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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1912 15 Manifiesto a la Nación. Pascual Orozco.

Agosto 15 de 1912

 

Ningún gobernante en la historia ha recibido un Estado en mejores condiciones que las que se presentaron a Madero, cuando asumió la Presidencia. Todo fue mentira; Francisco I. Madero asumió el poder, pero el nuevo régimen no ha sido sino una resurrección del antiguo, sin sus méritos ni sus antecedentes.

Aun antes de llegar a la Presidencia, obtuvo del tesoro nacional, para su hermano Gustavo, la suma de $ 700,000.00 como reembolso de gastos hechos en la guerra, en tanto que negaba a los revolucionarios y a las viudas y huérfanos de los muertos en campaña, los recursos necesarios para las exigencias elementales de la vida.

El señor Madero se acogió a la bandera de "Sufragio Efectivo, y No Reelección" que había sido levantado por el pueblo, y al asumir el poder, empleó toda su influencia en la elección de los Gobernadores con los que había contraído compromisos, y las violaciones al sufragio son tales, que el primer escándalo lo tuvo la República con la imposición del Vicepresidente Pino Suárez, y posteriormente llegó al grado de ordenar el fusilamiento de electores que no estuvieran de acuerdo con la candidatura oficial, so pretexto de ejecución de criminales, pero llevada a cabo el mismo día de la elección, sin formación de causa ni pruebas de los delitos alegados.

El señor Madero condenaba el nepotismo, y a tres de sus parientes hizo miembros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, sin contar los que están en su Gabinete, y aquellos que ocupan gran número de puestos públicos y de gobiernos de los Estados.

El señor Madero condenaba las concesiones y privilegios, y los privilegios y las concesiones se han multiplicado, enriqueciendo en pocos meses a los miembros de su familia y a los servidores incondicionales de ella.

En la campaña armada, la inmoralidad llegó al crimen. En Chiapas, a los indios chamulas, rebeldes en contra de la imposición de gobernadores, les son cortadas las orejas.

En la región de la Laguna, un hermano del señor Madero, ordenó fueran matados y colgados todos los hombres sospechosos de no ser adictos al Gobierno.

Lo mismo acontece en Morelos y en Guerrero, y cientos de cadáveres han estado suspendidos de árboles y de los postes de telégrafo. Los periódicos han publicado fotografías de estos acontecimientos.

En las batallas de Conejos y Rellano, los soldados del mismo jefe arrojaron ramas encendidas sobre los heridos que quedaron en el campo y los mataron a bayonetazos.

Para conseguir esos excesos, el señor Madero ha derramado a manos llenas el dinero de la Nación, creando el sistema de corrupción más completo que haya existido en ningún pueblo.

Ante los hechos narrados, que no son sino una pequeña parte de los cometidos por el Gobierno, la guerra no es nada más civil o política, es una guerra por la humanidad y por la civilización.

Todo en el señor Madero ha sido mentira, ambición de lucro y crímenes, y en contra de esa mentira y esos crímenes, urge la revolución actual, que el señor Madero podía haber evitado con sólo haber tenido la honradez y haber sido fiel a los principios en cuyo nombre ocupó el Gobierno de la República.

Creo inútil ya decir cuáles son las causas y los fines de esta revolución; pero deseo insistir en algunos puntos:

I.- La causa fundamental es la mala Administración del señor Madero y de su numerosa familia, por lo que no ha sido posible llegar a tratados de paz, y ésta no vendrá al país sino cesando esa Administración y cumpliendo las promesas revolucionarias, es decir: o el señor Madero se retira, o garantiza de manera positiva e indubitable la corrección de los vicios enumerados: corrupción administrativa, nepotismo, imposiciones, privilegios y atentados contra la libertad y la vida de la inmensa mayoría de los ciudadanos.

II.- Es necesario establecer efectiva libertad política y electoral para distribuir las funciones de Gobierno, de acuerdo con los fines, deseos y necesidades de cada región, haciendo del Gobierno Central lo que legítimamente debe ser; el poder de concentración y de vigilancia en los intereses generales.

Creo que nuestros problemas parecen insolubles, porque se conserva la nociva tradición que ha dado nacimiento a varias de nuestras guerras civiles: la concentración de todo el poder en una persona y el aprovecharse de las revoluciones para el solo fin de llegar al más alto puesto del país.

En una palabra, en mi concepto, y para salvar a la Nación de los peligros de nuestros actuales sistemas políticos, las elecciones deben ser realmente libres y debe establecerse un régimen municipal completo.

III.- Sólo restaba el problema agrario. En mi opinión, y puedo asegurar que es la de la mayoría de mis compañeros, ésta cuestión debe resolverse con gran cautela y en vista de las circunstancias peculiares de cada región y de sus habitantes.

El problema agrario no es el mismo en Morelos y en Chihuahua y varía aún en los diversos distritos de este último Estado; que la distribución de tierras no conduce por sí sola a ningún buen resultado.

Por otra parte, tampoco sería de ninguna utilidad la concesión de tierras a quienes no sean agricultores.

Quedan expuestas las causas de la revolución, cuya jefatura me ha sido encomendada; sus ideales, como todos los nacidos del corazón del pueblo, presentan naturalmente dos caracteres: el de la necesidad y el del más alto y puro patriotismo.

La abnegación de todos mis compañeros de armas ratifica mis principios y me fortalece en mi actitud.

Creo firmemente que luchamos por el progreso moral y material de nuestra Patria, y en esa labor hago un supremo llamamiento a la simpatía de todos los países civilizados y conjuro con toda la energía de mi alma a mis conciudadanos, para que conquistemos todos juntos la paz de la República, basada en la Libertad y en la Justicia.

Ciudad Juárez, agosto 15 de 1912.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fuente:
__________ Planes en la Nación Mexicana. Libro seis: 1910-1920. México. Senado de la República-COLMEX. 1987. pág. 216-217.