolongada por espacio de 25 años no ha podido dejar de producir en todos aquellos países. Y no todos tienen gobiernos constitucionales, justos, sabios y benéficos, ni hombres de energía y probidad generosamente consagrados á hacer felices á sus pueblos; porque para moderar el excesivo fervor patriótico de tales hombres, está siempre expedita la acción saludable de las leyes, protectoras de la seguridad del estado, y de las personas y propiedades de los particulares. Por eso, y por otras felices combinaciones, cuya exposición no es propia de este lugar, todos tienen paz; base precisa, é indispensable condición de la felicidad de los pueblos; y por consiguiente todos ellos prosperan.

 

 

… Después, siguiéndose una continua discordia de veinte años, no quedo rastro de justicia ni de buena costumbre; y no solo quedaban las maldades sin castigo, pero muchas veces se aplicaban á las cosas honestas y á la virtud.
(Tac.)

… Cuando la patria vaga, sin dirección alguna, ¿será oportuno que yo me ocupe en investigar lo que debe aumentarse ó disminuirse á los mástiles de un navío que ha perdido su timón?
( Chateaubriand.)

Camino sobre el fuego puesto debajo de la engañosa ceniza.—(Hor.)

 

 

POSEÍDO de estas ideas de regularidad y de orden que por mí mismo, acababa de ver practicadas en todas partes, hasta en las colonias españolas (2), y de palpar sus benéficos resultados, que tanto envidiaba yo para la república: ignorando además el deplorable estado de cosas en Yucatán, y no pudiendo resignarme á pasar tan cerca de mi país natal sin visitarlo; me dirigí en un buque extranjero al puerto de Campeche. Grande, á la par que penosa y amarga fue mi sorpresa al encontrarlo bloqueado por buques rebeldes y que en consecuencia de esto, y á pesar de hallarme bajo la protección de un pabellón neutral, se me rehusó tenazmente el permiso para desembarcar; y si al fin lo conseguí, fue á merced de las enérgicas y reiteradas instancias del cónsul de S. M. C., á las veinte y cuatro horas de mi arribo á aquella rada. ¡Qué mengua para un mexicano pacífico, completamente ajeno de la cuestión que se ventilaba, y del furor de los partidos, cuando regresando al suelo patrio, al cabo de una larga ausencia, tiene que acogerse, como en el caso presente, á la protección de mía bandera extranjera, como el único medio de alcanzar protección y seguridad! Muchas oportunidades había yo tenido, sin duda, de admirar y envidiar en mi larga peregrinación por los principales países de Europa, regidos bajo diferentes sistemas de gobierno, las grandes y preciosas ventajas de la paz que todos ellos han disfrutado durante la cuarta parte de un siglo. Por eso debió serme desconsolador hasta lo sumo, el primer espectáculo que se ofrecía á mi vista al recalar á las playas de mi patria, hallándola cruelmente dividida en bandos armados, y el principal puerto de aquel departamento ilegalmente bloqueado por los enemigos del gobierno nacional, que tan poco respetaban los pabellones de las potencias extranjeras, amigas de la república, como el nacional; propasándose hasta hacerles fuego cuando les placía.

Y todo este escándalo, toda esta vergüenza, ¿á qué propósito? ¿Con qué objeto? Con el de restablecer el código que había sido para la nación la verdadera caja de Pandora, y que por eso, cuando diez años antes regía sin contradicción en todo nuestro territorio, fue combatida y abolida por los mismos yucatecos!

Apenas llegado á la capital de la república, me ha tocado ser testigo del sangriento aborto del 15 de Julio, en nombre de esa misma constitución, y de todas las promesas falaces, reproducidas hasta el fastidio, de libertad, filantropía y progresa, que emplean los demagogos de todos los tiempos y de todos los países, al mismo tiempo que adoptan por símbolo el sable y el despotismo.

Si apartando la vista de estas deplorables escenas, la dirigimos hacia los procedimientos del gobierno, ¿qué encontraremos? Un gobierno que no supo, ó no pudo triunfar de un puñado de facciosos, á quienes para escándalo de todo lo que hay de honesto y santo en la sociedad, concedió una amnistía la más amplia é ilimitada! Así vio México indignado salir del Palacio nacional, teatro de aquellos horrores, con aire de triunfo y con todos los honores de la guerra, á una turba de facciosos, en la cual aparecían muchos insignes malhechores, famosos en los registros de nuestras cárceles públicas! Y así vio también quedar impune, para duelo de la moral y de la conveniencia pública, un horrible atentado, desatinado en su objeto, y atroz en los medios de realizarlo; un atentado en fin, que comenzó por la seducción de la guardia encargada de custodiar la autoridad y la persona del primer magistrado de la nación, y que se continuó con la efusión de sangre, la destrucción de algunos de los más nobles edificios de la capital, durante doce días de fuego y escándalo para la nación toda entera, así como para el universo, que contempla horrorizado nuestras miserias y nuestros crímenes contra la moral, la humanidad, y la civilización.

Ya he manifestado en otro lugar mi opinión, de que arruinado -en parte ese mismo palacio, un día residencia digna de los supremos poderes de la nación, y después, guarida de sus hijos más ingratos y desnaturalizados, no debiera reedificarse, sino dejarlo más bien en su actual estado, y grabarse en sus espantosos escombros una inscripción que hiciese constar á nuestros descendientes que: “en 1840, en nombre de la república, de la libertad, de la humanidad y de la civilización, se comenzó y se consumó aquella memorable obra de destrucción"… ¡Lección terrible á la par que instructiva para todos los mexicanos!

Y ¿qué han sido esos horrores, esos crímenes y esa impunidad de los últimos días del mes de Julio, sino el epílogo vivo y palpitante de muestra ominosa historia, como nación independiente, libre y republicana, y el fatídico presagio de los males que nos amenazan sino buscamos su remedio radical con aquel desapasionado empeño, y con aquella fuerza de voluntad que todo lo vence; y que es la segura garantía del buen éxito, cuando este no ofrece una fácil consecución?

De ahí es que, aun cuando esté yo íntimamente convencido de la imprescindible necesidad en que nos hallamos de recurrir á una convención, no acierto á lisonjearme de que su obra pueda proporcionamos ese remedio eficaz, por el que todos anhelamos, siempre que aquel cuerpo no se halle, como debería hallarse, omnímodamente autorizado.

 

Herida de muerte la república por los mismos que se dicen sus apóstoles, se muere de inanición después de ver consumido el jugo de su vida moral en esfuerzos estériles y cruentos. Solo recomiendo por lo mismo, el proyecto de una convención, como un simple paliativo, como un medio único, y el más adecuado para salir de los embarazos más urgentes de la situación actual; pero si de buena fe se desea que esa convención sea el vehículo por donde lleguemos al término posible de nuestras desgracias, debería forzosamente trazarse á ese cuerpo representante de la voluntad nacional una esfera de acción tan vasta como grande y omnipotente es aquella.

Confiada á la convención la misión ardua pero gloriosa, de renovar la vida que parece extinguirse en el cuerpo social, no debería quizá limitar sus esfuerzos á combinaciones políticas, mas ó menos aproximadas á lo que ya ha existido entre nosotros, y con el triste fruto que elocuentemente proclaman la ruina del estado en lo interior, y su completo descrédito en todo el mundo civilizado. Gobierno central bajo un supremo poder ejecutivo; imperio regido por un mexicano, no de estirpe real; república federal por espacio de doce años, durante los cuales los hombres de todos los partidos, sin excepción alguna, fueron llamados alternativamente á trabajar en favor de la nación: (3) república central (4), por espacio de cinco años: combatida de muerte por sus enemigos, y tibia y flojamente defendida por sus adictos, solo ha debido su existencia á la impotencia de sus opositores, y al horror de ver restablecida la constitución federal, bajo cuyos auspicios han ocurrido los hechos más oprobiosos de nuestra historia; como fueron, el saqueo del Parián en 828, las proscripciones, el terror, y los desatinados desmanes de 833; y últimamente, los cruentos y estériles horrores de que acaba de ser víctima la capital de la nación; y todo, como siempre, al grito de libertad, de progreso y de filantropía (5). De cuantos modos, pues, puede ser una república, la hemos experimentado; democrática, oligárquica, militar, demagógica y anárquica: de manera que todos los partidos á su vez, y siempre con detrimento de la felicidad y del honor del país, han probado el sistema republicano bajo todas las formas posibles. Adoptóse al principio el que rige en los Estados-Unidos del Norte: y si es cierto que la organización política de un país en tanto es buena en cuanto labra su felicidad, que es el objeto de todas las constituciones, bastará formar un paralelo entre la situación próspera y brillante de la república vecina, y el estado ruinoso de nuestra patria; y comparar la precoz virilidad de aquel gigante con la anticipada caducidad de esta nación, que pudiendo ser grande, se ha convertido en un raquítico pigmeo.

Dirán tal vez algunos que la república no ha prosperado en esta antigua colonia de uno de los reinos peor gobernados y más desgraciados de Europa, porque no se ha practicado como debiera. Y siendo un hecho constante é innegable que, como ya se ha dicho, todos los mexicanos, de todas las opiniones y de todas las condiciones han tenido fácil y libre acceso al ejercicio del poder público, que de hecho ha pasado por todas las manos; parece deber deducirse lógicamente, que si los amigos más acérrimos del sistema republicano, no han sabido ó podido hacer de él una realidad entre nosotros, después de diez y seis años de una acción libre y desembarazada, no será seguramente este sistema el que más nos convenga.

Agregarán, por ventura, que aun quedaban en pié clases enteras de la sociedad, propias del tiempo de la dominación española, y costumbres nacidas de aquella educación, y perpetuadas por el hábito constante de tres centurias; todo lo cual habría sido necesario hacer desaparecer, para fundar sobre sus ruinas los principios republicanos. No quedó por esfuerzos; y si esas clases y esas costumbres aún subsisten, es á despecho del reflexivo y fanático empeño con que se consagraron á arruinarlas y extirparlas, en dos épocas las mas aciagas de nuestra lastimosa historia, los sectarios más entusiastas de la república á todo trance; y sin pararse en los medios, lo siguieron con pertinaz constancia, hasta que ellos mismos sucumbieron bajo la magnitud de una empresa, que probó ser infinitamente superior á sus fuerzas; y si estas, impulsadas del mas ciego fanatismo, no alcanzaron sin embargo, á consumar la obra de destrucción, empresa proverbialmente más fácil que la de crear y reconstruir, ¿qué esperanzas podría tener la nación del poder físico y moral de esos hombres? Y si los amigos de la república no acertaron á establecer sólidamente sus doctrinas, ¿cómo podría esperarse ese apetecido resultado de los que ellos proclaman y denuncian todos los días como sus encarnizados enemigos?

Dedúcese de ahí, que siendo, como debe ser, la convención que propongo, la expresión completa y fiel de la voluntad nacional, ningunas restricciones deben ponérsele en el ejercicio de sus funciones, antes bien deberá estar autorizada para examinar con detenimiento y cordura, y bajo todas sus fases y ramificaciones, la complicada cuestión de saber, cual sea la forma de gobierno mas análogo y adecuado á nuestra actual situación, sin ceñirse servilmente al sistema republicano; pues siendo el fin primordial y exclusivo de la sociedad su propia felicidad y ventura, y las constituciones el medio de conseguirlas, no alcanzo porque no habría de examinarse con la debida imparcialidad, si la forma monárquica (con un soberano de estirpe real) seria mas acomodada al carácter, á las costumbres y á las tradiciones de un pueblo, que desde su fundación, fue gobernado monárquicamente; y que cuanto antes como colonia de una monarquía caduca y desgraciada, alcanzó un alto grado de prosperidad, esplendor y fama, tanto ahora bajo la república, se ha trocado todo en ruina, desolación, pobreza, matanzas por iras civiles, y en fin, en oprobioso descrédito; males que si no se atajan alguna vez, acabarían por la completa destrucción del país.

Mientras más se levanten hasta el cielo las alabanzas del sistema republicano, y mientras sea un axioma incuestionable que las formas de gobierno para que sean prácticamente útiles, han de ser acomodados á los pueblos á quienes han de regir; más patente é incontrastable, será la prueba de que la forma de gobierno que ha regido á la nación mexicana, no es la que puede hacer su felicidad. Disértese cuanto se quiera sobre las ventajas de la república donde pueda establecerse, y nadie las proclamará mas cordialmente que yo; ni tampoco lamentará con mas sinceridad que México no ¡meda ser por ahora, ese país privilegiado: pero la triste experiencia de lo que ese sistema ha sido para nosotros, parece que nos autoriza ya á hacer en nuestra patria un ensayo de verdadera monarquía en la persona de un príncipe extranjero. Esta última circunstancia es indispensable en mi concepto para impedir que se reproduzca entre nosotros el triste espectáculo que presentó la nación, cuando un mexicano, ilustre por sus hechos militares, y no mas, la gobernó con el carácter de emperador. No por otra razón seguramente los belgas, cuando al reconquistar su independencia y libertad, separándose de la Holanda, apenas hace diez años, no solo no fundaron una república, sino que una vez decididos á gobernarse monárquicamente, no ofrecieron la corona á ninguno de sus compatriotas, sin embargo de que hay entre ellos, muchos que como los duques y príncipes de Aremberg, los príncipes de Croy, los condes de Arschot, y otros que descienden de reales progenitores; antes por el contrario, brindaron con ella á varios príncipes extranjeros, hasta que al fin se prestó á aceptarla el que tan dignamente los rige en la actualidad.

No es ahora mi ánimo entrar en una discusión metafísica sobre las ventajas que ofrece cada una de las formas de gobierno conocidas hasta el día. Sabido es que no hay una que no presente graves inconvenientes: pero supuesta la necesidad de establecer alguna, ¿quién, que haya sido testigo de la prodigiosa prosperidad de los Estados-Unidos del Norte-América no se decidirá por las instituciones á que la han debido?

Es preciso, sin embargo, convenir en que una forma de gobierno no puede ser buena ó mala, conveniente ó inconveniente, sino en cuanto sea ó no á propósito para el pueblo á quien se da; porque no en todas partes hay las mismas costumbres, las mismas necesidades, la misma ilustración, la misma moralidad y todo aquello, en fin, que contribuye á determinar la clase de gobierno que mejor convenga. Por no haberse atendido debidamente á estas circunstancias, y por haber querido unos pueblos imitar ciegamente á otros, han cometido errores, cuyas desgraciadas consecuencias han llorado por mucho tiempo; así la Francia, por ejemplo, no encontró sino cadalsos y proscripciones bajo una forma de gobierno semejante á la que ha proporcionado á los anglo-americanos, la paz y la envidiable prosperidad de que disfrutan.

Y no se diga que esos diferentes resultados son efecto de casualidades. Dimanaron principalmente del orden natural de las cosas. Un error en esta materia no puede cometerse impunemente, y es error muy clásico el querer dar á un pueblo una forma de gobierno enteramente opuesta á aquella, á que ha vivido acostumbrado, y que ha dejado predispuestos muy de otro modo su corazón y su entendimiento; porque eso equivale á querer establecer un principio con elementos que le son diametralmente opuestos. ¿Cuántos tristes ejemplos no podemos ofrecer nosotros mismos en apoyo de la exactitud de estas verdades? El cuadro de desolación y anarquía que durante tanto tiempo han presentado las diferentes secciones de la América española en todo este dilatado continente, ¿á que otra causa general deberá atribuirse si no á la adopción de sistemas políticos que no les convienen? Desconocer esta verdad, es negar la luz del día, querer saltar de un golpe desde el abismo del mas abyecto despotismo hasta el grado más culminante de libertad política; es pretender que un recién nacido ejerza repentinamente las facultades de un robusto gigante; es correr á una ruina positiva é inevitable; y aun no sé si me atreva á decir, que es empresa tan ridícula como imposible; y lo prueba tristemente la mofa y la burla con que han mirado el presuntuoso establecimiento de nuestra pretendida república las demás naciones; y ninguna con más empeño, que la misma que elegimos por modelo de nuestro sistema federal. Si en algo se debe caminar por grados, es en el difícil intento de perfeccionar las instituciones sociales de un pueblo. En ninguna otra empresa ha sido, ni puede ser más lenta y progresiva la marcha del género humano (6).

