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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

Este Sitio es un proyecto personal y no recibe ni ha recibido financiamiento público o privado.

 

 
 
 
 


1976 Liga Comunista 23 de Septiembre; algunos temas sobre el movimiento revolucionario.

Agosto 7 de 1976

 

Algunos temas complementarios

La actividad de un partido político ante sus errores es uno de los criterios más importantes y más seguros para juzgar de la seriedad de ese partido y del cumplimiento efectivo de sus deberes hacia su clase y hacia las masas trabajadoras.

Reconocer abiertamente un error, poner al descubierto sus causas, analizar la situación que lo ha engendrado y discutir atentamente los medios de corregirlos eso es lo que caracteriza a un partido serio, en eso consiste el cumplimiento de sus deberes, eso es educar e instruir a la clase y, después, a las masas.
VI. Lenin

 

A los revolucionarios de México:

Ante el debate que en el seno del movimiento revolucionario se está efectuando en torno al papel jugado por el comúnmente llamado movimiento guerrillero, los firmantes, actualmente presos en el penal del Estado de Nuevo León, deseamos plantear públicamente algunas consideraciones, a título personal, en el carácter de militantes que fuimos de este movimiento.

24 VI Lenin. La enfermedad infantil del "izquierdismo en el comunismo". Ed. cit. p. 567

La evaluación de las experiencias: una tarea revolucionaria

Una de las prácticas más nefastas que han caracterizado al movimiento revolucionario mexicano es la de pretender abandonar sus tentativas fracasadas sin extraer las enseñanzas que traen en su seno, negando así, la base para su superación. La necesidad de una acumulación de fuerzas, que, incluye, como aspecto esencial, una acumulación de experiencias, se traduce en la exigencia de abandonar las tentativas frustradas superándolas, esto es, sólo pasando por una crítica seria y profunda de ellas es posible realmente clausurarlas. Estas prácticas aparecen diariamente a lo largo del desarrollo del movimiento revolucionario mexicano que sólo en sus últimas dos décadas ha pasado por la represión del movimiento sindical en 1958, que tiene su máxima expresión en la represión a los ferrocarrileros; por la agudización de las luchas campesinas de 1962 a 1964, dirigidos por la CC, la UGOCM y, en el sur, por el movimiento jaramillista; por la tentativa de unidad frustrada que representó el Movimiento de Liberación Nacional; por el movimiento huelguístico de los médicos en 1965, duramente reprimido al igual que el movimiento estudiantil de 1966; por la tentativa guerrillera surgida en 1965 en la sierra de Chihuahua, Sonora, que concluyó derrotada en 1968, año del profundo sacudimiento del movimiento estudiantil que terminó tras la masacre del 2 de Octubre y, por último, la represión de junio de 1971. Estas lecciones que la historia nos ha dado a su costo, portadoras de un cúmulo de experiencias no adquiridas, por no avocarnos a analizarlas, representan parte del gran déficit del arsenal de experiencias y conocimientos de la revolución. Sólo mediante un esfuerzo colectivo de análisis y síntesis se podrá incorporar ese pasado al presente. (Esto sin negar la existencia de análisis iniciales de algunas de estas experiencias, muchas de ellas, realmente valiosas.)

La anterior se vuelve a poner a la orden del día, en cuanto hoy se cierra una nueva tentativa -la realizada por los llamados grupos armados-, con las características peculiares que adoptó éste intento de abordar y construir, en las condiciones existentes, una alternativa revolucionaria. Nuevamente aparece la disyuntiva de pretender abandonar esta tentativa conformándose con la crítica de la práctica o de emprender la penosa tarea de un ajuste de cuentas serio que sea capaz de explicar el por qué del fracaso, sin conformarse con aludir a los posiciones políticas equivocadas, sino explicar su significado y las causas que las engendraron, no sólo para garantizar la no repetición de estas desviaciones, sino también para encontrar y erradicar los vicios y debilidades que las hicieron posibles; vicios y debilidades que de no atacarse, son la base para que surjan nuevas desviaciones. Para que este ajuste de cuentas con las posiciones del movimiento armado se haga con sinceridad es necesario que se realice un esfuerzo de verificación en esta etapa, como única forma para dar una negación dialéctica, en el pleno sentido del concepto.

