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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

Este Sitio es un proyecto personal y no recibe ni ha recibido financiamiento público o privado.

 

 
 
 
 


1970 Sexto Informe de Gobierno

Gustavo Díaz Ordaz, 1 de Septiembre de 1970

Agricultura. Una de las metas fundamentales del plan de gobierno fue promover el desarrollo de la agricultura.

El progreso logrado se refleja en el incremento del valor de las cosechas; en 1964 se estimó en $26,237.000,000 y, en 1970, alcanza 34,197.000,000. Si a esta última cifra agregamos el valor de la producción ganadera y forestal, el aumento registrado en los seis años asciende a 14,848.000,000.

A pesar de las muy desfavorables condiciones climatológicas que hemos padecido, la producción agropecuaria en el sexenio subió 30%.

La balanza comercial de productos agropecuarios y forestales continúa favorable para nuestra economía: en 1964 exportamos $8,106.000,000 e importamos $2,663.000,000; en 1969 exportamos $12,294.000,000 y sólo importamos $2,705.000,000, con lo que el saldo favorable prácticamente se duplicó.

El desastroso ciclo agrícola de 1969, uno de los peores que haya sufrido el país, nos obligó a importar algunos productos agrícolas, principalmente maíz, de los que resultamos deficitarios. Seguimos creyendo que es preferible importar siempre que sea indispensable, en vez de mantener una excesiva reserva que, por muchos conceptos, resulta gravemente antieconómica.

El Instituto Nacional de Investigaciones Agrícolas continuó cooperando eficazmente en el programa de desarrollo agrícola. Las erogaciones del Gobierno Federal, para las diversas actividades de investigación y mejoramiento, alcanzaron $181.000,000.

Ciudadanos Diputados:

Ciudadanos Senadores:

Ciudadanos Presidente y Ministros de la Honorable Suprema Corte de justicia de la Nación:

Han sido seis años de lucha incesante, a veces con éxito, otras sin él, para enfrentar problemas grandes y pequeños, para salvar escollos de toda índole, para cubrir múltiples carencias, para satisfacer enormes necesidades.

El presente que vivimos resulta creador y alienta la fe en un futuro promisorio que ayuda a forjar.

Sucesión de etapas en un proceso de larga duración ha sido nuestro desarrollo, y ni siquiera las contradicciones y las deslealtades -que las hemos sufrido- han logrado alterarlo o detenerlo.

Los precipitados confunden las horas con los años y los años con los siglos y olvidan que el avance de una revolución no es un gran salto; ni siquiera una serie de pequeños saltos; es, sí, un estallido para destruir todo lo que es necesario destruir, para después recorrer un largo camino, sin detenerse, venciendo o eludiendo obstáculos y evitando desviaciones, en las que puede caerse fácilmente por comodidad, error o falta de entereza. Es un proceso necesariamente gradual que, para ser sólido, exige audacia, producencia, resistencia y fe renovada en las metas que se persiguen. La congruencia entre actos e ideas está por encima de las realizaciones espectaculares, de la demagogia que a tantas revoluciones ha llegado a esterilizar.

Una revolución de breve vida no es una revolución: en la perspectiva de la historia queda en mero episodio. Para ser auténtica revolución, exige un prolongado, laborioso, sacrificado esfuerzo, con aciertos que consolidar, errores que corregir y deformaciones que evitar.

Una revolución cambia usos y abusos, no sólo del antiguo régimen, sino también usos y abusos que inexorablemente surgen en su propio acaecer.

En la esencia de una verdadera revolución está la permanente crítica de sí misma.

Es parte del espíritu revolucionario reconocer lo que ha dejado de hacerse, rectificar cuando así lo exigen las realidades, verificar los hechos y los medios para alcanzar los anhelos, para realizar los postulados en que se cree. Es consubstancial con el espíritu revolucionario que permanezcan firmes las ideas y se renueven constantemente los hombres.

La Revolución Mexicana, fruto de ideas universales, inteligentemente adaptadas a necesidades nacionales, nació exenta de sujeciones externas, ajena a metrópolis ideológicas, políticas o económicas. ¡Fueron grandes visionarios quienes la hicieron!

Nosotros, dentro de circunstancias distintas, hemos seguido su itinerario: una política de independencia, de no intervención, de apoyo a la autodeterminación de los pueblos y de cooperación y solidaridad internacionales.

