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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

Este Sitio es un proyecto personal y no recibe ni ha recibido financiamiento público o privado.

 

 
 
 
 


La Doctrina Carranza.

1918

I. Carranza contra la Doctrina Monroe

Con los antecedentes históricos se comprenderá que las relaciones internacionales de México ameritaban la intervención de un estadista, que dándose cuenta de la gravedad y del alcance de las imposiciones norteamericanas, tuviera el patriotismo y el valor bastante para oponerse a ellas; y, además para resolverse, de una vez por todas, a cambiar de raíz la política exterior de México, fijando las bases que habían de sostenerla.

Por eso fue que desde el principio de la revolución, al presentarse las primeras dificultades internacionales con los Estados Unidos, el primer jefe no vaciló en definir su conducta a riesgo de perder el apoyo moral y aun material que necesitaba del gobierno americano, para vencer a la dictadura sangrienta de Victoriano Huerta.

El primer conflicto que se presentó a la cancillería mexicana de la revolución, fue el famoso "caso Benton" que fue el siguiente:

Cuando el gobierno de Washington en su propio nombre hizo representaciones a nuestra cancillería respecto a la desaparición del súbdito inglés William Benton (asesinado por Villa); nuestra Secretaría de Relaciones a cargo del licenciado Isidro Fabela, contestó, por órdenes precisas del primer jefe, que el gobierno constitucionalista no aceptaba las representaciones de Washington tratándose de un súbdito inglés; que las gestiones respectivas las debería hacer directamente a nuestro gobierno el británico.*

En el fondo, lo que quería el señor Carranza era desconocer la Doctrina Monroe en una de sus aplicaciones.

Tanto España como Inglaterra, quejosas de la revolución mexicana, considerando a los Estados Unidos como tutor nuestro en virtud de la Doctrina Monroe, encontraban lógico no dirigirse al menor incapacitado, al que le concedían personalidad internacional, sino al tutor, para que éste, ejercitando sus naturales funciones protectoras tomara sus reclamaciones en sus manos.

Varios gobiernos europeos, por no decir todos, tienen la errónea creencia de que en dificultades más o menos graves con los países latinoamericanos, ellos no pueden intervenir directamente en dichos negocios si no es por conducto de los Estados Unidos. Especialmente, Inglaterra tiene todavía -parecería increíble- esa convicción, y como ellos aceptan la Doctrina Monroe creen cumplirla y ser consecuentes con los Estados Unidos que les interesan mucho más que Hispanoamérica, aceptando la norma monroísta a pie juntillas.

Carranza con su conducta en los casos de Guanacevi y Benton, quiso de una vez por todas expresar tanto a la Casa Blanca como a las cancillerías europeas que él no aceptaba la tutela de los Estados Unidos, y que, de hecho, desconocía la Doctrina Monroe y para que su política quedara al respecto bien definida, el año de 1919, desconoció franca y abiertamente la Doctrina Monroe declarando lo que sigue:

"La Doctrina Monroe constituye un protectorado arbitrario, impuesto sobre los pueblos que no lo han solicitado ni tampoco lo necesitan. La Doctrina de Monroe no es recíproca y por consiguiente es injusta. Si se cree necesario aplicarla a las repúblicas hispanoamericanas podía aplicarse igualmente al mundo entero. Se trata de una especie de tutela sobre la América Española que no debiera existir bajo ninguna excusa. El presidente Wilson se expresó en el mismo sentido que yo cuando recibió a los periodistas mexicanos. Podrían enumerarse los casos en que la aplicación de la Doctrina Monroe ha causado dificultades en las repúblicas hispanoamericanas. Estamos en el caso análogo a alguien que se le ofreciera un favor y lo rechazara, pero a pesar de esto se le impusiera la aceptación de ese favor, que no necesita. "

Después de estas declaraciones, el ilustre estadista en su mensaje al Congreso de 1919, ratifico sus conceptos anti-monroístas en los siguientes términos:

"Como en la conferencia de paz de Paris se trató sobre la aceptación de la Doctrina Monroe, el gobierno de México se vio en el caso de declarar públicamente y de notificar oficialmente a los gobiernos amigos que México no había reconocido ni reconocería esa doctrina, puesto, que ella establece, sin la voluntad de todos los pueblos de América, un criterio y una situación que no se les ha consultado y por lo mismo esa doctrina ataca la soberanía e independencia de México y constituiría sobre todas las naciones de América una tutela forzosa. "
 
Con lo cual el primer jefe sentaba uno de los puntos bélicos de la "Doctrina Carranza" que es el desconocimiento de la Doctrina Monroe.