Ya aparecen los primeros críticos que aceptando formalmente las necesidades de evaluar la pasada experiencia; de hecho, la desechan al apresurarse a proclamar su inexistencia histórica y a negarle su carácter revolucionario; la critican encontrándole todos los vicios y, por el contrario, hallando todas las virtudes en el movimiento democrático, en actitud igual pero en sentido inverso a la que se tenía en los grupos armados, persistiendo así los vicios y debilidades que engendraron las posiciones que critican. Concretarse sólo a buscar en los clásicos del marxismo, material para contraponerlo a las posiciones del movimiento armado es un atajo que evita el difícil trabajo de la verificación histórica, pero un atajo peligroso que conduce a los viejos callejones sin salida. Ya vemos a quienes huyendo de la vía armada, en su prisa por incorporarse al movimiento de masas, son incapaces de adoptar una actitud crítica ante él; en su apresuramiento repiten la viciada practica de hacer un remedo de análisis para legitimar posiciones políticas previamente adoptadas, con la misma ligereza con que adoptaron las posiciones que hoy rechazan.

La tentativa armada: su génesis política

El movimiento armado se incubó en la confluencia de la profunda crisis social que vivía el país y la grave crisis del movimiento revolucionario; surgió en una situación política caracterizada por una casi total cerrazón del régimen a permitir la manifestación de las inconformidades populares; aparece después de las cruentas represiones del 68 y 71, que fueron la culminación de una sistemática represión sobre los movimientos populares, situación que cubre su explicación, a partir de la agudización de la crisis general del capitalismo, aunada a una profunda crisis política en el país. El movimiento revolucionario venía arrastrando por décadas una crisis a nivel mundial, generalmente reconocida en lo que ha sido llamada la crisis del marxismo, manifestada, en lo teórico, en la incapacidad de reflejar correctamente la realidad y, en lo histórico, en la incapacidad de quienes están llamados a cumplir el papel de vanguardia o dar una dirección política justa. Esta crisis se manifestaba agudamente en México, donde las luchas de las masas carecían de la dirección que les diera sentido y las reuniera en un solo movimiento tendiente a la consecución de sus objetivos históricos. El conjunto de las organizaciones revolucionarias, que se mostraban incapaces de superar el escaso desarrollo que arrastraban, algunas, ya por largos años, se encontraban en un completo estado de desmoralización, sin influencia entre las masas y sin la actividad que posibilitara tenerla, manifestándose todo esto en el ejercicio de un practicismo estrecho y sin futuro. El escaso desarrollo del movimiento determinaba el completo estado de dispersión ideológica, política y orgánica en que se encontraba.

Para plantear como esta situación general del país se le presentaba al movimiento revolucionario después del 68, acudiremos al movimiento estudiantil, donde encontramos, con más claridad en esos momentos, las formas que adoptó la política del Estado frente al movimiento popular, así como las actividades de los grupos revolucionarios. Las indiscriminadas represiones callejeras del 68 encontraban su complemento en una represión selectiva dirigida, fundamentalmente, contra quienes realizaban labor política entre las masas, creándose una situación en la que, al igual que como toda manifestación pública, implicaba enfrentamientos con la policía; toda actividad política en los centros universitarios, hasta el simple reparto de volantes; implicaba un enfrentamiento con los porros. Las debilidades ya apuntadas de las organizaciones revolucionarias imposibilitaron una justa evaluación de esta situación y la implementación de una respuesta correcta. En general, podríamos afirmar que tal situación fue sobreestimada y proyectada mucho más allá de sus dimensiones reales. Así encontramos a un sector del movimiento que cae en el inmovilismo casi total y otro que, motivado por la larga cadena de triunfos tragicómicos y grandes fracasos del movimiento, o influido por la corriente desarrollada en Latinoamérica a partir del triunfo de la Revolución cubana, y que en esos momentos realizaba acciones espectaculares con los Tupamaros, optó por organizarse bajo la consideración de que la forma principal que debería adoptar la lucha revolucionaria en México era la lucha armada, y aún más elevándolo a categoría de principio. La base teórica de esta segunda posición era una apreciación izquierdista de la situación, que podríamos resumir en dos equívocos fundamentales: la consideración de que la represión desatada sobre el movimiento era signo inequívoco de la debilidad del Estado y la consideración de que la crisis económica que se vivía no sólo era irreversible, sino además, tenía un carácter explosivo que lanzaría, en breve plazo, a las grandes masas a la lucha. Se creía vivir una situación semejante al 1905 ruso y se sentía la urgencia de construir rápidamente una organización y definir una estrategia capaces de dirigir por conductos correctos este auge inminente de las luchas populares. De aquí surge la apreciación que, explícita o implícitamente aparece en el movimiento armado: de que se vivía una situación prerevolucionaria.

