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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

Este Sitio es un proyecto personal y no recibe ni ha recibido financiamiento público o privado.

 

 
 
 
 


1982 Sexto Informe de Gobierno. Mensaje. José López Portillo

Septiembre 1 de 1982.

 

Honorable Congreso de la Unión:

Rindo mi sexto informe de Gobierno ante esta renovada pero idéntica soberanía.

Están aquí, representadas por ustedes, ciudadanos legisladores, las fuerzas ideológicas de nuestro pluralismo nacional, y legitimada su lucha mediante un proceso permanente y perfectible que pueblo, gobierno y organizaciones, hemos instituido como reforma política.

Estamos aprendiendo a transitar, no sin problemas, de un gobierno de mayorías absolutas, a otro en el que de manera garantizada concurren las minorías.

Recientemente y para culminar el procedo de la ley de amnistía, se beneficiaron las últimas cuarenta personas que se hallaban en el supuesto de esta norma, que cumple así sus propósitos como importante capítulo de la propia reforma política.

Disidencia radical ya no es disolución social, sino posible integración de oposiciones.

Protesta ya no es necesario sinónimo de violencia y delito, sino puede ser cuestionamiento encauzado y fértil.

La voz de la inconformidad salió de la clandestinidad y libre se multiplica, garantizada como derecho a la información, respetada como libertad de expresión, de prensa y sobre todo, como seguridad al uso de medios masivos de comunicación.

Las calles están abiertas a las reuniones y manifestaciones públicas de toda idea, cuestión e interés.

Se disiente, se discute, se discierne en el respeto y la tolerancia.

Esa es la democracia y en ella el pueblo resuelve y vota.

Y votó y aquí estamos.

Aquí están, y en buena hora, con voz, voto y fuero, críticos radicales y nuevos opositores, bienvenidos.

También están los miembros de mi partido.

Un abrazo solidario y una consigna: sigan haciendo los cambios revolucionarios desde las instituciones, lo mismo en la calma que en la tormenta.

Todo termina.

Todo empieza.

Ustedes, nuevos representantes del pueblo en el Poder Legislativo, asumen hoy la responsabilidad de un nuevo tiempo.

Podrán convertir sus convicciones de decisiones, como oportunidad legitimada de servicio al bien de la República.

Hoy, por mi parte, dirijo el último mensaje a la nación desde su más elevada tribuna.

Pronto terminará el mandato que me otorgó el pueblo y el término definitivo de mi vida pública a la que entregué toda mi voluntad y buena fe, en afán de servir, de ser útil en la comprometida función de tomar decisiones ejecutivas frente a alternativas en ocasiones dramáticas, ocurridas en tiempos difíciles, ante las cuales no pueden optarse por un imposible bien, sino por un viable mal menor.

El recuento de lo cumplido y su claro oscuro, aquí lo haré.

El balance último de nuestra gestión será obra de la historia.

La angustia ante ella, mi preocupación más íntima; pero al fin de cuentas poco importa el destino, la imagen o el prestigio individual de un hombre y la suerte que la posteridad le depare.

Lo que importa es que se salve nuestro patrimonio común de instituciones y esperanzas.

Y éstas, entendidas como próxima responsabilidad, como renovación de tiempos, principios, tareas y expectativas para este gran país, están radicadas en el Presidente electo de los Estados Unidos Mexicanos, aquí presente.

Para usted ciudadano Miguel de la Madrid Hurtado, mi fraternal saludo y los votos por que cumpla mejor que yo, las recias responsabilidades de servir a México.

Llegará al poder en una de las horas más difíciles de la Historia Universal Contemporánea.

Cuenta con una absoluta e indiscutida legitimidad política; pero habrá de necesitar el apoyo efectivo y permanente de todos los mexicanos.

Por mi parte, cumpliré mi intransferible responsabilidad hasta el último día de mi mandato.

Ofrezcamos al nuevo gobierno las mejores condiciones posibles para emprender su tarea.

Hagámoslo por el bien de todos.

Ahora podemos afirmar que los poderes de la Unión son el efecto de la Reforma Política cuya importancia no exagero por haber sido su iniciador responsable; la reconozco así, porque recibió el refrendo total del pueblo, y porque abierta está al proceso de su perfeccionamiento.

En estas oscuras épocas de bárbaros regresos, progresamos en la democracia como sistema de nuestra vida nacional.

Pocos países del mundo pueden dar un ejemplo de riqueza plural y participación electoral como el ocurrido el 4 de julio de este año.

Estoy satisfecho y orgulloso, como debemos estarlo todos los mexicanos, que fuimos protagonistas y testigos.

Quien ejerció su derecho fundamental, su sencillo derecho a votar, tenga la certidumbre de que se respetó y que los procesos se cumplieron como supuestos en la norma, incluidas irregularidades y aun violaciones que se resolvieron legalmente.

Aquí están todos los que son, en la legitimación certificada y no están los que no pudieron ser.

Que no opaquen el triunfo de la democracia la inconformidad estéril de quienes habiendo tenido la oportunidad, no llegaron.

El pueblo no lo quiso.

Nos explicamos los esfuerzos de sobrevivencia política de algunos.

No admitamos que deseen lo fundamental.

Dentro de la práctica normada por la Reforma Política, a tiempo y en debida forma se han renovado la mayoría de los ejecutivos y congresos locales y de ayuntamientos.

En toda la república las minorías han encontrado expresión y la pasión de su disidencia se ha vuelto deber institucional.

Y así, afirmo: la Reforma Política fue un logro estructural irreversible.

La misma sabiduría del pueblo aceptó otra grave decisión estructural básica; tal vez la más comprometida que la nación ha tomado como el fin último de nuestro proyecto nacional: disminuir en el sexenio como lo hicimos, el incremento poblacional del 3.6% al 2.5%, al mismo tiempo que la mortalidad descendió en estos últimos 5 años del 8.5% al 7.5%, con aumento de la esperanza de vida de 64 a 66 años.

Se concilió la necesidad, con el respeto a la libertad de la pareja que ha resuelto el número y espaciamiento de su prole.

Fue otro logro estructural que puede convertirse en irreversible.

Avanzamos, de mantenerse esta tendencia decreciente, podremos esperar que para el año 2000 seremos alrededor de 100 millones de mexicanos en vez de 130.

Grave decisión ética entre lo cualitativo, y lo cuantitativo.

El nivel de vida, el desarrollo social, frente al aumento inmoderado de población que lo hacen imposible en este mundo lleno de contradicciones y limitaciones.

En este momento de aturdimiento, tal vez no lo valoremos en su cabal importancia.

Para México, se trata de su futuro: cuántos mexicanos debemos ser.

Hemos sido celosos en garantizar a los extranjeros que ingresan al país la amplia libertad y derechos que consagran nuestras leyes y de modo especial el mantener vigente el derecho de asilo, ejercido cada vez con más frecuencia en la medida que se cierran las opciones democráticas en otros países.

Con las Naciones Unidas establecimos la Comisión de ayuda a refugiados.

Ningún mexicano está asilado en embajada o país extranjero.

Mantenemos así nuestra vocación de paz para garantizar los derechos humanos de los que padecen persecución por sus convicciones políticas.

Aquí no sólo las respetamos.

Las consideramos opciones institucionales para el pueblo de México.

Aquí están.

Realizamos un esfuerzo simultáneo y sistemático en toda la nación, para rehabilitar y hacer más eficaz la función del ministerio público, voz del pueblo en la administración de justicia que no es, ni por su fin ni por su propósito fundamental, castigar.

Una sociedad es tanto más sana, cuanto menos se vea en la necesidad de resolver en justicia conflictos y controversias.

Aquella lo es más efectiva cuando la sociedad vive la norma como normalidad.

El castigo, la sentencia, es función conmutativa indispensable en el conflicto, que en sí mismo es indeseable.

Ahora la función del ministerio público y su trabajo eficiente tiene otra fisonomía.

Se ha humanizado la actitud de las personas que lo ejercen y se ha obtenido en diversos órdenes la invaluable colaboración de la ciudadanía en concurrencia cívica sin precedente, que con vigor se proyecta hacia el futuro.

Fue un logro en proceso perfectible.

Avanzamos.

Llegamos a 1982 con nuestras instituciones armadas en tierra, aire y mar, cada vez más profesionales, modernas y eficientes.

A lo largo del sexenio he convivido con ellas y satisfecho he asistido a su mejoría sustancial, progresiva y constante.

Es asombroso lo que se alcanzado con los prepuestos asignados, manejados no sólo con honradez, sino con imaginación y creatividad, que se hace evidente en sus construcciones de alta calidad, a costos increíblemente bajos; su cada vez mejor industria militar de equipos y vestuario, a su preparación intelectual y física, a las ya dignas excelencias del servicio militar.

Frente a los retos de la ampliación de la Zona Económica exclusiva y los crecimientos de nuestras actividades comerciales y pesqueras y de construcción naviera, nuestros marinos han sabido responder con gallardía.

Las funciones castrenses han auxiliado a la población civil en casos de necesidades públicas, no sólo con riesgo, sino con el sacrificio de su vida.

Conmovido, aquí recuerdo, como ejemplo, la patrulla del Ejército cubierta por las cenizas del Chichonal, cuya erupción creó modalidades operativas sin precedente a las que la adaptabilidad del Ejército halló óptimas respuestas.

Nuestro agradecimiento a su heroísmo y eficacia, que se hace extensivo no sólo a la lucha contra los siniestros sino a la construcción del progreso nacional, sin cuyo apoyo no se concebiría.

Asimismo debemos mencionar la lucha contra el cultivo y tráfico de estupefacientes que constituye en el mundo, ejemplo sin paralelo.

Todos los años lo hemos dicho; grave sería que en uno, no pudiéramos repetirlo.

Puedo afirmar que hoy tenemos mejor Fuerza Armada que antes, nutriente y nutricia de nuestras instituciones; coadyuvante a la serenidad social; fruto innegable del desarrollo autónomo y la convencida lealtad institucional de sus miembros.

Teniendo como responsabilidad la seguridad nacional, no es reducto para escépticos, para claudicantes o para quienes suspiran por el extranjero.

Es bastión de lealtad que cumple eficientemente con su deber, emocionadamente con su compromiso y disciplinadamente con su tarea.

Constituyen nuestros Institutos Militares y Navales un logro irreversible de la República.

Mi agradecimiento más convencido a su lealtad, generosidad y patriótica entrega.

Ahora para todos es evidente la interrelación del mundo contemporáneo.

Los problemas interiores de México, como los de todos los países y de modo especial los que están surgiendo, no se puede resolver, ni siquiera plantear fuera del ámbito internacional envolvente.

Los vasos comunicantes de la política y la economía, transmiten presiones y buscan niveles que tarde o temprano afectan al conjunto y a las partes.

El mundo actual en lo económico vive la ruptura del sistema impuesto por los triunfadores de la segunda Guerra Mundial, para ordenar el mundo a su imagen y conveniencia.

Mantienen la fuerza de su liderazgo; pero éste ya no es eficaz.

Ya no hay el orden que, bien o mal, lo justificaba.

Ellos mismos después de veinte años de estabilidad, rompieron la disciplina, en un proceso de deterioro que empezó con la sobresaturación del dólar como divisa; sus problemas con el oro; siguió con la inflación, se agravó con las competencias y sus reacciones y represalias y ahora se expresa en el desorden monetario, financiero y comercial en el que vivimos y en el que ya ni los aliados se entienden.

Las diferencias económicas entre los países ricos norte, y los pobres del sur, se agrandan y complican, como hasta el cansancio lo hemos dicho, con las definiciones ideológicas alternativas, la pugna hegemónica este- oeste, que especialmente ahora ensombrece el panorama y se radicaliza.

Hasta 1979 vivimos los años de la distensión.

Las dos superpotencias, nunca amigas, habían llegado, sin embargo, a una serie de entendimiento, unos explícitos y otros implícitos, en el terreno político y aun en el Militar.

La carrera armamentista nunca se detuvo de verdad, pero los importantes acuerdos sobre misiles antibalísticos de 1972, unidos a la larga negociación de Salt II, finalmente coronada por el éxito, hicieron cobrar esperanzas de que finalmente los gobiernos habían percibido lo que sus pueblos ya sabían:

La genuina seguridad y la paz se logran mediante el desarme y el progreso y no el rearme sin límites y la recesión.

El mundo se empezaba a acostumbrar y a gozar de los beneficios de 20 años de distensión, cuando intempestivamente, de un año para otro, la situación empezó a deteriorarse aceleradamente, al grado de que hoy vivimos quizá la época de mayor tensión, crisis y peligro desde el final de la guerra.

El rearme se ha desenfrenado y a él se sacrifica el sistema económico mundial. Las zonas de conflictos armados se han multiplicado.

Todo ello directa o indirectamente a todos nos afecta.

Es claro que no podemos arreglar la casa, ni en ella tomar decisiones ciertas, cuando la corriente exterior, fuera de nuestro control, nos empuja, nos precipita o nos detiene.

Por ello mi Gobierno acordó pasar de ser un espectador prestigiado por sus principios y su fino criterio, a ser un actor con una trayectoria definida por su propia actuación.

Así, además de la mera invocación de ciertos postulados internacionales que son consustanciales a México -autodeterminación y solución pacífica de controversias, no intervención y prohibición del uso de la fuerza- y que constituyen el aspecto tradicional y fundamentalmente defensivo de nuestra política exterior, decidimos adoptar una actitud activa y dinámica ante el mundo, en vez de esperar pasivamente su deterioro.

Esta era la actitud que mejor correspondía a los intereses de México contemporáneo y a las aspiraciones de nuestro pueblo.

Asumo con el mayor orgullo la responsabilidad de esta elección.

A casi seis años de distancia afirmo con emoción que la voz de México, siempre tan escuchada y respetada, es hoy piedra angular de la esperanza activa de la razón en los asuntos internacionales.

En todos estos años, dimos fuerte apoyo a las Naciones Unidas, que a pesar de sus imperfecciones representa el mejor instrumento jurídico- político de que ha sabido dotarse la humanidad, no sólo para mantener la paz, sino para establecer la cooperación entre las naciones.

Así, continuamos la lucha iniciada dignamente en el gobierno anterior, por el establecimiento de un nuevo orden económico internacional más justo.

En su seno, lanzamos dos grandes iniciativas relacionadas con temas vitales para la humanidad.

La primera, el Plan Mundial de Energéticos, propuestos en 1979, plantea la racionalización de la producción, de la distribución y del consumo energético, en preparación del tránsito ordenado entre dos eras energéticas de la humanidad.

Hoy, cuando las condiciones han variado, el Plan Mundial de Energía cobra nueva vigencia, frente al desorden en precios, abandono de proyectos de desarrollo y de fuentes alternativas de energía.

La otra iniciativa de mi Gobierno es esta materia, fue la Reunión en Cancún de veintidós Jefes de Estado o de Gobierno representativos del norte y del sur, con el fin de dialogar sobre las relaciones económicas entre las dos mitades del mundo y de que se subrayará la voluntad política de sus pueblos para hacerlas más justas.

Aunque la sola reunión fue uno de sus logros importantes, preciso es reconocer que el consenso deseado no fue pleno, pero aún en la intransigencia de algunos países del norte, se demostró que el diálogo era posible y conveniente, que no toda reunión entre norte y sur caía en el enfrentamiento, que sí podía existir un "espíritu de Cancún" y un sentido de responsabilidad en la negociación.

Este logro ha dejado huellas; de alguna manera el reciente acuerdo tomado por los siete grandes países industrializados en la Reunión de Versalles sobre el comienzo de las negociaciones globales, es resultado del "espíritu de Cancún", así como el reciente acercamiento entre India y los Estados Unidos de Norteamérica.

México, país frontera, conjugó a ambos términos sin enfrentamientos y sin polarización.

Demostró y acrecentó su presencia activa en el mundo de hoy, como interlocutor aceptado y respetado por todos.

Queremos enfatizar ante esta soberanía que, con estas iniciativas, buscamos afuera las soluciones que adentro no podemos dar a los problemas que nos aquejan, monetarios, financieros, comerciales, tecnológicos. No nos cruzamos de brazos.

Luchamos en todos los frentes.

Otra muestra patente de la nueva actitud dinámica fue nuestra elección y participación en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

A pesar de haber sido fuertemente requerido, México se había rehusado a presentar su candidatura desde 1946, porque entrañaba riesgos.

Ciertamente una presencia activa en el Consejo acarrea la posibilidad de serias desavenencias con otros Estados, pero también ofrece la oportunidad de defender causas justas, presentar propuestas conciliadoras y sobre todo, hacer valer y apoyar principios más que países.

Durante los dos años de nuestro mandato (1980- 1981) nuestra participación se caracterizó por su independencia y seriedad.

México se enorgullece de haber participado activamente en la elaboración de la convención sobre el derecho del mar, que puede considerarse como expresión del Derecho Internacional General vigente en la materia y será abierta en el curso de este año.

En el marco del fortalecimiento de nuestra presencia en las Naciones Unidas, mi gobierno decidió firmar y ratificar siete tratados sobre derechos humanos, unos de las Naciones Unidas y otros de la Organización de Estados Americanos, que llevaban ya, algunos de ellos, unos veinte años de estar abiertos a la firma. Mediante su ratificación, el gobierno de México queda obligado, no solamente ante su pueblo, sino ante la comunidad de naciones, a respetar los derechos humanos en los términos de los tratados.

Al pedir la aprobación del senado, hice ver su significación política complemento, y en verdad, parte de la reforma política que ahora vivimos.

A pesar de que la organización de Estados Americanos no funciona adecuadamente para mantener la paz y fomentar la cooperación internacional, mi administración la ha apoyado porque representa un foro en que los países latinoamericanos, a veces, pueden negociar, no bilateralmente, sino en su conjunto, con los Estados Unidos de América.

Quisimos también reorientar nuestra política internacional hacia una zona decisiva, vital para nosotros: Centroamérica y el Caribe.

Las naciones que integran el área son las más cercanas a México desde todos los puntos de vista.

Sabíamos que la situación económica, política y social de los países que componen esta región era explosiva y que, junto al ostracismo de Cuba, constituían un potencial de tensión con los Estados Unidos, que desgraciadamente se ha expresado en actos lamentables.

Tratamos entonces de anticiparnos a la crisis, tanto en el terreno político como en el económico.

Tenemos que conciliar a lo que a veces parece irreconciliable: mantener buenas relaciones de fondo con los Estados Unidos y, al mismo tiempo, postular y desarrollar nuestra simpatía y apoyo a las luchas más nobles de los pueblos del mundo en desarrollo, en particular de la región más cercana a nosotros y a la vez más convulsionada: Centroamérica y el Caribe.

Posible hubiera sido para mi gobierno el expresar nuestra solidaridad con nuestros hermanos centroamericanos y del Caribe en sus luchas sociales, relegando a un segundo plano nuestras relaciones con Estados Unidos.

Pero ¿qué hubiera valido esa solidaridad a la luz de las dificultades, más aún, de la grave crisis que significaría para México el vivir en un constante y desgastante enfrentamiento con los norteamericanos?

Hubiéramos podido dedicarnos a cultivar las relaciones diplomáticas, económicas y comerciales con nuestro vecino del norte, haciendo caso omiso de lo ocurrido al sur del Suchiate.

Pero ¿con qué dignidad podría yo representar a México ante el mundo si así hubiéramos actuado? y ¿con qué fuerza, con qué orgullo podríamos negociar el sinnúmero de asuntos pendientes con los Estados Unidos si nos traicionábamos a tal punto con nosotros mismos?, tomadas por separado cualquiera de las dos responsabilidades son fáciles de asumir.

Lo difícil y a la vez lo imperativo, es cumplir con ambas simultáneamente.

Lo hemos intentado por el camino del respeto al derecho y por el del derecho de la amistad: el reconocimiento de disentir con el amigo honesta y abiertamente.

Sobre Centroamérica hemos insistido en que las pequeñas y frágiles economías de los países del área, deterioradas por la incomprensión internacional, requieren de una cooperación significativa y sin discriminación política.

