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Autora: Doralicia Carmona Dávila.

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

 


 
 

 


 


José Joaquín de Iturrigaray y Arióstegui

1742-1815

Hijo de comerciantes adinerados, nació en 1742 en la ciudad de Cádiz. Fue cadete a los 17 años y después alférez. Participó en la campaña de Portugal y en la de Gibraltar durante el reinado de Carlos III y se destacó también en la lucha contra los revolucionarios franceses (fue coronel de Carabineros Reales en la compañía del Rosellón) en la época de Carlos IV. Debido a sus méritos militares fue nombrado Caballero de la Orden de Santiago y su carrera fue en continuo ascenso, ya que en 1789 llegó a ser designado brigadier; cuatro años más tarde fue mariscal de campo, y en 1795 alcanzó el grado de teniente general. En 1801 fue comandante del ejército de Andalucía que mandaba Manuel Godoy durante la guerra con Portugal.

Gracias al favor de Godoy, su cuñado, fue nombrado virrey de la Nueva España en sustitución de Berenguer y Marquina. Con una valla militar desde la villa de Guadalupe hasta el palacio real y con un Tedeum, la Audiencia, el Ayuntamiento, el Tribunal de Cuentas, el Consulado, los prelados, las órdenes regulares, la Universidad y demás corporaciones,  le dieron la bienvenida a la ciudad de México, el 6 de diciembre de 1802. Asumió el  cargo el 4 de enero de 1803.

Iturrigaray ganó cierta popularidad entre la gente debido a su afición a la fiesta de los toros. e inicialmente, su administración fue considerada buena por la población: construyó el nuevo camino a Veracruz; inauguró la estatua ecuestre de Carlos IV, una gran obra de arte ubicada en la plaza mayor de la capital del virreinato; en Celaya construyó un puente dirigido por Tres Guerras y financiado con ingresos de las corridas de toros; y sobre todo, hizo traer la vacuna contra la viruela, recién descubierta en Inglaterra por el médico Jenner, mediante niños vacunados en distintas etapas del viaje a Nueva España, y para promover su uso, la mandó aplicar a su propio hijo, para después hacer que el doctor Francisco Javier Balmis la extendiera por todo el reino, junto con la quinina contra la fiebre amarilla. Asimismo, durante su administración tuvo lugar la visita de Alexander von Humboldt. También su gobierno presentó una infructuosa reclamación de límites a los Estados Unidos y una protesta por la incursión de barcos piratas y pesqueros estadounidenses.

Sin embargo, la situación cambió en 1804 por el estallido de la guerra entre España e Inglaterra, cuando tuvo que aplicar la Real Cédula de Consolidación de los Vales Reales, como medio para enviar ayuda económica a España; este recurso administrativo suponía la desamortización de la propiedad, lo que provocó gran descontento entre el clero y los peninsulares acaudalados. Dispuso que pasaran a la metrópoli todos los capitales de las comunidades religiosas, el pago inmediato de intereses vencidos de sus préstamos y la subasta de los bienes que respaldaban dichas hipotecas. Se trataba de recuperar el capital que las comunidades religiosas habían prestado a peninsulares, comerciantes, alto clero y grandes agricultores, los cuales fueron los principales afectados.

Por otro lado, también con motivo de la guerra, tuvo que reforzar la colonia con dos regimientos traídos de Cuba y un ejército local de 14 mil efectivos para procurar la defensa de la Nueva España en caso necesario.

Entonces se le criticó que aprovechara su puesto para enriquecerse, lo cual no era una conducta excepcional en la colonia. Se dijo que cuando llegó de España trajo gran cantidad de ropa de contrabando que vendió en Veracruz para su beneficio; asimismo, hubo rumores de malos manejos de las rentas reales y de que los empleos públicos se proveían por gratificaciones que recibían el virrey o su familia; asimismo, se le atribuyó al virrey que al modificar la distribución del azogue a los mineros, recibió grandes cantidades de dinero a cambio de repartimientos extraordinarios, y que además, falseaba precios del papel, cuya diferencia se embolsaba.

