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Autora: Doralicia Carmona Dávila.

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

Este Sitio es un proyecto personal y no recibe ni ha recibido financiamiento público o privado.

 
 

 


 


Termina la guerra entre México y los Estados Unidos: son firmados los Tratados de Guadalupe Hidalgo.

Febrero 2 de 1848

 

 

El tratado que hoy se firma, tiene el nombre oficial de “Tratado de Paz, Amistad, Límites y Arreglo Definitivo entre la República Mexicana y los Estados Unidos de América”, con lo que termina la guerra iniciada desde 1846 por el presidente de Estados Unidos James Knox Polk.

“El gobierno del presidente James K Polk había conquistado Nuevo México y California, obteniendo de facto la posesión de los territorios que desde el principio había esperado conseguir mediante la simple intimidación o quizá por medio de una guerra breve; sin embargo, la guerra estuvo lejos de serIo. Los mexicanos de diferentes facciones políticas y entornos sociales participaron activamente en la oposición a Estados Unidos y, en esas circunstancias, ningún gobierno mexicano estuvo dispuesto a cederle de manera oficial los territorios conquistados, por lo que la mera posesión de ellos no era suficiente: Polk necesitaba el reconocimiento oficial de que ya formaban parte de Estados Unidos y eso sólo podría obtenerse negociando.

Por fortuna para Polk, durante el otoño de 1847, el equilibrio político cambió en México: aunque tanto los federalistas radicales de la izquierda como algunos conservadores de la derecha seguían comprometidos con la idea de continuar la resistencia, los moderados que dominaban el gobierno nacional habían llegado a creer que la guerra debía terminar. Solos, o sea sin unas fuerzas convencionales, los guerrilleros no podían vencer y era imposible mantener las fuerzas convencionales porque el bloqueo estadounidense y la ocupación de los puertos habían privado de ingresos al gobierno; además, incluso si la resistencia en el centro del país hubiera podido continuar, la reconquista de Nuevo México y California era una clara imposibilidad. En noviembre de 1847, los moderados creyeron que el futuro de México exigía el sacrificio de sus posesiones septentrionales”. (Guardino Peter. La marcha fúnebre)

Durante el breve tiempo que duró la guerra hubo siete presidentes, uno de ellos, Paredes, fue encarcelado; seis generales dirigieron la guerra contra el invasor; se cambiaron la Constitución y la forma de gobierno; estallaron varias insurrecciones; y sólo 7 de los 19 estados que integran la federación contribuyeron con soldados, armamento y dinero a la guerra contra los Estados Unidos.

Al momento de la firma del tratado, las tropas norteamericanas ya han tomado con las armas el territorio cuyo despojo se “legaliza” hoy y ocupan la capital, las principales ciudades y los puertos más importantes del país, en tanto que el ejército mexicano apenas si llega a ocho mil efectivos disgregados en varios estados, mal armados y peor pertrechados.

En medio de esta anarquía el gobierno federal está ubicado en Querétaro. Santa Anna, presidente durante la invasión norteamericana, después de sus grandes y extrañas derrotas, ha renunciado y el presidente de la Suprema Corte, Manuel de la Peña y Peña, ha asumido el cargo como interino para negociar el arreglo de paz a través del ministro de Relaciones Interiores y Exteriores Luís de la Rosa. El presidente interino ha logrado reorganizar el gobierno e impedido que Nicholas Trist, negociador norteamericano, se retirara a Washington, (en donde el expansionismo norteamericano clamaba por la absorción de todo México) y después demandara más territorio ante el desorden generalizado prevaleciente en México. Se procede a las negociaciones de paz, a pesar de la resistencia de liberales como Valentín Gómez Farías, Ponciano Arriaga y Crescencio Rejón, que desean continuar la guerra.