Ni vaya á inferirse de esto, que yo sea partidario del despotismo. Lejos de eso puedo asegurar, que casi me parece todavía tiránico aun el más libre de los gobiernos conocidos; pero precisamente, porque amo la libertad, es por lo que quiero para mi país aquella de que es susceptible. Pedir mas, seria comprometer aun la poca que desgraciadamente puede tener, y venir á parar en no tener ninguna. No dudo que esta misma sea la opinión de los hombres de buena fe. Cansados ya de alimentarse de abstracciones y quimeras, que para la patria no han cesado de ser tan estériles en beneficios como prodigiosamente fecundas en desgracias y en descrédito, todos claman ya por algo real y positivamente benéfico y provechoso: todos se contentan ya con mucho menos de lo que en otras circunstancias desearían. Y cualquiera que sea la diferencia de opiniones entre los mexicanos, supuestas las diversas parcialidades en que hierve por desgracia la república, creo que al menos estaremos de acuerdo, en que no todos los pueblos pueden aspirar al mismo grado de libertad, ni tampoco conviene á todos la misma forma de gobierno; y finalmente convendremos, en que un pueblo acostumbrado á ceder á la sola fuerza moral de la ley, no debe ser gobernado del mismo modo que otro que tenga costumbre de ceder á la fuerza material de las bayonetas. Y si esto es cierto, como no es posible negarlo, ¿podrá ser gobernado nuestro pueblo del mismo modo que los Estados-Unidos? En aquel, es bastante que un magistrado se presente á hablar en nombre de la ley para ser ciega y prontamente obedecido hasta de los mismos criminales, sin embargo de constarles que de esta misma obediencia depende muchas veces su muerte. Entre nosotros, ¿qué magistrado se atrevería á prender á un criminal, sin ir acompañado de una patrulla para no arriesgar su vida? Un pueblo como el primero podría ser gobernado con solo decretos legislativos, ó mejor dicho, podría ser feliz sin gobierno y con simple administración de justicia. Un pueblo como el nuestro necesita de una acción fuerte, que obligue á cada uno á cumplir con sus deberes. ¿No son palpables estas diferencias? ¿No bastan ellas á probar que no nos conviene aquella misma forma de gobierno? Yo creo, como he dicho antes, que nadie lo duda, y que solo ha faltado quien haya tenido valor para decirlo; no por temor á las opiniones, sino á los intereses. Yo que no tengo otros, ni mas deseos que los de la prosperidad de mi país, no he vacilado en ser el primero en anunciar esta amarga verdad. El sistema republicano no nos conviene, ni bajo tal forma podremos encontrar más que opresión y anarquía alternativamente.

La república, cuyo establecimiento no costó ni una gota de sangre á los Estados-Unidos, ¿pudo, acaso, establecerse en Francia, aun después de haber exterminado la guillotina todas las clases é individuos de la sociedad que se miraban como obstáculos al triunfo del republicanismo? Y si el reinado de la confusión, del desorden, y de los más atroces crímenes fuera duradero, y hubiese continuado por más tiempo en Francia, se habría convertido aquel reino en un vasto y silencioso cementerio. ¿Quién, dotado de patriotismo y de razón hubiera propuesto entonces que para aprovechar siete años de desgracias era necesario prolongarlas? Y nosotros que llevamos veinte años de desastres, y cada vez con peores resultados, corrompidas nuestras costumbres, extinguido nuestro entusiasmo, que de ningún modo existe ya entre nosotros; anonadados por las guerras civiles ó arrebatados por la muerte los pocos hombres algún tanto distinguidos que teníamos, y de cuya pérdida aun no encontramos compensación; nosotros, pregunto, ¿podremos decir que serían perdidos tantos trabajos, si abandonáramos la senda, que durante todo el periodo de nuestra existencia política, ha sido de perdición y de vergüenza? ¿Será conforme á la razón persistir en este camino tan peligroso hasta llegar á su término, que no puede ser otro que el total hundimiento de nuestra sociedad? Para una prueba, ¿no serán bastantes 20 años de miserias? Y ¿bajo de que punto de vista político ó moral ha correspondido el sistema republicano á nuestras miras y á nuestras esperanzas, tanto dentro como fuera de la república? ¿Dónde están los hombres de algún mérito que emprendieron con nosotros esa difícil carrera, y que hasta ahora no han sido remplazados? ¿Dónde, el entusiasmo de aquellos días que todos recordábamos? ¿No ha sido sofocado en la sangre y en el lodo en que hace tantos años vivimos sumidos? ¿Dónde están las esperanzas de las almas generosas después de tantos y tan tristes desengaños? ¿Podrán jamás renacer con las mismas cosas y con los mismos hombres que las han frustrado tantas ocasiones?

Dividida la nación en dos partidos bastante iguales en poder para disputarse el triunfo, degeneraría la lucha en continuas oscilaciones, que, haciendo vagar el poder de mías manos en otras, y en incesante perplejidad, se prolongarían sin término como ha sucedido hasta ahora entre nosotros; y esta debe ser, al mismo tiempo, otra consideración que nos probará la necesidad de examinar, si convendrá crear en la persona de un monarca un poder capaz de dirimir la competencia entre los dos partidos, formando de entrambos uno solo verdaderamente nacional, en el cual pueda apoyarse para curar las heridas que uno y otro han hecho á la patria. Porque, desengañémonos, no hay que esperar más que corrupción, turbaciones é injusticias, siempre que la constitución no funde un gobierno capaz de vencer todas las resistencias que se opongan á la ejecución de la ley; que imprima con su justificación, imparcialidad y energía aquel respeto que hace amar la obediencia ordenada por la ley; que sea bastante fuerte á contener dentro de sus límites á todas las autoridades secundarias, siempre propensas á ensancharlos ó á traspasarlos; que reprima las pasiones que sean contrarias al bien general: y finalmente, que vigile con infatigable solicitud sobre todas las partes que constituyen el orden público.

Y ¿podrá razonablemente esperarse el desempeño de una misión tan ardua y que mas pueda interesará una nación, del presidente de una república, sea ó no sea militar? "Prescindamos de otros obstáculos; exclamaba Chateaubriand en 1830; supongamos establecida (en Francia) la república; ¿eréis que con nuestra familiaridad natural, un presidente cualquiera, por grave, por respetable, por hábil que fuese, permanezca un año al frente del estado sin sentirse dispuesto á retirarse? Poco defendido por las leyes y por la memoria de lo pasado, vilipendiado, insultado á cada instante por rivales ocultos y por agentes de turbaciones, no inspirará la confianza tan necesaria al comercio y á las propiedades; no tendrá ni la dignidad conveniente para tratar con los gobiernos extranjeros; ni el poder necesario á la conservación del orden interior; y si saliendo de la órbita de la ley apela á medidas revolucionarias, se hará odiosa la república, y el resultado sería vernos de nuevo empeñados en luchas desastrosas que vendrán á ser interminables. La república representativa será tal vez el estado futuro del mundo, pero su tiempo no ha llegado todavía.

Y si el tiempo de la república no ha llegado aun para la Francia culta, civilizada y floreciente, acostumbrada á acatar sus propias leyes, libre hace cincuenta años del influjo de su nobleza y de su clero, distribuida la propiedad entre sus habitantes cuanto pudiera desearse; organizados ya todos los ramos de su administración pública por el genio creador, y por la incontrastable voluntad de Napoleón: dotada además de moralidad social, de espíritu público y nacional; de valor civil á mas del militar; de hombres de estado; de un número considerable de ciudadanos capaces de desempeñar con acierto todos los destinos públicos de elección popular, tan numerosos en una república, sobre todo si es federal; si la época de la república no ha llegado, repito, para la Francia, ¿no será el colmo de la mas presuntuosa arrogancia pretender que haya llegado para nosotros, destituidos, por desgracia, de todas las cualidades que más parecen predisponer á un pueblo para adoptar con fruto la forma republicana?

Pero la Francia, objetarán algunos, ha sido gobernada siempre monárquicamente… ¡Y nosotros, ¿hemos sido gobernados de otro modo desde la conquista?! No teníamos aquí un rey, es verdad; pero ¿no teníamos un representante suyo? Y lo que más importa; nuestra legislación, nuestras instituciones, nuestras costumbres, nuestro modo de ser, ¿no era todo monárquico? Y ¿habrá persona de buen sentido que diga que éramos menos monárquicos, porque el soberano no residía entre nosotros? Pues bien; siendo esto así, ¿habrá quien sostenga que por que en lugar de un virrey hemos tenido presidentes, entre los cuales no ha faltado alguno que ni leer ni escribir supiese, nos convertimos ipso facto en verdaderos republicanos? ¡Como si una constitución cualquiera fuese bastante para variar las costumbres, los hábitos, el genio de un pueblo, y darle las virtudes que no tiene! Antes por el contrario, todo contribuirá á que semejante constitución no sea mas que el pretexto y el foco de sórdidas ambiciones, de turbaciones continuas y de enardecidas venganzas. Los más acérrimos partidarios de la república, son los primeros en confesar, que ésta no se ha consolidado entre nosotros, porque todo en México es monárquico. Y ¿no es un funesto y deplorable empeño querer hacernos por fuerza otra cosa distinta de lo que somos, despreciando lo que en ningún país, y menos en México, se ha despreciado impunemente, esto es; la trillada máxima de que, no habiendo ninguna forma de gobierno absolutamente buena, aquella es la mejor para un pueblo, que mejor se adapta á sus costumbres y á sus necesidades?

Podrá también decirse que, enclavada la Francia entre otros países regidos bajo el principio monárquico, no podía esta nación proclamar y establecer el de la república que es enteramente opuesto á aquel. No carece, á primera vista, de alguna fuerza aparente esta objeción; pero partiendo de que no hay riada en este mundo, por probadas que sean sus ventajas, que no ofrezca algunos inconvenientes; los que en México se oponen esencialmente al establecimiento de la república, ¿no son, por ventura, infinitamente superiores al de la vecindad de monarquías, que podría objetarse respecto de la Francia, la cual, como ya he dicho, abunda en todo lo que nos falta á nosotros para constituirse en república? Y fuera de esto; ¿no es una prueba palpable de la futilidad de aquella objeción, la antigua y sólida existencia de las repúblicas de Suiza y de S. Marino, circundadas ambas de las monarquías más formidables de Europa; y que no solamente han resistido á las innumerables vicisitudes de los siglos, sino que llegaron á causar embarazos al poder omnipotente de Napoleón, que en vano intentó absorberlas en su sistema monárquico? Ahora bien; si á Suiza y á S. Marino ha bastado la voluntad para ser y continuar siendo republicanos, á pesar de la extrema inferioridad de sus fuerzas físicas, comparadas con las de la Francia; ¿cuánto más fácil no hubiera sido á esta conservar y sostener el sistema republicano que hubiese adoptado, si tal hubiera sido su voluntad nacional? Así vimos que la Francia, mientras tuvo esa voluntad nacional, rechazó de su territorio, y venció con heroico valor todas las fuerzas reunidas de las potencias que se conjuraron contra la república, a pesar de hallarse destrozada en aquellos momentos por la más sangrienta guerra civil. No es, pues, esa la causa de que en 1830 no abrazara la Francia los principios republicanos, sino que, como entonces dijo Chateaubriand: "Una república comenzaría por tener contra "sí los recuerdos de la república. No se han borrado "por cierto estos recuerdos, ni se ha olvidado tampoco "el tiempo en que la muerte, entre la libertad y la "igualdad, caminaba apoyada en los brazos de ambas. "Si os vieseis sumergidos en una nueva anarquía, ¿podríais despertar en su roca al Hércules que fue el "único capaz de ahogar al monstruo? De estos hombres (fastiques) eminentemente históricos, apenas presenta la historia cinco ó seis: dentro de algunos miles de años, podrá vuestra posteridad ver otro Napoleón; lo que es vosotros, no os canséis en esperarlo (7)”.

Volviendo ahora la vista á los Estados-Unidos del Norte-América, ¿no se echa de ver, cuan diferente fue entre ellos el punto de partida al emprender su independencia? Republicanas, aunque distintas, eran todas sus constituciones, todas sus leyes, todas sus costumbres; republicanas sus virtudes y hasta sus mismos vicios; de modo que al proclamar la república, no hicieron mas que declarar un hecho que ya existía, aproximar y ligar entre sí todas las partes de aquel vasto territorio, hasta entonces independientes unas de otras, y remplazar al monarca británico, que respecto de ellos era un verdadero presidente hereditario y perpetuo, residente en Londres, por un presidente temporal, de elección popular y residente en Washington; y esta fue toda la variación sustancial que se observó en aquel acontecimiento.

No cansaré á mis lectores con la continuación del parangón entre aquel país y lo ocurrido en el nuestro, estando grabadas con caracteres de sangre los trazos del gravísimo error que cometimos, abrazando un sistema de gobierno que, entre otros grandes inconvenientes, ha tenido para nosotros el de separar las partes de un todo, que siempre había existido unido y compacto; cuando el propio sistema republicano federal sirvió entre nuestros vecinos para formar un vínculo de unión de las provincias, antes independientes y separadas entre sí, con un centro común, que se llamó Unión americana.

Entre aquellos habitantes, tan republicanos por su corazón como por sus costumbres, hábitos, necesidades &c. ... la monarquía quizá habría sido imposible, como acreditan los bienes que para ellos ha producido el principio diametralmente opuesto. Entre nosotros, por la misma razón, parece deber deducirse rectamente, que con educación, hábitos, costumbres y tradiciones monárquicas, la adopción del mismo sistema republicano que ha hecho la prosperidad de los anglo-americanos, no podía dejar de producirnos los males que todos lamentamos; y que de consiguiente, adoptando el sistema de gobierno opuesto, bajo el cual habíamos nacido, sido criados y vivido, opuestos habrían sido necesariamente los resultados: raciocinio cuya exactitud no pueden desconocer los que crean que el sistema de gobierno adoptado por una nación, influye eficazmente en su bienestar y en su prosperidad.

"Y ¿será posible, podrá decirse, que hayan de quedar perdidos veinte años de desgracias?" Este argumento, que aunque combatido ya por mí, creo deber impugnar de nuevo, porque es uno de los que emplearán con mayor empeño los opositores de la monarquía, para fundar su resistencia; este argumento, repito, será un artificio tan grosero y tan falaz, que ni contestación merecería. ¿Pues qué, serian estériles esas desgracias si llegan á convencer á la nación que las ha sufrido, de la necesidad de destruir radicalmente las causas que las han ocasionado? ¿Qué mayor utilidad podemos sacar de tan dolorosa experiencia; de ese conocimiento práctico de las cosas, adquirido por veinte años de crudo ejercicio, que la de abandonar la errada senda en que incautamente nos lanzamos al consumar nuestra emancipación: senda en la cual, solo hemos hallado espinas, tropiezos y precipicios, y que conocidamente nos conduce á una total ruina y destrucción? ¿Será perdida esa experiencia, que así nos arrebate del insondable abismo, á cuyo borde nos hallamos? • Después de tantos y tan magnánimos sacrificios como en treinta años de cruel padecer ha arrostrado esta generosa nación, ¿qué galardón más digno pueden desearle sus mejores hijos, que el de ver al fin levantado en ella el árbol de la verdadera libertad, abrigando con su sombra benéfica a todos los mexicanos; en lugar del que con ese mismo nombre, tan halagüeño como hipócritamente usurpado, plantó la horrenda anarquía, y que no ha producido sino frutos de muerte, ni mas sombra que la del fúnebre ciprés?

