Home Page Image
 

Edición-2020.png

Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

Este Sitio es un proyecto personal y no recibe ni ha recibido financiamiento público o privado.

 
 
 
 


1990 La soberanía y la independencia mexicanas frente a los cambios mundiales. Fernando Solana.

Septiembre 16 de 1990

 

Hace 180 años, un pequeño grupo de mexicanos decidieron asumir plenamente su libertad personal y convocar a la nación a la conquista de su independencia. Con Miguel Hidalgo al frente, ese grupo de ilustres insurgentes inició el proceso político por medio del cual se alcanzó, se ha preservado y se sostiene la independencia de la nación mexicana y la libertad de sus habitantes.

Han sido éstos, 180 años de lucha ininterrumpida que mexicanos de diferentes generaciones han sabido librar en su momento, tanto en los campos de batalla como en los foros internacionales; en los centros de producción y en las escuelas; en las organizaciones políticas y gremiales, ejerciendo su libertad y trabajando con responsabilidad por México en las más diversas actividades.

La independencia no fue una lucha que terminara en 1821. Ha sido necesario sostener viva cada año, cada día, la voluntad libertaría de los hombres de 1810. Sólo así pudieron los abuelos de nuestros abuelos preservar lo esencial de nuestro territorio en 1848, acabar con los privilegios coloniales en los años de la reforma, detener -con Juárez a la cabeza-las pretensiones de Napoleón lII. Y con Juárez también, enterrar los sueños de emperadores y de aspirantes a vasallos y consolidar, por fin, la República, en 1867.

La misma voluntad libertaria fue necesaria en 1910, en 1914, y en 1917. Yen 1938 para colocar el gran cimiento de nuestra actual independencia económica. Esta misma voluntad es indispensable hoy, cuando los cambios tecnológicos y sociales del mundo nos abren irreversiblemente a una era de oportunidades y riesgos sin precedente.

Hoy, la reflexión sobre la independencia tiene que ser en muchos sentidos distinta a la que se hacía hace apenas pocos años. Los cambios del mundo plantean un universo diferente, pleno de nuevas oportunidades y de nuevos riesgos.

GLOBALIZACIÓN DE LA ECONOMÍA

En unos cuantos lustros hemos visto cómo se globaliza la economía del mundo. En unos pocos meses se modifica el mapa de las alianzas políticas y militares. Con el muro de Berlín se derrumban sistemas y gobiernos, y millones de europeos asumen de golpe su libertad, sus nuevas ilusiones y, también, sus nuevos temores.

La Guerra Fría ha terminado. Se reduce la producción de armas nucleares. Se acaba el equilibrio bipolar. Auténticos procesos democratizadores se consolidan en algunas partes del planeta, especialmente en América Latina. Las nuevas súper potencias económicas carecen -todavía- de poder militar, aunque su superioridad financiera y técnica es de tal magnitud que, previsiblemente, serán también, pronto, potencias militares. Salvo que la comunidad internacional opte, de una vez por todas, respetando a la razón y al derecho internacional, por una verdadera y cabal política de desarme.

En el ámbito económico pasamos de un salto de la preeminencia de las industrias a la de los servicios. Y de la de éstos a la del consumo. Se habla ya del imperio mundial de los consumidores. Se globaliza todo: finanzas, comercio, industrias, transportes, telecomunicaciones, servicios profesionales. Se polarizan recursos -incluidos los humanos altamente capacitados- y riqueza. Y el mundo menos desarrollado, debido a reglas financieras implacables y a préstamos mal dados y mal invertidos, se convierte en fuente de transferencia de capital hacia los países ricos, dueños de los créditos y de la confianza de los que tienen todo.

En este contexto, son las grandes empresas mundiales las que van concentrando decisiones que determinan, cada vez en mayor medida, el empleo, el desarrollo tecnológico, la producción, las balanzas comerciales y los niveles de vida de muchos países del mundo.

