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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1976 Por México, Unidos en lo Esencial

Luis Echeverría Alvarez, 14 de Mayo de 1976

Mexicanos:

Esta reunión es fiel al lema que la preside. Porque constituye una clara muestra de que las mayorías nacionales se mantienen unidas en lo esencial: en la decisión firme de respaldar los principios y las instituciones fundamentales de nuestro país, así como en la determinación de promover el cumplimiento cabal de los postulados constitucionales. Es este un acto de militancia, fruto de una madura conciencia nacional. Aquí entendemos que la integridad del país, el pacto que nos une, tiene dos vertientes fundamentales: la justicia y la libertad.

Estamos convencidos de que la unidad nacional no puede fincarse sobre la explotación y la desigualdad. Al mismo tiempo preconizamos que, con México, la firme decisión de redistribuir la riqueza jamás implicará el sacrificio de la iniciativa y la creatividad del individuo.

Estamos unidos en lo esencial: en la necesidad de fortalecer la independencia del país, de preservar los derechos fundamentales del hombre y de perfeccionar nuestro sistema para construir una sociedad cada vez más equilibrada y justa.

Afrontamos las responsabilidades del momento, que es de impostergables definiciones. Las adoptamos en la discusión libre, en el debate abierto, en el diálogo público, en la organización y la participación democráticas. Pero, por ello mismo, rechazamos, con energía, toda acción clandestina y la violencia.

En estos años hemos realizado una profunda autocrítica de la realidad nacional, hemos reconocido los rezagos sociales y las grandes desigualdades subsistentes entre los poseedores y desposeídos. Y hemos actuado en consecuencia. Se han promovido reformas y correctivos acordes con la ley y con nuestro verdadero proyecto nacional, con nuestros principios fundamentales que tienden a salvaguardar la soberanía plena, los derechos de los individuos y las garantías sociales de los grandes núcleos.

Los resultados, con ser insuficientes ante la magnitud de las necesidades de nuestro pueblo, son alentadores. No existe problema, por grave o difícil que perezca, que no pueda resolverse mediante el diálogo y en el marco de nuestra vida institucional.

Hay quienes estiman, desde su fatiga moral, que las cuestiones nacionales son irresolubles. Hay también quienes piensan que para avanzar es necesario olvidar nuestra historia, hacer a un lado la capacidad creadora de nuestro pueblo para generar sus propias soluciones y se lanzan, en imitación servil, por el equivocado camino de la ilegalidad y la violencia: Violencia que no es sino expresión de incapacidad, falta de consistencia política e ideológica para hacer surgir de la entraña naciones puestas y los caminos que el pueblo demanda.

Frente a unos y otros se levanta una vasta alianza popular fincada no en la claudicación de los particulares puntos de vista, sino en la consolidación de un sistema que hace posible la expresión de todos ellos. Esa vasta unidad en lo esencial, representada aquí, y multiplicada en los campos, en la fábrica, en las escuelas y en los hogares, es la fuerza moral de la República que jamás será vencida.

Ningún interés sectario, ninguna pasión personal ha de poner en peligro la integridad de la patria. Porque el derecho a la nación es un valor fundamental. Sin nación no hay ámbito para ejercitar ni promover ningún otro derecho. La nación es nuestro patrimonio fundamental. Lo ganaron para nosotros la dignidad de Cuauhtémoc, los insurgentes de Hidalgo, de Morelos y de Guerrero. Lo defendieron y lo reivindicaron Juárez, Carranza, Zapata y Lázaro Cárdenas.

En varios puntos del mundo a donde nos ha llevado nuestra lucha por un nuevo orden económico internacional, hemos visto en la mirada de los niños, de las mujeres y de los hombres, la profunda tristeza y el hondo vacío que implica carecer de un hogar nacional; y hemos visto también la dramática secuela del deshojo y la invasión, la zozobra de la guerra constante y la alteración forzada de las costumbres. Al ver esto, nuestra mente volvía a la patria y reflexionábamos en el inmenso privilegio que representa para los mexicanos poseer un ámbito común para el desenvolvimiento de sus potencialidades, para la expresión de nuestra rica tradición cultural, para el ejercicio de principios políticos, y un techo de libertades para resolver nuestras controversias y autodeterminar nuestro destino. Este privilegio, señores, si es preciso, ha de ser defendido con la vida.