Hemos mantenido, sin una sola claudicación, los principios de la política internacional, surgidos de la entraña misma de nuestra historia; los hemos sostenido con profunda y apasionada convicción, lo mismo cuando se identifican con los anhelos de otra nación, que cuando disienten.

Hace seis años decíamos cómo México desea la paz, y ahora es grato poder afirmar que hemos vivido en la paz y amistad con todos los pueblos del mundo, "obviamente más estrecha, más cálida con los que formamos la comunidad continental"; con nuestros vecinos inmediatos, así del norte como del sur, henos conseguido que "nuestras relaciones sean ejemplo de convivencia cordial y constructiva" y México ha seguido siendo "entrañablemente hermano de todos sus hermanos de Latinoamérica".

Al iniciar el gobierno nos propusimos mantener la estabilidad política y conservar la paz interior, tratando de conjugar el orden y la libertad.

Si llegó a hacerse necesaria la represión legal de actos delictuosos, consecuencia natural de la ilegítima presión que pretendió ejercerse contra el gobierno. Para los observadores de buena fe es evidente que nunca se trató de resolver los problemas con la fuerza y que ésta sólo se usó para contener la violencia y propiciar un clima de paz que permitiera afrontar los problemas dentro de la ley.

Fue Juárez quien dijo: "Yo puedo condonar las ofensas personales que se me hagan; pero no está en mi arbitrio permitir que se ultraje impunemente la dignidad del gobierno, y que sea el escarnio y la befa de los malvados."

Con los naturales, transitorios desajustes, a veces dolorosos y cruentos, hemos vivido una etapa más de nuestra historia en plena paz social, manteniendo el orden para que sean posibles las libertades y manteniendo las libertades para que el orden sea un bien y no un mal.

Vivimos democráticamente: el pueblo ha sido y es siempre el árbitro soberano de sus destinos; nosotros hemos tratado empeñosamente de escuchar y comprender su voluntad, para acatarla y hacerla cumplir.

A pesar de pesimistas profecías y aviesos designios, el proceso electoral se desarrolló con toda normalidad.

Los partidos, los candidatos y los ciudadanos en general expusieron sin restricción alguna sus pensamientos y las mayorías nacionales pudieron conocerlos, para decidir con pleno conocimiento de causa, en qué programa y en qué hombres depositaban su confianza, a través del sufragio.

Nunca se había inscrito un número mayor de ciudadanos en el padrón electoral y nunca, como ahora, sc había registrado mayor concurrencia a las urnas.

En un clima de paz, repito, en el mayor orden y en completa libertad se realizó en todo el país la jornada electoral, y el pueblo mexicano, otra vez, convirtió una contienda en una gran fiesta cívica. Los comicios fueron limpia victoria de México y todos ansiamos que esa victoria rinda sus mejores frutos.

Discutir, confrontar corrientes de opinión, no sólo es posible, sino positivo y deseable; negar el derecho de exponer sus opiniones a los que piensan diferente va contra la dignidad del hombre y contra una profunda y rica tradición de México.

Al respetar a los demás estamos forjando la mejor arma para que se nos respete.

Preservar nuestro estado de derecho y el régimen de nuestras libertades, es requisito esencial para que los mexicanos sitúen, por encima de sus ideas y sin perjuicio de profesar las que fueren, la convivencia en la paz y la justicia y la libertad en la ley.

Alejados de sectarismos provocados por la ceguera de la pasión, la vanidad o el rencor; expongamos cada quien nuestras razones, para que después de ponderarlas surja la verdadera razón que, al ser la razón de México, sea la de todos los mexicanos.

Sobre esas bases hemos mantenido sólidamente la unidad nacional que se nutre y enriquece con la más variada gama de sentimientos, pensamientos y acciones. Esa cohesión nacional, sostenida con gran sentido de los valores primordiales de la patria, nos ha permitido vivir en paz, en libertad, trabajando y esforzándonos por realizar cada vez en mayor grado los postulados de la justicia social.

La sensatez de la inmensa mayoría del pueblo mexicano ha salvado a la patria de grandes peligros, en los que a veces secar por falta de previsión o de madurez, por veleidad o ligereza, por irresponsabilidad o por deliberada traición.

El mexicano sabe que su gobierno es genuinamente revolucionario, en cuanto es capaz de luchar denodadamente por mantener incólumes nuestras mejores esencias, como de emprender sin vacilaciones las reformas que el pueblo anhele.