Además, probada con veinte años de experiencia la imposibilidad de conciliar entre nosotros la paz con los principios republicanos; y siendo aquella una circunstancia imposible de remplazar para la prosperidad de un pueblo y para el Orden y economía de los gastos, resulta, que es totalmente ilusoria la que con mas ó menos razón, se atribuye al sistema republicano, cuando una nación es verdaderamente republicana, como se observa en los Estados-Unidos del Norte. Por tal razón, esto es, porque tienen paz que es el resultado de otras infinitas cosas que nosotros no tenemos, y sin la cual, ni la hacienda, ni ningún ramo de industria pueden prosperar; porque tienen paz, repito, es allí rico el erario, y hay un sobrante todos los años después de cubiertas todas las cargas públicas: y por eso aquí están exhaustas las arcas públicas, y privados á veces hasta de lo más necesario para la vida muchos fieles servidores de la nación. Puede haber, sin embargo, monarquías que, como la Holanda, sean menos dispendiosas que muchas repúblicas, como lo fueron las de Génova y Venecia, que jamás pudieron subsistir sin préstamos (8), Pero aun cuando la monarquía fuese más dispendiosa que la república, á trueque de asegurar la paz y las propiedades, podrá, ser en último resultado, menos gravosa que la forma republicana, que ha dado en tierra con este infortunado país. Lo demás es un juego de palabras, que, alucinando al principio, acaban por producir los tristes desengaños que ahora estamos palpando.

Pretenden algunos, que la opinión de la América está decididamente á favor de la democracia; y contrayéndome á México, confieso que tal suposición me parece exagerada, ó si en efecto es tan universal esa simpatía por la democracia, debe inferirse, que ha sido mal dirigida, si hemos de juzgar por sus resultados; y entonces es como si no existiera. El primer dogma de la creencia democrática es la omnipotencia de la opinión, á la cual se pretende que nada es capaz de resistir. Y ¿cómo es que entre nosotros no ha logrado triunfar ésta, y que de cuantos gobiernos se han sucedido en la república, ningunos han sido más efímeros que aquellos que han querido aplicar en toda su latitud el principio democrático? Testigo el gobierno del general Guerrero, que solo duró once meses, mientras que el general que lo derrocó, gobernó á la república tres años: testigo también el ensayo de 833 que duró diez y siete meses, al paso que el principio opuesto, según lo califican los que se dan á sí mismos el título de demócratas, ha regido más de seis años consecutivos, y con el reciente triunfo que ha alcanzado sobre la anarquía, parece haber fortificado su existencia, como siempre sucede en tales casos. (Hablo del principio, no de los gobernantes.) Atribuir, pues, exclusivamente á las clases privilegiadas lo que los amigos de la democracia en acción llaman derrotas ó atrasos de este principio, no me parece exacto. Verdad es que alguna influencia ejerce el clero; pero no tanta como algunos pretenden, suponiéndolo tan numeroso, tan instruido y tan rico como ha sido en otros tiempos el de otros países. Y ¿qué diré del ejército, que por su completa desmoralización, y por otras circunstancias, lleva en sí el germen de su debilidad y de su impotencia? ¿Dónde está, por lo mismo, ese poder irresistible de la opinión que sucumbe ante dos tan flacos adversarios? Y aun mas; ¿no hemos visto á los demócratas halagar hipócritamente á ese mismo clero, y apoyarse en ese mismo ejército, siempre que han querido asegurar el triunfo? ¿Qué sucedió en 828 y en 832? ¿Qué recientemente en Julio de este año? Menguado seria el poder de la Opinión pública, si existiendo esta tan marcada en favor de la democracia, como pretenden sus secuaces, fuera desconocida y burlada tan constantemente como lo ha sido entre nosotros.

Si como se confiesa (9), existe una lucha entre el principio democrático y el que no lo es, y triunfa este, está más claro que la luz del sol, que el principio democrático es el más débil de los dos, y que por consiguiente no es el que constituye la opinión general en el nuevo mundo, á lo menos en esta parte de él.

Puede en Europa producir buenos efectos la democracia que profesan muchos individuos de la oposición, por cuanto tiende á impedir que el gobierno se deje arrastrar al extremo opuesto; esto es, puede ser útil como contrapeso. Pero ¡véase lo que fue el principio democrático puesto en acción en esa misma Francia, hace cincuenta años! Empleado ese poderoso elemento de la sociedad moderna con tino y discreción, y en su justa medida, contribuye sin duda alguna á enfrenar las demasías del poder público. Mas convertirlo en principio único de gobierno en una nación, y sobre todo, en una nación como la nuestra, es un error que hace veinte años estamos llorando, y todavía nadie puede saber cuánto nos costará. Lo que en Francia durante los veinte y cinco años últimos ha sido un saludable y benéfico correctivo, para nosotros ha sido un tósigo mortal. A los hechos apelo con confianza.

Al paso que vamos, podría no estar muy remoto el momento en que, cansadas las otras naciones del escándalo que presentamos, y de nuestra incapacidad para remediarlo, interesadas ellas en la causa de la humanidad y de la civilización, tomasen á su cargo corregirlo por sí mismas, interviniendo en nuestros negocios. Y ¿cuánto más decoroso y patriótico no seria que, en el caso de decidirse la nación por una monarquía, fuera de nuestra elección el soberano, y no escogido pollas potencias extranjeras, como ha sucedido en nuestros días con los griegos; y que en lugar de ser otorgada por aquellas mismas potencias, la constitución que deba regirnos, sea esta mas bien obra propia nuestra, libre y espontáneamente discutida por nosotros, y encaminada á labrar nuestra felicidad, y á servir de verdadero vínculo de unión entre el pueblo y el monarca?

Ya que todos nuestros presidentes han sido superiores á la constitución, por la ley muchas veces, y por su voluntad otras; y después de tantas desventuras, y de tanta sangre estérilmente prodigada en defensa del sistema republicano; y ya, en fin, que la tiranía es la detestable, no el nombre y el número de los que la ejercen; ¿no sería digno de experimentarse si seriamos menos desgraciados bajo de monarquía regida constitucionalmente, que en una república con presidente de derecho unas veces, las mas de hecho, y siempre superiores á las leyes, por manera que así hemos sufrido todos los inconvenientes mas funestos de la monarquía y de la república, sin haber percibido ni el menor de sus beneficios? ¿Y habrá quién se atreva á negar estas verdades en nuestro desgraciado país? ¿Habrá quién se atreva á negar los hechos? ¿Qué razón habrá, pues, para no fijar la vista en el sistema monárquico, puesto que es el único que rige y hace fuertes y dichosos, desde tiempo inmemorial, á todos los pueblos civilizados del mundo, al paso que solo uno de ellos prospera bajo el sistema republicano, y apenas cuenta sesenta y cinco años de existencia, debiendo su prosperidad á mil circunstancias accidentales, que no existen ni pueden existir en ninguna otra nación?

Aun cuando reconozca yo cumplidamente en todos los mexicanos el derecho de ser en su corazón tan sinceramente adictos como yo, á los principios dominantes entre nuestros vecinos, no alcanzo á concebir, como con la triste experiencia de lo que ha pasado y está pasando entre nosotros, podrían persistir de buena fe, en mirar con horror la aplicación en México de los principios monárquicos, ya que tan fatales resultados le ha traído la república bajo todas formas.

Y para simplificar mas la cuestión, ¿cuál de los felices habitantes de la Gran-Bretaña, de la Francia, de la Holanda y de la Toscana, trocaría la situación de su respectivo país por el de la república mexicana? ¿Y qué mexicano, por descontentadizo que sea, no envidia la verdadera libertad que se disfruta en aquellos reinos, y que forma la base de su brillante prosperidad actual y de su más brillante porvenir? ¿Qué súbdito de aquellas monarquías tendrá en un país extraño tan frecuentes motivos como un mexicano de sonrojarse al nombrar el país de su nacimiento? Y aun pudiéramos aplicar esta misma doctrina á todas las demás naciones de Europa, sin excepción; pues aun cuando hay algunas entre ellas regidas despóticamente, redimen la vergüenza de la opresión con el poder, con la gloria, con la riqueza, y con otros títulos que nunca dejan de complacer al corazón humano. Pero entre nosotros, ¿acierta acaso á descubrir ni aun remotamente el patriota honrado algo que pueda consolarlo? Después de las pasadas desventuras, ¿qué ve, sino males presentes, y mucho mas, funestas esperanzas?

Por eso, repito, que me parece llegado ya el momento en que la nación dirija su vista hacia el principio de una monarquía democrática, como el único medio de ver renacer entre nosotros la paz por que tan ardientemente anhelamos.

No descubro tampoco otro modo de salvar nuestra nacionalidad, inminentemente amenazada por la raza anglo-sajona, que trasladada á este continente, se apareja á invadirlo todo, apoyada en el principio democrático, elemento de vida y de fuerza para ella, así como germen de debilidad y muerte para nosotros. A su sombra, á la vista está, han prosperado nuestros vecinos tanto, como nosotros hemos retrocedido en todos sentidos, así en lo moral como en lo material. Y no se nos vengan ahora los empíricos políticos con sofismas escolásticos para probar lo contrario; como si el hecho de contar ya nosotros veinte años de la guerra civil mas mezquina y estéril que jamás ha existido, no fuese bastante para acreditar, que no solo el estado de nuestra riqueza y de nuestros adelantos materiales, sino el de nuestras costumbres debe ser el más lastimoso. Podrán haberse hecho, si se quiere, algunos progresos en ciertos ramos de industria, y acaso en el lujo, (el cual en las circunstancias actuales de la nación no puede dejar de ser ruinoso) pero no deben atribuirse en manera alguna tan menguados progresos á la forma de gobierno republicano, sino a la comunicación franca y al roce frecuente con los pueblos extranjeros; resultado necesario de nuestra independencia, y de la marcha natural del siglo, sensible en todas partes, puesto que no ha podido dejar de serlo ni aun entre nosotros, afanosamente ocupados en nuestras miserables rencillas domésticas. Quizá deberemos atribuir precisamente al sistema republicano, origen y fomento de nuestras perpetuas turbaciones, la tristísima circunstancia de que no haya sido más pronto y más seguro aquel progreso. ¿Cómo está la instrucción pública? ¿Cómo la legislación civil, la criminal, la mercantil, la fiscal? ¿No es toda ella un caos mas monstruoso aun, que la que nos legaron nuestros antiguos dominadores? ¿Cuál es la organización de todos los ramos de la administración pública? ¿Cuál, la del ejército? ¿Cuál, la moralidad de nuestros empleados en la hacienda? Cuál, la de los encargados de la administración de justicia? ¿Cuál, el estado de la riqueza individual de nuestros ciudadanos, que sirve de base precisa á la riqueza pública? Y por otro lado, ¿qué caminos, qué canales hemos abierto; qué fortalezas, qué obras públicas de las que nos dejaron los españoles hemos sabido ni reparar, ni conservar siquiera (10)? ¿Hemos sabido ni aun remplazar por nosotros mismos á esos españoles, á quienes, diez años después de nuestra emancipación, se hizo moda colmar de improperios, y llamar bárbaros, &c (11); no faltando quien en una ocasión solemne, invocara los rayos del cielo sobre la tumba de uno de los hombres más grandes de los tiempos modernos (12)! Nosotros, que nos gloriamos en ser hijos de este hermoso país, ¿qué hemos hecho por él? Véanse hasta las calles de esta capital, la reina del vasto imperio que regia la España en este inmenso continente, y se verá en ellas el emblema del estado físico y moral de nuestro país; porque no se ha pensado más que en matarnos en mezquinas pendencias, por miras, mas mezquinas é indecentes todavía, de ambición individual, y nunca por un objeto noble ó siquiera decente.

Y ¿será posible que dominando las mismas causas que tales efectos han producido entre nosotros, podamos lisonjearnos de mejorar nuestra deplorable situación? Y si esta empeora cada día más, como debe suceder, mientras no se apele á un remedio radical y enérgico, ¿podremos resistir ese torrente desprendido del Norte de nuestro hemisferio, que ya ha invadido nuestro territorio, y que lo inundará todo con el impulso de los principios democráticos, que repito, así constituyen la fuerza de aquel pueblo, como hacen nuestra impotencia? Si no buscamos por otra senda mas cierta el alivio á nuestros males, ¡á Dios para siempre de nuestra felicidad, y á Dios hasta de nuestra independencia y. de la nacionalidad mexicana! Si no variamos de conducta, quizá no pasarán veinte años sin que veamos tremolar la bandera de las estrellas norte-americanas en nuestro Palacio nacional; y sin que se vea celebrar en la espléndida Catedral de México el Oficio protestante!

Para que no se gradúe de ilusión producida por el patriotismo alarmado este funesto presagio, considérense los progresos que en sentido inverso ha hecho en Tejas el pueblo de la raza anglo-sajona, campeón de la democracia, y compárense con los que podemos haber hecho nosotros en la carrera de la civilización y de la prosperidad. Compárese la posición respectiva de México y de Tejas hace diez años con la de hoy: entonces, un puñado de aventureros venían á mendigar de nosotros un pedazo de terreno que cultivar; mientras que ahora esos mismos mendigantes vienen á amenazamos á nuestros principales puertos; y nada debe convencernos tanto de la degeneración en que hemos caído, como el ver que no se inflama el patriotismo nacional ilustrado (no el fanatismo nacional, ciego y ruinoso, según algunos lo entienden) para poner un término cualquiera al oprobio que está atrayendo á México ese vergonzoso estado de cosas (13). Compárense, pues, las posiciones respectivas, y se hallará cuanto ha aventajado la de nuestros rivales; y no se olvide que en todas las cosas el primer paso es el difícil; este primer paso ya está dado, y con éxito favorable para ellos, y a poca costa!! ... Sigamos como hasta aquí, obcecados con teorías impracticables, que sin cesar conturban la paz de nuestra patria, y muy pronto veremos á esta, sin remedio, presa de un invasor, que no ha emprendido militarmente la conquista de nuestro territorio, sino enredándonos en los lazos de ciertos principios políticos, tan mortales para nosotros, como llenos de vida y de fuerza para ellos. Continuemos así, vuelvo á decir, y antes de veinte años seremos por necesidad cualquiera otra cosa, pero no mexicanos.

Incompletas quedarían mis ideas, si pasase yo en silencio uno de los principales fundamentos en que se apoya mi opinión en favor de un cambio total en la forma de gobierno que hoy rige á la nación. Aunque accidentalmente he hecho alusión en varios lugares de mi primer papel, así como en este, á la escasez de mexicanos virtuosos, patriotas y hábiles para hacer verdaderamente benéfica en nuestra patria la forma de gobierno republicano, creo deber consagrar anticipadamente algunos renglones á un asunto de tamaña importancia; mientras doy á la luz pública otro escrito mas extenso, en que, con la fuerza irresistible de los hechos que hablarán por sí mismos, cumpliré con el doloroso cargo de probar y justificar cuanto expongo actualmente.

Y no debe verse esta cuestión por el aspecto del patriotismo, pasión á la verdad muy noble y generosa; pero que suele sin embargo ofuscarnos alguna vez, con ilusiones que no son menos dañosas por dimanar de un origen tan puro y elevado. Cerrando los ojos á la lastimosa inopia de hombres eminentes en virtudes propias para desempeñar el mando supremo, nos haríamos demasiado exigentes respecto de los que son llamados á ejercerlo; incurriendo así, con facilidad, en el riesgo de desechar lo menos malo para vernos en la necesidad de abrazar lo peor. No se me oculta cuanto se exponen los que no lisonjean las preocupaciones populares, á que el amor propio ofendido, escudándose con el patriotismo, los anatematice como injustos y apasionados. A todo me resigno, convencido de la funesta exactitud del juicio que acabo de exponer, y confiado en que no hay en la república una sola persona pensadora y despreocupada que no convenga en la absoluta escasez de hombres propios para gobernarla; porque el triste estado del país está proclamando elocuentemente esta misma verdad. Y no se diga que no han tenido ocasión de mostrarse esos hombres eminentes que algunos se empeñan en creer que existen en nuestra desgraciada patria, ó que si existen, no han sido inutilizados ó desvirtuados por la revolución, ese azote destructor de tantas reputaciones mas ô menos legítimas y merecidas.

