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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1957 Toma de protesta de Adolfo López Mateos como candidato del PRI

17 de Noviembre de 1957

C. Presidente de la Convención Nacional; CC. Miembros del Comité Central Ejecutivo; Compañeros delegados:

Saludo en ustedes, a los sectores representativos del país, a mis compañeros de Partido y a la fuerza que impulsa el desarrollo nacional con fe en las doctrinas que heredamos de nuestros mayores, confianza en las instituciones que el pueblo ha establecido y acción orientada a la creación de un México mejor en lo humano, lo político y lo social. El Partido al que pertenecemos sostiene la filosofía de la Revolución Mexicana, anhela el cumplimiento de los principios constitucionales en que se resumen los ideales y postulado de la propia Revolución, considera que la meta de nuestro progreso se halle en la elevación de todos los niveles de nuestro pueblo, respecto de su salud, de su cultura, de su vida material y de su nivel cívico que permite al individuo el goce de sus derechos indeclinables y la posibilidad de intervenir en las tareas gubernamentales que pertenecen a todos.

La filosofía de nuestra Revolución ha surgido de la vida del pueblo. Es realista y mexicana, y postula el concepto básico de la unidad nacional; heredó sus ideales de los libertadores de 1810 y de los constituyentes de 1857 y ha recibido también las experiencias que nos han permitido, en nuestro tiempo, vencer los obstáculos internos y externos que se oponían al ascenso de la nación.

En la Constitución que nos rige está expresada una doctrina precisa y clara, en la que alcanzan justo equilibrio el ideal, la convicción y la realidad. La Constitución contiene un espíritu de progreso sin injusticia. Conforme a ella, la culminación de nuestra patria supone sacrificios que no deben descansar sólo en un grupo de mexicanos, para beneficio de los otros; el sacrificio y el beneficio deben ser generales, como lo son el desarrollo acelerado y constante de nuestro país.

México reafirma ahora los esenciales principios que ha recibido de las etapas de su historia. Entre todos ellos el más preciado es el de Libertad. Independencia, Reforma y Revolución, son perspectivas diferentes de una misma estructura nacional: la libertad humana, la libertad política y la libertad económica; todas ellas constituyen la máxima aspiración del mexicano.

No es casual que en esta hora del mundo, nuestra nación autónoma y respetada de todos los pueblos haya proyectado sus experiencias históricas en una arraigada doctrina internacional sobre la amistad leal entre las naciones.

México ha ido formulando en el curso de su vida las metas en que se reconoce al hombre como supremo valor de la historia, a la familia como entidad indestructible de la sociedad y a la patria como hogar común de todos y como tesoro de ideales y tradiciones que la integran y la hacen respetable en el concierto internacional. Nuestra patria jamás renunciará a su derecho de autodeterminación, porque es un país que ha luchado mucho contra las supervivencias de su origen colonial, contra las dictaduras interiores y contra las incomprensiones del exterior, para alcanzar un régimen de dignidad humana y de derecho justo.

La aportación que a nuestra vieja concepción de la libertad hizo la Revolución, es que para gozar de ella ampliamente el hombre requiere disfrutar de un nivel de vida que le convierta, como individuo, en un ser civilizado; como pueblo, en un conglomerado fuerte, sano y laborioso, y como nación, en una entidad tranquila en lo interior, y en lo exterior soberana y cordial con los pueblos de la tierra.

Al abrirse cada nueva etapa en la vida institucional del país, la suma de lo alcanzado en las anteriores es punto de partida para mejores metas. El sentido de la continuidad de las grandes tareas de la Revolución ata, para unirlos perdurablemente, los esfuerzos de ayer con los de hoy y con los que habremos de realizar mañana para servir a México.