Bajo la mirada del ejército invasor, se negoció la paz a pesar de que la voluntad de una de las partes no era libre, sino objeto de la violencia militar, porque nadie pudo hablar del derecho de Estados Unidos a un milímetro de territorio mexicano. Fue un acto semejante al de quien firma un documento secuestrado en su propia casa y sin ninguna esperanza de auxilio que cambiara su situación. Urgía al gobierno norteamericano dar un marco de legalidad a sus propósitos expansionistas para tratar de ocultar ante los ojos del mundo lo evidente: que esta guerra ha sido cínicamente una guerra de conquista.

Los delegados mexicanos también pidieron que la esclavitud fuera abolida en los territorios que se despojaban a nuestro país, dado que la guerra había sido por tierras y de muchos modos por esclavos negros. El debate fue inútil porque en la guerra contra México los caballeros sureños esclavistas estuvieron representados por los voluntarios al mando de Putnam, Davis, Yell, Price y Pillow, grandes terratenientes.

“Los negociadores mexicanos cedieron en lo concerniente a la cuestión del río Nueces y varios detalles fueron aceptados a regañadientes; de forma paradójica, las negociaciones se apresuraron probablemente debido a la precaria situación de Trist, quien insistió en que los mexicanos cedieran pronto en varios aspectos, porque cualquier día podía recibir una nueva carta de Polk ordenándole poner fin a las negociaciones.” (Guardino, ya citado).

El tratado fue firmado en la sacristía de la Basílica de Guadalupe, “La Villa”, en la actual delegación “Gustavo A. Madero” del Distrito Federal y fue suscrito por los políticos conservadores Bernardo Couto, Miguel Atristán y Luís G. Cuevas, representantes de México y por parte de Estados Unidos, Nicholas P. Trist.

México pierde más de 2 millones y medio de km2 de su territorio: Texas, la parte de Tamaulipas ubicada entre los ríos Nueces y Bravo; Nuevo México y la Alta California (hoy California, Nevada, Utah, Arizona y parte de Wyoming, de Colorado y de Kansas); se esfuma así el sueño mexicano de alcanzar la grandeza que había tenido Nueva España en el siglo XVIII.

Como resultado de esta guerra de despojo, México, en ese entonces con 4,665,000 kilómetros cuadrados, verá reducido su territorio, tras la venta de La Mesilla unos años después, también a Estados Unidos, a únicamente 1,964,375 km2.

Se otorga una indemnización de quince millones de pesos pagaderos así: tres millones a la ratificación del tratado y el resto en pagos anuales de tres millones. Señala Howard Zinn (La otra historia de los Estados Unidos) que el pago efectuado por los territorios arrebatados, permitió al periódico Whig Intelligence publicar para las "buenas conciencias" norteamericanas: "No tomamos nada por conquista […] gracias a Dios".

Por extraña fortuna para los invasores, en enero de 1848, mientras todavía se discutían las condiciones de rendición de México, James W. Marshall descubrió oro en el molino de la granja Nueva Helvecia del suizo Johann August Suter, cercana a San Francisco, California, de modo que los 75 millones que invirtieron los Estados Unidos en esta guerra, producirán de inmediato ganancias incalculables.

La prolongación de la guerra permitió que en Washington se debatiera si se anexaba a Estados Unidos "All-México", o también si se escalaba su ambición para absorber Sonora, Chihuahua y más suelo de Tamaulipas. En contra de esta demanda radical, John Calhoun, senador esclavista de Carolina del Sur. señaló que "incorporar a México sería la primerísima instancia para un tipo de incorporación de una raza india, puesto que más de la mitad de los mexicanos son indios y la otra mitad está compuesta principalmente de tribus mestizas [...] y la mayor desgracia de la América Hispánica ha de rastrearse en el error fatal de colocar a estas razas de color en términos de igualdad con la raza blanca. Un error como ese destruyó el orden social que formaba la base de la sociedad." (Galeana Patricia. Historia Binacional).