Así, en la medida de nuestras posibilidades hemos sido consecuentes:

El acuerdo petrolero de San José que firmamos con Venezuela ha resistido el paso del tiempo y el peso de la crisis.

Entre 1980 y 1982 la ayuda económica de México a los países del área por este concepto ha sumado 700 millones de dólares.

En términos anuales, este monto es idéntico al del plan de ayuda a la cuenca del Caribe propuesto por Estados Unidos, siendo incomparables las capacidades y condiciones de nuestras dos economías.

A pesar de la crisis mantenemos vivos nuestros compromisos, porque queremos decirle al mundo no con palabras, sino con el ejemplo de los hechos, que es posible apoyar el desarrollo de los débiles sin abusar de su situación; sin someterlos a la humillación de admitir intervención o condiciones ideológicas; que es posible ayudar en la dignidad y en el respeto a resolver la desigualdad y la injusticia, sin buscar siquiera, la gratitud.

Eso lo dice un México desfinanciado, que con otro país latinoamericano, Venezuela - que también y como todos, tienen problemas- afronta sus compromisos y, quisiera ver comprometida en forma equivalente a toda la humanidad.

Tratamos como queremos ser tratados.

Esa es nuestra autoridad moral frente a la prepotencia.

En las buenas, pero también en las malas, hemos permanecido al lado de nuestros hermanos nicaragüenses.

Su gobierno, apoyado por su pueblo, le ha cumplido; nosotros lo hemos hecho con ellos, apoyándolos hasta donde hemos podido y cumpliendo así también con nosotros mismos.

Hoy, cuando la incomprensión, la ceguera y la impune arbitrariedad de la fuerza acosan a esa pequeña y sacrificada nación, es orgullo de México poder decir con la razón y el derecho: Nicaragua debe resolver por sí, sus problemas; no la agobien más con presiones económicas; ni la amenacen con intervenciones armadas de disidencias artificiales.

Hay opciones racionales y dignas.

Déjenla en paz.

Parafraseando a Lincoln insisto en que ningún país es suficientemente bueno para intervenir en otro sin su consentimiento.

Junto con el Gobierno de Francia tratamos de impulsar una solución negociada en el caso de El Salvador, que ponga término a la sangría.

Hoy, cuando es ya evidente que ninguna otra solución ha resultado viable, nuestro planteamiento cobra aún mayor realismo, y pasa a ser llamado de alarma: si no hay negociación, puede haber, pronto, demasiado pronto, regionalización.

Hay que evitarla.

Con relación a Cuba desarrollamos la política digna fijada por México desde hace 20 años.

Rechazamos el aislamiento y reforzamos los lazos que históricamente nos unen con ese heroico pueblo.

Desde 1980 proseguimos gestiones discretas buscando el fin de ese absurdo silencio que impera entre dos grandes naciones separadas por apenas 150 kilómetros del mar Caribe.

Pero también advertimos que la grandeza no equivale a fuerza o dimensión y que la asimetría entre Cuba y Estados Unidos obliga a recíproca mesura y responsabilidad.

Las amenazas y el ostracismo y la no aceptación de una realidad con 23 años de existencia no corresponden a la hermosa tradición de libertad y tolerancia del pueblo norteamericano. Insistimos una, otra y otra vez y lo haremos siempre, en la posibilidad razonable de distender el área como precondición para resolver los demás problemas.

Así se explica la propuesta de paz que formulamos en Managua en febrero de este año: es evidente para todos que la alternativa a la negociación era y es, la conflagración regional.

Tratamos, nuevamente, de anticiparnos a los acontecimientos; asumimos nuestra obligación de hacer todo lo posible por alejar la catástrofe.

Diagnosticamos los centros de tensión, propusimos soluciones y canales de comunicación y emprendimos las gestiones necesarias para establecer el diálogo entre las distintas partes.

De este modo, México cumplía cabalmente con su papel de comunicador, de iniciador de contactos y de esclarecedor de posiciones respectivas.

Pero México no puede negociar a nombre de las partes, ni puede obligar a éstas a entablar una negociación que no concuerda con sus intereses, tal y como esas partes los entienden.

El primer balance, pues, del plan de Managua es relativo; por un lado se lograron los contactos, pero éstos no se transformaron, por lo menos hasta ahora, en negociación.

No obstante, un análisis más sustantivo muestra algo de importancia indudable: nadie podrá jamás reprocharle a México el no haber hecho todo para evitar el cataclismo.

Nadie podrá negar que México le ganó tiempo a la solución pacífica y esclareció las posiciones, y sobre todo, quedó claro para el mundo que sí existió y existe, alternativa a la guerra en la región, si hay imaginación y voluntad para impedirla.

Que cada quien asuma sus responsabilidades; México asumió las suyas.

Ahora y desde aquí, cuando vecinos y hermanos parecen incurrir en la provocada debilidad de la fuerza, los exhortamos a conciliación y concordia.

No caigan hermanos centroamericanos en la definición violenta de artificiales diferencias que en rigor lo son de dicotomías hegemónicas, que no son las nuestras; que las juventudes idénticas no se maten y que no se manche la nobleza de nuestras tradiciones latinoamericanas.

Nuestra política hacia Centroamérica y el Caribe no se limita, sin embargo, a los países mencionados.

Con Costa Rica, estrechamos relaciones en todos los terrenos incluyendo, en particular, el de la cooperación económica.

Apoyamos decididamente, desde 1977, la legítima reivindicación de Panamá por establecer su soberanía sobre el Canal que lleva su nombre.

Cuando en octubre de 1979 ahí hablamos en representación de los jefes de Estado de Latinoamérica, sentimos el reconocimiento por esta tradicional posición de México.

Defendimos con firmeza el derecho inalienable a la autodeterminación del pueblo de Belice y, una vez lograda su independencia, hemos desarrollado un programa de cooperación que esperamos fortalezca su autonomía.

Para México, el mantenimiento de buenas relaciones con Estados Unidos constituye una piedra angular de su relación con el exterior.

Cuestión de realidades, no de gustos o caprichos.

Pero no puede haber buenas relaciones con los Estados Unidos si no se basan en primer término, en el respeto.

En la medida en que durante mi Gobierno ha habido respeto mutuo, puedo afirmar que el balance sexenal de nuestras relaciones con Estados Unidos es globalmente positivo, porque mantuvimos el equilibrio imperativo e indispensable, entre el aspecto económico, el propiamente político y el fronterizo, significado este último por el fenómeno de nuestros compatriotas que viven y trabajan al norte del Río Bravo; la cooperación en el narcotráfico y los problemas del contrabando.

En el aspecto comercial, vivimos los efectos de nuestra expansión y de la recesión de nuestros vecinos. Importamos mucho y ellos querían exportarnos más.

Exportamos bastante, pero ellos insistían en que exportáramos de manera distinta: más petróleo y gas, menos bienes manufacturados e intermedios.

Esta contradicción se vio agudizada por otra, de carácter más abstracto: México es hoy ya, uno de los países más desarrollados del conjunto de las naciones en vías de desarrollo.

Nosotros queremos seguir siendo tratados como país en desarrollo y tenemos razón.

Estados Unidos quiere tratarnos como si ya fuéramos una economía subdesarrollada y no carece de argumentos.

El conjunto de elementos de nuestra relación económica con los Estados Unidos - aún, impuestos compensatorios, barreras arancelarias, relación con el GATT, etc.- se enmarcan en el desfase citado y en la transición en curso.

Negociamos lo que era negociable, sin lograr grandes avances, pero sin sufrir tampoco dolorosas derrotas.

Mientras no tengamos un mayor éxito en la diversificación de nuestras relaciones con otros países, no habrá mucho espacio para avanzar en el terreno económico bilateral.

Así son las realidades que tenemos que reconocer.

En materia política, en cambio, se logró una transformación en las relaciones cuya trascendencia no siempre ha sido debidamente valorada.

No se suele entender la importancia radical de un hecho: por primera vez en la historia, México se ha convertido en un interlocutor aceptado y buscado por los Estados Unidos en asuntos no directamente bilaterales.

En el consejo de seguridad de la ONU, en torno a la situación en Centroamérica y el Caribe, más recientemente sobre el conflicto de las Malvinas y finalmente en lo tocante a la ronda de negociaciones globales, México diverge, converge y sobre todo, negocia con los Estados Unidos por el camino de la dignidad, el respeto y la amistad.

Esto nunca antes había ocurrido.

En lo que toca a los mexicanos que emigran hacia el Norte en búsqueda, de empleo que a pesar de los avances aún no les podemos ofrecer en su patria, logramos lo esencial.

No nos prestamos a ningún esquema que restringiera la libertad constitucional, de todos los habitantes de transitar o salir de México.

Aquí no hay muros.

La presencia de trabajadores indocumentados en Estados Unidos, es un problema de demanda real de manos en ese país.

El nuestro, el que hemos luchado por resolver, es el de crear empleos aquí y el de hacer respetar los derechos humanos y laborales de nuestros compatriotas, mientras sigan teniendo que emigrar.

Jamás accederemos a patrullar nuestras fronteras.

Hemos ampliado considerablemente la gama de nuestras relaciones internacionales durante este sexenio.

Sostenemos relaciones diplomáticas con un total de 140 países en todos los continentes.

En ese aspecto el cambio más relevante fue, por supuesto, el restablecimiento de relaciones diplomáticas con España en 1977, lo que suscitó un dramático florecimiento en las relaciones culturales, sociales, económicas y humanas entre nuestros dos países. Nos congratulamos vivamente en ello.

Por el camino de las coincidencias, apoyamos y fuimos apoyados por los países socialistas en iniciativas de paz y de desarrollo, impulso que habrá de fortalecerse.

Con Brasil, Canadá, España, Francia, Japón y Suecia hemos establecido esquemas globales de cooperación económica, que toman en cuenta integrada y simultáneamente aspectos de complementación industrial y tecnológica junto con las relaciones comerciales y financieras como forma mutuamente benéfica de asociarlos de manera más estrecha al desarrollo económico de México.

Este proceso ha tenido buen éxito y nos ayudó considerablemente en los días difíciles de la baja brusca de los precios del petróleo.

El panorama internacional de 1982 no es el que los pueblos del mundo quisieran.

La distensión y la relativa prosperidad del decenio anterior han cedido su lugar a la mayor crisis en las relaciones este-oeste y norte-sur que hayamos presenciado en la posguerra.

México sufre inevitablemente los efectos de esta trágica situación que ya parece escapar a todo control.

Si no pudimos, ni nosotros en la modestia, ni nadie en la fuerza, evitar la crisis global que azota al mundo, la enfrentamos con la serenidad y la confianza que nos brinda la posición de México entre la comunidad de naciones.

Es un buen logro haber dado a México la posibilidad de enfrentar la crítica situación internacional que vivimos en las mejores condiciones posibles: tradición e innovación; respeto y prestigio; consistencia e imaginación; pueblo que apoya y principios que obligan.

Pensamos parafraseando al filósofo, que no es ni racional ni ético aceptar un mundo en el que haya países tan ricos y poderosos que pueden comprar por la riqueza o dominar por la fuerza a países tan débiles que acepten venderse o puedan ser arrollados por la arbitrariedad y la violencia.

Por encima de esa cruel, inaceptable dicotomía, está la alternativa superior del derecho.

En él creemos.

El lugar que hoy tiene México en el mundo es digno y seguro.

Es uno de los mayores orgullos de mi administración.

Antes de referirme a la situación económica que vive el país, en obvio de reiteraciones, pido a esta soberanía se remita a los anexos en los que se complementa este Informe y se amplían, detallan y pormenorizan, los números y estadísticas de los distintos sectores de actividad económica y social.

Para no aturdir la atención, manejaré tan sólo las cifras que ilustran los conceptos.

Todas son comprobables.

Podrá haber algún error; pero ninguna falsedad.

Me voy a referir al tema sin duda más polémico de cuantos pueda tratar: la política económica.

Señor secretario particular está entregando los anexos.

Del modo más directo, solicito se me escuchen mis prejuicios; ni para bien, ni para mal.

No vengo aquí a vender paraísos perdidos, ni a buscar indulgencias históricas.

Con toda honestidad intelectual, vengo a cumplir con un compromiso elemental: decir la verdad, la mía.

Es mi obligación, pero también mi derecho.

Ni todo lo ganamos ni todo lo perdimos.

Un país como el nuestro es mucha entidad para concentrar su destino en una coyuntura, así sea la creada por los poderosos de este mundo.

Seré objetivo.

Quiero referirme a todas las cuestiones que están en las conciencias, los intereses o simplemente en la calle.

A todos quiero contestar porque con todos estoy obligado.

Porque a todos reconozco derecho.

A las preguntas limpias de la gente sencilla; a los gritos de los que hace poco aplaudían; a los reproches de quienes no quieren recoger varas y hace poco tiraban cohetes; a los que quieren seguir lucrando con el riesgo del país amparándose en la desconfianza; a los monólogos de los pontífices críticos.

A los que se me rajaron.

A las dudas de los amigos.

A las condenas de los enemigos, gratuitos porque desde el poder no dañe, ni a nadie ofendí.

Y sobre todo a la gente buena de nuestro pueblo que todavía aplaude y sonríe cuando pasa el Presidente.

Voy a explicar mis decisiones, para dar la cara a los juicios.

Y para que todos nos esforcemos por recordar o entender, momento, devenir, hombre, país y circunstancia.

Es útil a todos el análisis colectivo; el enfrentamiento a la verdad profunda, que después fundamente una acción solidaria y correctiva y no escape vía inmolación ajena, para ganar tranquilidad de conciencia, justificación a la falta de solidaridad, excusa al egoísmo, desahogo a las contradicciones o a los problemas de identidad y aun de lealtad.

Es evidente que los problemas financieros de corto plazo tienen ahora un peso predominante en la atención nacional.

Es explicable; pero no suficiente.

Los acontecimientos de cada día aturden la conciencia.

Por eso conviene recordar, serena, tranquilamente, sin triunfalismos vanos, lo que nos propusimos, logramos y avanzamos y también, lo que no alcanzamos.

Frente a la situación en que se encontraba el país, al inicio de mi responsabilidad; su contexto internacional y las perspectivas de su futuro desarrollo, decidimos, una vez restaurada la economía, optar por un rápido crecimiento económico, a fin de ensanchar las oportunidades de empleo, única fórmula en un país en desarrollo, para cubrir las necesidades básicas de su población y manera principal de iniciar el proceso de justicia en la distribución del ingreso; no hay otra.

Ello implicaba instituir por primera vez en nuestra historia un plan totalizador que propiciara expansión económica acelerada, aprovechando todas las circunstancias favorables, porque en México la oportunidad y el tiempo tienen otra dimensión que en los países ricos.

Nosotros debemos saltar hacia adelante.

La corriente internacional contra los débiles.

Es demasiado fuerte como para nadar pausadamente.

Retrocederíamos.

Y saltamos fuerte.

Crecimos.

Ese es un hecho.

No lo olvidemos.

El salto tiene riesgos, los estamos enfrentando.

Dejarnos llevar por la corriente, hubiera tenido otros.

Los hubiéramos pagado.

Importa el saldo y la base creada para seguir.

La vida siempre empieza mañana.

Es evidente que crecimiento económico no es sinónimo de desarrollo económico.

Pero es importante no cometer el error opuesto.

El de suponer que es posible obtener desarrollo social, sin crecimiento económico y sin generación de empleos.

También es evidente que pueda formularse la tesis aséptica de aspirar a un crecimiento de la economía sin incurrir en lo que se califica como el romanticismo de querer combatir la pobreza y la marginación.

Hubiéramos podido, en efecto, haber optado, como lo hicieron muchos países, por una política de restricción económica, con la idea de guarnecernos de los embates de la desquiciante situación internacional, que hemos estado padeciendo desde hace ya más de diez años.

La experiencia de quienes así lo hicieron nos muestra que hubiera sido un sacrificio infructuoso: desempleo, recesión, debilidad política, dependencia creciente, injusticia y represión galopantes y aún así la persistencia inexorable de la inflación.

Lo que hoy tenemos a la vista nosotros los mexicanos, da la dimensión de lo que ese sacrificio hubiera significado.

Nos hubiéramos mantenido con los problemas que teníamos, sin los logros materiales, sociales y políticos que alcanzamos y que son la base real del futuro del país y punto de apoyo para salir de ésta y cualquier crisis.

El freno de la inversión hubiera implicado privaciones inaceptables, ya que eran posibles de evitar.

El rumbo adoptado nos permitió avanzar en la senda del crecimiento y de la justicia social, a pesar del costo, que, de todas maneras, la gran mayoría de los países del orbe tuvieron que pagar.

Aun los que no avanzaron.

Nosotros sí avanzamos.

Como todos, ahora tenemos serios problemas financieros, y un gran debe; pero como muy pocos aprovechamos la oportunidad y nos lanzamos al progreso y tenemos también en nuestros activos, un gran haber.

La diferencia estriba, tal vez, en que los mexicanos no estamos todavía cabalmente acostumbrados a entender la vinculación que con los fenómenos universales necesariamente tiene ya un país tan grande como México.

Y no sólo cerramos el círculo de responsabilidades, sino que hacemos corto el circuito de entendimiento y ante lo que no comprendemos o admitimos, por conveniencias políticas o ideológicas explicables, sentenciamos culpable al gobierno, con lo que quemamos resistencias y se nos apaga la luz.

Nada ganamos con cazar brujas oficiales y mucho con hacer conciencia y asumir responsabilidades solidarias.

Recordemos para ello, que desde finales de los sesentas los países avanzados descubrieron que después de más de 20 años de crecimiento sostenido sin inflación, el dinamismo se erosionaba en una magnitud temiblemente similar a la observada en 1930.

Había pasado la época dorada de los tratados de la segunda posguerra.

Correlativamente, la economía mexicana disminuía su ritmo de crecimiento.

La estrategia asumida en los cincuentas, mostraba claros síntomas de agotamiento, reflejándose en una incapacidad creciente para absorber la mano de obra que inexorablemente arrojaba el aumento de población.

El llamado desarrollo estabilizador, cumplida su importante etapa, no daba más de sí.

Denunciarlo y criticarlo, sin superarlo, era actitud vergonzante.

El reto era planear una nueva estrategia de crecimiento, concebida en tres bianualidades: recuperación, que logramos antes; consolidación y crecimiento acelerado, que se traslaparon.

Como es obvio, no era factible transformar y modernizar en seis años la estructura económica de una nación.

El objetivo era marcar la dirección que permitiera a México eliminar el desempleo y la marginación, favorecer la elevación del nivel de vida de la población, en lo económico, social y cultural, democratizar el sistema político, fortalecer el federalismo, revertir la tendencia demográfica, tanto en lo cuantitativo, como en su distribución, bajándola del altiplano, a las rampas costeras y puertos industriales.

Eso implicaba conducir las contradicciones existentes, hacia una evolución armónica y productiva, frente a un mercado internacional desfavorable que nos hacía caer en la trampa del financiamiento; debíamos no sólo buscar y lograr tasas elevadas de crecimiento, sino dar prioridades sectoriales, regionales y sobre todo sociales a la actividad económica, convocando para ello a obreros y empresarios.

A esta estrategia la llamamos Alianza para la Producción.

Sus prioridades han sido alimentos y el Sector de la Energía.

Como sustento de ambos, debíamos impulsar la fabricación nacional de maquinaria y equipo de demanda.

Pero asegurar el desarrollo de estos sectores llevaba implícito lograr que éste alcanzara niveles de eficiencia y productividad, congruente con la tecnología moderna.

De ahí la necesidad de llegar a niveles de producción que aseguraran bajos costos, mediante volumen, sin sacrificar salarios y niveles de vida, especialmente el rural, como ocurría con la política de sustitución de importaciones, que agotó su esquema y empobreció brutalmente al campo.

Esta Estrategia Nacional, la alianza para impulsar el desarrollo y transformar la estructura productiva, requería, como condición adicional, reducir gradualmente la limitación del financiamiento externo, mediante la consolidación de un flujo de exportaciones permanentes, menos susceptibles a las fluctuaciones de demanda y precio que las materias primas tradicionales de los países atrasados.

Ahí estaba el petróleo.