El ascenso del nivel de vida de la población mayoritaria del país, constituye el propósito central de la Revolución y es nuestra meta invariable. A través de su proceso nos hemos ido orientando en los procedimientos que conducen a su logro, aunque pueden cambiar y agotarse en el recurso de la acción emprendida a largo plazo. El ideario de la Revolución permanece y será cada vez más imperativo mientras el desequilibrio entre los integrantes de la sociedad presente los contrastes que no hemos podido aliviar, entre aquellos grupos que no poseen sino su propia vida y quienes disfrutan ya de los efectos benéficos del desarrollo económico por el que han alcanzado abundancia y en algunos casos hasta privilegio. Hemos llegado a la conciencia nacional de que la solución fundamental de nuestros problemas está en el esfuerzo que desarrollemos. Nadie nos podrá abrir las puertas del mejoramiento general sino nosotros mismos, como individuos y como nación unida por los firmes lazos históricos; no tenemos ningún medio mejor para lograrlo que el rendimiento de nuestro propio trabajo.

Para que ese trabajo sea fecundo, debe ser tranquilo y armonioso; debe realizarse en un ambiente de paz interior en que los derechos de cada uno y los de todos se concierten y conjuguen; debe ser productivo, mediante la aplicación de métodos que ahorren el esfuerzo y aumenten el provecho; debe fundarse en la equidad que fomenta el progreso de todos y de cada uno y que reparte mejor los resultados de la tarea común, y debe pugnar por que la producción exportable que alcance pueda ser objeto de libre comercio con los demás pueblos, en trato amistoso y de reciprocidad conveniente para México. Por eso los mexicanos anhelamos la tranquilidad interior y la tranquilidad exterior. La paz interior no es sólo la ausencia de convulsiones o de hechos que la perturben; debe ser una paz activa, que entusiasme al trabajo y estimule la producción y el ahorro. En un país en que los derechos de los sectores de la producción económica se ejercen en un ámbito de comprensión mutua y de recíprocas y justas concesiones, los individuos cumplirán mejor su tarea si son trabajadores, y acometerán siempre otras actividades productoras si forman entre los que pueden y deben promover negocios para el progreso general.

La paz exterior solamente puede afianzarse con el conocimiento de que cada pueblo debe tener la decisión de respetar a los demás y demandar respeto igual para su vida sin que intervengan los extraños en sus asuntos interiores ni que muestren signos de agresividad o de amenaza.

En esta época, nuestro objetivo económico fundamental es la industrialización; ella crea un mejor nivel de vida y una concepción de nuestros problemas que se proyecta sobre el panorama nacional. Industrialización no quiere decir aglutinamiento de plantas fabriles sin orientación adecuada, sino la correcta aplicación de nuestros recursos para lograr una producción que garantice la vida de nuestra población en aumento. Agricultura, artesanado, manufactura, producción de servicios y distribución; todos los aspectos que presenta la economía nacional, deben encauzarse y equilibrarse dentro de reglas que originen abundancia y cubran nuestras necesidades, que mejoren las condiciones de la ocupación, eleven todos los niveles y que permitan a mayores sectores del pueblo convertirse en consumidores y productores y en sujetos capaces de gozar de los beneficios de la cultura y de las satisfacciones de la salud física y del sano esparcimiento.

De ahí que la norma dentro de la cual debemos proseguir la cruzada nacional del progreso, será la del equilibrio cuidadoso entre los diversos factores de la producción, pues en el complejo de la vida social y económica no pueden destacarse ni subordinarse caprichosamente ninguno de su aspectos. Especialmente deberemos buscar y mantener el equilibrio entre la agricultura y la industria.

Para mejorar cuantitativa y cualitativamente el consumo de los campesinos, de los obreros y de los miembros del sector popular, que constituyen la base de nuestra población, es indispensable continuar nuestro desarrollo económico sin el deseo de lograr efectos rápidos y espectaculares, a veces transitorios, orientando las fuerzas productivas dentro de un proceso sostenido que signifique firme avance.

Frente a las necesidades crecientes de nuestra población, todo estancamiento significaría retroceso. El imperativo de aumentar la producción de bienes y servicios, destinados al consumo interior y a la exportación, exige el adecuado aprovechamiento de nuestros recursos humanos, naturales y financieros, evitándose que permanezcan ociosos o que su utilización inapropiada perjudique a la comunidad en el presente y en el futuro. Debemos también evitar el despilfarro de nuestros recursos, porque ocurrirá si no buscamos que correspondan los resultados de su explotación con la magnitud de su aprovechamiento.

