Home Page Image
 

Edición-2020.png

Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

Este Sitio es un proyecto personal y no recibe ni ha recibido financiamiento público o privado.

 

 
 
 
 


1969 Discurso de Martín Luis Guzmán en el Día de la Libertad de Prensa y respuesta del presidente Díaz Ordaz. (Fragmento)

Junio 7 de 1969

 

Martin Luis Guzmán dijo en su discurso, entre otras cosas, lo siguiente:

“La comisión organizadora de la comida con que anualmente se celebra el Día de la Libertad de Prensa me ha conferido el difícil encargo, y el honor, de dirigir a ustedes la palabra para decir en nombre de ella, cuál es su pensamiento acerca del acto que nos reúne.

Tiene esta solemnidad un doble significado: el que ya es tradicional en ella, y el que le comunican varias circunstancias, que no por ser rigurosamente actuales, carecen de importancia permanente.

Conforme a lo ya tradicional, nos hemos congregado para asistir a la exaltación que del principio de la libertad de prensa hacen juntos los periódicos del país entero, y para proclamar, rodeando las representaciones de todos ellos el señor Presidente de la República, que en México existe esa libertad, respetada e irrestricta por cuanto se refiere a la acción de los poderes públicos. Dicho en otras palabras: respondemos de este modo al propósito con que el 7 de junio de 1951, nuestros periódicos se resolvieron a instituir el Día de la Libertad de Prensa, y celebrarlo anualmente en igual fecha con un acto solemne al que sería invitado como huésped de honor el Presidente de la República, si esa libertad, en los doce meses anteriores, no había padecido mengua alguna por parte de las autoridades. Y nos satisface decir que desde aquel 7 de junio, año con año, bajo cuatro Gobiernos sucesivos —los de los Presidentes Miguel Alemán, Adolfo Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz— esta ceremonia, solemnizadora del derecho a la libertad de expresión, nunca ha dejado de efectuarse.

Circunstancialmente, nuestra solemnidad adquiere hoy otro valor. No consiste ya en la mera reanimación de un principio por trascendental que éste sea, equivale a una especie de rendición de cuentas: nos obliga al análisis de la conducta que el Gobierno y los periódicos, el uno y los otros en sus esferas respectivas, han seguido durante los doce meses últimos para que ese principio se mantenga y se practique.

En su discurso del año pasado, el señor Presidente de la República nos dijo lo siguiente: “Sigamos, pues, reuniéndonos periódicamente como hoy, a fin de presentar al pueblo el balance de lo que ha hecho el Gobierno para preservar, garantizar, atender y enriquecer la libertad de prensa en todas sus manifestaciones y, en particular, la que se ejerce a través de la prensa, así como el del uso que los periodistas han hecho de este sagrado privilegio”.

En debida correspondencia a lo que el señor Presidente nos dijo entonces, creemos deber hacernos en voz alta, pero con la previa declaración de que somos sensibles a la ética implícita del periodismo ejercido con limpieza, las siguientes preguntas, que glosan los conceptos anunciados por él: desde el 7 de junio de 1951 para acá, ¿hemos colocado por encima de todo, periodistas y periódicos, el no decir sino la verdad, cuando la hemos conocido, y esto con el saludable propósito de servir a la verdad misma o a una causa que lo justifique? ¿Hemos sido leales al sentido de nuestra responsabilidad? ¿Hemos callado indebidamente y, lejos de polemizar entre periódico y periódico o entre periodista y periodista, para que las cuestiones fundamentales se esclarezcan o hemos preferido ignorar lo que los otros han dicho considerándonos miembros de una especie de vetusto cartel de la opinión pública? ¿Hemos deformado a sabiendas la imagen de la verdad? ¿Hemos convertido nuestro ministerio en tarea de escándalo, o de explotación de los sentimientos bajos y morbosos, o de imprudencias temerarias que dañan intereses legítimos de terceros, intereses de la sociedad, intereses de la patria misma? ¿Nos hemos puesto siempre del lado del bien? ¿Cuanto hemos ofrecido a nuestros lectores, ha sido objetivamente verdadero y se ha hallado libre de supresiones malignas? ¿Ha sido honesto? ¿Sustancialmente han sido justas las palabras que hemos dicho y justa nuestra manera de decirlas? ¿Hemos obrado siempre de buena fe? ¿Nos ha impulsado el servir a los demás en vez de creer que todos deben servirnos? y, en fin, ¿hemos tenido la verdad por norma, la justicia por criterio, por esencia el más acendrado amor a la patria, y nos hemos afanado por alcanzar la calidad humana y hemos hecho posible la paz? Sopesándolo todo en conjunto: ¿Cuál ha sido, bueno o malo, el uso que hemos hecho de la libertad de prensa?

