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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

Este Sitio es un proyecto personal y no recibe ni ha recibido financiamiento público o privado.

 

 
 
 
 


1885 Carta de Vaister sobre el servicio doméstico al gobernador de Chiapas, general José María Ramírez, y contestación a la misma. (Esclavitud en Chiapas)

Octubre 16 de 1885

 

He visto el proyecto de ley que sobre el servicio domestico presentó al Congreso el señor José Velazco. Soy su amigo y como tal voy a emitirle mi parecer en este asunto.

El fin esencial del poder es proteger, y no se protege sino al débil contra el fuerte: en el servicio doméstico, el fuerte no es otro sino el amo, el débil no es otro sino el criado, puesto que el uno manda y el otro obedece, el uno es opulento y el otro es propietario; el uno contrata para vivir, el otro contrata para negociar. El que abusa es el que exige y no el que presta, y por cierto que el primero es el amo y el segundo es el sirviente.

Para persuadirnos de la verdad de la aserción, bosquejemos al sirviente.

Unas veces comienza su condición desde la infancia, porque un padre poco escrupuloso en sus deberes, no muy pródigo en amor, lo sacrifica para satisfacer cualquiera necesidad. Él, o por respeto o por excesivo amor filial, acepta el sacrificio: el niño comienza por separarse del hogar, abandonando a su madre que para él es tan estimable, a sus hermanos, y pasa a otro lugar donde todo le es extraño: ve que se truecan las caricias paternales en modales y gestos imponentes, en un trato despreciativo y orgulloso. Él no se conforma con tan notable alteración, se queja con los suyos; pero la deuda y la pobreza no permiten un remedio, y ensaya un señor y otro señor, pero todo vanamente porque el interés del moderno feudalismo es el molde común de la maldad, hasta que por fin se resigna a su estado miserable. ¿Quién duda de que no duerme libremente? por cualquiera contingencia de sus amos ya no es dueño de la noche. ¿Quién dice es dueño absoluto de su vida? Si así fuese, no lo viésemos arrostrar una peste por sus amos, arrojarse a competir como una fiera, aceptar trabajos que ni su salud ni sus fuerzas lo permiten. Ningún contrato que tiene por base el común consentimiento, puede tolerar el pacto de apercibimiento o castigos materiales, y sin embargo, por cualquiera falta que no puede ser delito, porque si lo fuera intervendría la autoridad, se le ultraja, se le ata y se le azota; no harán uso de la trementina y el fuego que un fraile que llevó el apellido de Morales les mandaba aplicar a las plantas de los pies; pero aquellas penas también causan contusiones. En medio de este periodo tan funesto, su patria es su señor, su pensamiento es un trabajo sin esperanza y su descanso positivo es el descanso de la muerte; mientras ésta le sorprende llega a ser mayor de edad; pero una vulgar preocupación, remachada más y más con el entorpecimiento de facultades envilecidas, una respetuosidad tan mal entendida como extrema, le hace creer que debe aceptar por toda su vida el gravamen que sus padres le impusieron, máxime si esos padres ya son muertos, pues la superstición clericalista, que sólo sirve para hacer más aciaga la desgracia, le ha inculcado de antemano la creencia de que aquellos sufrirán y lo perseguirán como sombras vengadoras y maléficas, si no acepta el pago de su deuda; y no faltan a esto las precauciones astutas dispuestas por el amo que, creándole necesidades, que engendrándole pasiones, que arraigándole, los hábitos, que aislándole del trato, dispone de la vida del sirviente. Así desprecia el beneficio de la ley que acabando con la patria potestad, viene a acabar con el contrato.