En octubre de 1807, Carlos IV firmó con el emperador francés Napoleón el Tratado de Fontainebleau, por el cual permitía el paso de tropas francesas por España para la conquista de Portugal. En 1808 tropas francesas penetraron a España y ocuparon, entre otras ciudades, San Sebastián, Pamplona, Vitoria, Burgos, Valladolid y Barcelona. La familia real quiso huir a América, pero el pueblo amotinado lo impidió en Aranjuez la noche del 17 de marzo del mismo año. El día 19 siguiente, Carlos IV abdicó en favor de su hijo el príncipe de Asturias, que asumió el nombre de Fernando VII. El pueblo español vio en el nuevo monarca la posibilidad de reformas que terminaran la corrupción del gobierno y la subordinación de la Corte a los designios de Napoleón. El 24 de marzo siguiente, el nuevo rey fue recibido en Madrid con tal entusiasmo que le llamaron El Deseado. Ante esta reacción popular, Napoleón temió que Fernando VII no le obedeciera, le negó el reconocimiento y lo llamó a Bayona, pero el 2 de mayo siguiente, se amotinaron los madrileños y fueron violentamente reprimidos. Cuatro días después, ya en tierras francesas, Fernando restituyó la corona a su padre, quien ya la había cedido de antemano a Napoleón, quien el 4 de junio siguiente proclamó rey de España a su hermano José Bonaparte (apodado Pepe Botella, no se sabe por qué ya que no era alcohólico). El frustrado rey Fernando fue confinado al castillo de Valencay y el pueblo español comenzó a organizarse en juntas provinciales en Cádiz, Sevilla y Asturias para llenar el vacío de poder y en guerrillas para hacer frente a la invasión francesa.

“Sin rey, era necesario conferir la autoridad a un representante legítimo. Si el temido Napoleón coronaba, ¿quién debía ocupar el vacío ocupado por Fernando VII? ¿La monarquía había efectivamente quedado sin cabeza? ¿La autoridad recaería en el Ayuntamiento? ¿En adelante la Nueva España sería una colonia, un reino subordinado o un reino en pleno derecho?¿Procedía una sucesión?¿Cómo debían relevarse los poderes?¿Qué papel debían jugar las distintas corporaciones o cuerpos? (Marcela Dávalos. El año que fuimos libres).

La noticia de las renuncias de Fernando VII y Carlos IV al trono de España se recibió en la ciudad de México el 14 de julio de 1808. Al día siguiente, Iturrigaray reunió al Real Acuerdo, que era un cuerpo formado por los oidores para asesorarlo en los asuntos difíciles, y se decidió no obedecer órdenes de Murat, jefe francés de la ocupación de España. El ayuntamiento de la ciudad de México, fue más allá, pues "en representación de todo el reino", entregó al virrey un memorial en el que se asentaba que las reales renuncias eran nulas porque fueron "arrancadas por la violencia"; que la soberanía radicaba en todo el reino y en particular en los cuerpos que llevaban la voz pública, "quienes la conservarían para devolverla al legítimo sucesor, cuando se hallase (España) libre de fuerzas extranjeras"; y que, en consecuencia, debía el virrey continuar provisionalmente en el gobierno, ahora en representación de la soberanía popular. Iturrigaray estuvo de acuerdo porque confiaba en el apoyo que tenía de Godoy: “Concentrados en nosotros mismos, sólo obedeceremos al Rey y desobedeceremos a las Juntas que el rey no hubiere creado, y en este solo caso las obedeceremos en los términos que marquen las leyes”…    

Pero los oidores, dominados por los peninsulares, no reconocieron la representación que se arrogaban los regidores, quienes propusieron que se llevara a cabo una reunión para examinar el problema y a la cual concurrieran las principales autoridades de la ciudad: virrey, oidores, arzobispos, canónigos, prelados de religiosos, inquisidores, jefes de oficina, títulos, vecinos principales y gobernadores de las parcialidades de indios.

La reunión tuvo lugar el 9 de agosto del mismo año. Para la Audiencia, integrada mayoritariamente por comerciantes peninsulares y europeos, la autoridad del monarca no era cuestionable y había que esperar. Para el Ayuntamiento las corporaciones debían de pactar una forma alternativa de gobierno, de modo que ellas mismas decidieran en una junta su autogobierno. No hubo acuerdo con los regidores, pues el inquisidor Prado y Ovejero declaró "proscrita y anatemizada por la Iglesia" la afirmación de que la soberanía había vuelto al pueblo, hecha por el síndico Francisco Primo de Verdad y Ramos. Sin embargo, todos aceptaron que Iturrigaray continuara como lugarteniente de Fernando VII. Pero tres días más tarde, Iturrigaray dispuso que no se obedeciera a ninguna junta peninsular, a menos que fuera creada por Fernando VII, con lo cual, de hecho, estando el monarca prisionero, se desligaba de toda autoridad en España.

