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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1929 José Vasconcelos: Discurso de aceptación de la candidatura a la presidencia de la república.

5 de Julio 1929

Por primera vez desde 1910 logra reunirse en nuestro país una Convención en la que están representados los anhelos del pueblo mexicano. Desde hace dieciocho años, y en medio de la ola de corrupción que nos ahoga, la palabra misma, el nombre mismo de la Convención ha sido corrompido mas de cien veces para aplicarlo a conciliábulos de incondicionales o a grupos de facciosos que defienden intereses de imposiciones o de continuismo, o bien, pequeños o grandes intentos de perpetuación del despotismo y del caudillaje. Ahora por fin se reúne una convención como la de Madero, a la cual no han asistido delegados de todos los rumbos del país porque el pueblo sigue en la miseria y no tiene dinero para pagar los gastos de la democracia; no dispone el pueblo de fondos porque en todas las barbaries los elementos oficiales viven del lujo, derrochan tesoros en tanto que el pueblo carece hasta de lo mas elemental. Heroísmo es el de muchos delegados aquí presentes que han hecho el viaje en medio de privaciones y a veces de peligros; pero así como no faltó en 1910 un grupo de hombres resueltos a llegar al extremo de los sacrificios con tal de escribir una página de luz en la historia nacional, así también ahora el pueblo mexicano, respondiendo a las necesidades del instante, realizó el esfuerzo de congregar esta asamblea. Aunque está representada aquí la inmensa mayoría de la opinión, carecen sin embargo de representación directa algunas regiones del país, y esto ocurre no porque la opinión pública en esas zonas no esté totalmente a nuestro lado; quizá en ninguna parte como en esas regiones azotadas el corazón de los ciudadanos está entero con nosotros; pero ¿como podrían manifestarse aspiraciones democráticas en regimenes caníbales, como por ejemplo el de Garrido en Tabasco? ¿Como podría ejercer derechos cívicos un pueblo dominado por el caciquismo político a lo Yucatán, donde se pierde el salario, donde se pierde el lugar en sociedad con sólo desconocer algunas de las consignas de algunos de los dos o tres caciques que a su vez están sólo atentos a las ordenes del Centro? ¿Como podrían obrar como ciudadanos las víctimas del caciquismo local, sometidas a tal punto que mientras los campesinos están en la miseria los lideres políticos de la región pagan trenes especiales, como sucedió en Oaxaca, para conducir al candidato de los explotadores a través de una lamentable sucesión de bailes sin bailadores y arcos triunfales por debajo de los que pasan apenas algunos centenares de siervos que no alcanzan ni el tostón prometido porque este se queda en el bolsillo de intermediarios que ya con esto se sueñan diputados? Por fortuna no todo México se encuentra en este estado desesperado; por fortuna tienen que prevalecer en los destinos de nuestro país las poblaciones libres, civilizadas, los núcleos que se imponen a la consigna; los grupos de hombres dignos que por todas partes, aun en las mismas zonas oprimidas, se levantan contra la adversidad y se disponen a luchar en contra de la opresión contemporánea, opresión que sólo en lo hipócrita difiere de las antiguas a pesar de los leales esfuerzos de algunos altos funcionarios. Esta convención modesta, porque sus miembros carecen de fortuna personal; modesta porque no se rodea del aparato de las comparsas oficiales; modesta porque no dispone por ahora de alianzas, arsenales ni tesoros; modesta porque carece de todas estas apariencias, es sin embargo poderosa, y tanto que viene a dictar la ley de la nación en las próximas décadas. En realidad venimos a eso, a imponer la norma necesaria para que México sea libre de la actual situación humillada, la norma del sereno comportamiento que México necesita para rescatarse de las penosas condiciones a que nos han ido arrastrando políticos sin capacidad. Venimos a sentar las bases de la reconstrucción nacional, y aunque en esencia sostenemos los mismos principios de 1910, nos sentimos ahora más cargados de responsabilidad y, a la vez, más capacitados por la experiencia y el dolor para llevar adelante un plan cabal y constructivo. Nos anima ahora una fe consciente de las posibilidades y los destinos de una raza cuya misión interesa a la humanidad. Venimos a construir y levantar aun en medio de la gritería y la asechanza de los rufianes; venimos confiados en que ha pasado la era de los arrasadores y de los destructores. Seguros de nuestra capacidad para hacer obra fecunda, nos sentimos animados de esa suerte de instinto del constructor, instinto simbolizado en la manera como se levantaron las catedrales de la época gótica: los cristianos de aquel tiempo, aun los bárbaros o semibárbaros godos y francos, no profanaron los adoratorios ni casi removieron las piedras, y a menudo respetaron aun las imágenes del culto rival, limitándose a poner sobre el altar pagano o bárbaro la capilla cristiana, y más tarde, cuando creció el poderío colectivo, no se arrasó la capilla para construir la catedral, sino que por encima de la capilla se edificaron generalmente las naves de imponentes espacios. Tampoco se derribó la torre románica para reemplazarla con la torre gótica, sino que al lado de la románica o por encima de ella, y tomándola de asiento, se eleva por los aires la aguja gótica, máximo esfuerzo de la elevación arquitectónica. Y por eso son grandes y son vastas, y poseen como varias estructuras de imagen de diferentes periodos de civilización todas estas grandes catedrales, obra de siglos y síntesis de creencias, épocas y razas. Así, sólo así se puede construir, y así es como debemos proceder nosotros delante de cada problema, cuidando de aprovechar todo lo hecho por nuestros antecesores así hayan sido nuestros peores enemigos personales. Aprovechemos, pues, ensalcemos todo lo poco que en nuestro caótico medio mexicano haya representado intención sincera de acción benéfica, éxito parcial del esfuerzo que ensaya a crear. En el seno de la asamblea se han debatido ya todas las principales cuestiones nacionales y se ha formulado un programa que se ajusta a la realidad en su mayor parte y contiene todo entero las más altas aspiraciones de la vida nacional. Recogiendo yo hasta donde alcanza mi capacidad los anhelos expresados en ese programa, por el cual me comprometo a trabajar con empeño y acatando los mandatos en el contenido, los interpreto para ofrecerlos a la nación en los términos siguientes:

EL PROBLEMA POLITICO. El problema político, menospreciado en nuestros días por teorizantes sin medula y por traficantes sin escrúpulos, es hoy, como ayer y como siempre, de previa resolución. El problema político, letra muerta para los esclavos, es esencial para los hombres libres y para las épocas fecundas. Sin garantías políticas definidas e intocables no es posible alcanzar ningún verdadero progreso colectivo, y en ninguna parte ha sido y es más necesaria la libertad que en este país nuestro, castigado por las iniquidades de mil suertes de tiranías. Para salir del círculo vicioso de la tiranía local que se engrana en la dictadura del centro y a la vez que una y otra se apoyan y justifican, para salir de esta ignominia nacional es indispensable recurrir a la medida extrema y todavía no ensayada de una manera rigurosa: la creación de un Poder Ejecutivo severamente controlado por las leyes, las instituciones y la opinión. Se condena en estos días la corrupción de las bajas autoridades, la criminalidad de los pequeños tiranos regionales. Pero ¿cómo es posible esperar conducta legitima, ni siquiera humana, de parte de las autoridades inferiores si a menudo se ha visto que el ejemplo de las mayores abominaciones lo da precisamente aquel que debiera ser espejo de acción desinteresada, inteligente y leal? Se necesita entonces comenzar por arriba ya que tenemos más de un siglo de fracasar porque hemos estado censurando los abusos de los inferiores, pero sin atreverse a señalar a los verdaderos grandes culpables de nuestro desastre nacional. Comenzaremos exigiendo del Presidente de la República, lo que no han podido ni pueden dar los inferiores mientras no lo vean hecho regla en el de arriba; exijamos del Presidente, no sólo el respeto de la ley, cuya letra misma tantas veces se ha falseado, sino también el respeto de todas aquellas normas sin las cuales no es posible la vida civilizada. Ampliaremos la ley de responsabilidades de tal suerte, que un Presidente que se atreviera a firmar una orden de ejecución, sería encausado al día siguiente y expuesto a perder el mando mediante la aplicación del referéndum, sin perjuicio del castigo de su delito. Se necesita también para limpiar toda la ignominia de estos últimos tiempos, establecer el equivalente del juicio de residencia, la obligación impuesta al Presidente de dar cuentas del importe de sus bienes antes y después del desempeño de su cargo con pena de confiscación en caso de ocultaciones tal y como lo habéis aprobado en la asamblea. Se necesita también limitar o suprimir todos los poderes políticos del Presidente, pero sin quitarle sus facultades de administración; al contrario, es menester que las leyes y Cámaras den al Ejecutivo toda suerte de facilidades para que administre los bienes comunes, para que impulse la explotación de las riquezas nacionales; para que facilite y perfeccione los servicios públicos; para que eduque y construya y para que infunda alientos de progreso a toda esta raza nuestra, decaída, pero anhelante. Se necesita exigir que los Presidentes sean grandes administradores, creadores y arquitectos; por eso debe escogérseles a base de capacidad y de honestidad. “El arquitecto del desarrollo nacional”, tal debiera ser el título supremo del mandatario.