Con la tecnificación agrícola y la industrialización, alcanzaremos una mejoría efectiva coadyuvando a absorber los brazos que ahora suelen emigrar de algunas zonas sobre pobladas de la República para trabajar en el extranjero. Una industria adecuada requiere que se fortalezca y amplíe la capacidad de compra de los grandes sectores de la sociedad, para permitir una producción manufacturera en gran escala. A su vez la agricultura no podrá alcanzar un desarrollo deseable, si no cuenta con el apoyo de la producción industrial que ponga a su alcance maquinaria, aperos, fertilizantes y todos los demás elementos que requiere para modernizarse.

Para realizar mejor ese propósito es necesaria la coordinación de la iniciativa privada y de la pública, para que armónicamente realicen sus actividades en los campos que les son propios. El Estado debe crear incentivos que impulsen a la empresa privada a desarrollar sus esfuerzos dentro de los marcos señalados por el interés de la colectividad, evitando y sancionando toda forma de acaparamiento o de monopolio. Es conveniente mantener el sistema preponderante de libre empresa y de libertad de cambios, acorde con la estructura económica de nuestro país, que nos ha permitido un gran impulso en nuestro desarrollo. El aprovechamiento del sus recursos financieros de México, provenientes del ahorro interno, en obras de beneficio colectivo y de fomento general y su canalización productiva en el sector privado, deberán tendera satisfacer nuestras necesidades, estimulando la capitalización y, complementariamente, cuando ello tenga efectos benéficos, procuraremos recursos provenientes del exterior.

El desarrollo económico, con sus consecuencias a corto y a largo plazo, obliga a armonizar el uso de los recursos actuales y potenciales del país, teniendo siempre presente que de todos ellos el más valioso es el humano, por ser el factor activo en todas las tareas que se dirigen a alcanzar el mayor bienestar de la población.

Hay que tomar en cuenta los problemas derivados de su aumento constante que en un futuro cercano alcanzará coeficientes más elevados y que nos plantea la inaplazable exigencia de incrementar la capacidad productiva de nuestro pueblo. Si como es un hecho, nuestra población alcanza una tasa de crecimiento del tres por ciento anual, el aumento de la producción nacional deberá rebasar siempre esa proporción para que no haya estancamiento. Sería peligroso no vigilar atentamente la forma de aprovechar los recursos naturales de que disponemos, tanto en explotación como en lo potencial, pues una imprevisión del presente empobrecería a la nación en el futuro. Es un deber ineludible de todos los mexicanos el cuidar de sus recursos naturales, sean renovables o no, otorgándose al problema la alta significación que le corresponde. Basta recordar que una explotación errónea de nuestros bosques ha erosionado tierras antes propicias para la agricultura y ya convertidas en eriales. Conservar la tierra y el agua es misión de todo mexicano consciente de sus deberes para con la patria y para consigo mismo, y estoy cierto de que los ejidatarios y los pequeños propietarios rurales prestarán su colaboración para realizar una obra nacional con ese objetivo.

En la época actual, el desarrollo económico no puede ser tan natural y espontánea; el Estado ha de fungir un papel muy significativo para impulsarlo por su política de orientación, no para sustituir a la iniciativa privada, sino para crear las condiciones que estimulen las actividades productivas.

El crecimiento económico podrá encauzarse mediante un plan adecuado de obras de beneficio colectivo, de medidas pertinentes de carácter fiscal y crediticio y con el perfeccionamiento de instituciones que lo aceleren y equilibren. Todo ello aconseja la elaboración de un programa que sirva de guía a los fines y los medios que, debidamente coordinados permitan mejores resultados en la acción pública y privada. El buen éxito de ese programa dependerá sobre todo de su concordia con las realidades nacionales; tiene que ser la expresión de las corrientes de opinión de los agentes activos de la vida económica, y su redacción el resultado de un contacto estrecho que establecerán-el candidato y el pueblo de la nación.