Por su parte, el gremio de comerciantes españoles de la capital comenzó a reunir pólvora y armas para formar secretamente un batallón denominado "voluntarios de Fernando VII" (“chaquetas”, bautizados por el pueblo) para poner fin a la "traición" del virrey y de los regidores. Asimismo, hizo correr rumores de una rebelión de los criollos y de las pretensiones de Iturrigaray y de la virreina de convertirse en los reyes de un México independiente. Además, se recordó que no había mostrado el menor júbilo al recibir el aviso de la coronación de Fernando VII, mientras jugaba a los gallos en Tlalpan.

Iturrigaray convocó a un congreso de representantes de todos los ayuntamientos a petición del alcalde de corte Jacobo de Villaurrutia, y ordenó se trasladaran a la capital los regimientos de Infantería de Celaya y de Dragones de Aguascalientes, que le eran leales. Estas acciones del virrey despertaron la sospecha en Gabriel de Yermo, que acaudillaba a los peninsulares, de que el virrey consumaría la independencia de Nueva España y se proclamaría como su rey, por lo que la noche del 15 de septiembre, entre las ocho y las once de la noche, Yermo citó a algunos comerciantes en la Plaza de Armas; ordenó apagar los faroles e impuso el toque de queda; la caballería de Michoacán guareció todas las plazas y los religiosos de los conventos se distribuyeron en las plazuelas y barrios para apaciguar al pueblo.

Yermo, al frente de 300 hombres de sus haciendas, a las tres de la mañana del día siguiente, procedió a aprehender al virrey, así como a su familia “por traidor a la religión, a la patria y a nuestro Fernando VII”. También fueron aprehendidos los regidores Francisco Azcárate y Beye de Cisneros, el síndico Francisco Primo de Verdad, el licenciado Cristo, el abad de Nuestra Señora de Guadalupe, el canónico Beristáin y el mercedario Melchor de Talamantes.

El palacio virreinal fue saqueado en busca de documentos que probaran la traición, pero no encontraron pruebas y abriendo el pliego de mortaja, se enteraron que el rey nombraba a Roque Abarca, sucesor de Iturrigaray en caso de su muerte, lo cual no convenía a sus intereses. Por lo tanto, los oidores, el arzobispo y otros notables, reunidos en la sala de acuerdos, declararon al virrey separado de su cargo y nombraron como sustituto a Pedro Garibay, con el argumento de que el rey había nombrado a Abarca si Iturrigaray estuviera muerto y aun estaba vivo, preso en la Inquisición.

Iturrigaray fue llevado al convento de Betlemitas y después al castillo de Perote. El 25 de septiembre siguiente, fue enviado a San Juan de Ulúa, y el 6 de octubre embarcado a España en la fragata “San Justo”. Estuvo preso en Cádiz y fue procesado por infidencia. Fue interrogado en el Castillo de Santa Cecilia en Cádiz. Pero la intervención de su suegro, Agustín Jáuregui y Aldecoa, le permitió acogerse a la amnistía concedida por las Cortes en 1810, aunque posteriormente fue sometido a otro largo juicio de residencia.

Murió en Madrid el 3 de noviembre de 1815 sin que el juicio hubiera concluido. Ya muerto se le condenó a pagar $435,413 por habérsele encontrado reo de peculado.

En 1824 el Congreso Mexicano mandó sobreseer el cumplimiento de esta sentencia, pero hubo aún lugar a una reclamación parcial contra los herederos, que fue fallada en su contra por la Suprema Corte de Justicia mexicana.

Artemio del Valle-Arizpe (Virreyes y Virreinas de la Nueva España), después de referirse a toda la corrupción que pudo haber cometido Iturrigaray, reconoce: “Pero el mayor bien que hizo el virrey Don José Iturrigaray a México fue el de la introducción de la vacuna, con la que salvó a miles y miles de seres de las espantosas, asoladoras epidemias de viruelas que hacían grandes estragos en toda la Nueva España”.

 

 

 

 

Doralicia Carmona: MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.

 

Efeméride: Nacimiento 1742. Muerte 3 de noviembre de 1815.