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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1988 Presidencialismo despótico, entrevista con Valentín Campa

Septiembre de 1988

La Revolución Mexicana fue un movimiento armado y violento contra el presidencialismo despótico de Porfirio Díaz, al grito de "Sufragio efectivo y no reelección". Sin embargo, como el capitalismo, bien pronto los grandes capitalistas se pronunciaron en favor del presidencialismo. Así, al convertir al jefe de Estado en jefe del partido oficial, crearon la situación viciosa en que nos encontramos. De ahí que el presidente, en una actitud sumamente arbitraria, pueda pisotear los derechos humanos y constitucionales en cualquier momento. Decir "el Presidente" significa todos los presidentes desde Calles, quien al final de su periodo presidencial, cuando ya traicionó a la Revolución, estableció los métodos que han permitido a sus sucesores robar y asesinar gente. Recuerdo, por ejemplo, un fusilamiento cuando la huelga de 1927, con el pretexto de que unos compañeros ejidatarios habían quemado un puente. Morones afirmó que yo había dado la orden. Me favoreció la contradicción de Emilio Portes Gil, gobernador de Tamaulipas, quien sabía que eso era mentira.

Uno de los asesinatos más bárbaros de Calles fue el del gran camarada Eduardo Rodríguez y su equipo en 1929, quienes lucharon contra Escobar y al mismo tiempo que combatían, repartían las tierras de los hacendados escobaristas. Eso no se los perdonaron, y Calles, no obstante el papel tan importante que había jugado contra el escobarismo, ordenó que los fusilaran.

Las cosas han cambiado, pero el presidencialismo despótico y anticonstitucional sigue existiendo. Ahora se encubre en medidas legislativas que, con el pretexto de perfeccionar la Constitución, la limitan y la violan; este también ha sido el método de Miguel de la Madrid. Por ejemplo, el derecho de huelga, de acuerdo con la fracción 18 del artículo 123 es ilimitado; todas las huelgas en México son licitas. Sin embargo, desde Calles los gobernantes establecen en la Ley Federal del Trabajo una serie de limitaciones violatorias de la Constitución, hasta el extremo de requisar las empresas; eso equivale a romper las huelgas, violando la Constitución. Y ellos lo saben. Los actuales gobernantes continúan la tradición despótica, encubriéndose en su legalidad anticonstitucional.

Desgraciadamente, en el PSUM primero y luego el PMS, algunos compañeros han apoyado la legalidad en general. Lo que muchas veces significa apoyar la legalidad anticonstitucional, (a eso se le conoce como bonapartismo, aunque su expresión mexicana sea una cosa y otra la francesa del siglo pasado).

El presidencialismo despótico es la expresión tiránica de la gran burguesía financiera que tiene interés en hacer política. Nosotros nos interesamos en las campañas electorales conscientes de sus limitaciones, porque nos permiten llegar a sectores sociales mediante la agitación y la propaganda; de otro modo no podríamos hacerlo. Eso explica que en 1976 el Partido Comunista participara en las elecciones. Salíamos de un periodo de actividad ilegal, con represión muy violenta, y creímos necesario utilizar los recursos de las campañas electorales para abrirnos espacios. Aquella fue una gran campaña de masas, y el secretario de Gobernación me dijo: "Usted es un candidato constitucional pero ilegal, porque no está registrado". No había registro, pero hicimos una acción de masas tan fuerte que puso en claro la relación de fuerzas. Mientras nosotros cerrábamos la campaña presidencial en la Arena México con un mitin de más de veinticinco mil personas, se hacía el cierre de campaña de López Portillo con menos de cinco mil gentes. Eso da una idea de la influencia que habíamos ganado en la sociedad.

Mucha gente seguramente no votó porque sabía que el voto no contaría, pero participó, y eso fue un factor, en mi opinión no el más importante, para la Reforma Política de 1978. La Reforma Política fue ante todo el resultado de la rebelión cívica de 1968. La campaña electoral de 1976 influyó sin duda; la Reforma tenia el fin central de legalizar el Partido Comunista, lo que era un acontecimiento de gran importancia.

Eso no quita que el grito de guerra de la Revolución Mexicana siga siendo pisoteado: el proyecto de Código electoral en vigor lo formuló el jefe máximo del PRI, o sea el Presidente de la República, y lo apoyaron la mayoría de los diputados. Este Código deja todo el control del proceso electoral en manos del gobierno y del PRI, y es totalmente contrario a la demanda de Sufragio Efectivo, que iba contra el aparato electoral del porfirismo. Como todo mundo sabe, las elecciones de 1910 las ganó en forma aplastante Porfirio Díaz, y a los pocos meses estalló una revolución apoyada por el pueblo con las armas en la mano.

Los métodos electorales subsisten, pero al menos permiten ampliar nuestros espacios de agitación e influencia y por eso participamos en las elecciones. De acuerdo a la realidad de 1976, los comunistas comprendemos que esa lucha electoral de masas, independientemente de que fuera considerada ilegal, obligó al gobierno a hacer concesiones, mínimas, pero concesiones. Queríamos ampliar la democracia: ese ha sido el objetivo permanente. En un examen objetivo del proceso electoral del 1988, podemos afirmar que el gobierno no hubiera permitido que se declarara triunfante a Cuauhtémoc Cárdenas, evidentemente, pero si se pudo hacer una campana que rompió el tradicional espectro político oposicionista y facilitó la actividad de masas. También esa fue mi intención en 1976, y sigue siendo: me parece que hemos avanzado desde entonces.

Mientras vivamos en un régimen capitalista, debe seguir siendo parlamentario. Es más, el parlamento debería elegir un Primer Ministro, independiente del Jefe del Estado, para que hubiera equilibrio y un control más democrático; así empezaría la erradicación del presidencialismo despótico por el cual hasta en las empresas de la nación los gerentes y sus ayudantes son nombrados por el Presidente de la República, lo que es verdaderamente odioso. Nosotros luchamos por diferenciar el estatismo de la propiedad de la nación; cuando nacionalizamos los ferrocarriles y el petróleo, con Cárdenas, dejamos claro que los consejos de administración deberían ser descentralizados, autónomos, integrados por técnicos y administradores eficaces y honestos. Ahora las empresas de la nación no son tales, son propiedad privada del gobierno; este es un estatismo estrecho, y para colmo, en vías de liquidación.

El proceso es difícil y en él estamos. Vamos arrancando trozos de poder poco a poco, hasta lograr una relación de fuerzas que permita modificar la situación. Algún día el parlamento dejará de obedecer al Presidente.

Por eso el objetivo inmediato es el de construir un gobierno parlamentario más democrático, aunque por lo pronto sea capitalista.

Valentín Campa. Veterano líder ferrocarrilero, en la actualidad dirigente del Partido Mexicano Socialista, fue candidato presidencial por el partido Comunista en las elecciones de 1976, cuando esta agrupación aún carecía de registro oficial.