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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

Este Sitio es un proyecto personal y no recibe ni ha recibido financiamiento público o privado.

 

 
 
 
 


1960 Un pueblo sin héroes sería una muchedumbre sin voz. Discurso pronunciado por Jaime Torres Bodet en la inauguración del Museo del Caracol.

Noviembre 21 de 1960

 

 

UN PUEBLO SIN HÉROES SERÍA UNA MUCHEDUMBRE SIN VOZ

Las salas de este edificio, integrado al paisaje de uno de los escenarios más nobles de nuestra historia, fueron concebidas como una lección amena, objetiva y clara, acerca de algunos de los sucesos que forman parte insustituible de la biografía del pueblo mexicano.

Tres son los centros de interés de esta galería: la Independencia, a partir de Miguel Hidalgo, de sus precursores inmediatos y de sus émulos; la Reforma, que había de encontrar en Benito Juárez su augusto símbolo; y la Revolución, sobre cuyo friso, junto a la presencia inmortal de Francisco I. Madero, se enlazan tantas figuras dignas del homenaje de la República.

He elegido esa terminología pedagógica —centro de interés— no sólo porque las salas que vamos a inaugurar fueron ideadas como los párrafos sucesivos de una sencilla lección de historia, sino porque, en conjunto, resultan para los niños, para los adolescentes y quizá para muchos adultos un libro abierto, con sus ilustraciones y con sus mapas, sobre muros que miden, en total, más de dos mil metros cuadrados de superficie.

Pero, aunque hayamos tenido que señalarlo en tres zonas complementarias, el caudal generoso que contemplamos es por todos conceptos indivisible: brota de un solo origen, se dirige a una sola meta, lleva un impulso único. Y lo que más nos conmueve, al considerarlo, es su intensa y valiente continuidad.

Desde las postrimerías del Virreinato hasta la Constitución de 1917 (límites cronológicos adoptados para la formación de esta galería) sentimos vibrar, en cada recuerdo y en cada escena, una voluntad patética de vivir: de vivir como mexicanos y de expresar, como mexicanos, nuestro amor a la libertad.

La madrugada intrépida de Dolores; Hidalgo en Guadalajara, ciudad donde confirmó la abolición de la esclavitud; la ruptura del sitio de Cuautla; el Congreso de Chilpancingo; el juicio de Morelos; el abrazo de Acatempan; la llegada a México del Ejército Trigarante; el nacimiento de la República Federal con la Constitución de 1824; la rendición de San Juan de Ulúa; Gómez Farías y los liberales de 1833; el asalto de Chapultepec al castillo heroico; la concepción del Juicio de Amparo; la Constitución de 1857; las Leyes de Reforma; la batalla de Calpulalpan; la victoria del 5 de mayo; la toma de Querétaro por las fuerzas republicanas; la acción educativa de Gabino Barreda; la instalación del primer ferrocarril; las huelgas de Cananea y de Rio Blanco; la inauguración de la Universidad Nacional por el maestro Sierra; el estallido de la Revolución; la entrada de Madero a la capital; la firma del Plan de Guadalupe; el consciente holocausto de Belisario Domínguez; las luchas de los ciudadanos armados de la República; la expedición de la Ley Agraria del 6 de enero de 1915; el Congreso de Querétaro y la Constitución de 1917; es decir, muchos de los momentos más significativos que estas salas evocan y sintetizan son reiteradas afirmaciones de esa voluntad de ser mexicano que da a los hijos de nuestro pueblo, desde la infancia, la independencia como destino y la libertad como vocación.

En las ilustraciones de esos momentos vemos al héroe (Miguel Hidalgo o José María Morelos. Ignacio Allende o Nicolás Bravo, Vicente Guerrero o Benito Juárez, Gabino Barreda o Justo Sierra, Francisco I Madero o Belisario Domínguez, Emiliano Zapata o Venustiano Carranza) rodeado de personajes graves y silenciosos, o agitados y vehementes, de quienes, en la hora estelar del ejemplo vivo, encarna el tácito arrobamiento, interpreta la ansiosa espera, y recibe, por quién sabe qué vasos comunicantes, el denuedo, la llama, la inspiración. Esos personajes (los fieles del párroco de Dolores, los insurgentes del Bajío, las huestes del Monte de las Cruces, los soldados de Morelos y Matamoros, los aldeanos que vieron en Chilpancingo a los congresistas, los cocheros del modesto carruaje de don Benito en su viaje a través de México, las tropas de Zaragoza, los maestros de la Revolución, los campesinos y los obreros, los maderistas, los zapatistas, los carrancistas y los villistas que encontramos en las reseñas de nuestras luchas, ¿qué son sino el pueblo mismo, pueblo anónimo y vigoroso, perseverante e irremplazable, del que los guias de nuestra vida actuaron como férvidos mandatarios?