Haremos algunos señalamientos generales de lo que constituyó el movimiento armado, ya que para quienes no hayan tenido contacto con él les es difícil darse cuenta de las dimensiones que llegó a tener y del carácter de sus tentativas. La mayoría de los grupos armados que se manifestarán abiertamente a partir de 1970 se caracterizaban por ser reducidos y porque centraban sus actividades en acciones militares encaminadas a conseguir recursos económicos que les sirvieran para desarrollar sus actividades; su trabajo en el seno de las masas era casi nulo. El escaso desarrollo de todos estos grupos los hacía incapaces de asimilar los golpes de la represión pudiendo ser fácilmente destruidos. Habría que señalar la existencia de contadas pero significativas excepciones, que desde su origen se planteaban la necesidad de desarrollar una alternativa político-militar, que no centraban su actividad en las acciones militares, y por tener una viva preocupación teórica, distinguiéndose además, por que concentraron sus esfuerzos en eliminar el profundo estado de dispersión a todos los niveles que caracterizó, en su primera etapa, al movimiento armado, impulsando para ello, la discusión teórica y política entre las diferentes organizaciones y luchando ideológicamente contra todas las posiciones que, a su entender, estrapolaban su actividad militar, especialmente contra las corrientes foquistas y terroristas, respondiendo plenamente a la necesidad del deslinde ideológico en el seno del movimiento como una consigna de lucha, que jamás se abandonó en el posterior desarrollo, aplicándose a veces fuera de contexto, pero que apuntaba claramente a la necesidad de ubicar las diferentes tendencias existentes y los peligros que entrañaba cada uno de ellas. Los esfuerzos por liquidar la dispersión en todos los niveles se materializarán, en 1 973, con la unión de la mayoría de los grupos existentes, surgiendo así, la Liga Comunista 23 de Septiembre, como una síntesis de todos ellos y constituyendo la expresión más desarrollada de este movimiento.

La Liga comunista 23 de Septiembre

Esta organización contaba con gran cantidad de miembros que se distribuían por casi la totalidad de la república, principalmente las áreas de concentración urbana, aunque también contaba con algunas brigadas rurales. La tesis leninista del centralismo democrático fue el soporte central del desarrollo orgánico seguido por la Liga, lo cual permitió, apenas nacida, captar importantes cuadros y esfuerzos orgánicos que ya habían logrado una base de contactación regional y contaban con algunos materiales teóricos elaborados.

La dimensión política que trató de arraigarse a la Liga la llevó a cuestionar la proliferación de acciones armadas tendientes a la consecución de recursos económicos y a la capacitación de sus militantes, optando por una selectividad de tales acciones según su sentido político, reduciendo notoriamente su número. Por el contrario, se hizo mucho énfasis en la necesidad de cumplir tareas tendientes a la discusión política con las bases proletarias más combatientes y a la formación clasista de los sectores más amplios en base a los documentos desarrollados por el trabajo teórico de la organización.

El Estado llegó a comprender el peligro real que representaba este trabajo y persiguió con saña cualquier trabajo de discusión y propaganda en los sectores obreros realizada por militantes, así fueran periféricos, de la organización. Los medios de difusión, atendiendo a las indicaciones gubernamentales, nunca dieron cuenta de esta tarea tratando de restar sentido político a estas acciones y sembrando la semilla de la confusión al reportar enfrentamientos y hechos sangrientos como iniciativas manifiesta-mente terroristas, y no, como realmente eran, acciones de autodefensa de agresiones de policías políticos, guardias blancas y esquiroles que trataban de impedir discusiones y volanteos.

