Home Page Image
 
Edición-2020.png

Autora: Doralicia Carmona Dávila.

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

Este Sitio es un proyecto personal y no recibe ni ha recibido financiamiento público o privado.

 
 

 


 


Finaliza la guerra cristera sin pacto alguno del gobierno con el Vaticano, únicamente los actos del clero se ajustarán a las leyes vigentes

21 de Junio de 1929

El arzobispo de Michoacán y delegado apostólico Leopoldo Ruiz y Flores y el obispo de Tabasco Pascual Díaz, firman con el presidente Portes Gil los acuerdos entre la Iglesia Católica y el Estado, redactados por el embajador norteamericano Dwight W. Morrow, que no tienen carácter oficial, pues la Iglesia carece de personalidad jurídica para convenir con el Ejecutivo.

Sin pedir ni ceder algo a cambio, el gobierno concede amnistía a los cristeros que se rindan y devuelve los templos y casas que no estén ocupadas por alguna oficina gubernamental. La Iglesia y los católicos quedan en la misma situación que tenían antes de estallar la guerra cristera.

Portes Gil, antes de firmarlos, pide como favor que salgan del país los prelados González y Valencia, y Manríquez y Zárate, únicos que tomaron partido en favor de los cristeros, y Monseñor Orozco, “pesadilla” del gobierno, para calmar a los jacobinos que seguramente estarán contra estos arreglos. Lo cual es aceptado. Inmediatamente después de este acto, los prelados van a dar gracias a la Basílica de Guadalupe, en donde Monseñor Ruiz y Flores comunica a Monseñor Díaz que el Papa lo ha nombrado arzobispo de México.

Desde el 5 de junio pasado comenzaron los arreglos. En Saint Louis Missouri, Morrow había hecho enganchar su vagón al tren en el que iban Mons. Ruiz y Flores y Mons. Pascual Díaz, y durante el trayecto hasta la frontera mexicana estuvieron los tres preparando la negociación.

En los siguientes días, los radicales rojos y blancos trataron de que fracasaran las negociaciones. El 11 de junio, el general Aristeo Pedroza, párroco de Ayo el Chico, en Jalisco, escribió a Ruiz y Flores: “Si el tirano se niega a conceder todas las libertades que exigimos, dejad que el pueblo continúe la lucha para alcanzarlas y no entreguéis a toda esa porción de vuestra grey a una matanza estéril. Recordad que Vosotros declarasteis hace tres años que era lícita la defensa armada contra la tiranía callista; no entreguéis a vuestras ovejas a la cuchilla del verdugo".

Por fin, el día 12 se celebró la primera entrevista entre el presidente Portes Gil y los prelados representantes de la iglesia católica.

El 14, en un telegrama al presidente, Adalberto Tejeda, secretario de Gobernación, deploró la vuelta inminente del "cochino clero que quiere reanudar su tarea monstruosa de deformar las conciencias y la moralidad del pueblo... No vais a permitir que las leyes de Reforma y la Constitución sean violadas". Los masones y la CROM multiplicaron los telegramas, y Portes Gil tuvo que aclarar a la prensa que no se transigiría.

El conflicto había estallado abiertamente el 4 de febrero de 1926, con las declaraciones del arzobispo Mora y del Río de que “el episcopado, clero y católicos, no reconocemos y combatiremos los artículos 3º, 5º y 130 de la constitución vigente”. A partir de este suceso se desencadenaron los siguientes hechos: consignación del prelado declarante, clausura de templos y centros religiosos, expulsión de sacerdotes extranjeros y del delegado apostólico; aprehensión de sacerdotes, encarcelamiento de los líderes de la Liga Nacional de la Defensa de la Libertad Religiosa, por convocar a la “paralización de la vida social y económica”; expedición de la Ley de Cultos, suspensión de cultos por parte del Episcopado a partir del 31 de julio; agitación, manifestaciones de ambos bandos y organización de brigadas femeninas; y finalmente, en enero de 1927, rebelión armada de los cristeros en los estados de Michoacán, Jalisco y Guanajuato, que después se extendería a Colima y a algunas zonas de Durango, Zacatecas, Guerrero, Oaxaca, Veracruz, Puebla y estado de México, pero sin perder su carácter básicamente regional centrado en el Bajío.