Nuestras instituciones han probado, una vez más, su reciedumbre, su eficacia, su perfectibilidad. ¿Existen, acaso, en el panorama de México, gérmenes de instituciones con qué sustituir, aunque sea con pequeña ventaja, a las que poseemos? La respuesta rotunda es no.

Con nuestras instituciones, respetándolas y perfeccionándolas, el país puede continuar su ascenso en lo económico, en lo político, en lo social y en lo cultural.

La Constitución General de la República como institución fundamental de la nación y el conjunto de leyes que norman nuestra vida, han sido factores primordiales en la realización de esta etapa que está por concluir.

Factor también importante ha sido nuestro Instituto Armado.

Si al protestar como candidato -noviembre de 1963- afirmé que los mexicanos podemos sentirnos realmente orgullosos de nuestro Ejército y de nuestra Armada, ahora, casi siete años después, con el aval de profundas experiencias, ratifico el orgullo que sentimos por su comportamiento y su espíritu de sacrificio y de cooperación, que han hecho posibles las tareas orgánicas de la paz para colocar a México en niveles superiores.

A nombre de pueblo y gobierno expreso la gratitud nacional a nuestras fuerzas armadas por la disciplina, el honor y la lealtad con que han cumplido la altísima misión que tienen encomendada: velar por la inviolabilidad del territorio, mantener el orden y la paz social, defender las instituciones y salvaguardar los mejores valores de México.

Nos esforzamos por manejar escrupulosamente, no sólo desde el punto de vista de la honestidad, sino también desde el de al eficacia, los bienes puestos bajo nuestra custodia. Creemos entregar una economía más sana, una situación fiscal equilibrada.

Hace seis años, nos propusimos como importantes objetivos fomentar el ahorro interno, mantener la estabilidad del tipo de cambio, combatir porciones inflacionarias, alcanzar un crecimiento económico de 6% anual como promedio, por lo menos; impulsar la industrialización y aumentar la eficiencia productiva; corregir y atenuar desequilibrios en el desarrollo regional y en las diversas ramas de la actividad, y lograr mayor equidad en la distribución del ingreso nacional.

Llevamos tres décadas de desarrollo económico sostenido: de 1940 a 1950, el aumento en el producto bruto interno, en términos reales, deducido el crecimiento de la población fue de 38.5%; de 1950 a 1960, llegó a poco más de 26% y, en la década 1960-1970 no será menor de 46%. Este es un éxito logrado en uno de los aspectos más importantes del desarrollo económico-social: la capitalización nacional.

No estamos, sin embargo, satisfechos: debemos seguir esforzándonos por crear más riqueza y distribuirla más equitativamente, para que así la formación de capital resulte fecunda.

A pesar de la política fiscal, que propicia la redistribución del ingreso; de la continuación intensiva de la política agraria y su modernización, que permiten al campesino incrementar sus ingresos; de la revisión bianual de los salarios mínimos y de los contratos colectivos y de la cada vez más extensa seguridad social no se ha podido impedir que, por la necesidad de acelerar la capitalización nacional, ésta haya dado lugar a una concentración de riqueza, en que pocos poseen mucho y muchos carecen de casi todo.

La nueva Ley Federal del Trabajo trata de contribuir a corregir, en parte, esta situación, mas no ignoramos que se requiere persistencia.

No somos enemigos de la ganancia, estamos en contra del exceso y de la especulación. Hay muchos que ganan y, al ganar, ayudan a que México gane, pues contribuyen a la modernización del país, invirtiendo certeramente y desempeñando la función social que, a los que tienen, les impone precisamente el tener, que no debe ser considerado jamás como un privilegio, sino como una rigurosa responsabilidad.

Los empresarios conscientes de su función social entienden, cada vez mejor, que no puede haber beneficio permanente ni certidumbre para el mañana si no contribuyen a mejorar la sociedad en su conjunto. Únicamente hay progreso firme cuando el económico va acompañado del progreso social creciente, que no sólo eleva el poder de compra de los asalariados, sino que al mismo tiempo les permite el acceso, de ellos y sus descendientes, a la capacitación, a la educación, a la formación profesional y a niveles sociales y económicos superiores, en fluida movilidad social, abierta y fecunda.

Me dirijo nuevamente a los patronos de México para repetir que, así como con alteza de miras, con sentido de realidad, con inteligente espíritu de comprensión han aceptado la nueva Ley del Trabajo, así también, con cabal honestidad la respeten y la cumplan, y nos ayuden a hacerla respetar y a hacerla cumplir.

