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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1913 Discurso de José María Lozano en la Cámara de Diputados

Abril 19 de 1913

 

 

Cuando el señor general Díaz, en su vértigo de omnipotencia dictatorial, lanzó la célebre entrevista Creelman, fue el Estado de Morelos quien recogió primero las promesas del amo de la República, entrando en una lucha democrática, ardorosa y vehemente, de que fueron paladines adversos el señor don Pablo Escandón y don Patricio Leyva.

Cuando la revolución de noviembre hizo flamear sus estandartes en los campos de Chihuahua, donde tuvo su complemento más eficaz y decisivo fue en las montañas del Sur, y a no dudarlo, fueron las hordas de Figueroa, de Almazán, de Salgado y de Zapata, las que prendieron el espanto en los círculos cortesanos y precipitaron la abdicación el 25 de mayo. Cuando llegó a la capital de la República don Francisco I. Madero, después de un viaje triunfal y entusiástico, sin precedente en los fastos nacionales, cuando todas las clases sociales se agruparon alrededor de aquel hombre y se emulaban en la cooperación de aquella nueva era social, cuya aurora tenía los tonos fascinantes para la República Mexicana, cuando todo era júbilo en las almas o idilio en los corazones, la primera nube detonante que apareció en aquel horizonte de ensueños, fue la nube de Morelos, cuando don Francisco I. Madero pasó de esta vida en los macabros días de febrero, cuando se derrumbó su régimen, purgando propias faltas; pero faltas también de las administraciones anteriores y aun quizá de la Nación entera; cuando salimos de aquel cementerio que se llama la Semana Roja, cuando muchos vislumbraban una nueva época, lenta y paulatina, pero a la postre victoriosa, aparece de nuevo el Estado de Morelos, pero sólo qué hoy en forma grave e inusitada: ¡los que presiden el desastre son las autoridades de aquel pueblo!

¿Qué pasa con Morelos? Eso es lo que debe examinar vuestra sabiduría, señores diputados.

¿Qué pasa en Morelos, que hace fulminar la administración del general Díaz, que bambolea la de Francisco I. Madero y que hoy se yergue ante el nuevo orden de cosas? El problema constitucional que ha iniciado el señor Sarabia, es, sin duda, interesante; pero es menos grave que el estudio de la cuestión que provoca el Estado de Morelos. Y yo voy, con mis escasas luces, a abordarlo con sinceridad y con verdad, porque hoy como en las orillas del Eufrates podemos decir con Esdras: Sólo la verdad es eterna y vence siempre.

¿Qué es el zapatismo?

¿Qué explicación se da del zapatismo? Los hacendados y sus defensores no han visto en el zapatismo del Estado de Morelos sino un simple problema de bandidaje. Los defensores de Zapata -que los tiene abundantes-, no ven en él un simple bandido, sino que le ponen destellos de vengador, de redentor social y para separarlo del tipo lombrosiano con que lo califican los plutócratas, arguyen que Zapata ha resistido a las tentaciones del oro y del poder con que sucesivamente lo han solicitado los gobiernos.

Finalmente, de Zapata se da una explicación intermedia: no es un bandido, ni Tiberio Graco, sino un cómplice del gobierno pasado, para obtener pingües utilidades. El zapatismo fue mantenido en esa región para lucrar con las gentes de guerra y para preparar una vasta y gigantesca combinación que, haciendo deprimir los valores de las haciendas del Estado de Morelos, pasaran al poder de cierto sindicato de próceres.

¿Cuál de todas estas versiones es la aceptable? O bien, ¿no será que cada una de éstas tenga un fondo de verdad, que el problema no sea rojo, ni negro, ni blanco, sino como la vestidura de Florián, sea de todos los colores? Analicemos de cerca.

Mi opinión, señores, es que el zapatismo vive y ha renunciado a toda finalidad política; que hostiliza primero al general Díaz, después a Madero, sin secundar más tarde el movimiento de Orozco y el de la Ciudadela y que permanece en pie por una razón: porque la guerra en ese Estado constituye una industria más rica que la de las minas y más estable y próvida que la de las haciendas.

Voy a procurar demostrarlo. Se dice: no es posible que todo un pueblo sea zapatista, y el Estado de Morelos casi en masa lo es. Es posible, arguyen los que ven en Zapata un socialista de vagos contornos; es posible que él fuese bandido que tuviese una larga cuadrilla, que aun superara al Tempranillo por sus hazañas, pero, ¿cómo os explicáis que todo un pueblo lo secunde en esa tarea? Yo voy a explicarlo, tal vez en mi deseo, por móviles netamente humanos, económicos y morales.

