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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1892 Convocatoria al Partido Liberal Mexicano (Porfirista)

Febrero 21 de 1892

 

CONVOCATORIA AL PARTIDO LIBERAL MEXICANO.

COMITE DIRECTIVO DE LA UNION LIBERAL.

 

EL COMITÉ DIRECTIVO DE LA UNIÓN LIBERAL, con la autoridad que lleva en sí toda aspiración patriótica emanada de una conciencia recta, convoca, en nombre de la gran asociación de que derivan sus poderes, al Partido Liberal de la República, para organizarse conforme a las bases abajo insertas y enviar delegados a una Convención que designe el candidato para el Supremo Poder Ejecutivo de la Nación en el próximo cuatrienio.

Los documentos que acompañan a esta Convocatoria impondrán al público de las bases sobre que acaba de organizarse en la República una gran liga política, bajo el nombre de la UNION LIBERAL. Esta agrupación, como lo explican los mismos documentos, tiene por objeto que los liberales de la República, ligados hoy sólo por la profesión de principios comunes, tomen una organización disciplinaria y obren con sistema y concierto en los casos que lo requieran, comenzando por procurar que en las próximas elecciones sean una realidad el sufragio público y la libertad electoral.

Mas por numerosa que sea, como los registros de inscripción lo comprueban, la asociación que con tan altos fines se ha formado, no podría alcanzarlos sin el concurso de sus correligionarios en toda la extensión del país, y este objeto lleva la organización de Comités locales, a que se refiere la 5a de las resoluciones constitutivas de la UNION.

Casi es ocioso llamar la atención pública sobre lo que influirá la organización cuyo núcleo acaba de crearse, en hacer sólidas y permanentes la paz y prosperidad de que disfruta la República y en precaver para lo porvenir las decepciones que el pueblo mexicano ha sufrido antes de ahora, en sus esfuerzos generosos por cimentar la libertad e impulsar la prosperidad de la nación. Han venido esas decepciones de que los amigos de la libertad y del progreso en México, dispuestos siempre a agruparse y a obrar, cuando los bienes que han alcanzado para su patria, entran en grave crisis, no han mostrado igual actividad ni espíritu organizador para custodiar y conservar sus conquistas. Bastante amargos han sido en lo pasado los frutos de tal imprevisión para inducir al Partido liberal mexicano a organizarse permanentemente como se practica en los países donde el sistema constitucional ha llegado a ser una institución práctica bajo la vigilancia constante de la opinión que se interesa en conservarlo.

El primer resultado que dará entre nosotros esa encarnación del espíritu público, que evita igualmente los excesos del poder y los de la anarquía y hacer regular y serena la política de un país, será consolidar el crédito que hoy goza y explota nuestra República, poblar con una emigración fecunda nuestros desiertos campos y avivar la fe de los capitalistas nacionales y extranjeros en las grandes empresas mexicanas. Por la vocación del hombre a la sociedad y por la ley de la solidaridad humana, no hay cosa grande que esté al alcance de un solo individuo, ni empresa de las que por su magnitud han caracterizado nuestra época, que sea la obra de un solo pueblo. México necesita para realizar la prosperidad que se dibuja en su horizonte, del concurso material y moral de los otros pueblos. Ese concurso será proporcional a la confianza que inspiremos en el exterior, y esa confianza lo será a la base de legalidad y popularidad en que nuestro poder nacional descanse. Sin tan sólido cimiento, pudieran ser un vuelo de Ícaro, los progresos materiales de la República, en que no sin motivo se complace actualmente el patriotismo mexicano.

