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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1967 Discurso en la Reunión de Jefes de Estado Americanos. Gustavo Díaz Ordaz.

Abril 12 de 1967

 

General don Oscar D. Gestido; Excelentísimos Señores:

A nombre del pueblo y del Gobierno mexicanos, rindo testimonio público de profundo agradecimiento al noble pueblo uruguayo y a su ilustre Presidente, por la generosa hospitalidad que nos brindan en su país.

El desarrollo económico no es un fin en sí mismo; es un medio para lograr el avance integral y armónico de nuestras comunidades, de conquistar el bienestar de los hombres que las integran, elevando sus condiciones espirituales y materiales.

No es deseable un desarrollo que produjera grandes beneficios a unos cuantos y no aprovechara a las mayorías: el desarrollo económico debe, necesariamente, conjugarse con la justicia social.

Si dejamos que los fenómenos se realicen conforme a su propia naturaleza, quienes más poseen -naciones o individuos-ganarán más, los ricos serán más ricos y los pobres más pobres.

Los avances de la tecnología y de la ciencia, nos permiten, cada vez más, domeñar los procesos naturales; tomemos desde ahora las medidas que tiendan a evitar la concentración excesiva de riqueza en unos y el aniquilamiento de los débiles.

No es borra de nuestra mente la dolorosa realidad de que todavía, en nuestros países, hay núcleos de población que lo único que tienen en abundancia es hambre, enfermedad e ignorancia.

El simple crecimiento no implica necesariamente desarrollo. De ahí la necesidad de que se sustente en una política de reformas a nuestras viejas estructuras.

De importancia decisiva son la Reforma Agraria y la industrialización como vías indispensables para superar graves atrasos económicos y sociales del Continente, y sentar nuevas bases de producción, aprovechamiento de los recursos y mejor distribución de la riqueza, satisfaciendo así necesidades apremiantes, que son el verdadero origen del malestar social que se advierte en algunas regiones del Hemisferio, con graves consecuencias políticas.

Sin democracia política no puede haber democracia económica; pero sin democracia económica no puede haber una verdadera democracia política.

La integración de América Latina es, y debemos luchar porque siga siendo, un proceso exclusivamente latinoamericano. Esto lo hemos dicho con la mayor convicción y, al mismo tiempo, con gran cordialidad hacia los Estados Unidos y Canadá: no se trata de ir contra nadie, sino de sumar esfuerzos para ayudarnos a nosotros mismos.

Reclamar para Latinoamérica la exclusividad de las decisiones políticas relativas a la integración significa, al propio tiempo, reconocer que han de ser, fundamentalmente, nuestro esfuerzo, nuestra imaginación y nuestros recursos los que cumplan la tarea y que servirá para beneficiar, en la medida de nuestros esfuerzos, y nos hemos puesto de acuerdo para asegurarlo, al propio mundo latinoamericano y no a grandes empresas ajenas a nosotros.

Sabemos nuestra pobreza y deseamos la cooperación que decorosamente podamos recibir de fuera de la zona y en particular de los Estados Unidos; pero con igual sinceridad, hemos de declarar que el cumplimiento de nuestros propósitos no se detendrá si no resulta tan amplia como algunos lo pudieran haber esperado.

El mundo tiene en la educación, medio adecuado para remediar males seculares.

Nuestro incremento demográfico nos exige enormes esfuerzos para que nadie carezca de oportunidad de educación, cualquiera que sea el grado de enseñanza a que aspire.

Cuidemos que sea ni simplemente libresca, ni sólo educación utilitaria. Educación para la producción y educación para la cultura. Sin el contenido humanista el desarrollo económico nada significa en la historia de un pueblo.

Por curiosa y agradable coincidencia cito al gran centroamericano, sabio y libertador, José Cecilio del Valle, que decía: La instrucción de la juventud debe ser no la que enseña verdades solamente útiles para las aulas,.sino la que da conocimientos propios para formar verdaderos hombres.

Todos tenemos mucho que aprender y todos tenemos algo que enseñar. Unamos también, en esta noble misión, nuestros esfuerzos, pero sobre la base del más absoluto respeto para todas nuestras naciones: la soberanía de las conciencias es la más sagrada de todas.