Todos los partidos han tenido su vez de dirigir exclusivamente los negocios públicos. Patente ha estado el campo á todas las ambiciones; y ¿cuáles son las que hemos visto saltar á la lid? Presidencia, ministerios, congreso general, gobiernos y congresos de los estados, juntas departamentales, la alta corte de justicia, la libertad de la imprenta, la tribuna parlamentaria, y finalmente, todo cuanto en una nación puede proporcionar á los hombres de verdadero mérito ocasiones de descollar y darse á conocer; todo ha estado abierto, todo ha estado franco. ¿Quién les ha impedido sobresalir en un país, donde todos los destinos más importantes son de elección popular? No será el gobierno, que tan poca acción ejerce, si es que ejerce alguna en las elecciones. ¿Cuándo el mérito ha estado oculto donde la elección popular es la fuente de todos los poderes públicos, y donde todos los ciudadanos son elegibles hasta para los cargos mas excelsos? No negaré que abunden hombres apreciables y notables por sus modestas virtudes y talentos útiles, diseminados en los diferentes puntos de la república; pero no son estos de quienes se habla; porque colocados en una esfera más vasta, vendrían á ser enteramente nulos, y perderían además, el prestigio que en una posición más circunscrita se hubiesen justamente granjeado. Es una verdad de todos los tiempos, que;

Tel qui brille au second rang,
S'éclipse au premier (14).

Movidos de sentimientos, que yo respeto, creen algunos que no es un proceder muy patriótico hablar de nuestras cosas y de nuestros hombres con tanta franqueza como yo lo hago, porque nos exponen á ver menguado entre los extranjeros el concepto que falsamente se cree, tienen formado de nosotros; y este es uno de tantos alucinamientos del patriotismo exagerado. Como si los extranjeros que viven en nuestra tierra no tuvieran ojos para ver, ni raciocinio para discernir lo mismo que, hasta nosotros los interesados, vemos y discernimos.

Deseoso siempre de que se promueva la inmigración á nuestra república de los hijos útiles y pacíficos de otros países, quisiera yo que, en ciertas ocasiones se transformasen en estatuas, para que no viesen ni oyesen nuestras vergüenzas. Cierto es que en los países á que pertenecen, no nos conocerán individualmente; pero, ¿no les basta saber el estado de nuestra nación, para convencerse de que no tenemos hombres que sepan gobernarla? Veinte años hace que se nos está repitiendo que esto proviene de nuestra inexperiencia, &c. &c. Así será en efecto; pero si se reconoce» las causas, ¿por qué negar con la boca los resultados que todos confesamos, y con tanta amargura siente nuestro corazón? Fuera de que, yo nada hago, sino repetir lo que, por desgracia, han dicho y dicen de nosotros constantemente los extranjeros. Confesándolo sin rebozo alguno un mexicano, suya será exclusivamente la impopularidad de semejante franqueza, mientras más fondo de verdad envuelva esta; al paso que, más imparcial que cualquiera extraño, (porque al fin, hijo soy de este suelo, y á ningún partido defiendo) mi voz tendrá quizá más eficacia para dar á conocer nuestras propias faltas; lo cual es el primer paso para corregirlas, teniendo mucho adelantado el que las conoce y las confiesa (15).

En una palabra, nada digo que respectivamente no hayan dicho mil veces los partidos unos de otros, aunque con la diferencia, de que estos siempre lo han hecho con acrimonia y con exageración; y nada en fin, que no haya comprobado la experiencia de veinte años. Lo único nuevo que podrá notarse en esta ocasión es, que un mismo individuo sea el que así hable de todos, sin distinción de parcialidad ni de bandera..

Y no hago más que cumplir con un acto de rigorosa justicia proclamando, que á la par que son grandes y arraigados los vicios de todas las clases de nuestra sociedad (la que mientras más lo reflexiono, mas absolutamente incapaz rae parece de poder ser gobernada según los principios republicanos) así es digno de alabanza el verdadero pueblo de esta nación, que, por su docilidad y templanza, es el más fácil de gobernar de todos los pueblos del mundo. Y nada acredita tanto la bondad de su carácter, como haber podido resistir, por tantos años, al contagio de perversidad, de m moralidad y de crueldad revolucionaria, con que los demagogos han hecho los más diligentes esfuerzos por corromperlo. Para regir con acierto un pueblo semejante, bastaría un gobierno capaz, por su energía, dj tener á raya á los ambiciosos agentes de turbaciones! que lo instigan y arrastran alguna vez, á culpables excesos, que terminan tan pronto como les place á aquellos.

Muy frecuentemente se pretende consolarnos, acaso alucinarnos, con el ejemplo de las revoluciones desgracias ocurridas en otros países; y nunca deja de citarse recurriendo á la historia de los tiempos modernos, á la Inglaterra y á la Francia. Pero dejando a un lado la cuestión de saber si el estado perpetuo de inquietud en que hemos vivido desde nuestra emane pación; si nuestras incesantes revoluciones de serrall pueden compararse con las de aquellos dos países es sus causas, en sus medios y en sus fines, así como en su duración; sobre lo que sí creo llamar la atención de los mexicanos pensadores, es, sobre el hecho notable de que, al cabo de infinitos desastres, ni la república de Cromwell ni la de Robespierre lograron consolidarse; sino que á poco andar hubieron de retroceder la gran Bretaña y la Francia, á sus puntos respectivos de partida; esto es, á la monarquía y á entrar de nuevo en la senda que á tanta gloria, prosperidad y grandeza las ha levantado.

No faltan tampoco entre nosotros escritores públicos (16) que, empleando gran pompa de palabras para trazar con una rara felicidad, el ominoso cuadro de miseria y de vergüenza que todos palpamos y sufrimos, y sin que, al parecer, les haya enseñado nada la dilatada experiencia de veinte años, se esfuerzan por demostrarnos desapiadadamente, que no hay salvación para nosotros sino en la misma senda que á tan deplorable estado nos ha traído; aconsejándonos al misino tiempo, (con un candor, que algún maligno enemigo nuestro podría mirar como una cruel ironía) que despleguemos en esa senda de perdición el genio, y las virtudes cuya falta total es precisamente el manantial perenne de nuestras progresivas desgracias; ¡cuándo nos desengañaremos de que con arrobamientos patrióticos, con "sentidas lamentaciones, y con declamaciones vagas y "sin cuento, ni se curan las llagas de un pueblo, ni se "promueve la felicidad de los ciudadanos!...

".... Los mexicanos, ha dicho el escritor á que me refiero, jamás han de sacrificar su independencia civil y política, ni se han de exponer á que levante un cetro de hierro sobre sus cabezas humilladas algún imitador de aquel Nerón, que asesinaba à los romanos porque se atrevieron á ridiculizar sus malos versos, sus juegos en el circo, y su espantoso desenfreno. Preferimos, sí, preferimos con placer y gusto, nuestra tormentosa libertad, al quietismo sepulcral de la ominosa servidumbre”.

Al leer estas palabras que encierran en si una proposición tan absoluta y general, no parece sino que todos los soberanos han sido tan tiranos como el hijo de Agripina, cuando entre los emperadores de esa; misma Roma se cuentan genios tan virtuosos y benéficos, como Tito, Trajano y Marco-Aurelio, y otros, cuyos nombres no estarían fuera de su lugar en ninguna producción política ó patriótica.

Y los reyes de estos tiempos, especialmente el de Inglaterra, Francia, Bélgica, Holanda, &c. ¿asesinan á los que no aplauden sus versos, si es que los hacen, ni á alguna otra persona? La imparcialidad además, exigía que al hablar de monstruos tales, como Tiberio, Calígula y Nerón, que gobernaron á los romanos con el carácter de emperadores, no se olvidase hablar de otros monstruos que, como tribunos, regeneradores, padres de la patria &c. presenta la historia de las revoluciones modernas. Tiempo ha que cesaron de ser temibles los reyes. A su vez, los demagogos que tanto abundan, sobre todo en las repúblicas, han rivalizado en caprichos, en crueldad y en desenfreno con aquellos emperadores, tipos de todos los vicios coronados. ¿Podrían levantar, aunque quisieran, m cetro de hierro aquellos monarcas que yo cito? ¿Son acaso, cabezas humilladas los ingleses, los franceses, (que se hallan regidos por un rey de su elección) los belgas, y otros pueblos gobernados monárquicamente^ ¿Puede, por ventura, asegurarse formalmente que en aquellas monarquías no haya, como en nuestra república medio alguno entre una tormentosa libertad el quietismo sepulcral de la ominosa servidumbre? Verdad es que no es posible evitar estos dos escollos fundando un gobierno puramente republicano, ó una monarquía absoluta. Pero ahí está precisamente el bien inmenso que proporciona á la sociedad la grandiosa invención, desconocida de los antiguos, de los gobiernos mistos; esto es, de aquella admirable combinación de mutuos intereses, por cuyo medio ejerce un pueblo todos los actos que puede ejercer en su propia utilidad, y se despoja de las facultades que pueden convertirse en su daño.

Pues ¿qué diremos de la peregrina especie de que no podríamos trocar nuestro gobierno republicano por el monárquico, sino sacrificando nuestra independencia civil y política? ¿Perdió, por ventura, la Holanda ni una ni otra independencia, por haber implorado ella misma ele los soberanos reunidos en el congreso de Viena, que de república se cambiara su nación en monarquía, y se remplazara su Stathouder por un rey; conservando al mismo tiempo hasta la denominación de estados generales, y de sus instituciones republicanas todas las que se juzgaron mas benéficas al país? ¿Perdió por eso, vuelvo á preguntar, su independencia civil y política? ¿Perdióla tampoco la Gran-Bretaña, cuando en 1697 llamó á ocupar su trono á Guillermo de Nasau, stathouder de Holanda, ni cuando pocos años después (1714) aceptó la corona de aquel poderoso imperio Jorge de Brumswick elector de Hanover y jefe de la actual dinastía? En ninguna de estas circunstancias, ¿hubieron acaso, de sacrificar los ingleses la parte mas mínima é insignificante de su independencia civil y política? Y los españoles, que descuellan entre los pueblos más celosos de su independencia, ¿sacrificaron quizá la suya cuando entró á regirlos la casa de Austria, y cuando la suerte de la guerra sostenida por ellos mismos, dio á esta por sucesora en la soberanía y gobierno de aquellos vastos dominios, á la casa de Borbón en la persona de un nieto de Luis XIV de Francia, la eterna rival de España? Y los suecos, cuando aceptaron por rey á su actual soberano (el general francés Bernadotte) y después revalidaron esta elección por medio de su cuerpo representativo, ¿vieron restringida ó menoscabada, ni en un ápice su independencia? Y los hijos de esos reyes ¿no han sido respectivamente ingleses, españoles y suecos de nacimiento, después que sus padres lo fueron por adopción en aquellos diversos pueblos? ¿Perdió ninguno de estos, vuelvo á preguntar, su independencia civil y política, como extrañamente asienta el autor que nos sucedería á nosotros, si trocáramos la república por la monarquía con un príncipe extranjero? ¿La perdió la Francia cuando se convirtió en república, ni cuando posteriormente levantó un imperio sobre las ruinas de aquella república? ¿Entendió perderla la nación mexicana, cuando precisamente al proclamar la suya, ofreció la corona á un rey, y rey extranjero, pues extranjero fue para nosotros el monarca español desde que D. Agustín de Iturbide proclamó aquella misma independencia? Y ¿por qué se consiguió esta con tanta presteza y admirable generalidad, sino por la profunda política del plan que se trazó al mismo Iturbide, y que constando de tres garantías importantes, ofrecidas á las opiniones y á los intereses de todos los habitantes de este vasto territorio, era una de ellas la adopción de los mismos principios que yo ahora recomiendo al examen de mis conciudadanos, esto es, la monarquía constitucional ejercida por un príncipe extranjero. ¿Habrá quien asegure, que si en lugar de esta forma de gobierno, único que conocía, y bajo el cual había vivido siempre la nación, se hubieran proclamado los principios republicanos, habría aquella secundado con un entusiasmo tan universal el movimiento que consumó y selló su independencia de la madre patria? … Las que sí perdieron su independencia fueron Venecia, Génova, y las demás repúblicas italianas, por el desenfreno á que llegó en ellas la anarquía, la cual les atrajo la dominación extranjera; esto es, la conquista, que es á lo que nosotros estamos expuestos, si, como vulgarmente se dice, no escarmentarnos en cabeza ajena.

En vista de estos hechos tan convincentes, aparece en toda su monstruosidad la aserción de que perderíamos nuestra independencia si llegáramos á decidirnos por una monarquía constitucional, y semejante monstruosidad no ha podido esconderse á la perspicacia bien conocida del escritor de quien voy hablando; bien que tampoco puedo figurarme que haya querido elegir semejante aserción, considerándola como el mejor medio de alarmar á los incautos mexicanos, ó á los mexicanos que no piensan, pues bien sabido es, que no podía tocarles una cuerda más sensible que la de la independencia, cuyo sentimiento es quizá el único real y verdadero, y el único vínculo de unión que existe entre nosotros. A falta de razones, que ninguno menos que nuestro escritor podía hallar, después de haber hecho de nuestra república la pintura que hemos visto, hubo de apelar á lo que podemos llamar con justicia, fanatismo nacional; acordándose quizá del buen éxito que logró un ' partido hace pocos años, cuando alarmó y llenó de luto á la nación con fingidos temores de maquinaciones contra nuestra independencia, por parte de los españoles más honrados, pacíficos y acaudalados que residían entre nosotros, y dignos ciertamente de alguna consideración; aun cuando no hubiera sido mas que por la circunstancia de ser ellos cabezas de numerosas familias mexicanas, que se vieron envueltas en aquella horrorosa, impolítica é injustísima proscripción. Este mal tan grave de que se vahó un partido para extraviar á la nación de la senda de la legalidad, engendró la serie de todos los males que después han llovido sobre nosotros, y el día de hoy no hay quien no lamente aquella causa y estos efectos: no vayamos, pues, á apelar hoy á un medio semejante, de inducir á la nación en un error de incalculables trascendencias, que cuando menos, puede alucinarla impidiéndole buscar libremente algún recurso para salvarse; y llegue á suceder que, dentro de breves años empecemos á lamentarnos estérilmente de males y desgracias que hubiéramos podido evitar.

Tiempo ha que el hombre más grande que la revolución ha producido en la América española, dijo, que habíamos comprado la independencia á costa de todos los otros bienes sociales y políticos; y esta bella y desconsoladora sentencia de Bolívar es hoy día un axioma incuestionable, particularmente en México. Y ¿no será mayor desgracia aun, si sobre los males experimentados ya, aparentamos artificiosamente que esa independencia es incompatible con todo aquello que puede curarlos ó disminuirlos? ¿Habremos de seguir convirtiendo la medicina en veneno?

Cuando se ventilan cuestiones tan difíciles y de tanta trascendencia para la suerte de un pueblo, y pueblo desgraciado, y víctima ya de vanas teorías y de ilusiones fantásticas, necesario es que los escritores públicos no olviden, que no se trata de cuál sea teóricamente el mejor gobierno, sino de, cuál sea más adecuado en la práctica á las circunstancias de nuestro país, y que los sofismas de los partidos pronto se convierten en crímenes y en desgracias de las ilaciones; y en prueba de que esta doctrina es la de la verdad, hace más de quince siglos que un historiador romano decía: "El que intenta alucinar, no solo en las cosas graves, sino aun en las leves, es un verdadero "enemigo…y mucho más cuando se trata de la patria (17)."