Ni porque su persona se encuentre dependiente, ni porque gima bajo el rigor de la miseria, prescinde de una esposa, porque ni ha perdido los instintos relativos, ni se encuentra mutilado de los órganos que se llaman generativos. Este deseo coincide con los cálculos del amo que juzga precaverse de una fuga, ligándolo con el amor de la consorte y de los hijos; pero es tan nimio en su idea de especular que se la proporciona acomodándole una criada, cuya deuda, considerada demasiada para los débiles servicios de la mujer, pasa a aumentar la del sirviente, con la que la salida de éste se hace más difícil, resignándose a pasar por exigencias por inmoderadas que parezcan. ¿Qué más desgracia que la de tener que comprar la esposa por el servicio personal? y comprarla con el amo y para provecho del mismo amo, Si por un prodigio de la sabia naturaleza estos hombres fuesen poetas ¿cuál sería su epitalamio? Las palabras "amor", "luna de miel", "ensueños", "ilusiones" ¿serían de ellos desconocidas, o un sarcasmo de sus labios? ¿No es evidente que serían con razón más escépticos que Acuña? ¿No es evidente que sus cánticos serían una elegía tan prolongada cual prolongada es su desgracia? Y si fuesen sabios o filósofos ¿no proclamarían el comunismo de Platón? ¿no envidiarían a Diógenes metido en su tonel? ¿no erigirían mil estatuas a Crates, que "vende todos sus bienes y los distribuye entre los pobres"? Toma, pues, una mujer que ni conoce, y si sabe que no puede llevar el traje blanco, ignora que le conviene una mortaja.

Este estado le proporciona otra desgracia: si el amo siente estímulos carnales, dirige las miradas a su esposa (esto es la del sirviente) aunque antes por razón de que debía, no tuvo la nobleza de hacerlo como Tantipa lo hizo a Filis, pues entonces podría citársele con Horacio a Aquiles y a Briseida: todo conspira entonces contra la fidelidad de su consorte; el respeto que más que servilismo es ya temor, la ausencia del sirviente en el hogar, que casi es todos los días por todo el día, en fin, la pobreza y la ignorancia, no tarda pues el infeliz que lleva el peso de la voluntad del que llama amo, en llevar el peso de su prole adulterina, no tarda repito en llevar lo peor del adulterio, como lo dice Voltaire en estos términos: 

"El mayor perjuicio, el mayor mal es dar a un hombre hijos que no son suyos, y hacerlo cargar con un peso que no debe llevar."

Supongamos que contrae una enfermedad; desde este momento se interesa por su vida, porque no le ha abandonado el instinto de su propia conservación; pero el amo se interesa también por su dinero que tampoco le ha abandonado su ambición. ¿Puede elegir el médico que le place? No. ¿Puede acudir al clima que le conviene? No. ¿Se conduce el amo con miseria al atenderlo? Sí, porque teme que fallezca y pierda así sus gastos. ¿Lo engaña y lo desprecia? Si, pues si no hay esperanza de que viva, sus quejas son molestias importunas que es preciso paliarlas como si se tratara de un niño caprichoso, su muerte es un odio que le deja como rastro.

Si es su esposa o es un hijo el que padece, no por eso está libre de concurrir a su trabajo; al dolor de ver postrado un ser querido, agrega el de abandonarlo por lo ajeno; al sudor y a la fatiga del trabajo agrega las lagrimas y las zozobras de las afecciones paternales; así, sus manifestaciones de ternura las desarrolla por la noche que debía servirle de descanso, pues pretender acompañar a su familia es un pretexto de pereza, además de atrasar el progreso del trabajo.

Pichucalco se distingue en este asunto por lo inhumano del contrato, como San Cristóbal se distinguió en el tráfico de esclavos en tiempo de la conquista. Allá prestan el servicio el sirviente y su familia; a la hora que aquel regrese de sus faenas ésta regresa de las suyas; se separan amaneciendo de la casa, y se reúnen en ella por la noche; los amos, tratándolos cual bestias establecen sobre ellos el derecho de accesión que les obliga la prole que tiene que engendrarse. En estas nocturnas y ligeras entrevistas, robadas a la ambición y la avaricia, la esposa agota las últimas fuerzas que le quedan en disponer la cena de la familia; y después de esto, hasta en el refugio mísero del lecho donde encuentra un descanso, pero muda como el enorme sueño cuyo peso no resiste, va a pagar el último contingente del servicio, el coito que prepare con los hijos más fervientes al señor. Como se ve, el que educa a la familia es el capataz, y no la potestad y la ternura solícitas del padre.

