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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1963 Discurso de Díaz Ordaz, como candidato del PRI a la presidencia de la República

17 de Noviembre de 1963

Acabo de contraer un solemne compromiso; tengo plena conciencia de la enorme responsabilidad que desde ahora pesa sobre mis hombros y sólo me atrevo a afrontarla, porque sé que alrededor de los principios y postulados de la Revolución confluyen espontánea y vigorosamente los anhelos y los esfuerzos de muchos millones de mexicanos.

Porque la importante misión que me ha sido confiada así lo exige y porque el ejemplo del Presidente López Mateos así lo impone, la entrega a la tarea habrá de ser total, con esfuerzo constante, más allá de los humanos límites de la fatiga física y sostenido únicamente por el espíritu, que se apoya en la inquebrantable voluntad de servir a la grandeza de México y al bienestar de todos los mexicanos.

Nuestra Constitución estableció un sabio sistema, que permite armonizar, complementándolos, elementos al parecer antitéticos; el orden y la libertad; lo individual y lo social; la empresa privada y la intervención del poder público en el campo de la economía; el capital y el trabajo, como factores de la producción; el ejido y la pequeña propiedad rural. La filosofía política que ha inspirado ese sistema, de raíz profundamente humanista, forma parte entrañable del México nuevo, como que brota de las más profundas corrientes de nuestra historia.

Con la Constitución como guía, sin admitir retrocesos ni claudicaciones, pero tampoco absurdas precipitaciones, el pueblo mexicano marcha hacia las grandes metas que la Revolución le trazó: la paz en la libertad, y el progreso para realizar mejor la Justicia Social.

Sin paz orgánica, sin respeto a la persona y a la vida humana, no es posible plantear las demás cuestiones que atañen al armónico desenvolvimiento social: la tranquilidad y el orden para el trabajo, para las satisfacciones, para la prosperidad y para la mayor dignidad del hombre, de la familia y de la Nación.

Conquistamos la libertad para disfrutarla dentro de la ley, cumpliendo los deberes propios y respetando los derechos ajenos. La libertad es una condición esencial de nuestra vida diaria. Es el marco espiritual para trabajar y producir para crear la grandeza nacional.

En México existen todas las libertades, menos una: la libertad para acabar con todas las demás libertades; nadie tiene fueros contra México.

El progreso, que busca la dignidad y elevación de la vida en niveles generales, exige esfuerzos solidarios y proscribe la explotación de unos en provecho de otros.

La justicia Social, que tiende a la distribución equitativa de la riqueza y a la supresión de los abusos, impone a codos la obligación de concurrir a la creación de la abundancia nacional.

No puede concebirse la prosperidad pública con un Estado activo que da y sectores inertes que reciben.

La estabilidad política de que gozamos es resultado de que el país progresa en todos los órdenes, y este progreso, a su vez, ha sido posible por la estabilidad política. Nuestra sociedad, siendo estable, es tan profundamente dinámica que en pocos años ha alcanzado metas que parecían imposibles, por lejanas.

Es innegable la benéfica influencia que ha tenido la participación de la mujer en la vida pública. Continúa siendo el centro del hogar, vale decir: la mantenedora del fuego sagrado de la patria, y al mismo tiempo ha llevado a distintos campos de actividad social, y últimamente al de la política, sus atributos de dignidad y tacto, de dulzura y fineza, de abnegación y constancia. Los nobles propósitos de superación cívica encuentran en la mujer una cooperadora insustituible. Al tributarle desde este sitio, en esta hora, el homenaje de un mexicano devoto de cuanto representa la grandeza patria, invito a todas y a cada una de las mujeres de México para que sumen su fe y su entusiasmo a la cruzada cívica que debate los destinos de la nación, con la mira puesta en la preservación de sus valores y de sus inalienables formas de vida.

Una nación democrática como la nuestra exige dinámica renovación de hombres y continuidad del esfuerzo: ni estacionarse en los mismos hombres, ni tirar por la borda la experiencia de los ya probados. Importa por tanto interesar e incorporar a la juventud en las variadas funciones de la vida nacional, imbuyéndole los ideales y fines a conseguir, infundiéndole fervor por las empresas patrias, e iniciándola en el ejercicio de responsabilidades que un día recaerán en ella por entero.

Las fórmulas democráticas de gobierno no se limitan al ámbito de lo político, sino que trascienden a otros muchos de la vida del hombre. Democracia también significa economía del pueblo, para el pueblo y por el pueblo.

