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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1940 Plan Almazanista

Yautepec, Mor., Septiembre 22 de 1940

El Presidente Sustituto Constitucional, Gral. Héctor F. López, a sus conciudadanos:

Al establecer en este lugar, transitoriamente, el asiento del Poder Ejecutivo de la Federación de que me hallo investido por acuerdo del legítimo Congreso de los Estados Unidos Mexicanos, sustituyendo al funcionario que no supo hacer honor a la protesta solemne que prestó de guardar y hacer guardar la Constitución, es mi primer acto el de informar a mis conciudadanos y a los habitantes de todo el país de las normas y principios que regirán las funciones del Presidente Sustituto.

Surgió el gobierno que presido de la más genuina e indiscutible expresión de la voluntad del pueblo. Para cumplir su mandato, es indispensable encauzar a la nación por un sendero verdaderamente liberal, avanzado y progresista, del que se le tiene apartado. Mi breve actuación será dirigida, inquebrantablemente, ha hacer efectivo ese mandato del pueblo, que se pretende suplantar por los usurpadores.

Sin compromiso alguno con reaccionarios, ni de dentro ni de fuera, cualquiera que sea el color con que los marque el triunvirato totalitario de Hitler-Stalin-Mussolini, cuidaré de elevar el estándar de vida de los mexicanos, de todos los mexicanos sin distinción, espiritual, moral y materialmente, impartiendo, no obstante, especial atención a los desvalidos. Estos han sido los más explotados y oprimidos por una política que, con sarcástica crueldad, proclama que son el objeto de su especial predilección para alcanzar la meta de la república del proletariado.

Nuestro programa, en lo político y en lo social, seguirá siendo la Constitución de 1917.

Sinceramente demócrata, viejo soldado del maderismo, la administración que presido velará con anhelo y devoción por los derechos y libertades del hombre y por nuestras instituciones democráticas, amenazadas inminentemente por los agentes del triunvirato totalitario a quienes barreremos de nuestra Patria sin compasión alguna ni complacientes excepciones, como deben ser combatidos tenaz e inflexiblemente por los hombres libres del mundo.

Dentro de este criterio y para los fines aquí expuestos haré uso de las facultades que me ha conferido el H. Congreso de la Unión, en los ramos de Gobernación, Hacienda y Defensa Nacional, y nombraré dentro de pocos días a los Secretarios del Despacho.

La realidad de México, angustiosa y difícil, avecina al hambre más tremenda —producto directo de un Gobierno de impreparados, imitadores de ensayos totalitarios—, no puede ni debe servir para encubrir o justificar el fraude electoral, la más burda y cínica falsificación de la soberanía del pueblo. Al contrario, tolerar la usurpación del poder público y con ella la continuidad del Partido único (partido totalitario), y de los “planes sexenales” (planes comunistas), que han determinado esa angustiosa realidad, sería laborar por la consumación del desastre nacional.

No son los que hoy asaltan el poder los únicos que han pretendido cobijarse con el manto sagrado de la Patria. Todos los usurpadores de México alegando que sobre la defensa de las instituciones democráticas, que llaman “pasión política”, está la Patria, que ellos osan personificar.

Después de forzar la mente de la niñez y de la juventud dentro del duro molde del comunismo marxista, de atacar la inviolabilidad de la conciencia y la unidad moral de la familia; a raíz de ejercer un ilegal despotismo y de extenderle de un lugar a otro del país la persecución y el asesinato político para imponer un sucesor, cuando se convierte el suelo de nuestros may ores y de nuestros hijos en un basurero internacional, atrayendo y recibiendo en él a los desechos político-sociales, agentes perturbadores de gobiernos extranjeros; después de toda esta labor antipatriótica, se tiene la audacia y la soberbia de ocupar el escenario venerado del padre Hidalgo para pedir la unión de todos los mexicanos; el apaciguamiento, que no serían más que la complicidad con la usurpación, la cobarde renunciación a la democracia.

Tal unión y apaciguamiento no pueden existir, porque no existen en los espíritus. Si la democracia es realmente el vínculo y el estandarte de libertad que ha levantado en alto el Hemisferio Occidental; si la unión de las repúblicas americanas, reiterada en la conferencia de La Habana, es para “preservar en ellas la civilización cristiana”, para defender nuestras familias, nuestros hogares, nuestra libertad corporal y espiritual, todo lo que ennoblece y dignifica el ser humano, y defenderlo por la libre determinación de la voluntad popular; entonces, nuestro primer deber es y será el de defender y preservar las instituciones democráticas de México, actualmente desconocidas y ultrajadas.

Para vencer internacionalmente la amenaza totalitaria con el signo de la democracia, es indispensable que cada república americana alcance la victoria interior con la abnegación y bravura de sus hijos, guiados por ese mismo signo.

Para que México sea un miembro activo y eficaz de la unión para la defensa de la democracia en las Américas, y no un elemento perturbador por medio de gobiernos testaferros de dictadores extranjeros, es imperioso, es inaplazable, que todos los mexicanos reintegremos el imperio de la soberanía nacional, que “reside esencial y originariamente en el pueblo” y que fue manifestada en las elecciones del 7 de julio pasado. Es necesario que instalemos en el pleno ejercicio de sus funciones a los poderes Legislativo y Ejecutivo, que el mismo pueblo designó. La unión democrática de las Américas sería un mito sin la existencia de la democracia en cada una de las repúblicas.

Nuestra misión en estos momentos es defender y reintegrar la democracia en México, y si para defenderla “sobreviene la calamidad de una guerra fratricida”, los culpables serán no los que representamos y sostenemos a los poderes públicos legalmente electos sino los que ataquen a esos poderes desconociendo la soberanía del pueblo.

Para cumplir esta alta misión cívica, hago un llamamiento al pueblo mexicano, a todos los hombres y mujeres libres resueltos a hacer respetar sus derechos ciudadanos, para que con los medios que cada uno tenga a su alcance impida la consumación del fraude electoral y de la usurpación, sumando sus esfuerzos a los de este Gobierno. Confío en que todos y cada uno cumplirán con su deber, y puedo asegurar que al cabo de nuestros sacrificios y abnegaciones, que estarán acompañados por la simpatía de los pueblos demócratas, reinará en México la libertad, el orden y la justicia social.

Yautepec, Mor., septiembre 22 de 1940.