Triunfó la posición del despojo parcial y fue derrotada la que pretendía la anexión completa de México. Pero como señala Juan José Mateos Santillán (Los Derechos Históricos de México sobre el territorio de los Estados Unidos) no fue por altruismo que se respetó la existencia de México, sino por los obstáculos y las dificultades insalvables que se hubieran tenido que afrontar, entre los más importantes: por la religión católica de la mayoría de los mexicanos cuya sede en Europa podría provocar conflictos internacionales en el caso de que se viera afectada; por el racismo que rechazaba la ineludible mezcla a largo plazo con mestizos e indígenas; por lo dilatado del territorio a ocupar que dificultaría su gobierno y requeriría de enorme inversión para explotar sus recursos; por el idioma español y las lenguas indígenas que serían un obstáculo permanente a la integración cultural; por los valores democráticos norteamericanos que tendrían que extenderse a los mexicanos, a menos que se aplicaran prácticas abiertamente discriminatorias a los mestizos y hasta genocidas a los indígenas; y por la falta de legitimidad con que se ejercería el poder político, que implicaría mantener la ocupación militar permanente sobre un vasto territorio para contener el nacionalismo mexicano, como lo señaló el mismo Scott en diciembre de 1847, además de las ambiciones colonialistas de potencias europeas, como Francia e Inglaterra.

Dados esos problemas, parecía tener sentido incorporar únicamente los territorios que contaban con una población muy reducida de mexicanos, en otras palabras, Nuevo México y California; es paradójico que muchas de las declaraciones más racistas y anticatólicas hechas en el Congreso durante la guerra fueron hechas no para justificar la expansión ilimitada de Estados Unidos, sino, por el contrario, para limitarla”. (Guardino, ya citado).

"La desilusión que el Tratado de Guadalupe causó a los expansionistas norteamericanos fue profunda y ocasionó que algunos grupos intentaran burlarlo mediante acciones filibusteras. Otros, desde posiciones políticas importantes, empujaron a diversas administraciones a ejercer presiones sobre los gobiernos mexicanos para forzar la venta de nuevo territorio. Ninguna de las dos actitudes desapareció por completo hasta fines del siglo XIX y Baja California continuaría despertando las fantasías de muchos norteamericanos por generaciones." (Vázquez Zoraida J. y Meyer Lorenzo. México frente a Estados Unidos).

El cese de hostilidades es provisional y hasta la ratificación del tratado se dejarán de bloquear los puertos mexicanos y entregarán las aduanas. Los habitantes mexicanos de la parte perdida podrán conservar sus derechos políticos durante un año y su religión (esto no será cumplido). Estados Unidos impedirá los ataques de los indios (tampoco será cumplido).

Desde abril de 1847, tras la caída del puerto de Veracruz, estaba en México Nicholas Philip Trist, oficial mayor del Departamento de Estado como emisario de Polk para negociar la paz, ya que la superioridad de los ejércitos invasores norteamericanos garantizaba su fácil victoria sobre los mexicanos. El aristócrata abogado virginiano Trist, nacido en 1800, casado con una nieta del presidente Jefferson, y ex secretario particular del presidente Jackson, tenía instrucciones de ofrecer hasta veinte millones por California, Nuevo México y el norte de Tamaulipas hasta el Río Bravo, y de ser posible comprar también Baja California. Sus primeros intentos de paz fueron rechazados porque los mexicanos no aceptaban la venta de territorio nacional. Por eso, en octubre de 1847, su jefe, el secretario de Estado James Buchanan, le ordenó su regreso a Washington, pero la orden se recibió en noviembre, y Trist decidió continuar las negociaciones que comenzaron el 2 de enero de 1848 y terminaron el día 25 siguiente, en la villa de Guadalupe, lugar escogido por el emisario norteamericano por su significado religioso para los mexicanos.

José Bernardo Couto, jurista veracruzano, de 45 años, encabezó la comisión negociadora por parte de México, integrada también por el diplomático Luis Gonzaga Cuevas Inclán y el político Miguel Atristain, quienes sin éxito trataron de salvar Nuevo México y la porción de Tamaulipas. El debate se facilitó porque Trist hablaba muy bien español porque fue Cónsul de Estados Unidos en Cuba de 1833 a 1841, además de que estaba convencido de que anexarse todo México sería perjudicial para su país.