El desarrollo económico interesa a todos los mexicanos y reclama la consulta continua y la colaboración entusiasta de todos los que participan en la vida activa del país.

El aprovechamiento de los recursos limitados que tenemos, para alcanzar el progreso y el bienestar que deseamos, es posible sólo mediante la conjugación de todos los esfuerzos. No es responsabilidad exclusiva del Gobierno, es deber de todos los mexicanos.

Hay sobre inversión en algunas ramas y déficit de inversión u omisión en otras; con todo y el daño que causa la primera, son mayormente perjudiciales las últimas.

El libre juego de las fuerzas del mercado desemboca en la lucha de concurrencia que significa desperdicios y sacrificios inútiles y que hace que se agudicen los conflictos de intereses, en una palabra, hace imposible la justicia Social.

Así ha nacido la necesidad de un nuevo procedimiento que norme la función del grupo colectivo. La planeación que, como sistema para alcanzar metas fijadas por el interés público, corrige el juego irracional de la lucha del mercado.

De ahí también que el Estado debe seguir, como hasta hoy, estimulando, protegiendo, promoviendo y supliendo la inversión privada productiva.

El Estado debe cubrir con diligencia y firmeza todos aquellos campos industriales, además de los básicos, en los que la iniciativa privada sea omisa o negligente, pues el fortalecimiento de nuestro proceso económico y su creciente ritmo acelerado no pueden esperar pacientemente a que los particulares decidan ponerse en actividad.

Pero no perdamos el tiempo en falsas disyuntivas: México requiere más y mejor iniciativa privada y más y mejor iniciativa estatal. Ambas tienen su importante función que desempeñar y un amplio campo para su actividad. Pueden y deben operar armónica y complementariamente. Queremos que ningún mexicano sea tan fuerte que pueda oprimir a otro, ni tan débil que se vea en la necesidad de ser oprimido.

La celeridad de nuestro crecimiento engendra, en ciertos momentos, disparidades que hay que subsanar.

No olvidemos que somos una gran familia y que por tanto no puede ser sana la prosperidad de una parte de México, si se funda en la pobreza de otra.

Deben reducirse las desigualdades de ingreso entre las distintas clases sociales. La redistribución adecuada del ingreso nacional no es exclusivamente medida de justicia Social, sino también instrumento insustituible para mantener la economía mexicana en expansión y alcanzar el desarrollo a que aspiramos.

Como creemos que el valor más grande conque cuenta nuestro país es el Hombre, los programas de inversión deben contemplar un razonable equilibrio entre los gastos para productividad y los correspondientes al bienestar. El mismo equilibrio deberá prevalecer entre la agricultura y la industria.

Defender la nacionalización del petróleo y de la industria eléctrica es defender la soberanía patria que se identifica con la riqueza de su territorio. Su explotación racional es alta labor de patriotismo, que exige impulsos incesantes.

Es imprescindible eliminar prácticas y financiamientos inflacionarios para lograr la estabilidad relativa de los precios y mantener inalterable el tipo de cambio. Ello permitirá, también sostener incólume el principio de libre convertibilidad de nuestra moneda. Igualmente, será su consecuencia el incremento del ahorro de los mexicanos y en él ha de basarse fundamentalmente el progreso de México; sólo en forma complementaria debe recurrirse al crédito del exterior, para usarse exclusivamente en actividades productivas que sean inversiones auto liquidables y que generen, directa o indirectamente, las divisas necearías dentro de los plazos convenidos.

El actual régimen ha demostrado plenamente cómo puede obtenerse desarrollo económico con estabilidad monetaria.

Por prohibición constitucional, la inversión extranjera directa no tiene acceso en los campos básicos de la economía nacional: industria petrolera, petroquímica has(-, electricidad, transportes y comunicaciones eléctricas.

Será bien aceptada la inversión extranjera complementaria, que se asocie con mayoría de capital nacional, para establecer empresas mexicanas y que no desplace al nuestro en las actividades que esté operando en niveles internacionales de eficiencia; dentro de la misma inversión extranjera debe estimularse la que introduzca técnicas más avanzadas.

Pensamos que la reforma fiscal debe continuar porque ayuda a reducir la dependencia de los créditos del exterior, al elevar la relación entre el ingreso fiscal y el producto nacional.

La política fiscal debe influir en la mejor distribución del ingreso y la riqueza, sin llegar al extremo de constituir limitación, obstáculo o desaliento en las actividades productivas, sino por el contrario, estímulo al desarrollo económico, al alentar actividades de producción y canalizar el uso de mayores recursos, para aumentar el ritmo de crecimiento.

