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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

Este Sitio es un proyecto personal y no recibe ni ha recibido financiamiento público o privado.

 

 
 
 
 


1919 Traición y asesinato de Emiliano Zapata. Rodolfo López de Nava. (Fragmento).

Abril 10 de 1919

 

 

XI. TRAICIÓN y ASESINATO DE EMILIANO ZAPATA

Con los hermanos Burgos nos fuimos en busca del general Fortino Ayaquica, jefe de esa región poblana limítrofe con Morelos. Tenían sus campamentos en Tochimilco y Tochimizolco, donde también andaban los hermanos Magaña: Gildardo y Rodolfo. Me encontré con un gran número de surianos a quienes tenía más de dos años sin ver.

A los pocos días arribó el jefe supremo, mi general Emiliano Zapata con él venía, entre otros, el general Casals, al que creía desaparecido, por eso, al vernos, después de la sorpresa, nos saludamos abrazándonos con gran regocijo. También venían los intelectuales, en fin, casi todo el zapatismo morelense se había reunido.

Se hacían planes para el futuro, entre los que estaba la salvaguarda del archivo de Zapata, que acordaron quedara bajo la protección del general Gildardo Magaña. Bien preservado, en cajas, se llevó a esconder a unas cuevas donde quedó a cargo de Javier Manbert y algunos de sus familiares.

El general Zapata determinó regresar a Morelos para continuar la pelea. Antes conversé con él, contándole lo sucedido desde su encomienda a la Costa Chica, el porqué de mi regreso, el apoyo a los soberanos de Oaxaca, y de mi encarcelamiento y fuga. Ya sabía muchas de estas andanzas y, otorgándome el grado de coronel, me ordenó marchar junto con Salvador Reyes -uno de sus secretarios, el otro era Feliciano Palacios. Pasamos a Morelos por Jalalpa, en el estado de Puebla. Al llegar a San Nicolás de los Ranchos se incorporó con su gente el general Adrián Castrejón, que venía de Guerrero.

Al arribar a Morelos por el rumbo de la Carbonera -cerca de Xochipala
y Janteopan-, los peones y campesinos de pueblos y rancherías lo recibían con júbilo y nos daban de comer. Los principales le informaban por dónde andaba el enemigo. Aunque iba cerca del jefe, ya me había reintegrado al estado mayor del general Casals, en quien don Emiliano confiaba de forma ilimitada. Me entristeció separarme de mis compañeros de los últimos años, y me despedí de los hermanos Burgos, no sin antes agradecerles todas sus atenciones y deferencias. Nuestro adiós fue con un: ¡nos veremos!

Yo iba platicando con Salvador Reyes, un poco distantes de los jefes, de la situación tan escabrosa en que estábamos, pues Pablo González había sido reforzado para atacarnos más duro, quizá hasta exterminarnos; yo le conté mis aventuras. Quiero aclarar que a ninguno jamás nos intimidó la superioridad del enemigo, marchábamos con el ideal de consumar el equitativo reparto y restitución de tierras, montes yaguas del territorio nacional a sus verdaderos dueños: los campesinos.

El gobierno de la República había ofrecido compensaciones en metálico por la cabeza del general Zapata, como si fuera un delincuente, por eso no cejaban las artimañas y traiciones entre los nuestros. Seguía la pelea porque no creíamos que el presidente Carranza cumpliría con su artículo agrario, con él estaban los descendientes de los latifundistas, científicos y caciques, nunca dispuestos a repartir sus heredades entre la gleba: campesinos y peones que desde 1910, al conocer el Plan de San Luis, esperaban justicia. Por eso continuaban siguiendo a Zapata con la esperanza de alcanzar algún día su redención. Eran razones muy poderosas que nos motivaban a seguir hasta las últimas consecuencias.