Pero en la mujer soltera es más triste el contrato de servicio; generalmente despacha la cocina, y así tiene que vivir en la casa de los amos; su salario corriente es el de setenta y cinco centavos o un peso cada mes; aunque esté encinta no se le despide de la casa, ella desempeña sus oficios en medio de los achaques de su estado; ya no lleva el hijo dentro de su seno sino que lo lleva junto a sus pechos, el hacer su trabajo ya no sufre dolor físico interior, pero sufre un estorbo en lo exterior, y si a éste lo separa, sufre un dolor moral que es más agudo; el niño se arrastra por el suelo en lugar de mecerse en la cuna, sus cánticos los halla en sus propios alaridos que quizá son arrancados por el hambre, hambre que no puede mitigar porque los quehaceres retienen a su madre. Si ésta cede a los impulsos naturales del amor; prefiriendo al hijo que con los caprichos, las necesidades y las dolencias de la edad la reclama a los quehaceres de cocina, le cuesta serios disgustos con el amo que no tolera alteración ninguna en sus costumbres.

¿Cuál sería la razón grave por la que se abolió la esclavitud? ¿Sería el trabajo? No, porque al fin el trabajo es una ley. ¿Sería la falta de salario? No, porque la conservación del esclavo, de su familia, a que se aplica el salario en el servicio, era de cuenta del señor, cuidando de ellos como cuidaba de sus bestias. ¿Sería la privación de la libertad individual, de esa libertad que nos permite mudar o no de residencia, seguir una carrera o no seguirla, prestar un servicio o no prestarlo, lidiar o no lidiar con este o aquel sujeto? Claro es que si. Luego entonces el servicio doméstico se ha quedado con lo más odioso de la inhumana esclavitud. Pudiera decirse que el sirviente puede alcanzar todo esto con la facultad de elegir amos; mas esto no es exacto; siempre está sujeto a vagar de finca en finca y no de pueblo en pueblo, y le liega tiempo de no vagar ni aun en aquellas, porque una deuda sumamente acrecentada le dificulta otro acomodo. Tampoco puede decirse que el sirviente, desquitando, puede recuperar su libertad; el salario que devenga nunca le alcanza para alimentar y vestir a su familia; así es que para estas necesidades que son tan imperiosas y absolutas, porque atiende a la conservación del individuo, pide habilitaciones que aumentan su deuda, de modo que no sólo no es posible el statu quo de lo que debe, sino que liega a ser tan crecida dicha deuda, y se le hacen por esto tan insignificantes y remotas aquellas habilitaciones, que casi trabaja por las miserables raciones que le arrojan. Así pues, no puede recuperar su libertad, y muere bajo la más absoluta y tirana dependencia.

Yo creo que el estado de mendigos, es mejor todavía que el estado de sirviente pues en lugar de que alguno viva de él y lo especule, él vive de todos y a todos especula, recorre los pueblos a su antojo, y por filantropía, por repugnancia o vanidad, se le socorre sin que nadie lo retenga, sin que se le Imponga la más ligera condición; pero ni la policía cuyo olfato está tan avezado a las impresiones más ingratas puede soportar la triste atmósfera en que vaga, y se aparta de él y le deja paso libre.

Por este aspecto que lleva el contrato de que se habla, y que es el esencial de la infamante esclavitud, debiera darse libertad a los sirvientes, fijándose un plazo dentro del cual se considere "desquitado" lo que deban, como lo indicó Lláven el ilustrado reformista en El Sentimiento Nacional.

En el Novísimo Sala Mexicano de la edición de 1870, hablándose de la ley, se dice lo siguiente:

"Debe dirigirse a las cosas que suceden con frecuencia, pues las que acontecen raras veces, se arreglan por las establecidas para casos semejantes."