La rebelión armada de los cristeros basaba su triunfo en la ayuda que recibirían de los católicos de los Estados Unidos promovida por René Capistrán Garza y de la Europa católica mediante la organización VITA México, dirigida desde Italia por Antonio López Ortega y dependiente de la Liga Nacional de Defensa de la Libertad Religiosa, El Plan era tomar por las armas parte del territorio de la frontera norte de México, para reclamar ser reconocidos como parte beligerante y tener todos los derechos internacionales derivados de esta condición. El plan fracaso y el movimiento comenzó a decaer.

El episcopado respaldó a los cristeros aunque nunca abiertamente; y cuando la ayuda internacional no llegó y quedó claro el fracaso de la cristiada, le retiró su apoyo, dejó a su suerte a las guerrillas cristeras e ignoró en sus contactos con el gobierno a la Liga.

La guerra había sido sangrienta y cruel. El ejército saqueaba templos, asesinaba sacerdotes y bombardeaba pueblos desde aviones. Los cristeros cometían atrocidades, como la del Padre y General José Reyes Vega, quien ordenó incendiar un tren con todo y pasajeros. Había tenido lugar por lo menos una gran batalla en Tepatitlán, en la cual salió derrotado por Reyes Vega el general Saturnino Cedillo. En realidad, la guerra ya era insostenible para el clero y el gobierno, pero las críticas y posible reacción de los fanáticos de ambos bandos hacían sumamente difícil emprender cualquier negociación. Ninguno quería que sus seguidores lo acusaran de ceder. Al Vaticano y a la jerarquía católica mexicana les urgía terminar una rebelión armada que surgió espontáneamente, que no controlaban y que actuaba con gran autonomía. Temían además, que la suspensión prolongada del culto esté “resfriando más y más cada día la piedad de los fieles". La pacificación les permitiría continuar “la batalla por las almas” mediante la institucionalización acelerada de la Acción Católica. 

El gobierno, a pesar de contar con el apoyo financiero, militar y político de los Estados Unidos, fue incapaz de derrotar definitivamente a los alzados y sufría una sangría constante de recursos y de tropas con las acciones guerrilleras de los cristeros, que le obligaban a desatender otros problemas agravados por la economía paralizada. Recelaba que una rebelión obregonista pudiera encontrar aliados entre los cristeros, como ya lo había intentado la reciente “revolución escobarista”. Asimismo, tenía que enfrentar una futura reñida elección en la que el candidato derrotado podía buscar el apoyo cristero. Además, en el Congreso los obregonistas criticaban la continuación de la guerra: “Llevamos dos años para combatir dos mil y no se ha acabado con ellos. ¿Es que nuestros soldados no saben combatir rancheros, o no se quiere que se acabe la rebelión?” El entierro de León Toral, asesino de Obregón, al que acudieron miles de personas y el atentado al tren presidencial, habían tensado más la situación.

Sin embargo, los jefes cristeros eran reacios a un arreglo porque sabían que en el momento de que se abrieran los templos, la deserción sería general. Cada vez que intuían algún intento de negociación, protestaban y exigían que a los combatientes se les tomara en cuenta, ya que “es nuestra actitud la que provoca el intento del tirano para solucionar el conflicto". Su movimiento estaba en auge, en el occidente de México disponían de 25,000 hombres armados y organizados, aunque pésimamente municionados; y en el resto del país, había otros 25,000 cristeros. Contaban con más de 2000 autoridades civiles, 300 escuelas y basto apoyo popular, como las miles de mujeres que transportaban parque entre sus ropas. Su jefe principal, el general exfederal Enrique Goroztieta y Velarde, había fracasado en aliarse con el candidato presidencial Vasconcelos, quien le dio cita para después de las elecciones. A fines de mayo, cuando el arreglo parecía inminente, Goroztieta dijo a Manuel Ramírez: "Nos venden, Manuelito, nos venden”.

El escollo estaba en convencer a los jefes cristeros a deponer las armas. La muerte de Gorostieta ocurrió de manera providencial. El 3 de junio anterior fue fusilado por tropas del general Cedillo. Oficialmente se anunció que había caído accidentalmente en una emboscada. Vasconcelos denunció que Cedillo había iniciado negociaciones con Gorostieta para hacerle caer en una trampa y suprimir así un estorbo al arreglo.