También comentamos que los ofrecimientos no sólo de oro, sino de mejorar sus condiciones de vida y hasta su conservación de la misma, habían hecho que abandonaran al general Zapata, entre otros: Victoriano Bárcenas, Sidronio Camacho, Pioquinto Galis, Emigdio Marmolejo, Jesús Navarro, Cleotilde Sosa, Jesús Capistrán, Julián González, Quintín González, Catarino Vergara, Santiago Aguilar, Gregorio Carrillo, Rosario Nieto, Alfonso T. Sámano, Porfirio Neri y muchos más de menor importancia. Incorporados ya con los carrancistas, eran pues nuestros enemigos. El general Zapata se lamentaba de estos traidores:

-No soy yo, sino el ideal y los principios los que representan y constituyen la Revolución Agraria del Sur.

Por eso los repudiaba y era implacable con ellos cuando caían en sus manos, sobre todo con aquellos a los que había distinguido con su confianza y amistad. Como caso aparte, según me contó Reyes, fue la salida de nuestras filas del general Manuel Palafox quien, dado de baja por Zapata debido a su conducta escandalosa e invertida, arrastró con él a un gran número de jefes y oficiales, convirtiéndose en nuestros acérrimos enemigos. Mi impresión de él era la de un hombre intrigoso y divisionista, que había llevado al cadalso a más de uno.

Corrían los primeros meses de 1919 cuando vieron que ni como gobierno constituido podían dar al "traste" con Zapata y sus seguidores. Por ello surgió un contubernio, una maniobra entre el presidente Carranza y los generales Pablo González, Dionisio Carreón, Alfredo Breceda, Juan Barragán, Francisco L. Urquizo y el coronel Jesús Guajardo para terminar con el zapatismo, en la cual se jugaría con la traición y el derramamiento de sangre.

Urdieron, en el mayor de los secretos, engañar al general Zapata por medio del coronel Jesús Guajardo, quien fingió un fuerte disgusto con su jefe, Pablo González. Este coronel comandaba el 50Q regimiento de caballería, acuartelado en la hacienda de Chinameca. Empezó haciendo en Cuautla frecuentes manifestaciones de rebeldía contra su jefe y a exaltar la figura de Zapata. Provocó la aparente ira de González, siendo varias veces disciplinado por esta conducta. Se valió del ingenuo general Eusebio Jaúregui -pariente del jefe-, para ese año retirado y avecindado en un barrio de Cuautla, con el que se reunía, a fin de entrar en contacto con don Emiliano a como diera lugar.

A su vez Jaúregui, por medio del general Maurilio Mejía -sobrino de Zapata-, le hizo llegar al jefe máximo las primeras cartas de Guajardo, en las que le ofrecía sus servicios tanto a él, como a su causa.

Aquí vaya transcribir textualmente dos de las cartas de Guajardo, para comprender cómo se impuso en sus confianzas. Estos documentos me fueron prestados por el ex jefe zapatista Pablo Dueñas.

Hacienda San Juan Chinameca [sin fecha]
C. Jefe de la Revolución del Sur,
Don Emiliano Zapata.
Donde se encuentre.

Muy Señor Mío. Por su carta fechada en el 21 de los corrientes, quedo enterado de la invitación que se ha servido hacerme para que me una con sus tropas, a fin de que ya a sus órdenes, trabaje por la causa que tiene por objeto el mejoramiento de la gran familia mexicana. Le manifiesto a Usted, que en vista de las grandes dificultades que tenemos Pablo González y yo, estoy dispuesto a colaborar a su lado siempre que se me den garantías suficientes para mí y mis compañeros y a la vez mejorando mis circunstancias de revolucionario, que esta ocasión como otras, se trata de perjudicarme sin razón justificada. Cuento con elementos suficientes de Guerra, así como municiones, armas y caballada, tengo en la actualidad otro regimiento a mis órdenes, así como otros elementos que sólo esperan mi resolución, para contribuir a mi movimiento.

En espera de sus letras y suplicándoles una reserva absoluta
sobre este asunto tan delicado, quedo su Afmo., Atento y S.S.

J. M. Guajardo [rúbrica]

El general Zapata, por conducto de Jaúregui y Mejía, le contestó con una invitación a unírsele y le pidió que procurara llevar con él al general
Victoriano Bárcenas, ex general zapatista que ahora estaba con González, así como a sus jefes y oficiales, a lo cual Guajardo contestó:

Hacienda de San Juan Chinameca a 1 de abril de 1919.
C. Jefe de la Revolución del Sur,
Don Emiliano Zapata.
Tepehuaje.