También reitero a los trabajadores de México que mientras más poderosa es una arma, debe utilizarse con más sentido de responsabilidad, con más cuidado y con más nobleza.

El sentido de responsabilidad demostrado por el movimiento obrero mexicano en tantos años de aplicación de nuestra legislación laboral y su inquebrantable lealtad a México, garantizan a la nación que este nuevo instrumento de defensa puesto en sus manos, será siempre usado con nobleza.

Hemos querido que la Ley Federal del Trabajo sea un firme, un fecundo paso de avance que beneficie a los trabajadores, que acelere nuestro desarrollo industrial, que contribuya al progreso nacional, que redunde en bien de México.

El desarrollo económico-social mexicano no puede calcarse del de otros países de economía individualista o estadista: nuestro sistema es mixto. Nuestro desenvolvimiento, tiene que ser adecuado a las condiciones reales del país, a los recursos de que disponemos, y a los objetivos que nos hemos propuesto.

Los países que primero se industrializaron no previeron su desarrollo económico y sus consecuencias; llegaron a él sin haberlo buscado. Nuestro caso es distinto: nos hemos lanzado al desarrollo económico deliberadamente y, por tanto, debemos aprovechar las experiencias ajenas para evitar, en la medida de lo posible, los tropiezos que han sufrido otros. No es tarea fácil, sobre todo si se pierda, lo que es evidente en nuestros días, que el desarrollo económico es continuo, nunca concluye.

Toca al Estado -y lo han hecho en gran medida- crear la infraestructura para el desarrollo económico y, además, promover las actividades básicas, suplir las omisiones del sector privado y coordinar éste con el sector público para el logro de metas nacionales.

La planeación, obligatoria para el sector público e indicativa para el sector privado, ha mejorado, aunque quisiéramos que hubiera mejorado más. Necesitamos mayores esfuerzos técnicos y administrativos de ambas partes para armonizar mejor los intereses. Nuestra disyuntiva no es entre el desorden económico individualista y la rigurosa planeación estatal: la disyuntiva está entre una planeación errónea en sus fines, incapaz de operar por incomprensión de las realidades o por desconocimiento de los recursos disponibles y una buena planeación.

Lo anterior no debe interpretarse como un deseo de mayor rigidez en la actividad económica estatal ni como propósito de imponer severos controles que, inoperantes en la práctica, reducen la capacidad de acción e iniciativa de los sectores público y privado. Si algo caracteriza a la economía mexicana es su flexibilidad y su pragmatismo que le han permitido, ante nuevos hechos, adoptar siempre nuevas soluciones. Mantener esta flexibilidad y este pragmatismo, que no supone abandonar los principios que nos rigen ni los fines que perseguimos, sino aplicar los métodos idóneos para hacerlos posible, es lo que resulta fundamental. Frecuentemente vemos cómo naciones de planeación estatal rígida simplifican procedimientos, para estimular la decisión e imaginación individual y, simultáneamente, países de economía marcadamente individualista implantan medidas tendentes a dirigir la actividad económica, para evitar o corregir errores y lograr mayor complementación o armonía.

Hemos tenido que enfrentarnos a factores adversos, pero que no son indicios de un desajuste estructural que pueda detener el futuro desarrollo económico-social de México; han sido condiciones originadas, unas, en factores meteorológicos siempre variables; otras, en desajustes económicos mundiales que están fuera de nuestro control y otras más, en la intensidad misma de nuestro crecimiento, aparte de los errores, por cierto no esenciales, que pueden haberse cometido y que son susceptibles de corrección. Lo fundamental es que ni se nos ha cerrado el camino ni hemos llegado a un recodo que nos obligue a-cambiar de rumbo.

Ciertamente, han surgido presiones inflacionarias, pero, en comparación con otros muchos países, hemos salido muy bien librados.

Por otra parte, los procedimientos tendentes a evitar la sobré liquidez, dirigidos a salvaguardar los recursos financieros de México y a que el país pueda seguir obteniendo financiamientos en el exterior, son temporales, están sujetos a los cambios de la política monetaria internacional y, en todo caso, las mayores tasas de interés han aumentado la captación de ahorros internos y la acumulación de capital nacional para actividades productivas.

Las medidas que fue necesario tomar han permitido continuar el desenvolvimiento, sin afectar en lo más mínimo la estabilidad financiera.