Creemos, leales a nuestras propias palabras, que dejando fuera de nuestro seno publicaciones que no podrían estar entre nosotros, la conducta general de la prensa de México ha venido respondiendo positivamente a las normas y deberes periodísticos codificados por el señor Presidente de la República, y los cuales, en realidad, no hacen sino recoger lo que, de manera quizás no tan cortés y seguramente menos brillante, forma parte del idearlo a que siempre nos hemos sentido sujetos, luchando a menudo con fatalidades adversas.

No hemos polemizado, esto es verdad, pero fuera de toda controversia, nunca hemos callado nuestra verdad, la de cada uno; antes la hemos reafirmado cuando alguien la ha puesto en duda atribuyéndola a propósitos injustificados o interesados, y si no hemos combatido siempre abiertamente el rumor, la invención, la maledicencia, la mendacidad, ni salido al paso del libelo o del escándalo periodístico en que se complacen publicaciones tan malignas, perversas e infames que no merecen el nombre de periódicos, no ha sido por el deseo de callar o la comodidad de ocultar nuestra reacción siempre condenatoria y a veces indignada, sino porque de sobra lo sabéis: nada anhela tanto el libelista, nada el explotador de la noticia escandalosa, nada el que lucra con la mentira, o con la invención o con el rumor, como que alguien lo replique, alguien lo denuncie, alguien lo acuse, para que así el ámbito de la difamación, o de la calumnia, o el de la información o deformación tergiversadores del fondo o las dimensiones de la verdad, se escuchen y se propaguen hasta donde por sí solo había llegado. Y a un juego de tan baja naturaleza, ningún periódico inteligente y que se estime, no se puede ni debe prestar.

Ahora bien, como más que con las palabras, es a la luz de los hechos como mejor podemos puntualizar el balance que tan certeramente, y casi con facultades adivinatorias, nos propuso el Presidente de la República hace un año, detengámonos a examinar la actitud que el Gobierno por una parte, y nuestros periódicos por la otra, observaron con respecto a la libertad de prensa durante un solo acontecimiento, mayúsculo por sus proporciones y por la posible gravedad de sus consecuencias: acontecimiento que tiene que habernos obligado, al Gobierno y a nosotros, a medir con cautela el alcance de cada una de nuestras decisiones, de cada uno de nuestros actos, y haber puesto así, indudablemente a descubierto, el verdadero sitio que el uno y los otros ocupamos al cumplir nuestras misiones respectivas. Aludimos —ya lo habrán supuesto ustedes— al conflicto que perturbó la vida da nuestro país en el estío y el otoño del año pasado.

Muy pocas veces, señoras y señores, o nunca quizás, a lo largo de la historia de nuestro país, el principio de la libertad de prensa se ha visto sujeto a una prueba tan dura y tan difícil de rendir, como la que padeció en México entre los meses de Julio y Octubre de 1968. Así fue por lo que hace a los actos del poder público, obligado a mantener el proceder de los periódicos que tenían que disfrutarla sin olvidar que ellos también constituyen un poder, el poder de la opinión pública, cuya voz, por su volumen y trascendencia, no puede ser ajena al bien común.

Mirando las cosas y a un poco a la distancia, valorando los hechos con el relieve que toman en la perspectiva del tiempo, los perfiles que adquieren en el curso de su desenlace, ¿cómo podemos calificar ahora, qué juicio ha de merecernos el modo cómo la libertad de prensa resistió la tremenda prueba a que la sometieron los críticos sucesos de aquellos meses? ¿Salió incólume? ¿Indemne e incólume en el doble sentido con que se ha de considerar?; la de serena garantía del individuo sancionada y amparada por la ley suprema del país, y la de suponer el ejercicio de un derecho de inexplicaciones públicas, y, así, necesariamente limitada por imperativos de carácter nacional.