No había además otras alternativas para un desarrollo con independencia y para la justicia, ya que la historia de la última década muestra que sólo el petróleo o la transnacionalización y los paraísos fiscales, permitieron el crecimiento acelerado en países en desarrollo.

Evidentemente, esta segunda no era una opción para México, y resignarnos a no crecer, resultaba suicida.

El petróleo era el único que podía generar recursos excedentes para aplicarlos a resolver el resto de nuestros problemas.

El petróleo, que se agota, lo sembraríamos para generar otros recursos que no se agotan.

Desde nuestra campaña política decíamos que, como país en vías de desarrollo, estábamos entrampados en el financiamiento; que no podíamos desarrollar nuestros recursos porque no teníamos financiamiento y no teníamos éste porque no habíamos podido desarrollarlos.

El precio del petróleo en la coyuntura internacional, fue favorable en ese momento.

Nos permitió romper el círculo vicioso.

Lo hicimos conscientes de los riesgos; de que entrábamos a un juego internacional, peligroso, a otro nivel de participación, iniciativas y responsabilidades, posiblemente inseguro; pero era nuestra oportunidad.

Teníamos que aprovecharla y lo hicimos.

Retardar la decisión de usar nuestro petróleo como fuerza central del financiamiento de nuestro desarrollo, hubiera sido no sólo una cobardía, sino una tontería.

No entrar a la lucha por nuestra autonomía, nuestro desarrollo y por un lugar digno y de pie en el mundo y ante nosotros mismos, no es alternativa para un país de hombres y mujeres recios como los mexicanos que estamos escribiendo una gran historia.

No aprovechar la breve oportunidad que nos ofrecían las circunstancias de conseguir crédito para construir nuestras instalaciones petroleras e industriales a una velocidad que ningún país del mundo ha logrado y además exportar petróleo en las condiciones excepcionales y breves que se nos presentaron, hubiera implicado miopía y estupidez.

Peor aún: hubiera significado que quizá no volviéramos a tener oportunidad de financiar esa expansión y estar en capacidad pronta de exportar crudo.

¿Quién ahora con el mercado petrolero reprimido, nos prestaría para instalar nuestras plantas?

¿A qué ritmo podríamos construir una plataforma de producción y exportación de petróleo?

¿Qué facilidades de crecimiento en otras áreas?

¿Qué divisas nos estarían entrando en estos momentos?

¿Cuántas nos hubieran entrado o cuántas salido?

Tomé la decisión de lanzar al país para salvar la trampa que un mundo hostil, ordenado por los países poderosos para su propio beneficio, le tendía permanentemente a los países subdesarrollados.

Y la decisión se convirtió en acción de todos, sector público, privado y social.

En estos años duplicamos, prácticamente, nuestra planta industrial y reactivamos fundamentalmente al campo.

Tuvimos que aprovechar el momento propicio, una verdadera rendija, para lanzarnos adelante y escapar de la trampa.

De ello debemos estar profundamente orgullosos.

Hay que entenderlo.

Ahora tenemos más y mejor infraestructura, tenemos capacidad organizada y un lugar preponderante en el mercado comercial y financiero del mundo, porque previa y oportunamente desarrollamos nuestras instalaciones petroleras, no sólo sin abandonar, sino fortaleciendo las otras actividades.

Se trataba de transformar un recurso perecedero en fuentes permanentes de empleo y producción; en una base económica capaz de sostener con dignidad no sólo a la población actual, sino a las futuras generaciones, lo subrayo, a las futuras generaciones.

De ahí surge el concepto de plataforma de exportación, de la limitación de petróleo exportable no en función de la demanda externa, sino de la capacidad del país para utilizar ese petróleo como pivote que permite mayores recursos del exterior, la seguridad energética de la Nación, la posibilidad de crear nuevas industrias y acelerar el ritmo de generación de empleo.

En la coyuntura de México en 1977, con una economía postrada por la magna inversión de los años anteriores y el impacto de la crisis económica de 1976, la nueva estrategia de desarrollo abrió el horizonte.

El énfasis en la agricultura y los productos básicos; en la industria y la producción de maquinaria y equipo; en la transformación de la estructura económica con mayores oportunidades de empleo; mejor nivel de vida y marginación decreciente dieron un nuevo impulso al país.

El petróleo ha sido el medio para acelerar el logro de las metas, el catalizador que permitió acortar el tiempo, acelerar el ritmo.

La crisis conllevó el riesgo de retroceder, pero también brindó la oportunidad de corregir y avanzar, de recuperar la confianza y consolidarla.

Mientras la economía mexicana despertaba de su letargo, la economía mundial y, en especial la Europea y Norteamericana, se adentraban en recesión cuya duración y profundidad nadie había vaticinado.

El estancamiento inflacionario se convertiría poco a poco en la tónica del país tras país.

La estructura productiva mundial se vio crecientemente sujetada por una estructura financiera injusta y obsoleta que clamaba como único remedio a la crisis creciente, la restricción y el desempleo.

Ese contexto internacional, y las presiones que de él emanaban, planteaban a México, una estrategia substancialmente diferente, que no aceptamos; pero que sufrimos como presión:

- Primero, utilizar los recursos del petróleo para la importación de los alimentos y los productos industriales cuya producción interna se reduciría como consecuencia de una apertura drástica e indiscriminada del mercado externo.

Con eso se contribuiría a la recuperación de la economía de los países avanzados deprimidos.

Nos negamos a ello.

No ingresamos al GATT.

Los transnacionalizados nos imputan ese grave pecado.

Después y en consecuencia, frenar aquí la expansión de la planta industrial y de aquellos productos agrícolas abundantes en el mercado internacional.

Se pretendía que contribuyéramos así a utilizar la capacidad ociosa existente en los países avanzados, lo que concurriría al fortalecimiento de un mercado neutro, calificado como más racional y no a que fortaleciéramos nuestra producción interna, agrícola e industrial, calificada de ineficiente, se llama por los poderosos, favorecer "mezquinos intereses nacionales".

- Por último, reducir al máximo la acción pública sacrificándola al concepto de equilibrio pasivo de finanzas públicas.

Lo anterior afectaría principalmente los servicios de Salud, Educación y Combate a la Marginación y se reducirían, entre otros, los subsidios a los alimentos básicos y al transporte colectivo urbano.

Nos opusimos a ello.

Ortodoxas tecnocráticas nos imputan este grave pecado: se llama gasto público romántico, orientado al absurdo de combatir la pobreza, la marginación, la ignorancia, la insalubridad y el desempleo.

Como si éstas no fueran las justificaciones finales de nuestro proyecto nacional.

Es cierto, aquella opción alternativa "fácil" que hubiera seguido la línea de menor resistencia a los intereses de poderosos y reaccionarios y que ha sido adoptada por otros países, tal vez habría moderado algunos de los desequilibrios financieros que hoy día enfrenta México.

En contrapartida, difícil hubiera sido la apertura política consagrada en la reciente contienda electoral; la elevación del nivel de vida material y cultural de la población basada en una expansión rápida del empleo; los avances logrados en el establecimiento de una estructura capaz de generar un crecimiento de largo plazo, que nos garantizará el futuro, una vez superadas las actuales restricciones financieras y, el merecido respeto que se ha ganado México con su acción solidaria y constructiva a nivel internacional.

Autodeterminándonos, seguimos nuestro Proyecto Nacional.

Resistimos las presiones.

Ahora sufrimos consecuencias y tenemos que hacer una pausa; pero con la certeza tangible de que tenemos una base productiva creada y una posición respetable en el mundo.

Muy grave hubiera sido que los obstáculos que se generaron y prevalecen para impulsar un Proyecto Nacional Autónomo en condiciones internaciones adversas, nos hubieran llevado, por temor a abandonarlo.

Luchamos al límite de nuestras fuerzas.

Estamos detenidos.

Aprovechamos el tiempo para consolidar lo que en oportunidad y prisas, dejamos suelto.

No nos abandonemos ni a la inercia ni al miedo.

Entendamos para ello, lo que ha ocurrido en el mundo.

Ciertamente, la falta de concordancia entre un adelanto industrial cuya tecnología avanza a saltos cada vez más impresionantes y una estructura financiera mundial que sólo ha respondido al reto tecnológico con el impulso primario de detenerlo, se hace cada vez más aparente.

Y nos ha dificultado nuestro proceso.

La peste financiera hace estragos crecientes en todo el orbe.

Como en el medievo, arrasa país tras país.

La transmiten las ratas y su saldo es desempleo y miseria, quiebra industrial y enriquecimiento especulativo.

El remedio de los curanderos es privar al paciente de alimentos, someterlo a descanso forzoso.

Quien proteste debe ser purgado y quien sobreviva atestigua su virtud frente a los doctores de dogmas añejos y prepotentes y egoísmos hegemónicos ciegos.

La recesión económica se acentuó a nivel mundial de 1977 en adelante.

Cada año es menor el crecimiento, cada año son menores los flujos de comercio entre países, pues requieren menores cantidades de mercancías, de materias primas para una actividad declinante.

Cada vez más grande la deuda de los países pobres.

En ese estancamiento cada vez más extendido, el crecimiento de la economía mexicana durante el período 1977- 1981 despierta, primero, asombro, luego envidia y la ambición de compartirlo canalizándonos sus productos excedentes.

México surge como figura mundial.

Esto finalmente preocupa e induce a frenarlos.

Por eso, es importante ubicar con precisión el contexto internacional y la posición relativa de México.

No para excusar nuestra responsabilidad en los males de muchos; sino para entender, saliéndonos del campanario.

Recordemos que somos un país en desarrollo que se esfuerza por crecer en un mundo desordenado.

Hostil, crucificado por los cuatro rumbos cardinales.

Lo malo no es haberlo hecho bien entonces, sino no hacerlo bien ahora.

Para cumplir nuestros planes sectoriales, compatibilizados en el global, teníamos que gastar y pedir prestado para comprar afuera lo que necesitábamos - maquinaria, equipos, insumos- , que para eso sirven las divisas.

Ahora gasto público y deuda externa, satanizados, se convierten no sólo en acusación, sino en condena del esfuerzo nacional cumplido.

Se ponen en una sola columna como "debe" y se ignora, olvida u oculta, la otra, la del "haber".

Porque no hemos contraído deudas a lo loco, sino para hacer cosas que ya están hechas o se están haciendo y que se quedan en México.

A ellas voy a referirme.

Veamos a grandes rasgos, pero indicativos, lo que con fisco y crédito hemos gastado y logrado y que está en el país materialmente, como pozos, plataformas, ductos, fábricas, transportes, caminos, escuelas, hospitales, hoteles, planta para trabajadores, maestros, médicos, técnicos, etc.

Del cuadro de lo claroscuro, es la parte luminosa, después veremos la sombra.

Empecemos por el petróleo, prioridad expresa y fundamento de confianza que nos permitió impulsar el país.

En 1976, las reservas probadas eran de 6 mil 338 millones de barriles; hoy son de 72 mil 8 millones.

Lo que nos hace pasar del décimo octavo, al cuarto lugar, después de la URSS, Arabia Saudita e Irán.

La relación reserva producción es de 55 años, mientras que en 1976 era de 19 años.

Las reservas probables son de 90 mil millones de barriles, y las potenciales son de 250 mil millones de barriles.

Como lo demuestran las estadísticas del mundo petrolero, México ocupa la cuarta posición en reservas probadas a partir de 1982 y en gas natural el séptimo lugar.

Nuestra meta de exportación promedio en este año será de alrededor de 1 millón 500 mil barriles diarios, con un ingreso de más de 14 mil millones de dólares. Hace seis años, no exportábamos prácticamente nada.

En los últimos años México hizo un esfuerzo sin parangón en el mundo.

Recordamos que en 1976 la producción nacional de petróleo era de 800 mil barriles diarios, que aumentó tres veces y medio hasta llegar a 2 millones 850 mil en 1982.

La del gas se duplicó, logramos subir de la décima tercera posición a la cuarta, rebasando después de la URSS, Arabia Saudita y Estados Unidos.

Dentro de los países en desarrollo tenemos el segundo lugar.

La participación de nuestra producción petrolera en el mercado mundial creció dos veces y media.

La producción de gas se duplicó al pasar de 2 mil 100 barriles en pies cúbicos en 1976 a 4 mil 300 millones en 1982 y su aprovechamiento es casi del 98%.

Ya no lo quemamos ni en tierra ni en mar como era nuestra preocupación hace cinco años.

En petroquímica, la capacidad instalada se eleva de 4 millones de toneladas en 1976, a 14 millones en este año.

En los últimos cinco años han iniciado sus operaciones 23 plantas petroquímicas y 21 unidades de apoyo.

El último año, entró en servicio el complejo "la cangrejera", el complejo unitario más grande del mundo, que incluye veinte plantas industriales.

Entre las grandes inversiones efectuadas en este sector destacan la línea troncal del sistema nacional de gas, el conjunto de 58 plataformas marinas instaladas en la sonda de Campeche; la red de oleoductos submarinos, en esa misma zona, con una longitud de 673 kilómetros, además de las refinerías de Cadereyta y Salina Cruz, las grandes obras portuarias en dos bocas, Cayo de Arcas, Salina Cruz y Lázaro Cárdenas- Las Truchas.

El programa de inversiones de Pemex en Petróleo y Petroquímica en el periodo 1977- 1981, de 27 mil millones de dólares, equivale a casi tres veces el programa de la nave espacial Columbia, que se ha desarrollado durante diez años.

En términos de inversión casi triplica el gasoducto europeo actualmente en discusión y su magnitud prácticamente duplica los préstamos que el Banco Mundial ha efectuado a América Latina en un periodo equivalente de tiempo.

Debemos decirlo, para saber lo que hemos hecho, y con qué lo hemos hecho.

Un programa de la magnitud y complejidad técnica como el cumplido por parte de una empresa pública nacional, debe hacer reflexionar respecto a la enorme capacidad de realización que existe en la sociedad mexicana.

Fue un logro.

Avanzamos.

Sin duda que es posible identificar errores y omisiones y esto debe hacerse y las correcciones deben introducirse en el futuro; pero tal vez la lección más importante que el país puede extraer, se refiere a la comprobación de que la voluntad política de defensa del interés nacional, la organización de nuestros trabajadores y técnicos, unidos a la movilización del conjunto de la sociedad, puede permitirnos realizar tareas de las cuales podrán legítimamente enorgullecerse las próximas generaciones.

Cuando haya perspectiva y no irritación.

En la rama eléctrica casi doblamos la oferta entre 1977 y 1982, con lo que se cubrió la demanda y se alcanzó a las dos terceras partes de la población rural.

Nos comprometimos a dejar una capacidad de 8 millones 500 mil kilowatts en proceso de construcción.

Superamos la meta y están en proceso 9 millones 600 mil kilowatts.

Se terminaron impresionantes obras con alta y creciente tecnología, equipo y piezas de fabricación nacional.

Gracias a ellas ampliamos, de 1977 a la fecha, en 63% la generación termoeléctrica, en 44% la hidroeléctrica y en 240% la geotérmica.

La red de líneas de transmisión creció más de 60%, se aumentó en casi la mitad las subestaciones de transformación, se concluyo el cambio de frecuencia de 50 a 60 ciclos por segundo y el número de usuarios aumentó en 42%.

Hemos diversificado las fuentes de generación.

Especial atención ha recibido aquella que utiliza carbón y energía nuclear.

En Río Escondido, Coahuila, y en Laguna Verde hay ejemplos de lo que con imaginación, esfuerzo y capacidad de adaptación puede hacerse para ir transitando de la época del petróleo a la de otras fuentes más permanentes de energía.

De mi parte, a los técnicos, a los administradores y a los trabajadores petroleros y electricistas, mi emocionado agradecimiento.

Una vez más este sector afirmó la fuerza y el destino nacional.

Un abrazo.

En 1977, se comercializaron 3 millones de toneladas de fertilizantes y ahora son 4 millones 500 mil.

Estamos, además, por triplicar la capacidad instalada.

En cuanto al acero, el sector público ha elevado su participación al 60% de la oferta nacional.

En 1981, se produjeran 4 millones 300 mil toneladas y están en proceso importantes obras de ampliación.

El país en su conjunto ha pasado de 5 millones 300 mil toneladas en 1976, a 7 millones 600 mil en 1981.

Los programas de fomento del Estado se han extendido a casi todas las actividades industriales a lo largo de todo el sexenio.

A través de esos programas, el 52% de la nueva inversión del sector manufacturero, se ha ido ajustando de manera creciente a las prioridades establecidas: agroindustria, bienes de capital e insumos estratégicos para el sector, como el cemento y el acero.

En el período 1977- 1981, se pusieron en marcha 42 proyectos de bienes de capital con una inversión aproximada de 45 mil millones de pesos.

Entre 1981 y 1985, deberán entrar en funcionamiento, plantas productoras de bienes de capital e industria naval que representan aproximadamente 90% de esa inversión.

Este esfuerzo notable, es base de consolidación.

En un área estratégica, representa un salto de la industria nacional en la integración del aparato productivo y en el nivel tecnológico.

Lo alcanzado confirma la potencialidad empresarial nacional, pública y privada y la importancia de articular internamente las demandas de las empresas públicas, los productores nacionales, las empresas de ingeniería y la infraestructura tecnológica de apoyo.

México está intentando, en esta área de bienes de capital, como en muchas otras, realizar en unos cuantos años lo que los países industrializados han logrado en más de dos siglos.

Era eso, o abandonar el proyecto nacional.

Estamos en el camino de producir los bienes de capital que contribuyan a aumentar nuestra capacidad de autodeterminación.

Tiene un costo.

Lo sabemos.

Pronto nos beneficiará.

Fue un logro.

La distribución regional del empleo generado por esas inversiones acusa también un nuevo equilibrio.

El 50% de las nuevas plazas generadas por los compromisos de inversión, se asientan en los cuatro puertos industriales, en las ciudades de mayor prioridad para el desarrollo urbano industrial, y en los municipios destacados por los ejecutivos estatales para ordenar su propio desarrollo regional.

Fue otro logro.

Las empresas maquiladoras, han aumentado en el volumen y valor de sus ventas y ocupan ya a 132 mil personas.

Dentro de este gran esfuerzo nacional desplegado en materia industrial debe resaltarse el realizado por las empresas estatales.

La inversión realizada por el sector paraestatal durante 1977- 1981, alcanzó la suma de 875 mil millones de pesos.

Así, durante los últimos cuatro años, el producto interno bruto de la industria nacional en su conjunto, se elevó a una tasa casi del 9%.

Es decir, creció a un ritmo similar al previsto para ese periodo en el Plan Nacional de Desarrollo Industrial.

Es más, todavía en 1981, excedió en casi un punto dicho promedio.

El crecimiento de la ocupación industrial volvió a superar en 1981 el 7%, lo que viene a consolidar los logros de un quinquenio que se caracterizó por una tasa anual promedio de aumento del empleo del 5.5%, cifra sin paralelo en la historia del país.

Fue un logro.

Satisfacer la creciente demanda de transportes y de comunicaciones que se hizo crítica en el auge, hasta convertirse en cuello de botella, ha requerido ampliar y modernizar los sistemas utilizados en la prestación de los servicios, dentro de un marco de congruencia con las necesidades del país.

En esta forma hemos enfrentado tanto las deficiencias de corto plazo, como las necesidades de rehabilitación y desarrollo del sector.

Entre 1977 y 1981 el autotransporte público de pasajeros mostró un incremento promedio de 12.1% anual, mientras que el de carga lo hizo al 10.0%.

En materia ferrocarrilera se procedió a la fusión administrativa de las cinco empresas para aprovechar racionalmente los recursos disponibles al mismo tiempo que se les dotó de fuerza tractiva y equipo de arrastre.

Se construyeron 200 kilómetros de tramo Coróndiro- Lázaro Cárdenas, de tramos de vía doble y el inicio de electrificación.

Se logró un rápido crecimiento de las dos grandes líneas aéreas nacionales que culminó en su reunión administrativa y operativa para atender con la máxima eficiencia la demanda nacional y extranjera.