No vamos a analizar ahora dicha Doctrina; bástenos saber dos cosas fundamentales: primero que las declaraciones del quinto presidente de los Estados Unidos son esencialmente anti-intervencionistas; y segundo, que si la Doctrina Monroe tuvo su oportunidad y su vigencia al ser expedida el año de 1823 contra las ambiciones imperialistas de Europa en el Nuevo Mundo; una vez muertos los ensueños de reconquista y de dominio en Europa en las antiguas colonias de España en América, la Doctrina dejó de tener aplicación y vigencia hasta que no la vino a desenterrar el presidente Polk. Este señor, después de apoderarse de la mitad de nuestro territorio, intentó apoderarse de Yucatán, cuando el gobierno yucateco, con motivo de la guerra de castas, pidió a los Estados Unidos, a Inglaterra y a España la intervención armada de esos países en la península, a cambio de la soberanía de esa parte de nuestro territorio.

Como Inglaterra no aceptara la intervención y España tuviera el gesto hidalgo, no sólo de declinar la invitación sino de ofrecer víveres a los blancos, Polk, a quien sí sedujo la idea, se dirigió al Congreso de su país manifestando que, como en virtud de la Doctrina Monroe no deberían intervenir en territorio mexicano los países europeos, Inglaterra y España invitados para la intervención, era el momento de aplicar aquella norma del presidente Monroe interviniendo los Estados Unidos.

Como el conflicto se solucionara retirando los yucatecos su solicitud de intervención cuando el presidente Herrera les mandó auxilios de toda especie, para dominar a los indios, no tuvo caso la intervención norteamericana en la península, pero si quedó desgraciadamente viva para la historia diplomática de América la famosa Doctrina Monroe que hasta entonces había estado perfectamente enterrada y olvidada.

Juzgando la Doctrina Monroe desde el punto de vista de los principios, el internacionalista Pradier-Fodérée comentó el mensaje monroísta en los siguientes términos:

"... declarando -el presidente- que la gran república americana consideraría como peligrosa para su tranquilidad y su seguridad, toda tentativa de parte de las potencias europeas para extender su sistema político a una parte cualquiera del continente americano, el -el presidente- se ha mezclado indirectamente en los asuntos interiores de las repúblicas del Nuevo Mundo. Ha hecho intervenciones por anticipado y en provecho de la unión, porque prohibir a los demás gobiernos intervenir, es intervenir."

Por otra parte, si la creencia general tanto en los Estados Unidos como en muchos espíritus, aun cultivados de la América Latina y de Europa, es la de que dicha Doctrina ha sido la salvación de nuestra independencia en muchos casos, y que en la historia de los pueblos de América no tienen sino que estar profundamente agradecidos a los Estados Unidos por el mantenimiento de dicha Doctrina en su política internacional, están profundamente equivocados, porque tal norma política, que no es Doctrina de Derecho ni mucho menos, a nosotros los hispanoamericanos no nos ha servido para nada como no sea para servir de pretexto, como hemos visto anteriormente, para frecuentes invasiones, intervenciones y conquistas de naciones latinoamericanas, con el burdo pretexto de que no intervinieran en esos países sojuzgados por ellos, potencias del Viejo Mundo, para justificar nuestra convicción de que tal Doctrina no nos ha servido para nada, solamente recordaremos que por ejemplo, cuando en 1836 los franceses bombardearon Veracruz, no se acordaron de la Doctrina Monroe; cuando los ingleses se apoderaron de las Islas Malvinas, pertenecientes a la República Argentina, la Casa Blanca se olvidó de Mr. Monroe; cuando los españoles ametrallaron Valparaíso y El Callao tampoco cursó la Doctrina en defensa del Perú y Chile; cuando las flotas guerreras de Inglaterra y Francia bloquearon Montevideo y Buenos Aires durante varios años, nadie se acordó de Mr. Monroe y tampoco se aplicó su doctrina cuando los ejércitos navales de Alemania, Inglaterra e Italia, atacaron Venezuela en tiempo de Cipriano Castro, a pesar de que el eminente Drago solicitó la aplicación de esa Doctrina en aquel caso típico de protección estadounidense contra una intervención europea.