Y, simultáneamente, se perciben ya ciertas pretensiones de hegemonía ideológica: se identifica la derrota de los sistemas con la de las doctrinas, y se aspira al absolutismo de las ideas que se consideran a sí mismas vencedoras.

Desde algunos países industrializados se pretende exportar y aun universalizar la idea comercial de la democracia, en la que poca o ninguna diferencia queda entre la venta de productos y la de candidatos. Surgen nuevas formas de intolerancia que acompañan a una visión lineal de la historia, visión que no tiene ojos para lo que les ocurre a miles de millones de miserables que habitan no sólo en países del sur, sino también en algunos del norte.

Y en este mundo de nuevas tecnologías de punta que envejecen, en uno o dos años, de triunfo glorioso de los consumidores ricos, de paz entre el este y el oeste, de polarización de la riqueza, es en el que México -encabezado por un presidente nacionalista, con profunda preocupación y sentido social, realista e innovador- intenta, afanosa, resueltamente, abrirse nuevos espacios, fortalecer su soberanía, participar en los cambios mundiales y en la dirección de los mismos. Un México resuelto a sacar el mejor provecho de las nuevas oportunidades comerciales e industriales y a moderar, por la vía de la solidaridad social, desigualdades extremas, al tiempo que va sorteando los viejos y nuevos riesgos que no dejan de amenazar su independencia.

EL FORTALECIMIENTO DE LA REPÚBLICA

La independencia es un hecho inacabado, porque los desafíos a la libertad y a la autonomía son incesantes. A cada generación de mexicanos corresponde decidir el rumbo adecuado y realizar el esfuerzo que asegure el fortalecimiento de la República. Algunas veces fue necesario acudir a las armas para asegurar la integridad, cuando no la sobrevivencia de la nación. En otras a las ideas, al derecho y a la diplomacia. En una u otra circunstancia, la que se ha mantenido siempre implacable es la voluntad de la sociedad mexicana por defender y fortalecer su soberanía.

Un nuevo mundo está en plena construcción. Liquidado el equilibrio bipolar, en Europa se organiza un sistema de seguridad regional apoyado en el consenso de los estados participantes. Los procesos democratizadores se consolidan en varias partes del planeta. Viejos conflictos regionales se están resolviendo por medio de la negociación política. Las Naciones Unidas han asumido una función preponderante en las gestiones en favor de la paz y la cooperación, aunque en algunos países preocupan cada vez más los espacios que está ocupando el Consejo de Seguridad en detrimento de los de la Asamblea General.

Los grandes avances en los campos de la tecnología, las comunicaciones, los transportes, los procesos electrónicos, las fuerzas y las formas multinacionales de producción han dado paso a nuevas formas de convivencia internacional. Hay una creciente interdependencia entre los países. Asistimos al surgimiento y expansión de nuevos bloques económicos y polos de desarrollo.
La sociedad parece reorganizarse en el marco de nuevas reglas: competitividad, cambio tecnológico, productividad y modernización de las organizaciones políticas y económicas.

Así como los cambios internacionales ofrecen grandes oportunidades, que sabremos aprovechar, el mundo de hoy también presenta riesgos respecto de los cuales debemos estar particularmente alertas. Señalo algunos:

CAMBIOS Y RIESGOS ACTUALES

-La profundización de las diferencias entre los niveles de vida de los países ricos y de los países pobres.
-Las pretensiones de hegemonía ideológica que se tratan de imponer en el planeta.
-Las intenciones de exportar -aun con el apoyo de recursos financieros e invasiones militares- supuestos sistemas democráticos, diseñados y "legitimados" desde el exterior.
-El surgimiento de nuevos centros de poder económico supranacionales.
-Las pretensiones de debilitar el derecho internacional.
-El condicionamiento de la cooperación internacional.

El problema más lacerante de nuestro tiempo radica en las profundas diferencias de los niveles de vida entre un reducido grupo de naciones industrializadas y miles de millones de habitantes del mundo en desarrollo.