Se amplió notablemente la infraestructura de telecomunicaciones a través de la extensión de la red telefónica de microondas, télex y facsímil.

Especial atención merece la creación de un centro de cómputo y comunicación que permitirá en el largo plazo, generar eficientes avances en la integración de Sistemas Públicos Bancarios, Comerciales y Económicos en general, así como el mejor control y registro de fondos y su utilización más eficiente, sustituyendo con mayores seguridades y confiabilidad, papeleo, burocracia y gastos.

Se extendió la cobertura de televisión de la República Mexicana antes Televisión rural, de 9 a 90% de la población, con lo que se proporciona señal para telesecundaria a 300 mil niños y se apoyan los programas de alfabetización, educación primaria y superior; capacitación a campesinos, y programas de alto contenido social y cultural.

El turismo receptivo de internación y fronterizo, segunda actividad generadora de divisas en el país, de 1976 a la fecha ha captado por ese concepto más de 6 mil millones de dólares, con lo que nuestra balanza, aunque ha disminuido, es favorable.

Por lo que se refiere al turismo interno, éste aumentó en 2 millones 400 mil respecto al año anterior, llegando a más de 22 millones, en su mayoría trabajadores que ejercen su legítimo derecho al descanso creativo.

Como un apoyo al financiamiento del turismo social se creó Bantur y el Fideicomiso para el turismo obrero.

La oferta de hospedaje ha pasado en esta administración de 192 mil cuartos a casi 250 mil, que junto con el sistema nacional de reservaciones, la empresa multimodal de servicios turísticos, el programa nacional de asistencia técnica y el de capacitación, contribuyen a establecer el equilibrio entre la oferta y la demanda de servicios turísticos.

En este sector se generaron casi 160 mil empleos, es decir. 30% más que hace 6 años.

Razones de justicia social y soberanía nacional nos impulsaron a dar prioridad a la producción de alimentos.

El propósito era acabar con la dependencia del exterior en granos básicos, riesgosa para nuestra autonomía económica y política, y acortar el creciente rezago de la población rural frente a la urbana, provocado por las características del desarrollo del país.

Los resultados obtenidos han sido alentadores y justifican ampliamente nuestra decisión.

La alianza para la producción, entre estado y campesinos, permitió que el volumen de los diez principales cultivos, que en 1977 era de 19 millones 987 mil toneladas, se elevara en 1980 a 23 millones y medio y que en el ciclo agrícola 1981 el país lograra producir 28 millones 600 mil toneladas de granos y oleaginosas, es decir, 60% más que hace 6 años.

A partir de marzo de 1980, propuse a la nación el Sistema Alimentario Mexicano, en diciembre de ese mismo año, este honorable Congreso de la Unión aprobó la ley de Fomento Agropecuario.

Ambos instrumentos han vigorizado nuestras tareas en el campo, de manera que pudimos llegar a la meta que nos propusimos: ser autosuficientes en maíz, frijol, arroz y trigo.

Así, la alimentación de un pueblo que ha crecido a más de 11 millones de personas de 1976 a la fecha, está garantizada.

En trigo, durante el ciclo invernal 1981- 1982, se logró una extraordinaria cosecha sin precedente de 4 millones 300 mil toneladas, con lo cual logramos con amplitud la autosuficiencia en este cereal.

Durante el período que se informa, se batieron registros en la producción de maíz, frijol y arroz, con 14 millones 766 mil toneladas, 1 millón 469 mil y 644 mil toneladas, respectivamente.

Los incrementos fueron del orden de 19, 51 y 41% en relación con el año anterior.

Al conseguir la autosuficiencia en estos productos, echamos abajo lastres que pesaban sobre la conciencia nacional.

Ahora el país cuenta con las reservas de granos más elevadas de su historia.

Nuestros campesinos desmintieron así a los fatalistas; a aquellos escépticos que siempre han puesto en tela de duda la capacidad de la nación para seguir avanzando en la independencia y la justicia.

Nuestra frontera agrícola se amplió en la presente administración, en 3 millones 350 mil hectáreas, 2 millones 387 de temporal y 963 mil de riego, la mayor superficie abierta al cultivo durante un sexenio en la historia de México.

El esfuerzo fue totalizador y así el sector agropecuario reconquistó su dinamismo y superó el abandono, al mantener una tasa promedio anual de crecimiento de 4.5%.

En 1981 el desarrollo fue extraordinariamente elevado con un 8.5%, es decir, crecimos 8 veces más rápido que en los seis años anteriores, lo que subrayamos con legítima satisfacción.

Fue un logro.

Es importante destacar también, que sin el esfuerzo del SAM hubiéramos requerido importar varios millones de toneladas de granos y oleaginosas y no hubiéramos alcanzado un aumento importante en el empleo y bienestar campesino, con lo que nuestras ciudades se verían más agobiadas.

Acreditar el mérito de este hecho a los campesinos del país es un acto de estricta justicia.

A ellos, que durante este tiempo se la jugaron por México, a despecho de sus carencias ancestrales, de la incomprensión de muchos y hasta de las condiciones climatológicas adversas, mi más sincero, caluroso y cabal reconocimiento.

El Sistema Alimentario Mexicano, ha dejado de ser un programa del Gobierno para convertirse en tarea fundamental de la nación; en el replanteamiento exitoso del papel de la agricultura en el desarrollo del país, con proyección a otras naciones que han aceptado sus principios básicos y que comparten con nosotros la prioridad de alimentar a su pueblo sin menoscabo de su soberanía nacional, dentro de un nuevo esquema de desarrollo, en el que se concilien producción, distribución y consumo de alimentos, con fortalecimiento del ingreso de los campesinos, soberanía, política y justicia, en un mismo y noble esfuerzo.

Quiero destacar que el éxito de la prioridad alimentaria, se dio dentro de las instituciones dinámicas de la reforma agraria, activada por la Ley de Fomento Agropecuario.

Los campesinos de México con el apoyo del Estado convirtieron la revolución, en producción eficiente.

Para eso se repartió la tierra, para trabajarla y hacerla producir, no para enriquecer estadísticas con qué calmar exigencias revolucionarias.

No es suficiente la igualdad, que se deriva del reparto.

Se puede repartir miseria igual.

Necesaria es la justicia que sólo se da si hay producción con qué mejorar.

De ahí nuestro recio esfuerzo en elevarnos del reparto, al fomento de la producción.

Está ya probado que, con las formas de tenencia de la tierra, aliadas entre sí y con el Estado, se puede llegar a formas superiores de organización del trabajo agrícola.

Esta es la real revolución que se inicia, claro, con la satisfacción del reparto; pero que sólo se conforma con la producción, que es la garantía real de justicia al campesino y la seguridad de la soberanía para la nación.

A lo largo del sexenio, se ejecutaron 3 mil 697 resoluciones dotatorias de tierras, a través de las cuales se entregaron físicamente 15 millones 720 mil hectáreas en beneficio de 304 mil 886 familias campesinas.

Se avanzó en el reparto.

Desahogamos 100 mil expedientes con los que prácticamente nos ponemos al corriente.

Se avanzó en el rezago administrativo.

Se entregaron 10 mil 570 carpetas de documentación básica a igual número de ejidos, que amparan una superficie de 35 millones de hectáreas.

Se entregaron 534 mil certificados de derechos agrarios y 375 mil de bienes comunales, así como 16 mil 340 certificados de inafectabilidad agrícola.

Ello, garantiza y acredita la posición y usufructo de la tierra y genera certidumbre y seguridad en casi un millón de familias campesinas.

Además, 305 mil 536 familias que vivían en asentamientos irregulares, que representan casi 2 millones de mexicanos en todo el país, fueron beneficiados con la entrega de títulos de propiedad.

Se avanzó en la documentación formal.

La Reforma Agraria está en marcha: es la de los ejidatarios, comuneros, pequeños propietarios, resueltos a llenar los graneros y ganar la tranquilidad alimentaria del país.

En apoyo del Sistema Alimentario Mexicano, la pesca pasó de ser, de mera expectativa, a un sector que constituye una fuente fundamental de trabajo, alimento y divisas para el pueblo de México.

Hasta 1981 generó 80 mil plazas permanentes, ofreciendo así ocupación indirecta a más de 200 mil personas.

Las exportaciones aumentaron de 8 mil 350 millones en 1977, a 16 mil 740 en 1981, habiendo contribuido el sector, en los últimos cinco años con cerca de 2 mil 500 millones de dólares en divisas y sustitución de importaciones.

En la captura, para finales del presente año, alcanzará 1 millón 900 mil toneladas, más de tres veces el volumen de captura obtenido en 1976.

También, esfuerzo sin precedente en el desarrollo pesquero de cualquier país.

El consumo directo, con una tasa media anual de crecimiento de 28%, alcanzó en 1981 el millón 383 mil toneladas, propiciando que el consumo directo per cápita se elevara de 3.7 a 11.2 kilogramos, y el consumo indirecto vía harinas para aves y cerdos de 4.8 a 8.7 kilogramos.

La pesca produce en la actualidad una tercera parte de las proteínas derivadas de carne, y una quinta parte de la producción nacional de proteínas de origen animal, incluyendo leche y huevo.

El producto interno bruto del sector, a precios de 1970, creció a una tasa media anual de 17%, entre 1977 y 1981.

Nuestro país ocupa ya el décimo cuarto lugar como productor y se ubica entre las veinte naciones que producen más de 1 millón de toneladas al año, con la ventaja de que su captura se integra por una rica variedad de especies.

Claro, nuestra repentina y ambiciosa irrupción en una actividad antes exclusiva de los poderosos, ha causado turbulencias que estamos afrontando afuera e incomprensiones y escepticismos, que estamos aclarando adentro.

Fue un logro.

Con la prioridad alimentaria y su sistema, hemos querido satisfacer el imperativo de convertir las necesidades básicas de la población en demandas que puedan ser satisfechas, mediante una gran tarea complementaria, para cubrir principalmente las demandas de capas sociales con ingresos familiares de hasta tres veces el salario mínimo.

Para ese efecto ordenamos las acciones de dependencias y entidades de la Administración Pública Federal de los Estados de la República y del sector Privado y Social en función de la estrategia prioritaria de productos básicos.

Hemos iniciado así un proceso de reorientación del aparato productivo para satisfacer principal y primeramente las demandas de la mayoría de la población, asociando el incremento de los precios al aumento de los salarios mínimos, de modo que éstos mejoren su proporción.

Estimo que esta estrategia abre una relación muy constructiva entre precios- salarios y puede ser la fórmula de eficiencia que evite su carrera viciosa.

Está comprobado que puede establecerse.

Ya está funcionando en parte.

Queda como importante precedente.

Los compromisos pactados dentro del Programa de Productos Básicos, suman inversiones de 40 mil millones de pesos con una generación del orden de 29 mil empleos.

Nuestra meta ha sido incrementar en 42% la oferta de alimentos industriales; 83% la de productos pesqueros procesados y 40% la de manufacturas básicas.

Más de 400 certificados de registro y con ellos financiamiento y subsidios se ha otorgado a productores de básicos.

Impulsaremos estos programas de modo prioritario y preferente.

Al decretar los incrementos ya inaplazables, hemos sido cuidadosos del poder adquisitivo de la clase trabajadora.

De ninguna manera, este razonamiento y cualquier cifra demostrativa de esa afirmación, será o es un elemento de presión o fórmula de contención de las justas demandas obreras.

Reiteramos que todos los trabajadores de México tienen derecho a un salario remunerador y a mejorar su nivel de vida.

El Estado debe salvaguardar ese derecho como prioritario.

El movimiento obrero por su parte, ha sido especialmente sensato, generoso y patriota.

Las cifras que a continuación se exponen, buscan tan sólo confirmar que a pesar de la crisis, hemos avanzado en el imperativo de darle mayores seguridades y capacidad de compra a los trabajadores en lo que respecta a bienes y servicios básicos.

Básicos, los subrayo.

Es para mí particularmente dedicado al manejo de este tema.

Pero tenemos que partir de la verdad.

El esfuerzo nacional en cuanto a subsidios y salarios, no ha sido estéril.

No digo que hayamos logrado ser justos; pero sí que avanzamos.

Estamos acostumbrados por explicable tendencia, a hablar del aumento de los precios; pero no de los ingresos, salarios, prestaciones, subsidios que también han subido.

No hacerlo es frustrar el esfuerzo nacional.

No lo alego como mérito, sino como realidad.

En 1970, un salario mínimo diario en el Distrito Federal compraba 28 kilogramos de tortillas; en agosto de 1982, tras el alza de precios, podía comprar 33 kilogramos; 220 piezas de bolillo en 1970, 364 en 1982.

Igual sucede con otros productos básicos.

Haciendo la misma comparación, es decir, lo que un salario mínimo compraba en 1970 y en 1982, vemos que para el aceite las cifras son 4 y 6.5 litros; frijol, 9 contra 16 kilogramos; leche 12, contra 23 litros; azúcar, 20 contra 29 kilogramos; arroz, 8 contra 15.5 kilogramos; huevo, 3 contra 8.2 Kilogramos; y pasajes de Metro 32 contra 364, hay otros ejemplos, incluso en la línea blanca.

Por otro lado en México, el aumento de precios de combustibles, ha sido tan sólo del 9% respecto al salario, cuando en el mundo los precios de estos productos al consumidor, en relación a los salarios, se han duplicado o triplicado.

No cerramos los ojos ante la realidad; no hemos logrado de ningún modo que el salario mínimo compre todo lo que quisiéramos.

Debe reconocerse que muchos, muchísimos bienes que significan no lo básico, sino el nivel de vida que en los momentos del auge estuvo al alcance de muchos, ahora, a precios inflados, ya no lo está.

Lo reconozco; pero no reconocer por igual el esfuerzo en productos básicos, es negar el gigantesco impulso para aumentar la distribución del ingreso, tanto vía más trabajo, como, pese a lo que se diga, más salario y principalmente más ingreso familiar real.

En efecto, estos años, hemos consagrado constitucionalmente el derecho al trabajo como el más alto instrumento para la auténtica realización del hombre.

El trabajo es el umbral de la justicia y la dignidad.

A partir del trabajo se puede complementar; sin él es paternalismo, asistencia o populismo.

Para ser congruentes y demostrar que es posible, durante cuatro años creamos 4 millones 258 mil nuevos puestos de trabajo y logramos reducir el índice de desempleo abierto de 8.1 a 4.5%.

Cierto, aumentó el trabajo y también la demanda, lo que tiene un costo inflacionario.

El saldo es favorable para los trabajadores, para el país.

Tan sólo por el dinamismo en la generación de empleo, la clase trabajadora y las familias marginadas del país han podido aumentar de manera significativa sus ingresos reales, y con ello, reducir las distancias entre quienes ya tenían mínimos de bienestar y los marginados urbanos y rurales.

El 26% de los jefes de familia que recibían menos del salario mínimo se han integrado al sector moderno percibiendo, además, prestaciones en materia de salud, recreación, capacitación y apoyo económico.

Simultáneamente, se ha dado oportunidad a sus hijos o sus mujeres, que no tenían empleo y salario mínimo de ingresar a ese nivel.

Así, tan solo por la generación de nuevos empleos, la masa salarial, es decir, la totalidad de ingresos de la clase trabajadora, se ha expandido en términos reales.

Desde diciembre de 1980, se igualaron los salarios mínimos general y para los trabajadores del campo.

Y mientras que en 1976, la diferencia entre el salario mínimo más alto y el más bajo era de 232%, hoy ha disminuido a 40%.

Entre las garantías fundamentales de los trabajadores figura ya el derecho a recibir capacitación y adiestramiento 85 mil 350 comisiones mixtas han permitido capacitar a 2 millones 641 mil trabajadores mexicanos.

Con ello enfrentamos la paradoja que en materia de empleo padece el país, que al mismo tiempo demanda y no encuentra mexicanos preparados y los que no lo están, demandan y no encuentran trabajo elemental.

En época de ajustes tan delicados como los que estamos viviendo, es importante subrayar que el derecho de huelga se ha respetado escrupulosamente.

Se solucionaron 12 mil 500 emplazamientos con mínimo de estallamientos, el 2.5%.

El cumplimiento de la norma acredita la excelencia del sistema en las condiciones más críticas.

La norma es normalidad.

La conciliación y el arbitraje permitieron el equilibrio entre los factores de la producción.

Enhorabuena.

Para fortalecer el poder adquisitivo del salario, se ha impulsado el establecimiento de 2 mil 32 organismos sindicales de comercialización destinados a abaratar los precios de los productos de consumo generalizado y a regular su valor en el mercado; y en el último año, se otorgaron 1 millón 600 mil créditos, por 20 mil millones de pesos.

No obstante, tengo conciencia de que la carrera precios- salarios es muy cerrada y de que la serenidad de los trabajadores merece todo el reconocimiento de la nación.

Por ello en condiciones de crisis como la que desde febrero hemos atravesado, antepusimos el interés de los trabajadores a esquemas teóricos de estabilización.

En la lucha por mantener una dinámica política social que garantizara mínimos de bienestar a toda la población, el Estado ha tenido que cargar con un peso creciente en lo político y particularmente en lo económico, y que ajustar y reajustar permanentemente un sistema económico que, dejado a su propia suerte, no sería capaz de avanzar hacia la justicia social y la democracia en todos sus aspectos construccionales.

En consecuencia, se han tenido que aplicar fórmulas como la de los subsidios que en algunos casos, se han enviciado, en el intento de asegurar rápida y eficazmente la elevación del nivel de vida de los marginados, campesinos y obreros.

Las crisis complican el panorama porque obligan al Estado por una parte, a proteger a clases populares y por la otra a fomentar o cuando menos mantener la inversión y la estructura productiva y comercial.

Ello, se transfiere a déficit, y de ahí alimenta presiones inflacionarias.

En fin, la política de transferencias y subsidios se ha desarrollado a contrapelo, pero con el claro propósito de generar bienes y servicios nacional y socialmente necesarios; de asegurar el poder adquisitivo de las clases populares permita disponer de los bienes y servicios básicos.

Como la medida está ya incorporada al sistema desde hace años, se vuelve costumbre, se olvida su importancia y se critica su modificación.

Veamos si no el caso de la tortilla, particularmente dramático por sus implicaciones psicológicas; me atrevería a decir que mágicas.

Como maíz -ya lo hemos dicho- es el alimento básico, moneda, costumbre, religión, seguridad del campesino.

Pero también salario, porque la mayor parte de ellos no tiene patrón.

Es de justicia pagar un precio justo; de conveniencia, porque si no, no se cultiva para venderlo y habría que importarlo de todas suertes al mismo o mayor precio.

Porque se olvida o no funciona en el entendimiento de los fenómenos y por ello, las decisiones razonables se convierten en culpas graves.

Repetimos, lo que en otras ocasiones: cuando subimos el precio del maíz hay aplausos.

Pero no olvidemos que el maíz sirve para hacer tortillas.

¡Ah!, pero las tortillas significan consumo y si sube el precio, hay protesta.

Considérese que deben pagarse, por lo menos, al costo del maíz del que están hechas.

Una, otra y otra vez ha subido el precio del maíz y el Estado, para cuidar ese consumo, ha subsidiado el precio para que no suban las tortillas.

Hasta que se llegó a un extremo inmanejable.

En efecto, hasta antes del alza, el kilo de maíz en el mercado libre, estaba entre 10 y 11 pesos.

A la industria se le entregaba a un peso para que la tortilla, procesada, se vendiera a cinco pesos cincuenta centavos.

Para hacer la tortilla, se necesita pagar costos industriales, entre otros el salario, que entre 1980, fecha de la última alza del precio de la tortilla, y en 1982, subió de 163 a 364 pesos diarios.

De no haberse autorizado el nuevo precio, hubiéramos tenido que comprar maíz a buen precio, y regalarlo no es una figura, señores, a los molineros y además pagarles por elaborar la tortilla.

Eso sin el riesgo que conlleva para la especulación, vender a un peso o aún regalar lo que vale diez.

Era ya inmanejable.

Ni podíamos bajar el precio del maíz, ni seguir subsidiando la tortilla en tan grandes proporciones.

