Home Page Image
 

Edición-2020.png

Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

Este Sitio es un proyecto personal y no recibe ni ha recibido financiamiento público o privado.

 
 
 
 


1967 Crítica a la Alianza para el Progreso. Salvador Allende.

Ca. Abril 13 ó 14 de 1967.

 

Discurso en la Universidad de La Universidad de la República, Montevideo, Uruguay 1967.

 

Estudiantes:

Ahí, en Punta del Este, se está tratando de revivir el fantasma de la Alianza para el Progreso. Se está preparando la nueva consigna publicitaria para engañar a los pueblos del continente, abusando de la alta dosis de analfabetismo en que se les ha mantenido sepultados.

La Alianza para el Progreso, como lo anticiparon los espíritus lúcidos de América Latina, nació muerta. Sólo vivió en la esperanza de nuestros pueblos que, engañados, creyeron que ella les significaría ocupación, alimento, techo, salud, seguridad social, educación, cultura y esparcimiento. Hace seis años, en 1961, en este mismo lugar de Punta del Este, los encargados de los diversos gobiernos del continente practicaron un descarnado recuento de la miseria de América Latina, para extender la mano en pos de la propina. Y en el terreno político, se puso el acento en "la democracia representativa".

El comandante "Che" Guevara, personero del gobierno de Cuba, dijo entonces:

"Ya sabemos todos el íntimo sentir del departamento de Estado norteamericano: "Es que hay que hacer que los países de Latinoamérica crezcan, porque si no, viene un fenómeno que se llama castrismo que es tremendo para... Estados Unidos".

« Pues bien, señores, hagamos la Alianza para el Progreso sobre esos términos: que crezcan de verdad las economías de todos los países miembros de la Organización de Estados Americanos; que crezcan, para que consuman sus productos y no para convertirse en fuente de recursos para los monopolios norteamericanos; que crezcan para asegurar la paz social, para crear nuevas reservas para una eventual guerra de conquista; que crezcan para nosotros, no para los de afuera. Y a todos ustedes, señores delegados, la delegación de Cuba les dice, con toda franquea: queremos, dentro de nuestras condiciones, estar dentro de la familia latinoamericana; queremos convivir con Latinoamérica; queremos verlos crecer, si fuera posible, al mismo ritmo en que estamos creciendo nosotros, pero no nos oponemos a que crezcan a otro ritmo. Lo que sí exigimos es la garantía de la no agresión para nuestras fronteras ».

"No podemos dejar de exportar ejemplo, como quiere Estados Unidos, porque el ejemplo es algo espiritual que traspasa las fronteras".

Y agrega:

"Lo que no podemos asegurar es que la idea de Cuba deje de implantarse en algún otro país de América y lo que aseguramos en esta conferencia, a la faz de los pueblos, es que si no se toman medidas urgentes de prevención social, el ejemplo de Cuba sí prenderá en los pueblos y, entonces sí, aquella exclamación que una vez diera mucho que pensar, que hiciera Fidel un 26 de julio y que se interpretó como una agresión, volverá a ser cierta. Fidel dijo que si seguían las condiciones sociales como hasta ahora, "la Cordillera de los Andes sería la Sierra Maestra de América".

Finalmente expresó:

"Nosotros, señores delegados, llamamos a la Alianza para nuestro Progreso, la Alianza pacífica para el progreso de todos. No nos oponemos a que nos deje de lado en la intervención en la vida cultural y espiritual de nuestros pueblos latinoamericanos, a los cuales pertenecemos.

"Lo que nunca admitiremos es que se nos coarte nuestra libertad de comerciar y tener relaciones con todos los pueblos del mundo, y de lo que nos defenderemos con todas nuestras fuerzas es de cualquier intento de agresión extranjera, sea hecho por la potencia imperial o sea hecho por algún organismo latinoamericano que englobe el deseo de algunos de vernos liquidados".

Seis años después -fracasada Playa Girón- asoma la amenaza del Ejército Interamericano de Paz. Además, aparece justa la expresión "letrinocracia" con que el "Che" Guevara motejara el desarrollismo de la Alianza para el Progreso.

Personalmente, afirmé en un documento dirigido a la Central Única de Trabajadores de mi patria, en agosto de 1962:

"Además, se ha dicho que envuelva la Alianza compromisos políticos en favor de Estados Unidos. Esta afirmación ha sido negada; pero en un reciente discurso pronunciado por el presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, el 27 de junio último, en la escuela de verano de la Universidad de Georgetown, se encaró abiertamente la materia, precisándose que se trata, antes que nada de una "gran empresa política" que tiende a crear un grupo unitario de países fuertes para la defensa de los valores éticos y espirituales del hombre y para el avance de la comprensión internacional".