En consecuencia el primer postulado de la Doctrina Carranza fue el desconocimiento oficial de la Doctrina Monroe.

Los demás postulados de su Doctrina los expuso el presidente en su mensaje al Congreso de la Unión de 1° de septiembre de 1918.

Después de declarar que la política internacional de México se había caracterizado por la seguridad de sus principios, y que los resultados adquiridos eran "suficientemente satisfactorios", decía Carranza:

"El deseo de que iguales prácticas que las adoptadas por México, sigan los países y las legislaciones todas, pero en particular la América Latina, cuyos fenómenos específicos son los mismos que los nuestros, han dado a tales principios un carácter doctrinario muy significativo, especialmente si se considera que fueron formulados por el que habla, como el Primer jefe del Ejército Constitucionalista encargado del Poder Ejecutivo de la nación en plena lucha revolucionaria y que tenían el objeto de ilustrar al mundo entero de los propósitos de ella y los anhelos de paz universal y de confraternidad latinoamericana. Las ideas directrices de nuestra política internacional son pocas, claras y sencillas. Se reducen a proclamar, que todos los países son iguales; deben respetar mutua y escrupulosamente sus instituciones, sus leyes y su soberanía; que ningún país debe intervenir en ninguna forma y por ningún motivo en los asuntos interiores de otro. Todos deben someterse estrictamente y sin excepciones al principio universal de no intervención, que ningún individuo debe pretender una situación mejor que la que los ciudadanos del país a donde vaya a establecerse, ni hacer de su calidad de extranjero un título de protección y de privilegio. Nacionales y extranjeros deben ser iguales ante la soberanía del país en que se encuentra; y finalmente, que las legislaciones deben ser uniformes e iguales en lo posible, sin establecer distinciones por causa de nacionalidad, excepto en lo referente al ejercicio de la soberanía.

De este conjunto de principios resulta modificado profundamente el concepto actual de la diplomacia. Ésta no debe servir para la protección de intereses particulares, ni para poner al servicio de éstos la fuerza y la majestad de las naciones. Tampoco debe servir para ejercer presión sobre los gobiernos de países débiles, a fin de obtener modificaciones a las leyes que no convengan a los súbditos de países poderosos.

La diplomacia debe velar por los intereses generales de la civilización y por el establecimiento de la fraternidad universal.

Las ideas directrices de la política actual, en materia internacional, están a punto de ser modificadas, porque han sido incompetentes para prevenir las guerras internacionales y dar términos en breve plazo a la conflagración mundial, México trató de contribuir a la reforma de los viejos principios, y ya ha manifestado en diversas ocasiones que está pronto a prestar sus buenos servicios para cualquier arreglo. Hoy abriga la esperanza de que la conclusión de la guerra será el principio de una nueva era para la humanidad, y de que el día que los intereses particulares no sean el móvil de la política internacional, desaparecerá gran número de causas de guerra y de conflictos entre los pueblos.

En resumen, la igualdad, el mutuo respeto a las instituciones y a las leyes, y la firme y constante voluntad de no intervenir jamás, bajo ningún pretexto, en los asuntos interiores de otros países, han sido los principios fundamentales de la política internacional que el ejecutivo a mi cargo ha seguido, procurando, al mismo tiempo, obtener para México un tratamiento igual al que otorga, esto es, que se le considere en calidad de nación soberana, al igual que los demás pueblos, que sean respetadas sus leyes y sus instituciones y que no se intervenga en ninguna forma en sus negocios interiores.”

De tal mensaje presidencial y del posterior de 1919 se destacan las ideas fundamentales de la "Doctrina Carranza" que son las siguientes:

Primero:

Desconocimiento de la "Doctrina Monroe" porque ella constituye una tutela arbitraria y forzosa, impuesta sobre países que no la han solicitado ni tampoco la necesitan; tutela que ha causado dificultades a las Repúblicas Hispanoamericanas con violación de su soberanía.