Aún con el nuevo precio de once pesos el kilo de tortilla, el Estado seguirá subsidiando con cinco pesos, cada kilo.

Gastará 23 mil millones de pesos este año.

No es para que se agradezca; pero por lo menos que se entienda.

El precio del pan blanco, bolillo y telera, pasó de cincuenta centavos a un peso la pieza de 70 gramos.

Se nos olvida que el precio no cambiaba desde 1977, cuando la tonelada de trigo costaba 2 mil cincuenta y a la fecha cuesta 6 mil 930.

Esto significaba, con las mismas implicaciones que para la tortilla, que el

Estado comprara a 650 pesos el bulto de harina y lo entregara a 115.

También inmanejable.

Aún con el precio nuevo, el Estado subsidia cada bolillo o telera con 60 centavos.

Por lo que en 1982 erogaremos 12 mil 261 millones de pesos.

Que conste; sólo que conste.

Todo esto lo ignora la crítica qué se indigna con el alza, sin darse cuenta del esfuerzo público por mantener accesibles los alimentos básicos.

Y lo peor, tortilla y pan subsidiados no se destinan sólo a la clase necesitada, sino que se beneficia toda la sociedad, hasta los que pueden pagar mucho más.

Y ello sin hablar del frecuente mal uso que se hace del maíz y la harina subsidiados.

Por ello quiero afirmar, que si hubiera encontrado una fórmula para asegurar que los subsidios fueran a favorecer sólo a los pobres y no a ricos y especuladores, hubiera mantenido la decisión, como la mantenemos en el caso del Metro, que estamos seguros beneficia sólo a las clases populares.

El total de las transferencias y subsidios que se otorgaron a la economía durante 1981, ascendió a 813 mil millones de pesos, 15% del producto interno bruto, y 31%, del presupuesto de la Federación.

El monto presupuestado para 1982 se ha situado en el orden de un billón 270 mil millones de pesos, que significa una tasa de crecimiento del 56% respecto al año anterior, y una participación del 15% en el producto interno bruto y de 30% en el presupuesto de egresos de la Federación.

En apoyo a las actividades prioritarias, de un total de 430 mil millones de pesos canalizados en 1981, el 54% se asignó a alimentación, salud y vivienda, porcentaje que en el presupuesto de 1982 se elevó hasta el 60%.

Por su parte, los subsidios orientados a alentar las actividades productivas, se han expandido acusadamente de 138 mil millones en 1981, a 194 mil millones en 1982.

Relevante importancia en la transmisión de subsidios lo representa el sistema de incentivos fiscales (CEPROFIS).

En 1981 se otorgaron 11 mil 600 millones de pesos, de los cuales el 79% se destinó a la inversión y el empleo.

La política de trasferencias y subsidios ha venido acompañada además de una sólida política de gasto orientada a los mínimos de bienestar, es decir, a educación, salud, vivienda, alimentos y particularmente atención a marginados.

Como lo prometimos, hemos proporcionado educación primaria a todos los niños mexicanos, y secundaria al 90% de los egresados de primaria.

Se ha disminuido significativamente el índice de analfabetismo, hemos incrementado en una forma extraordinaria el número de centros de estudios tecnológicos, de 14 a 220, con lo que sus alumnos pasaron de casi 10 mil a más de 120 mil; hemos cuadruplicado la matrícula del sistema de educación terminal, duplicado de la educación terminal, duplicado la de educación superior que para el ciclo 1982- 1983 llegó a 1 millón 70 mil alumnos.

Creamos la Universidad Pedagógica Nacional que contribuye a la superación profesional de 104 mil maestros normalistas.

En el campo de la ciencia y la tecnología, hemos buscado la autodeterminación.

Ahora se dedican a esta materia, seis veces más recursos que hace seis años, y el número de becas otorgadas creció en 10 mil.

Se ha democratizado y ampliado, como nunca antes, las oportunidades y acceso a la cultura, con recursos y eventos multiplicados.

Con la reunión de prácticamente todos los países del mundo agrupados en la UNESCO para ocuparse de las políticas culturales, expresamos la importancia que a la materia otorgamos, considerando que de conformidad con nuestra constitución, la cultura, contra lo que la frivolidad crítica opina, no es lujo, sino la culminación de nuestra democracia y factor connatural de nuestra expresión nacional y de nuestra identidad.

Satisfechos estamos con el apoyo que otorgamos a los distintos aspectos culturales, incluido el deporte.

Estamos en lo dicho, la educación es el primer servicio al que se obliga la Nación.

Hace seis años, sólo el 60% de los mexicanos contaban con servicios médicos.

Hoy, el 85% de la población del país, es decir, casi 60 millones de mexicanos tienen acceso a la atención médica que prestan todas las instituciones de salud del país.

Se han mejorado las condiciones de vida de grandes núcleos de nuestra población, al desarraigar padecimientos, atacar a fondo el problema de la desnutrición y establecer sistemas de medicina preventiva que, por supuesto, incluyen el mejoramiento ambiental.

Parte importante de esta acción ha sido el desarrollo del Sistema Cartilla Nacional de Vacunación puesto en marcha hace tres años.

Los resultados son satisfactorios: contamos con 5 millones de constancias de registro y más de 14 millones de cupones de vacunación.

El número de dosis de vacunas aplicadas en el sexenio alcanza casi 105 millones.

El área metropolitana de la ciudad de México ha reducido su tasa de crecimiento, de 4.6% en 1977, a 4% en 1981.

Su población total ha quedado en un millón 500 mil por debajo de las proyecciones previas a la acción reguladora, lo que permite prever que al final del siglo, esta área no rebasará los 23 millones de habitantes.

El gasto corriente del Departamento del Distrito Federal se redujo de 92 a 30 centavos por peso fiscal.

Leyes y reglamentos actualizados sustituyen obsoleta legislación y desconcentran funciones que propician el acercamiento del Gobierno a nuestro pueblo, organizado en forma participativa y consultiva.

Trescientas veinticinco mil 152 familias recibieron el título de propiedad de sus hogares y con ello la seguridad para fincar su casa, el derecho a reivindicar su dignidad y a promover la paz y la integración social.

Tres mil 250 kilómetros de tubería para agua potable, abastecen a 4 millones de habitantes más.

Longitud de líneas mayor que la distancia de Cancún a Brasil o de París a Moscú.

Esfuerzo titánico.

Seis mil litros por segundo incrementan el volumen de agua potable de la ciudad gracias a las obras de Cutzamala y otras más.

El laboratorio de control de calidad garantiza la pureza del agua.

Siete plantas tratan aguas residuales para ahorrar la potable.

El drenaje profundo se prolongó en 22 kilómetros y se concluyó el entubamiento del río Churubusco, por 20 años anhelado.

El metro, que en 1976 tenía 37.3 kilómetros y 528 carros en que transportaba un millón 600 mil pasajeros al día, en 1982 tendrá 80 kilómetros de longitud y transportará, en noviembre, con mil 386 carros, 5 millones 500 mil pasajeros- día, casi 4 veces más que al principio del régimen.

Quedan en proceso de construcción 31 kilómetros y 742 carros.

En septiembre de 1981, por convenir así a la comunidad, fueron revocadas las concesiones del servicio de autobuses que quedó municipalizado.

Funcionaban 4 mil camiones.

En noviembre operarán 8 mil. Se habrá duplicado la oferta y acabado la anarquía.

Hay 34 ejes viales, con 500 kilómetros de longitud.

Constituyen la nueva traza de la urbe.

Ocho y medio kilómetros de anillo periférico ampliados, 8 kilómetros más de circuito interior y grandes puentes, mejoran la vialidad urbana.

El Colegio de Policía es piedra de toque de la transformación técnica y moral de quienes deben velar por la seguridad pública.

Emprendimos la recuperación del cinturón verde de nuestra capital con 119 millones de arbolitos sembrados.

La Central de Abasto se construye en 327 hectáreas, constituye el elemento regulador de la oferta y la demanda y el primer eslabón del Sistema Nacional de Abasto y la despensa operativa de la gran capital.

El Templo Mayor de los Aztecas emergió en nuestro tiempo como símbolo de una cultura superior.

Junto con el Centro Histórico restaurado en su primera etapa devuelven señorío y preservan la historia magnífica de Tenochtitlán, de la Ciudad de los Palacios y del México de nuestros días.

La tasa de crecimiento del área metropolitana de Monterrey disminuyó de 5.2% en 1970, a 2.5% en 1980, y la de Guadalajara de 5.2 en 1978 a 4.4% en 1982.

Importantes obras de suministro de agua y servicios básicos se cumplen en ellas.

Igual importancia se ha dado a la cobertura de servicios mínimos a las poblaciones dispersas.

Si bien ha aumentado el número de localidades con menos de 2 mil 500 habitantes, la construcción de infraestructura y la prestación de servicios rurales concentrados, permiten que varias pequeñas localidades se integren y funcionen como un solo centro de población.

Como complemento a estas acciones se han fortalecido las ciudades medias.

Ahora el país cuenta, además de las tres áreas metropolitanas, con 11 ciudades de importancia estratégica para el desarrollo del país.

Los mexicanos en busca de mejores oportunidades de vida, tienen ya nuevas opciones para su asentamiento.

Se construyen y funcionan parcialmente los puertos industriales, concepción fundamental que revolucionará nuestra demografía asociada a la producción para exportar, única estrategia capaz de generar los nuevos empleos que necesitamos.

Para avanzar en la tarea de darle vivienda digna a cada familia, se construyeron 807 mil nuevas viviendas, de las cuales 262 mil correspondieron al año en curso.

Se dio impulso a programas específicos de abastecimiento de materiales de construcción, el desarrollo de tecnología para los sistemas de autoconstrucción y la creación de un sistema de financiamiento de viviendas de interés social para los sectores de población de bajos ingresos.

Todo esfuerzo en este sector es, sin embargo, pequeño.

La magnitud del problema rebasa con mucho las posibilidades del Estado.

Será necesario avanzar en fórmulas compartidas de construcción y financiamiento y en crear y organizar más la industrialización de la vivienda.

En materia de agua potable, para el 30 de noviembre de este año, quedará atendido el 70% de la población.

El patrimonio histórico y cultural de un pueblo es la herencia más valiosa que un país puede dejar a sus hijos y debe considerarse como parte de los mínimos de bienestar.

En la presente administración, se han realizado 630 obras en sitios y monumentos de patrimonio cultural con una inversión de 2 mil 500 millones de pesos.

Además del de la ciudad de México, se realizan acciones en otros 7 centros históricos de la República.

Seis años no han bastado para saldar una deuda acumulada en siglos con los desposeídos y marginados, pero el país tiene conciencia del rezago y el Gobierno ha tenido la voluntad de conquistar la justicia.

Multiplicamos por 87 el monto de los recursos destinados al medio rural marginado.

Con ello, fue posible proporcionar mínimos de bienestar a millones de compatriotas que antes carecían hasta de la esperanza de tenerlos: 3 mil 24 unidades médicas rurales y 61 hospitales de campo que dan servicio a 18 millones de habitantes; 276 almacenes regionales para abastecer a 12 mil tiendas campesinas que al estar administradas directamente por la comunidad, impiden el intermediarismo, la usura y la preparación de empleados públicos desleales; 3 mil 200 sistemas nuevos de agua potable y 800 rehabilitados o ampliados; 18 mil 539 kilómetros de caminos rurales nuevos, lo que significa haber roto el aislamiento y, por tanto, cacicazgos, falta de conciencia nacional, abusos y tantas otras consecuencias de la incomunicación; trabajo permanente y remunerado a 130 mil jefes de familia, organizados en 2 mil cooperativas que a la fecha han rescatado de la erosión 350 mil hectáreas hoy pobladas con 600 millones de árboles.

A ello hay que agregar el sistema de apoyo a la economía campesina que articula servicios antes dispersos, tales como la extensión agrícola, promoción de obras de riego, trámites agrarios, seguro agrícola, dotación de fertilizantes; el sistema de casas escuela, de las que se construyeron 41, más mil 100 aulas que atienden a niños provenientes de 2 mil pequeñas localidades aisladas y las 92 mil 703 viviendas que fueron rehabilitadas por sus propios habitantes dentro del Programa de Mejoramiento de la casa Rural.

Con la participación directa de nuestros pueblos indios se han emprendido también importantes acciones para preservar sus culturas originarias y para dar apoyo financiero y técnico a su producción.

Hechos, no palabras, que enriquecen nuestro proyecto de integración y modernización democrática.

De todo lo dicho, podemos deducir, comparando:

Entre 1977 y 1981, el ritmo de crecimiento de la economía nacional supera en un 60% al de la economía mundial: en aproximadamente 20% al de los países en desarrollo y países socialistas y prácticamente duplica el de los países desarrollados.

A medida que se avanza hacia finales de la década, la distancia entre el dinamismo de México y el del resto de las regiones, se va acentuando notoriamente.

En 1981, la economía de México se expande a un ritmo que equivale ocho veces al de la economía mundial y de los países avanzados, tres veces el de los países en desarrollo y cinco veces el de los países socialistas.

Es interesante hacer notar que la producción industrial de México equivale a tres veces la del conjunto de países exportadores de petróleo del Medio Oriente, es decir, México es el único país en desarrollo que puede legítimamente ser definido como semi industrializado y, simultáneamente, exportador importante de petróleo.

Síntesis que le otorga un potencial evidente en cuanto al objetivo a largo plazo.

Por otro lado, mientras en los países industrializados el crecimiento de la inversión en 1978- 1979 se ubica en torno al 4%, para volverse negativo en 1980- 1981, en México, después de una caída de la inversión al inicio de 1977, se verifican tasas de crecimiento de aproximadamente 15%, con lo cual la inversión casi duplica el ritmo de crecimiento del producto nacional bruto.

En la actualidad, México es el décimo país más grande del mundo no socialista por el producto interno bruto generado en su industria manufacturera.

El tamaño de este sector es, en términos absolutos, superior al de países desarrollados como Holanda, Suecia, Bélgica, Dinamarca y Noruega.

Es asimismo, 14 veces más grande que el de Singapur; 11 que el de Chile; 5 que el de Corea del sur, y 2 que el de Argentina e India.

La industria manufacturera mexicana genera el 25% de nuestro PIB y el 20% del empleo total, proporciones similares a las que registran algunos países desarrollados.

La magnitud del contraste entre el dinamismo de México y el del resto del mundo se hace todavía más evidente si se compara la demanda interna de máquinas herramientas.

En México, fue de 470 millones de dólares en 1981.

En ese mismo año en Suecia fue de 224 millones de dólares.

De 222 en España, de 288 en Suiza, de 373 en Brasil, de 95 en Argentina, de 243 en la India y de 427 en la República Democrática Alemana.

En la otra área productiva: en 1981, la producción de alimentos en todo el mundo subió en promedio 1.9%; en áfrica 2.6%; en Norteamérica 0.5%; en América del Sur en su conjunto 3.5%; en Asia 2.4; en Europa 2.3%; y en Oceanía menos 0.3%.

En 1981 en comparación con otros países, el que más creció en producción de alimentos fue México, 4.5%.

A pesar de las significativas diferencias en el alto ritmo de crecimiento de la población, en México se verifica que, mientras nuestra tasa de desempleo supera notoriamente en 1977 la de los principales países industrializados (8.1% y 5.4% respectivamente), en 1981 la relación se había invertido; 4.5% de desempleo en México y 6.6% en los principales países industrializados.

Si de este último grupo se excluyen Japón y la República Federal Alemana que, preceden el grupo en términos de dinamismo, la tasa de desempleo de los países industrializados, prácticamente duplica la de México en 1981, pues en este año se estima habrá cerca de 28 y medio millones de desempleados y en Estados Unidos el desempleo se acerca ya al 10% de su capacidad de trabajo.

La magnitud alcanzada por el proceso inversionista productivo en el país y, por otra parte, el rezago de la estructura productiva, tenía que repercutir, con mucha intensidad, en el endeudamiento externo, para adquirir equipo y financiar la inversión.

Sin embargo, al relacionar deuda externa con la exportación y por otra parte con el producto interno bruto, resulta que de ser mayor que la de los países en desarrollo, no petroleros, hasta 1981, va disminuyendo hasta ser menor.

En otras palabras, la deuda externa puede considerarse, en ese lapso, hasta 1981, como de elevada productividad porque ha venido acompañada de un rápido y productivo crecimiento, contra lo que ocurrió en la totalidad de países en desarrollo.

Condiciones fuera de nuestro control, no conocidas ni previstas, cambiaron completa y repentinamente el cuadro.

Hasta aquí el lado claro del gigantesco esfuerzo nacional que será permanente.

Veamos el oscuro, por el que ahora atravesamos.

El plan global, los planes sectoriales y los proyectos específicos, por primera vez en nuestra historia, expresos, integrados e instituidos, que partían de ciertos supuestos estables de financiamiento, cuando estaban ya en marcha tras cuatro años de ejecución, entraron en brutal contradicción con factores internos y externos.

Las crisis no surgen porque sí.

Muchos elementos han contribuido.

Muchas responsabilidades se han combinado.

El Gobierno a mi cargo, asume la suya.

En 1981, ni los países más desarrollados, ni las más grandes empresas financieras e industriales advertían en el mundo y en México, que la economía internacional entraría a la más grave y prolongada crisis desde la gran depresión; ni que los precios de todas nuestras exportaciones seguirían cayendo con estrépito; ni que las tasas de interés se fijaran tan altas como nunca en la historia; ni que el crédito se restringiera; ni que las medidas proteccionistas se perpetuaran en los países industrializados.

El golpe se recibió de lleno a partir de la caída del precio del petróleo.

Fueron restricciones diversas que enfrentamos agolpadas y de momento. No haber cumplido nuestros programas de inversión en petróleo, industria, alimentos, empleo y mínimos de bienestar, sólo, hubiera significado una vulnerabilidad y debilidad mayor.

De modo fundamental, recordemos primero que en los últimos catorce meses, bajó drásticamente el precio del petróleo y se debilitó el mercado petrolero internacional con lo que se frenó, además, el crecimiento de la más dinámica de las exportaciones mexicanas y detuvo la tendencia de rápido crecimiento de los ingresos derivados de su exportación, previstos para autofinanciar nuestros planes.

Después vino el efecto del golpe, en el incremento reciente de la deuda externa y de los servicios correspondientes que constituyen un factor externo, no presupuesto, repentino, agobiador y fuera de nuestro control.

La deuda ascendió a julio de este año, subrayo, a julio de este año, a 76 mil millones de dólares, de lo cual corresponde 80% al sector público y 20% al privado.

Les suplico que nos vayamos fijando en estas cantidades astronómicas que de tan grandes ya nada nos dicen.

La deuda externa de México es de 76 mil millones de dólares, 80% al sector público y 20% del sector privado.

Fijémosla para entender otras que a continuación voy a expresar.

Ahora bien, para todos, pero especialmente para los países en desarrollo y México como el más representativo, la elevación de las tasas de interés explica gran parte del deterioro económico: entre 1978 y 1981, la tasa de interés de los préstamos internacionales pasa del 6% hasta el 20% y esto explica, parcial, pero fundamentalmente, el que el pago por intereses de los países en desarrollo que en 1978 alcanzaba a 14 mil 200 millones de dólares, se eleva en 1981 a 38 mil millones de dólares.

En el caso de México el pago de los intereses de la deuda pública y privada, documentada, alcanzaba en 1978 a 2 mil 606 millones de dólares, mientras que en 1981 correspondía 8 mil 200 millones de dólares.

De este modo, los pagos por intereses, registraron un crecimiento prácticamente exponencial y se convirtieron en el principal elemento de presión de la cuenta corriente de la balanza de pagos.

La estructura del endeudamiento externo, en la que ganaron importancia los financiamientos a corto plazo, favoreció también el incremento de la carga por servicio derivado de los mayores intereses.

Los plazos cortos nos obligan a inconvenientes negociaciones frecuentes y riesgosas.

Es éste un factor cuya importancia difícilmente puede exagerarse.