Ha sido la voluntad de las grandes mayorías, su heroísmo, luchando en ocasiones contra fuerzas desproporcionadamente mejor provistas, la que ha permitido la sobrevivencia nacional, y ha sido también su voluntad la que tia presidido el avance de nuestros principios y la consolidación de nuestras instituciones. La herencia histórica recibida implica una deuda con los hombres que la hicieron posible y la grave responsabilidad de transmitirla, fortalecida, a los mexicanos del porvenir.

Hoy, el punto de partida de este encuentro, tiene el sentido de reivindicar, con el más firme convencimiento y con la mayor sinceridad, nuestro derecho, nuestra decisión de continuar por la vía que hemos

escogido, de rechazar los dogmas y los modelos que se disputan el dominio del mundo, de resistir a los modernos mercenarios que pretenden el retroceso de la historia y la división de los hombres en dos concepciones filosóficas cerradas, que luchan por la prevalecía universal de su imperio y por la instauración de la intolerancia, como en una nueva Edad Media.

La historia de la humanidad no puede congelarse. Siempre se estará construyendo. Los mexicanos estamos labrando nuestro propio futuro y no aceptamos elaboraciones geométricas, falsos determinismos o visiones estáticas de la política y de la sociedad.

No es en los polos del poder económico y militar donde hemos de encontrar la respuesta para definir el porvenir de nuestro país. En México no estamos anclados entre alternativas estrechas. No nos limitamos a la opción entre dictaduras que afirman responder al interés de las mayorías y supuestas democracias sin contenido económico y social. Ambas anulan la dignidad del hombre. Ambas, de hecho, implican el dominio de minorías burocráticas o plutocráticas. La dictadura económica y la represión totalitaria son un salto hacia atrás en la historia pues no hay verdadera libertad sin justicia, ni verdadera justicia sin libertad.

El camino que cada pueblo ha elegido es profundamente respetable. Nuestra Revolución no fue importada y tampoco hemos tratado de exportarla.

En todas las latitudes hemos defendido el derecho de cada pueblo a darse sus propias formas de organización social. En consecuencia, estarnos resueltos a mantener la facultad indeclinable del pueblo mexicano, de sus legítimas instituciones, a preservar su voluntad soberana sobre designios externos, y a rechazar todo tipo de presiones que se realicen al margen de la ley.

México está siendo agredido, no porque se incline ante alguno de los centros que se disputan el poder mundial, sino justamente por su determinación de no hacerlo, por su voluntad de erigirse con dignidad y con independencia en un mundo convulsionado. Está siendo agredido por su decisión de seguir un camino propio, fruto de su historia y nutrido de las más altas expresiones del humanismo universal, por resistirse a la imitación sectaria y a la penetración enajenante, por abrir paso a las aportaciones del pueblo y a las reivindicaciones de sus grupos marginados y por hacer prevalecer los valores humanos sobre toda tendencia autoritaria y fascistoide.

Quienes pretenden, inútilmente, desviar el rumbo de México, por la presión económica o por la violencia, están contra la decisión de las mayorías del país, empeñadas ahora en una nueva etapa de su vida institucional.

Su propósito es debilitar la iniciativa soberana del pueblo en lo interno y menguar su participación en el exterior; están contra la organización de los países del Tercer Mundo, que levantan sus banderas y se disponen a perfeccionar sus estrategias de acción. Los agentes de provocación y de división entre los mexicanos, son los mismos que alientan la división y el aislamiento de los pueblos explotados en el ámbito internacional.

Están contra la nueva moral revolucionaria, que parte de la formulación democrática de las decisiones fundamentales; contra la moral cívica que implica el compromiso con la ley; contra la moral política que exige la organización y la acción abierta de todos los grupos sociales y rechaza el juego de intereses inconfesables y pasiones personales; contra la nueva moral del desarrollo que propugna la distribución justa de la riqueza nacional.

Su vana ilusión es hacer variar la determinación del Gobierno de no usar la fuerza ante los problemas, de no reprimirla disidencia cuando se expresa dentro de la ley; pero no lo han logrado ni lo lograrán, porque a los enemigos del pueblo, la gran mayoría del país y el Gobierno de la República oponen su determinación de ampliar los cauces de participación en todos los niveles, de fomentar en los ejidos, en las poblaciones, en los sindicatos y en las universidades, la capacidad de iniciativa y el ejercicio responsable de la libertad.