Existiendo por lo mismo la necesidad de otorgar al Presidente amplios poderes administrativos, pero con responsabilidades precisas y severas, tenemos que reconocer en consecuencia la importancia fundamental de limitar el plazo del mando sin excepción de personas. Por eso hemos sido, somos y serenos antireeleccionistas, y seguiremos luchando por restituir este sagrado principio de nuestra Carta Fundamental. Otra de las reparaciones que debemos a la Revolución es el restablecimiento de la autonomía nacional bárbaramente mutilada en el último intento de tiranía vitalicia. No sólo es importante fortalecer la institución municipal, base eterna de las libertades públicas y asiento de todas las verdaderas democracias, sino que la situación de nuestra patria exige que gradualmente desaparezcan todas esas ficciones de soberanía local; Estados independientes que sólo originan estorbos para la unidad nacional; gabelas para las comunicaciones; gastos inútiles y anarquía política. En sustitución de esto, abogo por la República libre y soberana con soberanía de cada región y de cada individuo: la República de Municipios independientes y confederados; el Municipio, célula de una soberanía política, dentro del vasto organismo de la patria continental hispanoamericana. De todas maneras, ya sea para preparar este advenimiento o simplemente para garantía de los intereses públicos será menester que el Municipio reaparezca donde ha sido suprimido y obtenga en cada caso, todas aquellas facultades que son necesarias para el desempeño de su misión; todas aquellas medidas que, como la revocación, garantizan su responsabilidad. El sistema de elección proporcional que recomienda el programa de esta convención podrá, desde luego, aplicarse a las cuestiones municipales, para que desde allí se vaya desarrollando el sistema hasta llegar a la situación propia de las sociedades civilizadas que ya no atropellan los intereses ni las opiniones de las minorías. Hasta ahora ha fracasado el Municipio sólo porque en realidad no lo ha habido: la regla ha sido deponer a los electos para sustituirlos con los incondicionales. No sólo el Municipio, también la constitución de las Cámaras legislativas padeció bajo la última racha de despotismo.

Así, pues, será necesario que las Cámaras recobren no sólo el número de miembros que la ley constitucional les señalaba, también los poderes plenos que les otorgaba la benemérita Constitución de 1857, revocada por los servidores de la tiranía; revocada con el objeto de consolidar todas estas oscuras dictaduras, cuyos rastros todavía pesan sobre la patria con peso de maldición. Los atropellos cometidos contra el Poder Judicial, siervo primero de la política de facción desarrollada en las Cámaras y siervo ahora de nombramientos presidenciales, deberán ser reparados. El Poder Judicial, que en ciertos breves momentos de nuestra historia ha podido llegar a la más alta majestad, deberá ser creado como al triunfo de la Reforma mediante la elección popular de jueces y magistrados. De esta manera, la Corte quedará integrada ya no por personajes más o menos estimables, pero blandos delante de las imposiciones gubernamentales, sino con algunos de aquellos varones que nunca han faltado en la provincia o en el centro; voluntades rectas que prefieren la obscuridad al brillo falso de la librea de los cortesanos, jueces escogidos por la opinión pública siempre serán mejores que los mejores jueces elegidos por cualquiera de los otras poderes, ya sea el Legislativo, ya sea el Ejecutivo. En este particular, aconsejo por lo mismo, un retorno a la limpia teoría constitucional de la independencia de los poderes.

LA NACIONALIZACIÓN DE NUESTROS RECURSOS. Sentadas, como ya lo habéis hecho, las normas para la organización de la libertad de nuestro ambiente, es indispensable que también dediquemos atención ilustrada a la manera de resolver los tremendos problemas económicos que amenazan a la nación mexicana. No es exagerado hablar de amenaza cuando se considera que en los momentos actuales tenemos en el extranjero a una quinta parte de nuestros hermanos y hemos sido impotentes para repatriarlos; no. es exagerado hablar de desastre cuando somos el pueblo más pobre de la América, el que menos consume, el que en proporción produce menos y el que en proporción se educa menos; el pueblo menos feliz del Continente, por no decir que el más desventurado. No es exagerado hablar de desastre, cuando se ve que los más ambiciosos y más jóvenes a menudo tienen que ir a aceptar empleos del Gobierno, y esto porque el Gobierno poco a poco ha ido destruyendo la industria, el comercio, ha ido matando con sus sistemas torpes, toda iniciativa, toda producción. De esta suerte los elementos vigorosos, pero impacientes se refugian en el presupuesto a medida que las fuentes de producción se agotan o se interrumpen.

No es exagerado hablar de desastre, cuando poco a poco y principalmente por errores trascendentales de nuestra política, las riquezas todas del país y las grandes empresas, ayer las minas, hoy las caídas de aguas, y cada vez las fincas rústicas, todo pasa a manos de extranjeros; no es exagerado hablar de desastre, cuando ya no disponemos del manejo de nuestra producción; ni del control de nuestra economía; no es exagerado afirmar que nos estamos colocando en una condición de dependencia financiera, peor aún que la de una zona conquistada. Siquiera en las colonias está reglamentada la explotación y son menores los gastos de representación; se suprime por inútil el aparato de la soberanía. Nuestro desastre es más dispendioso y nos arrastra a una dependencia disimulada y sin responsabilidades: la sumisión sin restricciones; al menos la colonia tiene el derecho de hacerse oír en los Parlamentos del Imperio, pero nosotros, sometidos gradualmente, sometidos en complicidad con tantos de los nuestros que nos han impuesto pactos y concesiones, ya nuestra claudicación parece irremediable.