La Liga, en su esfuerzo por construir una alternativa revolucionaria, se enfrentó con problemas reales y actuantes que obstaculizaban el desarrollo de ésta y que, un tiempo atrás, habían generado crisis insalvables para las organizaciones revolucionarias. Heredaba así las crisis de la revolución, carencias y vicios, además de las aportaciones teórico-políticas, de las viejas organizaciones revolucionarias, puestas al día ante una nueva situación y un renovado esfuerzo por superar aquéllas con, aparentemente, enfoques distintos.

Ya habíamos señalado la errónea caracterización de la realidad que resulta de los análisis del movimiento del 68, fundamentada en la falsa apreciación de la debilidad del Estado y la situación preinsurreccional, que seguiría a la crisis económica internacional, que se conserva inconcientemente como marco general de interpretación y perspectiva a seguir en la determinación de las acciones.

En la relación dialéctica, en el sentido que permite su realización y, a la vez, se deriva de ella. Con el anterior error se encuentra una visión acartonada de la lucha de clases que considera a ésta solamente como el enfrentamiento de las dos clases antagónicas del desarrollo capitalista, negando la existencia e importancia a sectores sociales intermedios o marginales y caracterizando a la lucha en sí como el crecimiento aislado y consciente de la clase tendiente a cumplir con un destino insalvable el enfrentamiento con la burguesía; rechazando el hecho de que las clases existen y se correlacionan en forma compleja, llegando a desconocer, en una realidad dada, su propia fuerza y aún sus propios intereses, ya no digamos los del enemigo.

Estos errores existentes en el seno de la Liga, permiten sustentar posiciones tales como lo de construir las organizaciones clasistas al margen de toda lucha legal, económica y democrática ("guerra o muerte al oportunismo pequeñoburgués''); plantear las demandas de los sectores o un nivel de ruptura y enfrentamiento, aduciendo que, con ello, se evitaba el costoso camino de las mediatizaciones que a la larga tienen que desembocar en una incapacidad de respuesta; al Estado se le veía como un muro de contención o colchón amortiguador del enfrentamiento clasista, por lo que se rechazaba toda gestión con él. Encontramos estas posturas, ciertamente no explicitadas, subyacentes en el contenido de su actividad política, tanto en volantes e interpretaciones políticas, como en el sentido que se daba a movilizaciones, tales como la de los obreros agrícolas de Sinaloa en enero-abril de 1974 que resultaron fugaces y sin posibilidad de consolidación en una organización clasista que permitiera la continuación de la lucha cuando decayera o cesara el ímpetu de dichas movilizaciones.

Uno de los problemas reales del movimiento revolucionario que enfrentó la Liga fue el de la carencia de discusión política y elaboración teórica que fundamentara sus acciones ubicándolas en un marco general de interpretación de acuerdo a la alternativa revolucionaria. Sin embargo, la posibilidad de superar esta carencia se negó al ponerse en práctica mecanismos viciados en el desarrollo teórico y en la discusión política que, en cierta forma, fueron también heredados del pasado revolucionario como partes constituyentes de la crisis. Ejemplo de esto serán: la práctica de hacer análisis para legitimar posiciones políticas previamente adoptadas y no para determinar éstas, así como, la no participación del conjunto de los militantes en las tareas de elaboración y discusión teórico-políticas, limitándose a aceptar los resultados de éstas, debido a las demandas de acción y cumplimiento de otras tareas, obstaculizándose así su desarrollo teórico y político, o impidiéndose la creación de cuadros capaces de cumplir las tareas de dirección ante la desaparición de algunos dirigentes importantes.

La dificultad creciente a realizar tareas intermedias de ligazón a las masas, el fracaso de algunos operativos militares y la persecución extensa y profunda de los cuerpos policiacos especializados, se unieron al germen militarista existente, detectado con anterioridad, pero nunca aniquilado, en el interior de la organización, para hacer caer a la Liga en una dinámica que la empujaba, cada vez más, a la mera lucha por la subsistencia, desviando el sentido de las acciones del plano político al, francamente policiaco, terreno fértil para perpetuar el aislamiento de las masas y exacerbar sus contradicciones internas. Esta dinámica, de la que la Liga no fue capaz de salir, la llevó a su desintegración en sus diferentes tendencias, llegándose así, a la misma situación de dispersión que existía durante las primeras manifestaciones del movimiento armado, sólo que, tal coincidencia tiene una diferenciación cualitativa pro-funda, pues aquel momento representaba un esfuerzo por encontrar una alternativa válida para superar la crisis evidenciada de las organizaciones revolucionarias, mientras que la dispersión ahora responde al fracaso de la alternativa misma, adoptada como la adecuada y correcta.

