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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

Este Sitio es un proyecto personal y no recibe ni ha recibido financiamiento público o privado.

 
 
 
 


1919 Declaración conjunta de arzobispos desde la ciudad de Chicago.

Abril 4 de 1919

 

La última guerra ha extendido la desolación y la destrucción sobre vastas comarcas de la tierra: ha conmovido nuestro edificio social hasta sus cimientos: ha dejado lisiadas, postradas y enfermas a multitudes de prójimos nuestros; y ha llenado al mundo con las lamentaciones de los espoliados y de los sufrientes. Como Padre común de la humanidad y como custodio del Mundo Cristiano, el Soberano Pontífice, en el nombre de Dios y por el bien de la humanidad, ha apelado a todos nosotros no sólo para que curemos las heridas hechas a nuestra civilización, sino también para señalar la vía hacia una paz permanente y de buena voluntad abogando firmemente por la justicia. Pero mientras que nosotros laboramos en amor y en caridad para cumplir este deber que la Religión Cristiana nos impone y que el Santo Padre tan elocuentemente reclama para nosotros, hay quienes avivan antiguos temores y enardecen antiguos rencores, una minoría corta, egoísta pero poderosa, extravía aun y entenebrece las voluntades de los hombres sencillos. Los derechos de los más débiles siguen siendo sacrificados a los intereses de los más fuertes.

A pesar de la buena voluntad de los americanos, un pequeño grupo -que tiene en tan poco las vidas de sus conciudadanos como las de los mexicanos: ha iniciado una campaña de calumnias de los Estados Unidos contra el pueblo mexicano. Unos cuantos extranjeros fomentan la anarquía en México y nuestro pueblo ha sido exitado por indebidos entrometimientos en nuestros asuntos domesticas, humillación que una nación altiva y soberana no puede sobrellevar ligeramente. Una prensa llena de amenazas y vaticinios de una nueva guerra contra nuestra amada patria, -guerra iniciada por hombres egoístas, sin corazón y sin criterio-, pone de manifiesto los propósitos de esas actividades.

Nosotros, los infrascritos, Prelados mexicanos, sostenidos en nuestro destierro por nuestra Fe y nuestra confianza en Dios, y por el amor de nuestra patria, participamos de las esperanzas y tribulaciones de nuestro pueblo: Nos regocijamos con sus alegrías: Compadecemos con sus dolores: Sufrimos con sus angustias: Y, en obedecimiento a los mandamientos de Jesucristo, Nuestro Bendecido Señor y Maestro y en conformidad a los ordenamientos de su Vicario, Nuestro Soberano Pontífice, y constreñidos por nuestra siempre vigilante solicitud en favor de la seguridad y bienestar de los que han sido encomendados a nuestro cuidado, hemos sido impelidos a hacer un llamamiento a los ciudadanos de los Estados Unidos y a los ciudadanos de la República Mexicana para que sean pacientes y se sobrelleven unos a otros, porque de otro modo su amistad y el justo deseo de preservarlas y de fomentarlas quedarían rotos por las maquinaciones de las fuerzas del mal, conjuradas contra ellos. Deseamos que los sanos consejos sustituyan a los pensamientos de violencia en la consideración de las dificultades existentes o que puedan ser creadas entre nuestra amada patria mexicana y la tierra que nos hospeda. Entre tierras a las que la naturaleza, las circunstancias y la opinión han dado un destino común: entre tierras libres, preordenadas por Dios para ayudarse recíprocamente en plena armonía, con mutua buena inteligencia y perfecto desinterés y unidas para siempre una a otra en el cumplimiento de la alta misión para la que Elías ha creado; la paz, la paz de Dios y de la Iglesia, debe prevalecer.