En dicho mensaje agregaba yo:

"Se ha reforzado en nuestro hemisferio que la Alianza para el Progreso no puede ser tal mientras no se dé solución al problema básico que caracteriza a la mayoría de nuestros países: su empobrecimiento por el régimen de inestabilidad que rige los precios de venta de las materias primas que nosotros producimos y que, por hallarse precisamente en manos del imperialismo norteamericano, nos causa un enorme deterioro por el sistema de coacción que en ellos impera. Mientras América Latina no obtenga que sus productos esenciales alcancen una retribución justa, al margen de las presiones de los trusts financieros, el deterioro nacional decrecerá, según las circunstancias; pero siempre se producirá. El caso del cobre chileno, tal vez uno de los elementos más defendibles por la extraordinaria posición nuestra como productor mundial; es clarísimo. Se calcula que el monto total de la inversión norteamericana de la Alianza, que ascendería a 20 mil millones de dólares, es inferior al drenaje de dólares que se opera desde nuestros países hacia Estados Unidos, por las rutas invisibles de la presión imperialista, en el mismo lapso".

Finalmente, sostuve:

"La experiencia, por el desarrollo cuanti y cualitativo sin paralelo alcanzado por los países socialistas - entre ellos Cuba en breve lapso-, que el factor decisivo del avance social depende de las condiciones políticas; de las relaciones de producción; de la mejor aplicación de las reservas y excedentes económicos, y del grado de autonomía que se tenga frente a los intereses externos. El dinero es uno de los tantos factores; pero es hasta secundario ante la movilización general para el progreso".

Cinco años después, uno de los agentes encargados de manejar ese plan publicitario que pasó a ser en la realidad, la Alianza para el Progreso, el economista brasileño Rómulo Almeyda, al renunciar a su cargo de "Super-sabio", de la conocida nómina de "Los 9 sabios", estableció en un documento dirigido al Consejo Interamericano Económico y Social (CIES) de la OEA:

"Al sumarse este nuevo hecho a ciertos antecedentes, se justifican las sospechas de que la independencia del Comité -se refiere a la nómina de los nueve- usada para elaborar recomendaciones y opiniones incómodas para la actual política oficial del Departamento de Estado, había dejado de ser tolerable no obstante estar inspirada por la idea de cumplir con la Carta de Punta del Este y de esa manera, mejorar el papel y la imagen de los Estados Unidos en el Continente".

Ese fue el único y verdadero papel de la Alianza para el Progreso. Mejorar la imagen de Estados Unidos en el Continente, después de que éste había conocido la Revolución Cubana como el más demostrativo de los ejemplos.

Por si aún hubiese alguna duda de la intención política que alentó el gobierno de Estados Unidos al imponer la Alianza para el Progreso, esta frase de la misma carta de Rómulo Almeyda la aclara en definitiva:

"En cuanto a los países latinoamericanos es cierto que a veces adoptan el supuesto de que tienen más poder en las negociaciones bilaterales, lo que circunstancialmente puede ser verdad, aunque sin percatarse de que este método aumenta el precio político que se ven obligados a pagar".

Y del resultado económico de la Alianza para el Progreso, nada mejor que recurrir a la ilustración que el mismo Rómulo Almeyda entregó en su carta, porque ella encierra la síntesis del conocimiento de quien pudo investigar de cerca sus verdaderas proyecciones. Almeyda dice:

"En lo que concierne al comercio, ningún éxito importante para América Latina es consecuencia de la carta. Ni las mejorías pasajeras han resultado a la Alianza, ni los empeoramientos han encontrado resistencia a ellas".

Y Almeyda agrega:

"En términos brutos la colaboración financiera externa ha aumentado a partir de la Alianza; en términos netos, ha disminuido".

Y finalmente otra cita del documento de Almeyda:

"Como veremos, las finalidades básicas de la Alianza no se han cumplido en estos cinco años de la Carta de Punta del Este y dos años de existencia del CIAP".

LA DURA EXPERIENCIA DE LOS HECHOS

América Latina perdió la esperanza que le hizo alentar la publicidad de la Alianza para el Progreso. Eso lo saben sus creadores. Toman conciencia, a través de las múltiples encuestas que hacen en el continente, y con las cuales perforan la vida privada y la intimidad de los ciudadanos, de que América Latina se halla decepcionada. La frustración aparece, desnuda, ante los ojos de todos los observadores honestos.