Muy estimado jefe: Con satisfacción me he enterado de su extensa carta fechada hoy, y en debida contestación manifiesto a Usted, que con relación a sus instrucciones respecto a Bárcenas, no es posible darles cumplimiento para el jueves por encontrarse éste en Cuautla, llamado por Pablo González, encontrándose en ésta únicamente Ramón A. Gutiérrez, uno de sus jefes como con cuarenta hombres.

Otro motivo principal, es el de tener en dicha ciudad provisión por valor de $10,000.00 que nos hacía mucha falta si ésta se perdiese, así como el Cuartel General tiene un pedido de mi parte de veinte mil cartuchos, los que entregará del día seis al día diez del presente mes. La provisión de referencia estará también para la misma fecha en ésta.

Motivo de satisfacción es para mí filiarme a la gran causa revolucionaria por la que Usted ha luchado, así como los informes que ha tenido de distintos jefes de que soy hombre de convicciones y de ideas firmes, lo cual demostraré a Usted con hechos.

Ya me encontraba en antecedentes que el Sr. Don Francisco Vázquez Gómez, trabaja activamente por la unificación de todos los elementos revolucionarios que se encuentran en este país y en el extranjero, y que desean el mejoramiento de nuestro Suelo Patrio.

He tenido conocimiento de que los Generales Francisco Villa y Felipe Ángeles como otros, han obtenido brillantes triunfos en el norte de nuestra República.

Una vez reunidos en nuestro poder los elementos que hago referencia en mi anterior, daremos el primer golpe a Bárcenas y seguiremos trabajando con éxito.

Me permito ofrecer a Usted desde luego, víveres como artículos de primera necesidad u otros que pudieran hacerle falta dejando a su respetable opinión la forma más conveniente para que lleguen a su poder. Hago de su conocimiento que diariamente mando mulada con arrieros a Cuautla, por lo que le suplico se sirva si lo cree conveniente, ordenar a los jefes que operan por esa región, no obstruccionen el paso de los individuos de referencia.

Sin más asunto que tratar por ahora aprovecho la oportunidad para protestarle mi adhesión y respeto.

El Corl. Jesús Guajardo [rúbrica]

El caso de Bárcenas era lo que más interesaba a Zapata por haberlo traicionado, pues había sido uno de los jefes a quienes más distinguiera, y el ofrecimiento de Guajardo en las cartas que se cruzaron acrecentó su confianza en él, por la manera tan sutil e hipócrita de manejarse.

El 8 de abril por fin se presentó, en actitud totalmente rebelde al carrancismo. Con todos sus ofrecimientos nuestro jefe se "tragó el anzuelo". No se dio cuenta de la realidad, su gran amor por la causa de los desheredados lo cegaba. Se convenció de que su ejército iba a ser reforzado. Guajardo logró que lo recibiera con los brazos abiertos, con la sinceridad de hombre del pueblo que lo caracterizaba, en San Miguel Ixtlilco. Pasadas las presentaciones, acordaron trasladarse a Tepalcingo, para entre ambos formular nuevos planes.

El falaz Guajardo, sabedor de que el jefe nunca perdonaba a los traidores, aprovechó para exhibirse con otra muestra de sinceridad, fusilando a los jefes y oficiales que pertenecían a Bárcenas y que traía con él. De éstos sólo logró escapar Proto Victoria, fueron 26 los ejecutados. Sin sentirlo, don Emiliano entraba al camino del sacrificio, fincado en la disimulada lealtad de Guajardo.

Muchos de nosotros le teníamos recelo por sus aires petulantes y a la
vez serviles, además de que no se quitaba el uniforme del ejército al que había pertenecido. Pero era decisión del jefe y no había que discutirla.