Nosotros, como representantes de la Iglesia, que durante nuestro apostolado y también en nuestras personas ha sufrido persecución por parte  del Gobierno Mexicano, hacemos no obstante un llamamiento especial en nuestra angustia a todos aquellos que llevan cargas impropiamente puestas sobre sus hombros por las autoridades mexicanas, y damos testimonio a los oprimidos así, de nuestra inquebrantable fe en el sentimiento de la justicia que radica en el pueblo mexicano y de nuestra inalterable confianza en el triunfo indefectible de todas las causas justas sometidas a su tribunal. Nosotros, Pastores sin hogar, cuyos apriscos han sido destruidos y arruinados y cuyas ovejas han quedado dispersas y opresivamente afligidas: Nosotros, que estamos obligados en conciencia a no omitir esfuerzo alguno hasta que no quede cumplida la misión que Dios nos confió: Nosotros, instamos para que haya mutua paciencia y tolerancia, porque nuestra confianza en el pueblo mexicano es absoluta. Y, si proclamamos esa confianza, apelaremos en vano a los modeladores inteligentes de la opinión americana para que refrenden las ideas de violencia y endilguen al pueblo por las vías de la Caridad y del pacifico arreglo de todas las dificultades?

Apelamos especialmente a aquellos de buena fe que, en los Estados Unidos han hecho suya nuestra causa, recordándoles que los corazones del pueblo son los templos de Dios y que la misión de la Iglesia es crear la paz y la buena voluntad entre los hombres. El principio en que está fundada nuestra Iglesia establecerá una paz de justicia, porque la disposición del pueblo mexicano para corresponder a la Misión de la Iglesia no tiene más límites que las barreras artificiales y transitorias que restringen nuestro ministerio. Finalmente, apelamos a los fieles en los Estados Unidos y en México para que se unan en nuestras oraciones, a fin de que Dios sea servido de remover prontamente todas las ocasiones de desacuerdos entre estos dos Estados soberanos de manera que el pueblo mexicano y el pueblo americano puedan convivir en perfecta paz ahora y siempre, pero conservando su propia independencia y soberanía.

Chicago, Abril 4 de 1919.

Lo anterior es una declaración conjunta de FRANCISCO PLANCARTE, Arzobispo de Linares. LEOPOLDO RUIZ, Arzobispo de Michoacán. FRANCISCO OROZCO, Arzobispo de Guadalajara.

La Fiesta del Papa. Escuela Tipográfica Salesiana, México, 1920; 112 pp.; Protesta, pp. 15 a 27; Acta de Chicago pp. 43 a 46; Declarado Conjunta pp. 46 a 49.

 

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El Petróleo y la Intervención en México. Publicado en The Nation, órgano oficial del clero católico de los Estados Unidos.

 

De "The Nation", Organo Oficial del Clero Católico de EE.UU.

Abril de 1919. (Traducción).

EL PETRÓLEO Y LA INTERVENCIÓN EN MÉXICO

Es difícil comprender el por qué del fracaso de la prensa americana para alcanzar el significado y profundo interés que encierra la declaración hecha la semana pasada en Chicago por los tres Arzobispos católicos mexicanos, que han hecho de esa Ciudad lugar de su refugio durante los últimos años. Esta declaración, de la cual reproducimos el texto íntegro, se distribuyó por todo el país por conducto de la Prensa Unida; pero según lo que hemos observado el reconocimiento que ha recibido ha sido limitado. El incidente solamente proporciona otro ejemplo de la ineficacia de nuestra prensa para informar correctamente al público de los verdaderos acontecimientos y tendencias del día.

La propaganda siniestra llevada a cabo la semana pasada por las oficinas del General Blanquet en Nueva York, se publicó por columnas en muchos de los periódicos más prominentes de América; sin embargo, se puede decir que hay pocas comunidades que aún no saben que el General Blanquet ha desembarcado en México o que aún no han recibido la noticia de que una revolución de importancia se ha suscitado en contra del Gobierno de Carranza.

El mero hecho de que esta noticia sea esencialmente incierta; que el General Blanquet casi no tiene séquito, que una revolución de importancia no es inminente en México, que todo es un "canard" y que el público americano ha sido groseramente engañado con esta noticia, este hecho, digámoslo cínicamente, en muy poco se puede aplicar al caso. La verdadera pregunta se impone: es la noticia popular. Por otro lado, la declaración de los Arzobispos mexicanos suscita muy pocos comentarios: "Apelaremos en vano a los formadores de recto criterio de la opinión americana..." se preguntan los Arzobispos. Parece que muy probablemente así sea el caso.