Lo frecuente es el abuso de los amos sobre sus criados, lo remoto es que los sirvientes perjudiquen a sus amos, porque es remoto que el pobre e ignorante supere al rico e ilustrado, o por decirlo de una vez que el débil abuse sobre el fuerte.

Las desgracias del sirviente, ligeramente reseñadas, reclaman la acción benefactora del poder, pero jamás deben ser objeto de su severidad y energía. En tal virtud, yo encarezco a usted que, como partidario que ha sido de nuestra cara libertad en las luchas de Reforma, niegue su apoyo al proyecto de ley que sobre este particular ha presentado al Congreso el diputado José Velasco. Si la libertad ha contado en otras veces con su juventud, con su vida y su reposo, ¿por qué no ha de contar hoy con la influencia de su elevada posición? si, pues, ha dado lo más ¿por qué no dar los menos?

Sin más, soy su atento, afectísimo, amigo y seguro servidor. Vaister.

 

CONTESTACIÓN

Estoy en posesión de su carta estimable, fecha 16 del mes corriente, y a ella paso a contestar: La Legislatura del Estado se ocupa ya del proyecto de ley presentado a ella por el señor Velasco sobre el servicio doméstico, y entiendo no lo votará. Así, los deseos manifestados por usted, quedarán satisfechos, y esto me complacerá altamente.

(A la contestación responde Vaister)

Predica Spencer que en toda afirmación hay un fondo de verdad.

¿Existirá en la nuestra?

Sí; y no un fondo de verdad, sino la verdad misma que ha venido haciéndose luz y más a medida que hemos desarrollado nuestras ideas. La verdad neta que, en un principio bruta, ha venido tallándose progresivamente hasta el grado de deslumbrar y dejar tras sí un reguero de luz. Ella, semejante a esas afecciones internas del organismo que se manifiestan por erupciones, ha pasado de las capas sociales más ocultas a aquellas tan exteriores que al presentarse allí se la puede señalar con el dedo; ella, igual al rico metal que se le depura por medio del crisol ha venido filtrándose de la hacienda a la ciudad, de la ciudad al departamento, del departamento al Estado y del Estado la hemos tornado para arrojarla a la conciencia pública de la nación, en donde quedara grabada hasta que la mano de la justicia se levante.

Casos diseminados aquí y allá en varios puntos del Estado; afirmaciones indefinidas de personas autorizadas y juicios de la prensa en el sentido general y datos oficiales nos dan derecho para asentar esta proposición con toda la fuerza significada de sus palabras: es un hecho la existencia de la esclavitud en Pichucalco, Simojovel y Palenque, departamentos del Estado de Chiapas.

Pero al limitar dicha imperfección social a esos tres puntos, no dejamos de reconocer en los demás la pésima situación del sirviente. En Soconusco el máximum del salario es tres pesos mensuales y ración, y se trabaja especialmente en las salinas, de las tres de la mañana a las doce y de las dos de la tarde a las siete de la noche. El trabajo es muy rudo y los sirvientes están cargados de fuertes deudas y se les trata a la baqueta en casi todas las fincas distantes de Tapachula, Tuxtla Chico y Escuintla

En Tonalá la condición del sirviente es la misma que en Soconusco.

En Tuxtla Gutiérrez el semanero urbano gana al día, cuando llega a encontrar trabajo, real y medio, y el acomodado en las haciendas un real a lo sumo, que se le duplica cargándosele a la cuenta cuando algún accidente o enfermedad le impide cumplir su trabajo cotidiano.

En los departamentos de Chiapa y el Centro ganan lo indispensable para vivir; sus cuentas, los que llegan a tenerlas, no pasan de decena, se les trata por lo regular con humanidad y algunos conocen sus derechos y se presentan a los tribunales cuando son mártires de la cólera del patrón.