Víctimas de una dependencia pedida, reconocida, pagada; sumisión sin gloria, no tiene nombre lo que se ha estado haciendo y lo que sólo podrá contenerse, si en supremo esfuerzo el pueblo mexicano recobra su soberanía interior, dándonos gobierno propio, gobierno verdadero, conforme al sufragio, a fin de que, apoyado en el sufragio y en la opinión, no tenga que ir a consultar nuestros asuntos en los bufetes del extraño. Por de pronto y con la mira de enderezar la ruta de una raza que ha estado entregando sus recursos, derrochando sus tesoros, es preciso abordar el problema económico, ya no sólo como esfuerzo de reivindicación y de justicia, sino también y principalmente de reorganización y de eficacia. La aptitud que hemos negado y perseguido a tal punto, que hubo una época de bochorno en que se arrojaron de las oficinas públicas a los peritos mexicanos sólo porque habían pertenecido a una administración anterior, para substituirlos con peritos extranjeros; la aptitud negada ayer debe penetrar ahora al poder; aptitud, por supuesto, presupone honestidad, pues verdaderamente no se puede saber sin ser probo. La aptitud, entonces, la más elemental de las capacidades, nos hace ver que la posesión y el empleo de los medios de producción, el aprovechamiento de las riquezas naturales y la reorganización de la economía nacional no deben quedar confiados al azar o al capricho o al medro personales, sino que han de ajustarse a un programa claro de nacionalización. Una de las orientaciones fundamentales de ese programa ha de consistir en procurar que el Estado explote y controle o administre y dirija hasta donde sea posible todas las fuentes de producción. Los medios de producción y las riquezas naturales no deben ser monopolio de intereses privados; deben pasar gradualmente a la administración y aprovechamiento del Estado. No es justo ni es patriótico tolerar que los medios de transporte y de comunicación, como ferrocarriles y telégrafos, vuelvan a la explotación privada; tampoco es justo que, por ejemplo, nuestras reservas petrolíferas sean objeto de concesiones otorgadas a intermediarios y favoritos; al contrario, la administración de esas reservas deberá hacerse como se ha hecho en la Argentina, mediante la creación de empresas o instituciones autónomas en su administración, pero sujetas al Estado en sus programas de acción y en la aplicación de sus beneficios. Se deberán reservar también las riquezas hidroeléctricas para aprovechamiento nacional, cuidando de no otorgar más concesiones a particulares y de conservar para el Estado los sistemas de interconexión de las líneas de las diversas plantas.

LA MINERÍA. La minería, gracias a la ineptitud de nuestra técnica financiera y últimamente a la acción de regímenes y de leyes torpes —que ni siquiera el trabajo de gambusinos dejan a los mexicanos— está ahora en manos de intereses sin arraigo en el país y que no rinden otra utilidad que la de impuestos y salarios, cuando debe ser la minería y siempre lo fue, uno de los más importantes recursos nativos. Los ferrocarriles llamados nacionales, aunque la nación deba por ellos aparte de lo que ya ha pagado, más de lo que costaría hacerlos, deberán ser objeto de un arreglo justo de la deuda y de una revisión cuidadosa de tarifas y una administración técnica libre de burocracia y de taras políticas. Las tarifas deberán ser reformadas para que los ferrocarriles lleguen a ser, desde el punto de vista económico, como lo son ya en cuanto a su personal de operación, verdaderamente nacionales, por no estar sujetos a la amenaza de las hipotecas y por servir eficazmente a la distribución de nuestros productos, en vez de servir sólo de medio de penetración para productos extranjeros de competencia.

EL CRÉDITO. La organización del crédito y del régimen financiero tenderá a romper la tradición de agio y de compadrazgo de las instituciones bancarias, exigiendo cumplidamente la inversión de toda reserva dentro del país y en fines reproductivos, fomentando la creación de un mercado de valores mexicanos, integrando armónicamente el sistema nacional y privado de instituciones de crédito, orientando el trabajo de estas instituciones para que sirva como es debido al fomento de nuestra economía y no al medro de unos cuantos. De esta suerte, nuestras instituciones de crédito dejarán de ser órganos de extracción de capital mexicano, lograrán mantener un régimen monetario estable y elástico contrario a la especulación y el coyotaje con las fluctuaciones de la moneda nacional.

EL PROBLEMA AGRARIO. La posesión y el aprovechamiento de la tierra merecen capítulo especial, porque el problema del campo es uno de los más graves problemas morales y económicos de México. El campo mexicano no produce siquiera para satisfacer las necesidades alimenticias mínimas del país. Y la población rural vive en la miseria y en la ignorancia más crueles. Toda nuestra simpatía se inclina en favor del que necesita tierra para crearse un patrimonio, pero es evidente que todos los propietarios grandes o pequeños deben pagar al Estado el precio por el uso de la tierra. También es menester que la tierra sea distribuida justiciera y económicamente. Para lograrlo, será preciso continuar la dotación ejidal donde sea necesario hacerlo o aplicar un sistema de fraccionamiento y parcelación donde el ejido no satisfaga las necesidades existentes o donde las tradiciones, los usos, las posibilidades económicas de la región, hagan el ejido inútil, incosteable o estorboso para el mejor aprovechamiento de la tierra y para su más justa distribución. Y no deberemos tolerar que de esta tarea se haga capital político y, menos aún, que se haga fuente de especulación para líderes, comités o funcionarios. La mera distribución de la tierra no es una solución del problema del campo. Hay que organizar, además, a los agricultores a fin de que su esfuerzo —que aislado se perdería para ellos mismos y para la nación— sea útil, a fin de que puedan realizar todas las empresas que individualmente no podrían acometer, como mejoras colectivas a la tierra, compra y empleo de maquinaria agrícola, construcción de graneros, talleres y plantas de empaque e industrialización de los productos, apertura y fácil acceso a los mercados de consumo. En general, organización que les permita obtener todas las ventajas que proporcionan los sistemas modernos de trabajo en grande escala.