Llegamos a Tepalcingo pardeando la tarde. Salvador Reyes Avilés y el
que esto escribe habíamos simpatizado en la marcha con el teniente de caballería Rodolfo Sánchez Taboada, quien era secretario y forrajista de Guajardo, íbamos conversando de asuntos sin mayor trascendencia. Apenas nos conocíamos y poco teníamos en común. Atrás venían nuestros asistentes, el del teniente, el cabo Norberto López Avelar -en ese entonces un joven como de 19 años-, el Caralín de Reyes y Miguel Souto a mis órdenes, también ellos cabalgaban en amena charla. El general Zapata y Guajardo al llegar, casi de inmediato, se dirigieron al templo del Calvario. Como a las dos horas bajaron a tomar alimentos, pero Guajardo pidió permiso de retirarse aduciendo tener un fuerte dolor de estómago. Antes le había otorgado el ascenso a general brigadier y el inmediato a todos sus oficiales. Pero de lo que trataron no lo supimos.

Zapata lo visitó después para ver cómo se encontraba e invitarlo a cenar; todavía se quejaba, por lo que el jefe pidió que prepararan un té de "cedrón, yerbabuena y manzanilla", del cual bebió primero para que no desconfiara. Al regresar se encerró en su cuarto, determinó el plan de ataque a Jonacatepec para el día siguiente, todo de acuerdo con Guajardo. Esa plaza estaba guarnecida por el coronel Antonio Ríos Zertuche y su regimiento -quien también formaba parte del plan de Pablo González.

Amaneció el día 9 de abril de 1919, determinando el general Zapata que nos quedáramos con él en la estación Pastor. Sólo Guajardo con su tropa llevaría a cabo el ataque y la toma de Jonacatepec. En caso de apremio entraríamos en acción para cubrir las salidas, y que Ríos Zertuche no pudiese escapar. Era otra prueba de lealtad y obediencia que le ponía a Guajardo. Marcharon para combatir, entablándose en la población un nutrido tiroteo por espacio de unas dos horas, Ríos Zertuche salió derrotado pero escapó. Hubo 16 prisioneros pero ni una sola baja de ningún bando. Guajardo los llevó a la estación Pastor y de inmediato los fusiló, tomando personalmente una ametralladora para dispararles. Con esto se adueñó más de la confianza del jefe, quien le entregó como trofeo de guerra un caballo alazán llamado El As de Oros.

Al entrar a Jonacatepec lo que vimos encuadraba con lo escrito por
Marciano Silva en "El cantar de la Revolución de Sur":

"Es de extrañarse señores que en tremendo tiroteo no hubo ni un muerto."

Ésa fue la verdad y no lo que escribió Casasola en el segundo tomo de
su Historia gráfica: "Hubo 12 muertos de Ríos Zertuche y siete del 50º regimiento." Yo estuve ahí y los únicos muertos fueron los fusilados que mencioné, a quienes ni tiempo de hablar se les dio. Estos pobres soldados seguramente se dejaron hacer prisioneros sabedores de que nada les pasaría, pero Guajardo necesitaba su sangre para reafirmarse con Zapata y hacernos pensar que no era una patraña, pero eso fue.

Al regresar a Tepalcingo el jefe determinó atacar al general Pilar Sánchez, quien tenía en su poder Tlaltizapán, para castigarlo por sus satrapías y asesinatos ya que dondequiera arrasaba con ancianos, mujeres y niños de manera inmisericorde, sólo por ser simpatizantes nuestros. Este acuerdo de don Emiliano inquietó a Guajardo, su plan no incluía esta plaza, pero aceptó enviando una fuerza de avanzada a Chinameca, para preparar el ataque, y seguramente un correo a Pablo González, para recibir instrucciones. Además de que nos tenía que dar parque por la noche o al amanecer.

Lo pedido por Zapata aceleró los planes en su contra. Nosotros pernoctamos en Tepalcingo. Guajardo se adelantó a Chinameca dejando una guarnición en Jonacatepec. Antes de marcharse concretaron una entrevista en esa hacienda, para ultimar detalles sobre el ataque a Tlaltizapán. Con esto Guajardo ganaba tiempo para sus hechos que ya no serían fingidos, como los de Jonacatepec, pues esto de combatir a Pilar Sánchez iba en serio.

En Tepalcingo hubo una junta de generales por la noche y no cejaban
nuestras inquietudes por la actitud de Guajardo, desconfiábamos y hasta la gente de los pueblos y rancherías, al vernos juntos, se sorprendía por el uniforme del enemigo y se acercaban al general Zapata para decirle que se cuidara, pero no hizo caso, seducido por el verbo y las acciones de este individuo. Siempre que se le decía algo al respecto contestaba:

-No es verdad. ¿No ven acaso las pruebas que dan Guajardo y los suyos?