En Comitán hay trabajadores semaneros y permanentes, que son los que tienen contraídas deudas, de cientos de pesos. El mayor salario a que pueden ser acreedores por su actividad es de veinticinco centavos sin manutención. Hay individuos que en tiempos de .cosecha recorren las poblaciones indígenas, contratando gente para trabajar, a la cual revenden, después de hecha la convención voluntaria, a ricos propietarios, teniendo a veces un cincuenta por ciento de ganancia. Los sirvientes son tratados por los amos con consideraciones y llegan a adquirir tanto afecto por éstos que cuando son expulsados de las haciendas por su mala conducta, ellos mismos suplican llorando se les aplique el castigo merecido y si no se accede a su pedimento son presa de una especie de nostalgia, a consecuencia de la cual pierden la salud y bajan al sepulcro.

La génesis de esas deudas que sujetan de una manera vitalicia los sirvientes a los propietarios es la misma en todos los puntos del Estado. Piden a cuenta cantidades en las cuales no se espera el pago o desquite para repetirlas y así aumentan en progresión aritmética, en primer lugar porque el salario es miserable, en segundo porque las necesidades son muchas y en tercero porque el propietario necesita de brazos y tiene que usar de largueza para adquirirlos y asegurárselos. Hay otros que se las crean por segunda mano inconscientemente cuando todavía se hallan en la condición de menores, sus padres se acercan a los patrones y piden a estos dineros, ofreciéndoles un brazo más por venir y que les da, a causa de su juventud, seguridades de pago. Cuando el menor llega a hombre recibe una deuda para cuyo saldo es preciso a lo menos un quinto de tiempo de la vida humana.

Ahora bien, encerrados en estas fatales condiciones de existencia, los que aran nuestras tierras, hermosean nuestras haciendas, producen con el sudor de su rostro nuestro sustento, nos aseguran el mañana y llenan nuestras arcas a costa de su propia vida, ¿es consecuente que entre ellos y nosotros tracemos un abismo inaccesible, el abismo de la animalidad y de lo humano? ¿Es justo, legal, propio de nuestro siglo y de nuestra civilización que los consideremos como destinados y aptos sólo para producir la materia que acalla nuestras necesidades físicas, en tanto que nosotros nos reservamos todos los goces del porvenir? Un poeta, amigo mío, al leer los hechos que narramos, nos dijo:

-Pero ¿es verdad todo esto? ¿qué, son tan inhumanos en ese lugar?

Y las circunstancias en que se efectuaron los hechos y los testimonios que acompañaron nuestras aseveraciones le convencieron de la realidad.

-¿Pero la esclavitud, prosiguió, la esclavitud con todos sus horrores?

-Sí, tal como la define Labouleye: la posesión plena de un individuo sobre otro.

Los elementos esenciales de la comparación de la palabra esclavitud, son el derecho del patrón sobre el sirviente, sólo limitado por la muerte y la pérdida de personalidad de éste. Cualquier individuo que en la antigüedad vivía en estas condiciones era considerado como esclavo. La diferencia de estos tiempos es que se ha cambiado esta palabra dura por la de sirviente.

En 1526, en el mismo Chiapas, los que trastornaban el orden público y eran prisioneros de guerra, se les convertía en esclavos; ahora en 1885 lo son todos aquellos que efectúan el mismo trabajo y jamás han disparado un arma de fuego.

En 1528, en el mismo Chiapas, la picota dominaba las poblaciones como un castillo feudal; ahora el progreso actual la ha derribado, y la ha sustituido por el látigo.

En la misma época el grillete estaba depositado en la misma casa donde se hacía justicia; ahora el pueblo ha pasado a las haciendas y se le encuentra en los corredores de las casas-grandes. Ahora, como antes, la personalidad del sirviente queda anonadada en ese océano de caprichos e iras del patrón.

Ahora, como antes, su esperanza de libertad la cifra en el prolongamiento de la vida, más allá de la muerte.

¿Pero, bajo nuestro régimen republicano, podemos tolerar que no alcance su redención?