Esto ha hecho posible que hoy, en todos los grupos sociales y aún en los sitios más apartados de nuestro territorio, se asista a un despertar.

Una mayor conciencia política alienta en cada ciudadano y en cada organización. Es éste un signo de avance y madurez de nuestro pueblo. Lo importante es, ahora, que las luchas sigan el cauce que señala la ley y que no se pierda de vista, q tic ames de todo interés particular o de grupo, están los intereses superiores de país.

Cuando hablamos de la ley no hacemos referencia a un orden conservador e inconmovible, sino a un instrumento dinámico y renovador. Nuestras leyes, a partir de la Constitución, se enriquecen sistemáticamente con las reformas que imponen nuestro avance social y las nuevas realidades. En México, las fuerzas del retroceso se oponen a sus mandatos, en tanto que las fuerzas progresistas demandan su aplicación. Así, siendo nuestra legislación un instrumento para marchar hacia adelante, lo que demanda el país no es quebrantar sus instituciones, no es combatir el derecho, sino perfeccionarlo y hacerlo valer.

Las leyes no son un asunto de conveniencia. Deben ser cumplidas e invocadas por todos y a toda hora. Esto deben entenderlo, particularmente, quienes sólo apelan a ellas cuando son víctimas de alguna agresión, en tanto que cotidianamente trabajan por verlas destruidas e instaurar en su lugar alguna forma de dictadura.

Pero deben entenderlo también quienes quisieran hacer prevalecer sus privilegios sobre los derechos sociales. La ley establece las garantías individuales, pero también los derechos de los campesinos y de los obreros. No hay que olvidar que al lado de la justicia conmutativa, que es la aplicación objetiva de una ley entre iguales, el Estado revolucionario mexicano tiene el deber ineludible de impulsar la justicia distributiva en favor de los más débiles.

Ante la manifiesta democratización general del país y la ampliación de los beneficios sociales, la violencia ha sido y seguirá siendo arma contrarrevolucionaria.

El terrorismo está contra el proceso democrático, contra los esfuerzos por reducir la marginación social, contra la consolidación de nuestra soberanía.

Una vez más manifestamos que el Gobierno no abandonará sus fines superiores para responder a la violencia con violencia. Nada lo conducirá a una política represiva. Este es un compromiso que nos vincula a todos. A los campesinos, a los trabajadores aquí representados, a los funcionarios estatales y federales, a los empresarios del agro y de la industria, a los miembros de las instituciones de enseñanza.

De esta filosofía política están profundamente imbuidos quienes en México salvaguardan, con lealtad ejemplar, la convivencia pacífica entre los mexicanos y nuestro Régimen constitucional de democracia social: los miembros de nuestras heroicas Fuerzas Armadas.

¡Qué equivocados y solitarios están quienes pretenden transformar un mundo injusto desde el odio y la barbarie! El terrorismo está vencido por la historia. Es fruto de la confusión. Nace, se desarrolla y muerte aislado por aquellos a quienes falsamente dice defender, mientras hace el juego a los enemigos de las clases populares. Y en ese transcurso es dócil y menospreciado agente de la provocación internacional. En nuestro país está condenado por las masas, que tienen la ley por argumento y que reivindica sus derechos por la acción organizada y el diálogo. Este es nuestro camino. Esta es nuestra estrategia. Esta es nuestra Revolución en marcha. La Revolución deseada, concebida y realizada por los propios mexicanos.

Es la hora de preguntarnos: ¿A quién convendría la confusión y la inseguridad en las calles de la ciudad y en el campo? ¿A quién convendría la persecución y la represión de todo asomo de crítica o disidencia? ¿A quién convendría la abolición del juicio libre y democrático? ¿A quiénes han convenido en el inundo contemporáneo estos hechos? La respuesta está en la historia reciente de los países donde el intervencionismo, abierto o simulado, ha suplantado el derecho a la autodeterminación popular.

Hemos dicho que cuando México ha estado desunido ha sufrido sus peores catástrofes. Que con ese motivo perdió más de la mitad de su territorio, pero también hemos señalado que cuando ha estado unido en lo esencial, sus enemigos de dentro y de fuera han fracasado de manera invariable.