Y¿qué diremos también de la idea favorita, repetida hasta el fastidio, de paliar todos nuestros descarríos con la decantada juventud de nuestra república? "Veinte años hace que la infancia unas veces, y otras la juventud en que se dice nos hallamos, está sirviendo, no solamente de escusa, sino de estímulo para nuestras locuras y desaciertos; y siempre que flaquean las razones ó los argumentos para justificar nuestra desacordada conducta, al punto, sin titubear, se echa mano de ese admirable comodín, con cuya ayuda se pretende salir de cualquiera dificultad en semejantes ocasiones. Este es uno de tantos modos, y quizá el más pernicioso, de adular bajamente á la nación, y de impedir que reconociendo sus yerros, adopte una conducta mas juiciosa, discreta y circunspecta; y esta es también cabalmente una prueba palpable de que, supuesto que todos hablan sin cesar entre nosotros de nuestra infancia y de nuestra juventud; quiere decir, que si esta nación, por su corta edad, se entrega sin parar, á continuos desórdenes, y que si se halla condenada á vivir todavía por mucho tiempo en tan peligrosa infancia, es preciso convenir en que necesita de un tutor ó pedagogo, que armado de competente autoridad y poder, ponga término á semejante estado de cosas, y la haga entrar en el camino de la discreción, del honor y de la virtud.

Muy semejantes nosotros á los españoles, (pues al fin fueron nuestros padres) se ven actualmente despedazados por una desastrosa guerra civil, que es de temer continúe sus estragos aun después de resuelta, como ya lo está en favor de Isabel II, la cuestión de sucesión, con el completo vencimiento de las armas de la joven reina sobre las del pretendiente; porque allá también, arrastrados los hombres de deseos ilimitados de perfectibilidad social, equivocándose los legisladores en la idea de que sus conciudadanos están tan adelantados como ellos en la teoría de los principios de verdadera libertad, dotaron al pueblo de instituciones que, para ser benéficas, requerían anticipadamente una preparación que no podía esperarse en un país gobernado antes por Felipe II, por Carlos [V y por Fernando VII y bajo la tutela de la Inquisición. Y adviértase, que esas instituciones son menos libres que las que nosotros, hijos de esos mismos españoles, hemos adoptado; Y no se dirá que los españoles están en su infancia política, en el sentido que por acá damos á esta expresión, pues algo más de veinte años cuenta su existencia como nación soberana é independiente. Allá, como acá, no ha estado el mal sino en que, consultando los directores de ambos pueblos sus propios deseos únicamente, no quisieron contar con aquellos al dictar las leyes que habían de regirlos. No vaya á inferirse de ahí que yo opine porque convendría á la España continuar bajo los mismos principios de gobierno que la gobernaron hasta el 29 de Septiembre de 1833, nada de eso: lo que sí me ha parecido un delirio, que harto caro están pagando los españoles, es, que se les haya creído aptos para recibir con fruto, un grado de libertad, superior aun al que se ha creído conveniente para la nación Francesa, en su actual situación; sin embargo de la innegable superioridad de este último pueblo en ilustración, y de su mayor antigüedad en el ejercicio de sus derechos políticos. ¡Y nosotros pretendemos aventajar á ambas naciones! ¡Así estamos pagando cruelmente tan loca presunción!

Fuera de eso, y supuesto que como antes he dicho, todos confesamos nuestra suma juventud, ó lo que es lo mismo, nuestra ignorancia, nuestra debilidad, y el mal uso de nuestras pasiones: ¿no reconocemos en el mismo hecho, la imposibilidad de ser regidos por el sistema republicano, que solo puede prosperar á la sombra de las virtudes, que no llegan á su completo desarrollo sino en la edad madura? "La república representativa, repito con Chateaubriand, será el estado futuro del mundo; pero su tiempo no ha llegado todavía”.

Y si las naciones que nos llevan tan inconmensurable ventaja en la carrera de la civilización y en el ejercicio de las virtudes políticas, no pueden aspirar todavía al régimen republicano, ¿podrá este convenirnos á nosotros, que todos los días tenemos que apelar á nuestra infancia ó juventud para disculpar, siquiera en parte, nuestra pequeñez y nuestra miseria?

"Atenas en medio de las tempestades republicanas "(sigue diciendo el mismo escritor) produjo, durante un siglo, un gran número de hombres distinguidos en la ciencia de la guerra, en las letras y en "las artes." ¿Y en México, en la quinta parte de un siglo hemos visto descollar uno siquiera de esos hombres distinguidos? Pero en cambio hemos tenido de común con Atenas, las tempestades republicanas… !!

"¿Y Grecia? (continúa el escritor) no le disputo el honor de sus Arístides y Fociones (18). Mas me estremecen los recuerdos de la venalidad de sus Demóstenes, "y los dolos y artificios de su Pisistrato.". ... En México no hemos tenido oradores como Demóstenes, ni genios como Pisistrato, pero lo que no ha faltado es, la venalidad, el dolo y los artificios que oscurecieron las eminentes cualidades de aquellos grandes hombres.

"Montesquieu, agrega el referido escritor, coloca "el santuario del honor, de la reputación y de la virtud, en el seno de la repúblicas" Y pregunto yo ahora, ¿quién hay en México, que abierto el libro de nuestra historia, como nación republicana, no se asombre de la inexactitud de esta doctrina respecto de nosotros? Y si Montesquieu resucitara y viera esto que llamamos república mexicana, ¿no se indignaría al ver que, aplicando así á México sus principios, se hace de ellos la impugnación más enérgica y victoriosa?

Continuando el testo del mismo célebre autor del Espíritu de las leyes, citado por nuestro escritor, "aquellos bienes, dice, se consiguen también en los "países en que se pronuncia con noble orgullo el dulce nombre de la patria" ¿Y qué hombre que sepa lo que es noble orgullo puede sentirlo al pronunciar el nombre de mi patria desacreditada, aunque sea república? Y á pesar de que la Gran-Bretaña, la Francia, y otros países europeos son regidos monárquicamente, ¿se atrevería nadie á dudar siquiera, que un inglés ó un francés &c., pronuncie con noble orgullo el dulce nombre de patria? ¿Y, puede, acaso, producir vanagloria en ninguna persona de sano juicio, el título de ciudadano de una nación, de la que el mismo escritor de quien voy hablando, (no extranjero, sino nacional) hace la pintura que con tan denegridos colores nos presenta en su discurso?

Y después de trazar con tan enérgica vehemencia el sombrío bosquejo de la desesperada situación de nuestro país, situación que si no es el resultado inmediato de los principios republicanos establecidos entre nosotros, á lo menos no han podido estos evitarla; ¿será razonable, será justo, será lógico siquiera, anatematizar anticipadamente, como el mismo escritor lo hace, y aplicar el epíteto de miserable, al que se atreviese á indicar á la nación su dictamen en favor de otra forma de gobierno que la republicana, bajo cuyos auspicios proclama alta y pomposamente el mismo escritor, que la patria se ha hundido en la inmoralidad, en la miseria y en la abyección? ¿Será un "miserable" el que, no contentándose con estériles declamaciones, y penetrado de dolor y de vergüenza el corazón, desconfía de que el genio y las virtudes, cuyo auxilio se está vanamente invocando veinte años ha, sean bastantes á sacarnos del triste estado en que nos hallamos, cuando, como nadie se atreverá á negarlo, no alcanzó la eficacia de ese genio ni de esas virtudes para la empresa mucho más fácil de impedir que cayéramos en él? Pues qué, ¿hay algún pueblo que se vea condenado á no admitir precisamente más que una sola y determinada forma de gobierno, por mas opuesta que sea á sus costumbres, y más nociva á sus verdaderos intereses? ¿Habrá quien se atreva á sostener que los pueblos han sido hechos para las formas de gobierno, y no éstas para los pueblos? En un país donde todo es permitido, ¿solo merecerá el apodo de miserable, el que impulsado de su convicción y movido de su desinteresado patriotismo, sujeta al examen de sus conciudadanos la cuestión de si en vista de la experiencia, les convendrá adoptar la misma forma de gobierno que rige á todas las naciones más antiguas y civilizadas? ¿Esa forma de gobierno, de la cual se dijo hace cosa de veinte siglos; "nunca parece más benéfica y hermosa la libertad, que bajo los auspicios de un rey piadoso y justo (19)?" ¿O ha olvidado por ventura el escritor de quien voy hablando, "que en política, como en religión, no pueden estar sometidas las conciencias á las mismas influencias, á las mismas impresiones, y que de consiguiente, hombres que buscan igualmente el bien, pueden, sin faltar (á lo menos ante Dios) seguir direcciones opuestas?'' Consulte en buenhora cada uno su propia conciencia; pero séame lícito á mí, no apelar sino á la mía, en tan grave coyuntura.

Pero es imposible que deje de parecer muy extraño, que el mismo escritor que tilda con el acerbo epíteto de miserable al mexicano que proponga el establecimiento de una monarquía entre nosotros, "aun cuando se halle fatigado por la situación melancólica de nuestros negocios”, se difunda en prodigar tan exagerados é hiperbólicos elogios al sublime héroe de iguala, que no se limitó á proponer la monarquía, sino que él mismo se hizo monarca de los mexicanos, y no por los medios más plausibles. Semejante contradicción, ó sea inadvertencia en un escritor de tanta nota, puede dar lugar á que se nos pregunte con sobrada justicia, ¿si son estos los progresos que hemos hecho en la carrera de la libertad y de la tolerancia política? Y si por una simple opinión dominante en los pueblos más civilizados y más celosos de su prosperidad, se califica de miserable á un ciudadano, ¿cuál será la denominación que se reserve para los que promueven guerras civiles, y las perpetúan á fuego y sangre con todo su lamentable séquito de calamidades y desastres?

Y, ¿no deberá sorprender igualmente que el escritor á que me contraigo haya asentado que;  “los resentimientos, los odios, todas las pasiones capaces de debilitar la fuerza de mi gobierno, de turbar el sosiego, de comprometer la seguridad y la dicha de un "pueblo, han emponzoñado su vida;" habiendo exclamado antes: “¿En dónde estamos? En una situación violenta y caprichosa. La señal infaliblemente característica de que el estado social declina y se corrompe, es el aumento progresivo de la fuerza de las pasiones, y la diminución, también progresiva, de la fuerza de los deberes”. Y más adelante agrega, hablando también de nuestra república … "Lujo de palabras, frases engañosas, promesas vanas, confusión en los designios, desacierto en los medios; tal ha sido el fugaz sistema de gobiernos, que atropellándose unos á otros, desaparecieron todos, sin dejar en pos de sí ni una sola memoria sólida de utilidad ó beneficencia”.
 "Entre zarzas y abrojos, entre espinos y malezas, "ha debido descollar la venenosa planta de la discordia. ¡Ay! ¡cuántos pesares y sustos, cuántos infandos males ha producido á los incautos mexicanos! Aquellos tiempos que lamentaba el primer historiador de Roma, tiempos en que se traspasaron los límites de la paciencia humana, apenas pueden compararse con nuestros días de aflicción y desconsuelo”.

"Largas guerras civiles han agotado, por decirlo "así, el entusiasmo que acompaña á la regeneración de los pueblos; y el frio egoísmo que hace abandona "su suerte al capricho y antojo de un puñado de audaces, aspira á remplazar aquel sentimiento desinteresado, que es siempre una esperanza y un apoyo en las grandes crisis de los estados. Yo no exagero, conciudadanos. ¡Ojalá y en esta tierna festividad pudiera apartar de vuestros ojos, un cuadro en que débilmente se bosquejan deplorables desgracias, y para los corazones virtuosos motivos de arrepentimiento y de dolor profundo!"

"Dos meses ha que el cañón tronaba en las calles y en las plazas de la opulenta capital. No hemos venido á este ameno sitio, sin notar los escombros y ruinas de majestuosos edificios que hemos podido heredar, y no hemos sabido respetar. A vuestro paso, desde el templo de las augustas ceremonias, observasteis salpicada con sangre de mexicanos, la carrera, antes de triunfo, ahora de penosas lamentaciones”.

¿Puede darse nada mas tétrico ni desconsolador para mi mexicano amante de su patria, que esta pintura, cuya funesta fidelidad no puede ni ponerse en duda siquiera, pues que se apoya en hechos que á nadie es dado negar? Y confesando el escritor á que me contraigo que, "todos nuestros sistemas de gobierno han desaparecido, sin dejar en pos de sí ni una sola memoria sólida de utilidad ó beneficencia" ¿no reconoce la existencia de un vicio radical, sea en todas esas formas de gobierno ó en el pueblo mexicano, que se ha dejado regir pacientemente por ellas, que ni una sola memoria de utilidad ó beneficencia han dejado? Antes bien, han producido largas guerras civiles; un frío egoísmo, que "hace abandonar la suerte de los pueblos al capricho y antojo de un puñado de audaces; abundante efusión de sangre, y hasta ruina de majestuosos edificios que hemos podido heredar, y no hemos sabido respetar;" de tal manera que, (continúa el mismo escritor) "aquellos "tiempos que lamentaba el primer historiador de Roma, tiempos en que se traspasaran los límites de la paciencia humana, apenas pueden compararse con nuestros días de aflicción y desconsuelo

¿Y cuál es el remedio que el autor propone para unos males tan agudos é inveterados? No es otro que el de recomendar á la nación uno de esos sistemas de gobierno (20) que, como él mismo dice con tanta verdad, no han dejado en pos de sí ni una sola memoria de utilidad ó beneficencia, é invocar, al propio tiempo un genio y unas virtudes que no se han dado á conocer hasta ahora; siendo tal vez una prueba de que no existen, las vergonzosas miserias que con tanta exactitud refiere el autor. Y á tal punto me parece débil é insuficiente el remedio que indica, que llegaría yo á sospechar la coincidencia de sus opiniones con las que forman el objeto de mi publicación, si por ventura no hubiera lanzado aquel escritor, el acerbo epíteto de "miserable”, contra el que se atreviese á pronunciar la palabra monarquía; siendo así, que la parte más importante y razonada de la oración del autor, tiene por objeto probar, como lo prueba, que no hemos sabido ser republicanos, de donde, en buena lógica, debemos deducir los demás, que tampoco sabremos serlo en lo sucesivo. Y sin embargo de eso, repito, insiste, en que no hay salvación para nosotros sino en la república!!!

Bastante libre y franca hasta ahora entre nosotros la libertad de escribir, para que pueda ser el vehículo de los principios más opuestos, de las opiniones más absurdas, y de las ambiciones mas mezquinas, que jamás han pensado respetar la ley fundamental del estado, atacada en todas ocasiones, y muchas de ellas á fuerza de armas; no extrañaré que los interesados en la permanencia del sistema republicano, esto es, los que encuentran en él su propia utilidad y conveniencia, manifiesten un simulado escándalo, y un real y verdadero resentimiento que fácilmente trasluciremos por entre el velo del liberalismo, con que intentarán cubrirlo al oírme proferir la palabra monarquía; pues está en el orden natural de las cosas teman, que se les escape de las manos la presa que creían tener ya asegurada para siempre. Y tal vez se verá, que los mismos que veinte veces han atacado con las armas en la mano la constitución del estado, se encandezcan porque yo público, por medio de la imprenta, mi opinión, de que la convención que debería reunirse, precisamente con el fin de anular la constitución actual, tenga la libertad necesaria para escoger el sistema de gobierno más conveniente á la nación; pero me consuela la idea de que bien se verá, que los que hacen alarde de profesar, en su más extensa latitud, los principios democráticos, son los que, si quisieran parecer consecuentes con esos mismos principios, menos pueden decorosamente combatir mi proyecto; pues que se reduce, á que aquel cuerpo, de elección popular, sea verdaderamente sin restricción alguna, el órgano fiel de la voluntad del pueblo.

