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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1936 La bandera mexicana y el proletariado. Vicente Lombardo Toledano

Febrero 6 de 1936

 

Discurso pronunciado en nombre de la Confederación General de Obreros y Campesinos de México, en el mitin organizado por el Comité Nacional de Defensa Proletaria, en el Teatro Cívico "Álvaro Obregón" de la ciudad de México, la noche del 6 de febrero de 1936.

Nos llaman traidores a la Patria. Analicemos que es la Patria. ¿Desde cuándo ha de contarse la Patria Mexicana? ¿Cuándo surgió aquí, en esta región del territorio de América? ¿En 1821, o antes? ¿En 1857, o antes? ¿En 1910, o antes? ¿Quiénes la formaron? ¿Los indios? ¿Solamente ellos? ¿Los españoles agregaron algo a la Patria anterior, o crearon una nueva Patria? ¿Las guerras con el extranjero contribuyeron a crear la Patria Mexicana que no existía? ¿La dividieron, si era fuerte? ¿La destruyeron, si era débil? ¿La invasión yanqui del cuarenta y siete, que repercusión tuvo en la Patria Mexicana? ¿La invasión de los soldados de Napoleón III en que forma contribuyó a que la Patria cuajara, o a que la Patria rodara, o por lo menos vertiera sangre por sus heridas? ¿Cuándo nació la Patria? ¿Quiénes la hicieron? ¿Qué fisonomía ha tenido en el curso de nuestra evolución histórica, y cuales características tiene hoy? ¿Quiénes le detentan? ¿Quiénes la sufren? ¿Quiénes la disfrutan? ¿Quiénes la lloran? ¿Quiénes la cantan? ¿Cuál es esta Patria de diecisiete millones de habitantes en un vasto territorio casi despoblado?

Antes de la llegada de Hernán Cortés no había Patria, en el sentido de una unidad, de una sola comunidad de hombres asentada sobre un territorio único. Ya antes de la llegada del blanco a la América, en esta porción del continente había un imperio que vivía en la región de los lagos, que tuvo por núcleo la ciudad de Tenoxtitlan y que sojuzgó a todos los pueblos del vasto país de costa a costa, de norte a sur, hasta donde pudo llegar su ejercito sin el peligro de una derrota. Por eso fue fácil la conquista. Porque el español contó con el odio de los totonacas, de los tlaxcaltecas, contra el imperio de Anáhuac. ¿Fueron traidores a la Patria los indígenas que poblaban la costa de Veracruz, porque condujeron a Hernán Cortés hasta la altiplanicie? ¿Fueron traidores a la Patria los tlaxcaltecas porque unidos a los totonacas, llegaron hasta Texcoco y construyeron las naves y sirvieron de espías al Invasor, con el fin de que este pudiera dominar al grupo poderoso?

¿Cual era la Patria antes de la llegada de los españoles? ¿La Patria de los Aztecas? ¿La Patria de los totonacas sojuzgados por el imperio de los aztecas? ¿La Patria de la República de Tlaxcala, también sujeta al yugo del mismo imperio? ¿La Patria de los mixtecas, la de los zapotecas, también sometidos? ¿La de los mayas perdidos también? ¿La de los matlatzincas, la de los tarascos, la de los otomíes, que sufrían el mismo dolor? ¿Quiénes formaban la Patria Mexicana?

EI invasor español se sirvió de los grupos débiles para acabar con el fuerte, con el explotador; pero en cuanto cayó la Capital del Imperio, después de largos meses de lucha constante, y ante la superioridad de la técnica guerrera del conquistador, este se convirtió a su vez en un explotador de todos los habitantes del Anáhuac, sin distinción de grupos, de tribus, de razas o de grados en el desarrollo de la cultura autóctona. A los que lo ayudaron en su empresa los castigó en la misma forma que a los que venció en la lucha; todos fueron esclavos. Las encomiendas, que tenían aparentemente una finalidad religiosa, no fueron más que el repacto de la tierra y de su contenido humano, para el fin de que los que habían venido hasta aquí a satisfacer la ambición de oro de Castilla, pudieron colmarla.