La descomposición actual del movimiento armado y sus dificultades para digerir la represión policiaca y posibilitar la relación con sectores amplios de la clase, no se explican por sí mismos, las causas se encuentran en sus errores teóricos, enmarcados por la concepción de la realidad que se manejaba y las desviaciones políticas que se generaban en el deficiente instrumental teórico, basadas en incomprensiones del marxismoleninismo y en la consiguiente incapacidad para realizar planteamientos y elaboraciones propias, de acuerdo a las exigencias detectadas por la acción.

 

Consideraciones iniciales acerca del carácter de la actividad revolucionaria
Sobre la lucha democrática

 

Actualmente se debate en el seno del movimiento revolucionario el carácter de la alternativa estratégica que se les presenta a las masas populares para lograr su emancipación; tal parece que algunos núcleos confunden la alternativa con los medios a seguir, esto es, consideran que la actual lucha por las libertades democráticas lleva, de una manera directa y lineal, a una participación de los sectores populares en los órganos del Estado, facilitándoseles el acceso al poder, desconociendo que para determinar la alternativa y los medios a seguir, se necesita hacer una evaluación concreta de la situación.

Quienes consideran que existe una democracia en abstracto y que la lucha por ella adquiere un carácter de principio, olvidan que la democracia tiene una implementación clasista que lleva el signo de la clase dominante. Querer transplantar el camino seguido por las democracias burguesas europeas, que en un momento dado, tuvieron que aceptar la participación política del proletariado y de las distintas corrientes pequeñoburguesas, ante la necesidad de legitimar su poder político, su carácter nacional y las formas de control planteadas como exigencia de la implantación y desarrollo del capitalismo, a la práctica política hoy en día y en México, es no considerar que el Estado es un Estado burgués que no necesita de la participación de las masas populares en su seno para legitimarse y que las posibilidades de desarrollo de la democracia están en correlación con las posibilidades de la democracia económica, es decir, de los márgenes de participación que exige y permite el desarrollo económico, que actúa en los marcos del imperialismo, que traslada los costos más elevados y más nocivos del capitalismo a los países débiles; que actúa, también, en una economía mixta que impone al Estado el papel de mero promotor del desarrollo social que garantice el nivel de las tasas de beneficio, promueva la producción de plusvalía y permita los mecanismos para apropiarla.

La gran importancia que adquiriría la lucha por la democracia para los socialdemócratas rusos estaba determinada por las peculiares características del Estado zarista, en contra del cual, el enarbolamiento de demandas democráticoburguesas permitían el suficiente espacio político para el fortalecimiento del proletariado y la construcción de los órganos clasistas y revolucionarios que permitieran abordar el necesario enfrentamiento con la burguesía con los recursos y perspectivas adecuadas para aniquilarla. Tratar de darle ese carácter a la lucha por la democracia permanentemente y en todo lugar es tratar de trasponer a nuestra época las características clasistas y las determinaciones políticas vigentes en la sociedad capitalista o precapitalista de hace 50 o 100 años.

La determinación del terreno de la lucha de clases y sus niveles de desarrollo, no depende de decisiones personales, sino de la correlación entre las clases y su ubicación en una situación social más general. Las reivindicaciones de libertad política y de democracia, que no son en sí mismas socialistas por cuanto su satisfacción es posible dentro de los marcos del sistema capitalista, tienen validez en tanto su obtención permita alcanzar condiciones en las cuales se facilita la unión, cohesión y educación del proletariado y demás sectores revolucionarios, se impulsa su desarrollo y se consigue un campo más conveniente para la lucha por el logro de sus intereses históricos. Para lograr esto es necesario tomar en cuenta que esta lucha por las libertades políticas surge en el seno de una sociedad que tiene posibilidad de convertir las opciones de ejercicio democrático en política de mediatización y los mecanismos políticos en correas de sujeción al servicio de sus necesidades o intereses, por lo que resulta indispensable que los revolucionarios conozcan y combatan estas prácticas instrumentadas por la burguesía. Enfrentar las tareas de la democracia con una perspectiva revolucionaria permite ubicarlos en su real dimensión con los adecuados planteamientos clasistas que caracterizan una práctica política independiente, convirtiendo una posible acción de mediatización en un paso, en el camino histórico de la liberación proletaria.