Enrique Gorostieta Velarde fue artillero egresado del Colegio Militar y uno de los jóvenes generales que ascendió Victoriano Huerta en mayo de 1914. Dado de baja conforme a los Tratados de Teoloyucan, se exilió en Estados Unidos, en donde fue hecho prisionero con Huerta y después liberado. La Liga Nacional para la Defensa de la Libertad Religiosa LNDR, lo contrató por tres mil pesos oro mensuales para dirigir la guerra cristera en julio de 1927, guerra en la que mostró gran talento para organizar guerrillas y un ejército regular que pudo derrotar a Saturnino Cedillo,  Masón y jacobino, finalmente se convirtió al catolicismo, según Jean Meyer (La Cristiada).

Al hacerse público al otro día, el acuerdo entre Portes Gil y los representantes de la iglesia católica, las campanas tocan a vuelo en todo el país para anunciar la reanudación del culto. Los aviones del gobierno tiran sobre los campos ocupados por los cristeros miles de volantes anunciando el término de las hostilidades y los obispos envían sacerdotes para persuadirlos de amnistiarse. Los cristeros se desbandan convencidos de su victoria porque habiendo peleado por ir a misa, la misa vuelve a oficiarse.

La mañana del 27 de junio, en la Basílica de Guadalupe, se impondrá solemnemente el sagrado palio al nuevo arzobispo de México y se celebrará la primera misa desde que estalló el conflicto hace casi tres años.

El general en jefe cristero, Jesús Degollado Guízar, licenciará las tropas que llevan el nombre de Guardia Nacional el 13 de julio siguiente y en un manifiesto señalará: "La Guardia Nacional desaparece, no vencida por nuestros enemigos, sino, en realidad, abandonada por aquellos que debían recibir, los primeros, el fruto valioso de sus sacrificios y abnegaciones. Ave, Cristo, los que por ti vamos a la humillación, al destierro, tal vez a una muerte gloriosa, víctimas de nuestros enemigos, con el más fervoroso de nuestros amores, te saludamos y una vez más te aclamamos Rey de nuestra patria."

Pero la pacificación no será fácil ni inmediata, el rumor popular será que hay más muertos después de la guerra que durante ella. Los principales líderes cristeros sobrevivientes serán perseguidos por algunos generales al margen de los arreglos. Se estima que en la Cristiada murieron más de 80,000 personas. La paz definitiva llegará hasta el gobierno de Ávila Camacho.

Finaliza así la guerra sin pacto ni compromiso alguno del gobierno con el Vaticano, únicamente los actos del clero se ajustarán a las prescripciones de las leyes vigentes. Roma ordenó a Mons. Ruiz practicar “la ciencia de perder ganando". Los comunistas de entonces así lo comprenden: "La Iglesia que durante siglos fue la representante del orden feudal, latifundista, hoy sabrá representar además los intereses de la clase capitalista, patronal, explotadora; la Iglesia, eterno instrumento para mantener sumisas y en la ignorancia a las masas populares, iniciará de nuevo y con doble esfuerzo su tarea para destruir en el corazón y en la mente de las masas la poca conciencia que la Revolución les ha dado".

En 1966, Alicia Olivera Sedano en su libro La Guerra Cristera, basado en el Archivo de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, llegó a las siguientes conclusiones:

"1. El conflicto religioso de 192611929 fue una etapa más de la pugna entre tradicionalistas y progresistas iniciada en México a partir de la lndependencia.

2. La divulgación de la encíclica Rerum novarum en nuestro país, a partir de 1895, dio origen a un nuevo aspecto católico-social dentro de las actividades de los católicos mexicanos. Influido por dicha encíclica, Trinidad Sánchez Santos trazó desde esa fecha el plan de acción que seguiría el catolicismo social en México.

3. Algunos de los hombres que iniciaron este nuevo linaje de actividades católico-sociales, como los congresos y otras asambleas celebradas entre 1903 y 1913, fueron también los que dirigieron la reorganización de los católicos que protestaban contra ciertas disposiciones de la Constitución de 1917 y que controlaron la acción de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, al igual que el movimiento armado cristero, hasta que se concertaron los ``arreglos" de 1929.