Doctrina Carranza

I. Todas las naciones son iguales ante el Derecho. En consecuencia, deben respetar mutua y escrupulosamente sus instituciones, sus Leyes y su soberanía, sometiéndolas estrictamente y sin excepciones al principio universal de no intervención.

II. Nacionales y extranjeros deben ser iguales ante la soberanía del Estado en que se encuentran; de consiguiente ningún individuo debe pretender una situación mejor que la de los ciudadanos del país donde se va a establecer, ni hacer de su calidad de extranjero un titulo de protección y privilegio.

III. Las legislaciones de los Estados deben ser uniformes y semejantes en el posible, sin establecer distinciones por la causa de la nacionalidad, respecto a lo referente al ejercicio de la soberanía.

IV. La diplomacia debe velar por los intereses generales de la civilización Y por el establecimiento de la confraternidad universal; no debe servir para la protección de intereses particulares, ni para poner al servicio de estos la fuerza y la majestad de las naciones. Tampoco debe servir para ejercer presión sobre los gobiernos de los países débiles, a fin de obtener modificaciones a las leyes que no convengan a los súbditos de países poderosos

Carranza quiso romper con la vieja Doctrina de la extraterritorialidad que tantas imposiciones, vejaciones y ataques de parte de los fuertes contra los débiles; quiso establecer ante el mundo no sólo la igualdad de todos los países ante el Derecho, sino su consecuencia lógica, que ningún individuo de cualquier nacionalidad que fuere debe pretender una situación privilegiada respecto a los nacionales del país donde reside; quiso cortar de raíz la inaceptable costumbre de la mayor parte de los extranjeros de considerarse mejores que los nacionales, precisamente por pertenecer a otro Estado que ellos creen superior en cultura, progreso y fuerza, y pretender por esa superioridad que les da su calidad de extranjeros, una situación privilegiada y un título para ser protegidos no sólo en los ataques de que puedan ser víctimas, sino en sus dificultades y sus negocios.

Carranza, después de darse cuenta cabal de la arbitraria, de la irritante conducta de algunos Estados poderosos de estar constantemente sobre el gobierno mexicano con exigencias y amenazas, tan sólo para obtener en favor de sus ciudadanos una situación que no tenían, que no exigían los mexicanos; Carranza que desde el principio de la revolución constitucionalista como jefe del Estado fue víctima de una serie ininterrumpida y creciente de instancias diplomáticas, por daños causados a los extranjeros en nuestra guerra civil, daños de los que ningún país es responsable según el Derecho y la jurisprudencia internacionales; Carranza que apenas quiso sacudir a su patria de las leyes caducas que estaban entregando al extranjero nuestras tierras y nuestras mejores riquezas, inmediatamente fue asediado por quejas y amenazas para que las nuevas leyes no se expidieran o se modificaran para no lastimar los sagrados intereses de los capitalistas extranjeros, que estaban comprando la República; Carranza que se dio cuenta precisa, de que si la revolución no transformaba las instituciones del país radicalmente así como la equivocada política internacional seguida hasta entonces, México, aparte de que no podría encontrar su liberación social, seguiría también por la pendiente fatal de entregar nuestras riquezas en manos del capitalismo extranjero, lanzó al mundo en su mensaje presidencial de 1918, las bases de la nueva política mexicana que constituyera la Doctrina Carranza.

Ya en la Constitución de 1917, el Primer jefe dejó incorporado el artículo 27 que encierra uno de básicos principios de la ideología revolucionaria que reivindica para los mexicanos su tierra y sus riquezas, colocando a los extranjeros en la situación de igualdad que les corresponde, fijándoles la obligación de considerarse como nacionales respecto a los bienes o concesiones que adquieran en México.

"Solo los mexicanos por nacimiento o por naturalización, o las sociedades mexicanas tienen derecho para adquirir el dominio de las tierras, aguas o sus accesiones, o para obtener concesiones de explotación de minas, aguas o combustibles minerales en la República Mexicana."