Al firmar Trist después de los mexicanos, Couto le dijo: "Este debe ser un momento de orgullo para usted, pero para nosotros es humillante". Trist respondió: "Estamos haciendo la paz; que sea ese nuestro único pensamiento".

Después de la firma del tratado, Trist confesará a su familia la vergüenza que lo había invadido:"En momentos [...] me veía obligado a insistir en cosas que provocaban en ellos particular aversión [...] Si mi conducta en tales momentos hubiera sido gobernada por mi conciencia como hombre y mi sentido de justicia [...] hubiera cedido en todos los casos, pero un tratado así no tendría posibilidad de ser aceptado por nuestro gobierno… Mi objetivo no fue el de obtener todo lo que yo pudiera, sino por el contrario, firmar un tratado lo menos opresivo posible para México, que fuera compatible con ser aceptado en casa. En esto fui gobernado por dos consideraciones; una era la injusticia de la guerra, como un abuso de poder de nuestra parte; la otra era que entre más desigual fuese el tratado contra México, más fuertes serían los planos de oposición a él para ser aceptado en el congreso mexicano por el partido que había alardeado su habilidad de frustrar cualquier medida de paz [...] Si aquellos mexicanos hubieran podido ver dentro de mi corazón en ese momento, se hubieran dado cuenta de que la vergüenza que yo sentía como estadounidense era mucho más fuerte que la de ellos como mexicanos. Aunque yo no lo podía decir ahí, era algo de lo que cualquier norteamericano debía avergonzarse. Yo estaba avergonzado de ello [...] intensamente avergonzado de ello”

Y es que México sufrió la agresión norteamericana con pérdidas enormes e incomparables, como no las tendrá en el futuro ningún país de América y del mundo que se haya enfrentado a los Estados Unidos. Ni siquiera Japón en la Segunda Guerra Mundial, menos la Alemania Nazi.

El presidente Polk se vio forzado a aceptar el tratado, pero despidió a Trist por su desobediencia y canceló su pago a partir de octubre de 1847, que finalmente recibió Trist décadas después. Los siguientes años, Nicholas Trist trabajó en los ferrocarriles y murió en 1874 como jefe de la oficina de correos de Alexandria, Virginia.

El tratado es la culminación de un complejo conjunto de factores que van desde el expansionismo norteamericano, la inestabilidad provocada por las pugnas entre militares exrealistas, clero, terratenientes y liberales, y la ausencia de una identidad nacional y un liderazgo fuertes capaces de movilizar la resistencia popular como años después sucederá ante la invasión francesa, hasta el centralismo de los conservadores que ocasionó que grandes extensiones de tierra no pudieran ser controladas ni pobladas; además de una administración pública permanentemente en bancarrota por las continuas asonadas y por su ineficiencia en el manejo de los recursos, que expoliaba a la población con impuestos excesivos y los aplicaba a gastos suntuarios. Pero como señala en síntesis Peter Guardino, ya citado, pese a la importancia de los factores mencionados, simplemente “México perdió la guerra porque era pobre [...]”.

Muchas reacciones provocará el tratado, habrá intentos de rebelión y algunos pronunciamientos en contra. Los federalistas puros o radicales deseaban continuar la guerra hasta perecer, pues consideraban que de cualquier modo México desaparecería y sólo aceptaban negociar si los invasores se retiraban del país y desbloqueaban sus puertos. Los moderados estaban dispuestos a negociar y a ceder territorio para que México sobreviviera.