Todavía hemos de ver como los que han prohijado con su cooperación, y apadrinado con su silencio, ó con sus reticencias en otras ocasiones; y sin ir más lejos, el mes de Julio último y posteriormente, los horrores de la mas inmoral y sangrienta anarquía, cuyo principal objeto era la destrucción de la constitución del estado; todavía, para colmo de escándalo hemos de ver, repito, como porque yo emito simplemente una opinión, van á aparentar una santa indignación, y á invocar contra mí la ira del cielo. ¡Como si fuera un crimen proponer (no con las armas en la mano, ni en medio de los horrores de un motín, sino por una vía tan pacífica y legal, como es la de la imprenta) que retrocedamos al plan de Iguala (21) y adoptemos por enseña, el glorioso estandarte, bajo el cual pelearon y triunfaron los padres de nuestra independencia! ¡Como si fuera, un punible absurdo recomendar que se examine, si convendrá á la nación mexicana el principio monárquico, que universalmente rige en el mundo civilizado! Para todo estoy preparado, desde que llegué á persuadirme, que hacia un servicio á mi patria poniendo el dedo en la llaga, que si no se cura, ha de causar inevitablemente su muerte.

Cuanto llevo expuesto, ha engendrado en mi ánimo la íntima convicción, de que el cuerpo que con el carácter de congreso constituyente, ó de convención, haya de convocarse, deberá venir, como ya he dicho, omnímodamente facultado para fijar la suerte de la nación. Y puesto que á ella toda entera debemos apelar en esta grave y solemne coyuntura, no alcanzo á descubrir cual otro poder emanado directamente de la nación, como deben serlo todos los poderes del estado en una república popular y representativa, pueda restringir su acción, que debe ser completamente libre, desembarazada, omnipotente. De ningún modo creo, pues, que convendrá fijarle anticipadamente las bases de su conducta, como otras veces lo hemos visto practicar entre nosotros, en mas ó menos idénticas circunstancias; siendo evidente, que si tales bases se impusiesen, quedaría la convención sin la libertad necesaria para separarse de ellas; y su obra, de grande y magnifica que convendría que fuese, degeneraría en una tarea mezquina, reducida á la aplicación de los mismos principios que de antemano se le hubiesen fijado. No deben ser otras las miras ni las intenciones de cuantos se interesan en el bien de esta nación; debiendo encaminar todos sus conatos: Primero, á que la convención porque, claman los hombres despreocupados de todos los partidos, pueda tomar cumplidamente la voz del soberano, legitimar las nulidades, cicatrizar las heridas, cubrirlo todo con el olvido, y marcar la senda de la ley y del honor perdida en veinte años de crímenes, de desorden y de confusión: Segundo, esta convención debe ser libre y expedita, y competente para todo, como lo es y ha debido serlo la voluntad del soberano. Tercero; siéndolo, debe decidir cual sistema de gobierno convendrá que adopte la nación.

Tales son las cuestiones fundamentales que deberían examinar con sinceridad, y buena fe, los escritores patriotas, concienzudos é ilustrados.

Si las opiniones que he procurado hacer valer en este escrito no se hallan totalmente destituidas de razón y conveniencia, no pueden dejar de producir un doloroso conflicto en el ánimo de los patriotas honrados que hasta ahora habían fundado toda su fe en los principios republicanos, mirándolos como el medio más seguro de producir y afianzar la prosperidad y gloria de la nación. Bien comprendo por eso mismo, y por mi propia experiencia, la grandeza del sacrificio que les impone la fuerza irresistible de los sucesos que nos han colocado en una situación tan crítica, en que forzosamente se ha de variar de dirección, si no queremos ver estrellarse la nave del estado en los innumerables escollos que la rodean. Pero ¿cuándo no ha sido costoso un desengaño? ¿Cuándo ha sido grato abandonar principios de gobierno favoritos de los que se esperan tantos bienes y venturas? Prolongada y penosa ha sido la lucha entre mi razón y mi corazón puro y sinceramente republicano, antes de persuadirme de que no es la senda que hemos seguido hasta aquí la del bienestar y el honor de nuestra patria, y de que, si no la abandonamos, nuestra ruina es tan cierta como irremediable.

La gravedad y trascendencia de los males urgen por un remedio pronto y radical. Si México no tuviera que temer agresiones extranjeras, como lo que ya le ha arrebatado una parte de su territorio, menos riesgo habría en dejar al tiempo la misión de señalar el remedio de nuestros males. Pero no es esa por desgracia la situación de nuestro país, cuya independencia veo inminentemente amenazada por nuestros codiciosos vecinos, que se complacen á las claras en nuestras desgracias, y se aparejan indudablemente á negociar con ellas á costa nuestra. Nunca he deseado con mas encendido ardor el don del convencimiento y dé la persuasión que en esta vez, en que quisiera yo hacer á mis conciudadanos partícipes de los fundados y crueles recelos que me cercan, y que tan vivamente me hacen temer por nuestra independencia y nacionalidad. Conjuro, pues, á los mexicanos de todos los partidos á que fijen su atención en este punto tan vital, y que, libres de preocupaciones y de todo sentimiento que no sea el del patriotismo más acendrado, busquen el remedio que reclama nuestra delicada situación.

Séame lícito reproducir aquí las palabras citadas en otro lugar de este escrito:

"Bien sé que los principios que proclamo no lisonjean de ningún modo las pasiones políticas; pero no es menos cierto que dimanan de mi convicción, y que son los más conformes con la razón y con el buen sentido; son las doctrinas prácticas, y tal vez las únicas posibles y realizables en las actuales circunstancias; son, en fin, el lenguaje de la seguridad de mi país”.

"Un tiempo fue en que las pasiones podían animar nuestras discusiones políticas: hubo un tiempo, lo que es todavía más, en que al estallar nuestras grandes revoluciones, pudieron considerarse estas mismas pasiones como una necesidad. Cuando se trata de consumar una revolución y de destruir los obstáculos y las resistencias que se le oponen, ¡ah! entonces es cuando las pasiones políticas son el único instrumento á que el hombre puede recurrir en último extremo. Pero cuando una revolución está ya consumada; tan solo el buen sentido es el que debe dirigir los negocios del país y dominar las pasiones de los hombres públicos."

 

 

“Yo también sé que me condenan las pasiones políticas de mi partido, y por lo mismo apelo al buen sentido de mi país."

No aspiro á hacer el papel de héroe de novela, ni de paladín de la caballería, ni de mártir de mis opiniones.—
(Chateaubriand.)

 

SIENDO uno de los tristes caracteres de las épocas turbulentas, como laque nos ha tocado por suerte, que ni se abraza la verdad, ni se desecha el error, sino cuando inspira confianza el que los pone de manifiesto; esto es, que las doctrinas que se exponen al público, no tienen más valor que el de la persona que las establece; creo yo que, para que mis palabras produzcan, siquiera en parte, el efecto que me propongo, será oportuno descender á algunos pormenores acerca de mi posición personal.

No fueron seguramente otros los motivos que movieron á Mr. de La-Martine, el célebre y elocuente individuo de la cámara de diputados de Francia, al comenzar así muy recientemente uno de sus más brillantes triunfos parlamentarios: "No puedo menos de sonrojarme al pedir un momento de atención a la cámara, viéndome obligado á hablar de mi persona, puesto que se halla mezclada en los debates del importante asunto que tratamos… En cualquiera otra circunstancia omitirla hablar de mí mismo; pero, la cámara lo sabe muy bien; la opinión de un hombre es el hombre mismo; y el olvido que podría manifestar de lo que personalmente le concierne, no debe comprender á las opiniones que representa, porque la garantía que ofrecen estas opiniones se funda en la garantía de la misma persona"

Y si aquel distinguido orador creyó, en no menos grave coyuntura, ocuparse en hablar de su persona para que cualquiera artificiosa y siniestra interpretación no fuera á desvirtuar sus palabras; ¿cuánto más claro, cuánto más imperioso no debe ser en mí este deber, si se considera la situación de la república, victima, por tanto tiempo, de las facciones que sin cesar  han disputado el funesto privilegio de destruirla, so pretexto de gobernarla, y atendida la novedad entre, nosotros y la trascendencia de los principios consignados en este papel? Juzgando que estos son de sumo interés para mi patria, no es menos el empeño que me anima por dar á mis palabras el carácter de buena fe y de verdad, que únicamente puede hacerlas aceptables á mis adversarios.

Así es, que viendo ya venir sobre mí las acusaciones muy propias y sabidas en tales casos, de emisario él algún soberano extranjero, de apóstata y servil, y de ambicioso, y toda esa manoseada nomenclatura que tantas lágrimas ha costado ya á la humanidad; estando plenamente convencido de que sapientibus et insipientibus debitor es sumus; de que además, la opinión de un hombre es el hombre mismo, y finalmente, de que la garantía que ofrecen las opiniones, se funda en la garantía de la misma persona que las profesa y emite; he creído de mi deber anticiparme á las inculpaciones que puede hacerme el espíritu de partido en esta ocasión, para que impugnándolas, como me prometo hacerlo victoriosamente, no logren mis opositores desvirtuar la poca ó mucha eficacia que á mis razones acompañe.

No faltará quien maliciosamente me suponga instrumento ó emisario de algún gobierno extraño, cuando propongo á mis compatriotas el examen de si les convendrá la adopción del sistema monárquico, al cabo de tantos desastres y desventuras como les ha atraído el republicano (22). Fuera de que esa injusta sospecha, aun suponiéndola fundada, para nada debería influir en la esencia de las cosas de que voy tratando, si se examinaran con la debida imparcialidad. Después de haber dado yo en mi carrera pública, como no puede haberlo olvidado la nación, suficientes pruebas de la constante independencia de mi ánimo, de la firmeza y rectitud de mis principios, y de mi fidelidad á mis juramentos, permítaseme decir, que algún derecho tengo para ser creído, cuando protesto del modo mas solemne y explícito, que al dirigir al público mi voz humilde, pero sincera y concienzuda, no procedo sino movido de mi propia convicción, que no solamente me es imposible reprimir, sino que jamás acertaría á sacrificar al poder, á la amistad, ó á los intereses de ningún partido; y ciertamente no hablaría yo en esta ocasión, si no estuviera persuadido de la justicia ¿ imparcialidad de mis sentimientos, y de que estos son la expresión viva y fiel de los que veinte años de miserias han engendrado en una gran mayoría de la nación. Lejos, pues, de prestarme á ser instrumento de nadie, no cumplo al presente con otra misión, que la del patriotismo más puro y acendrado; ni cedo al impulso de otros estímulos que á los de mi conciencia y mi razón, que han sido siempre la guía invariable de mi conducta pública.

No me libertaré tampoco de la calificación de apóstata y servil. En cuanto á lo primero, debo declarar, con la buena fe más positiva y nunca desmentida, que los sentimientos de mí corazón son verdaderamente republicanos; pero que á pesar de esto, se halla al mismo tiempo en constante pugna con mi razón; la cual no acertando á resistir la evidencia de los hechos, después de veinte años de calamidades y de miserias, se inclina á cualquiera otra cosa que no sea el sistema republicano, á lo menos, según lo hemos tenido hasta ahora; pues si no ha ocasionado esas calamidades V esas desventuras, no ha podido evitarlas.

Y de ninguna manera se crea que esta persuasión mía procede de que aquel sistema me haya sido personalmente perjudicial, pues es bien cierto, que si en tiempos turbulentos, proporcionan los altos puestos alguna mas satisfacción que la de servirlos con honradez y patriotismo, yo no debo quejarme; antes bien, confieso con franqueza, que á los males que en época verdaderamente aciaga, me tocó sufrir en unión de tantos centenares de mexicanos, han superado largamente las distinciones con que antes y después he sido favorecido.

Así, pues, no debo temer la nota de apostasía, tanto por lo que acabo de exponer, cuanto porque harto sabido es, que una monarquía puede ser tan libre como una república, y aun más libre que una república. Por eso, y porque una monarquía puede ser moderada ó democrática, como despótica y arbitraria una república; y porque abomino de lo más hondo de mi corazón, la anarquía que en México se entronizó á la sombra de la república, y ha durado tanto como ella, mas 6 menos furiosa, mas ó menos sangrienta, mas ó menos inmunda y abyecta; yo, repito, tengo derecho á no ceder á nadie en liberalismo. ¡Es por otra parte tan elástico el sentido de esa hermosa palabra liberal! ¿Quién repugnaría ser liberal con Washington y Franklin en América, ó con Bailly y tantas otras inocentes y gloriosas víctimas del furor demagógico en Europa? Pero, ¿quién no se avergonzaría de serlo con tantos como en ambos hemisferios han hecho temblar al género humano, llamándose falsamente liberales? Y sin salir de esta desventurada tierra, ¿qué halláremos? Que liberales, se llamaron (á sí propios) los hombres de la Acordada y del Parían, y liberales, los que los combatieron: liberales, los que dictaron la injusta é impolítica ley de expulsión de españoles, cuyas desastrosas consecuencias tardarán mucho en subsanarse; y liberales, los que, hasta lo último, la reprobaron y resistieron: liberales, los que en 838 tendieron á un enemigo extranjero, en señal de amistad, mía mano, que hubiera debido cortar el verdugo; y liberales, los que denodadamente resistieron á ese mismo enemigo extranjero, del propio modo que lo hicieran en 829 lanzando del territorio nacional á los ; invasores españoles, posponiendo el triunfo de su partido al triunfo de la nación sobre sus antiguos dominadores; pensando que, primero era saber si temamos patria, y después adoptar los medios que cada uno creyese mas propios para gobernarla (23): liberales, los promovedores del sangriento aborto del 15 de Julio de este año; y liberales, los que, desentendiéndose generosamente de los defectos del actual ministerio, que no se les ocultaban, acudieron en rededor del gobierno á defender la sociedad amenazada: liberales, los que atravesando inmensas distancias y arrostrando todo género de sacrificios, fueron á pelear en Tejas por la integridad del territorio de la patria; y liberales en fin, osan llamarse los federalistas, que en Yucatán han saludado con salvas de artillería el pabellón de Tejas, tremolado en los mismos buques, á los cuales acababa de ser expresamente prohibida la entrada en puerto de la Habana, en razón de no hallarse reconocido aquel nuevo gobierno por el de España. Por consiguiente, ya se ve que hay en que escoger, y que, á pesar de todo, yo puedo creerme liberal.

Ni menos mereceré yo la fea nota de servil en cuanto á las personas, teniendo ya hechas mis pruebas; fuera de que, bastantes ministran mis escritos. No cediendo en dignidad de carácter á ninguno de mis compatriotas, ni aun á los que con mas justicia hagan mayor alarde de esta cualidad, no he hallado ni cosas ni hombres capaces de hacerme sacrificar la independencia de mi razón, ni doblegar mi espíritu ante ningún otro objeto, que lo que mi conciencia me dicta como justo y debido. ¡Si, á lo menos, se me atribuyera la calificación opuesta á la de servil! mas fundamento tendría quizá, pues al fin, por un vicio inherente á la miserable condición humana, siempre tenemos los mortales los vicios inseparables de nuestras buenas cualidades. Así es que pudiera degenerar en arrogancia el sentimiento de noble orgullo que, aun contra su voluntad, debe sentir un hombre al contemplarse totalmente incapaz de imitar la ruindad y pequeñez de otros. Ahora, para que á mi me conviniese el titulo de servil en cuanto á las personas, ya que no en cuanto á las cosas, debería necesariamente ser otra la animosa resolución que me mueve á proclamar la verdad tan clara y desembarazadamente, como acreditan mis escritos; en los cuales ningún coto ni miramiento me he impuesto, sino el decoro, la justicia, y la conveniencia de mi patria.