Pensar que la lucha por la democracia es la solución a la crisis actual del movimiento revolucionario es un error de terribles consecuencias, ya que el solo ejercido de la lucha por la democracia, enarbolando las demandas de libertades políticas, no puede constituir una alternativa revolucionaria a la crisis social actual. La única salida que tiene el movimiento revolucionario a esta crisis es aceptar como su objetivo central la lucha por el socialismo.

Sobre la organización y unidad revolucionarías

Dado el nivel tan bajo de la lucha de clases en nuestros países, donde las condiciones subjetivas no han respondido a las demandas de las condiciones objetivas, las tareas clasistas se ven limitadas, casi en su totalidad, a la práctica democrática, imponiéndose como necesidad de primer orden el que se realice en su seno un deslinde ideológico que aclare los verdaderos intereses y concepciones clasistas y desplace los elementos y posiciones burguesas que, desde el interior del movimiento, minan toda acción proletaria. La necesidad histórica y política de encauzar las energías de las masas populares, a partir de las condiciones objetivas en que se encuentran, hasta un nivel superior, impone la necesidad de realizar tareas intermedias en los distintos niveles orgánicos. A partir de esto se explica la función de las organizaciones clasistas de masas que tratan de conformar y cohesionar al proletariado y demás sectores populares en la definición y ejercicio de sus verdaderos intereses, teniéndola que hacer en todos los terrenos en que la clase se encuentre presente, por más dominados que éstos sean por los intereses burgueses. Por otro lado, la organización de los revolucionarios, que aglutina a los luchadores más claros, honestos y decididos, tiene la tarea de cohesionar y dirigir las movilizaciones de las masas, basándose en un proyecto revolucionario que debe elaborar en concordancia con la realidad, fundamentalmente con la correlación de las diferentes fuerzas sociales. El confundir estos distintos niveles organizativos, que tienen sus tareas específicas a cumplir, lleva a prácticas erróneas que obstaculizan la constitución y desarrollo de la vanguardia; así, cuando las organizaciones revolucionarias asumen las tareas de las clasistas, se ven ahogados por el cúmulo y peso de estas tareas y pierden la posibilidad de ejercer su papel de vanguardia, convirtiéndose en grupos radicalizados de las masas. Y, por otro, cuando por la debilidad o ausencia de organizaciones revolucionarias, las organizaciones clasistas se ven en la necesidad de intentar cumplir las tareas de vanguardia, se impone una dualidad de funciones que no sólo disminuye su capacidad para cumplir con sus tareas, sino que plantea las tareas de vanguardia en un marco limitado que impide su correcto cumplimiento y oculta la necesidad de las organizaciones revolucionarias.

Actualmente, la dispersión sigue siendo uno de los aspectos más característicos del movimiento revolucionario, manifiesto en los niveles ideológico, político y orgánico, cuestión que ya se debate y pone al orden del día el problema de la unidad, que debe abordarse en los distintos niveles aludidos, que se correlacionan en formas específicas según el momento político y el grado de desarrollo de la lucha de clases.

En la base de toda unidad revolucionaria tiene que darse necesaria y rotundamente, una identificación en los niveles ideológico y político que determinan la jerarquización de los objetivos a perseguir, la ubicación de los enemigos y peligros a combatir y la determinación de las tareas a realizar en su justa dimensión de forma y contenido. La unidad orgánica responde así, a las exigencias planteadas por la correlación social de clases, fuerzas y sectores, de acuerdo y en función, del logro de los objetivos definidos en el nivel político y regidos por los principios ideológicos de la clase. Plantear la unidad a partir del nivel orgánico es negar la sobredeterminación que, sobre las tareas y los mecanismos para realizarlas, ejerce el nivel político.