Este fenómeno de descapitalización de su prestigio es muy grave para la política del actual gobierno de los Estados Unidos. Comprueba que Europa se halla también decepcionada. El gobierno del presidente Johnson sabe que en la Alemania Federal -otrora aliada suya incondicional- se opera una transformación que la aleja de su lado. Sabe que las tropas de la OTAN debieron abandonar Francia. El vicepresidente de los Estados Unidos se ha familiarizado en su gira europea con el clamor que es uno de los símbolos de nuestra hora: Yankee, go home.

Pero el gobierno de los Estados Unidos requiere en la actualidad el apoyo de los aliados incondicionales, porque afronta la crítica universal por su agresión al pueblo de Vietnam.

Lo que ocurre aceleradamente suscita un problema interno al presidente texano y que se encuentra ante un veredicto próximo de las urnas -el año venidero- en sus pretensiones de resultar reelecto.

Johnson necesita apoyo y espera encontrarlo en los gobernantes de América Latina. Por eso, ha preparado la reunión de Punta del Este.

Pero, a pesar de la solidaridad oficialista, sabe Estados Unidos que este apoyo se torna cada vez más sin sentido real, porque los pueblos latinoamericanos saben también ya lo que en realidad es la Alianza para el Progreso. Y capta que la protesta, hasta ahora contenida por todos los medios, puede mostrarse irresistible.

Por eso, el gobierno de los Estados Unidos ha aceptado rodear con un halo de esperanza la reunión política de Punta del Este. Eso explica la agenda de seis puntos, entre los cuales se cuenta uno que es el símbolo del fariseísmo moderno: la limitación de armamentos "innecesarios". ¿Cuáles serían los necesarios? Sólo aquéllos destinados a reprimir los movimientos de protesta de los pueblos. Es decir: armas para las "fuerzas especiales", entrenadas por el Pentágono para aplastar a los campesinos que piden tierra y pan; para arrasar a los obreros y empleados que exigen mejores salarios; para aniquilar a los pueblos que aspiren a conquistar su independencia. Para esas fuerzas especiales sí que habrá armas; pero no para que los ejércitos cumplan con la función para la cual fueron creados desde los albores de la historia: para defender la soberanía de los países.

La historia de esta reunión de punta del Este es torva como toda la historia de la Organización de los Estados Americanos. Tiene sus orígenes en el viejo y negociado principio "doy para que me des". En julio de 1954, Estados Unidos derribó al gobierno constitucional de Guatemala. En diciembre de ese año, Estados Unidos convocó a los gobiernos latinoamericanos a una reunión económica, para cubrir con esperanzas el delito cometido.

El 13 de marzo de 1961, Kennedy lanzó la Alianza para el Progreso. El 16 de abril, el gobierno de Estados Unidos intentó invadir Cuba. En agosto, ese mismo gobierno ofreció la Alianza para el Progreso para ocultar el crimen fracasado.

En abril de 1965, el gobierno de Estados Unidos agredió al pueblo dominicano. En noviembre de 1965, ese mismo gobierno aceptó, en la conferencia de la OEA de Río de Janeiro, que se introdujeran modificaciones económicas a la Carta de los Estados Americanos.

En 1967, el gobierno de Estados Unidos pidió a los gobiernos latinoamericanos que instalen una fuerza policial contra sus pueblos: "la Fuerza Interamericana de Paz ", impetrando, además, apoyo para su agresión en Vietnam. A cambio de todo esto, ofrece la actual reunión de Punta del Este en la que enuncia una nueva esperanza publicitaria: la integración económica.

Hace seis años en Punta del Este se proyectó la Alianza para el Progreso. Seis años después podemos hacer un amargo recuento económico, social y político del continente.

Se planteó la Alianza para el Progreso como un esfuerzo conjunto para mejorar rápidamente las condiciones de vida de la población y acelerar el ritmo de crecimiento económico de los países latinoamericanos, y hasta se firmó el compromiso de alcanzar metas mínimas de crecimiento de 2.5% anual en el ingreso por habitante.

En los hechos, no sólo se ha estado muy lejos de cumplir esa meta, que no era nada de espectacular, sino que además, en lugar de acelerarse, disminuyó sustancialmente el ritmo de crecimiento económico.

Las cifras de la CEPAL revelan que la tasa de aumento del producto por habitante fue de 2.5% como promedio anual en el período 1950-1955: disminuyó a 1.8% en 1955-1960, y desde que se puso en marcha la Alianza se redujo todavía más, resultando de apenas 1.3% como promedio en las años 1960-1966.