Un mundo tan desigual no puede ser estable. Se requiere un compromiso amplio de reflexión y solidaridad al respecto. Por razones de justicia y también de seguridad global. En el origen de muchos fenómenos que preocupan al norte industrializado -presiones migratorias, deterioro del medio ambiente, terrorismo, resurgimiento de la xenofobia y el racismo, drogadicción masiva y crisis de los valores sociales- se encuentra la pobreza de más del 70% de la población de la Tierra.

Hasta ahora, la distensión entre las superpotencias, no se ha traducido en una voluntad clara de adoptar las acciones de gran envergadura que se requerirían para moderar ese desequilibrio. La indiferencia que parece prevalecer no presagia aún para el mundo una nueva era de estabilidad y armonía, como sería deseable que aconteciera. En injusticia y en ausencia de solidaridad, no podrá darse una paz estable.

En la defensa de nuestra independencia también deberemos estar alertas a las pretensiones de hegemonía ideológica, y a los intentos por universalizar una democracia de exportación, en la cual la manipulación comercial sustituye a la voluntad política autónoma de los votantes. Es una democracia que se maneja con los criterios, las técnicas y los costos del mercado más sofisticado, y que no necesariamente es aplicable a pueblos cuyas condiciones históricas y sociales son diferentes.

PELIGROSO DETERIORO DE LA TOLERANCIA

En estos procesos empieza a manifestarse un peligroso deterioro de la tolerancia. El mundo no va a uniformarse en torno de un solo sistema de ideas, y de fórmulas sociales y políticas. El mundo ha sido y será mucho más rico y variado que eso. Un mundo uniforme y plano sería un mundo inerte, sin opciones, sin posibilidad alguna de ejercer la libertad.
En nuestra lucha por fortalecer la autodeterminación debemos observar atentos, también, la evolución de los nuevos ejes y fuentes de poder económico internacional, representados por las gigantescas corporaciones supranacionales.

En la hora actual nuestra independencia también se ve amenazada por intentos de debilitar el derecho internacional. Hay quienes pretenden someter a revisión los principios fundamentales que regulan la convivencia entre los Estados. Al principio de soberanía se le quiere subordinar a la idea de interdependencia.

Al principio de no intervención se le relega, argumentando una supuesta contradicción con el deber internacional de tutelar derechos y conductas nacionales. Nos oponemos al retroceso del derecho internacional. Precisamente por la globalización de muchos fenómenos -económicos, ecológicos, criminales, culturales, etcétera- es tiempo de fortalecer y ampliar el ámbito de vigencia del derecho no de disminuirlo.

Por último, enfrentamos intentos por condicionar la cooperación internacional al cumplimiento de exigencias políticas establecidas por los países donantes. Se distorsiona así, en su esencia, el espíritu de la cooperación, que es el de promover relaciones de amistad entre los pueblos, con el impulso al desarrollo. México no establecerá condiciones a la ayuda que otorga a otros países, ni aceptará por motivo alguno que se le marquen condicionamientos a la cooperación que pudiera recibir.

Al encuentro de esas nuevas oportunidades y riesgos México acude seguro, apoyado en los principios y los objetivos que norman y orientan su política exterior. Unos y otros son fruto de nuestra experiencia histórica y de nuestra invariable voluntad de autodeterminación: enfrentamos con espíritu abierto el cambio, porque confiamos en la fuerza de nuestro nacionalismo.

FORTALEZA DE LA NACIÓN, GARANTÍA DE LIBERTAD

De nuestra historia recibimos una lección fundamental: que la fortaleza de la nación, en todos los órdenes, es el seguro principal para su libertad. Por eso instrumentamos nuevas estrategias económicas. Por ese motivo proponemos y logramos reformas para nuestras instituciones y procedimientos políticos. De esa lección de la historia surge el mandato para impulsar programas sociales, basados en la solidaridad. Es para fortalecer a la nación que el presidente Salinas de Gortari conduce una política exterior activa, y respetuosa de todos los países del mundo.