Los niveles prevalecientes de tasas de interés, las mayores de la historia civilizada, no parecen obedecer a razones derivadas del funcionamiento de los mercados, sino a políticas deliberadas de restricción monetaria, cuyo propósito antiinflacionario se ve desmentido por el efecto inflacionario mismo del alto costo del dinero.

Todo el mundo lo padece.

Los riesgos de ir contra la corriente dominante de la economía mundial, francamente depresiva y las políticas de liberación de importaciones que, aplicadas en otras épocas y en otras circunstancias pudieron resultar adecuadas, se revirtieron en nuestro perjuicio.

Importamos con exceso, todo, y así el espectro de la restricción de balanza de pagos volvió a renacer.

Por el lado de las exportaciones, México enfrentó al igual que otros países en desarrollo, el deterioro muy marcado de las cotizaciones de buen número de sus productos básicos y clásicos de exportación.

Tal fue el caso, entre 1980 y 1981, principalmente del café en grano (cuyo valor unitario de exportación se redujo en - (16%) del algodón en rama (12%), el cobre en minerales o blíster (- 51%), el plomo refinado (- 25%) y, desde luego, la plata somos el primer productor en el mundo, (- 75%).

Por este factor, el dinamismo de los ingresos por exportación de productos primarios, que representa aún una proporción significativa en el total de la exportación no petrolera (50.5% en 1981) se vio frenado muy considerablemente.

Por otro lado, parte de la notable disminución de nuestras exportaciones de manufacturas, independientemente de la falta de competitividad, debe atribuirse a la agudización de las tendencias proteccionistas en los mercados de los países avanzados, que no nos compran como antes.

Ellos, además de la creciente demanda interna que no permitía grandes excedentes exportables.

Por otro lado, el menor ritmo de la actividad económica mundial y el aumento de la desocupación han afectado, en los países avanzados los niveles de dinero disponible.

Una de las principales manifestaciones de esta situación ha sido la marcada reducción en el crecimiento del Turismo a escala mundial.

A menor ingreso disponible, menor demanda de viajes del exterior.

El turismo hacia México ha resentido severamente esta situación, contrayéndose tanto en el número de visitantes, como en el gasto promedio y la estancia media del turista, con un consecuente menor ingreso total por este concepto al mismo tiempo la concentración del ingreso prevaleciente en México había provocado un muy rápido crecimiento del gasto turístico mexicano en el exterior.

Llegó a ser 220% mayor que en 1976. Nos defendimos imaginativamente.

Promovimos el turismo interno intensamente y ampliamos y modernizamos nuestras instalaciones.

Sin embargo a pesar de que la balanza sigue siendo positiva, disminuyó en 900 millones de dólares.

A estos factores negativos nos hemos referido con frecuencia, porque son los que explican lo más importante, y pareciera como si en las explicaciones privara también el comunismo y tuviéramos que inventar nuevas para satisfacer la irritación que causa lo que no es propicio; pero no hay otras explicaciones.

Esas son las fundamentales.

Dentro de ellas admitimos nuestra responsabilidad; pero no nos responsabilizamos por ellas.

Como lo he dicho, soy responsable del timón; pero no de la tormenta.

Todos estos factores: altas tasas de interés afuera que arrastran a las de adentro; baja el precio de las materias primas; exceso de importaciones; disminución de exportaciones; baja en el turismo externo; aumento del turismo nacional al extranjero; colocaron a nuestra economía en una situación súbita de particular vulnerabilidad.

Pero si eso sólo hubiera sido el problema, la potencialidad del país lo hubiera podido resolver con esfuerzo, pero sin deterioro.

Con lo que no pudimos, fue con la pérdida de confianza en nuestro peso, alentada por quienes adentro y afuera pudieron manejar las expectativas y causar lo que anunciaban, con el sólo anuncio.

Así de delgada es la solidaridad.

Así de subjetiva es la causa fundamental de la crisis.

Contra esto ya no pudo el vigor de nuestra economía.

Hagamos, para ilustrar la magnitud del problema, unas consideraciones indicativas.

Además de los dólares que salieron normalmente para pagar nuestras importaciones, deudas y sus intereses, que son para lo que deben servirnos, por hábito, inseguridad o ambición, muchos mexicanos, en uso de la libertad cambiaria, ahorran o anticipan pagos en dólares, que sacan a los bancos extranjeros.

Otros colocan aquí pocos nominados en dólares, en cuentas especiales.

De afuera, y aun de adentro porque convenía a la oportunidad hacer negocios con nuestro auge, motivando nuestra inseguridad y desconfianza, se empezó a especular con nuestro peso, a partir de análisis parciales exagerados, amañados y aun perversos de nuestros problemas económicos, similares a los de todo el mundo; pero subrayados para lograr el efecto especulativo o incluso desestabilizador.

De afuera venía la noticia, luego era cierta, se resignaba Doña Malinche.

Adentro lo confirmaba la insidia del rumor.

De igual modo sugestivas campañas publicitarias anunciaban atractivas inversiones en inmuebles urbanos y rústicos en el "otro lado", que daban seguridad a la inversión, y satisfacción a la ambición.

La base del negocio era crear la desconfianza y explotar el afán de seguridad.

Logrados los motivos, presionaron explicablemente a nuestro peso.

La ambición desmedida de los especuladores de siempre y de los novatos, hicieron el resto.

El acoso al peso empezaba en las mismas ventanillas de los bancos en las que se aconsejaba y apoyaba la dolarización. A todo el mundo le consta.

Tal vez lo consideraban deber con su clientela.

Lo destaco, no lo califico.

No lo sabemos con certeza; pero tenemos datos de que las cuentas bancarias recientes de mexicanos en el exterior ascienden, por lo menos, a 14 mil millones de dólares.

Hay quienes afirman que es mucho más.

Las cuentas de mexicanos, yo les suplico que vayan fijando estas cifras en su conciencia, las cuentas de mexicanos en bancos ascienden a 14 mil millones de dólares en el extranjero.

Conservadoramente podemos afirmar, en consecuencia, que la economía mexicana han salido ya, en los dos o tres últimos años, por lo menos 22 mil millones de dólares; y se ha generado una deuda privada no registrada para liquidar hipotecas, pagar mantenimiento e impuestos, por más de 20 mil millones de dólares que se adicionan a la deuda externa del país.

Estas cantidades sumadas a los 12 mil millones de mexdólares, es decir, 54 mil millones de dólares, equivalen a la mitad de los pasivos totales con que cuenta en estos momentos el Sistema Bancario Mexicano en su conjunto y alrededor de dos tercios de la deuda pública y privada documentada del país.

Puedo añadir, esto es dramático, puedo añadir igualmente, que los rentistas mexicanos, que los rentistas mexicanos en los últimos años, han hecho mayores inversiones en Estados Unidos, que toda la inversión extranjera en México, en toda la historia.

Esta inversión, la inversión extranjera en México, en libros, tiene un valor aproximado de 11 mil millones de dólares, 70% de los cuales es norteamericano.

El ingreso neto hacia nuestro país de inversión extranjera en 81, fue de 1,700 millones de dólares, suma ridícula, frente a la que de aquí salió.

Con otra reflexión: la inversión extranjera dio utilidades y regalías, regresa recursos a sus países de origen y en ellos pagan impuestos.

Por contra, la inversión mexicana no sólo no regresa nada a México, sino que está severamente comprometida con intereses y gastos por muchos miles de millones de dólares y además eleva el fisco.

Adicionalmente, los inmuebles urbanos rurales en Estados Unidos de América, propiedad de mexicanos, se estima según muestreo, que tiene un valor del orden de 30 mil millones de dólares.

Esto generó ya una salida de divisas por concepto de enganches y primeros abonos, del orden de 8 mil 500 millones.

Esto ya es grave.

Más grave aún es que se han generado obligaciones de pago para liquidar por completo esas adquisiciones, incluyendo intereses, más gastos de administración y mantenimiento, por un monto varias veces superior al valor inicial de los inmuebles.

Las cuentas en bancos mexicanos denominadas en dólares, pero nutridas original y mayoritariamente en pesos, se entregaron pesos, no dólares, son del orden de 12 mil millones.

Los llamamos mexdólares, y significan el aspecto más grave de la dolarización de la economía.

Conservadoramente podemos afirmar, en consecuencia que de la economía mexicana han salido ya, en los dos o tres últimos años, por lo menos 22 mil millones de dólares; y se ha generado una deuda privada no registrada, para pagar hipotecas pagar mantenimiento e impuestos, por más de 20 mil millones de dólares que se adicionan a la deuda externa del país.

Estas cantidades sumadas a los 12 mil millones de mexdólares, es decir, 54 mil millones de dólares, equivalen a la mitad de los pasivos totales con que cuenta en estos momentos el Sistema Bancario Mexicano en su conjunto y alrededor de dos tercios de la deuda pública y privada documentada del país.

No negamos que los mexicanos tienen derecho a su dinero y a su seguridad y los bancos la obligación de servir a su clientela, pero lo que individualmente parece inocuo uso de su libertad y protección de clientes, sumado en proporciones tan grandes perjudica al interés general y ello afecta a todos aun a los que se creen beneficiados por su privilegio y que salvo que se vayan y no podrán hacerlo muchos, tendrán que vivir en un país con mayores problemas y con el que no se ha solidarizado.

Si lo hicieran, con una mínima parte de ese capital resolveríamos la crisis transitoria de liquidez de la que vamos a salir gracias a enormes sacrificios económicos y políticos.

En síntesis, la necesidad cada vez más de divisas para que el sector público pagara importaciones y deudas y para que particulares, bancos y compañías sacaran sus capitales o dolarizaran la economía, condujo, consecuentemente, a requerir un mayor crédito externo para abatir dichas presiones.

A finales de 1981 y principios de 1982, todo ello se traduce en un impacto inflacionario en los costos y, al mismo tiempo, en una aceleración del gasto y del crédito externo que, al reproducirse en un ciclo vicioso rápidamente creciente, nos fue haciendo perder el paso en el proceso de deslizamiento del paso y de las protecciones con que lo habíamos rodeado para mantenerlo en estabilidad precaria; pero funcional: control de importaciones con licencias y aranceles, estímulo a las exportaciones, desliz más acelerado, tasas de interés muy altas.

El atractivo de la cuenta en dólares se hizo cada vez más grande para todas las personas con recursos, con lo que el ahorro se dolariza.

Lo que conlleva a que se endeuden en esa divisa las empresas; y paradójicamente sus reservas se constituyan también en mexdólares.

Se da con mucha frecuencia el contradictorio caso de socios de empresas que deben en dólares y que en lo personal tienen cuentas aquí o allá en dólares y/o también inmuebles en el extranjero, con montos muy superiores a toda la deuda del sector privado, empresarios ricos, empresarios pobres.

Con todos esos factores, el proceso inflacionario que venía disminuyendo tras el impacto de costos de la devaluación de 1976, se ve estimulando de manera decisiva por el impacto en costos de tasas crecientes de interés y posteriormente, como efecto, que luego se convierte en causa principal, por las tasas crecientes de deslizamiento de la paridad cambiaria.

El ciclo vicioso, se convierte así en perverso.

Todos estos efectos se nos agolparon desde hace un año, nos hicieron perder el paso.

En febrero de este año, pese a todos nuestros esfuerzos institucionales y de persuasión, el ataque contra nuestro peso fue brutal.

Nuestras reservas de dólares para pagar lo importante, estaban en riesgo de disminuir a extremos peligrosos.

Acordamos el 17 de febrero, retirar al Banco de México del mercado de cambios.

La moneda se devaluó estrepitosamente, interrumpiendo dramáticamente un proceso de crecimiento nacional sin paralelo en nuestra historia.

A partir de febrero nos adentramos a un proceso definitorio, siguiendo las medidas a nuestro alcance que no implicaran cambios radicales en los sistemas y mecanismos establecidos respetando su tradición y el consenso relativo que significaba hasta agotar todas sus posibilidades.

Frente a la devaluación y un contexto internacional cada vez más incierto y sombrío, tomamos medidas defensivas: acentuamos la disminución del gasto público; reimplantamos los controles a las importaciones; acordamos medidas de precios y tarifas del sector público, tan necesarias para sanear sus finanzas; y continuamos elevando las tasas de interés, para defender el ahorro en pesos.

Ante la expectativa de la inflación, en una dramática negociación definida por el estado, se acordó un aumento salarial con efectos no sólo restitutorios, sino precautorios, que fue aceptado por la sociedad sin conflictos, aunque con reservas sobre sus efectos inflacionarios.

Es cierto, la justicia tiene sus costos, que sólo en la comprensión y la solidaridad se enjugan.

Como era natural, la devaluación y su secuencia acentuaron una restricción de la actividad económica que ya se había iniciado desde finales de 1981.

Los impactos sucesivos de la pérdida cambiaria y el aumento preventivo de salarios redujeron la liquidez de las empresas.

La restricción presupuestal, el corte brusco a las importaciones y la parálisis crediticia redujeron la demanda en forma sustancial.

Adicionalmente, el crédito externo se redujo acentuando más aún el proceso.

Puede afirmarse que la economía mexicana se agolpa ahora en la crisis como ante lo hizo en el auge.

Pero se trata de una crisis distinta que la vivida en 1976.

Aquella fue la gran final del agotamiento de una estrategia.

La actual, la de 1982, se presenta un poco del inicio de una nueva estrategia de crecimiento que a pesar de la premura y de los excesos, ha tenido un éxito innegable.

La economía mexicana es hoy no sólo más grande sino intrínsecamente más fuerte que la de hace seis años.

Ciertamente, la inflación interna acentuó sin duda las tendencias al desequilibrio financiero.

El origen y las causas de este fenómeno han sido objeto de diversas interpretaciones, muchas de ellas preñadas de prejuicios.

Pero no tiene sentido entablar una polémica, por demás estéril, en torno a este problema tan complejo, aun cuando muchos achaquen todas las culpas al Estado.

Si así fuese de sencillo, todos los países conocerían la solución y el mundo no estaría hoy debatiéndose entre el estancamiento y la inflación, o peor aún, como ocurre cada vez con mayor severidad, sumido en el estancamiento inflacionario.

Al primer conjunto de medidas de ajuste, se sumó en abril un segundo, todavía más drástico.

Por disciplina propia, nos impusimos un conjunto de metas cuantitativas que se inscribían en la más estricta ortodoxia financiera.

Recordamos aún más el gasto del sector público y fortalecimos sus ingresos, a fin de reducir el déficit total, entre 1981 y 1982, en tres puntos porcentuales del producto interno bruto.

Esta meta, que sin duda representa un esfuerzo de grandes dimensiones, se está logrando según se había planeado.

Asimismo, se adoptaron disposiciones para evitar el déficit en cuenta corriente de la balanza de los pagos sobrepasara los 9 mil millones de dólares casi 3 mil millones menos que en 1981.

Esta meta no sólo se va alcanzando, sino que la previsión más reciente indica que se cumplirá con creces.

Para estos 9 mil millones de dólares habíamos planeado contratar una deuda externa neta por 11 mil millones, con objeto de contar con un margen de maniobra adicional, o colchón, de 2 mil millones.

Hasta el mes de julio habíamos contratado más de 6 mil millones, según estaba previsto.

También se instrumentó una política crediticia restrictiva, cuyo fin es inducir reducciones en el gasto del sector privado.

De este esquema se desprende con claridad que el país contaba con grados de libertad para el manejo de su política económica.

Estaban ahí los recursos suficientes para manejar las necesidades normales de divisas del país.

Incluso la exportación del petróleo crudo y sus precios habían rebasado las previsiones originales.

El paquete de medidas de austeridad estaba funcionando en todos y en cada uno de sus renglones.

Nosotros mismos lo establecimos para recuperar a la economía del embate especulativo que forzó la devaluación de principios de año.

Y el gobierno lo estaba cumpliendo cabalmente.

Su costo era el de reducir temporalmente la tasa de crecimiento de la economía y el ritmo de creación de empleos.

Pero eso es una cosa y la otra la especulación financiera irrestricta.

Ni México, ni ningún otro país, tiene recursos para nutrir y resistir indefinidamente a la especulación.

Contra la fuga de capitales no hay fondos suficientes que alcancen, ni aquí ni en ninguna parte.

Ningún gobierno, y mucho menos el de un país con las carencias de México, puede darse el lujo de incluir en sus planes de acción a las fuerzas especulativas.

El gobierno de la República no podría seguir endeudándose en el extranjero para que cobrara fuerza el libertinaje cambiario.

El Estado no podría seguir consiguiendo en que el uso irrestricto de la libertad cambiaria se convirtiera en el objetivo fundamental de sus relaciones económicas con el exterior, sacrificando empleo de trabajadores y actividad de empresas útiles al país.

La especulación nos había forzado a devaluar una vez, pero continuaba insaciada.

No pudimos mantener el ritmo de deslizamiento previsto para evitar golpes bruscos a nuestra moneda.

Apostar contra el peso se convirtió en el mejor de los negocios.

Las expectativas inflacionarias y devaluatorias motivadas por la propia devaluación, llevaron a nuestra moneda a niveles de excesiva subvaluación que a la vez indujeron a los profesionales que convierten la desconfianza en catástrofe en la que medran, a predecir otras devaluaciones más y seguir apostando contra nuestro peso y nuestro país.

Ello, además no sólo como un negocio lícito sino hasta prestigioso.

Cuántos no se ufanan de haber ganado millones sin haber hecho nada, salvo medrar.

Así, no contenta con su primera victoria, la especulación clamaba por más.

¿Quién garantizaría que cediendo de nuevo iba a calmarse?

¿Qué gobierno responsable podría seguir jugando una apuesta en que el país entero pone todo y el adversario nada?

Teníamos que poner freno al abuso, a pesar de todos los riesgos políticos que ello implicaba: campañas de rumores, terrorismo informativo y calumnias que de afuera y de adentro vendrán, vinieron y vendrán de parte de mucho dinero y muchos intereses reaccionarios que han estado contra México.

El 5 de agosto pasado, el gobierno de la República adoptó la primera de una serie de decisiones históricas para la vida nacional.

Aprovechando que el sector público es el generador de tres cuartas partes de los ingresos de divisas del país, implantó un mercado cambiario dual.

Los recursos derivados del petróleo y del financiamiento público externo se utilizarían para pagar el servicio de la deuda y para cubrir importaciones prioritarias; los recursos restantes se dejarían al libre juego de oferta y la demanda.

En el mercado libre, la divisa tendría el precio de la histeria especulativa y los gastos superfluos dictaran.

En las transacciones prioritarias, prevalecería el mismo tipo de cambio que venía rigiendo con anterioridad, con los ajustes de las condiciones reales de la economía fueran señalando como convenientes.

Además se anuncia por los acreedores extranjeros que los vencimientos de crédito de corto plazo, de los meses de agosto y septiembre no serían renovados.

Con ello se nos planteó un problema, no sólo de liquidez, sino de caja.

Por ello y como ha sido exhaustivamente explicado, tomamos la decisión de ahondar en la medida del 5 de agosto, para defender nuestras reservas y la capacidad de pago del país.

Acordamos en lo interno, impedir que los mexdólares depositados en México, fueran transferidos al extranjero; aplicamos la ley monetaria para que se pagaran en pesos a la cotización que fijara el Banco de México.

Para evitar impactos psicológicos inconvenientes cerramos las ventas de dólares por cuatro días.

Afuera, planteamos el problema de caja que tenía México y conseguimos dólares ampliando ventas de petróleo ya contratadas con Estados Unidos; nos apoyaron los Bancos Centrales de los países industrializados con préstamo de emergencia suficientemente garantizados; negociamos con éxito tratos de reestructuración de la deuda externa con la comunidad financiera a la que pertenecemos.

Iniciamos conversaciones con el Fondo Monetario Internacional, para estudiar las condiciones en que podemos disponer de alrededor de 4 mil millones de dólares que como derecho de giro tenemos en él.

Así hemos resuelto la crisis de liquidez de corto plazo.

En equivalencia, otorgamos facilidades crediticias y fiscales a las empresas, especialmente medianas y pequeñas que tienen, como el Estado, problemas de liquidez.

Con toda responsabilidad y cara a la nación hemos informado e informaremos, paso a paso, lo que estamos haciendo.