La declaración de los Arzobispos mexicanos, bajo el punto de vista del principio de espiritualidad y cristianismo, es uno de los grandes documentos del día. Debe ser examinado a la luz de los últimos años de la historia mexicana; entonces sus simples y heróicas virtudes se revelan. Brevemente: el punto de interés humano es éste: Los Arzobispos tienen graves agravios en contra del Gobierno de Carranza; pero a pesar de ellos, rehúsan prestar su apoyo moral a cualquier movimiento que fomente la intervención americana o la de cualquiera otra nación extranjera.

No es nuestra mira discutir en este artículo los méritos de sus agravios; por una parte la Iglesia mexicana ha sufrido violaciones y confiscaciones y se han cometido atrocidades contra los monjes y el clero; por otra parte el gobierno de Carranza acusa al clero católico de instigar a sus feligreses para contra-revolucionar y de mezclarse en actividades políticas que son contrarias al interés del régimen actual. Del desquiciamiento y la confiscación de una Iglesia antigua y rica, nada podía resultar que estuviese exento de persecuciones, irregularidades y animosidad mutua; aunque el procedimiento en México de ninguna manera se ha confinado al régimen carrancista y no ha sido establecido por este Gobierno. Aun en la época de Díaz, la Iglesia sufrió persecuciones.

Cualesquiera que sea la causa, el efecto es que los tres Arzobispos desterrados en la actualidad en Chicago toman muy a pecho sus agravios; han sido desterrados de México, han sufrido mucho en sus personas, y uno de ellos, el Arzobispo de Guadalajara, ha sido confinado en una prisión mexicana con sentencia de muerte; sin embargo, por encima de todas estas consideraciones temporales se han levantado con un espíritu de verdadero perdón cristiano y han apelado sin miedo o favor a los pueblos mexicano y americano, juntos, y han levantado el asunto hasta un punto sublime.

Los aspectos prácticos y políticos de esta acción son de alta significación. Durante su estancia en América los Arzobispos mexicanos han viajado mucho dando conferencias sobre la situación mexicana y han colectado fondos para los campos de refugiados que sostienen en la frontera. Naturalmente que tal campaña ha ayudado mucho a la propagación entre los católicos de América de un sentimiento antimexicano más agrio y distintivo. Frente a este sentimiento, no poco valor y resignación deben haber sido necesarios de parte de los Arzobispos mexicanos para hacer este llamamiento a los "creyentes de Estados Unidos y de México" para practicar la mutua paciencia e indulgencia.

Hay 18.000,000 de católicos en los Estados Unidos que por medio del púlpito y la prensa católica han sido enseñados a ver a México como tierra del mal, y que quienes se podía esperar aportaran gran influencia para el sentimiento intervencionista americano. La tentativa para hacer variar de opinión a este vasto número de católicos y para mitigar la intensidad de su reacción desfavorable para México, es un acontecimiento político de primera magnitud y uno que ha sido calculado sesudamente a fin de cortar de raíz la propaganda intervencionista que de nuevo ha levantado amenazadora la cabeza.

Por qué los Arzobispos mexicanos se creyeron en deber de tomar tan extraordinaria medida. Una lectura cuidadosa del documento y una vista a las "noticias" mexicanas, las cuales parece que con satisfacción menciona la prensa, nos confirmarán en la obvia inferencia. Los Arzobispos deben haber descubierto que ellos y la campaña que hacían para obtener fondos los usaban fuerzas siniestras como pantalla moral para una propaganda nefasta; como una bendición espiritual para una diabólica empresa. Para hacerlo más claro: Los Arzobispos mexicanos deben haber olido el aceite.

"En México, dice el documento, la anarquía está fomentada por unos cuantos alienados y nuestro pueblo ve con manifiesto desagrado la injustificada intromisión extranjera en sus asuntos domésticos... El objeto de estas actividades lo hace muy claro una prensa que está llena de amenazas y portentos de una nueva guerra es la labor de un pequeño grupo de hombres desalmados o insensatos, que trabajan contra nuestros bien amados hermanos de México". Estas son palabras duras y su significado es inequívoco. Al día siguiente de aparecer esta declaración, se anunció el movimiento de Blanquet, ahumado en aceite; pero, no obstante, llamando a todos los intereses del antiguo régimen, entre el resto, la Iglesia y el Clero. La yuxtaposición de estos dos anuncios, no puede haber sido una mera coincidencia.