En el cumplimiento voluntario y no compulsivo, descansa buena parte de la eficacia del sistema impositivo y en ello influye mucho la correcta aplicación de las leyes.

Más que a la elevación de la tasa de los impuestos, debe tenderse a evitar la evasión fiscal. Que todos los que pueden contribuir, contribuyan y que nadie pague ni más ni menos de lo que sea justo. Esta sería la fórmula ideal.

El problema del campo es el más angustiosamente grave en el horizonte político, social y económico de México.

No debemos hacernos ilusiones de que se resuelva fácilmente con una fórmula simplista, ni dejarnos arrastrar por la demagogia irresponsable que, en vez de aliviar, agrava el problema.

Necesitamos penetrar a fondo la complejidad de sus diversas facetas y conjuntar todos los esfuerzos que puedan coadyuvar a resolverlo.

La clase campesina es leal, es noble, es abnegada, ha dado los mayores contingentes de heroísmo y de sangre a los movimientos libertarios de México y es la más numerosa. No obstante, es la de mayores carencias.

La dotación y titulación son el inicio, el necesario principio que, por su efecto transformador en las relaciones jurídicas, económicas y sociales, resulta definitivo. Tierra dotada o repartida no puede legalmente ser acaparada. Pero la Reforma Agraria o es integral o no es Reforma Agraria.

La Reforma Agraria no supone exclusivamente la dotación o reparto de tierras. Exige la adopción de una serie de medidas, tales como: tecnificar la agricultura y cambiar los tipos de producción; mantener adecuados servicios de extensión agrícola y educación del campesino; determinar los cultivos aconsejables en las distintas regiones; proteger los suelos contra la erosión; rehabilitar los agotados; combatir plagas y enfermedades; proseguir con la política de riego, poniendo énfasis especial en la multiplicación de las pequeñas obras, sin abandono de los grandes proyectos; reacomodo adecuado de núcleos de población campesina; implantar normas y técnicas que hagan racional la movilización del campesino al sector fabril; extender el Seguro Agrícola y Ganadero; proporcionar crédito oportuno y barato, honestamente manejado; otorgar subsidios al productor cuando sean necesarios; obtener mutuo apoyo entre las distintas formas de tenencia de la tierra; enfrentarse al problema de la escasez de equipo; fijar precios remunerativos a los productos; buscar convenientes mercados; instalar suficientes silos y almacenes y contar con transportes adecuados; eliminar explotaciones antieconómicas; introducir actividades complementarias para aprovechar el tiempo libre del campesino; continuar la vigorosa política de salud pública, bienestar social rural y la extensión del Seguro Social en el campo.

A su solución no deben ser ajenos ni el artesano, ni el obrero, ni el profesional, ni el comerciante, ni el industrial, ni el banquero.

El sector rural ha apoyado el desarrollo industrial de México y el crecimiento urbano. Los sectores industrial y urbano deben coadyuvar al mejoramiento de las condiciones de vida de la población campesina. Esta aumentará, así, su poder de compra.

Ejido y pequeña propiedad no son términos que se excluyan, ambos son legítima creación de la Revolución Mexicana.

La ganadería es una importantísima riqueza que no debe destruirse, sino organizarse para que la disfrute el pueblo de México.

Las medidas que amparan a la pequeña propiedad, o a la explotación ganadera, no deben ser tomadas de pretexto para violar los preceptos constitucionales: donde haya simulación, donde haya violación de la ley, debe procederse inflexiblemente; pero donde haya autenticidad, donde haya esfuerzo creador, donde haya acatamiento a nuestras leyes, debe haber protección y estímulo.

Siempre he creído que toca al movimiento obrero fijar su línea interna de acción, decidir con plena autonomía su conducta. Al gobierno concierne tutelar al trabajador en la defensa de sus intereses legítimos.

Las garantías sociales que para el trabajador contiene nuestra Constitución han probado su valor doctrinario, su justicia y su eficacia.

Respetarlas en su totalidad y pugnar por su mejor aplicación, constituyen, a no dudarlo, obligaciones indeclinables.

Los derechos de huelga y de sindicalización son intocables. Usados dentro de la ley, no nada más son instrumentos de reivindicación económica, sino también cimiento de la auténtica paz social.

Educar es sembrar la mejor de las semillas.

La educación pública es tarea básica de la Revolución. Su carácter y finalidades se hallan definidas constitucionalmente.