Hace más de cinco años dijimos que necesitábamos estabilidad para el desarrollo, pero que la estabilidad sólo podía afirmarse en el desarrollo sostenido. Hoy, más que nunca, reafirmamos tal tesis: estabilidad para el desarrollo y desarrollo para la estabilidad.

México ha dado en los dos últimos años un paso decisivo en su progreso industrial. Ya la inversión nacional no se canaliza preponderantemente a la producción de bienes de consumo que sustituyen importaciones fáciles; en proporción importante se ha orientado hacia industrias básicas, a la producción de bienes intermedios y de bienes de capital, equipos, máquinas, herramientas de elaboración más complicada, pero que desempeñan un papel decisivo en la reducción de las importaciones, pues son estos productos los que constituyen el grueso de ellas en la actual etapa de nuestro desarrollo. Igualmente, se ha acelerado y aumentado la producción de bienes de consumo duradero, con lo que se reduce también el volumen y valor de las compras en el exterior.

Muchas de las inversiones realizadas en el presente régimen están destinadas a asegurar el futuro desenvolvimiento económico de México: política de exploración y determinación de reservas de recursos minerales; descubrimiento de nuevas fuentes de energía; impulso a la industria siderúrgica; firme cimiento para el desarrollo de la petroquímica básica; industria de fertilizantes y pesticidas para incrementar la productividad agropecuaria; obras hidráulicas y apertura de nuevas tierras al cultivo; industia de materiales de construcción; y cuantiosas inversiones -en ningún sexenio habían sido mayores- en la investigación tecnológica, en la formación profesional y en la capacitación obrera.

La carga de la deuda externa sobre la balanza de pagos es un problema al que se enfrentan gran parte de las economías en desarrollo. México no puede todavía escapar a esta situación, sin embargo, la estructura de las obligaciones tomadas se ha mejorado en el curso del presente sexenio.

El endeudamiento externo dista mucho de rebasar la capacidad de pago nacional, si atendemos a la existencia de sectores dinámicos de la economía del país, que cada vez, sustituyen en mayor proporción importaciones y, en poco tiempo, podrán dar lugar a exportaciones; al potencial turístico nacional que es enorme y que apenas empezamos a explotar; a nuestros recursos naturales, que están bien lejos de estar plenamente desarrollados; a nuestras exportaciones tradicionales que pueden ser fortalecidas y aumentar su capacidad en la obtención de divisas.

Los recursos financieros del exterior han desempeñado y seguramente seguirán desempeñando una función importante, pero complementaria: hacer más rápida la formación de capital nacional, la creación de fuentes de producción y empleo, y aligerar al pueblo de México la carga del desarrollo económico, sin incurrir en políticas de ahorro forzado, que significarían una reducción drástica de los consumos de las clases de menores ingresos.

Hemos dedicado los recursos del exterior al aumento de nuestra productividad; malo sería que se hubiera aplicado hacia actividades especulativas o poco productivas, a consumos suntuarios, a exceso de gastos en el extranjero.

Al iniciar nuestra tarea, nos propusimos mejorar la educación, la vivienda, las condiciones sanitarias, la asistencia y la seguridad sociales y, en general, elevar el bienestar de nuestro pueblo; otorgando prioridad al sector agropecuario, por saberlo el más necesitado.

Nos espoleaba la urgencia de acelerar el reparto y logramos entregar a los campesinos 23.055,619 has., extensión sin precedente en los anales de la Reforma Agraria.

Proyectamos orientar el mayor monto posible de la inversión hacia el campo y logramos más que duplicar las sumas dedicadas al fomento de la producción agropecuaria, forestal y pesquera.

Con la participación coordinada de todas las entidades que invierten en el campo, ejecutamos un programa para dotar de infraestructura básica -agua potable, caminos, escuelas, electricidad, silos, bordos, saneamiento ambiental, mejoría de viviendas- a las poblaciones rurales que tienen de 500 a 2,500 habitantes y que en número de 11,000, agrupan cerca del 50% de nuestra población campesina. Realizamos, en los últimos dos años, dentro de este programa, 8,100 obras en beneficio de más de 7,000 poblaciones rurales.

Habíamos enunciado el propósito de ejecutar la mayor cantidad posible de obras de pequeña irrigación, aunque tuviéramos que sacrificar la construcción de las grandes y medianas; hicimos muchas de las pequeñas, sin tener que disminuir la inversión en las grandes y medianas, de tal modo que el número de presas construidas en el sexenio representa 28% de las presas y 40% de la capacidad de las construidas desde 1926, año en que comenzó nuestra política de riego.