El manifiesto de los Arzobispos anticipándose al otro, constituye una completa y decisiva contestación a las pretensiones de Blanquet.

Hay razón en creer que se están haciendo esfuerzos de amplia magnitud para provocar la guerra entre Estados Unidos y México. La atmósfera aparece bastante límpida, la tormenta remota, el peligro absurdamente lejano, sin embargo, poco a poco la propaganda se ha extendido con ostensible casualidad entre nosotros, el movimiento real se desenmascara y una por una se manifiestan las fuerzas que se han reunido para dar el golpe. Varios prominentes petroleros americanos y canadienses, van a París, los últimos después de una controversia enojosa con el Departamento de Estado. En París estos señores se encuentran con los otros grupos de petroleros; los Cowdray, los intereses de la Dutch Shell (la mayoría de los cuales son de súbditos ingleses), el grupo de banqueros Morgan y los representantes financieros de Inglaterra y Francia.

Debemos recordar que el grupo Morgan actuó de banquero para la Gran Bretaña durante toda la guerra. De repente se anuncia en la Biblioteca de J. P. Morgan que un comité de banqueros compuesto de 10 americanos, 5 ingleses y 5 franceses, se ha formado con el objeto de proteger los intereses de los capitalistas extranjeros de México. Las columnas del mundo financiero son miembros de este comité. Poco tiempo después, se propone la conferencia de Prinkipo (que tiene por mira el arreglo de la cuestión petrolera entre Rusia y Rumania) y es acogida por el Primer Ministro Borden del Canadá, aunque el Presidente Wilson sea el fiador ostensible. Habiendo fracasado el plan, el Barón O'Shaughnessy retorna al Canadá y los asuntos petroleros quedan en paz por un momento.

Entonces, nacido del aire, aparece el viejo fantasma japonés de la Baja California; la prensa americana lo comenta extensamente, se cría una excitación de tres días y la historia una vez más y oficialmente es repudiada. Casi inmediatamente después, no obstante, se anuncia que el Gobierno británico ha adquirido grandes intereses petroleros y que va a hacer el negocio. Por encima de esto, el General Blanquet desembarca de repente en México y se lanzan declaraciones cuidadosamente preparadas en Nueva York.

Esta revista a la ligera de la situación actual, no es de ningún modo fantástica. El impulso está hecho y la historia de él está escrita claramente en la propaganda de Blanquet. El Presidente Carranza debe ser tachado de germanófilo y su régimen aparentemente llega a la categoría de bolcheviquismo. La Ley, el orden, los Derechos de Propiedad, la Iglesia y la antigua constitución, todo debe ser invocado. El reconocimiento extranjero debe obtenerse. Y entonces, por grados, el público americano será fustigado para obtener la intervención. La Doctrina Monroe y el sentimiento antijaponés se pueden usar como una poderosa palanca.

Algunos intereses en el país, verían con satisfacción que se renovara el estado y la psicología de la guerra. Todo el amontonamiento de jingoísmo de un país que fue privado de la guerra en medio de su primera fiebre, reaccionaría en favor de la intervención americana en una fresca ola de arrogante emocionalismo. Los magnates del petróleo y su comité bancario, saben muy bien en qué instrumento tocan.

Sinceramente esperamos que esta campaña no tenga éxito, y que la rectitud de mente americana y sus sentimientos, no sean manchados por sórdidos intereses. La falacia es obvia: el petróleo no vale las vidas de las tropas americanas, y aun simplemente en cuestión de dinero, es absurdo gastar billones de dólares para guardar propiedades que valen cientos de millones. Hay peligro al permanecer tranquilos con la fe de que los intervencionistas mexicanos no son poderosos para remover el país; pero no tendrán éxito si se dice la verdad francamente.