EI español, se dice, agregó, en cambio, su idioma, agregó su lengua, agregó su religión, agregó su cultura. Si; es verdad; pero esto era inevitable, por razón biológica: porque el comercio entre los hombres se hace entendiéndose. No se legó la lengua de Castilla a nuestros antepasados por una finalidad académica de cultura superior; se les impuso una lengua extraña, porque el idioma es signo evidente, y vanguardia además, de todo acto imperialista, de toda conquista, de toda sujeción. Se impuso la religión católica porque tenía, asimismo, una finalidad económica, no una finalidad espiritual. Lo que se impuso aquí fue el deseo que movía entonces a los pueblos de Europa en guerra: repletar sus arcas vacías de oro y plata y de otros metales y materias primas. La conquista no tuvo más que esa finalidad suprema. Y tanta fue la crueldad desplegada por los encomenderos para realizar sus propios apetitos y para cumplir con la encomienda, que los propios jefes del Estado español tuvieron que intervenir, en nombre de una supuesta caridad, con el propósito de que no se siguiera extinguiendo esta raza en las minas, en los campos de cultivo, en las ciudades, en donde a golpes constantes edificaban las murallas, las iglesias, los conventos, los cuarteles, todos ellos para beneficio exclusivo del invasor que venia a explotar sin consideración y sin tregua.

Así fue surgiendo la Patria nuestra. No fue un choque de civilizaciones, como se dice vulgarmente entre nosotros; no surgió por un choque de culturas nada más, sino como consecuencia de una fuerza superior que sojuzgó a una mayoría desarticulada con luchas interfamiliares violentas, con luchas raciales también, llenas constantemente de sangre y de tumultos. La Patria Mexicana empezó a cuajar en medio del dolor de la guerra, del exterminio de unos y otros. Las quejas de la masa jamás llegaron arriba; las protestas de los que empezaban a tener conciencia de su actitud, tampoco fueron escuchadas.

Largos siglos transcurrieron así -los de la época virreinal-, siglos durante los cuales las minas produjeron millones de libras de plata, que se fueron para España, durante los cuales, alrededor de las mismas, se sembró lo indispensable para que la mano de obra gratuita no falleciera de inanición; durante los cuales, también, no se hizo ninguna labor que llegara al fondo del pueblo, que le otorgara verdaderos derechos.
 
La Revolución que a fines del siglo XVIII empezó a cuajar en la conciencia de una minoría semiletrada, integrada por españoles nacidos en México y por mestizos, fue un movimiento que no provocó, que no usufructuó, que no aprovechó la inmensa masa indígena de parias; fue una revolución de la pequeña burguesía -como decimos hoy en términos precisos de sociología-, en contra de la gran burguesía española y clerical; no fue un movimiento de autonomía perfecta; se trataba únicamente de evitar el círculo cerrado en que vivían gentes de la misma raza de los conquistadores, que no habían logrado provecho en el botín de los indios baratos. Fue esta revolución un rasgo característico de la lucha de una nueva clase social colocada entre los dos extremos de los elementos de la población mexicana; entre la masa de abajo, color de bronce, y la capa superior integrada por una minoría de hombres blancos.

La Guerra de Independencia, sin embargo, llenó como tenía que ser, de sangre indígena todos los campos de batalla, todas las ciudades; fueron soldados los nuestros, que peleaban sin saber por qué, solo lo hacían por el instinto natural de ir a una situación nueva, que con la esperanza un poco vaga de mejorar en el futuro, se prestaron animosos a ir tras de las huestes insurgentes para luchar contra el poder de España. Pero la minoría provocadora de la Revolución lo hizo para fines propios, explotando sólo el malestar de la masa, y que, en el momento preciso, después de once años de enormes sacrificios, pactó la paz para sí propia; la gran burguesía española derrotada, huyo en su mayoría; quedó dueña del campo de la lucha la gran burguesía criolla, el clero nativo o el clero criollo, y ellos fueron los que heredaron las tierras, las minas, los palacios, los conventos, los cuarteles, todo lo que en alguna forma tenia valor en Nueva España.