"El Estado podrá conceder el mismo derecho a los extranjeros siempre que convengan ante la Secretaría de Relaciones en considerarse como nacionales respecto de dichos bienes y en no invocar, por lo mismo, la protección de sus gobiernos por lo que se refiere a aquellos; bajo la pena, en caso de faltar el Convenio, de perder en beneficio de la nación los bienes que hubieran adquirido en virtud del mismo. "

Es decir, que el presidente Carranza incorporaba a la Constitución de la República haciéndola ley nacional e internacional, la cláusula Calvo.

Esta disposición legislativa, que, aunque de hecho no es respetada por todos los gobiernos extranjeros, se Irá imponiendo poco a poco en virtud del progreso mismo de los pueblos que se acercan más y más cada día por la facilidad de las comunicaciones que les permiten conocerse mejor y estimarse más y más. Esta doctrina que hiere en el corazón a la vieja diplomacia que quería en todo proteger con su influencia y sus cañones los intereses individuales, acabará por triunfar en el Derecho e imponerse, en las costumbres políticas de Estado a Estado.

Porque, no es verdaderamente injusto e irracional que los gobiernos se pongan al servicio de intereses particulares comprendiendo el dinero de su nación, la tranquilidad de su pueblo y aun la vida de sus ciudadanos para meterse en la aventura absurda, que dentro de algunos años parecerá ridícula y vergonzosa de defender los intereses de unos cuantos así sean ellos los reyes del acero, del petróleo o del carbón.

Por eso Carranza decía que del conjunto de principios de su Doctrina debía resultar "modificado profundamente" el concepto actual de la diplomacia; agregado que "ésta no debe servir para la protección de intereses de particulares y que”... no debe servir para poner al servicio de estos la fuerza y la majestad de las naciones.

"Tampoco debe servir para ejercer presión sobre los gobiernos de países débiles, a fin de obtener modificaciones a las leyes que no convengan a los súbditos de países poderosos." "La diplomacia, debe velar por los intereses generales de la civilización y por el establecimiento de la confraternidad universal."

En su histórico informe presidencial el señor Carranza terminaba así sus doctrinas internacionales: "México abriga hoy la esperanza de que la conclusión de la guerra será el principio de una nueva era para la humanidad Y de que el día en que los intereses de los particulares no sea el móvil de la política internacional, desaparecerán gran número de causas de guerra y de conflictos entre los pueblos... "

"EI ejecutivo a mi cargo ha seguido procurando al mismo tiempo obtener para México un tratamiento igual al que otorga, esto es, que se le considere en calidad de nación soberana, como al igual de los demás pueblos; que sean respetadas sus leyes y sus instituciones y que no se intervenga en ninguna forma en sus negocios interiores.”

Cada Estado se considere como uno de tantos de la humanidad, y considere el trabajo de sus naciones no en provecho egoísta de su propio país, sino en beneficio universal; cuando todos los individuos donde quiera que vayan, se encuentren, como decía Carranza, dentro de su propia tierra y no en tierra extraña, así no exijan nada que no tengan los nacidos en esa tierra; y no se quieran cubrir para sacar ventajas mercantiles con las banderas de su patria de origen; entonces la igualdad de las soberanías que anhelaba Carranza será un hecho y la igualdad de extranjeros y nacionales dentro del país donde viven y trabajan, no dará otros frutos que la armonía internacional y la cesación de las odiosas reclamaciones extranjeras que son el mentís más elocuente de la igualdad de los Estados ante la ley internacional; igualdad y respeto mutuo que sólo se proclaman en los discursos protocolares de los agentes diplomáticos, y que echan por tierra las constantes representaciones formales e informales de los plenipotenciarios que no vienen a ser, en último análisis, sino los mejores agentes comerciales de las grandes empresas capitalistas del globo.

 

 * Esta respuesta había sido similar a la dada al mismo Secretario de Estado, Bryan, sobre unas minas en Guanacevi, Durango, pertenecientes a españoles; pero como en este caso ni el gobierno español ni el de los Estados Unidos insistieran sobre el asunto, el incidente quedo cerrado.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Tomado de Serrano Migallón Fernando. Isidro Fabela y la Diplomacia Mexicana. México. Editorial Porrúa. 1997