Cuando se paguen precios justos a nuestras materias primas, que no sufran variaciones sorpresivas y, a veces, aniquilantes, conservando la debida proporción con lo que pagamos por los artículos manufacturados; cuando prevalezca el principio de atender las necesidades que (tea la desigualdad y, sin esperar reciprocidad, se den preferencia a los países de menor desarrollo relativo, en cuanto sean compatibles con el proceso general de integración; cuando se acate la regla de que ningún Estado ejerza presión económica o política para forzar la voluntad soberana de otro Estado y obtener ventajas; en resumen, cuando haya un trato verdaderamente justo y equitativo en el comercio internacional, entonces, y sólo entonces, se estarán poniendo los cimientos del progreso perdurable y de la integración de la América Latina y podrá pensarse en un desarrollo económico equilibrado entre las diversas regiones del mundo y en una mayor tranquilidad y paz social.

Esto que ansiosamente esperamos y que consideramos de estricta justicia, parece evidente que no podremos obtenerlo de inmediato. Dejemos vivo nuestro derecho: no pasarán muchos años para que logremos conseguirlo.

La meta alcanzada aquí mismo en 1961, al firmar la Carta de Punta del Este, debe ser punto de partida para avanzar.

No nos neguemos jamás a dar un paso adelante, sólo porque no tengamos la seguridad de poder dar de inmediato el siguiente; si parece que el camino se cierra, sigamos adelante, ya encontraremos la forma de abrirlo para continuar el progreso. Retroceder es lo que no nos está permitido: no nos los perdonarían nuestros pueblos.

Si comenzamos por acelerar nuestra integración física, por tener acceso a la tecnología y a la ciencia más avanzada de nuestra época, a no crear ninguna otra nueva restricción, a no agravar las existentes para el comercio de los países de Latinoamérica, a no seguir alentando, con recursos fiscales, la producción de materias básicas que compitan con las nuestras en las áreas industrializadas y a lograr el acceso de los mercados internacionales de nuestros productos elaborados y semielaborados, sin tener que recurrir a lo que se ha llamado el comercio triangular, esta Reunión llegaría a tener una trascendencia incalculable.

Muchos obstáculos se avizoran, pero no perderemos por ello la leen nuestro propio destino. La conservaremos, y muy vigorosa y apasionada, en que los hombres sí somos capaces de entendernos los unos con los otros.

La historia de la humanidad nos da múltiples ejemplos de incomprensiones, de divergencias, de disputas y de guerras. Es cierto; pero también lo es que el ser humano tiene propensión a marcar, en sus efemérides, los hechos espectaculares, generalmente negativos. En cambio, aunque no esté consignado en los anales históricos, sabemos que millones de veces se ha podido lograr el entendimiento frente a la incomprensión, con el diálogo salvar las diferencias, resolver las disputas con la conciliación y con el uso de la razón evitar la sinrazón de la violencia y de guerra.

Excelentísimo Señor Presidente del Uruguay; Excelentísimos Señores:

Nosotros mismos nos fijamos un angustioso límite de tiempo, en el que he pretendido tocar, someramente, puntos que considero esenciales del pensamiento mexicano. Os quedo muy reconocido por haberme escuchado.

Y para concluir, os ruego llevara vuestras Patrias el mensaje de leal amistad, de estrecha solidaridad y de emocionada fraternidad del pueblo mexicano.

Decir a vuestros pueblos:

Que no pretendemos ser más fuertes o más poderosos, ni influir en los asuntos internos de otros países.

Que sólo queremos que, cada uno en su medida y todos en su conjunto, nos esforcemos por operar atrasos seculares, y así llegar a ser más libres y más soberanos.

Que deseamos crear comunidades industriosas, en lasque la riqueza sea compartida equitativamente por todos, sin diferencia de color, de posición social, de credo político o religioso.

Que aceptamos que los países más avanzados están responsabilizados con los de menor desarrollo.

Que en la fraternidad y la colaboración, será más eficaz la ayuda mutua.

Que soñamos con una América justa, democrática, humanitaria, que pueda desarrollarse cabalmente, sin violencias internas y sin presiones externas.

Que hacemos nuestro el pensamiento de un gran jurista Uruguay o, para afirmar que tenemos fe inquebrantable en el informe definitivo del derecho, como el mejor instrumento de la convivencia humana: en la justicia como el destino normal del derecho; en la paz, como el fruto generoso de la justicia y, sobre todo, en la libertad, porque sin libertad no puede existir el derecho, no brillará la justicia y nunca podremos conquistar la paz.

Muchas gracias.