Por eso es que, andando los años, después de la Independencia, los pocos que dentro de la gran masa explotada del pueblo se daban cuenta de la situación, comenzaron a interrogarse a si mismos: ¿Que ventajas hemos logrado en once años de lucha estéril? ¿En dónde está la emancipación del país? ¿Qué Patria hemos logrado nosotros? No dependemos de España, pero, ahora, ¿de quién dependemos? Los once años que corren, a partir de 1821, son años en que parece que nadie sabe por qué luchan en México.

Bandos y sub-bandos, grupos que nadie guía, combaten con distinto programa, con distinta bandera al parecer. Se perfila sin embargo, en medio de los combates, una doble tendencia: por la una parte el centralismo; por la otra parte el federalismo. Se empieza a hablar, ya en aquella época, de que es menester organizarse, establecer las bases de una serie de autonomías regionales que alivien la situación de la masa oprimida, especialmente en aquellas zonas pobladas densamente por indígenas, para liberarlas del yugo tradicional de individuos que los explotan con el nombre de caciques, de encomenderos.

Triunfa al fin la Revolución Liberal; sus directores se convierten en los poseedores de los instrumentos de la producción, se realiza la separación de la Iglesia y del Estado. El clero disponía de más de las dos terceras partes de la tierra laborable del país. Juárez fue en contra del poder económico de la Iglesia, y para acabar con el tuvo que arrebatarle el poder político, el poder legal; secularizó los templos, los cementerios, estableció el matrimonio, prohibió una serie de intervenciones ilícitas del clero, creó la escuela laica, y dio a la Nación Mexicana, por la primera vez, un sello de universalidad que jamás había tenido.

Las ideas libertarias de la Revolución Francesa alegraban los corazones de todo el pueblo de México. Se pensaba en que la libertad concedida al hombre para reunirse, para expresar su pensamiento, para elegir a sus gobernantes, para decidir de su propia conducta, bastaría para hacer la felicidad de la Nación Mexicana. Y cómo no había de anhelarlo, si tantos y tantos siglos había vivido el país, su gran masa explotada, vilipendiada, injuriada sistemáticamente por toda clase de explotadores.

Fueron nuestros abuelos amantes de la libertad abstracta, de la libertad en todas las manifestaciones de la vida cívica, de la libertad como expresión recóndita de la actitud y los deseos individuales.

Pero corrieron también los años, y otra vez más volvió a preguntarse el pueblo, la inmensa mayoría de la masa: ¿Cual ha sido la consecuencia de la Reforma? ¿En dónde está la Patria que se nos ofreció en los campos de batalla? ¿En dónde la Nación liberada, al fin, de opresores internos y de verdugos extraños? ¿Que es México? ¿Para quién es? Ya las tierras comunales en una inmensa mayoría habían desaparecido; las Leyes de Reforma, ortodoxas en cuanto a acabar con toda corporación o limitación de la libertad individual, destruyeron como propiedad de las comunidades de campesinos los últimos fundos legales de los pueblos; vino una Ley exprofeso para que las autoridades municipales, a mejor postor, remataran las tierras que poseían las comunidades desde hacia muchos años. Se pensó que la libertad, la libre concurrencia de las mercancías, de la voluntad y de los pensamientos, bastaría para hacer una Patria feliz dentro de la cual habría de triunfar solamente el honrado, el inteligente, el valeroso, el perseverante.