En cuanto a lo primero no cabe, conforme a nuestro entender, la menor duda. Las autoridades se enfrentaron durante aquellos meses a una agitación de evidentes tendencias subversivas, subversivas, sí, según cada una de sus características la configuraba lo turbio de su origen, lo desmesurado de sus pretensiones, falsamente declaradas, lo oculto de sus propósitos ulteriores, lo deliberadamente confusionista de su lenguaje; lo estudiado de su método para esgrimir exigencias inauditas e inadmisibles; lo inagotable de su creciente proselitismo, enfocado hacia la guerrilla y el terror, y ante tal movimiento hábil por los lineamientos con que se le concibió, poderoso por los recursos económicos de que llegó a disponer y difícil de combatir porque el brazo de su acción callejera lo formaban sectores Juveniles engañados y manejados desde la cumbre, aunque muchos de ellos sinceramente convencidos de que lo que se quería era una revisión de varias cuestiones nacionales, y el instrumento de su acción ideológica eran no pocos intelectuales agitadores, o agitadores disfrazados de intelectuales, o intelectuales cándidos, cuando no de ideas oportunistas y acomodaticias al Gobierno, en ningún momento, coartó o intentó coartar la libertad de prensa. Dejó, consciente de sus deberes, que los periódicos asistieron libérrimos al conflicto, que libremente lo reflejaron en sus páginas, según el criterio o las inclinaciones de cada uno y, que, incluso, participaran en él. Ninguna de nuestras publicaciones diarios o revistas— recibió consigna alguna, fresca o velada, ni la más leve advertencia o indicación; a ninguno se le advirtió o recomendó que adoptara un tono determinado, ni siquiera al producirse hechos tan graves como los del 26 al 29 y 30 de julio, o los del 1° y 27 de agosto, o los del 2 de octubre.

En todo momento, dueña y señora dc sus informaciones y de su opinión, como lo había sido antes y lo ha sido después, durante aquellos aciagos días, la prensa de México publicó lo que quiso y como quiso, y lo mismo que la prensa, lo dijo la radio, e igual que la prensa y la radio, la televisión. Así pues, nos sentimos obligados a declarar, cosa que hacemos satisfechos y orgullosos — satisfechos como periodistas, orgullosos como mexicanos— que la libertad de prensa no ha sufrido el menor menoscabo, por parte del Gobierno de la República, ni en las horas más sombrías del año comprendido entre el 7 de junio de 1968 y el día de hoy.

Y ¿qué en lo relativo a nuestra conducta de periodistas, ¿sería igual de claro y concluyente el juicio que pudiera emitirse sobre si los periódicos supieron, como por parte lo consiguió el poder público, hacer que la libertad de prensa saliera airosa tras la prueba que, el ejercitarla ellos, hubo de soportar durante los tres meses críticos?. Ciertos estamos de nuestra buena fe, de la buena fe con que entonces procedimos día a día. Sin embargo, partiendo de ella, y seguros de que no la empañara ninguna de las palabras que ahora pronunciamos, no titubean en reconocer que, frente a tamaña coyuntura, nuestros periódicos siguieron usando de su libre albedrío para discrepar en lo que para cada uno de ellos era la verdad; la verdad de los hechos y la veracidad o falsedad con que el movimiento subversivo y sus simpatizantes, disimulados o francos, los explotaban para acrecentar la agitación, para explicar y aún justificar los desmanes y la violencia, y para presentar a los supremos depositarios de la legalidad como a funcionarlos incomprensivos, injustos en el desempeño de su cargo, y a tal punto transgresores de la ley, que ni la Constitución misma respetaban, abiertas de par en par tuvieron las páginas de los periódicos para que por ellas entraran y salieran, cobrando así la categoría de lo impreso, las declaraciones de todos los agitadores, desde los más grandes hasta los más pequeños o ínfimos, y lo mismo si poseían un nombre, que si carecían de él, apenas si algunos comunicaron con falsos o sospechosos, o algunos desplegados anónimos, o de firmas dudosas, o de firmas ya catalogadas entre las que pregonaban la algarada y el motín en diarios o revistas aislados o en grupos como firmantes de exhortaciones y acusaciones al poder público.

Los partidarios del deterioro de nuestro régimen constitucional mediante el desprestigio personal de los funcionarlos, y aún de que el propio Presidente de la República bajara desde la dignidad de su cargo hasta ponerse al tú por tú con la insolencia y el arrebato multitudinarios, no siempre hallaron barreras, las barreras que en todo instante debió oponerles el concepto Justo — equilibrado y genuino— de la libertad de prensa. Las voces más desconcertadas se unieron un día y otro a los motines callejeros, y a menudo lanzaron, contra la fuerza pública, igual que otros en la calle, ladrillos y botellas por más que la pintaban —policía y ejército— como gente armada o dispuesta a la brutalidad y al desafuero.