Conseguimos una verdadera transformación de la Comarca Lagunera.

Avanzamos mucho en los trabajos del Plan de la Chontalpa.

Multiplicamos el crédito a los campesinos y creamos el sistema del Banco Nacional Agropecuario.

Integramos Guanos y Fertilizantes de México y prácticamente somos autosuficientes en ese ramo.

Con la conversión de CONASUPO en organismo descentralizado se fortaleció y diversificó su acción.

Dimos pasos de extraordinaria importancia en la exploración y explotación del petróleo y, después de satisfacer las crecientes demandas, no sólo no disminuyeron las reservas probadas, sino que aumentaron tanto las de aceite como las de gas.

De 1965 a 1969, Petróleos Mexicanos obtuvo utilidades netas por $1,573.000,000, cifra casi igual a la de $1,607.000,000 a que ascendió la deuda petrolera y sus intereses.

Creamos el Instituto del Petróleo para fomentar la investigación tecnológica y preparación de proyectos

Ante la inaplazable exigencia de energía eléctrica, tanto para desarrollo industrial, como para consumo doméstico, programarnos la instalación de 2.248,000 kv y pudimos rebasar la cifra llegando a los 2.323,000 kv. Antes de finalizar el periodo operarán otros 320,000.

Suman 7,478 las colonias populares y poblados rurales electrificados en el sexenio.

A base de grandes esfuerzos en que se coordinaron los sectores oficial y privado, resurgió la minería.

Prácticamente sin sacrificio para la nación mexicanizamos la explotación azufrera.

Rescatamos y consolidamos la industria petroquímica básica para ser desarrollada exclusivamente por el Estado, y paralelamente se desarrolló en importante escala la industria petroquímica secundaria.

Aunque por un año perdimos el primer lugar como productores de plata, al siguiente lo recuperamos.

Hemos conseguido el mayor descubrimiento de reservas de cobre en la historia de nuestro país.

Fortalecimos la industria pesada nacional mediante la ampliación de la capacidad de la industria siderúrgica.

Hicimos, en el sexenio, 982 km. de carreteras tróncales, 8,080 de caminos alimentadores, 3,062 de vecinales y 1,559 km. de caminos rurales, además de 516 km. de modernas autopistas.

Construimos también una moderna red de aeropuertos, dotados de las mejores instalaciones posibles, para mayor seguridad de la aeronavegación.

Mejoramos sustancialmente las comunicaciones internas y con el exterior estructurando el sistema de microondas e incorporándolo al de satélites.

Nos proponíamos construir, en los seis años, 25,000 aulas y pudimos erigir cerca de 50,000 aulas, laboratorios, talleres y demás locales escolares. Están en construcción, además, casi 6,000. Si en el sexenio anterior se aplicó la suma de $2,690.000,000 para subsidiar a la Universidad Nacional Autónoma de México, al Instituto Politécnico Nacional a las universidades de provincia y a los institutos de enseñanza superior, ahora logramos más que duplicar la cantidad asignada a este propósito: $7,108.000,000.

La obra hospitalaria fue muy extensa y de gran intensidad.

Destaca la sustitución del viejo Maní comió de La Castañeda por un sistema de modernísimos hospitales psiquiátricos, la transformación de los hospitales General y Juárez y la erección de un gran Hospital Infantil.

Un número muy crecido de poblaciones, principalmente del medio rural, recibieron el beneficio del agua potable y del sistema de alcantarillado.

En la capital la República, independientemente de atender, hasta donde fue posible, la extensa gama de los diversos problemas que la afectan, enfrentamos a fondo los esenciales: dotación de agua y servicio de drenaje. Ejecutamos la obra por tantos años deseada y también por muchos años considerada como superior a nuestras fuerzas: la del transporte colectivo que la voz popular ha llamado Metro.

Sin necesidad de recurrir en ningún caso a colectas públicas tuvimos capacidad para atender, dentro de límites razonables, con asistencia médica, alimentos, ropa y refugio a muchos miles de damnificados por las graves inundaciones que sufrimos.

En las zonas más castigadas por la sequía desarrollamos programas especiales de construcción de obras de utilidad colectiva para aprovechar la mano de obra y repartir así salarios, aliviando en algo la situación de esas regiones.