Las palabras de los Arzobispos mexicanos son sabias y verdaderas y su acción pone una muestra de alta calidad de estadistas morales. Han rehusado ser los instrumentos. La opinión americana debe estarles agradecida por su valor y sabiduría. Por tanto, con gusto peculiar, presentamos a nuestros lectores el siguiente documento notable:

La última guerra ha diseminado sobre grandes áreas de la tierra la desolación y la destrucción; ha removido nuestra constitución social desde los cimientos; ha dejado en una condición de mutilación, hambre y plaga a multitud de nuestros prójimos y ha llenado el mundo de las lamentaciones de los despojados y sufridos. Como Padre común de la Humanidad y como custodio del mundo cristiano, nuestro Soberano Pontífice nos ha suplicado a todos en el nombre de Dios y bien de la Humanidad, no solamente para que lavemos las heridas de la civilización, sino que, por medio de una constante abogacía en favor de la justicia para todos los pueblos, indiquemos el camino de la paz y bienandanza permanentes.

Aun cuando en medio del amor y la caridad nosotros laboramos para llenar el deber que la cristiandad nos ha impuesto y que nuestro Santo Padre tan elocuentemente nos pide, hay otros que hacen que se renueven antiguos temores y enciendan nuevos odios. Una pequeña y egoísta, pero poderosa minoría aún pervierte y oscurece los intereses del pueblo. Los derechos del débil continúan sacrificándose en aras de los intereses de los fuertes.

En México, la anarquía está fomentada por unos cuantos alienados y nuestro pueblo ve con manifiesto desagrado que haya intromisión extranjera en sus asuntos domésticos, una indignidad que un pueblo ORGULLOSO y soberano no puede ni ligeramente soportar. El objeto de estas actividades lo pone de manifiesto cierta prensa llena de amenazas y portentos de una nueva guerra; es la labor de un pequeño grupo de desalmados o insensatos que trabajan contra nuestros bien amados hermanos de México.

Nos, los suscriptor, Arzobispos de México, sostenidos en nuestro destierro por nuestra fe y confianza en Dios y por el amor a nuestra patria, participamos de las esperanzas y tribulaciones de nuestro pueblo. Nos alegramos con sus dichas y lloramos con sus penas. Y en obediencia al mandato de nuestro bendito Señor y Maestro Jesucristo, en conformidad con el llamamiento de su Vicario, nuestro Soberano Pontífice, y dominados por nuestra siempre vigilante solicitud para la seguridad y bienestar de aquellos que se nos han confiado a nuestro cuidado, estamos obligados a hacer un requerimiento a los CC. de EE. UU. y a los de la República de México para que sean pacientes y consecuentes el uno para con el otro, para que la amistad que los hombres justos desean conservar y criar no la destruyan las maquinaciones de fuerzas diabólicas que se han levantado en su contra.

Deseamos que una razón sana ahuyente todo pensamiento de violencia al considerar las diferencias que puedan existir o surgir, entre nuestra querida patria, México, y la patria de nuestro refugio. Entre países ligados a un común destino por la naturaleza y por el sentimiento, países libres que por disposición de Dios, deben ayudarse el uno al otro con perfecta armonía, confianza mutua y amistad desinteresada para el cumplimiento de los altos destinos para los cuales El los ha creado, la paz, la paz de Dios y de la Iglesia debe prevalecer.

Nos, como representantes de la Iglesia, que está bajo nuestra dirección, y en nuestras personas, sufrimos persecuciones por el Gobierno mexicano, y en nuestro dolo, apelamos especialmente a todos aquellos que llevan las cargas indebidamente impuestas por las autoridades mexicanas. Ante aquellos que están agobiados, presentaríamos el testimonio de nuestra inquebrantable fe en la justicia esencial del pueblo mexicano y nuestra inalterable confianza en el triunfo ulterior de todas las causas justas sometidas al tribunal de nuestro pueblo. Nos, pastores sin hogar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fuente:
Fabela Josefina E. de (Coord.) Las relaciones internacionales en la Revolución y régimen constitucionalista y la cuestión petrolera, 1913-1919. México, Ed. JUS [Comisión de investigaciones históricas de la Revolución Mexicana 1971] [Serie: Documentos históricos de la Revolución Mexicana. Fuentes y documentos de la historia de México; 20]. 2 Vols. Tomo II.