Nuestras leyes son tan democráticas, liberales y el gobernante de Chiapas tan íntegro, que podemos borrar sin temor esta frase condenatoria de la naturaleza humana de los grandes portones de las haciendas de Pichucalco, Simojovel y Palenque:

"Vosotros, los que servís aquí, abandonad toda esperanza."

En poco menos de un centenar de años hemos recorrido tres fases políticas enteramente opuestas: el virreinato, el imperio y la República. La atmósfera de cada una de ellas ha afectado el modo de ser social; pero en aquellos puntos faltos de cultura existe todavía herencia intacta de la primera faz, que pugna a muerte con el estado actual de cosas y que ha logrado conservar, sólo la lucha por la vida.

Uno de esos resabios es la situación triste del sirviente, situación que, la misma en el fondo, únicamente ha cambiado de nombre para evitar la mal resonancia con nuestra forma de gobierno.

El trabajador del campo vive una forma material en los departamentos de Pichucalco, Simojovel y Palenque. Su obra de cada día es tan dura, tan monótona, tan impropia a su carácter racional que su inteligencia se ha casi anonadado ante la inmensa fuerza que tiene que desplegar para cumplirla. La vida toda del hombre está en su sistema nervioso y los indígenas de aquellos pueblos manifiestan la suya en las funciones de su sistema muscular por y para el cual viven. El ser du dedans, como llama Lascagne al espíritu, en aquellos hombres que para cumplir su trabajo, tienen a la vez que luchar a brazo partido, a fin de no sucumbir, con la naturaleza y con su carácter apático e indolente, está sustituido por el instinto, por ese grado de función cerebral que es el distintivo en cantidad entre el bruto y el rey del mundo.

Semejante género de vida que rebaja la condición humana se ha vuelto habitual y las leyes de la herencia lo transmiten de padres a hijos, amoldando a los de aquel suelo más y más a la bestia de carga.

Jamás, ni rebuscado, se habrían concebido tamaños procedimientos para degradar una raza: y reducirla al más atroz maquinismo.

Todavía en 1556, según cuenta Remesal, "era el tema repetido de los predicadores y la materia más frecuentada en sermones y ninguno se oía que no fuese con alguna reprehensión, de quitar la libertad a los naturales. Del modo de hacerlos esclavos, del servirse de ellos sin paga de su trabajo, de no darles lo que habían menester en salud y en enfermedad; de cargarlos como irracionales, para tierras apartadas y de diferentes climas de aquellos en que nacieron, quitarles el dominio de sus cosas. Y al fin usar en todo de ellos como si no tuvieran razón ni fueran capaces de la bienaventuranza".

Pero ahora hasta se tiene empeño en ahogar toda voz, toda queja de esos infelices que han creado la riqueza de Chiapas, sí, la riqueza porque consiste en la agricultura y ésta pende de sus manos.

“Se tiene experiencia, prosigue Remesal, de las grandes crueldades o excesivos trabajos y falta de mantenimiento o maltratamiento que les han hecho y les hacen sufrir siendo hombres libres, donde resulta acabamiento y consunción de los dichos indios y despoblación de la tierra, como se ha hecho en la Isla Española.

"En la conservación de las vidas de los dichos indios consiste la tierra poderse sustentar en población o acabarse de destruir y despoblar, conviene que los indios sean en tal manera regidos y gobernados que ellos reciban algún contentamiento de tal gobierno, para que multipliquen y no se vayan acabando como hasta aquí, siendo regidos y sojuzgados por personas que miraban más por su propio interés que por la salud de los indios y su buen gobierno."

Las autoridades y los religiosos, en primer lugar, formaron un código minucioso al cual exigían se apegara el amo en su conducta para con el sirviente. Ninguna cosa que influyera en la salud de éste o tendiera a degenerarle había pasado desapercibida. En una de las cláusulas por ejemplo, leíase esto que parece nimiedad: "el indio en su travesía no ha de llevar peso que pueda hacerle mal”.