Invito a meditar sobre estos datos que son lapidarios.

Desde que se puso en vigor la Alianza, América Latina ha avanzado económicamente a uno de los ritmos más bajos de este siglo. Poco, muy poco, ha podido así ganar la población latinoamericana y algunos sectores; incluso, han empeorado visiblemente su situación. Por ejemplo: se estima que en 1960 el desempleo abierto y disfrazado, en forma de servicios marginales, afectaba a dos millones de personas, en tanto que en 1965 afectaba a 3.2 millones de trabajadores americanos, cifra que no ha disminuido en 1966. También esta comprobación es tremenda.

¡Desolador recuento después de seis años de ebriedad publicitaria! Veamos otro antecedente: antes de la Alianza, en el período 1951-1960, la entrada neta de capitales extranjeros llegó a un total de más de once mil millones cuatrocientos mil dólares; pero, en el mismo período, las salidas por pago de intereses y utilidades de empresas extranjeras representaron once mil millones de dólares, de manera que en esos 10 años el aporte neto de los capitales extranjeros no llegó a los cuatro cientos millones de dólares. Pero hay un hecho más grave todavía, si ello es posible: durante ese lapso, América Latina perdió por el empeoramiento de los términos del intercambio, más de nueve mil millones de dólares.

La Alianza no mejoró sino, por el contrario, empeoró aún más este cuadro. En los cinco años comprendidos entre 1961 y 1965 -plena vigencia de la Alianza- las entradas netas representaron seis mil ochocientos millones de dólares, mientras las salidas por intereses y utilidades fueron más de ocho mil millones de dólares.

Por lo tanto: no hemos recibido un aporte de capitales. Hemos experimentado una salida neta de fondos por más de mil millones de dólares en esos cinco años, sin contar las pérdidas por términos de intercambio. Cabe preguntarse: ¿donde reside la ayuda, la cooperación por la que estamos pagando precios tan altos e hipotecando además nuestro futuro y nuestra soberanía?

Si miramos el comercio internacional llegamos a la conclusión de que también, lentamente, nos ha ido mal muy mal durante los años de la Alianza.

Nuestra dependencia del imperialismo norteamericano nos impide el acceso a un comercio mundial más amplio y más significativo. La Alianza para el Progreso no ha reportado más ayuda financiera para nuestro continente. Tampoco ha implicado mayores oportunidades de participación en el comercio mundial y ni siquiera en el mercado de Estados Unidos.

Así en 1961, al inicio de la Alianza, los productos latinoamericanos representaban 27.7% de las importaciones totales de Estados Unidos; en 1966, no llegaron a representar 16%.

En ese mismo período, se produjeron aumentos considerables de la participación de todas las otras áreas poco desarrolladas en el comercio mundial y, en especial, se amplió enormemente el comercio exterior de los países socialistas. Pero América Latina no se beneficia en nada con tal expansión y su cuota representa cada vez menos en el comercio internacional.

Si se hubiera mantenido la participación en ese comercio que tuvimos en 1961, ello habría representado muchos millones de dólares más de ingresos por exportaciones, sin endeudamiento y sin entreguismo a los intereses norteamericanos.

Nada cambió en este período de la Alianza. Se nos compró menos; se nos pagó peor y se nos siguieron imponiendo las mismas condiciones colonialistas de otras épocas. Un buen ejemplo de ello lo ofreció el presidente del comité de Agricultura de la Cámara de Representantes de Estados Unidos; al discutirse la cuota del azúcar para 1965, al sostener que las cuotas que se asignaran a los países latinoamericanos dependerían del grado de apoyo a la política exterior de Estados Unidos que cada uno de ellos pusiera de manifiesto en la OEA, en las Naciones Unidas y en otros organismos internacionales, y la capacidad de cada uno de esos países para comprar excedentes agrícolas norteamericanos.

Las negras estadísticas de seis años de la Alianza para el Progreso, no alcanzan a traducir la verdadera proyección social de su contenido en cuanto al drama humano y social que anuncian fríamente.

La cifra de cesantía no refleja el hambre de familias enteras agobiadas por falta de trabajo para el jefe del hogar, que no ha podido asegurar así el pan cotidiano.

Los guarismos de mortalidad infantil son incapaces de traducir el sufrimiento de millares y millares de madres de nuestro continente, que no reúnen los medios para comprar la salud para sus hijos y que no tienen cómo arrebatarlos a la muerte.