Y descendiendo, por fin, al cargo de ambición que pudiera hacerme la malevolencia; ¿qué ambición innoble podrá tener, quien volviendo la espalda á los principios dominantes, y al poder que los sostiene y defiende, proclama principios opuestos, que si bien encierran en si» según creo, elementos de vida y de porvenir para nosotros, aun está incierta y remota su adopción? ¿No es seguro y evidente que manifestando con tanta franqueza mi opinión, favorable al establecimiento de una monarquía entre nosotros, como única tabla de salvamento, me cierro yo mismo el acceso los empleos públicos, á los honores y á las distinciones, mientras prevalezca el régimen republicano? "Ningún hombre ambicioso de destinos ó de influencia, diré con un escritor distinguido, se equivoca en esta parte, y desde luego se alistan en los partidos dominantes, y bajo las banderas de los que los dirigen, entran á mandar con ellos.". .... &c., &c.

Mis  recientes publicaciones, en las que, á fuer de buen mexicano, creí deber estampar verdades que, aunque severas, me han parecido de alguna utilidad para mi país, han dado lugar á que muchas personas, celosas de mi bienestar, me insinúen sus temores acerca de las desagradables consecuencias que podría atraerme la inusitada franqueza de mis escritos; al mismo tiempo que reconocen esas mismas personas, que la verdad, la justicia, y los más puros motivos han guiado mi pluma. Estas garantías tan fuertes y seguras, y los punzantes remordimientos de aquellos á quienes esa verdad y esa justicia pueden lastimar, hacen que nunca haya temido, ni podido temer la malquerencia y la intención torcida, sea quien fuere el í que las manifieste. Permítaseme repetir aquí con Salustio: "que es un atentado criminal atraerse el favor del pueblo con menoscabo y perjuicio de la república; pero cuando en un proyecto se concilia el bien público y el particular; dudar deponerlo en ejecución, es una señal de cobardía y de bajeza."

Contrayéndose aquellas publicaciones á combatir la adopción de la dictadura, no por su conveniencia 6 inconveniencia para la república, sino por la falta de persona capaz de ejercerla dignamente, han debido por fuerza, contrariar las pretensiones y las esperanzas de todos aquellos que se creen merecedores de tan eminente autoridad. Y como por otra parte, propongo en el presente escrito al examen de una convención nacional, la institución de una monarquía ejercida por un príncipe extranjero, no sería nada extraño que los agraviados, á falta de otros cargos que hacerme, atribuyan aquellas opiniones aun sistema general de difamación de los hombres de este país, con el único objeto de fundar la necesidad de recurrir á los extraños en solicitud del remedio de todos nuestros males; como si no se apoyara cuanto he asentado acerca de ciertas personas en sus propios hechos, y no bastara saber que todos estos constan á la nación entera, cuya desgracia han causado, y que han sido publicados por otros muchos escritores, para acreditar que no me mueve la innoble mira de difamarlas. Y respecto de lo que he afirmado con generalidad, cerca de la falta de hombres de alguna importancia entre nosotros, ¿no lo está probando de un modo irrefragable la lastimosa, y casi desesperada situación de nuestro país? Así es, que no será justo decir que yo he difamado á nadie, mientras no se me acredite que es falso lo que digo.

Con tal motivo, repetiré aquí lo que ya he dicho anteriormente: pruébeseme mi error, y nadie lo reconocerá con mas pronta complacencia que yo. La empresa no puede ser más fácil, pues si efectivamente existen esos grandes hombres entre nosotros, bastará nombrarlos. En semejante cuestión, los argumentos más plausibles y las sonoras frases de patriotismo, honor Racional ¿ye, son enteramente insuficientes; y muy inconducente además, todo lo que no sea designar determinadas personas, que es de lo que se trata.

Y siendo tan acomodados á mi situación algunos nobles y generosos pensamientos de Chateaubriand, séame lícito copiarlos aquí, en conclusión: "No tengo "por un acto de heroísmo la franqueza con que me explico en esta ocasión, pues no estamos ya en aquellos tiempos en que una sola palabra solía costar la vida; pero aun cuando todavía estuviéramos en ellos, eso mismo me movería á elevar mucho mas mi voz, porque es bien cierto que no hay mejor escudo que un pecho que no teme ofrecerse desnudo al enemigo."

 

NOTA

He llegado á entender, por una carta de Veracruz, que al imponerse cierto general del artículo que publiqué en el Diario del Gobierno de 2 de Septiembre (*), en que me propuse probar con proposiciones generales que la dictadura era imposible en México, no __ que por no haber quien pudiera ser dictador de veras, arrebatado indignación S. E. había exclamado: "me ha de pagar el escrito acompañando esta amenaza con una fuerte palmada sobre la mesa ¡como si yo hubiera atacado alguna propiedad o algún derecho suyo ó le hubiera irrogado una atroz injuria personal con aquella humana opinión! Semejante disparo será ó no será cierto; en este último caso, téngase por no escrito cuanto voy á exponer a continuación en el primero, esto es, si efectivamente es verdadero el hecho que se me ha referido, exige necesariamente que yo no lo pase en silencio.

Expedita y franca la libertad de la imprenta, de la cual ningún uso más noble puede hacerse que ilustrar la verdad y vindicarse ciudadano, con decoro, se entiende, de cualquier cargo o injusta __sacion, y abiertos por otro lado, los tribunales para proteger hasta al último de los mexicanos, pronto estaré en uno y en otro est___ á sostener cuanto he escrito y escriba en lo futuro. Y no lo estaré __nos á admitir cualquiera otro medio, usado entre caballeros, y compatible con las leyes patrias, para probar, hasta donde me sea posible, la exactitud de cuanto llevo expuesto á la nación, que es la__ ha de pronunciar el fallo, que todos debemos acatar, y que yo de ninguna manera he de rehuir. Muy vasto es por lo mismo, el campo de batalla que presento á mis contendientes.

Bien informado estoy de que no faltan en la capital denodados, paladines, que se agitan, y se conchaban, y aprestan para romper lanzas, calada la visera, por alguna Dulcinea masculina, a quien se pretende que ha ofendido la decorosa desenvoltura de mis escritos cuyos favores les son algo más necesarios que la persona; pero sepan estos caballeros que los aguardo con pecho sereno, con ánimo firme y á cara descubierta en la ventajosa posición en que la Providencia me ha colocado, y yo he procurado conservar. La misma circunstancia de encubrir sus personas, cuando yo les presento denodadamente la mía, debe granjearme el favor de la gente granada por su ho___ por su discreción y sus virtudes. Piensen un poco esos desfacedores de entuertos el deservicio que hicieron á su campeón, con el primer ataque que me dirigieron, y que dio lugar á mi reciente embestida y no olviden, que estoy prevenido para resistir con el mismo ____ los nuevos ataques que se me den. Me sobran razones y no me falta entereza para hacerlas valer.

Mas si ese misterioso y enigmático "me la ha de pagar, no ___ ventilarse por la imprenta ni ante los tribunales, ni por ninguna otra vía, en que las ventajas sean iguales para hacer patente cada uno la justicia que cree le asiste, no alcanzo lo que pueda significar. A no ser que haya yo de pagar á aquel general, si es que vuelve á ejercer el mando supremo, mi franqueza en decir la verdad, cuando la considero útil á mi país, sin consultar otra cosa que mi conciencia! No falta quien así lo piensa, creyendo que abusará del poder público para vengar en mi persona este pretendido agravio. Por lo que á mi toca, confieso, que ni lo creo, ni lo dejo de creer, y que seguramente es cosa que me inquieta muy poco: No hay mejor escudo que un pecho que no teme ofrecerse desnudo al enemigo.

De ninguna manera ha sido mi ánimo perjudicar á nadie; lo único que he procurado en mis escritos es, contribuir, hasta donde me fuese dado, á que nadie perjudique á mi nación. Si con este motivo, y sin embargo de no haberme valido de la arma villana de las personalidades, hay quien se ofenda; lo sentiré, pero no acierto á remediarlo; y no será mía la culpa, si hay quien cometa la torpeza de aplicarse los rasgos característicos que he trazado en mis escritos sin nombrar á persona alguna (†). Fuera de eso, yo no he hecho más que combatir la idea de la dictadura, bajo el principio sentado por mí, de que no no hay quien la ejerza. Y ¿qué se diría en una república (no república de saínele como la nuestra) si un hombre cualquiera tuviese la peregrina ocurrencia de indignarse hasta tal punto, contra semejante proposición, y mostrar así públicamente su resentimiento, y aun mirarla como una injuria personal? Si esto fuera república, y si siquiera se supiese entre nosotros lo que es espíritu público, bastaría semejante conducta para anonadar á quien así aspira sin rebozo alguno á mandar á sus conciudadanos con el carácter de dictador; esto es, sin freno, ni sujeción alguna. Si esto fuera república, el hombre que abiertamente aspirase á la dictadura no hallaría serviles defensores, sino denodados acusadores; y en lugar de subir al capitolio, se vería en la roca Tarpeya… !!

Conozco todos los inconvenientes que tiene que arrostrar un buen ciudadano que acomete la empresa de denunciar los males dé su nación, y de proponer su remedio, cuando es tan crecido entre sus compatriotas el número de los que están bien hallados con aquellos males; pero repetiré con Tácito: "No temo incurrir en la malquerencia  de los hombres, cuando se atraviesa el servicio y el bien de la república"

 

 

 

Notas:
(1) Mr. Thiers.
(2) Las islas de Cuba y de Puerto Rico.
(3) Oigamos sobre este mismo asunto la opinión del ilustrado patriota D. Miguel Santa-María, (en 1833) que no puede ser sospechosa á los liberales de buena fe.
"Volved ahora, mexicanos, la consideración á los frutos que habéis reportado de la constitución (la federal de 824) en su práctica y ejecución de ocho años. Guerras intestinas, odios, persecuciones, expulsiones, enormísimas deudas, y la más escandalosa dilapidación del erario nacional y del de cada uno de los estados. ¿En qué manera se han aumentado real y sensiblemente los progresos de la educación y la mejora de nuestra condición? En ninguna, porque apenas se consagran á procurároslas los verdaderos amigos de ellas, cuando son interrumpidos por los trastornos é hipócrita filantropía de los turbulentos demagogos. Los ruinosos empréstitos de cada momento, el escandaloso agiotaje sobre las rentas públicas devoran la sustancia del pobre para engrosar las fortunas de unos cuantos, satisfacer de antemano los cuantiosos sueldos de los gobernantes, en tanto que las viudas y huérfanos aguardan necesitados su escasa porción, resultando como consecuencia de tales causas una nación que por todas partes presenta, el espectáculo de la infeliz pobreza. Esa constitución, tal cual se ha observado, ha sido el semillero fecundo de ambiciones, codicias y desmoralización: el veneno activo de revoluciones periódicas; el mayorazgo perpetuo de la demagogia. El noble empleo de representar á pueblos y darles leyes convenientes, se ha convertido en modo de "vivir y asegurarse rentas de tres mil pesos cada diputado. ¡Singular ejemplo, solo visto en esta república! El solo congreso general cuesta anualmente al pueblo mexicano trescientos doce mil pesos, y sobre tal suma cuéntense las de las veinte legislaturas pagadas asi mismo con salario anual. ¿Y cuál es vuestra legislación? ¡Mexicanos! la del caos, la de un laberinto sin salida. ¿Qué especie de constituciones laque tiene que estar apelando á cada momento, por meses enteros, y hasta por años, á facultades extraordinarias, esto es, á dictaduras, á poder de un hombre, y no de la ley? ¡Original constitución la que tiene que dejar de existir continuamente por solo existir en cortos intervalos! Hay, pues, en ella un vicio sustancial, radical, permanente. Es, por tanto, llegado el caso, urge "la necesidad de ocurrir á la fuente de donde se derivan las constituciones para reformar, alterar ó cambiar la que al presente está consumando la ruina de la patria. Constitución de un pueblo libre se necesito, pero descansando sobre garantías reales, positivas, estables."
.... El motivo genuino que los impulsa á simpatizar con la revolución de 833, es el de resistencia á una opresión insoportable, á una amenaza inmediata contra las propiedades; es la perentoria necesidad en que se les ha puesto de hacer uso, en caso extremo, del derecho natural para defensa de sus personas y de sus derechos. Aborrecen el fanatismo y la superstición, como insulto á la Divinidad aquel, y oprobio de la razón esta; pero detestan á la par la licencia e inmoralidad, reconociendo en la religión pura la basa firme del orden v felicidad de las sociedades humanas....
(4) Veamos ahora como se explican los federalistas respecto del régimen de república central que actualmente rige á la nación. A este fin, copiaré aquí la parte expositiva del plan del malogrado pronunciamiento del 15 de Julio de este año.
"Seis años ha que destruida la carta federal que la nación adoptó libre y espontáneamente en el año de mil ochocientos veinte y cuatro, afianzando en ella sus libertades, y reemplazada por un sistema que monopolizando los goces en favor de muy pocos, dejaba sin ellos á la mayoría de los habitantes, hacia repetidos é incesantes esfuerzos por recobrar los derechos consignados en aquel código, si no el más perfecto por que jamás lo fue la obra de los hombres, sí el más capaz de satisfacer con algunas reformas nuestras exigencias sociales. La continuación de un sistema anti-nacional, destruyendo todas las esperanzas y poniendo en choque los intereses estaba, á punto de producir la disolución de la sociedad. Los males habían llegado al último grado y los esfuerzos aislados de solo algunos, aunque fuesen dirigidos por hombres dotados de los talentos de un genio, no hubieran buscado para remediarlos: preciso era en tan peligrosa situación que uniéndose todos los mexicanos hicieran un esfuerzo combinado y enérgico para mejorarla. Una nación que llega á la crisis que la nuestra, no puede esperar la salvación más que de sí misma. Convencidos de esta verdad, no pudiendo dudar cuales sean los votos del pueblo, hemos querido satisfacerles, levantar el espíritu público abatido, criar esperanzas, dar garantías, llamar á todos á la participación de los beneficios sociales, y confundir á los enemigos de la libertad con ejemplos prácticos de patriotismo y desprendimiento.

