Home Page Image
 

Edición-2020.png

Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

Este Sitio es un proyecto personal y no recibe ni ha recibido financiamiento público o privado.

 

 
 
 
 


1823 Manifiesto de Antonio López de Santa Anna tras la proclamación del Acta de Casa Mata.

Veracruz, febrero 2 de 1823

 

 

Manifiesto del general Antonio López de Santa Anna a sus compatriotas.

Conciudadanos: cuando el 2 de diciembre, al frente de algunas tropas de esta provincia, fui uno de los primeros que acudieron al grito con que la patria clamaba auxilio de sus soldados para ser reintegrada en la plenitud de sus derechos, no hice otra cosa que cumplir con el primer deber que me imponían mi profesión, mi honor y mi conciencia. Lo hice porque con claro conocimiento y gustosa voluntad, en unión de todo el ejército mexicano, nos habíamos comprometido a sostener hasta el último aliento de la vida nuestra representación nacional, única fuente legítima de toda autoridad y ley; lo hice porque cuantos tuvimos la gloria de empuñar la espada para hacer independiente a nuestra patria, nos habíamos obligado a obedecer y hacer cumplir las leyes del congreso soberano, poniendo por testigo de nuestro solemne compromiso al Dios fundador de las sociedades para la felicidad común de los hombres, no para el particular provecho de algunos. Estos han sido los principios que han influido en un procedimiento que la detracción y empeño de continuar sometiéndonos al yugo de vergonzosa servidumbre, han calificado con los dicterios de rebeldía, ingratitud, resentimiento, ambición y aun impiedad.

Así es como la tiranía ha sorprendido en todos tiempos la sencillez y religiosidad de los pueblos, profanando con sacrílego atentado el nombre santo de Dios y derramando calumnias para hacer a los hombres instrumentos propios de su perdición. Así es como los defensores de un poder ilimitado han procurado insidiosamente degradar a la raza humana, dando a las naciones en su infancia impresiones cuyas consecuencias son tan duraderas como contrarias a su bien y prosperidad. En tales casos, todo hombre que ama la libertad y venera la justicia, y muy particularmente el soldado, se ve poderosamente comprometido a posponer toda consideración personal, oponiendo sus fuerzas a los agentes de la ruina de la patria.

Es ésta inevitable cuando el santuario de las leyes [es] invadido; cuando un poder se constituye impunemente en juez y ejecutor de la sentencia que profiere contra la augusta asamblea de la nación; cuando sus representantes son impedidos de ejercer libremente, en el desempeño de sus funciones, todo el influjo de sus opiniones y sentimientos, y cuando arredrados por temor, se ven precisados o a prostituir su sagrado carácter o a perecer víctimas de la venganza armada.

Conceder al que manda la fuerza el derecho de inspección sobre el cuerpo legislativo, hasta el punto de decidir cuando y como deba existir, investir al ejecutor de la ley, cualquiera que sea el título de su autoridad legítima o usurpada, de prerrogativa tan terrible como es la de disolver la representación nacional y juzgar a sus miembros, porque la permanencia de aquélla no se halla de conformidad con sus opiniones o intereses, sería introducir un principio subversivo de organización en aquellas sociedades que, en tanto sostiene su independencia, en cuanto es la base sobre que descansan sus libertades. Haría una injuria a la buena razón de mis conciudadanos si me esforzase en comprobar la monstruosidad de una máxima que será enhorabuena acomodada a los pueblos gobernados por la voluntad de uno solo, pero que excita la indignación de los hombres a quienes no son desconocidos los derechos que recibieron del Creador.

Sostenida por la fuerza tan perniciosa doctrina, no habría tirano que so pretexto del bien público no ejerciese el más desenfrenado poder con tanta mayor seguridad, cuanto que las formas legales le prestarían la apariencia de justo y vigilante conservador de la tranquilidad pública. Nada sería más fácil ni con mas frecuencia practicado que formar un proceso de acriminaciones contra los delegados de la voluntad nacional, y por este medio pronunciar el jefe del estado el inapelable fallo de exterminar los congresos. La historia del nuestro es la historia de las tribulaciones, de las persecuciones y de las posiciones más difíciles en que jamás se vio un cuerpo representativo. Sin ser plenamente árbitro de sus deliberaciones, los grandes intereses de la nación hubieron de plegarse muchas veces a respetos personales. El tiempo y la posteridad recordarán con dolor y compasión los sufrimientos y suerte del primer Congreso mexicano en la mayoría de sus miembros, si es que la presente generación (como no es de esperarse) se manifestase ingrata e insensible a las calamidades que le afligen.