“Luis de la Rosa, ministro plenipotenciario de México, argumentó ante el Congreso mexicano que seguir adelante con la guerra era imposible; no había suficiente dinero para sostener las fuerzas militares organizadas y los gobernadores de los estados ya no estaban cooperando; además, existía la amenaza de rebelión de los campesinos indígenas, rebeliones que, dijo, algunos ex soldados estadounidenses estaban fomentando para sus propios propósitos; por lo tanto, es probable que el temor a los conflictos sociales haya pesado fuertemente en la ratificación final del tratado. Por desgracia, los derechos de los mexicanos establecidos en el documento enmendado fueron pisoteados con mucha frecuencia en las décadas subsecuentes; los negociadores mexicanos se esforzaron por proteger los derecho e incluso la vida de los mexicanos en un territorio occidental de Estados Unidos dominado en lo sucesivo por la violenta intervención del racismo en los conflictos sociales y por una intensa lucha por los recursos agrícolas y minerales, cada vez más valiosos.”(Guardino, ya citado).

Aunque en un principio el Congreso de la Unión se opondrá, finalmente se aprobará el tratado en la Cámara de Diputados por 48 votos y 37 en contra; y en la de Senadores por 33 votos contra 4.

La guerra y la derrota fueron una terrible desilusión para los liberales mexicanos que habían considerado a los Estados Unidos como ejemplo y guía por su sistema republicano, que según Teresa de Mier podría “conducirnos a la felicidad”. De quien les hacía el despojo de más de la mitad de su suelo patrio, sólo habían esperado amistad y ayuda por compartir su ideología. El sueño liberal del progreso basado en la convivencia pacífica y justa de una comunidad de repúblicas democráticas, fue borrado abruptamente por el rostro imperialista del país de las libertades. A la admiración antes profesada, se agregó la desconfianza con que muchos mexicanos miran desde entonces a los Estados Unidos.

Valentín Gómez Farías, en un mensaje escrito a sus hijos, sentenciará: “La venta infame de nuestros hermanos está ya consumada, Nuestro Gobierno, nuestros representantes, nos han cubierto de oprobio y de ignominia.”

Los miles de mexicanos que quedaron del otro lado de la nueva frontera, vivirán en adelante como una minoría marginada social y culturalmente bajo el dominio autoritario y discriminatorio de la mayoría blanca, protestante y racista. Serán objeto de hostilidad, vejaciones, abusos y despojos de sus bienes sin posibilidad real de defensa. Peor suerte tendrán las tribus indígenas cuyo exterminio genocida será inhumanamente sistemático mediante la guerra o la extinción de sus fuentes alimenticias, como los bisontes que de casi cien millones se redujeron a 750 en 1890; los escasos sobrevivientes serán expulsados de sus territorios y concentrados en alejadas reservaciones.

En mayo siguiente, los gobiernos canjearán ratificaciones en Querétaro y se iniciará la desocupación del país por las tropas norteamericanas. Cuenta Peter Guardino, ya citado, que los norteamericanos que fueron a entregar el tratado final al Congreso mexicano fueron apedreados por una multitud enfurecida.

Señala Brian Hamnett (Historia de México): “El resultado territorial de la guerra ha oscurecido el hecho de su larga duración teniendo en cuenta la debilidad mexicana. Las tres fuerzas de invasión estadounidenses experimentaron considerables bajas, más que las ocasionadas por el ejército francés durante la guerra de intervención de 1862-1867. Una vez más, esto no se reconoce generalmente en la literatura histórica. Los Estados Unidos pusieron en el campo 104.556 hombres entre regulares y voluntarios, pero 13.768 murieron en la que acabaría conociéndose como la ‘guerra mexicana’. Representa la más alta tasa de mortandad de las guerras combatidas por los Estados Unidos en su historia hasta el momento actual. Como cabe esperar, la guerra produjo un impacto considerable en los Estados Unidos, sobre todo porque el Partido Republicano y una de sus figuras en ascenso, Abraham Lincoln, se opusieron a ella con ahínco, basándose fundamentalmente en que solo iba en interés del sur. Estos factores podrían muy bien contribuir a explicar por qué no se tomó más territorio mexicano en el tratado de 1848 y por qué, pese a los designios estratégicos estadounidenses y los intereses materiales del sur, no se intentó ocupar y anexar el Istmo de Tehuantepec de un modo comparable a la ocupación de la zona del Canal de Panamá en 1903".