Por eso ahora, cuando los agentes de uno y otro polos de dominación mundial coinciden para hacer naufragar la democracia en distintas partes del planeta, los mexicanos debemos fortalecer nuestros vínculos de solidaridad y el apego a nuestras instituciones.

Refrendemos nuestra anidad en lo esencial, en la defensa de las instituciones que constituyen el único marca posible para avanzar contra los privilegios, contra todo quebrantamiento del orden legal, contra el menoscabo de la seguridad pública, contra la delincuencia y contra quienes arman y alientan a los delincuentes, contra el rumor infundado y todo intento de debilitar la cohesión social.

El país no es botín de nadie. No nos perdamos en disputas y egoísmos estériles cuando gigantescos intereses están al acecho de nuestros recursos naturales.

Mantenernos unidos en lo esencial no significa uniformidad ni conformismo, no implica arriar banderas, ni sumisiones indignas, no conlleva la clausura de posibilidades de expresión ni de acción sino, por el contrario, abre paso a la libertad de todos y promueve las manifestaciones de la diversidad creadora de cada individuo, de las organizaciones y de cada región de la República.

Nuestro país vive momentos de transformación acelerada, a partir de la decisión, la capacidad y el esfuerzo de todos, y con base en un amplio proyecto de renovación social.

Contamos con un sistema que se justifica en la medida en que destierra tanto la arbitrariedad de los focos de poder político, como la injusticia que genera el dominio de las minorías privilegiadas, en que fomenta una genuina actitud autocrítica.

Vivimos horas de profundización en las transformaciones sociales y en el perfeccionamiento de la democracia.

Entre todos hemos puesto las bases para que el futuro apunte a un porvenir más democrático y más justo. La campaña electoral que hoy se realiza en toda la República para renovar los Poderes Ejecutivo y Legislativo Federales, constituye el campo de acción para ratificar este proyecto y avanzar en su realización.

Las garantías para trabajar, para expresarnos, reunirnos y transitar sin cortapisa, para ser juzgados con apego a la ley, para profesar nuestras ideas, para podernos defender contra cualquier abuso o desviación del poder; para elegir libremente a nuestros gobernantes; el derecho a la tierra y la obligación de hacerla producir que tienen los ejidatarios y los auténticos pequeños propietarios; los derechos de huelga, de asociación profesional, de contratación colectiva, de percibir salarios remuneradores; el respeto a la autonomía sindical; la acción de los empresarios nacionalistas en el marco de nuestra economía mixta; el cumplimiento de las obligaciones fiscales; la educación popular; la expansión de la seguridad social; y el fortalecimiento de los Estados y del municipio libre, son, todos ellos, elementos que integran las bases fundamentales de nuestra convivencia.

La unidad entre los mexicanos depende del ejercicio y el cumplimiento cabal de estos derechos y estas responsabilidades. Cada ciudadano se convierte, así, en garante de la paz social y del progreso.

Los intereses sectarios y los heraldos de la intolerancia quedarán aislados sin alterar el rumbo que ordenan las grandes mayorías.

No caeremos en la anarquía social ni en la tiranía del Estado; los mexicanos tenemos suficiente vigor y capacidad creadora para construir nuestro destino a partir de nuestros propios postulados. Es este momento propicio para recordar que la Revolución Mexicana y la Constitución de 1917, no voltean a los flancos ni se estancan en un centro medroso, sino apuntan, con firmeza, ¡Arriba y Adelante!

Es la hora de conjurar los peligros que nos acechan y de redoblar esfuerzos para alcanzar las metas que perseguimos.

Es la hora de ampliar y profundizar en los objetivos de nuestro nacionalismo revolucionario, constitucional y popular; de oponerse a cualquier forma de autoritarismo que busque en el exterior fuerza par cumplir sus designios o para defender privilegios; de cerrar filas ante la intromisión extranjera y frente a toda pretensión de que los intereses particulares predominen sobre la voluntad general.

Es la hora de afirmar nuestra identidad nacional, de fortalecer la confianza en nosotros mismos, de apartarnos de todo afán de autodemigración y escepticismo, de afirmar nuestra vocación de pueblo soberano.

México librará esta. etapa, en medio de un mundo conturbado, porque estamos unidos en lo esencial: en torno a la Constitución y a sus principios de democracia social.

¡Viva la Independencia nacional!

¡Viva la Constitución !

¡Viva México!