Adelante anunciaré medidas que le darán contenido adicional a los últimos noventa días de mi mandato.

Honorable Congreso de la Unión:

Todo llega y pasa; termina y empieza.

Pronto terminará el mandato que me otorgó el pueblo de México para ejercer su poder Ejecutivo.

Protesté hacerlo con lealtad y patriotismo.

Protesto ahora, que he puesto y pondré en lo que resta de mi mandato, toda mi voluntad y aun mi pasión, en ser leal y patriota.

Protesté cumplir y hacer cumplir la Constitución.

Protesto ahora estarlo haciendo.

Cuidando de las libertades de los mexicanos, y sus derechos sociales; cuidando la unión, preservando la institución como estructura ordenada de cambio, fuente legítima para dirimir toda controversia y desterrar la violencia y sus peligros.

Ahora, después de haberla servido desde la más alta función pública, amo más entrañablemente a mi patria.

Convencido estoy de su grandeza, confirmo, después de haberla vivido como responsabilidad estos años de historia, que el planteo de sus orígenes, generosidad, sabiduría india y señorío español enraizados en nuestra tierra de contrastes y prodigios, proyecta en el mundo, como conciencia y dignidad esenciales, la integración de los contrastes.

Sé que esta integración trascenderá como ejemplar, al destino final de una humanidad que sólo será universal, en función de nacionalidades que hayan aprendido íntima, convencidamente, el valor de la solidaridad de todos en cada uno y no de la unidad de imperios que la impongan como alarde de soberbia y violencia.

México es mucho más que coyuntura crítica.

Midámonos en su proyección, no en las angosturas de la paridad del peso; sino en el compromiso de su grandeza.

Hace seis años lo dije.

Salimos del trance; ahora lo repito, saldremos de éste.

Todos los que en México hemos sido, somos y seremos, nos constituimos en nuestro pacto de unión nacional, ámbito de nuestro espacio entendido como territorio; medida de nuestra historia entendida como norma; estructura concebida en el devenir como cambio. La Constitución es nuestra unión, vínculo, fuerza, seguridad.

Que para siempre sea el patrón de nuestros cambios y que nunca más la violencia entre nosotros, cambie patrón.

Ya hicimos nuestra revolución.

Profundicémosla en la democracia; abierta está a generar su propio progreso.

Que sea origen y fin, realidad y proyecto; ser y deber ser; libertad en el hacer; justicia en el tener.

Así, generosa, vale y se proyecta, a pesar y por encima de titubeos, fracasos, claudicaciones y disimulos.

Poderosa en el logro; satisfecha en sinceridad y triunfo.

Vale aunque no sea siempre realidad.

Por eso obliga como norma.

He procurado servir al bien y a la prosperidad de la unión; al desarrollo democrático, popular e independiente, no como esfuerzo de uno sólo, que así poco vale, sino como solución participativa de todos.

Y cuando todos los quisimos, todos lo hicimos.

Es la desunión la que rompe y frustra, experiencia brutal de nuestra historia.

Por ello unión es precondición de todo lo que por su importancia trasciende.

Sé que la función del Estado mexicano es supuesto social y consecuencia económica.

Por ello afirmo que una de sus misiones fundamentales es fortalecer nuestra nacionalidad, gestada y no completa en su total capacidad vinculatoria.

Debemos convencernos de que en la base y por encima de individuos y sus intereses; de clases y sus contradicciones; de gremios y sus ambiciones, hay un México en cuya tierra hemos nacido; cuya sangre mestiza nos corre por las venas y nuestra voluntad de pertenecerle fortalece.

Cada crisis y muchas hemos tenido, pone a prueba la firmeza de nuestro nacionalismo surgente.

De cada fracaso o derrota hemos sacado experiencia y fuerza y todo triunfo nos da orgullo y enriquece.

Con valor y coraje a veces; otras con vacilación, cobardía o hasta traición; con avances y retrocesos, desde el fondo de nuestra historia; con los desgarres y tentaciones de nuestra geografía y su vecindad; con nuestras fuerzas paradigmáticas y contradictorias, estamos aprendiendo a ser mexicanos: desde las dudas intelectuales del trágico Moctezuma y su fatalismo, compartido por la generosa

apertura a lo otro que se entraña en la Malinche; con la osada concepción viril de la vida, como gozosa aventura, de Cortés; con la sacrificada dignidad juvenil del rescate de lo propio que nos entrega Cuauhtémoc, todo, todo ello, en cada circunstancia, nos va haciendo mexicanos.

Y porque lo somos y constituimos una Nación, con plena conciencia, en mi Gobierno, he querido darle plena función al nacionalismo.

Porque nuestra sociedad civil está significada en el ámbito de una Nación que se organiza políticamente como Estado, constituido por la revolución de un pueblo.

Porque nuestro Estado se organiza jurídicamente como de derecho, en el supuesto de una solidaridad basada en la nacionalidad, no en la individualidad; no en la clase social; no en el gremio o en la corporación.

En la Nación, que de nacer, en una tierra, de una sangre, con una voluntad de ser y pertenecer y que supone natural solidaridad.

En nuestro nacer mexicano el que nos da derecho como individuos y como sociedad.

Nuestro nacer mexicano.

Por eso a la Nación corresponde tanto la propiedad originaria como los recursos sustanciales del país.

Por eso gozamos libertades y exigimos justicia distributiva, conmutativa y social.

Por eso porque somos mexicanos, podemos votar y ser electos.

Por eso podemos invocar protección y amparo.

Por eso el Estado nacional es rector de la economía.

Por eso hay una economía nacionalizada.

Por eso y lo subrayo, hay régimen jurídico de mexicanización, que propicia y apoya la iniciativa de los mexicanos, excluyendo, condicionando o regulando a los extranjeros.

En el supuesto de la identidad nacional, he querido impulsar e integrar sus consecuencias; hace casi seis años dije:

La unión constitucional no es un capricho sino una consecuencia de la historia, norma que nos da sustancia y proyección; nos preserva y al mismo tiempo nos hace evolucionar en derechos, obligaciones y valores.

No estamos unidos para que unos pisen y se encaramen sobre otros; ni para facilitar explotación y abuso; ni para que pocos se salven y muchos se hundan.

Acordamos la unión para superar con su fuerza los riesgos de la vida, conservarnos, perpetuarnos, perfeccionarnos.

Graves riesgos vivimos ahora.

Conviene identificar sus causas.

Se le imputan al Estado en frases que se estereotipan y repiten en forma acrítica: Inversión pública ineficiente.

Gasto público excesivo, despilfarrador e inflacionario.

Deuda externa excesiva y enajenante.

Economía petrolizada.

Política económica equivocada.

Medidas correctivas desarticuladas y balbuceantes.

Y otras más que son ofensas y desahogos de los que no me ocuparé.

Quiero redundar, para entrar en materia, que en mi convicción nacionalista, he querido convencer y no vencer; conciliar la libertad con la necesidad; partir de lo cierto para alcanzar lo justo.

Gobernar para todos.

Si he armonizado opuestos, no ha sido para lavarme las manos en la inocuidad neutra; sino para integrar el bien general.

Busco alianzas expresas y nunca vergonzantes con todas las fuerzas productivas de la Nación, las sociales y las privadas; en el campo y la ciudad.

Cumplimos pactos y alcanzamos objetivos.

Busco la concordia y aunque a veces critico a quienes critican, lo he hecho sin prepotencia y sin querer ofender; me interesa más hallar responsables que culpables y en la medida que estos años lo han permitido, logré sumar y no restar.

La hazaña nacional cumplida en los años pasados sólo así se explica.

Ahora, frente a la crisis, afirmo categóricamente:

Por primera vez en nuestra historia, con base en una reforma administrativa, proyectamos, programamos y presupuestamos el gasto público.

Fijamos en forma expresa objetivos en planes sectoriales y convocamos a todas las fuerzas nacionales para que democráticamente concurrieran.

Y lo hicieron.

De los resultados hemos dado cuenta.

Es el gasto público instrumento fundamental del Estado para orientar la economía, no sólo ahora sino desde hace varias décadas; porque construye la infraestructura y la opera cuando le corresponde; porque es estímulo, fomento, condición para inducir metas en nuestra planeación democrática.

Porque es el instrumento más útil para lograr la redistribución del ingreso en el desarrollo social, sin el cual no se justifica, ni crecimiento económico y ni siquiera estructura estatal.

Es vehículo de justicia social, fórmula única para repartir, según necesidades reales, con independencia de capacidades ciertas.

La orientación del gasto público corresponde, quiero subrayarlo a políticas no de un Gobierno, sino del Estado rector mexicano; y trascienden a las sucesivas administraciones y a través de todas y cada una de ellas se ha fortalecido.

En estas políticas de gasto se origina en gran medida el desarrollo del México moderno.

De ellas se deriva en gran parte el sustento popular y democrático del que ha gozado el Estado mexicano en más de sesenta años.

Este Gobierno se ha mantenido estrictamente dentro del marco de esas políticas.

El gasto público debe ser tan amplio, como la capacidad de su financiamiento, su costo de oportunidad y el cálculo de lo que cuesta hacer las cosas y de lo que cuesta no hacerlas.

Nosotros lo calculamos ateniéndonos a las posibilidades financieras que encontramos y que generamos.

Su manejo se dificultó cuando variaron los supuestos del financiamiento, dados los factores externos a los que hemos aludido, con la cauda de implicaciones internas ya referida.

No ha habido despilfarro.

Cada programa, incluidos los criticados edificios de Pemex y el Banco de México, minucia simbólica, que en la magnitud del problema prácticamente no cuentan, tienen su propia explicación, aunque, reconozco, son hora inoportuna inversión.

Tenemos que ponderar los que se califica de ineficiencia del gasto cuando se trata de subsidios.

Cada uno de ellos tiene justificaciones; se corrigen cuando el mal mayor lo exige.

En todo caso hay una justificación social o económica que lo explica.

Pero, también en todo caso, el gasto aquí se queda y no se va del país, que es la mayor de las ineficiencias concebibles.

El Estado Mexicano ha usado, usa y estoy cierto, usará el gasto público en el proyecto nacional pese a objeciones decimonónicas o libertarianas.

Como lo hemos demostrado, no es la causa del actual problema.

Excesivo o no, aquí se queda.

El que se va es el que hiere.

La deuda pública se presupuestó para restaurar, consolidar y hacer crecer aceleradamente la economía.

Teníamos fuentes de financiamiento del desarrollo bien presupuestadas, con base en el potencial de nuestra economía y el precio del petróleo, que sirvió de eje de nuestra capacidad financiera, y además en función del costo externo del dinero que como crédito debíamos conseguir para importar lo que nuestros planes requerían.

Bajaron los primeros, subieron los segundos y sufrimos el efecto de las dos hojas de la tijera que cortaron nuestro impulso.

Si el mundo nos prestó, es porque sabe de nuestra capacidad de pago.

Si el mundo ahora nos apoya es porque sabe que circunstancias ajenas nos pusieron en condiciones de poca liquidez, pero que somos absolutamente solventes.

El monto total de la deuda pública y privada, ciertamente significativa y elevada, nos fue prestado porque se ha estado destinando a inversiones que generarán recursos más que suficientes para pagar esa deuda.

El proceso de desfinanciamiento por el que hemos atravesado la llevó a niveles imprevisibles y superiores a los programados, que efectivamente acusan tanta gravedad, que recientemente sufrimos no sólo problemas de liquidez, sino de caja.

Están transitoriamente resueltos, ya lo hemos dicho.

Reitero, las inversiones públicas hechas con los ingresos en divisas y la deuda, están en el país; forman parte de su activo, no se esfumaron ni salieron de aquí, producen o producirán aquí y significan la solución de la crisis y la plataforma de su pleno desarrollo.

Nuestra economía no está petrolizada, ni por el porcentaje de la ocupación que genera el sector petrolero, ni por su participación en la inversión total, ni por la parte de los ingresos públicos que produce, ni en fin, por el peso que tiene su producción en el producto interno bruto.

En drástico contraste con otros países exportadores de petróleo está la capacidad tecnológica autónoma de México en esta actividad.

Los países petrolizados utilizan internamente una pequeñísima parte de su riqueza energética.

Nuestro consumo de energía es mayor prácticamente que cualquier país en desarrollo y muchos desarrollados.

El consumo de energía es, en los más rigurosos términos de evaluación económica, un índice de desarrollo.

Sí, en cambio, hay que enfatizar que para nuestros ingresos en divisas dependemos muy grandemente del petróleo, como lo acabamos de experimentar dramáticamente, que de otra fuente no vienen, por la recesión generalizada.

Pero en el mundo de hoy y el previsible, si no las estuviéramos obteniendo del petróleo, simplemente no tendríamos divisas.

Este es un fenómeno generalizado en el mundo en desarrollo; excepto para quienes han hecho de países enteros sucursales de empresas transnacionales.

Nuestra economía no sólo no está petrolizada, sino que, en buena medida, gracias al petróleo está más diversificada, más integrada y más poderosa.

Hoy nuestra agricultura está revitalizada, nuestra industria ha duplicado su capacidad y la población dispone de mejores niveles de alimentación, salud y educación.

Una cosa es la petrolización y otra aprovechar una plataforma petrolera de producción para impulsar el desarrollo general de la economía, como lo hemos logrado.

El petróleo, símbolo de nuestro nacionalismo, rescatado por la Nación desde Cárdenas y desarrollado por los regímenes sucesivos -y en éste como prioridad- , nos ha unido como Nación, ha impulsado nuestra economía y ahora en la crisis es fuente de confianza internacional para salir del trance.

Es infantil que reneguemos del petróleo y se lo atribuyamos al diablo.

Es conseja de analistas externos, insisto, es consejo de analistas externos, frívolos e irresponsables, empeñados en demostrar la ineficiencia de los países en desarrollo para administrar sus recursos, en afán de trasnochado tutelaje.

Lo que a partir del petróleo hemos hecho en tan pocos años, es asombroso.

Que no nos aturdan.

Más, mucho más haremos.

A ninguna ingenuidad engañamos al anunciar nuestras realidades petroleras en la crisis energética de los setenta.

No por la casualidad, sino por nuestro prioritario esfuerzo descubrimos reservas y desarrollamos producción.

En el desánimo, en el pesimista fatalismo congénito de muchos de nosotros; en la crisis de confianza, convenía a todos recuperarla, admitir la esperanza, inyectar el optimismo no con ilusiones, sino con realidades.

Creímos en nosotros mismos.

El mundo en nosotros creyó, dimos el salto.

Había riesgos.

Algunos se materializaron.

Que no nos vengan ahora con simplismos a llamarse a engaño, cuando entonces llamamos a confianza y convocamos al trabajo sobre realidades expresas que nos permitieron alcanzar objetivos reales.

Hubo crecimiento, se multiplicó el empleo y el ingreso; parte de él se fue al extranjero en forma de especulación.

Que ahora no se hagan niños chiquitos engañados.

Bien saben a dónde se fue la abundancia.

Nuestra política económica no ha sido equivocada; está expresa en planes globales y sectoriales que permitieron, en el primer año, restaurar la economía que en 1976 recibimos, y crecer en los siguientes como nunca en nuestra historia.

La presencia de los factores externos multicitados, nos ha forzado a un ajuste sucesivo que se adapta a circunstancias eventuales que, agolpadas ya como crisis, se identifican ahora como el gran mal que exige el gran remedio.

Si las crisis fueran claramente previsibles, nunca se presentarían.

Hay factores desconocidos que operan sobre una acción en curso, cuya inercia no es siempre fácil de cambiar.

Las medidas de ajuste que tomamos, siempre en función del interés nacional, corresponden a las circunstancias que se presentan y que por la naturaleza de expectativas subjetivas, no siempre anticipamos para no precipitar lo que tenemos.

Cuando ello ocurre, actuamos conforme a un plan de decisiones alternativas.

Ante esta soberanía, soy categórico:

No hemos pecado, ni como gobierno ni como país, y no tenemos por qué hacer actos de contrición.

No confundamos realismo con el hipócrita puritanismo de ortodoxias simplistas.

Nuestra estructura productiva, fortalecida y ensanchada, continúa intacta.

No la dejemos hundir en el pantano de la inmovilidad.

México tiene aún muchos empleos por crear; mucha justicia que cumplir; mucha riqueza que producir; mucha libertad que ejercer.

No nos abandonemos ni a la inercia ni al temor.

Contamos ya en el exterior.

Se nos oye y observa.

Es un caso ilustrativo del desequilibrio e injusticia del orden internacional, nuestro agobio no es indiferente al mundo y lo compromete económica y políticamente.

No estamos solos: con nosotros, están muchos, los más.

Tendrán que suceder cosas y estamos en la batalla.

Lo importante viene ahora.

Hemos identificado los grandes males:

Primero los externos: un desorden económico internacional que castiga a los países en desarrollo, con factores monetarios, financieros, comerciales, tecnológicos, alimentarios y energéticos expresados muy claramente en la reunión de Cancún, y que tienen, forzosamente, que ser resueltos en negociaciones globales, como está propuesto a las Naciones Unidas.

Es urgente.

De otro modo los problemas se agravarán a extremos impredecibles.

Después los internos.

Aquí adentro fallaron tres cosas fundamentalmente:

La conciliación de la libertad de cambios con la solidaridad nacional;

La concepción de la economía mexicanizada, como derecho de los mexicanos sin obligaciones correlativas;

El manejo de una banca concesionada, expresamente mexicanizada, sin solidaridad nacional y altamente especulativa.

Ello significó que en unos cuantos años, sustanciales recursos de nuestra economía generados por el ahorro; por el petróleo y la deuda pública, salieran del país por conducto de los propios mexicanos y sus bancos, para enriquecer más a las economías externas, en lugar de canalizarse a capitalizar al país conforme a las prioridades nacionales.

Nuestra debilidad, por el camino de la desconfianza y ambición, nos hizo más débiles, y más fuertes a los fuertes.

Puedo afirmar que en unos cuantos, recientes años, ha sido un grupo de mexicanos, sean los que fueren, -en uso, cierto es- , de derechos y libertades pero encabezados, aconsejado y apoyados por los bancos privados, el que ha sacado más dinero del país, que los imperios que nos han explotado desde el principio de nuestra historia.

Todo esto se nos ha hecho evidente en la crisis, hemos identificado colectivamente el problema y vamos a corregirlo con grandes remedios.

Pero quisiera hacer un llamado a serenidad y objetividad.

No se trata de cazar brujas; sino de remediar situaciones que se han derivado de nuestra organización jurídica que, por no precipitar males mayores, no corregía lo que individualmente parecía inocuo y consagrado como libertad de cambios.

Ahora el mal mayor ya nos ocurrió: se nos fue el ahorro de estos años.

Lo estamos viviendo.

Ese es el significado y la importancia de las crisis, que entre otras cosas, son fenómenos de conciencia colectiva frente al peligro.

Que la conciencia que de esta crisis derivamos nos sirva para evitar que vuelva a suceder.

Quiero ser muy insistente en ello: quienes usaron de una libertad para sacar dinero del país, simplemente no demostraron solidaridad.

Nada más.

Lo que hay que corregir es el sistema, y que a partir de ello la actitud de todos sea distinta.

Se trata de corregir el gran mal y no del esfuerzo estéril de identificar villanos.

Constituyen, eso sí, una minoría cuyas acciones sumadas, dañaron la seguridad nacional y por ende la de todos.

Por eso, ahora afirmo: como siempre en nuestra historia, en los momentos críticos, el Estado está con las mayorías.

Es el imperativo que lo justifica.

La cuestión de fondo, la alternativa vital, se establece entre una economía progresivamente dominada por el ausentismo, por la especulación y el rentismo y otra vigorosamente orientada a la producción y al empleo.

La especulación y el rentismo se traducen en una multiplicación de la riqueza de unos pocos sin producir nada, y proviene necesariamente del simple despojo de los que producen.

A la larga conduce inevitablemente a la ruina.

En efecto, nuestro país, dadas sus carencias acumuladas y su dinamismo social, no tiene margen para permitir el desarrollo de las actividades especulativas.

Tiene el imperativo de destinar la totalidad de sus recursos a la producción.