Fortalecer el camino independiente de México exige enfrentar con energía y sin dilaciones los grandes problemas del desarrollo. Por eso nos hemos propuesto recuperar la senda del crecimiento con equidad. La fortaleza de la nación es inseparable de un gran programa de excelencia en todos los órdenes de nuestra sociedad. Debemos exigirnos más como individuos y como país, para elevar la eficiencia y la productividad y, de esa manera, poder aprovechar las oportunidades que ofrece una economía internacional integrada y competitiva. No hacerlo sería perder, tal vez irremediablemente, el histórico ofrecimiento que resulta de las vertiginosas transformaciones del mundo contemporáneo.

Otro gran desafío para ampliar nuestra capacidad de soberanía es desarrollar las instituciones políticas y perfeccionar nuestro sistema democrático. Un nuevo código electoral, promovido con el apoyo de diversas corrientes políticas, ha establecido el marco jurídico para encauzar la reciente demanda de la sociedad por participar en la conformación de sus estructuras de gobierno.

Al orden jurídico renovado deberá asociarse una gran dosis de tolerancia colectiva. Cuando todos acatan las reglas que corresponden al marco de la democracia, el adversario político merece el trato considerado y respetuoso que debe otorgarse a todo mexicano que piensa distinto, pero que igualmente contribuye a mejorar la casa común.

México se esfuerza por mejorar sus instituciones políticas, y sostiene el derecho de todos y cada uno de los pueblos del mundo a determinar libre y soberanamente su forma de gobierno y las características particulares de su propio sistema representativo. La igualdad entre los estados significa respetar su individualidad y su diversidad. La humanidad es por esencia plural.

NOS AFRENTA LA DESIGUALDAD DE LA SOCIEDAD

El problema que más nos afrenta es la desigualdad social. Para fortalecer nuestra soberanía es indispensable reducir esa desigualdad. Mientras se mantengan las grandes diferencias de acceso a las oportunidades de bienestar entre unos mexicanos y otros, no será posible impulsar con armonía el desarrollo, y la voluntad de modernización se verá seriamente obstaculizada. La profunda reforma del Estado ha permitido liberar recursos para aplicarlos solidariamente a atender las necesidades más ingentes de aquellos grupos de población que requieren con mayor urgencia de su acción correctora.

La fortaleza de la soberanía se apoya también en la solidez de nuestra política exterior. La soberanía de un Estado se define y cobra sentido en la relación con los otros Estados. Es precisamente en esta creciente interdependencia del mundo contemporáneo cuando el ejercicio de la soberanía adquiere su mayor significación y trascendencia.

Un nuevo mundo -retador, globalizado, vibrante y vertiginoso- está ya aquí. Se nos presenta como oportunidad y como amenaza. Y no ofrece alternativa alguna. No es posible hacerse a un lado ydejarlo pasar. Hay que asumirlo. Y la inmensa mayoría de los mexicanos, además lo desean, y están resueltos y preparados para hacerlo. Sin duda es privilegio histórico vivir tiempos de cambio tan acelerados.

Los mexicanos vemos sorprendidos pero entusiasmados lo que ocurre. Queremos asumir cabalmente nuestro tiempo, nuestra oportunidad y nuestro reto. Pero, por encima de todo, queremos seguir siendo mexicanos.

Admiramos valores, bellezas y gracias de otros pueblos. Y aprendemos de ellos, cuando es pertinente. Pero queremos seguir avanzando por nuestro propio camino. Transformándonos desde adentro, desde nosotros. Cambiando y mejorando lo que debamos o queramos cambiar, pero con nuestro propio estilo y, sobre todo, conforme a nuestros intereses y no para el servicio o el gusto de otros países.