Una unidad que no se realiza en los niveles ideológicos y políticos, mediante la plena identificación, adquiere un carácter de alianza, en la que se reconocen identidades pasajeras y comunión pardal de los objetivos políticos a conseguir, en este sentido, la unidad en base a las demandas de lucha, a los actos políticos o aun a las necesidades inmediatas de la clase, tiene un carácter táctico y aleatorio a la obtención del objetivo histórico general. Ver en la alianza o en la unidad en la acción la unidad revolucionaria, es confundir la perspectiva coyuntural, que es pasajera y específica de acuerdo con su duración y la variación cualitativa que ejerce sobre la correlación social de fuerzas, con la perspectiva revolucionaria, constante y general. Es, además, desconocer la necesidad de la lucha ideológica que, mientras no se realice con el máximo rigor en todos los niveles, permite la existencia de elementos no proletarios actuantes en el interior del movimiento y que, si no son evaluados, aislados y combatidos, seguirán actuando, posibilitándose que la clase los acepte como propios y convirtiéndose en un magnífico instrumento de sujeción y manipulación por la clase contraria.

Sobre la situación actual del movimiento

Actualmente asistimos a un auge de las movilizaciones de las masas populares, que agobiadas por los costos de la crisis social que se hacen recaer sobre sus espaldas, se lanzan a la lucha por mejores condiciones de vida, movimiento que se traduce en la exigencia de un espacio político enmarcado en el logro y ejercicio de las libertades democráticas, suficiente para el desarrollo de las actividades de organizaciones clasistas que le den contenido a dichas luchas, de otra forma limitadas y aisladas.

Dada la situación caracterizada por la exclerosis política que padece el Estado burgués por la crisis internacional que sufre el imperialismo, que hace que disminuyan los márgenes de mediatización y absorción de las demandas populares, el solo planteamiento de estas por el movimiento espontáneo y el desarrollo de las primeras expresiones orgánicas, encuentra una desproporcionada respuesta por parte del Estado o de los mecanismos de control político y militar que tratan de ahogar la protesta antes de que tome cuerpo, o bien sólo permite el desarrollo de aquellos movimientos y expresiones que paguen la cuota al severo control clasista: renunciar a su carácter independiente aceptando la dominación burguesa. Así, cualquier demanda sindical adquiere un carácter político general que lleva al enfrentamiento obrero con los mecanismos de gestión o aún con el gobierno mismo. Los incipientes cuadros de dirección y esfuerzos orgánicos se ven orientados a un todo monolítico (no porque carezca de contradicciones, sino porque ante el enemigo cierran filas, desde el presidente hasta el juez de barrio, pasando por diputados, ministros y gobernadores) y aún por la re-presión violenta de grupos paramilitares.

En este contexto de control y asfixia política, consideramos una gran aportación los esfuerzos realizados que se han concretizado en el FNAP, en cuya constitución la 'Tendencia Democrática" de los electricistas jugó un papel muy importante de aglutinador de las demandas y dinamizador de los esfuerzos orgánicos. La unidad de las organizaciones, planteada y en parte lograda por esta corriente ha permitido sostener una lucha que, de otra forma, hubiera sido muy difícil de librar. Hoy es necesario llevar adelante con el máximo rigor las discusiones ideológicas y políticas que se han iniciado en su seno, para lograr una aclaración ideológica que impida confundir la tarea del movimiento con la alternativa estrategia, la forma de lucha con el contenido político de la misma, combatiendo abiertamente a quienes traten de evitar o diluir estas discusiones necesarias para llevar la unidad a nivel ideológico, única base sobre la que se puede fundamentar sólidamente una iniciativa clasista y trascender los esfuerzos estatales burgueses de alienar la experiencia, desviando las iniciativas tendientes al desarrollo de la clase hacia una lucha de desgaste que permita su absorción, una vez llevados al terreno de las componendas. No puede plantearse a estas organizaciones tareas por encima de su nivel y aun de su capacidad política y orgánica alcanzadas, a riesgo de ahogarlas por el peso de las mismas, pero debe señalarse la necesidad que se tiene de una perspectiva revolucionaria para poder salvaguardar el carácter de la lucha independiente y contribuir, en realidad, a la liberación del proletariado.