¿No fuimos algunos de nosotros suficientemente eficaces en el empleo de nuestros medios informativos. Nosotros también, por la inmensa maquinaria propagandista que montaron y mantuvieron en pie día y noche los dirigentes de la agitación subversiva y dislocadora? ¿Nos faltó a veces el espíritu del crítico, que aprecia en su medida justa los hechos, y, a veces también, el espíritu de autocríticos, que hace ver al periodista la parte que le toca en los hechos que narra o juzga, cuando acoge sin discernimiento las versiones engañosas que de ellos se le dan? ¿Nos excedimos en nuestro empeño de probar que era falsa la acusación de “prensa vendida", que nos arrojaban a granel desde los mismos muros, los mismos costados, delanteros y traseros de autobuses y tranvías, y los mismos millones de volantes, bien o mal impresos, mejor o peor redactados, en que se injuriaba, difamaba y calumniaba al Jefe del Estado, al mismo tiempo que se anunciaba “el ahorcamiento del último granadero con las tripas del último gorila"?. Por una u otra causa, es un hecho, y así lo reconocemos, que pese nuestra indudable buena fe, no todos nosotros, periodistas y periódicos, supimos usar a cada instante nuestra libertad de informar, nuestra libertad de decir y opinar, practicándola juiciosa y previsoriamente; ya hablando, ya callando, lo uno y lo otro con buen motivo, como convenía a la grave naturaleza de los acontecimientos que nos asediaban. Sea como fuera, lisa y llanamente decimos que algunos de entre nosotros no supimos practicar entonces la libertad de prensa, guiándonos por el positivo alcance de la verdad a la luz de los supremos intereses del país. Más no quiere decir esto que quienes hayan procedido así, ya por omisión, ya por exceso, hubieran vuelto la espalda a la patria o al sentimiento de la patria. Fueron tan patriotas como el que más, aunque, seguramente, las engañosas circunstancias de la hora, la confusión que el movimiento subversivo logró producir en las ideas y las emociones, los llevó a pensar y sentir que el patriotismo no apuntaba siempre en una sola y misma dirección.

Señor Presidente de la República: hemos hecho con espíritu sincero y objetivo, y sin otras limitaciones que las de nuestra capacidad, el balance propuesto por usted en su discurso del año pasado; si de algo puede tildarse la cuenta que rendimos, no será, por cierto, de falta de rigor al enjuiciarnos a nosotros mismos. Nos referimos así.

Dijo usted al Congreso de la Unión el día primero de septiembre, justamente cuando el movimiento subversivo alcanzaba sus máximas proporciones, que, con mayor o menor lucimiento, los juegos olímpicos se llevarían a cabo y nada los impediría. Así fue; nuestra gran Olimpíada comenzó y concluyó esplendorosamente y, gracias a la televisión, fue aclamada por todo el mundo; dijo usted asimismo en aquel informe, que el Gobierno iría hasta donde la subversión lo obligara a llegar. También esto se cumplió: no dio usted ni un paso más de los estrictamente necesarios para que la paz de México y la vigencia de las Instituciones democráticas que nos rigen resistieran la embestida que se les preparaba. Con ello demostró usted apegándose inflexiblemente a la ley, cómo es el camino por ella señalado, no el de la violencia, el que en todo debemos seguir, y que la Constitución, instrumento jurídico del orden, nos ofrece paralelamente las sendas para que dentro de la legalidad se canalicen hasta las más extremas inquietudes e inconformidades. Lo felicitamos a usted, señor, y si, efectivamente, en algo fallamos a esa hora, lo lamentamos sin la menor reserva, y esto hace que nuestra felicitación resulte mayor aún; lo aplaude a usted una prensa que al ejercer plenamente su libertad, demostró ser no una "prensa vendida”, como la malicia y la subversión nos gritaban, y la hubieran querido, dentro del cálculo de sus planes. Lo aplaude una prensa cuyas experiencia última la confirman en su postura independiente, y la cual, .gracias a su independencia misma, cree servir bien al régimen democrático, e institucional del México de hoy, el México de Libertades, realidad y promesa, que debemos a nuestra Revolución, a la Revolución Mexicana, todavía en marcha”.

Respuesta del presidente.

Señores editores de periódicos y revistas de la provincia y de la capital: por razones de ustedes conocidas, apenas hasta ayer la prescripción médica me permitió que empezara a leer algunos renglones, para ir aumentando paulatinamente la cantidad de lectura. No podré, pues, como hubieran sido mis deseos, leer el discurso que tradicionalmente dice el Ejecutivo Federal en esta celebración.

No debo tampoco, por razón de las graves responsabilidades que pesan sobre mí, por razón de la solemnidad del acto, de lo excelente del auditorio y de lo delicado de los temas que es costumbre abordar en esta comida, fiarme a los rellenos de una improvisación.

Permítanme pues, presentar a ustedes mis excusas por limitarme a unas cuantas palabras, que pretenden ser, sobre todo, amistosas, cordiales y gratas.