¡Utopía! ¡Espejismo! ¡Actitud romántica pura! Los latifundios comenzaron a surgir; la ley sobre terrenos baldíos, la ley de deslinde de los terrenos no reclamados y registrados ante la autoridad competente, acrecentaron la riqueza de los que ya tenían mucho oro, aumentaron el patrimonio de los ricos, y los indios, los campesinos más pobres, se convirtieron en manadas que emigraban de una región a otra del país. El porfirismo, casi medio siglo de explotación, de tiranía autentica, de sonrisa a los dos imperialismos de entonces, al inglés y al norteamericano, ahogaba a la masa en la inconsciencia, y la mantenía en la más abyecta ignorancia. Por eso llegó un momento en que esta Patria, integrada en su mayoría por unidades destruidas, ignorantes y próximas al paroxismo, reventó al cumplirse exactamente cien años de la consumación de la Independencia.

Y en el fragor de la etapa que va de 1910 a 35, volvemos a preguntarnos los jóvenes de hoy, los viejos de ayer, los precursores de la Revolución, los revolucionarios con las armas, los revolucionarios con las ideas, quienes hemos sido sinceros: ¿qué es la Patria Mexicana? ¿Cuándo surgió? ¿Cuál es? ¿Quiénes la forman? ¿Cómo debemos defenderla? ¿Qué debemos amar de ella? ¿Qué debemos de ella despreciar? La interrogación lleva, pues, camaradas, por lo menos siete siglos de estar planteada ante el destino histórico; siete siglos de preguntar, con palabras o sin ellas, ¿en dónde está la Patria, de quien es la Patria en México?

Ya tenemos la contestación: la clase patronal de Monterrey levanta la bandera tricolor y dice: "Esta es la Patria; nosotros, antes que otra cosa, somos mexicanos, y los obreros de México son rusos, son traidores a la Patria". (Aplausos). ¿La Patria es de Monterrey? ¡Que audacia! ¡Que cinismo! ¡Que sarcasmo! i Cómo subleva los corazones honrados de los que siempre han sufrido en esta Patria que no ha podido siquiera cubrirles los pies! (Aplausos).

Hay dos patrias en cualquier nación del mundo: La patria de los explotados y la patria de los explotadores. La patria de los que explotan, siempre es patria sonriente; la patria de los que sufren, siempre es una patria llena de lágrimas. Por eso en esta noche, a propósito de la actitud pérfida, ruin, falsa, cínica, de la clase patronal de Monterrey, llega el momento de reivindicar lo que es nuestro, y de colocar a esos llamados patriotas en el terreno que merecen, de traidores a la Patria Mexicana. (Aplausos).

En Sonora, ¿de quien es la Patria? De un grupo de hacendados, de un grupo de antiguos y de nuevos ricos; tribus indígenas, carne eterna de canon, campesinos aherrojados, curas rapaces al servicio del capataz, al servicio del nuevo encomendero; prostíbulos en el Norte, mineros carcomidos por la tuberculosis; eso es la patria de Sonora.

En Baja California, la patria pertenece a los yanquis en la mitad de su territorio, y después, en el Sur, minas también de extranjeros, mineros podridos por las enfermedades profesionales; gentes miserables sin posible comunicación con el Continente; y en Chihuahua, la patria es igual: minas de empresas extranjeras, tarahumaras semidesnudos que apenas hablan el español, abigeos criollos en combinación con los roba-ganado de los Estados Unidos. Pero muchas tumbas de villistas muchas tumbas de soldados anónimos que no pueden levantarse ya para decir que la patria no es de Monterrey, sino de la tierra dura de Chihuahua que castigó con los fusiles, en muchas batallas, a los que angustiosamente buscaban qué comer. (Aplausos).
En Coahuila, ¿la patria de quién es? ¿Quién la usufructúa? ¿Quién la detenta? ¡Quién la aprovecha? Empresas extranjeras propietarias de la región carbonífera, latifundistas antiguos y modernos también; prostíbulos en la frontera, ignorancia en los campos, gentes todavía sin ejidos, salarios de hambre; y en Tamaulipas, en donde un jefe de familia en la costa recibe nominalmente un peso de salario, pero tienen que trabajar su mujer, sus hijos y sus parientes políticos por esa suma de dinero, y que después de veinte años de ahorrar parte de ese miserable jornal, puede apenas comprarse unos calzones de manta: eso es la patria en Tamaulipas. Y la zona petrolera, ¿de quién es? ¿De los parias de México? ¿De los obreros mexicanos?