El libro de texto gratuito es un derecho que el pueblo mexicano ha conquistado.

México requiere seguir intensificando sus esfuerzos para desterrar definitivamente el analfabetismo, para cubrir las necesidades básicas de la educación primaria, para aumentarlas posibilidades de la secundaria y de capacitación industrial y para intensificar la enseñanza universitaria y técnica.

Es preciso conectar los planes educacionales con la política de empleo y las demandas del desarrollo económico. Es indispensable coordinar la vocación individual con las necesidades nacionales, mediante pertinentes orientaciones y alicientes. Faltan técnicos y hay demanda no cubierta de obreros calificados en ciertas ramas de la producción.

La educación superior, media y elemental se comunican y alimentan entre sí. Concibo la educación como una pirámide en que la cúspide no puede existir sin la base, ni éste sin aquélla.

La inversión intelectual es tan importante o más que la inversión económica y tiene que comprender desde la alfabetización hasta la alta cultura, la investigación científica y la enseñanza técnica especializada. El desperdicio de los recurso humanos tiene consecuencias más graves que el mal aprovechamiento de los recursos naturales o financieros. El costo de subestimar la inversión intelectual es tan alto, que México no tendría con qué cubrirlo. Para crear nuestro acervo hay que destinar la mayor cantidad de recursos disponibles a la inversión intelectual.

Conviene descentralizar la enseñanza superior, universitaria y técnica, a efecto de no empobrecer a la provincia con el desarraigo de muchos de sus mejores hombres.

Mi sustancial mexicanismo aquilata la ubicación que nos corresponde en el campo internacional.

A medida de su pujanza interna, la cooperación de México a las nobles causas de la concordia humana y de la mutua asistencia, ha sido crecientemente intrépida y decisiva. Ni queremos, ni podríamos renunciar al sitio que la clara inteligencia, el tesón y el patriotismo acendrado del presidente López Mateos han obtenido para México en el exterior; antes bien procuraremos acrecentar el prestigio y las influencias del país, en servicio de la humanidad, así como el aprovechamiento de los beneficios derivados de la solidaridad internacional.

El Estado Mexicano debe seguir siendo claro ejemplo en el cumplimiento de obligaciones libremente contraídas y en la buena voluntad de su contribución dentro de los organismos internacionales a que pertenece.

Luchamos por la paz, a sabiendas de que la autodestrucción del género humano no es en nuestros días hipótesis remota, sino posibilidad que debe ser combatida. Somos partidarios del desarme, empezando por la desnuclearización, pues estamos convencidos de que, o el mundo acaba con las armas nucleares, o las armas nucleares acaban con el mundo. Creemos en una paz que no sea únicamente ausencia de guerra, sino cooperación entre naciones libres e iguales para vencer los problemas que aquejan al hombre en todas las latitudes.

Los mexicanos, y sólo los mexicanos, tenemos el inalienable derecho de decidir los destinos de México. Nos ilumina don Benito Juárez,

cuando respetamos en los demás pueblos el derecho de gobernarse, tanto como exigimos que se respete en nosotros. Por ello, la política internacional de México es inconmovible: No Intervención y Derecho de Autodeterminación. Nuestro pueblo quiere para todos los pueblos del mundo lo que quiere para sí mismo. A cooperación respondemos con cooperación y a solidaridad con solidaridad.

Aquilato en su magnitud la importancia institucional de nuestro Ejército y nuestra Marina. Reconozco los servicios eminentes que les debe la Revolución. Su lealtad, su espíritu de sacrificio y de cooperación han hecho posibles las tareas orgánicas de la paz, que han colocado a México en superiores niveles. Considero como necesidad vital proporcionar a nuestras fuerzas armadas elementos modernos y condiciones de mayor bienestar a sus miembros. Especial atención hemos de poner en el aumento de prestaciones sociales a los soldados de la República.

Los mexicanos podemos sentirnos realmente orgullosos de nuestro Ejército y de nuestra Armada.

Compañeros Delegados: he querido exponer mi pensamiento, lo más brevemente posible, sobre algunos de los problemas de México, que considero de palpitante interés.

Recojo también los frutos del esfuerzo realizado por el Partido Revolucionario Institucional en las recientes juntas de Programación y, al emprender la segunda etapa prevista por el propio Instituto Político, debo expresar públicamente mi reconocimiento a tantos miles de mexicanos, miembros y no miembros de nuestro partido, que colaboraron incansable y desinteresadamente para el mejor conocimiento de las necesidades y problemas de nuestro pueblo y el más correcto planteamiento de sus posibles soluciones.