Sabemos que no disponemos de más tiempo que perder. Por eso tomamos y aplaudimos las decisiones audaces y valerosas, cuando son inteligentes y nos permiten recuperar tiempos y espacios perdidos. Por eso entramos abierta y resueltamente a los nuevos tiempos del mundo moderno, seguros de lo que somos -conocedores de nuestras fuerzas y debilidades- y de lo que queremos ser. Seguros de la fortaleza de nuestra cultura, de nuestro nacionalismo, de nuestro profundo respeto por los demás pueblos que habitan la Tierra, y firmes en nuestro amor por México.

DEBER BÁSICO, FORTALECER LA SOBERANÍA

En el ejercicio de su función pública, el presidente de la República ha establecido como deber primario del gobierno la firme defensa y el fortalecimiento constante de la soberanía nacional.

La libertad de México y su capacidad de autodeterminaciónse robustecen con la determinación de ampliar nuestras relaciones con todas las regiones del mundo, antes que limitamos a alguna de ellas o comprometemos de modo exclusivo con bloques o mercados comunes.

Las determinaciones resueltas que se han adoptado para recuperar el crecimiento, modernizar las estructuras políticas del país e impulsar la justicia social, armonizan con una estrategia internacional que defiende y promueve nuestros intereses fundamentales.

El Gobierno de la República ha optado por una defensa estricta de la legalidad para defender los derechos de México y garantizar las libertades de los mexicanos. Ha fundamentado las relaciones entre el Estado y la sociedad en la corresponsabilidad y en la solidaridad. Se gobierna con el ejercicio responsable de la autoridad, alentando la participación y la organización de la comunidad en todas las decisiones que le afectan.

En los albores de la nación que surgía a la independencia, la lucha por el destino autónomo de los mexicanos se dio en el aislamiento y con una vocación esencialmente defensiva. Hoy vivimos tiempos diferentes y los cambios del mundo nos llevan a nuevas actitudes y nuevas respuestas. Ni nos aislamos ni cerramos los ojos ante la realidad. Preservamos y afianzamos nuestro destino independiente, impulsando con firmeza y seguridad todas las acciones que exige la hora de nuestro tiempo, para afrontar retos del presente y anticipar los desafíos del futuro.

Hace 180 años, en aquella Nueva España próspera pero perturbada por los sucesos de Europa, un pequeño grupo de mexicanos decidieron asumir plenamente su libertad personal y, encabezados por Miguel Hidalgo y Costilla, resolvieron convocar a la nación a luchar infatigablemente por su libertad y su independencia. Lo hicieron en el pueblo de Dolores y convocaron con un grito.

Hoy, 180 años después, el grito sigue recordándose y repitiéndose en todos los rincones del territorio nacional. Y mucho más allá, en cientos de ciudades de todo el mundo, ahí donde quiera que haya un mexicano.

Esta reiteración de la ceremonia del grito con sus vítores, su ondear de la bandera y sus campanadas que recuerdan justamente ala de Dolores, no es mera liturgia patriótica. Tiene un sentido único en el mundo y mucho más significativo. Es la expresión rotunda de la voluntad del pueblo, de la resolución profunda de la nación mexicana de reafirmar, preservar y fortalecer su independencia y su soberanía.

¿Por qué este gritar cada año nuestra voluntad de libertad e independencia? Porque sabemos, todos, que ha sido difícil conservamos libres y diferentes, como somos, como queremos y hemos resuelto seguir siendo.
El grito es reafirmación interna pero también compromiso compartido. Y anuncio a los demás de que la resolución permanece, inmutable, para todo aquel que tenga oídos y sepa entender lo que un grito que cubre el territorio y cruza los océanos significa.

Y así seguiremos, asediados o no, pero imperturbables, lanzando y escuchando el grito de libertad de los mexicanos, cada 15 de septiembre, a través de nuestros nietos y de los nietos de nuestros nietos, durante siglos.

 

 

 

Palabras de Fernando Solana en la ceremonia del CLXXX aniversario de la Independencia de México, el 16 de septiembre de 1990.