En aquel tiempo se recomendaba a todos el buen comportamiento con los naturales; era la oración del día. El sacerdote en misa, en el púlpito, en el confesionario entremezclaba sus plegarias a Dios con sus ruegos a los feligreses para que practicaran la igualdad y la fraternidad.

Puede objetarse, como el naturalista Agassiz, que el trato observado con esa clase de gente es muy natural, y además, es el medio único para hacerse obedecer, porque su salvajismo, complexión, hábitos, el medio ambiente la hacen rebelde e ineducable. Por otra parte, el suelo enfermizo, la alimentación insuficiente, el clima cálido y húmedo desarrollan en el ser humano un carácter rudo.

Todo esto que hace del sirviente una bestia puede contrarrestarse con la educación, la enseñanza de sus deberes y derechos como ser civil, la vigilancia de las autoridades y la influencia de la cultura social. ¿No vemos, en estos momentos, que el protestantismo dulcifica la naturaleza sanguinaria de los habitantes de África occidental? ¿que la civilización inglesa educa a los australianos, que casi no se diferencian del animal? ¿que los españoles vuelven comerciantes e industriales a los carolinos y los convierten del politeísmo al catolicismo? ¿que los americanos han conseguido por medio del trabajo que miles de naturales de Texas Nuevo México y California, se consagren a la agricultura, formen parte de grandes poblaciones y adopten por principio el amor a la paz y el respeto a la propiedad?

Para transformar el estado del sirviente, hay que luchar con la costumbre, la tradición y el ejemplo. Las primeras son opuestas al desarrollo de la vida en toda su plenitud, y al bienestar del sirviente y favorables al patrón; por lo mismo, aquel nos prestará toda ayuda para que le libertemos de ese yugo hereditario, y éste, sensato e Ilustrado, como es, oirá la voz de la civilización, las reflexiones de las autoridades y acatará la ley no apartándose de la esfera de acción que le trae en su conducta con respecto a sus servidores. El ejemplo no entra en la vida del sirviente, si este reconoce que perjudica o menoscaba su individualidad; así, pues, el que pudieran tomar los departamentos en cuestión del Estado de Tabasco, en donde la picota se alza todavía y no se respeta por los propietarios a ningún ser humano (El Independiente. San Juan Bautista, domingo 28 de 1885) se contrarresta por la instrucción. Es posible que el contacto de aquel Estado con el de Chiapas haya vuelto en éste, en los lugares vecinos, secular la situación pésima del sirviente. Tan probable parece esta hipótesis que todos y solos los departamentos de la línea divisoria son los en que con verdad puede afirmarse que existe la esclavitud.

Hay un hecho digno de llamar la atención: Chiapas está rodeado de Guatemala, el Pacífico, Oaxaca y Tabasco; ahora bien, por la parte en donde entra menos la civilización, en donde el clima es contrario al desarrollo de la vida, el fanatismo religioso y la ignorancia llegan al máximum allí existe esa conducta despótica e inhumana del patrón sobre el sirviente que denominamos esclavitud.

En cualquier otro punto limítrofe del Estado encontraremos aisladamente los factores que forman el medio cósmico y social en Palenque, Simojovel y Pichucalco. Si eliminamos uno por uno esos medios, veremos aparecer gradualmente la libertad, la conciencia de la personalidad civil, la instrucción, el altruismo. EI sirviente de aquellos departamentos, en que tenemos fija la mirada desde que escribimos la primera palabra sobre esta clase de artículos, vive para trabajar y no trabaja para vivir. EI sirviente de ayer no será el patrón de mañana, ni el propietario de hoy es el sirviente de ayer. Este ser, que tiene tanto derecho como nosotros, a la civilización, a la libertad y a la justicia, hoy, mañana y siempre, será el mismo. Esos infelices son sisífides modernos que ruedan un mundo de oro en la infinita pendiente de la avaricia de los propietarios, son inocentes arrojados del paraíso de la libertad, y condenados para siempre jamás a trabajar mil veces más en provecho de otros, que para sí; son los exceptuados de los privilegios que da al hombre de nuestro siglo; son los descendientes de los que hace veinte siglos se refugiaban en el templo de Hércules egipcio, cerca de Canope, para libertarse de los malos tratamientos de sus señores.