Superamos las grandes dificultades de la compleja organización que significó una empresa de las dimensiones de los juegos Olímpicos de 1968 y también en este aspecto, a pesar de los aviesos propósitos y de los pesimistas temores, México se anotó un triunfo resonante y un éxito mundial.

Pudimos hacer frente alas fuertes cargas económicas que los juegos Olímpicos significaron, sin necesidad de establecer -como se ha hecho en todas o en casi todas partes en donde se han realizado eventos similares- un impuesto especial de recuperación.

En toda la extensión del territorio patrio, lo mismo en las zonas urbanas que en las rurales, en las grandes capitales que en las más modestas poblaciones, hay una obra de pequeña o gran significación económica ejecutada por el régimen, pero todas importantes para los núcleos de población que resultan beneficiados.

Esta impresionante obra material refleja un indispensable y conveniente sentido de continuidad: alcanzamos muchas metas, que no serán sino puntos de partida para lograr otras más importantes.

Nada nos será más profundamente grato que, en los años venideros, allí donde fracasamos, se obtenga éxito; donde logramos aliviar en algo las necesidades, se consiga satisfacerlas plenamente; donde alcanzamos buenos resultados, se superen con creces.

También removimos todas las ramas de la administración pública con el propósito de romper, hasta donde nos fue dable, perjudiciales rutinas; para promover modificaciones y reformas con ánimo de mejorar nuestros instrumentos de servicio público.

En otro orden, ampliamos a 12 millas marítimas -tres más que la anchura del mar territorial de la época- la zona exclusiva de pesca de la nación.

Después adoptamos el sistema de las "líneas de base", de acuerdo con la Convención de Ginebra sobre Mar Territorial, para declarar como tal la parte del Golfo de California ubicada al norte de la cadena de islas formada por las de Tiburón, San Esteban y San Lorenzo.

Posteriormente también ampliamos a 12 millas la anchura de nuestro mar territorial.

Recuperamos para México importantes porciones de territorio a lo largo del río Bravo.

Este es, a grandes rasgos el esfuerzo realizado por el pueblo mexicano durante los últimos años.

Seguimos siendo un pueblo libre, soberano e independiente; hemos vivido en paz con todas las naciones del mundo; hemos mejorado y estrechado las relaciones con todos los pueblos que son nuestros amigos. Somos una nación que respeta a los demás y que es respetable y respetada.

México es hoy más grande en su territorio y más extenso en sus mares; tiene un número mayor de hijos que lo aman y que lo sirven y es más amplia la base de su ciudadanía. Tenemos una legislación laboral más justa y un poco más para repartir entre todos, a fin de que un día a todos alcance el techo, el calor de hogar, el pan, un vestido decoroso y los nuevos horizontes que se abren en la escuela, desde el jardín de niños hasta la universidad. Disponemos de mayores medios para aliviar el dolor, para combatir la enfermedad y para salvar vidas. Estamos más cerca unos de otros, porque nos conocemos más y estamos mejor comunicados.

Cada día tenemos más clara conciencia de que somos una patria única e indivisible; estamos más seguros de nosotros mismos; es más vigorosa nuestra confianza en nuestras propias fuerzas; es más viva y más luminosa la bandera de nuestra esperanza y más recia la fe en. los destinos de nuestra patria.

Tenemos una idea mucho más precisa de lo que somos como hombres, como pueblo, como nación; son cada día más firmes nuestros principios; están intactas la economía, la dignidad y la libertad.

A pesar de todos los obstáculos, calamidades, inundaciones, sequías, plagas, conflictos internos, derrumbe de economías aparentemente muy sólidas, devaluación de monedas muy firmes, alza vertiginosa de las tasas de interés en los mercados mundiales y perversas campañas internacionales de desprestigio para nuestra patria. México sigue adelante, como ejemplo de lo que puede lograrse cuando el pueblo se esfuerza, con fe en sí mismo y confianza en su gobierno y éste, a su vez, trabaja consciente de su capacidad, seguro de su eficacia muchas veces demostrada y con fe recíproca en el pueblo que lo apoya.

Una vida al servicio de México y a los principios revolucionarios; muchos años de entrega a la función pública; un programa congruente con nuestras realidades y los anhelos de nuestro pueblo y la organización de un partido político, lograron para mí la confianza ciudadana en los comicios de 1964.

Llegué al gobierno con el apoyo de las grandes mayorías, por la puerta grande y honrosa de la legitimidad del voto limpiamente emitido.