A la organización hay que añadir el crédito, porque la tierra y el trabajo sin aperos, sin avío, sin refacciones, no bastarían a resolver el problema agrario. Crédito fácil y barato para la agricultura, es un punto esencial de la política agraria. Pero el dinero de la comunidad, el crédito otorgado por los bancos e instituciones que el Gobierno tenga, no debe ser patrimonio de unos cuantos ni es lícito que sirva a quienes, por su mejor posición económica, pueden conseguir préstamos en otras instituciones. Por esta razón, el crédito agrícola que otorguen los bancos respectivos del Gobierno, deberá ser repartido entre el mayor número posible, limitándose el importe de los préstamos, mientras no haya sobrantes, a las cantidades necesarias para los gastos de cultivo y de cosecha y para la vida del agricultor en tanto se venden los frutos. El crédito a las comunidades organizadas y a las sociedades de crédito, comprenderá las sumas que ellas necesitan para dar el avío o la refacción a sus miembros en la proporción dicha, y las cantidades indispensables para la compra de aperos y maquinaria de uso común para la construcción de plantas, talleres, instalaciones, graneros o para otros propósitos semejantes de beneficio colectivo. En ningún caso se emplearán los fondos de estos bancos en conceder créditos a políticos o a altos funcionarios.

El Gobierno como parte de su responsabilidad, tiene el deber de proporcionar los servicios colectivos y de divulgar los métodos científicos y modernos de trabajo que la agricultura requiere para su desarrollo. Para poder realizar con propósito constructivo y no meramente político, la tarea de redistribuir adecuada y justamente la tierra, así como para lograr los capitales necesarios al desarrollo del plan de organización y de crédito agrícola antes expuesto, será preciso fundar sobre bases mercantiles y técnicas la emisión de bonos de una deuda especial que no sólo sirva para cubrir un expediente, para favorecer con indemnizaciones a unos cuantos o para fomentar una especulación antimexicana, que vende a doce centavos los bonos que México deberá pagar a un peso, sino creando un verdadero valor estable y firme en los mercados, garantizado con la paz en los campos y con el desarrollo de la producción agrícola. Bonos emitidos por el conjunto de las mismas organizaciones agrícolas y garantizados eficazmente por las instituciones nacionales de crédito agrícola, por el conjunto de las propiedades rústicas que tiene el Estado y por el Gobierno mismo. Bonos cuyo importe se aplique rigurosa y metódicamente a redimir el valor justo de las tierras expropiadas o fraccionadas, a cubrir las necesidades de avío y de refacción de los agricultores mexicanos y a realizar, cuando sea posible hacerlo, las obras generales necesarias para el mejoramiento de la tierra y de la producción. Bonos cuyo respaldo más eficaz será la buena y honesta inversión de su monto en fines reproductivos.

—El Trabajo. Lo mismo que el problema del campo, el problema del trabajo, por su calidad humana, demanda una urgente resolución. Además de mantener y hacer eficaces las ventajas materiales ya logradas y las demás que consagra el artículo 123 constitucional. es preciso adoptar desde luego medios tales como la federación de la Ley del Trabajo, tanto para hacer generales los beneficios obtenidos por los trabajadores como para evitar los graves daños que se originan de legislaciones aisladas y parciales que fomentan la competencia desleal y destruyen la unidad económica del país. Al dictar la Ley Federal del Trabajo, deberán tenerse en cuenta, por supuesto, las diferencias locales, pero no para mantenerlas estacionarias, sino para superarlas. Urge también dictar la Ley de Asociación Profesional que definitivamente incorpore a nuestra estructura social y jurídica el trabajo organizado, librando a los sindicatos y a las demás organizaciones de las corruptelas y abusos del liderismo político y de los peligros de una organización contingente e irresponsable y dándole la estabilidad que afirme y garantice su fuerza. Precisa asimismo librar de esas corruptelas y abusos a las juntas de Conciliación y Arbitraje, haciendo que en su integración y en su funcionamiento no intervengan factores políticos y garantizando la fuerza ejecutoria de sus decisiones. También urge crear Bolsas de Trabajo que organicen con criterio social la distribución del esfuerzo obrero, previendo y evitando crisis y conflictos. Finalmente, como capítulo especial, por su gran trascendencia, hay que dedicar empeño preferente a organizar la prevención y la previsión sociales, a fin de dar a todos los hombres que trabajan seguridad económica para ellos y los suyos, creando una institución nacional de seguro que cubra en lo posible todos los riesgos físicos o económicos que agotan la capacidad adquisitiva del trabajador o la vuelvan insuficiente para cubrir sus necesidades vitales.