Cifro mi orgullo en ser un mexicano de raíz, siento influir en mí, a través de muchas generaciones, los dolores y esperanzas, las pasiones y la fe del pueblo que me ha engendrado y del que me ufano de ser parte integrante.

Desde que me inicié en la vida pública en los cargos más modestos, siempre he acostumbrado hablar con la verdad y desdeñar las evasivas. Promovido a las máximas responsabilidades, no voy a cambiar mi conducta. Tengo mucha esperanza de que el trato franco y abierto sirva

para establecer la estrecha solidaridad que creo indispensable para acometer, con mayor vigor, las ingentes tareas que nos esperan.

Autenticidad y probidad han sido normas invariables en una ya larga trayectoria de toda mi vida pública y privada. Procuraré que lo sean de la vida nacional si el voto ciudadano me lleva o la Primera Magistratura.

Pertenezco a la corriente histórica libertaria y progresista que desde la inconformidad contra el coloniaje viene formando la conciencia nacional, en oposición victoriosa sobre la injusticia, el oscurantismo y el estancamiento; resplandeciente en las luchas de la Independencia y la Reforma, culmina en la Revolución y concreta sus ideales en la Constitución de 1917.

Soy hombre que nació en la Revolución, y a ella se debe; y que trata ahora de lograr el privilegio de ser su abanderado.

Acepto, el honor de la postulación a la Primera Magistratura de la República con limpieza de propósitos y libre de todo compromiso, salvo el que ahora contraigo.

Por conducto de ustedes, compañeros de Partido, saludo a todos los mexicanos, sin distinción de opiniones, ni de situación económica y social, pues todos son solidarios del interés de la patria que aquí os congrega. Sólo la unidad, concordia, la tolerancia, el respeto mutuo y la común sujeción a la ley darán a la gran familia mexicana la pujanza indispensable para cumplir su glorioso destino.

De regreso a sus lugares de origen, hablen, insistan, convenzan, contagien de fervor a sus vecinos en torno a los nobles, patrióticos postulados de nuestra plataforma política.

Digan que la Revolución fue hecha para todos y su bandera pertenece al pueblo, sin excepciones. Que bajo su amparo caben todos los mexicanos, pero no habremos de permitir que, a su sombra, se establezcan nuevas castas privilegiadas en sustitución de las que, justicieramente, ella misma eliminó; como tampoco podemos aceptar que sus ideales generosos se conviertan en fraseología estéril, en aviesa demagogia, ni en disfraz de intereses personales adversos al supremo interés del pueblo.

Por ineludible acción del tiempo corresponde ya realizar los postulados de la Revolución a generaciones que por su edad no pudieron participar en el movimiento épico. A la luz de la realidad nacional y de las metas todavía no alcanzadas, debemos influir en las nuevas promociones con el pensamiento y el sentimiento que, a partir de 1910, han impulsado la superación política, social y económica de México.

Unidos a los que nos precedieron y a quienes han de sucedernos, no rehusaremos sacrificio alguno para acrecentar sus conquistas y materializarlas en mayor suma de bienes y servicios para el mayor número de compatriotas.

Un solo designio ha de unirnos en los próximos meses: obtener una elección irreprochable, que luego nos permita acometer, con incontrastable fuerza interior, las responsabilidades de la República.

De mi parte sepan -y con ustedes lo sepa el país entero- que pondré al servicio del pueblo la suma de mis energías, el caudal de mi fe y mi entusiasmo.

Que sé que todo lo positivo que se ha logrado hasta ahora debe consolidarse, pero sin pausas: la mejor forma de consolidar es continuar aceleradamente la marcha.

Que tres normas regirán la conducta: ambiciosa audacia en la concepción de las metas; reflexiva prudencia en la elección de los medios y firmeza inquebrantable en la ejecución.

Una sola inspiración tengo: MÉXICO.

Como candidato de un Partido en el que están agrupadas las grandes mayorías, pero que no abarca, ni con mucho, la totalidad de la población, ni lo pretende, aspiro, sin embargo, a ser Presidente de todos los mexicanos.

Como ciudadano, con el corazón puesto en don José María Morelos y Pavón, pido al pueblo de México su voto para que me permita ser el siervo de la Nación.

Compatriotas: con serena firmeza acudamos al llamado de México.

En el estadio de la Ciudad de los Deportes, 17 de noviembre de 1963