La unanimidad la hubiera considerado denigrante: aspiré a la mayoría y, por fortuna, siempre he contando con ella.

Entendí desde un principio que ese apoyo significaba el más grande y solemne de los compromisos. servir a todos, los que habían estado a favor y los que estaban en contra.

Consciente de que debía a todos, no obstante, desde un principio, expresé mi abierta inclinación por los más desvalidos, una preferencia de la que siempre he estado orgulloso y hoy lo estoy más que nunca.

Me llevo el calor de limpios corazones que no concibieron nunca la celada ni la perfidia; me llevo la augusta majestad de manos callosas que dieron aliento a mi mano; me llevo las sencillas, ingenuas y profundamente conmovedoras demostraciones de alegría que en múltiples ocasiones correspondieron a mi esfuerzo.

Conviví con las fuerzas más elementales de México, las que dan sentido profundo a la Revolución y de los talleres, de los ejidos y de las domas salí herido profundamente de tanto que nos falta por hacer.

Sepan esos hombres y mujeres humildes, cuánto y cuán hondamente he sentido el aliento que, con su fortaleza, me dieron sin reservas.

Los pobres se conforman con tan poco! Sin embargo, en el campo enterramos muchos millones de pesos en obras que no tienen escaparate; enterrados, sí, pero no como cadáveres, sino como raíces que sostienen y dan vida.

Llegamos al final del ejercicio en plena lucha por dar satisfacción a las necesidades más apremiantes de nuestro pueblo, sin descanso, sin tregua ni armisticio; con esfuerzo que no reconoció taxativas y que sabe que es infinitamente pequeño frente a la magnitud de las necesidades por satisfacer.

Luchar es el único modo que sabemos para ganar nuevos alientos. En medio del gran cambio que en otras latitudes ha alcanzado extremos de convulsión y aun de agonía, no hemos estado sordos; pero tampoco hemos tolerado que se rompiera la paz en que nos desenvolvemos y que es la única garantía de que el quehacer de los mexicanos cobrará, en la libertad los frutas que nos son apetecibles, frutos que, sin paz y sin libertad, nada significan, pues sin ellas se abate la fuerza creadora. Entre los estremecimientos del gran cambio que sacude y subvierte de raíz a muchos conglomerados del orbe, hemos podido seguir creciendo en la libertad y en la paz, conscientes de que nuestra marcha tiene una sola bandera que ha sido consagrada por centuria y media de azarosa y cruenta definición de lo mexicano, y de que bajo su sombra han de ordenarse aun las más amenazadoras turbulencias y adecuarse las soluciones a nuestras peculiaridades, a nuestras más puras esencias.

Cuanto bajo mi responsabilidad, se hizo en los últimos seis años, estuvo determinado -y lo sigue estando- por el más resuelto ahínco de agrandar la patria en lo material y en lo espiritual, de consolidarla por dentro y de confirmarla por fuera.

Nunca he tenido fruición de poder, y cuanto se ha depositado en mí ha significado siempre un gran honor, pero también la más laceran te de las angustias.

Entendí siempre el poder como oportunidad de servir, mas no como ocasión de otorgar favores ilegítimos o de satisfacer apetitos personales. No sacrifiqué mis deberes al afán de buscar la popularidad, a costa de la eficacia.

Cultivé la ecuanimidad para recibir con humildad los éxitos, y estar preparado para afrontar con valor de hombre las horas de dolor.

Ha sido para mí la más amarga y la más luminosa de todas las experiencias.

Durante seis años viví intensamente el dolor de México; de sus carencias e insatisfacciones. Mas no afronté la grave responsabilidad con tristeza o decaimiento, por el contrario, con la alegría de servir que se sobrepone a la fatiga, a las limitaciones físicas y aun a las enfermedades.

Con optimismo, porque confío en el pueblo de México y en el destino de nuestra colectividad, me entregué a las labores y ahora sé que, dentro de lo posible, hice el máximo esfuerzo; los errores y los aciertos será el pueblo el que los justifique o los condene.

Para los miles y miles de mexicanos que tanto y tan inmerecidos honores me han conferido, mi más conmovida y profunda gratitud, que será imperecedera.

Al pueblo de México, que es mi origen, que ha sido mi inspiración, mi guía y mi aliento, mi único señor y juez, con la conciencia tranquila, puedo decirle: misión cumplida.

Sereno me someto a su juicio inapelable.