ORGANIZACIÓN FISCAL. Los gravámenes fiscales —impuestos, recargos, multas— pesan enormemente sobre la economía nacional. Son desproporcionados, se repiten y multiplican sobre las mismas fuentes, recaen especialmente sobre los grupos menos capacitados; dan lugar, por su complicación y por su diversidad, a que se rompa la unidad económica de la Nación y a que exista una mafia burocrática que roba al Erario y a los contribuyentes, constituyendo a veces una carga más pesada que el impuesto mismo. Es urgente reformar esta situación, adoptando las siguientes bases generales:

a) Hay que fijar la competencia fiscal de la Federación, de los Estados y de los Municipios, reservando a las dos últimas la tributación sobre todas las fuentes locales, como el impuesto fundamental sobre la tierra; encomendando a la Federación la tributación sobre las fuentes generales, como los impuestos sobre producción, sobre circulación y sobre la renta, asegurando a los Municipios y a los Estados la participación conveniente y debida en los productos de rentas federales.

b) En la creación o conservación de impuestos deberá tenerse en cuenta, aparte del fin económico, la función social del impuesto, a fin de usar de él como de un medio eficacísimo para lograr reformas sin acudir a intervenciones violentas y ruinosas.

e) La carga del impuesto debe ser distribuida con equidad para librar de ella a los más débiles económicamente. A este fin, aparte de exceptuar del impuesto directo a quienes carezcan de verdadero capital o de una renta mayor de $ 200.00, hay que tender en lo posible a la supresión de los impuestos indirectos de consumo, suprimiendo desde luego todo impuesto del timbre sobre compraventa.

d) Los recargos y multas que ahora existen, son desproporcionados y confiscatorios; sólo sirven para alentar el coyotaje y el fraude y constituyen una constante amenaza para el contribuyente. Es preciso reducirlos a proporciones equitativas y eliminar de su imposición la posibilidad y el interés de componendas, que corrompen a los funcionarios y gravan la economía sin beneficio colectivo alguno.

e) La formación de un sistema fiscal armonizado y uniforme en la República, la concepción técnica de las leyes fiscales y la simplificación y buena organización de la recaudación y del empleo de los impuestos permitirán que, sin aumento de contribuciones y antes con la supresión de muchas gabelas, los ingresos de los Municipios, de los Estados y de la Federación crezcan considerablemente, librando a la vez a nuestra economía de una de las mayores trabas que ahora se oponen a su desarrollo.

LA DEUDA EXTERIOR. México necesita restablecer su crédito internacional para organizar la vida económica en el interior del país. Al efecto, se debe hacer un reajuste general de la Deuda Pública, de acuerdo con los acreedores, pero sobre la base de no aceptar sino aquello que con la más estricta prudencia pueda ofrecerse con seguridades a los acreedores, sin correr el riesgo —tan perjudicial para México— de volver a faltar a los arreglos que se hagan, sin sacrificar ninguno de los gastos públicos necesarios para la vida y el adelanto del país, y consagrando sólo al servicio de la Deuda el importe de las partidas que un Gobierno verdaderamente estable, por ser popular, pueda eliminar de su presupuesto por injustificados o innecesarios, y el importe de los incrementos que una política de paz y de organización aportará seguramente al Presupuesto Federal de Ingresos. La deuda agraria será ajustada en los términos del inciso b) de este capítulo.

Ninguna deuda nueva debe crearse a cargo del Erario, mientras no esté hecho el ajuste de la Deuda Pública existente, mientras no se tenga la certeza de que el Erario tendrá sobrante para hacer frente a las deudas nuevas que se contraigan sin inspirar nuevos gravámenes al país y sin menoscabar las partidas afectas a la deuda ya existentes, y mientras, sobre todo, no se tenga la plena seguridad de que el producto de cualquier empréstito podrá ser dedicado a fines reproductivos y manejado con honestidad absoluta. En lo posible deberá procurarse la formación dentro de la República, de capitalizaciones necesarias para el desarrollo de los proyectos de acción económica que se tengan, y a este fin será menester crear y fomentar el uso de los medios que la economía moderna proporciona pera movilizar las riquezas fijas y para concentrar y aprovechar los capitales dispersos o inútiles.