Morelos quiso que le llamaran Siervo de la Nación. Y los siervos de la nación han sido todos los grandes hombres que se entregaron a cumplir la misión de México. Su grandeza estuvo precisamente en la eficacia de sus servicios a los ideales auténticos de la patria. Por eso esta antología nacional, pensada para la vista y para el oído, afirma en nosotros la certidumbre de que el protagonista de nuestra historia es México entero. Y por eso leemos, en el vestíbulo, la inscripción que repito aquí: "Mexicano: Comprende, siente y respeta el esfuerzo de todos los que vivieron a fin de legarte una patria honrosa. El ejemplo de los hombres, las mujeres —y hasta los niños— que lucharon para ofrecerte la libertad, defender tu suelo y afirmar la justicia entre tus hermanos, te guiará en la existencia como en las salas de este recinto. Inclínate ante ese ejemplo. Y procura ser siempre digno del héroe esencial de la Independencia, y de la Reforma y de la Revolución: el pueblo al que perteneces".

En efecto, al organizar esta exposición de imágenes populares (que iremos completando y perfeccionando con la cooperación de los historiadores y los artistas que nos deparen su ayuda técnica), lo que intentamos no fue tan sólo atestiguar nuestra devoción para ciertas figuras privilegiadas, sino honrar al México independiente en su integridad, desde los múltiples ciudadanos de cuyo nombre no quedó ni siquiera una huella en el sacrificio hasta aquellos que —por próceres de la acción— seguiremos situando en el plano magnífico de la gloria.

Ignorados y oscuros unos, célebres otros, todos los que sirvieron lealmente a México merecen nuestra íntima gratitud Para todos los que así lo sirvieron es, sin reservas, en este día de meditación y esperanza, nuestro laurel. Guerrilleros de la Independencia, chinacos de la Reforma, jinetes y soldaderas de la Revolución, muchos de ellos están aquí, reproducidos en el barro de nuestro suelo, conforme a tipos que eternizaron las estampas de la pasada centuria o el pincel de los maestros mexicanos contemporáneos.

Para ellos, y con ellos, combatió Hidalgo. Para ellos, y con ellos, se esforzó Juárez. Para ellos, y con ellos, sufrió Madero, hasta el punto de que no podríamos decidir, al palpar el tronco de nuestra vida pública, dónde termina el tallo resistente y tenaz del pueblo y dónde empieza, como recompensa del tallo, la flor del héroe.

Un pueblo sin héroes sería una muchedumbre sin voz. Por otra parte, ¿cómo imaginar a los héroes sin el pueblo al que sirven y al que convocan?... Nada es tan persuasivo en la evolución de las sociedades como este diálogo misterioso entre la comunidad popular y la honrada conciencia de sus intérpretes. Ahora bien, cuando hablo de héroes no pienso exclusivamente en adalides bélicos o en los conductores políticos de un país. Pienso en todos sus guías, civiles o militares, apóstoles de la acción y del pensamiento, sabios, artistas o gobernantes, técnicos o humanistas, inventores de nuevas formas de ser o de legislar: revolucionarios de corazón, porque todo progreso efectivo obedece a una inconformidad previa; poetas de la existencia, porque toda creación supone, en quien la imagina, poesía eficaz y transformadora, y maestros de la conducta, porque todo acierto es lección perenne, enseñanza viva, escuela abierta al llamado del porvenir.

Sí; escuela ha de ser también esta exposición. Sus más frecuentes visitantes serán los niños. Acompañados por sus mentores, vendrán a aprender aquí a admirar y a querer a México. Que sientan cómo se ha hecho nuestro país entre congojas innumerables, pero con ímpetu irreprimible. Que adviertan de qué pobrezas partieron nuestros mayores, cuántas tragedias hemos atravesado y cuántas insuficiencias tendremos todavía que superar, para dar a México la estatura cultural y económica que deseamos. Que comprendan cuántas discordias nos amenguaron, en el pasado, y cómo puede vigorizarnos la unión patriótica. Que reconozcan hasta qué grado, y aun en las épocas más difíciles, nos salvó la confianza en nuestro destino y la fe en los valores supremos que enaltecen nuestro existir.

Y que, al concluir su paseo por estas salas, tras de inclinarse ante el texto de nuestra Constitución, puedan decirse a sí mismos lo que está escrito en la pared terminal del edificio que inauguramos: "Salimos del museo, pero no de la historia, porque la historia sigue con nuestra vida. La patria es continuidad y todos somos obreros de su grandeza. De la lección del pasado, recibimos fuerza para el presente y razón de esperanza para el futuro. Realicémonos, en las responsabilidades de la libertad, a fin de merecer cada día más el honor de ser mexicanos".

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Zertuche Muñoz Fernando. Jaime Torres Bodet. Realidad y Destino.