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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1913 México Insurgente

John Reed

TEXTO COMPLETO

El surgimiento de un bandido

Villa había sido un malhechor durante veintidós años. Cuando apenas contaba con dieciséis, repartía leche por las calles de Chihuahua, mató a un oficial del gobierno y tuvo que huir a las montañas. Según se dice, el oficial había violado a su hermana, pero parece probable que Villa lo matara por su rebeldía constante. Eso en si no hubiera sido razón suficiente para que la ley lo persiguiera por mucho tiempo en México, donde la vida humana no vale mucho; pero una vez prófugo cometió un crimen imperdonable: robar ganado de los ricos hacendados. Desde ese momento hasta el surgimiento de la revolución de Madero, el gobierno mexicano había puesto precio a su cabeza. Villa era hijo de peones ignorantes. Nunca fue a la escuela.  Ni tenía el más leve concepto de la complejidad de la civilización; cuando por fin regresó a ella, era un hombre maduro de extraordinaria astucia natural, que encaró al siglo veinte con la ingenua simplicidad de un salvaje.

Es casi imposible obtener información exacta sobre su carrera como bandido. Existen relatos de los abusos que él cometió, en los antiguos archivos de los periódicos locales e informes del gobierno; pero esas fuentes no son fidedignas ya que su nombre se hizo tan prominente que cada robo de tren, asalto y asesinato en el norte de México se le atribuía. Pero un caudal impresionante de leyendas populares se esparcieron entre los peones en torno a su nombre. Existen muchas canciones tradicionales y corridos que celebran sus hazañas; se puede oír a los pastores cantándolas alrededor de las fogatas en las montañas durante la noche, repitiendo los versos heredados de sus padres o componiendo otros extemporáneamente. Por ejemplo, cuentan la manera en que Villa, agobiado por el historial de miseria de los peones de la hacienda de Los Álamos, reunió a una pequeña banda y cayó sobre la casa grande, saqueándola y distribuyendo los despojos entre la gente pobre. Se llevó miles de cabezas de ganado de los Terrazas y las hizo cruzar la frontera. A veces descendía a una mina próspera y tomaba un filón. Cuando necesitaba maíz capturaba un granero de algún hombre rico. Se recluía casi al descubierto en los pueblos alejados de los caminos y vías de tren transitados, organizando a los bandidos de las montañas. Muchos de los que pertenecieron a su banda, son ahora soldados rebeldes y generales constitucionalistas, como Urbina. Su territorio se limitaba en su mayor parte al sur de Chihuahua y el norte de Durango, pero se extendió desde Coahuila a través de la república hasta el estado de Sinaloa.

Su valor indomable y romántico es tema de incontables poemas. Ellos cuentan, por ejemplo, la manera en que un miembro de su banda, Reza, fue capturado por los rurales quienes lo chantajearon para traicionar a Villa. Cuando éste lo supo, mandó un mensaje a la ciudad de Chihuahua diciendo que iba por Reza. A plena luz del día Villa entró a la ciudad, a caballo, se tomó un helado en la plaza, el corrido es muy explícito en este punto, y cabalgó por las calles hasta que encontró a Reza paseando con su novia junto a la multitud dominguera del paseo Bolívar; allí, lo mató y escapó.

En tiempos de hambre, 61 alimentó a comarcas enteras, y cuidó de los pueblos desalojados por los soldados de Porfirio Díaz, quien había dictado una ley infame sobre las tierras. Por todas partes se le conocía como el amigo de los pobres. Algo así como el 'Robin Hood' mexicano.

En todos estos años él aprendió a no confiar en nadie. A menudo en sus incursiones secretas a través del campo con un compañero fiel, acampaba en algún lugar desolado y despedía al guía; después, dejando una hoguera encendida, cabalgaba toda la noche para huir de su fiel compañero. Así es como Villa aprendió el arte de la guerra; ahora, en el campo de batalla, cuando el ejército acampa por la noche, Villa le arroja las riendas de su caballo a un ordenanza, se echa un sarape al hombro y se va solo a las colinas. Parece que nunca duerme. A media noche llega a algún lugar de los puestos de avanzada para ver si los centinelas están cumpliendo con su deber; cuando regresa, viene de una dirección totalmente diferente. Nadie, ni siquiera el oficial más confiable de su estado mayor conoce los últimos detalles de sus planes hasta que están listos para entrar en acción.

Cuando Madero tomó el campo de batalla en 1910, Villa todavía era un bandido. Quizá, como dicen sus enemigos, vio una oportunidad para lavar sus cargos; quizá, como parece más probable, se inspiró en la revolución de los peones. De cualquier forma, cerca de tres meses después de que se levantaron en armas, Villa inesperadamente llegó a El Paso y puso su banda, su conocimiento del país y toda su fortuna, a las órdenes de Madero. La vasta riqueza que se decía había acumulado durante sus veinte años de atracos, resultó ser de 363 pesos de plata, muy gastados. Villa llegó a capitán en el ejército maderista; con ese nombramiento fue a la ciudad de México ante Madero, quien lo nombró general honorario de los nuevos rurales. El formaba parte del ejército de Huerta cuando fue enviado al norte para sofocar la revolución de Orozco. Villa mandaba la guarnición de Parral y derrotó a Orozco con una fuerza inferior, en la única batalla decisiva de esta guerra.

Huerta puso a Villa al mando de la avanzada, dejó que él y los veteranos del ejército de Madero hicieran el trabajo sucio y peligroso, mientras los antiguos regimientos federales se quedaban en la retaguardia bajo la protección de su artillería. En Jiménez, Huerta sorpresivamente le formó corte marcial a Villa acusándolo de insubordinación; alegaba haber telegrafiado a Villa una orden en Parral que Villa aseguraba no haber recibido nunca. La corte marcial duró 15 minutos, el futuro y más poderoso antagonista de Huerta fue sentenciado a muerte.

Alfonso Madero, miembro del estado mayor de Huerta, apoyó la ejecución, pero el Presidente Madero forzó la revocación de la orden de su mariscal de campo y encarceló a Villa en la penitenciaría de la capital. Durante todo este tiempo Villa nunca declinó su lealtad a Madero, cosa desconocida en la historia de México. Por mucho tiempo él había deseado con vehemencia una educación. No desperdició el tiempo en remordimientos o intrigas políticas. Dedicó todas sus energías a aprender a leer y escribir. Villa no tenía ninguna base anterior. Hablaba el español duro de los muy pobres; lo que se llama un "pelado"; no sabía nada de los rudimentos o filosofía del lenguaje. Se aplicó al estudio de ellos primero, porque siempre quería saber el porqué de las cosas. En nueve meses ya podía escribir con letra bastante aceptable y leer los periódicos. Es interesante verlo leer, más bien oírlo leer, pues tiene que pronunciar las palabras en voz alta como un niño. Finalmente, el gobierno de Madero hizo arreglos para su fuga de la prisión, ya fuera para salvar el nombre de Huerta, pues los amigos de Villa habían pedido una investigación; o porque Madero estaba convencido de su inocencia y no se atrevía a ponerlo en libertad abiertamente.

Desde ese momento hasta el estallido de la última revolución, Villa vivió en El Paso, Texas, y fue de ahí que salió, en abril de 1913, a conquistar México con sus cuatro compañeros, dos caballos de acarreo, un kilo de azúcar y de café y medio kilo de sal.