La inspiración, pues, del Círculo al cual se debe la iniciativa de un movimiento orgánico en el partido liberal, ha sido altamente patriótica y revela además tacto y perspicacia para espiar y escoger el momento de la tentativa. No es ella nueva en nuestra historia política, se ha estrellado otras veces en la sensatez reposada del sentimiento público que creyó ver, como por ejemplo hace diez años, en la invitación a nuestro gran partido, para cerrar sus filas, un conato de organización hostil por parte de un partido electoral recientemente derrotado. Allá cuando la Nación veía tropiezos y sombras en su camino, pudo la prudencia, temerosa de colisiones, ver con recelo la formidable potencia de la opinión desarrollada en nuestro partido liberal progresista. Pero hoy que el país tiene ante sí espacio despejado y rieles sobre que marchar, los conductores mismos de la locomotora política deben complacerse al sentir que palpita dentro de ella el vapor de la opinión pública. Fuera de los sonámbulos que vagan entre nosotros, soñando en quimeras de retroceso político y social, no hay al presente en México un sólo interés patriótico e ilustrado que pueda alarmarse por la organización y la influencia de la opinión liberal en los negocios públicos. Los mismos depositarios de la autoridad, que tienen delante tantas y tan grandes cosas a que dar cima, verán centuplicarse su vigor y su prestigio por medio de esa especie de desposorios que una elección libre celebra entre el poder y el pueblo, desposorios semejantes a los del antiguo Dux de Venecia con el elemento, base y vida de la gran República.

Los iniciadores del movimiento para cuya realización invitamos a todos los liberales mexicanos, desean que el poder vivificador de la opinión se desarrolle en toda su fuerza expansiva en el seno de la UNION LIBERAL, ya constituida, y de la gran convención electoral que se reunirá más tarde. Desean que esas dos grandes organizaciones sean campo abierto y vasto donde quepan todos los matices, todas las simpatías, todas las preferencias de nuestro gran partido, y viene de allí la base radical de nuestros trabajos, que les asigna por principal objeto, emplear todos los medios posibles y las mejores formas de asegurar en las próximas elecciones una expresión libérrima al sufragio nacional.

El Partido liberal do México, en cuyo seno ha ido dejando la experiencia una gran dosis de buen sentido, y que, sin perder de vista sus ideales de libertad y progreso, da muestras diarias de un saludable espíritu conservador, tiene derecho a esperar que, no solo los otros partidos, sino la autoridad, en todas su categorías y personificaciones, respeten la libertad de sus sufragios. La UNION LIBERAL, cuya convicción profunda y cuya aspiración leal se expresan en estas ideas, quiere tener en cada uno de sus colaboradores y delegados, un vigía contra la presión sobre el voto público, y un custodio de la libertad electoral. Pero como a los deseos de la gran asociación cuyos sentimientos esta convocatoria interpreta, serían igualmente contrarias la coacción sobre el voto popular que la indiferencia para emitirlo, se ha recomendado con encarecimiento a los colaboradores de la UNION en todo el país, que despierten el espíritu público dónde quiera que lo hallen adormecido, convirtiéndose en apóstoles de estas dos grandes verdades: que la emisión de voto es, no solo un derecho, sino un deber del ciudadano, y que hace un servicio más eficaz a sus principios, quien aprovecha cualquier coyuntura para abrirles camino y ponerles en práctica, que quien, en actitud inerte, se limita a declaraciones de una fidelidad estéril e infructuosa.

Los miembros de la UNION LIBERAL, a pesar de lo explícitas que son en este punto sus bases orgánicas, no sólo llaman enfáticamente la atención pública sobre que, según ellas, la cuestión de candidatura para la presidencia debe pasar íntegra a intacta a la Convención Nacional, sino que, fieles a la disciplina que tratan de introducir, en estos trabajos ratifican solemnemente ante la Nación, el compromiso que tienen ya contraído, de aceptar y apoyar sin reserva el candidato que resulte designado por la mayoría de los delegados convencionales.

México, Febrero de 1892. —Manuel M. de Zamacona, presidente —Ignacio R. Alatorre, vice- presidente. —Ignacio Bejarano. Francisco Bulnes. —Juan Bustamante. —Sebastián Camacho. —-Joaquín D. Casasús. —Vidal Castañeda y Nájera. —Apolinar Castillo. —Mariano Escobedo. —José María Gamboa. —Trinidad García. —Benito Juárez. —Guillermo de Landa y Escandón. —José I. Limantour. —Pablo Macedo. —Ignacio Pombo.-José Antonio Puebla. —Carlos Quaglia. —Sóstenes Rocha.—Justo Sierra. —Francisco A. Velez. —Miguel S. Macedo, secretario. —Roberto Núñez, secretario. —Emilio Pardo, Jr. secretario. —Emilio Pimentel, secretario.

 

“El Municipio Libre”. México. Tomo XVIII. Núm. 44. Domingo 21 de febrero de 1892. pp. 1-2