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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1913 Entrevista con Madero

Alberto J. Pani, Febrero de 1913

Yo veía al señor Madero, tanto por la mañana como por la noche, con los fines, respectivamente, de recibir sus instrucciones y de informarlo sobre los trabajos realizados durante el día. Mientras viva recordaré, por la fuerte impresión que ellas me dejaron, las entrevistas celebradas el domingo 16 —después del armisticio— y la víspera y el día en que cesaron las hostilidades por el ignominioso triunfo del cuartelazo.

En la noche del 16, además de rendir al Presidente Madero mi habitual informe diario, esta vez especialmente referido a las activas labores de limpia desempeñadas en la zona de fuego, le comuniqué nuestra impresión —casi unánime en el grupo de los que actuábamos en la Secretaría de Comunicaciones como cuartel general— de un entendimiento, contra el Gobierno, entre los sitiados y los sitiadores. Esta especie era también moneda corriente en la calle. Pero aparte de que "vox populi vox Dei", nosotros la reforzábamos ahora, con nuevos hechos, tales como el de haber aprovechado los rebeldes el armisticio en proveerse de comestibles, a ciencia y paciencia de la Comandancia Militar, y con la circunstancia de ser la convivencia entre unos y otros lo único en que los felixistas —encerrados, como estaban, en la ciudadela— podían basar la seguridad que abrigaban, según noticias de fuente fidedigna, en su próximo triunfo. El Presidente Madero me calificó de demasiado suspicaz y, con la ingenuidad que lo caracterizaba, me invitó a que repitiera, delante del general Huerta —que, a la sazón, se acercaba a nosotros— lo que acababa de comunicarle. Procurando no incurrir en una peligrosa alusión directa, dije:

—La gente, en la ciudad, no alcanza a explicarse —quizás por ignorancia— la tardanza en la recuperación de la Ciudadela y, sobre todo, este hecho: mientras que las fuerzas del Gobierno permanecían inactivas durante el armisticio, las rebeldes mejoraban el emplazamiento en su artillería, introducían abundantes provisiones, etc.

El general Huerta, acto continuo, abrazó al señor Madero, exclamando:

—Yo soy, señor Presidente, siempre el mismo: fiel hasta la muerte. Es cierto que esos bandidos introdujeron algunos carros de provisiones, pero a cambio de ventajas mucho mayores para nosotros, pues —agregó bajando un poco la voz— "hay gente mía allá dentro..."