Como en 1832 dijo William Marcy, senador por Nueva York, "no hay nada de malo en la regla de que al vencedor pertenezca el botín de la victoria", el saldo de la guerra a favor de los Estados Unidos fue enorme: surgió como una potencia continental al apoderarse de un vasto y fértil territorio, rico en oro y petróleo; probó la eficacia de disponer de un ejército profesional y bien armado, capaz de ganar guerras en el extranjero mediante nuevas estrategias y tácticas como las operaciones combinadas mar-tierra, que utilizará exitosamente en sus siguientes guerras de expansión; y avanzó así su política expansionista de “destino manifiesto” al extenderse hasta el Pacífico y que lo llevará a comprar Alaska y apoderarse de Hawaii y de Filipinas unas décadas más tarde en guerra contra España. Como ya lo había vaticinado el Conde de Aranda, cuando los Estados Unidos se independizaron de Inglaterra: “Esta nación ha nacido pigmea; tiempo vendrá en que llegará a ser gigante y aun coloso muy temible en aquellas vastas regiones.”

Para algunos pensadores norteamericanos de ese entonces, entre quienes destaca William Jay, el costo que pagaron los estadounidenses, además de unos 130 millones de dólares y de pocos miles de soldados, fue la gran concentración de poder en el ejecutivo y su ejercicio arbitrario, inconstitucional y antidemocrático. "De aquí en adelante será parte de nuestra teoría de gobierno, que durante una guerra el Presidente de los Estados Unidos queda relevado de toda restricción constitucional cuando actúe fuera de los límites del país, y que está completamente sustraído al dominio del Congreso. El inmenso poder y autoridad que se confieren así al Presidente cuando se presenta un estado de guerra, puede resultar en lo futuro un aliciente irresistible para que ese funcionario hunda al país en la guerra y posponga el retorno de la paz".

Otro costo pagado por los norteamericanos fue su degradación moral. Se ganó una guerra tan inmoral que hasta Ulysses S. Grant, que formó parte de las tropas invasoras y llegó a general y presidente de los Estados Unidos, reconoció como injusta: "Estuve amargamente opuesto [a la anexión de Texas] y hasta este día considero la guerra que resultó, como una de las más injustas que haya sido entre un país fuerte y uno débil. Fue una ocasión en la que una república siguió el mal ejemplo de las monarquías europeas al no considerar la justicia en su deseo de adquirir territorio adicional […] Las naciones, como los individuos, son castigadas por sus transgresiones. Nosotros tuvimos nuestro castigo con la guerra más sanguinaria y costosa de los tiempos modernos”. (La guerra de Secesión).

A pesar de que se utilizó una muy efectiva propaganda para hacer creer al pueblo estadounidenses que se había realizado una gran hazaña, digna de gloria y honor, de que hoy se ufanan los US Marine Corps (From the Halls of Montezuma To the Shores of Tripoli), escribió Jay: "Se nos ha enseñado a repicar las campanas, a iluminar los balcones y echar cohetes en señal de júbilo al enteramos de la gran ruina y devastación, la desdicha y la muerte que han sembrado nuestras tropas en un país que jamás nos ofendió, que nunca disparó un balazo en el suelo nuestro y que estaba completamente incapacitado para defenderse de nosotros... Es seguro que entre las más tremendas responsabilidades que pesan sobre los autores y partidarios de la guerra mexicana, se incluirá la corrupción de la opinión pública y la depravación moral que ellos originaron en el país".