El programa así elaborado, abarcará los asuntos de carácter cultural, social, económico y político, pues la complejidad de la vida común impide seccionar dichos aspectos y obliga a considerarlos como factores que se condicionan los unos a los otros.

El derecho de los ejidatarios a la tierra y los derechos laborales de los obreros constituyen dos realidades fundamentales de la Revolución, y para nosotros serán indeclinables. Por ello, mantendremos en todo su vigor la Reforma Agraria, el derecho de huelga y las normas tutelares del trabajo. Los campesinos sin tierras constituyen una de las preocupaciones primordiales de toda conciencia revolucionaria mexicana. Pese a los esfuerzos continuados de los gobiernos revolucionarios, aún existen grandes núcleos de población cuyas condiciones de salubridad, económicas, culturales, cívicas y de seguridad social, son en extremo precarias; por lo tanto, es imperativo para mí el que se sigan aplicando, en cada etapa de gobierno, mayor esfuerzo y mayores recursos para que esos patriotas alcancen en el menor tiempo posible los niveles de vida a que tienen derecho.

En el petróleo nacionalizado, ni un paso atrás. Es conquista de la Revolución orientada hacia nuestra independencia económica; nuestra riqueza petrolera es parte del patrimonio nacional y no puede tocarse sino para bien de México. Para obtener los recursos financieros que necesita el crecimiento de la industria petrolera, confiamos en el patrimonio de los mexicanos a fin de que el desarrollo de Pemex se funde en el crédito interior, procurando que la industria se ajuste cada día con mayor exactitud a normas de equilibrio y de salud económica, para que sirva plenamente a la patria.

Por eso esperamos de quienes sirven dentro de la industria del petróleo, la continuidad en la cooperación patriótica que han venido prestando a la empresa nacional y que se origina en una profunda comprensión del problema.

Otro asunto angustioso es la deficiencia de los planteles escolares en todo el país. Muy pobres serían los resultados de una política económica, en su verdadero significado, si no se destierra la ignorancia. No podemos desestimar las dificultades que hay que vencer para cubrir plenamente las aspiraciones y las necesidades de la población escolar, cada día mayores; pero debe ser preocupación constante del poder político encontrar, junto con todos los sectores del país la fórmula eficaz, difícil aunque no imposible, para atender el problema esencial en el presente y el futuro de la patria. Estoy seguro por lo demás de que los maestros serán, como siempre, los que con su espíritu de abnegación y ejemplaridad, aportarán sus mejores luces y sus esfuerzos en una labor de tan elevada trascendencia nacional.

Para acometer las tareas relacionadas con la educación pública, nos servirá de norma la convicción de que en todos y en cada uno de los grandes problemas nacionales será asequible la solución si la buscan estrechamente unidos, pueblo y gobierno, pues la experiencia nos enseña que cuando ambos se unen en una tarea común, todas las dificultades pueden ser superadas.

El aumento de la productividad, como norma imperiosa para mejorar los niveles de vida de los mexicanos, además de requerir mejores técnicos, que en muchos casos representarán inversiones mayores, también exige que el trabajador del campo y el de la ciudad gocen de condiciones de salud que les permitan realizar el esfuerzo productivo en términos benéficos para la economía nacional y para la del propio individuo y su familia. Por eso el mejoramiento y la conservación de la salud humana es una tarea imperiosa para el Estado en la que ha de contar la cooperación de todos los sectores sociales para ampliar los servicios de salubridad y extender, gradual y constan temen te, la ampliación de la asistencia y seguridad social.