El Estado de Morelos, señores diputados, es una exigua área territorial. Según Geografías hechas en la capital de la República, el Estado tiene alrededor de 9,000 kilómetros cuadrados; según estadísticas oficiales del Estado de Morelos, el área no pasa de 5,000 kilómetros cuadrados. Tenemos en una o en otra hipótesis, una escasa, una corta extensión territorial. Dentro de esa extensión territorial se ha desarrollado con abundancia y prosperidad la industria del azúcar, trabajada por procedimientos industriales, a tal grado, que tenemos en Morelos alrededor de cuarenta ingenios que elaboran azúcar y todos los productos que se pueden obtener de la caña, como aguardiente, melados y algunos otros. Cada una de las haciendas de Morelos, o la mayor parte, tienen instalaciones de maquinaria que representan centenares de miles de pesos; a su vez los campos poblados de caña representan sumas parecidas a la anterior. Las instalaciones industriales pueden volarse con pocas bombas de dinamita y hacer desaparecer en unos cuantos minutos una gran fortuna; los campos de caña puede incendiarse con una vela y hacer desaparecer otra inmensa fortuna.

Allí está el secreto del auge del zapatismo y voy a dar las explicaciones.

El jefe de la cuadrilla llega ante el mayordomo de la hacienda y con el poder del rifle le exige una cantidad; el mayordomo, prevenido por el legítimo miedo de los hacendados, regatea la cantidad, pero entrega una suma considerable. Supongamos, por hipótesis, que aún resulta reducida, que la hacienda de Santa Clara o la de Santa Inés pagan a cada jefe de bandidos, todas las semanas, doscientos pesos; es decir, que Genovevo de la O, Amador Salazar, Eufemio y Emiliano Zapata, reciben la cantidad de mil o mil quinientos pesos.

¿Qué puede ofrecer el Gobierno a esos jefes de cuadrilla? ¿Qué les puede dar la Comandancia de un Cuerpo Rural? La desdeñan legítimamente porque aquello no es más que ocho pesos y veinticinco centavos diarios, inferior a la cantidad que reciben de los dueños de las haciendas. Así pues, económicamente, no les alienta la transacción a que los gobiernos del señor Madero y el actual, los han sucesivamente llamado; pero si no los alienta económicamente el cambio, menos aún les seduce el porvenir político y las satisfacciones morales.

Esta gente es vulgar, está cerca de la tierra, es hija de la tierra. El poder, como en todos, es un instrumento de embriaguez que turba a los espíritus más fuertes. Un Gobernador de Distrito, en la ciudad de México (Alusión al asesinato del General Gabriel Hernández que acababa de cometer el gobernador Enrique Cepeda, del que nos ocupamos en este capítulo. Puntualización del General Gildardo Magaña), fusila bajo locura momentánea a un hombre y al día siguiente está arruinado su prestigio, su porvenir, comprometida su libertad; en cambio, Genovevo de la O quema en Ticumán y se eleva ante sus partidarios como el Satán de Milton, hasta tocar los cielos. ¿Cómo el Gobierno puede darles el goce que tienen como bandidos, si como bandidos queman, matan, violan sin tener detrás de sí las sanciones de las leyes sociales? Así pues, desde el punto de vista moral y de las ambiciones, tampoco los tienta venir hacia el poder.

Pero esto, me diréis, explica que los jefes en armas no se rindan. La complicidad del pueblo es producto de causas económicas. El Estado de Morelos lleva hace tiempo a su bolsillo el contingente que le dan las fuerzas federales con su estancia en ese lugar. Allí ha habido de tres a cinco mil hombres que aumentan el caudal circulatorio; el soldado, el oficial, el jefe, dejan allí parte de su pre; aquello enriquece al pequeño comercio; tiene interés pues, el vendedor, en que eso continúe, pero a su vez los zapatistas, que no se ensañan con el pequeño sino que explotan al grande, alimentan ese estado económico, próspero para la clase submedia y baja de la sociedad. Allí tenéis el principio de la simpatía por el zapatismo.

Pero hay más. El zapatismo puede decirse que es una industria mutua, lucran con él los jefes zapatistas, pero no pocos jefes de las fuerzas irregulares obtienen también pingües ganancias porque viven sobre campo enemigo y economizan las pasturas de los caballos, cuyo precio pasa, indudablemente, al boslillo de muchos jefes de fuerzas rurales. Están, pues, interesadas todas las fuerzas que nosotros, en nuestra mesa de estudio, vemos como adversarias, en sostener aquel ajetreo, que tan útil les es. Hay también otra industria intermedia, rica, preciosa, como filón de La Valenciana, y es la venta de parque. Esto no es hipotético, es confidencia que recibí de un jefe revolucionario: en el Norte, carentes de parque los rebeldes acudían a las soldaderas, las cuales les vendían cinco, diez o quince cartuchos a fuerte precio y esa industria se ha generalizado en Morelos y de ella viven muchos. Veis, entonces, señores, cómo hay una urdimbre de intereses que permite el desarrollo del zapatismo. Después indicaré los medios de combatirlo enérgicamente, pero interesa al desarrollo de mi tesis demostrar que hay una llaga en Morelos, que parte de las reclamaciones de esa gente es justa.