Como siempre, sus órdenes eran sorpresivas: entre la una y dos de la mañana nos mandó marchar a San Juan Chinameca, donde llegamos al amanecer, situando el campamento en los cerros llamados de la Piedra Encimada. En la cabalgata Salvador Reyes me comentó:

-No sé por qué no me gusta esta actitud del jefe, y menos la de Jesús
Guajardo y los suyos. No es limpia su franqueza. Pero en fin, el jefe anda muy confiado, cosa nunca vista en él durante estos años. A ver qué sucede, pero me repugna esta alianza.

Coincidimos en la apreciación Gil Muñoz Zapata, que era muy reservado, y yo. Íbamos bajo una luna brillante, de ésas de Semana Santa, cuando nos alcanzó Feliciano Palacios, quien iría a recibir el parque al interior de la hacienda, y sin saber lo que hablábamos nos dijo:

-Tengo un mal presentimiento que no puedo explicar.

Amaneció el 10 de abril de 1919. Era una de esas mañanas surianas, llenas de la inmensa luz que prodiga el padre sol a estas tierras, acompañada del canto de los pájaros de diferentes especies, que abundan en la campiña morelense por su exuberante vegetación, de sabor costeño sin serlo y que suenan como una sinfonía. Pero también a lo lejos, por las barrancas, se escuchaba el triste canto de la paloma de ala blanca.

Nosotros, silenciosos para evitar otra reprimenda, seguíamos atentos
los movimientos de Guajardo y de su gente, en espera de que dieran cualquier paso en falso, pero no se descubrían en lo absoluto. Llegó Guajardo a la Piedra Encimada a rendir novedades al general Zapata, asegurándole que iban a llegar a sumarse a su ejército otros contingentes, para con ellos llevar a cabo las operaciones planeadas sobre Tlaltizapán, el 11 de abril. El día 10 lo aprovecharíamos para prepararnos bien y constituirnos en una fuerte unidad.

Como hora y media después se retiró Guajardo, no sin antes invitar a don Emiliano para que comieran juntos en el interior de la hacienda y celebrar la unión y su ascenso.

Nos fuimos a almorzar a Casa del Real -poblado de Chinameca-, él con sus principales, nosotros aparte, también se nos juntaron algunas gentes de Guajardo. Como a las diez de la mañana, alguien avisó que venía una columna del ejército de Cuautla para atacarnos. Todos nos concentramos en el cuartel general en el cerro; los otros se fueron a la hacienda. El general Zapata mandó llamar a Guajardo, ordenándole que tomara posiciones en Chinameca y alistara su tropa. Junto con Ceferino Ortega El Mole y Adrián Castrejón El Indio, y algunas fuerzas, lo envió a percatarse de la situación ya la vez efectuar un reconocimiento de la zona de San Rafael, inmediaciones de Moyotepec.

Al regresar, informaron que se trataba de una falsa alarma, de cualquier manera nadie abandonó sus posiciones, tanto en los techos de la casona como en los cerros; estábamos expuestos a que en cualquier momento vinieran sobre nosotros. Guajardo, después de rendir las novedades, se retiró a su cuartel, y le insistió en la invitación a comer.

Al medio día llegaron otros contingentes nuestros, del sur de Morelos, para la marcha sobre Tlaltizapán, pues ya les habían informado de nuestro plan de ataque. Era muy importante recuperar esa posición, sede del cuartel general del Ejército Libertador del Sur, y panteón de los generales zapatistas. En Chinameca todos estaban listos para actuar. Habían colocado una guardia doble en la entrada principal, a las órdenes de Rodolfo Sánchez Taboada, todos uniformados. Nada parecía extraño, la alerta era general: unos en la Piedra Encimada y otros en Chinameca, debido a la falsa alarma.