4. Las discusiones sostenidas en las reuniones antes mencionadas crearon, entre ciertos grupos tradicionalistas, una actitud muy moderada a favor del mejoramiento de las condiciones de vida de los obreros, los campesinos y la población indígena, de forma paralela a los esfuerzos que en el mismo sentido, y de manera radical, realizaron algunos de los precursores de la Revolución mexicana de filiación socialista. En algunos momentos podemos advertir ciertas coincidencias en las reformas propuestas por los representantes del catolicismo y los precursores de la Revolución mexicana, pero los planteamientos fueron diferentes dado que sus puntos de vista eran distintos y así lo fueron las conclusiones a las que llegaron.

5. En la primera etapa de la Revolución mexicana el partido católico colaboró con los gobiernos de León de la Barra y Madero y no tuvo ningún conflicto grave con la mayoría de los revolucionarios; sin embargo, posteriormente, al solidarizarse aquel partido con el régimen de Huerta, atrajo sobre él y sobre el clero las represalias de los constitucionalistas que acaudillaba Carranza. Así se explica que se incrementara la corriente anticlerical dentro del campo revolucionario y que esa orientación influyera al elaborarse la Constitución de 1917.

6. Como algunos artículos de la Constitución de 1917 limitaban la acción del clero, muchos católicos vieron en aquellos un ataque a la libertad religiosa y se organizaron para desarrollar una acción que consideraban defensiva. Gracias a esta reorganización lograron en 1918 que ciertas disposiciones reglamentarias de dichos artículos constitucionales, decretadas por el gobierno de Jalisco, fuesen derogadas. El conflicto de 1918 fue un anticipo del que tuvo lugar entre 1926 y 1929, y los dirigentes católicos, durante el transcurso de este último, esperaban obtener un triunfo como el que habían alcanzado anteriormente.

7. La de los católicos constituía la organización más fuerte que era contraria a la de los revolucionarios quienes, por lo mismo, la consideraban como el más peligroso adversario. La resonancia de ciertos actos, como la dedicación del monumento a Cristo Rey en 1923 y la celebración del Congreso Eucarístico Nacional en 1924, aumentó los recelos de estos últimos. Por eso, cuando el presidente Calles asumió el poder se manifestó dispuesto a quebrantar el poder que también había adquirido la lglesia católica hasta esos momentos, y fue entonces cuando puso en vigor, mediante ciertas disposiciones, el contenido de los artículos constitucionales que limitaban la libertad de acción de la lglesia. Esto desencadenó el conflicto religioso de 1926-1929, que inició con la cesación de los actos ` de culto que decretó el episcopado a manera de protesta.

8. La Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, constituida en 1925, promovió primero un boicot con el que esperaba debilitar el poder económico del gobierno y más tarde organizó la rebelión armada de los cristeros. El terreno que ésta abarcó fue mayor de lo que por lo general se supone, pero no fue suficientemente fuerte para poner en grave peligro al régimen de Calles. No hubo ninguna batalla verdaderamente importante, como sí hubo numerosos pequeños combates y escaramuzas.

9. Los motivos que se adujeron para justificar lo que se llamó la 'defensa armada' por parte de los católicos inconformes fueron: a) inconformidad y desacuerdo con la Constitución de 1917, especialmente con los artículos 3, 5, 24, 27, y 130, así como la ley reglamentaria de este último o Ley Calles; b) los extremos a que algunas autoridades locales habían llegado al implantar en sus respectivas jurisdicciones los ordenamientos de la ley en materia religiosa; c) la inconformidad de algunos sectores de la población rural por la defectuosa o nula aplicación de lo establecido por la Constitución en materia agraria, y d) la creencia de que la religión estaba siendo atacada.

10. El desarrollo del movimiento cristero abarcó tres etapas: la de iniciación, que va de fines de 1926 hasta el 30 de agosto de 1927, cuando se designó jefe de las fuerzas cristeras de Jalisco al general Enrique Gorostieta. Este acontecimiento, a su vez, da inicio a la segunda etapa, de reorganización y culminación, que abarca desde esta última fecha hasta marzo de 1929, cuando se efectuó la rebelión escobarista y los cristeros perdieron las últimas esperanzas de triunfo. Por último, la tercera etapa, de decadencia y desintegración, abarca del fracaso de la rebelión encabezada por el general Escobar hasta que oficialmente se dio fin al conflicto religioso y al movimiento cristero con los 'arreglos' del 21 de junio de 1929.