EL PROBLEMA MILITAR. Relacionado por una parte con el problema de nuestra economía, y por otra, con el problema educativo de la Nación, está el caso del Ejército. Es indudable que tan pronto como alcance una situación normal será menester reducir sus gastos y de todas maneras conviene depurar y ennoblecer su personal. Por de pronto y a fin de no causar perjuicios a las personas que hoy se encuentran en servicio activo, será menester operar una especie de transformación de la tarea del soldado, haciéndolo pasar del estado de guerra al estado de paz, o lo que es lo mismo, preparándolo para la defensa, a la vez que sus energías se aprovechen en la tarea de reconstruir el país. La tendencia fundamental de la democracia es hacer del soldado el equivalente del ciudadano; por lo mismo, no soy partidario de que se le limiten los derechos políticos ni duque se le restrinja el voto en elecciones. Al contrario, considero indispensable que se rompa ese espíritu de casta mediante la incorporación en el Ejército, de todos aquellos elementos que deseen prestar colaboración o que deseen prepararse de una manera accidental, pero patriótica, en el conocimiento de la técnica de las armas. El Ejército actual, compuesto en su gran mayoría de revolucionarios que abandonaron la vida privada para ir a combatir por el sufragio, la no reelección, el respeto a la vida humana y el mejoramiento de los humildes; el Ejército, que en gran parte conserva todavía este espíritu revolucionario, tiene que ser nuestro mejor auxiliar en la empresa de salvar, tanto las escasas conquistas materiales de la Revolución, como la ideología entera de la misma. Un Ejército de esta naturaleza no podrá convertirse mañana en instrumento de imposición ni de compadrazgos políticos, y sí estará del lado del pueblo, si el pueblo sabe manifestar su voluntad sin vacilaciones.

Constituye el Ejército un gran peligro en los casos de desorientación política, pero se vuelve el mejor auxiliar de las aspiraciones populares cuando éstas cristalizan en un programa y en una persona generalmente reconocidos y aceptados. Lejos de sentir entonces el menor recelo, por lo que hace al Ejército Nacional, confiamos en que seguirá desempeñando la tarea patriótica de garantizar el voto y confiamos también en que mañana, del seno mismo del Ejército, habrán de salir los hombres de energía y patriotismo que se aprestarán a ayudar al nuevo Gobierno de la República para hacer esa transforma cidn de la guerra a la paz, de la destrucción a la creación, de que hablaba hace unos instantes. La mejor solución que se pueda dar al problema del soldado en los tiempos de paz, es asignarle una tarea equivalente en heroísmo, a los sacrificios que demanda la guerra, y en este sentido nadie mejor que los jefes capaces, los oficiales arrojados y la tropa valerosa, ninguno mejor que ellos para emprender esta lucha contra el medio, que es uno de nuestros mayores obstáculos. Con brigadas de soldados y de ingenieros emprenderemos la tarea de abrir brecha en las selvas del trópico; con ingenieros y soldados construiremos los puentes en las quebradas del altiplano; con soldados se podrán desarrollar cultivos, y tal como ya se ha hecho en algunas zonas por medio de las colonias militares con soldados podríamos acometer tantas otras empresas como están pendientes desde hace tanto tiempo en nuestro suelo. De esta suerte un ejército ocupado será la mejor garantía de la estabilidad de los gobiernos y adquirirá también las mejores dotes de preparación para la guerra, ya que ésta se vuelve más y más preparación técnica y dominio de las fuerzas de la Naturaleza. Un ejército así transformado sería al mismo tiempo el mejor auxiliar de la tarea educacional en nuestra patria. El intercambio de conocimientos entre el oficial que adiestra el cuerpo en ejercicios marciales y el profesor que adiestra la mente para que sepa conducir el cuela pe, ha sido siempre gran escuela de acción.

La construcción de cuarteles-escuelas permitiría el gradual establecimiento del servicio militar obligatorio a la vez que prolongaría la acción educativa del Estado hasta la generación adulta. La mezcla de clases y de profesiones y oficios en un ejército de esta naturaleza contribuiría poderosamente a la unidad social y una sola generación de esta clase de soldados bastaría para abrir una era nueva en nuestra historia fatigada de violencias, deshonrada por la arbitrariedad

EL PROBLEMA EDUCATIVO. Con relación al problema de educación del pueblo mexicano creo que habéis acertado en la definición de un programa. Además, por encima de las teorías está clamando la necesidad de encontrar hombres de buena fe que acometan la empresa educativa, y recursos, grandes recursos para que no quede estéril e ineficaz la acción de los maestros. Sólo una administración honesta, sólo el arreglo prudente del problema económico, del problema político, podrán darnos la tranquilidad y las riquezas que son necesarias para llevar adelante una labor educativa verdaderamente fecunda. Por ahora, el desastre es el más profundo que imaginarse pudiera y no hay exageración al decir que somos el pueblo más atrasado del nuevo mundo en materia de atención educativa. Tanto se ha destruido, que la reorganización tendrá que ser lenta y dependerá también de las posibilidades pecuniarias del nuevo gobierno; pero a fin de que se vea hasta qué punto es urgente construir el gobierno renovado desde las raíces, bastará con reflexionar que el 80 por ciento de la población en los Estados Unidos, el país con el cual forzosamente tenemos que competir de una manera cultural, el 80 por ciento de la población americana obtiene no sólo primaria sino también secundaria y técnica, en tanto que nosotros apenas si logramos dar educación primaria únicamente al 20 por ciento o quizá el 30 por ciento de nuestra población. Ante esta aterrorizadora desigualdad no queda sino convencerse de la urgencia en que estamos de cambiar radicalmente de gobierno en cuanto a sistema y en cuanto a gentes; de lo contrario, la esclavitud en que fatalmente caen las razas ignorantes será la única herencia que podrán recoger nuestros hijos.