Como a las dos de la tarde, y en virtud de que el general Zapata no bajaba a la comida, primero porque los jefes le discutían que no fuera, que era mejor comer a descubierto, que pidiera le llevaran al cerro los alimentos, y segundo porque había enviado por el parque a Adrián Castrejón y a Feliciano Palacios y todavía no regresaban, llegó por parte de Guajardo el mayor Manuel Castillo, con un recado para apremiado, a lo que contestó.

-Dígale a su jefe que ya vamos en estos momentos, que Palacios y
Castrejón me esperen con ustedes.

La discusión sobre no ir volvió, pero molesto por la negativa en un
arranque de decisión y arrojo -como era su costumbre- les dijo:

-El que sea hombre que me siga, no hay por qué tener duda de la conducta de esta gente. Guajardo es leal. ¡Vamos!

Se llevó con él a los principales, los otros permanecimos entre el caserío y los cerros, dominando la entrada de la hacienda. Bajó por el callejón que iba directo al portón, la guardia lo esperaba; iban con él Ceferino Ortega, Prudencio Casals, Gil Muñoz Zapata, Pablo Brito, Lucio Bastida, Francisco Mendoza, Jesús Capistrán, Agustín Cortés, José Rodríguez y Adrián Castrejón, quien ya estaba en el lugar y salió a unírseles caminando, de Feliciano Palacios no se veían ni sus luces. Así avanzó hasta atravesar la calle.

La guardia al mando de Sánchez Taboada se formó, y a toque de llamada de general de división, le hizo honores y presentó armas. Zapata y la comitiva se detuvieron un momento, para luego avanzar y fue cuando se abrió fuego cerrado sobre el jefe, quien iba montado sobre El As de Oros. Cayó abatido por un sinnúmero de balas que la guardia incrustó en todo su cuerpo, como a cinco metros fuera de la entrada de la hacienda.

Todo fue confusión y sorpresa, en ese momento la artillería que estaba
en los techos, vomitó fuego. Los caballos se encabritaron, saliendo en
escapada por todos lados. ¡El jefe había caído! Todos, por instinto, salvamos la vida. De la hacienda salieron los de caballería disparando a diestra y siniestra sobre quien fuera. Nos tratamos de poner a salvo en las barrancas o en los montes más cercanos.

Así cayó con el cuerpo hecho una criba, para no levantarse más, un gran hombre, mi jefe, que tenía un gran amor a los campesinos, peones y desamparados; que fue firme en sus ideales y defendió hasta el fin de sus días el reconocimiento de su plan agrario, el de Ayala. Por eso había sido perseguido por dos décadas, desde el gobierno de Porfirio Díaz hasta el de Venustiano Carranza. Cayó solamente por la traición, no en un combate, en buena lid, que seguramente los carrancistas hubieran ganado pues tenían superioridad en nombres y armas. Esto me demostró cómo se impuso el poder al ideal.

No se fue solo, lo acompañaron en su último viaje: los fusilados de Bárcenas y los de la estación Pastor, asesinados también por engaño, el general Palacios, que había entrado a la hacienda, porque Castrejón se entretuvo comiendo algo en una fonda, donde lo mataron a puñaladas en una de las cuadras, y Agustín Cortés, que cayó con el jefe.

Jesús Guajardo salió para Cuautla con mucha de su tropa. En su nerviosismo, dejó los cadáveres de Zapata, Palacios y Cortés. Fueron Sánchez Taboada y su pelotón que estaba en la guardia, quienes los pusieron atravesados en unas mulas. Esta acémila con su macabra carga iba jalada por su asistente rumbo a Cuautla.

En esta ciudad, Eusebio Jaúregui fue pasado por las armas, declarándolo reo de rebelión; así pagó su ingenuidad, que provocó la gran tragedia de Chinameca, por su indirecta colaboración con Pablo González. Todo había sido engaño y traición. El asesinato de Emiliano Zapata fue festejado y se premió con creces, en oro, semejante a otro pagado con treinta denarios de plata, casi dos mil años antes, y con ascensos para sus verdugos.

Así murió el hombre y nació el héroe, el mártir del agrarismo… 

Tomado de López de Nava Camarena Rodolfo. Mis hechos de campaña. Testimonios del General de División Rodolfo López de Nava Baltierra. 1911-1952. INEHRM. 1995. 171 pp.