Estas reflexiones son tan claras y justas, como que prepararon muy de antemano la resolución que era preciso formase un número muy considerable de jefes y oficiales del ejército, no menos distinguidos por su valor y saber militar, que ilustrados acerca de los únicos medios que puedan consolidar nuestra independencia; dándonos al mismo tiempo instituciones encaminadas a la sólida felicidad de la nación. Tan persuadido me hallo de la lucha que allá en su corazón sufrían los beneméritos jefes y patriotas militares del ejército, cuando los sentimientos de amor y honor a la patria eran encontrados por el temor de no hacer todavía una resistencia fructuosa a las demasías del poder absoluto, que a no suponerme ridículamente apreciador de mí mismo, jamás pudo convenir la nota de ambicioso en el grado y modo con que se intentó en los papeles de México para hacer odiosa mi persona.

Siendo por tanto de mi interés, y me atrevo a decir del de la causa pública, vindicar mi nombre, especialmente en la opinión de mis compañeros de armas, a quienes con siniestras intenciones se ha procurado inspirar espíritu de odiosidad hacía mí; declaro del modo más público y más solemne, que al dar el grito de libertad no me animó otra ambición que la de la gloria de no ser de los últimos de entre sus defensores.

Sabía muy bien que a merced de las circunstancias, amparándome bajo las fortalezas de esta plaza, podía colocarme a la vanguardia de una empresa cuya ejecución y afortunado suceso estaban cometidos al merecido crédito y patriotismo de algunos generales y valientes tropas mexicanas, obré impelido de la persuasión que por este acontecimiento, seguido de los oficiales y soldados que se unieron en mi ayuda, no hacía otra cosa que contribuir en alguna parte a la remoción de los obstáculos que por largo tiempo han detenido el cumplimiento de los planes trazados para libertar a la nación de su total exterminio. El éxito correspondió a las esperanzas; luego salió de su retiro el antiguo caudillo de nuestra independencia y libertad, D. Guadalupe Victoria, y al momento reconocí en su autoridad la primera que debería obedecerse. Posteriormente han sido aquellas satisfechas el día 2 de febrero, día de gloria y honor para aquel ejército que, mandado a hacer guerra a sus hermanos, proclamó por libre y propia voluntad la uniformidad de sus sentimientos con los de aquellos a quienes se pretendió darles por enemigos.

El ejército que se reputo sitiador, es digno de nuestro amor fraternal, sus beneméritos jefes y bravos oficiales, acreedores al renombre de soldados de la patria, bajo las órdenes el político y valiente general Echávarri, defensor ilustre de los derechos de la nación. Es un deber de justicia confesar, como lo hago a mi nombre y el de mis compañeros, lo que el tiempo y resultados han puesto de manifiesto a nuestra vista. La división sitiadora se hallaba dispuesta a cooperar con nuestros intentos; pero la prudencia no había marcado la oportunidad de nuestra unión hasta aquel día memorable en los anales de la libertad mexicana; unión que teniendo por objeto la defensa de la representación nacional y sostenimiento de todas la leyes fundamentales que emanaren de su libre resolución, será indisoluble. La espada con que nos armó la patria, no será teñida en sangre, sino cuando a nuestro pesar y contra nuestras esperanzas, hubiese algún hijo suyo tan desnaturalizado que intente despojarla del primero y más sagrado de sus derechos. Tal es la profesión de principios que oponemos todos de consuno a los tiros con que pueda iarentar [sic] la maledicencia frustrar el término de nuestras puras intenciones.