Y así, de Norte a Sur, hasta Chiapas: la vergüenza, la fosa común, la tortura de los que tenemos ciertas ideas y cierto sentimiento de responsabilidad; manadas de bestias humanas al servicio de una oligarquía de alemanes que explotan el café en el Soconusco, en combinación con los filibusteros de Guatemala y de México; ciegos por la onchocercosis, pintos por el mal que mancha la piel, atormentados por el bocio, que suspende del cuello enormes bolas como las esquilas de los rebaños; por pobres, por desnutridos, porque no bastan unas tortillas y chile para poder vivir.

Y subamos hasta la región en donde el aire es mas puro, hasta la altiplanicie mexicana, tantas veces cantada por todos: masas que viven del pulque, porque no pueden reemplazarlo, porque si no fuera por el pulque ya habrían muerto de pelagra o de cualquiera otra enfermedad que aniquila a los hombres, cuando no tienen bastantes calorías para poder sobrevivir.  

Esto es la patria en mil novecientos treinta y cinco. Pero la patria de los nuevos ricos, de los millonarios, de los antiguos ricos; no es esa patria: su patria es brillante, tiene prensa, tiene escuelas, tiene espectáculos, tiene todo lo que se pueda poseer con su dinero, tiene todo lo que ellos ambicionan. Y en cambio, la inmensa mayoría de la gente de México, esa que hasta tiene que huir a veces a los Estados Unidos a buscar que comer, esta otra patria que ellos forman seguramente, no tiene derecho a figurar al lado de la de los millonarios de Monterrey.

Para ellos la patria de los pobres no es la patria, y se arrogan la representación de ella, y como para colocarnos a nosotros en derrota, perdidos en el pasado, el presente y el porvenir de México, enarbolan la bandera nacional y cantan el himno en las calles en actitud de mártires ante la ola roja de Moscú. (Aplausos).

Creen que nosotros le tenemos asco a la bandera nacional, que la repudiamos, que somos descastados, que no amamos la patria. ¡Qué profundo error! ¡Qué grande ignorancia! ¿No leyeron estas pobres gentes, estos pobres ricos, no leyeron alguna vez, o sus consejeros por lo menos, el manifiesto de Marx y de Engels? ¿Cuando el socialismo ha repudiado la patria? ¿Cuando el socialismo ha dicho que destruir la patria es un acto de revolucionarismo? ¡Idiotas! ¡Ignorantes! ¡Imbéciles! ¡Cobardes! (Aplausos).

(EI orador despliega una bandera nacional).

Esta es nuestra, de los pobres, de los asalariados, de los que nunca tuvieron patria; no de los traidores a la enseña nacional! ¿No leyeron a Juan B. Justo, el intérprete de Marx, el divulgador de Marx en Sudamérica, hablando de internacionalismo y patria? Y para hablar de hoy mismo, ignorantes de Monterrey, torpes burgueses de Monterrey, ¿no leyeron el proceso de Dimitrov? Cuando los que establecieron la dictadura fascista en Alemania, lo inculpaban diciéndole: "Usted no ama a su patria", "si la amo, respondió: porque soy socialista la amo; porque quiero una patria llena de hombres felices y libres, por eso soy patriota". (Aplausos).