No podemos concluir nuestra definición política sin prestar la atención debida a todos aquellos núcleos militantes de la reciente experiencia armada que, sin duda, ante las lecciones de la historia se encuentran revisando sus posturas anteriores en un esfuerzo por incorporarse a las tareas de la construcción de la alternativa revolucionaria que saque al movimiento del marasmo y dispersión en que se encuentra desde hace varios lustros. No podemos aceptar la reducción amañada que se hace de los grupos armados a su fracción más golpeada y descompuesta como son los núcleos militar-terroristas, negándoles así toda dimensión política a los primeros. Conocemos los esfuerzos teóricos que se hicieron; la búsqueda del rigor científico al abordar el conocimiento de la realidad; el valor preponderante que se asignó siempre a la lucha ideológica y, en última instancia, la capacidad política y humana de decenas de compañeros que han sido capaces de luchar por un proyecto aun a costa de sus propias vidas. Estas actitudes revolucionarias se verán realizadas en la medida que sean evaluados los errores, comprendidas las características peculiares de la conformación social y entendida la dimensión política adecuada para la práctica revolucionaria.

Queremos terminar, insistiendo en el punto que ha sido el "invitado de piedra" en todos los esfuerzos de organización del movimiento revolucionario y que, como ningún otro elemento, encarna la crisis del mismo: la constitución de la vanguardia revolucionaria. Las experiencias de lucha a lo largo de muchos años han aportado un material histórico importante que es necesario evaluar y algunas elaboraciones teóricas y orgánicas que representan la base para realizar nuevos esfuerzos tendientes a la construcción de la vanguardia, con buenas posibilidades de realización. Así se convierte en una cuestión urgente, de primer orden, el cumplimiento de las tareas específicas que configuren ideológica, política y organizativamente a la vanguardia; las formas específicas que adopta están determinadas por las condiciones de la situación política, en la que se inserta y, en especial, para las características de las masas que están llamadas a dirigir, por lo que las tareas de la construcción de la vanguardia son inseparables de las que le planteó el movimiento de masas.

Hoy en día no sólo se impone la necesidad de la vanguardia, sino que las condiciones de la sociedad y el desarrollo del movimiento de masas plantean, en forma definida, tareas a cumplir de manera inmediata, en la dialéctica de cuyo cumplimiento podrá ir gestándose la vanguardia revolucionaria. La fundamentación ideológica de las iniciativas clasistas; la caracterización del enemigo y el debate encarnizado a sus manifestaciones en el seno de las organizaciones proletarias; la caracterización de los sectores sociales más importantes y la forma en que se relacionan; la comprensión de las crisis y momentos coyunturales que se presentan en nuestra sociedad, para evaluar sus repercusiones sobre el movimiento revolucionario y la posibilidad de resultar beneficiados por las iniciativas acordes al momento. Estas son unas cuantas de las tareas que se tienen que abordar, o que de hecho ya han empezado a construir los cuadros revolucionarios, cuya capacidad, en muchos casos, se encuentra desperdiciada en prácticas dispersas e intrascendentes para el movimiento.

De la realización y discusión de los primeros esfuerzos saldrán correctivos y pautas a seguir, tanto por el movimiento en general como por los grupos revolucionarios. Construiremos la vanguardia revolucionaria en el cumplimiento de sus tareas.

Las ideas y tesis antes expuestas tienen como base nuestro pasado de militando en el movimiento revolucionario al cual hoy nos dirigimos; sin embargo, son producto exclusivo de discusiones teórico-políticas por lo que, necesariamente, tienen carácter de iniciales, además de haberse producido con la limitación del aislamiento físico y político a que nos somete la prisión. Las presentamos, pues, al seno del debate en búsqueda de su corrección, como resultado de la confrontación política con las necesidades del movimiento revolucionario y con el desarrollo actual de la lucha de clases, elementos indispensables para la sanción de cualquier postura política. Queremos participar, así, en este debate, que en la medida en que se dé con rigor, podrá superar los viejos vicios desarrollados en el trabajo teórico y las discusiones políticas del movimiento revolucionario en México.

Monterrey, N.L., 7 de agosto de 1976

Héctor Escamilla Lira, José Luis Sierra Villareal, Luis Ángel Garza Villareal, Miguel Ángel Torres Enríquez, Jorge Ruiz Díaz, Isidoro López Correa.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hirales Morón, Gustavo. La liga Comunista 23 de Septiembre; orígenes y naufragio. México, Ediciones de Cultura Popular, 1978.