Saludar, en primer lugar, con viejo afecto, a tantos amigos aquí presentes, muy principalmente, con el afecto más acendrado, a quienes por venir de la provincia, veo con menos frecuencia, y en un solo saludo se acumula el cariño que por ellos siento.

Deseo aprovechar esta ocasión para, también, pagar una deuda que se va haciendo vieja, y otra nueva. La deuda vieja prácticamente me ha sido hace unos momentos, recordada: es la felicitación pública, cordial, efusiva —en lo personal en muchas ocasiones lo he hecho a la prensa del país, de la provincia y de la ciudad de México—, por la extraordinaria labor, el magnífico desempeño que tuvo durante la realización de los Juegos de la décima-novena Olimpiada, celebrados en México el año pasado; aportación de la prensa, que junto con la de la radio y la televisión, fue importantísima para que México lograra ese legítimo, indiscutible triunfo internacional.

Vaya para ustedes y todos sus colaboradores, pues, la felicitación más cordial y más efusiva por la magnífica forma en que desempeñaron su tarea.

También quiero expresar mi agradecimiento a todos los periódicos y periodistas que se han interesado afectuosamente por el curso de mi salud, y en una forma muy especial a ese extraordinario periodista y magnífico escritor que es Martín Luís Guzmán, por la forma tan cariñosa con que se ha expresado en esta comida, hace unos momentos, a nombre propio y de la comisión organizadora de esta comida.

Gracias, muchísimas y muy sinceras gracias a todos. Gracias también, profundamente sentidas, a todos aquellos que se preocuparon por el curso de mi padecimiento. a muchos he podido —por correo, telégrafo o personalmente— expresárselas , pero hay muchos cientos, miles, que fueron anónimamente, sin querer dar su nombre, al hospital a preguntar por mi salud.

Conmovidas gracias a quienes ofrecieron su ojo para el caso de que hubiera necesidad de trasplante. No hay palabras —no creo que las haya en ningún lenguaje del mundo— para poder decir lo que he sentido en estos días: lo mismo para el jefe militar o el soldado que me ofreció su ojo o para el policía que hizo igual oferta o para el viejo compañero y amigo de las lejanas horas de la Preparatoria en el Instituto de Ciencias y Artes del Estado de Oaxaca, o para quienes simplemente estaban presentes para hacer el ofrecimiento , pero no querían dar ni nombre porque no buscaban ni publicidad ni recompensa y quizá ni agradecimiento. Reciban mi gratitud conmovida y sin límites, a través de ustedes y a través de estos micrófonos.

No podría dejar pasar esta ocasión sin hacer una declaración respecto a la esencia de la celebración de este día, a pesar de las limitaciones que ustedes conocen. Lo haré breve y sencillamente, declarando en forma enfática que es voluntad del pueblo mexicano tener y mantener la más amplia libertad de expresión, en general, y la de prensa en particular, y es obligación insoslayable del gobierno, respetar y hacer respetar esa voluntad popular

Por mi voz el gobierno de la República también expresa que acata y acatará esa decisión del pueblo mexicano, manteniendo en todas circunstancias la más amplia libertad de expresión.

Ya don Martín Luís Guzmán, en ese magistral discurso, dramáticamente estructurado, estremecedor por momentos, nos ha expuesto el balance formulado por él en representación de la comisión organizadora. Si en él hace falta mi firma puesta está a su calce, para testimoniar que el saldo del ejercicio de la libertad de prensa en el último año, a pesar de las difíciles, adversas circunstancias en que la prensa y el país se movieron por algunas semanas, es altamente positivo. Pero nos da, además, el vigor de una poderosa confirmación: la libertad de expresión, la libertad de prensa, no son el grave peligro para las instituciones, para la paz, para la patria que algunos mal intencionados han tratado en ocasiones de dar a entender. Su libre ejercicio produce óptimos frutos.

El México del 7 de junio de 1969 es testimonio palpable de los frutos que el libre ejercicio de los derechos establecidos, consagrados por la voluntad popular en nuestra Constitución, rinde cuando se respetan por el Gobierno y se saben ejercer por sus titulares.

Solo me resta exhortarlos, exhortar a periodistas y editores y a funcionarios públicos, a que hagamos cuantos esfuerzos sean necesarios, para que siga siendo permanente el valor de la ecuación que debe existir siempre entre el respeto que el Gobierno debe merecerle a la libertad de prensa y el respeto que a la prensa deben merecerle la patria, el pueblo, la vida privada, la moral y la paz pública. Muchas gracias.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fuente: “El Siglo de Torreón”. Periódico Regional. Defensor de la Comunidad. Torreón, Coah., Domingo 8 de junio de 1969. Año 48 — No. 91. Págs 1, 14.