Acaparamiento de los medios de producción

Decía yo -y lo dicen los hechos- que Morelos ha fomentado de manera extraordinaria la agricultura industrial, es decir, ha puesto en unas cuantas manos los instrumentos de producción de aquel Estado.

Por un lado, señores, se encuentra el terrateniente industrial que todo lo posee; por otro, está el jornalero que carece de todo. ¿Qué males provoca esta situación? Males tan graves que una situación intermedia no ha producido en otros Estados donde el salario es menor, como en Tlaxcala, Querétaro y toda la Mesa Central, donde tienen sueldos menores que los que disfruta el peón de Morelos. ¿Por qué, pues, ante esta evidente contradicción hay una rebeldía indomable en ese Estado, y no aparecen los gérmenes de la anarquía en Jalisco, cuyo Estado conozco de cerca? Por una explicación económica, señores; en Jalisco el peón sólo trabaja -en la región de donde yo soy- en Los Altos, cinco meses del año menos que en Morelos, donde trabaja alrededor de ocho meses.

A diferencia de lo que sucede en Morelos, donde en la época de trabajos percibe un jornal de un peso, doce reales y dos pesos, allá en mi querida tierra de Jalisco, en la región que más amo, allá donde yo nací, el jornalero sólo recibe de dos a tres reales y el almud de maíz. ¿Por qué, pues, el jornalero de Jalisco y con el de Jalisco el de Guanajuato, el de Querétaro, el de Puebla y el de tantos Estados tan valientes como los hijos de Morelos, no se levantan con el gesto de la ira y de la desesperación a pedir un poco más de justicia? Porque el propietario no es allá grande industrial, porque no se ha efectuado en aquellos lugares la ley que llaman los economistas de concentración del capital, y porque allá el peón generalmente es aparcero, es decir, que se le da una yunta a medias -tal es la jerga- de maíz; la siembra, la cosecha y aquello le produce junto con su jornal, treinta o cuarenta fanegas de maíz al año, con las cuales vive y es copropietario, podemos decir virtual y forzoso, de las tierras; por eso aquel mediero, aquel aparcero de aquellos lugares, no se levanta con gesto de reivindicación, como el de Morelos, donde ha pasado a la categoría exclusiva de peón enfrente de los grandes capitalistas.

Así pues, el remedio para Morelos es el remedio que han buscado los economistas para la ley de concentración, para los grandes industriales; yo conozco algunos de esos medios, los conocen todos los que hayan hojeado economía política; pero espero que el Ministro preconizado de Agricultura nos dé a saber las medidas redentoras que tiene para resolver el problema agrario.

Tal es la situación de Morelos, no hay que hacernos ilusiones, señores diputados; cualesquiera que sean nuestras tendencias, Zapata secundó incidentalmente el movimiento de Madero, siguió después pronunciado antes que Pascual Orozco, después los jefes beligerantes creyeron que podrían atraerse a Zapata y ya vemos que no se lo atrajeron ni Pascual Orozco ni más tarde Félix Díaz (Félix Díaz, en efecto, envió una carta al General Zapata con el objeto indicado por el licenciado Lozano, pero la regresó con el mismo portador, escribiendo en la cubierta, de su puño y letra, estas palabras: Señor Félix Díaz ... vaya usted al ... Japón. Precisión del general Gildardo Magaña), como no se lo atraerán en el futuro los Vázquez Gómez: Zapata vive allí porque allí vive bien.

¿Cuáles son, pues, los medios para conjurar ese terrible problema?

Uno solo que aconsejan la Historia y la Topografía. A la guerra hay que ir después de haber agotado todos los términos de paz, después de haber exprimido todos los recursos conciliatorios; pero una vez que se acepta la guerra, hay que hacerla de manera implacable. Sólo así se logra el más humanitario de los fines que puede tener la guerra: evitar sangre y dinero. La campaña zapatista puede hacerse de manera eficaz concentrando fuerzas en Morelos, vigilándoles atentamente para expulsar a los zapatistas de los ingenios donde medran; porque ellos medran indudablemente en las ciudades que asaltan, en los pueblos que sorprenden, pero donde está el foco de sus mayores utilidades, es en las haciendas. Que se organicen milicias ciudadanas en las poblaciones, que se organicen columnas volantes que los expulsen del territorio de Morelos, pues no en toda la República los hacendados tienen instalaciones industriales de esa magnitud, o campos de caña cuya desaparición está en las manos de esos bandidos, y entonces el zapatismo se verá condenado a la agonía, como se ha visto, aunque fuera más brava esa gente, en el Estado de Guerrero, donde muchos cabecillas se rinden, mientras que en Morelos, ninguno ...

 

 

 

 

 

 

 

 

Fuente:
Magaña Gildardo. Emiliano Zapata y el agrarismo en México. México, INEHRM [Revolución. Obras Fundamentales], 1937.