"De esta suerte, los Estados Unidos habían llevado a cabo, al mismo tiempo, el negocio más ventajoso de su historia y, tal vez, su aventura imperialista más vergonzosa". (Moyano Ángela et al. EUA. Síntesis de su Historia). A partir de este inicuo triunfo, los Estados Unidos se convertirán en la mayor nación militarista de la historia y combatirán muchas guerras tan injustas e inmorales como la llamada mexicana, iniciadas por su presidente y toleradas por la mayoría de sus ciudadanos.

Además, al fortalecer la victoria sobre México a los estados sureños esclavistas, se preparó el estallido de la Guerra de Secesión. Así lo vislumbró también Jay: "Cuando reflexionamos sobre la vasta extensión que han dado a nuestro imperio las conquistas recientes; el carácter peculiar de la gente que hemos conquistado y que va a ser investida con los privilegios de la ciudadanía americana; los odios regionales engendrados ya por la disputa referente a la extensión de la esclavitud sobre esos territorios; la diversidad de los intereses que existirán entre los Estados del Atlántico y los del Pacífico, y la lucha perpetua por el predominio que deberá entablarse entre un poderoso artesanado que depende de su propia industria y una aristocracia terrateniente apoyada por algunos millones de esclavos, seguramente se justificará nuestro temor de que sobrevengan muchos motivos de irritación, disensiones civiles y finalmente el desmembramiento de la Unión".

Para los historiadores mexicanos de la época (Apuntes para la historia de la guerra entre México y los Estados Unidos): “la causa real y efectiva de la guerra que nos ha afligido ha sido el espíritu de engrandecimiento de los Estados Unidos del Norte, que se han valido de su poder para dominarnos.La historia imparcial calificará algún día para siempre la conducta observada por esa república contra todas las leyes divinas y humanas, en un siglo que se llama de las luces, y que no es sin embargo sino lo que los anteriores, el de LA FUERZA Y LA VIOLENCIA.”

"No cabe duda de que los términos del Tratado de Guadalupe se encuentran entre los más duros en la historia, sobre todo a la luz de que las culpas mexicanas, a las que aluden los historiadores norteamericanos, fueron en realidad negarse a reconocer la Independencia de Texas, vender California y Nuevo México y haber suspendido el pago de unos 2 000 000 de pesos. El Tratado significa el fin de los sueños que el poder continental que había sido la Nueva España albergara como nación independiente. La reducción de su territorio la hacía más vulnerable a los ataques imperialistas y filibusteros, pero al mismo tiempo despertaba su conciencia a la necesidad de reorganizar el funcionamiento del Estado. Como bien había apuntado De la Peña, su existencia misma parecía casi un milagro. La invasión norteamericana aumentó las divisiones y por momentos el país pareció estar a punto de fragmentarse irremediablemente. Sin embargo, la sacudida moral de la guerra estimuló un mayor grado de cohesión nacional y fortaleció la aparición de grupos políticos comprometidos con la reforma del país. Estados Unidos, por su parte, con el territorio conquistado se convirtió en una potencia continental que finalmente se asomaba al Pacífico. A pesar de las quejas de algunos ante lo que consideraron eran enormes costos de guerra (que ascendían a unos 100 000 000 de dólares y 15 000 vidas), esto se puede ver como un precio muy bajo para lo obtenido." (Vázquez y Meyer, ya citado)

El presidente norteamericano James Knox Polk, iniciador de la guerra, concluirá su periodo el 4 de marzo de 1849. Dejará la Casa Blanca con su salud y prestigio muy mermados, acusado por los radicales de ser un instrumento de los esclavistas y por los sureños conservadores de servir a los radicales. Delgado y ojeroso, creyendo estar enfermo de cólera, morirá a los 53 años en su casa de Nashville, Tennessee, el 15 de junio de 1849, 104 días después de terminar su periodo presidencial.

Habiendo añadido 3.1 millones de kilómetros cuadrados a su país, quizás por pudor histórico, no le fue dedicado un Memorial o monumento conmemorativo en Washington como a los más grandes presidentes estadounidenses.

Sus restos descansan en una tumba en el capitolio de Tennessee.

Doralicia Carmona: MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.