Séame permitido oponer a la tacha de ingratitud con que se me ha denigrado en ciertos papeles del interior, el principio que Dios ha planteado en el corazón humano. Cuando la patria perece porque toca al borde del último precipicio, toda consideración personal cesa. Cruel es la alternativa entre la gratitud o la salud del pueblo, pero posponer esta a aquella no es permitido al ciudadano sin ofensa del honor y de la justicia.

Se ha querido envilecer mi conducta con la negra imputación de resentimiento, y es el tiempo de confesar que entró ésta en parte de mi determinación; pero ha sido el resentimiento no de algún acuerdo que presumiese cedía en desaire de mi persona (según se aseguró) sino el de volver por mi honor lastimado en la opinión de muchos de mis conciudadanos. Aquella misma exactitud y diferencia con que cumplía las órdenes de un gobierno a quien un prudente sufrimiento aconsejaba no ser llegado el tiempo de resistir con suceso, me adquirió la odiosa calificación de ser uno de los más ejecutivos instrumentos. Nada pues mas natural, sino que aspirando a salvar lo que tengo en más estima que la vida, cual es conservar la buena opinión y aprecio de mis compatriotas, me apresuré a probar por un acto tan arriesgado como público que era defensor de la libertad el que fue reputado su enemigo.

Pero entre todos los delitos que me prodigó la detracción de algunos escritores conocidos por sus intereses y principios, ninguno me ha herido en lo más vivo del corazón como suponerme ocupado en cometer el horrendo crimen de sacrificar la independencia de mi patria al gobierno español. El tiempo ha descubierto todo el veneno de una calumnia forjada con el objeto de convertir en causa de personas la que no es sino del estado. Por engaños de que nunca se vale un enemigo noble y cristiano, se quiso distraer la atención de los pueblos para evitar su cooperación en el rescate de sus derechos. Conocidas son ya las relaciones que he conservado con el general Lemaur, gobernador del castillo de Ulúa, cuyo objeto no ha sido otro sino suspender recíprocamente las hostilidades, envolviendo aquellas miras de transigir amigablemente nuestras pretensiones, y por consiguiente salvo, antes que nada, el principio de independencia y derecho de disponer de nosotros mismos.

Debido es confesar, como lo hago con esta ocasión, que el proceder del señor Lemaur ha sido enteramente ajustado a las leyes del honor y de la buena fe; haría traición a mis sentimientos si no declarase que tanto de palabra como de hecho ha manifestado aquel filantrópico general miras generosas de conciliación. La unión fraternal que hemos jurado y sostendremos con nuestros ciudadanos europeos, y traer la resolución de nuestras diferencias a punto de ser terminadas bajo principios de recíproca conveniencia entre España y América independiente, han sido los motivos de su conducta política y militar. Si así no fuese, lo habría contemplado como el primero de mis enemigos.

Conciudadanos: os he puesto los motivos que han influido en mi procedimiento; ellos son conocidos al ejército con quien tengo el honor de hallarme unido; y aunque en esta manifestación he deseado defenderme, aseguro que más tiene por objeto hacer frente a las asechanzas con que todavía puede pretenderse retardar la victoria de las armas libertadoras que avanzan por todos los ángulos del suelo mexicano. Al frente de ellas se ven colocados distinguidos y patriotas generales; cobrad confianza y sigamos sus huellas.

Conciudadanos: yo os conjuro en nombre de nuestra común patria, en nombre de los derechos de la humanidad, en nombre del carácter nacional y militar de México, que nos unamos todos en un mismo corazón para evitar la consumación de nuestra ruina. Demos testimonios a las naciones del mundo civilizado que en tanto quisimos ser independientes en cuanto aspiramos a ser libres. La existencia de la patria está en manos de la representación nacional: en sus manos está nuestra suerte y la de millones de generaciones venideras. Hemos jurado salvar a la nación, ella será libre.

Veracruz 2 de febrero de 1823.

Antonio López de Santa Anna

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Juan Ortiz Escamilla (Comp.) [Con la colaboración de David Carbajal López y Paulo César López Romero]. Veracruz. La guerra por la Independencia de México 1821-1825. Antología de documentos. Comisión Estatal del Bicentenario de la Independencia y del Centenario de la Revolución Mexicana.