La patria debe estar unida en lo espiritual y en lo material, tal como lo ha venido logrando progresivamente dentro del más firme espíritu de medicinadas; la facilidad de las comunicaciones en todos sus aspectos debe permitir llevar rápidamente a cualquier lugar de nuestro territorio el cálido pensamiento y el producto natural o elaborado. En un territorio tan extenso como el de nuestra República, con dos millones de kilómetros cuadrados, poco se obtendrá si el creciente aumento de nuestra población y el impulso de la producción no van enlazados al aumento de vías que permitan transportar los productos hacia donde se necesiten, evitando la escasez en uno y el almacenamiento perjudicial en otros casos.

Nuestros ferrocarriles deberán seguir siendo objeto de rehabilitación y de construcciones inaplazables. No podríamos continuar nuestro progreso sin contar con un sistema de vías de comunicación eficiente y completo. Al hablar de vías incluyo lo mismo las ferroviarias que las grandes carreteras, las secundarias y las vecinales; ellas, unidas a las rutas de navegación marítima y aérea y a las líneas y canales de comunicación electrónica, deberán formar vasto sistema de circulación de ideas, de personas y de bienes, que permitan un vigoroso desarrollo de la nación. Todos los trabajadores del sistema de comunicación, de transportes, ferrocarrileros, camioneros y quienes operen los demás sistemas comunicativos, tal como lo han venido haciendo, deberán cooperar en la eficiencia de esa vasta red con el criterio de que mantienen nuestra unidad y sirven en una tarea patriótica e indispensable.

La continuidad de nuestro progreso es tarea en que deberá actuar destacadamente la juventud mexicana; su genio creador, sus elevadas aspiraciones y sus limpios ideales participarán en el cometido de engrandecer y honrar a México. Los jóvenes, hombres y mujeres, poseen la inspiración creadora con que la nación descubre sus mejores posibilidades; dominar los desiertos, los vastos escenarios de nuestros mares, los contrastes impresionantes de nuestra geografía y los secretos de la naturaleza cuya conquista corresponde a su voluntad de saber y al ansia de conocimientos que bullen en su mente y en su corazón animoso. El ascenso incesante de la nación reclama que los jóvenes mexicanos se empeñen ardientemente en la conquista de mejores instrumentos en la ciencia, la técnica, el humanismo y el trabajo, para que no desmaye su pueblo, que ellos deberán acaudillar en el futuro con su vigor espiritual.

A las mujeres de México, cuyas cualidades resumen la virtud más firme y la emotividad más valiosa, corresponde también un superior cometido. La vigilancia del patrimonio moral que alienta en los hogares mexicanos y les da estabilidad, es indispensable para conservar y enriquecer la consistencia del núcleo familiar. Somos un pueblo que ama sus tradiciones y que jamás ha renegado de sus creencias. Así queremos y debemos seguir siendo. De las mujeres depende el constante mejoramiento espiritual de los mexicanos, pues es en el hogar donde el niño, hombre del mañana, recoge y atesora los valores permanentes: el sentido de la dignidad propia y el respeto de la dignidad ajena; el concepto de la cohesión familiar; el amor a la patria como hogar común; y la aspiración de grandeza social por la senda de la rectitud, la integridad personal y la responsabilidad pública. De los hogares que encauce una mano maternal firme y generosa, de nobles sentimientos y ardientes ideales, saldrá siempre un pueblo mejor, que honre a México y afine el perfil de su anhelos.

La mujer llega por primera vez a una campaña presidencial con la plena ciudadanía que le fue reconocida por la Revolución en un acto de justicia y de dignificación memorable. El derecho al sufragio no la arranca de la familia para llevarla ala política, sino que lleva al hogar la compenetración profunda de los grandes problemas nacionales y la reflexión diaria sobre los asuntos que a todos competen. Probará una vez más, que ninguna prédica tendenciosa y ningún señuelo falaz podrán trocar sus más íntimos sentimientos ni desviarla de su hogar ni de su pueblo. La mujer será un ciudadano que labora por México; no debemos distinguirla del varón sino para honrarla más.

México puede enorgullecerse de poseer institutos armados, ejército y marina, que son ejemplares, consagrados totalmente al mantenimiento de la vida institucional, a garantizar la tranquilidad interior y a defender la soberanía de la patria. Por ello, si somos electos por el pueblo, continuaremos su mejoramiento moral, profesional y económico.