(5) Permítaseme copiar aquí lo que á fines de 1833 escribía el distinguido y patriota mexicano D. Miguel Santa-María, ya citado.
"Y bien, ¡cómo es que se ha visto en la república mexicana, durante tanto tiempo, miles de ciudadanos hacinados en las prisiones por meses enteros, prohibidos de todo trato humano, y sin permitírseles el acceso á sus jueces que han reclamado? ¿Cómo los gobernadores de varios estados y sus congresos, cuando no han sido sus simples comisiones con unos cuantos "diputados de los existentes en las capitales (modo de legislar hoy día en la federación mexicana) han puesto presos ó arrojados de sus residencias á centenares de hombres que con sus familias vagan buscando asilo en algún estado que, á su vez, no los repulse de su territorio por la alianza federal en el tratado de persecuciones? La capital de México ha presenciado, y nunca olvidará, los insultantes espectáculos y encarnizada malignidad con que se han deleitado los opresores en humillar y atormentar á los oprimidos. Por disposición del gobierno fueron sacados como en cuerda los proscriptos, revueltos á la ciudad cual rebaño de animales, y hundidos en prisiones sin admitirles fianzas: vióse á los gobernantes convirtiendo el edificio del fanatismo religioso en prisión del fanatismo político, y los calabozos del Santo Oficio en mazmorras de la seguridad pública. Repletas éstas y las cárceles comunes, se hizo otra de un gran convento, encomendadas sus custodias á gentes sacadas de la hez del pueblo para vestir el uniforme de milicia cívica. Las quejas ó demandas de los encarcelados eran contestadas con el insolente lenguaje de la soez canalla (guardia nacional!!) y con las amenazas del degüello y asesinato. A algunos que al cabo de dos ó tres meses lograron preguntar, por conducto de algún pariente ó amigo, la causa de su prisión, se les respondió con aire de mofa, que era un equívoco por su parte suponerse presos, pues no estaban mas que detenidos por providencia gubernativa; y varios al cabo de tanto sufrimiento fueron puestos en la calle por la orden verbal de un oficial cívico sin otra ceremonia, lo mismo que habían sido encarcelados. La mortal epidemia de Asia arrojaba por miles al sepulcro á los habitantes de la consternada ciudad, y mas se doblaban los cerrojos á las víctimas de la barbarie. Una esposa moribunda ruega se le permita el á Dios postrero del amor conyugal, y el marido (uno de los generales depuestos, y que veinte y tres años antes fue mejor tratado en una fortaleza española á que lo condujo el delito de haberse asociado con los primeros que acometieron la empresa de independencia nacional) está dispuesto á ser conducido rodeado de cuanta fuerza se quisiese; pero partió aquella sin consuelo; y este quedó inmoble pasando su viudez en la prisión que lo encerraba. Ni tampoco es permitido á un hijo (de los jefes vencedores de Ulúa) acercarse al lecho de muerte de su anciano padre, magistrado venerable por su sabiduría, virtudes eminentes y antiguos padecimientos en obsequio de la independencia patria. El sexo mismo femenil fue insultado por la cólera de D. Valentín Farías, quien con bronco acento y fiero ceño amenazó á matronas respetables con la cárcel de las recogidas, es decir, de las mujeres públicas. No hay género de vilipendio y mortificación que no se haya empleado en la ejecución de las proscripciones por los sátrapas de tan despiadadas autoridades. Y para colmo de inhumanidad se ha colocado en el puerto de Veracruz por alcaide á un bárbaro, nada el otro día, y hoy uno de los de la legión de generales patriotas, hombre rudo y sin educación, pero celoso hasta la hipérbole en la comisión de oprimir insolentemente. ¡Verdugo propio de tal gobierno, y digno comitre de pontones! Un D. N… ha sido autorizado para disponer de las cuerdas de proscriptos y de su custodia, en tanto son trasbordados á los buques que los han de conducir mas allá de los mares; y lo ha cumplido y sigue cumpliendo á completa satisfacción de las autoridades del palacio de México. Ha hecho ostentación de la retórica que acostumbran gentes de su ralea y crianza, y alarde de valor sobre indefensos y oprimidos. Los ha sepultado en un inmundo y desbaratado pontón en la rada de Veracruz á la intemperie de los nortes, y en su sociedad con presidarios. No han bastado los espaciosos cuarteles ú otros edificios de la ciudad, ni la fortaleza del castillo; allí podían estar seguros, pero era necesario todavía mas, maltratarlos y ejercer sobre ellos las venganzas de los cobardes y villanos. Esto se ha visto y se está viendo en la república mexicana, en donde ignora probablemente D. Valentín Farías que tales prisiones en semejantes pontones son reputados en el día por usos bárbaros, reprobados por el derecho de gentes aun para los prisioneros de nación á nación. Cualquiera que esté medianamente impuesto en la historia política y militar del presente siglo, sabe que esta clase de prisiones fue objeto de fuertes reclamaciones en las últimas guerras de Europa, y qué la opinión común de sus naciones acabó por condenarlas como indignas de pueblos cultos. Pero los actuales legisladores y gobernantes de esta república, han fallado que el derecho público europeo no es propio para su tierra clásica de libertad; y que en ella el dicho reo de delitos políticos, condenado sin juicio ni defensa, no puede estar asegurado sino sobre los mares, y en la infección pestilente de un podrido pontón.
Todo esto y mucho mas que han presenciado cuantos hantenido la desgracia de habitar este país en el calamitoso año de mil ochocientos treinta  y tres, se ha hecho en honor y gloria de la libertad mexicana, no de otra suerte que cuando el hipócrita Tiberio, y el prostituido senado que lo adulaba, ejercían la tirania bajo la invocación de la antigua libertad romana. Así cuadra también á esta república de nombre, como aquella fantasma de república, la grave censura del político é historiador Tácito, "Speciosa verbis reinancia, aut subdola; quanto que majore libertatis imagine legebantur, tanto eruptura ad infensius scrvitium. "
Veamos ahora como se expresa acerca de este mismo asunto, el Dr. D. J. M. L. Mora, cuya autoridad no puede ser recusada, según pienso.
“… Es necesario convenir en que el año 833 se abusó con una escandalosa prodigalidad del poder extraordinario concedido al ejecutivo. Ni la lista de desterrados acordada por las cámaras, á pesar de las visibles iniquidades que se notaban en ella por la sustancia y por el modo, ni el extrañamiento de los oficiales y jefes aprendidos con las armas en la mano hubieran causado alarma universal si todo hubiera quedado en esto. Pero no fue así; el gobierno, al publicar la ley de desterrados que le confería las facultades para hacer lo mismo, abuso de éstas sin término ni medida, expidiendo en dos solos días mas de trescientos pasaportes á personas por la mayor parte inocentes, ó de una culpabilidad muy ligera ó cuestionable. Este abuso fue todavía mayor en los estados, cuyos gobiernos autorizados extraordinariamente por sus respectivas legislaturas se hicieron un deber de buscar y tener conspiradores á quienes descerrar, á imitación de los poderes supremos: hasta los prefectos, alcaldes y ayuntamientos se creyeron autorizados á hacer lo mismo, y hubo bastantes ejemplos de que esta opinión no quedó siempre ceñida á línea especulativa; de todo resultó que el gobierno supremo desterraba para fuera de la república, las legislaturas particulares y gobernadores de un estado para otro: y las autoridades subalternas, de un pueblo ó ciudad á la otra. Así es como una parte muy considerable de los habitantes de la república se hallaron en pocos días fuera de su casa, de sus negocios, y del lugar de su residencia, y concibieron el encono natural y consiguiente contra un estado de cosas que les causaba tamañas vejaciones casi siempre sin motivo…”
“… Entre los actos dictatoriales de la administración de 1833, uno de los que merecen menos disculpa, es el de la privación de empleo de generales de división acordada por las cámaras contra los Sres. Negrete y Echavarri. Estos ciudadanos, sobre quienes se habían hecho gravitar de años atrás, sin la menor sombra de justicia, todo el peso de un infortunio no merecido: sufrían con resignación un destierro impuesto por el gobierno, después de un juicio absolutorio pronunciado por las comisiones militares que los juzgaron. Bochornoso era para el gobierno mexicano, que personas de tan importantes y señalados servicios fuesen, siendo inocentes (pues tanto quiere decir absuelto), recompensados de una manera tan poco digna; á pesar de esto la conducta del gobierno tenía una explicación aparente, ya que no fuese como no lo era satisfactoria: son hombres agravados y por otra parte temibles, podría decirse, y siendo así menos malo es tenerlos fuera del país. Esto si no persuade, se entiende á lo menos; pero ¿cómo entender que se quite sin antecedente, á un hombre un título estéril para el poder, y fecundo en consecuencias para el honor; título ganado sobre el campo de batalla, de donde ha salido la existencia política de la nación? Esta afrenta oficiosa contra hombres inofensivos es acaso la falta mas enorme de la administración de 1833. Las de algunos estados en el ejercicio del poder extraordinario no conocieron términos ni medida. Cuando el poder supremo templaba en el rigor de sus providencias; los gobiernos de México, Jalisco, San Luis, Oaxaca y Puebla aprobaban por una conducta poco prudente la situación ya bien crítica del país. Hoy, á Dios gracias, no hay quien no reconozca estos extravíos, y la lección dura y amarguísima que sufren los liberales, no será tal vez perdida para la marcha del progreso. El poder discrecionario es una necesidad indispensable en ciertos casos; pero es necesario usar de él con sobriedad, y sobre todo, no perder de vista su carácter excepcional, á virtud del cual no puede ser el regulador de la marcha ordinaria…”
(6) Le monde avec lenteur marche verz la sagesse.—Voltaire.
(7) "Une république aurait d'abord contre elle les souvenirs dû la république meme. Ces souvenirs ne sont nullement effacés: on n'a pas oublié le temps ou la mort entre la liberté et l'égalité, marchait appuyée sur leur bras. Quaud vouz reriez tombés dans une nouvelle anarchie, pourrier-vous réveiller sur son rocher l'Hercùle qui fut seul capable d'éltoffer le monstre? De ces hommes fastigides il y en an cinq ou six dans l'histoire: dans quelque mille ans, votre postérité pourra voir un autre Napoleon; quant d vous, nel'attender pas."—(Chateaubriand. )
(8) Lo cual fue causa de que llegase á ser proverbial la expresión de usurero como un genovés.
(9) Véase el mismo artículo de que se habla en la nota anterior.
(10) Tal es el estado ruinoso á que ha venido la magnífica obra del desagüe de Huehuetoca por nuestro abandono y apatía, que en estos mismos momentos en que escribo, se halla inminentemente amenazada de una inundación la capital de la república, que todos los años se ve expuesta á igual riesgo, durante la estación de las lluvias.
(11) …  Actas parentum, pejor avis, Nos nequiores tullit. … Nuestros padres, peores que nuestros abuelos, nos produjeron á nosotros ya mas malos.—Hor.
(12) Hernán Cortés.
(13) ¿Qué política falsa y perniciosa es esa que retarda incesantemente la terminación del asunto de Tejas, como si de tal irresolución pudiera esperarse ningún provecho? ¿En qué piensan, los que con ofensa de la razón natural y de los intereses nacionales precipitaron en época bien reciente un desenlace poco honroso para el país, en otra cuestión quizá mas nacional, que por el contrario demandaba mas espera; y luego, como para lavar esa mancha, proponen la dilación cuando debía recomendarse la actividad, sea para sujetar á los téjanos, ó para transigir con ellos, apelando para tal dilación á un mal entendido patriotismo? Los que así pretenden aparentar un encendido celo nacional, ¿lo reconocieron acaso en la España, cuando por resistir obcecadamente esta nación el reconocimiento de la independencia de sus antiguas colonias, se privó de todas las ventajas, que una conducta mas previsora y discreta le hubiera indudablemente proporcionado? ¿Qué espíritu de vértigo es ese que nos hace seguir la misma conducta que tan amargamente hemos censurado en los demás? Y qué, ¿habrán de sacrificarse siempre los intereses de nuestra desventurada nación, porque no haya quien se atreva á tomar abierta y noblemente su verdadera defensa, que no consiste en engañarla á trueque de adular servilmente á las preocupaciones vulgares, sino en manifestarle sin rebozo alguno lo que le conviene?
(14) Quien brilla en humilde puesto. En mas alto se oscurece.
(15) The americans have gained more by their faults having been pointed out by travellers than they will choose to allow; and, from his moral courage in fearlessly pointing out the truth, the best friend to America, among their own countrymen, has been Dr. Chamiing.
Los americanos del Norte han ganado mucho mas de lo que quieren confesar con que los viajeros les hayan indicado sus faltas; y ciertamente que, por su valor en censurarlas y decirles la verdad, sin embozo ni temor, el mejor amigo de aquella república ha sido, entre todos sus compatriotas, el Dr. Channing.—Capt. Marryat.
(16) Véase la Oración pronunciada el 16 de Septiembre, por el Sr. D. J. M. Tornel, con ocasión del Aniversario de nuestra independencia.
(17) Qui in parvis aut in magnis deceptione agit, ille inimicus... ita dum de patria agitur.—[Anaeus Florus.]
(18 ¿Quién podrá disputarnos á nosotros los nuestros?
(19) Numquam libertas gratior ex quam sub rege pio.—Claud.
(20) Seguramente que el autor solo habla de las varias modificaciones que entre nosotros han tenido los principios republicanos; pues no pudiendo llamarse propiamente monarquía el mismo imperio fundado por D. Agustín de Iturbide, no debemos mirarlo como un ensayo plausible del sistema monárquico.
(21) Entiéndase que solamente me refiero al principio monárquico consignado en aquel célebre, documento, que ahora más que nunca, acredita la alta sabiduría de sus autores.
(22) ¡Cómo si un emisario procediera nunca con la leal franqueza que marca mi conducta en esta ocasión, en que me presento, con firme resolución, á publicar mis principios sin ningún rebozo ni disfraz, sujetándolos á la voluntad de la nación! Un emisario obra siempre oculta y misteriosamente, y no sujeta públicamente sus ideas ni sus proyectos á la voluntad de una nación; sino antes bien, busca la consecución de sus fines en la astucia y en el secreto, sin despreciar medio alguno por ilícito que sea.
(23) Esta circunstancia es tanto mas agravante, cuanto que todo contribuía á hacer mirar como seguro el triunfo que posponían en la guerra civil de entonces los enemigos de aquel gobierno, nacido de los horrores de la Acordada y del Parián.

 

(*) No debe olvidarse que este artículo, el primero de los publicados por un, contenía, menos que ningún otro, personalidades de ninguna especie. Eso no obstante, fuí asaltado con ataques personalmente injuriosos en el Censor de Veracruz...! y conviniéndome ahora mas que nunca, deslindar mi posición, y presentarme tal cual soy á mis conciudadanos, para que no se desvirtúen las opiniones que al presente doy á la luz pública, debí rechazar con energica vehemencia cuanto podía mancillar mi reputación, aun indirectamente. Y como al mismo tiempo hubo quien, por medio de sus amigos, se confesase ofendido de mi aserción contra la ecsistencia de una persona capaz de ejercer la dictadura, y se ostentase ipso facto aspirante á aquella tremenda autoridad, juzgué que era deber mio, como ciudadano, dar á mis ideas la extension que habran visto mis lectores en mi segundo artículo inserto en el Diario de 2 de este mes de Octubre. Yo que asenté proposiciones generales, no pude ser el agresor. Fuéronlo por el contrario los que personalmente me atacaron á mí, al mismo tiempo que procuraban impugnar mis opiniones sin considerar, que entre homres, es de honor, no deben emplearse medios tan bastardos como las personalidades. No debia yo ciertamente dirigir mi acometída a solo el periodico que se prestó á servir de instrumento á miras agenas; sino antes bien, debi remontar a la fuente, con tanta mas razón, cuanto que al hacer mi defensa, hacia yo la de la nación entera, pues que me esforzaba por parar los tiros que se me asestaban á mí, únicamente, porque procuraron con afán ponerla a cubierto de ellos. El referido periódico y yo, no somos mas que agentes, cada uno de la causa que defiende. Jamas ha habido entre ambos las mas mínimas relaciones; y por consiguiente, no puede ecsistir, entre uno y otro, prevención ni odio. El calor que se manifiesta en el ataque, y la animosa resolución que yo muestro en la repulsa, hijos sin duda de nuestro ardoroso celo en favor de nuestros clientes, Mi cliente es la nación; el del Censor de Veracruz …! Es un ciudadano que sin haber sido nombrado una vez siquiera, en esta ocasión, todo el mundo lo cita por su nombre, desde que el mismo Censor se encargó tan ardorosamente de su defensa. Resulta pues, que no son menos conocidos los atronos que los clientes.
Comprometiéndome yo desde ahora á no ecsigir de esta infortunada nación ninguna especie de recompensa por el humilde servicio, que creo de deber prestarle en esta vez, merecería tan desinteresado proceder, cuando una ilimitada aprobación, á lo menos la benevolencia de todo hombre que sepa lo que es independencia y dignidad de animo, moralidad publica y verdadero patriotismo. El éxito dirá hasta que punto puede fuundadarnenre seperar un mexicano, en casos como el presente, la practica de semejantes actitudes entre sus conciudadanos.

† 
A todos y á ninguno
Mis advertencias tocan:
Quien la siente se culpa;
El que nó, que las oiga.
……….
Y pues no vituperan
Señaladas personas,
Quien haga aplicaciones
Con su pan se lo coma.—(Iriarte. fáb 1

Tal vez podría contestarme alguno de los paladines de que he hablado

De los tuertos hablas mal,
Y dices ¿por qué me enojo?
¿Cómo he de callar, Pascual?
¿No ves que me falta un ojo?