Esta bandera no representa, no debe representar, sociedades anónimas que enriquecen a sus gerentes y defraudan a sus accionistas, como las de Monterrey. (Aplausos). Esta bandera representa millones de cadáveres de indios, ríos de sangre en la Revolución de Independencia; sangre también a raudales en la guerra hasta la mitad del siglo pasado; más sangre en la Reforma; sangre después de Ulúa; en Valle Nacional, en todas las prisiones políticas de México; sangre en 19l0: la de Madero, la de Serdán, la de los Flores Magón, la de tantos obreros y campesinos anónimos que lucharon por ella; esto es sangre; es carne de la masa mexicana, no es trofeo de bandidos que explotan al pueblo. (Aplausos).

Amamos la bandera roja, amamos la bandera rojinegra, amamos todos los símbolos del proletariado, porque ellos son suma de todas las banderas particulares amasadas con sangre de todos los proletarios del mundo. (Aplausos). Pero no somos traidores a la patria; estamos haciendo una patria, construyendo una patria de verdad. La interrogación de siete siglos debe tener respuesta: ¿cuál? México, país de hombres bien nutridos; país de hombres que lean y escriban, país de hombres que puedan disfrutar de la vida; no parias, no alcohólicos, no sifilíticos, no tristes; juventud alegre. Pero la burguesía no ha de darnos la alegría ni ha de darnos la ilusión por vivir. Por eso es la lucha, y creen que nos espantan. ¡No! Aquí está la bandera nuestra, aquí está la otra bandera, nuestra bandera (SEÑALA LA BANDERA ROJINEGRA QUE CUBRE LA MESA DE LA PRESIDENCIA. (Aplausos).

De hoy en adelante, a partir de mañana, que en cada local obrero haya una enseña tricolor junto a la bandera roja del proletariado. (Aplausos). Los que han ensangrentado nuestro país, los que durante siglos han chupado la sangre de una masa inerme, no tienen derecho a cobijarse bajo esta enseña que es sangre de sus propias víctimas. (Aplausos).

Y para concluir, camaradas, tengo que realizar el voto de un muerto. En 1921 hubo un Congreso de carácter internacional, en la ciudad de México, en el que estuvieron representados los intelectuales avanzados de aquella época, de los diversos países de habla española, y entre ellos, como figura central por su hidalguía, por su carácter varonil, por su despego a los bienes materiales, por su figura de Quijote auténtico, se destacaba la figura de don Ramón del Valle Inclán. Acaba de morir; en la comida íntima que tuvimos los representantes extranjeros y un grupo de jóvenes que entonces salíamos de las aulas, don Ramón del Valle Inclán, ya percatado de la situación del campesinado mexicano, nos recomendaba que era menester seguir luchando por la emancipación de los indígenas; entonces compuso aquellos versos que han corrido por todo el mundo, que dicen: "Indio mexicano, mano en la mano, mi verdad te digo: lo primero, matar al encomendero, y después, segar el trigo".

Y lo escribió un español que venía a América a protestar contra los encomendaros de allá, contra los encomenderos de todas partes, y me dijo: Lombardo, cuando yo falte, cuando yo muera, por lo menos que quede estampada mi protesta con mi nombre en este símbolo que tanta sangre ha costado a los parias de México. (EL ORADOR ENSEÑA UNA PEQUENA BANDERA NACIONAL.). ¡Aquí esta la firma de Ramón del Valle Inclán! He guardado la bandera muchos años. Don Ramón del Valle IncIán ha muerto; aquí esta su ultima voluntad. La entrego al Comité de Defensa Proletaria, cumpliendo sus deseos, porque es preciso hoy colgar a los encomenderos de esta época. (Aplausos).

Denuncio, al concluir este mitin, que hoy a las cinco de la tarde la clase patronal de la ciudad de México acordó ir a un paro general, como el de Monterrey. (GRITOS DE PROTESTA). Nada de exaltaciones; nada de tumultos breves, pasajeros y estériles. Dejemos la responsabilidad al Comité de Defensa Proletaria. Nosotros, en Monterrey, o aquí, o en cualquier rincón del mundo, en donde impere el régimen burgués, cumpliremos con nuestro deber, como soldados de honor del proletariado. (Aplausos).