Conviene especialmente que mis conciudadanos estén seguros de que la probidad en la administración pública se ha incorporado indisolublemente al patrimonio ideológico de la nación, de suerte que la decencia en el funcionario debe ser consubstancial, toda vez que la mera condición de servidor público tendrá que suponer una obvia honorabilidad. Ningún gobierno puede arraigar en el ánimo popular ni lograr el progreso social, si los funcionarios que lo integran no se hacen dignos del respeto y la consideración de sus conciudadanos. No nos limitaremos a pedir una integridad pasiva, consistente en la no comisión de actos indebidos; procuraremos la integridad activa que obliga al funcionario a rendir todo el esfuerzo que corresponde a su cargo, responsabilidad y jerarquía.

En el curso de nuestro contacto con el pueblo iremos redactando el programa de acción, en el que, para fijar un criterio real de las necesidades, problemas y soluciones, al lado de lo que aporten los hombres de estudio y experiencia, estará la opinión de los ejidatarios y pequeños propietarios, de los obreros e industriales, de los trabajadores del Estado, de los educadores y estudiantes, de las mujeres y, en general, de todos los mexicanos empeñosos en el progreso de la patria.

Para desenvolver los lineamientos de la acción futura, en el caso de ser electo por el pueblo de mi patria, con previa confrontación del estado a que ha llegado la realización del programa de los gobiernos revolucionarios, que en los últimos lustros han venido edificando la grandeza de nuestro país tenemos que proseguir con los principios de la Revolución en que dicho programa se apoya: la construcción de obras hidráulicas que permitan irrigar regiones y aumentar la producción; la construcción de obras de comunicación y de transportes que logren la culminación del sistema vial, ferroviario y aéreo para la mejor integración nacional; la construcción de las obras portuarias que en el vasto programa de progreso marítimo apenas comienza y ha rendido ya frutos importantes para el fomento de la nación; la instalación de plantas de producción eléctrica y de nuevas unidades dentro de nuestra industria petrolera, ya que ambas nos proporcionan los recursos energéticos necesarios para el trabajo nacional; el establecimiento de planteles escolares en la medida que se requiera y por último, el beneficio creciente de los sectores de la población de menores recursos, cuyo mejoramiento depende directamente de la acción del gobierno.

Antes que nada, prometemos solemnemente no escatimar esfuerzo alguno por mantener el ambiente cívico en que vivimos, en cuya creación el gobierno ha alcanzado las más altas metas que hacen posible que en México disfrutemos de la libertad de vivir y de pensar, de expresar y de creer, de reunirse, de trabajar y de criticar al gobierno, en los términos más amplios que puedan concebirse.

Con estos principios de orden general, emprenderemos la relación constante con todos los sectores del país para recibir su inspiración y enviarles el mensaje de nuestro pensamiento. En la lucha electoral nos empeñaremos por entregar al pueblo conclusiones positivas y puntos de vista despejados de inclinaciones personales o subjetivas.

Nos sentimos únicamente emisarios de nuestro Partido para llevar al pueblo su doctrina y valorar las realizaciones revolucionarias. Hasta ayer tuvimos el privilegio de servir al país dentro de un régimen, el del patriota presidente don Adolfo Ruiz Cortines, que ha acrecentado el prestigio de la Revolución y ha honrado a México.

Desde ahora comenzaremos la misión que como candidato hemos protestado cumplir; en ella invocaremos constantemente la ejemplaridad de nuestros héroes y de los demás patriotas que son los constructores de nuestra nacionalidad y que alientan en la orientación permanente de nuestras labores.

Hoy hacemos entrega de nuestra vida para luchar por el bien de la Patria; nos ponemos nuevamente al servicio de la nación para recoger sus anhelos y sus aspiraciones, continuamente renovadas; y llamamos al pueblo mexicano, aquí representado, a que alcance en una nueva etapa otra victoria y continúe por la ruta de su glorioso destino.