Ahora tienen un templo más seguro en donde refugiarse, un asilo donde su personalidad es sagrada y en cuyos dinteles la mano del opresor se detiene como herida por el rayo, templo cuyas puertas están abiertas de par en par a todas horas. Allí entran iniciados y paisanos, extranjeros y profanos; pero entre las oraciones elevadas a los dioses, son más propiciatorias y oídas aquellas que salen del corazón de los primeros, porque se hacen con conciencia.

Enseñemos, pues, a aquellos miles de hermanos nuestros, pobres de espíritu, el templo donde deban acudir a implorar justicia siempre que sean amenazados o heridos por algún mal.

El camino es corto y sin obstáculos.

1o. Que la instrucción primaria sea obligatoria.

2o. Que trabajen en el día únicamente siete horas.

3o. Que tengan conciencia de su personalidad civil.

4o. Que las deudas no pasen de padres a hijos o a parientes de otros grados.

5º. Que las deudas contraídas sobre menores sean nulas.

6º Que las autoridades de los departamentos aludidos no se nombren del lugar, para evitar que sean juez y parte en la ventilación de asuntos sobre sirvientes, que son unos de los más comunes y a fin también de que se interesen más en mejorar la condición de esos infelices.

Que queremos de ninguna manera que se les dé la libertad, y la razón es muy sencilla: tienen contraída una deuda y esta forma parte del capital.

Estas justas peticiones nuestras van dirigidas al ameritado gobernante general José María Ramírez; a él, que llamado popularmente para regir los destinos de Chiapas, con sus actos ha sabido conquistarse simpatías en todo el Estado, establecer la fraternidad y armonía entre los habitantes y encarrilarlos con segura mano en las vías del progreso; a ese valiente y honrado soldado, que desde el primer escalón militar hasta el que hoy ocupa por sus méritos, ha servido a la patria y defendido a la República y a la democracia; al patriota hijo de Oaxaca, que lleva en su alma un no sé que también del espíritu liberal de Juárez, y en su educación militar un no sé que también del espíritu progresista de Díaz; al popular gobernador de Chiapas.

Quien ha puesto la primera piedra en esta grande obra de regeneración, cuyo pináculo seguramente sea concluido, es el general Ramírez, porque ha sido el primero en exigir a las autoridades extrema severidad en la aplicación de la justicia, suma vigilancia en que las garantías individuales sean un hecho, y en mover todos los resortes posibles a fin de que la Legislatura fije su atención en el mal y aplique el remedio infalible.

Hemos llegado al término de nuestra jornada. ¿Qué mira nos ha guiado en ella?

Declarémoslo con la mano puesta en el corazón, como hijos de aquel suelo, en donde la política y la corrupción social no han desflorado las virtudes patrióticas: el deseo del bien de sus habitantes, el amor fraternal e infinito que les profesamos, el interés vivo y sincero que tenemos por el progreso, porvenir y felicidad de aquella entidad federativa que forma parte de nuestra misma vida, que es nuestra misma alma.

¿Qué podemos ambicionar para ella? i Ah! únicamente, si, únicamente, todo el bien del mundo.

'Felices nosotros si al volver a aquella morada de la franqueza, de la lealtad y el cariño, contemplamos a nuestro paso por las haciendas, cuando el negro manto de la noche empieza a caer del cielo, en vez de un grupo de trabajadores abyectos, prosternados ante una cruz, cantando alabado para dar en segunda las buenas noches a sus señores, ciudadanos libres que cantan el himno de la libertad.

 

Fuente: El Socialista. Año XV, nos. 53, 54, 55, 56, 57 y 59 de 1885.