FINAL. La creación de un valor humano comúnmente aceptado; la creación de un valor ideal que una las voluntades y sintetice las aspiraciones nacionales, es probablemente la más urgente de las necesidades de nuestra raza. Y así deberemos ver la política en estos instantes, no sólo como voluntad que disputa los puestos de gobierno a una facción desprestigiada, sino como acción integral que trata de organizar el destino entero de un pueblo amenazado de muerte, y, para una tarea de esta magnitud es claro que no bastan con todo su he-mismo los miembros de un partido y eso a pesar de que aquí nos hemos esforzado en crear un partido grande y generoso, un partido nuevo y total; tan grande es la tarea, que no bastan los esfuerzos de las mayorías; es necesario también establecer, por lo menos, una especie de tácito entendimiento con las minorías y aun con los rivales honrados. La base de este entendimiento es la convicción que queremos llevar a todas las conciencias de que si no se cambian las prácticas de nuestra vida pública estamos condenados a la pérdida total de la soberanía. Si en esta elección unos y otros no sabemos perdonar; si en esta elección triunfan la violencia o el fraude; si sacrifícanse las esperanzas del pueblo mexicano, ya para la próxima probablemente no tendrán fuerzas ni la oposición ni el gobierno para crear un candidato. La próxima elección si ahora pierde el pueblo no será una elección sino una mera fórmula para que tome la apariencia del mando la persona más bienquista con el gobierno norteamericano, estilo Nicaragua. Al lado de cualquiera de estos Chamorro se agruparían los rufianes y nadie volverá a osar enfrentarse a los poderes reinantes. En cambio, el triunfo del pueblo mexicano en esta ocasión dejará confirmado el hecho de que México sabe darse por cuenta propia sus gobernantes. Está de por medio el destino de la Nación y esta enorme responsabilidad es precisamente la que me obliga a considerar de una manera especial nuestra situación y a pedir el concurso de todos los patriotas para resolverla.

Agradezco profundamente, en primer lugar, a todos y cada uno de ustedes, valientes delegados, y agradezco a las multitudes que los respaldan, el singular honor que me han confiado, designándome su portaestandarte. Pero acepto esta altísima honra sin ufanía y convencido de que no tenemos derecho de excluir a nadie de nuestra tarea, por lo mismo que no se trata de una tarea de partido, sino del esfuerzo que toda una raza emprende para salvarse.

Ante esta situación siento la necesidad de la concordia entre los mexicanos y pienso que debemos colocarnos a tal altura, que aún en nuestros más enconados opositores veamos elementos aprovechables, elementos indispensables para el desarrollo nacional. Siento que la raza entera es corta en número y pobre en recursos, dada la tarea defensiva a que nos está obligando el Destino, y por lo mismo, por que tengo siempre a la vista esta nuestra acción de conjunto, no concibo que el mexicano pueda excluir, condenar, perseguir al mexicano. Sin duda contribuye a este estado de ánimo la circunstancia de que propiamente no tengo enemigos personales, dado que a la mayor parte de mis contrincantes políticos no los conozco ni siquiera de vista; pero como sé que no tienen razón para oponerse a nuestro movimiento, a veces me imagino que temen acercarse a nosotros, no porque podamos causarles ningún daño, sino porque temen ser convencidos. Sin perjuicio de que llegado el caso y si a ello nos forzaran las circunstancias, procuraremos llegar sin alarde a todos los extremos, hagamos también la declaración de que no concebimos una tarea creadora sin que en ella colaboren, según el puesto que les toque, amigos y rivales, nacionales y extranjeros, todos los que estén en condiciones de aportar trabajo o de aportar ideal. Hagamos que gradualmente se aplaquen los odios y se unifiquen el criterio delante de la avalancha de la opinión.

Confiemos en que la opinión al manifestarse, llegará a crear tal fuerza de convencimiento, que ya no será necesario que nadie piense en soltar de nuevo las fuerzas de la violencia. Es cierto que en la actualidad la mayoría de los diputados recorren los distritos en indebida propaganda electoral para favorecer una candidatura delictuosa y manchada en sangre desde el instante de su aparición, pero no es posible concebir que más de un centenar de hombres va a permanecer sordo al clamor nacional, ni va a obstinarse en contrariar la voluntad popular. Al contrario, es muy probable que la mayoría de los diputados, después de haber ido a sus distritos a convencer a los votantes, regresen a la capital, convencidos de que su deber es otorgar legalidad a la voluntad de sus comitentes.

El secreto de la paz está en una elección libre; está en el hecho de que nos resolvamos todos a obrar conforme a nuestra conciencia. Por lo pronto, y ratificando mi protesta de cumplir todos y cada uno de los compromisos que me habéis impuesto en esta histórica asamblea y Convención de Partidos Independientes, me comprometo de la manera más solemne, a poner al servicio de la causa de la redención nacional, mis energías todas; me comprometo a provocar al Destino, si es necesario, para que se produzca el advenimiento de una era mejor; para la creación de un México rico de personalidad, generoso en la acción y en el ideal espléndido.