11. Entre los católicos que militaron en la lucha contra el gobierno, fuese o no en el campo de batalla, se distinguen dos sectores cuyos diversos intereses y tendencias se fueron definiendo a medida que se prolongaba el movimiento armado: a) el de los componentes de la LNDLR, que no peleaban con las armas en la mano y que en su mayoría pertenecían a la clase media; b) el de los cristeros, que sí combatían con ellas y provenían casi exclusivamente de la clase campesina. El grupo conectado con la Liga buscaba obtener al principio la derogación de algunos artículos de la Constitución de 1917 que limitaban la acción del clero, pero más tarde trató de destruir al régimen de Calles `por el terror y las armas' y repudió aquella Constitución hasta el punto de exigir que se volviese a adoptar transitoriamente la de 1857 mientras se implantaba otra de acuerdo con sus ideales e intereses. Por su parte, aunque combatía por la libertad religiosa, que creía amenazada, el grupo cristero también buscaba en muchos casos solucionar los problemas derivados de la carencia de tierras.

12. El gobierno, a su vez, se apoyó en los obreros de la CROM y formó con ellos un grupo de choque que instigó la división interna de los católicos. También propició la creación de la iglesia cismática y reprimió enérgicamente aquellos actos que consideró de sedición o rebeldía, envió refuerzos a las guarniciones y trató de acabar, de cualquier manera, con los directores intelectuales o militares de los rebeldes.

13. La prolongación del movimiento cristero y de la tirantez entre el gobierno y la lglesia resultaba perjudicial para ambos poderes (temporal y espiritual); por ello, luego de los intentos iniciales de marzo de 1928 se entablaron pláticas de avenimiento en el primer semestre de 1929, las cuales culminaron con los 'arreglos' de junio de este último año. Éstos fueron negociados entre representantes del Estado y del comité episcopal sin oír la opinión de los cristeros, cuyas posibilidades de triunfo se habían esfumado al ser sofocada la rebelión escobarista (su aliada) y al ser ejecutado el general Gorostieta en vísperas de tal acuerdo. Mediante tal acuerdo, que no tuvo ningún carácter oficial, se puso fin a la rebelión y se le devolvieron a la lglesia algunos templos y se reanudaron los cultos. Entre los católicos fueron gestándose dos criterios opuestos en torno a los 'arreglos' y a los prelados que los concertaron: a) el de los 'recalcitrantes', que han calificado ese convenio como una `'claudicación' y han resentido que no se tomara en cuenta a los cristeros, como debía ser, al llevar a cabo tal acuerdo, y que no se obtuvieran para ellos verdaderas garantías para su seguridad personal; b) el de los `'pacifistas', que consideran que los `arreglos' fueron oportunos porque la lucha en los campos de batalla no podía sostenerse por más tiempo en vista de que el movimiento había decaído; de acuerdo con ellos, esos ``arreglos" establecieron un modus vivendi que permitió a la lglesia subsistir de forma tranquila y segura, y esperan que dicha situación, que existe para la lglesia de hecho aunque no de derecho, sea consagrada legalmente dentro de la Constitución.

Más de medio siglo después, en 1992, el presidente Salinas reformará el artículo 130, y el 16 de julio siguiente, publicará la Ley Reglamentaria sobre Asociaciones Religiosas y Culto Público, para reconocer personalidad jurídica a las iglesias y corporaciones religiosas, levantar la prohibición de que los extranjeros sean ministros de culto religioso y otorgar derechos políticos a los ministros de cualquier culto religioso; mantendrá la prohibición a asociarse con fines políticos y realizar proselitismo a partidos o asociaciones políticas; y establecerá un marco más flexible para las celebraciones y manifestaciones de culto externo. Asimismo, reformará el artículo 5ª para no prohibir más las órdenes monásticas, y el 27 para que las iglesias puedan adquirir, poseer y administrar inmuebles para cumplir sus fines. En 1993, también reformará el artículo 3º, para retirar la prohibición a las corporaciones religiosas a participar en la educación.

Doralicia Carmona: MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.