A la producción en toda medida que le permitan limitantes insalvables, como pueden ser, en determinado momento, sus disponibilidades financieras internas y de divisas.

Cuanto más estrechos sean esos límites, como ahora, más necesario es impedir la especulación.

México, al llegar al extremo que significa la actual crisis, no puede permitir que la especulación financiera domine su economía sin traicionar la esencia misma del sistema establecido por la constitución: la democracia como constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo.

Tenemos que cambiar.

Decisión siempre dura; pero no puede seguir entronizada la posibilidad de sacar recursos cuantiosos al exterior, y después pedirle prestado migajas de nuestro propio pan.

Todo ello propiciado y canalizado por instituciones y mecanismos especulativos.

Esta crisis que hemos llamado financiera y de caja, ya amenaza seriamente la estructura productiva, que no sólo en los últimos años, sino a lo largo de varios decenios de esfuerzos de todos los mexicanos, hemos logrado levantar.

La producción, agobiada por los resultados de los fenómenos exteriores que acabamos de describir y por el manejo que se ha hecho de nuestros propios recursos, no encuentra la forma de financiarse.

Se está sofocando.

Para salvarla requerimos de toda la concentración posible de los medios para que las empresas públicas y privadas, agrícolas e industriales, puedan continuar con las actividades que dan empleo y sustento a los mexicanos.

No podemos seguir arriesgando que esos recursos sean canalizados por los mismos conductos que han contribuido de modo tan dinámico a la gravísima situación que vivimos.

Tenemos que organizarnos para salvar nuestra estructura productiva y proporcionarle los recursos financieros para seguir adelante; tenemos que detener la injusticia del proceso perverso fuga de capitales- devaluación- inflación que daña a todos, especialmente al trabajador; al empleo y a las empresas que lo generan.

Estas son nuestras prioridades críticas.

Para responder a ellas he expedido en consecuencia dos decretos: uno que nacionaliza los bancos privados del país, y otro que establece el control generalizado de cambios, no como una política superviniente del más vale tarde que nunca, sino porque hasta ahora se han dado las condiciones críticas que lo requieren y justifican.

Es ahora o nunca.

Ya nos saquearon.

México no se ha acabado.

No nos volverán a saquear.

Los decretos respectivos se publican hoy en el Diario Oficial.

Como complemento someto a consideración de esta soberanía, iniciativa de ley que convierte al Banco de México en organismo público descentralizado del Gobierno Federal.

Dejará de ser sociedad anónima.

Con la nacionalización de la banca, se termina la concesión a los particulares, para incorporar el servicio directamente a la Nación.

Obviamente, la nacionalización irá acompañada de la justa compensación económica a los actuales accionistas, conforme a derecho.

Lo importante, es urgente.

Cuidaremos también con particular esmero la situación y los intereses de los depositantes y clientes de la Banca Mexicana, así como los del público en general.

El dinero y valores de cada depositante en un banco mexicano, se han mantenido siempre seguros, porque el gobierno ha estado detrás de todos y cada uno de los bancos para garantizar esa seguridad.

Con mayor razón estarán ahora seguros los depósitos en los bancos de México.

Que quede claro: y aquí pedimos de modo muy especial el entendimiento y la solidaridad de los medios de comunicación.

Que no se vaya a desvirtuar esta decisión.

Que quede claro.

Que quede claro: no serán afectados de ningún modo el dinero, ni los valores propiedad de los usuarios del servicio público de la banca; ni los fondos o fideicomisos administrados por ésta; ni lo depositado en las cajas de valores.

La banca extranjera, sus representaciones, las organizaciones auxiliares de crédito y el Banco Obrero no son sujetos de expropiación o afectación alguna.

Quiero aprovechar esta ocasión en que me está oyendo el pueblo de México para insistir: sus depósitos, sus derechos en los bancos de ninguna manera serán alterados.

Estarán ahí las mismas personas que los atienden.

Su dinero estará garantizado.

No va a pasar nada.

Lo único que vamos a cambiar es de dueño.

Los que nos traicionaron...

Los derechos de los trabajadores del sistema bancario serán respetados.

El viejo anhelo de crear un sindicato bancario podrá fructificar, como ocurre en la mayor parte de los países del mundo.

El Estado no teme al sindicalismo.

Apoya e impulsa el recio sindicalismo nacional.

Por eso los trabajadores de los bancos podrán sindicalizarse.

La banca seguirá funcionando normalmente.

Su administración sólo ha revertido a las manos de quien la concesionó, el Estado Mexicano.

Primero lo que a todos conviene.

Después, lo demás.

En este caso, el gobierno no sólo está eliminando un intermediario, sino a un instrumento que ha probado más que suficientemente su falta de solidaridad con los intereses del país y del aparato productivo.

La banca privada mexicana -mexicana y mexicanizada, eso es lo más doloroso- ,la banca privada mexicana y mexicanizada ha pospuesto el interés nacional y ha fomentado, propiciado y aun mecanizado la especulación y la fuga de capitales.

Frente a los daños de la especulación y falta de apoyo a las actividades productivas, sería incongruente poner las medidas correctivas, en manos de sus defensores y de quienes tienen intereses creados en torno a ellas.

Se dirá que se ha repetido ya mucho que el gobierno tenía los instrumentos sobrados para controlar la banca privada.

Hoy hemos de confesar que así lo creímos, pero que no fue así.

Una dolorosa historia nos ha enseñado.

Por ello llegamos a la situación financiera caótica y contradictoria en la que nos encontramos.

En suma, nacionalizamos la banca porque no es admisible que el instrumento domine o condicione al propósito.

Con la nacionalización de la banca privada, y con el control de cambios, se programará mejor lo que el trabajo y el ahorro de los mexicanos, el petróleo, otras exportaciones y el financiamiento, nos significan.

La nación se beneficiará.

Culminaremos estrictamente nuestros compromisos nacionales e internacionales; se importará sólo lo necesario; se viajará lo indispensable.

Con esta medida, combatiremos a la especulación abierta y hasta institucionalizada.

Le quitaremos a la inflación los abundantes impactos especulativos que hemos venido padeciendo, tan sólo porque los márgenes de intermediación bancaria y la demanda de dólares fue brutal, envenenando nuestra economía.

Cortemos de raíz el mal.

Ni los trabajadores, ni las empresas productivas del país, deben ser las sacrificadas en este proceso de ajuste.

Todo lo contrato.

El sentido de esta medida es la de apoyarlos en estos difíciles momentos.

Hay que salvar nuestra estructura productiva.

Es imperativo reorientar la demanda hacia el mercado interno e incrementar la producción nacional, así como también dotar a las empresas de liquidez y de capacidad de pago para hacer frente a la difícil situación por la que atraviesan.

De ese modo, sin que nuestra moneda compita artificialmente con el dólar- especulación, podremos manejar más racionalmente las tasas de interés y orientar el crédito a fortalecer a las empresas productivas.

Son éstas, decisiones de gravísima importancia.

Hemos roto los tabúes.

La Revolución se libera de temores y acelera su paso.

Muchas decisiones pendientes podrán tomarse.

Las que hemos tomada van a significar muchos, muchísimos problemas; pero ninguno tan grave como la certidumbre garantizada y premiada de que la especulación seguirá sumiendo al país en un vórtice ruinoso.

Nos libraremos de los ciclos perversos que periódicamente cada 6 años vacían nuestros excedentes.

El Estado ya no estará acorralado por los grupos de presión.

Hago un llamado a patriotismo y comprensión.

Algunos, transitoriamente sufrirán más molestias.

Fundamentalmente nuestros compatriotas en las fronteras.

Lo sabemos y nos organizaremos para que sean las menos y pasen pronto.

Cuidaremos la situación particular de la economía y los habitantes de la frontera, así como de las plantas maquiladoras.

Por razones meramente operativas y de relevo en los altos mandos de las instituciones afectadas, permanecerán cerradas las oficinas bancarias sólo un par de días: jueves y viernes.

Todos los servicios bancarios se normalizarán a partir del próximo lunes 6 de septiembre.

Habrá molestias.

Serán mínimas.

Las molestias sin embargo, no se originarán en el control.

Esta medida no hace más que aclarar y ordenar una situación que de hecho ya existe: tenemos muy pocos dólares.

A partir de ahora, lo asumimos con toda responsabilidad, para dar lo que haya, a las prioridades establecidas.

Adelanto que, muy probablemente, el control de cambios sufrirá pronto modificaciones y adaptaciones.

No hay experiencia de un país frontera con la economía más poderosa de la tierra, extensa frontera norte- sur.

Nos costará mucho trabajo.

Habrá probablemente corrupción; pero confío en que tendremos el talento político y los tamaños para defendernos.

No podíamos dignamente, hacer otra cosa, ni quedarnos con los brazos cruzados, mientras nos vaciaban las entrañas.

El control de cambios es uno de los grandes remedios, al gran mal.

Es deseable que sea transitorio.

Depende de que el mundo organice su economía de modo más justo para países como el nuestro.

Los tenedores de mexdólares que abrieron ese tipo de cuentas para proteger sus ahorros, no sólo lo habrán logrado, sino que ahora al tenerlos en pesos habrán consolidado ya una muy considerable ganancia.

Desde luego menor que la de los especuladores; pero dejar de ganar exorbitantes beneficios especulativos, no es perder.

Quienes establecieron ahorros en mexdólares en previsión de verdaderas necesidades de dólares, con el equivalente que ahora tienen en pesos podrán adquirir las divisas necesarias conforme a las prioridades y reglas establecidas en el decreto correspondiente.

Ya ha de estar publicado en el Diario Oficial.

Los ahorradores en moneda nacional, encontrarán en esta medida la protección para no volver a ser traicionados por la especulación, como les ha sucedido.

El país ya no puede admitir que salgan dólares para pagar inmuebles adquiridos en el extranjero.

Debemos hacer todos los esfuerzos para que eso concluya.

El ejecutivo a mi cargo dispone de muestreos generales y datos y listas iniciales de lo que significan estas operaciones.

Los pongo a disposición de esta soberanía y propongo se integre una comisión que los estudie y concluya soluciones.

Sería aconsejable una reunión interparlamentaria con los legisladores de los Estados Unidos.

Para nosotros es más, mucho más grave este problema, dólares allá, inmuebles allá en dólares, que el del tráfico de drogas para ellos.

Además:

¿Cómo no vamos a exportar brazos si los capitales que podían darles empleo aquí, allá están?

Poco podemos hacer desgraciadamente en lo que se refiere a los depósitos de mexicanos en los bancos extranjeros.

Claro, sería un gesto hermoso el que tanto ellos como los adquirientes de inmuebles se solidarizaran con su Nación y convinieran con la Banca Mexicana, no mexicanizada, sino nacionalizada, algún sistema para reciclar en nuestra economía los recursos que son tan necesarios para México.

Es doloroso, mexicanos, es doloroso que estemos arañando las paredes por unos cuantos miles de dólares, cuando los mexicanos tienen decenas de miles en los EE. UU.

Sé que es difícil que ello suceda que se solidaricen con su país por lo que tendremos que acudir a medidas posiblemente fiscales, y en todo caso al razonamiento internacional.

Desde aquí subrayo la urgencia que tienen muchos países en proceso de desarrollo, de evitar que sus economías, precarias ya por la relación Norte- Sur, agudicen más su problema por la fuga de capitales.

Como lo dije, la debilidad más nos debilita.

Una de las determinaciones, lo quiero subrayar muy enfáticamente, una de las determinaciones inaplazables que el nuevo orden económico mundial debe establecer, antes de que se derrumbe el actual en forma inconveniente y quizá catastrófica, es la de formalizar un sistema compensatorio para que los países de los que se fuga el capital, tengan acceso a un tipo de crédito originado en los recursos relativos, mediante algún vínculo especial de reciclaje.

Sé que la idea es de difícil concepción en un mundo librecambista.

Pero necesario es que los expertos en finanzas mundiales planteen y resuelvan este problema de salud internacional.

Hago una vez más un llamado a los países industrializados.

A nosotros nos gustaría discutirlo con el sistema financiero de los Estados Unidos, entre otras razones y también quiero subrayarlo, para convencer a su generoso pueblo, de que en la solución relativa de nuestros problemas no tratemos de afectar a sus contribuyentes, sino hacer accesible a México el crédito significado por cuantiosos recursos de mexicanos, que han salido del país en forma que nos crea problemas de salud económica y comercial a ambos lados de la frontera.

Las resoluciones de nacionalizar a la banca y de implantar el control de cambios, han costado mucho trabajo; no tendrán ustedes idea cuánto, pero creo que todos debemos estar convencidos de su imperiosa necesidad.

Espero que entre todos sepamos administrarlas.

Estas son las decisiones difíciles de mis últimos tiempos difíciles, tiempos que no elegí; pero en los cuales ejerzo mi responsabilidad.

No erijo en justificación de nuestros problemas y para quitarme responsabilidades, la crisis internacional que nos circunda.

Llamo a conciencia.

Tampoco incurro en el delirio persecutorio de hacernos víctimas de conjuras internacionales de cualquier signo.

No es hora de denuncias apocalípticas; pero sí de llamar a mi pueblo a mantenerse serenamente alerta contra toda forma de agresión y de injerencias extranjeras, así sean las más sutiles.

Que no ensombrezcan nuestro horizonte aquellos que concurren a fortalecer y dar cauce interior a las fuerzas externas interesadas en desunirnos y disolvernos y se pliegan a su designio en inconsciencia ingenua, lo que es lamentable; vanidad exhibicionista, lo que es triste; consentimiento mercenario, lo que es grave; o lo que es peor: malicia destructiva por impotencia.

Las decisiones tomadas son expresión vital de nuestra revolución y su voluntad de cambio.

Que nadie vea en ellas influencias de extremismos políticos.

Las circunstancias externas e internas, llevan una vez más al Estado, a sacar de la cantera de la constitución, inspiración y fuerza para progresar por el camino de la revolución nacional.

El Estado mexicano nunca ha expropiado por expropiar, sino por utilidad pública.

La que ahora resolvemos, libra, del libertinaje del cambio, a la libre iniciativa y al libre impulso productivo de los mexicanos, que la camisa de fuerza que un sistema parasitario le ha colocado.

He actuado siempre de buena fe, con total honestidad intelectual.

Nunca me propuse ni injusticia, ni daño, ni ofensa, ni fracaso.

Nunca supedité el ser al parecer; ni el hacer al halago o el aplauso.

Nunca sacrifiqué la sustancia a la forma, salgo y saldré con las manos limpias de sangre y de recursos mal habidos.

He combatido la corrupción hasta llegar al escándalo.

No me arrepiento.

La catarsis actual es su resultado.

He buscado el bien cuando por él pude optar y el mal menor cuando esa fue la alternativa.

Será el pueblo, será la historia, los que evalúen el ejercicio de mi responsabilidad.

Ahora me corresponde decirle al pueblo de México que me eligió, que ha sido un privilegio servirlo, que me dio su fuerza y su innata sabiduría; que no he defraudado su confianza y que si ahora sus esperanzas no están cabalmente cumplidas, no fue porque me faltara voluntad, que toda la que tengo he puesto en la sublime empresa de serle útil.

A mi esposa, gracias por el enorme esfuerzo y el éxito que obtuvo en las responsabilidades que libremente aceptó para dirigir y crear con brillante imaginación y trabajo agobiador, las instituciones por las que se responsabiliza.

A mis hijos, a mi familia, toda, gracias por su entrega, por su comprensión, por su trabajo, por compartir mis angustias, por su apoyo.

Hemos enfrentado juntos este reto y enfrentaremos también juntos lo que sigue, sea lo que fuere.

Lo importante es saber ser una familia mexicana, celular y recia en el amor y la solidaridad.

Creo en la familia y hago votos por que siga siendo la base de nuestra sociedad.

A mis colaboradores, a los que son y fueron, gracias, muchas gracias.

A quienes todavía están, el exhorto de que me acompañen en lo que falta como les dije a principios de año, de esta seca y dura jornada; a los que ya no están, si alguna ofensa les hice, mi protesta de que fue sin intención de dañar, buscando siempre el bien de la República.

A todos los que fueron la solución, gracias:

A las mujeres de mi patria que aportaron toda su entereza, su intuición de lo que es justo; las que avanzaron a nuestro lado y nos impulsaron a ser mejores.

A quienes vivieron su juventud en este sexenio y significación realidad de su esperanza y confiaron, entregaron su audiencia y pudieron mantener y engrandecer su libertad para inventar su futuro.

A los pesimistas que depusieron sus resentimientos y su cólera para no vaciar su inteligencia.

A los extremistas que renunciaron la violencia y superaron su conmovedora pasión por la impotencia, dándole fértil destino a su vocación de justicia y su voluntad de transformación.

A los críticos, incluso a los que yo critiqué y que con justicia nos ayudaron a luchar por las grandes causas, más que en contra de nuestros semejantes.

A los trabajadores del campo y la ciudad que con la nobleza y dignidad de su trabajo han construido la patria y con la voluntad de su sacrificio han mantenido su estabilidad.

A los empresarios que con su capacidad y riesgo crearon empleos y han generado prosperidad; a los que dieron función social a la riqueza.

A quienes demandando seguridad no la usaron como pretexto para ocultar injusticia, pasividad, ineficiencia, testaferrismo o abandono de los principios y los intereses comunes.

A los que no se dejaron arrastrar por rumores y chismes.

A los que comunicaron e informaron usando su libertad y respetando a la sociedad, especialmente a los que tantas veces a mi lado estuvieron.

A los intelectuales que avinieron su independencia con la necesidad de servir a las causas populares y no humillaron su talento frente al poder, ni lo sometieron al odio, ni lo sacrificaron al prestigio de la soberbia, ni lo hicieron estéril por egoísmo, ni lo vendieron o lo regalaron a turbios intereses extranjeros.

A los soldados de la nación que entregaron su hombría y su lealtad para salvaguardar a la patria de su integridad.

Solemnemente digo que jamás les pedí apoyo para arbitrariedad, encubrimiento o abuso.

Deben estar orgullosos porque significan la majestad de la fuerza constitucional, el honor de México que el pueblo les ha confiado.

A los desnacionalizados démosles un mes, septiembre, el mes de la patria, para que mediten y resuelvan sobre sus lealtades.

Después actuaremos nosotros.

A los desposeídos y marginados, a los que hace seis años les pedí un perdón, que he venido arrastrando como responsabilidad personal -excúsenme por favor, como si fuera exclusiva por haberlo formulado-, les digo que hice todo lo que puede para organizar a la sociedad y corregir el rezago; que avanzamos; que si por algo tengo tristeza es por no haber acertado a hacerlo mejor.

Es compleja tarea de todos, propósito orientador del proyecto nacional.

Hay que crear simultáneamente las condiciones de riqueza que lo propicien por el camino del trabajo y la redistribución del ingreso, por la vía del gasto público.

Hicimos todo lo que pudimos, incluso nos lo han satanizado; pero afirmo que sigue siendo imperativo del sistema, conquistar por el derecho y el desarrollo, la justicia.

Más no pude hacer.

A los que participaron, vuelvo a decirles como hace seis años, porque vale ahora como entonces: que nadie se sienta solo.

Hagamos de nuestra solidaridad, nuestra fortaleza; de nuestro amor a la patria, baluarte de nuestra conciencia nacional.

Integramos con todos los yo, un nosotros.

Esa sigue siendo la solución.

Que la alegría y el ánimo de la lucha se mantenga en cada hogar mexicano.

Con nuestras instituciones, con nuestra inteligencia, con nuestra voluntad, con nuestra emoción y con nuestro entusiasmo sigamos construyendo jubilosamente nuestro México.

No hemos fracasado.

Abusaron de la libertad.

Ya cerramos la fuga.

Cumplamos cada día nuestro deber.

Merezcamos cada vez nuestros derechos.

Aceptemos retos y cumplamos compromisos.

Renovemos constantemente en la libertad nuestra voluntad perpetua de justicia, para seguir haciendo la revolución en la revolución, que frente al mundo, otra vez acelera su marcha.

México ha vivido.

México vive.

México vivirá.

¡Viva México!