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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

Este Sitio es un proyecto personal y no recibe ni ha recibido financiamiento público o privado.

 

 
 
 
 


1866 Memorándum preparado en francés por Carlota en México y entregado a Napoleón III en Saint-Claud el 11 de agosto siguiente.

Ciudad de México, 7 de julio de 1866.

 

El señor ministro de Francia en México (Alphonse Dano) entregó al emperador Maximiliano la carta de S.M., el emperador Napoleón, así como el informe que traía anexo. Tras haberlo leído detenidamente, el emperador no pudo sino sorprenderse dolorosamente, no por su conclusión, sino por la naturaleza de los motivos que se pretextaron para justificar tal conclusión.

Lo primero que se lee en el informe es que "Francia ha cumplido, lealmente con las obligaciones que había aceptado en el Tratado de Miramar". Se añade que únicamente ha recibido de México, y muy incompletas, las compensaciones equivalentes que se le habían prometido.

Es necesario prestar mucha atención a este punto. El Tratado de Miramar confería autoridad de comandante en jefe del ejército mexicano, al comandante del cuerpo expedicionario, invistiéndole así del poder y, en consecuencia, la obligación de pacificar al país. La razón impide admitir que el gobierno de S.M. el emperador Napoleón, que aún hoy declara que se consiguió su apoyo para la fundación de un gobierno regular y fuerte en México, haya creído que, en México algún gobierno pudiera llegar a ser regular y fuerte, sin que se haya logrado la pacificación. Y, en efecto, si no hay paz, queda bien claro que no se puede esperar ni presupuesto, ni equilibrio, ni aumento de recursos financieros. La mayor parte de los fondos procedentes de los dos préstamos fueron engullidos por esta guerra civil, y es necesario imputar sus consecuencias al comandante en jefe de la armada franco-mexicana (Bazaine), cuya inactividad durante un año dio por resultado, hay que decirlo, que más de la mitad del territorio hoy se encuentre en manos de los disidentes.

Nadie ignora que las aduanas marítimas son el elemento más productivo de los ingresos de México. Ahora bien, estas aduanas están arruinadas desde hace un año debido a la interrupción de las comunicaciones con los mercados del interior; dichas comunicaciones fueron tomadas por los disidentes. En este mismo momento, las aduanas de Matamoros, Minatitlán, Tabasco, La Paz y Huatulco están en manos de los enemigos del imperio; las de Tampico, Tuxpan, Guaymas, Mazatlán y Acapulco son improductivas, porque estos puertos están estrechamente bloqueados por los juaristas y los comerciantes, desesperados, se han visto obligados a expatriarse. ¿Podría razonablemente pensarse en conseguir un equilibrio entre ingresos y gastos cuando, a medida que se prolonga la guerra civil, van mermando los recursos?

Si tan sólo le queda al gobierno la aduana de Veracruz ¿puede éste hacer frente a las pesadas cargas que le asigna el Tratado de Miramar? Suponerlo sería tanto como injuriar al espíritu de equidad del gobierno francés y dudar de su buena fe, porque se sabe que de un presupuesto de ingresos de 19 millones de piastras, 11 millones deben provenir de las aduanas marítimas.

Sí, sin duda, por el Tratado de Miramar México se comprometió a pagar la manutención del cuerpo expedicionario, sus gastos de guerra y de ocupación, pero no se indicó nunca que esta ocupación fuera solamente de la tercera parte  o de la mitad del país y no podía prever [México] que tan sólo los transportes de guerra que seguían las columnas que han ocupado Michoacán 14 veces para después evacuado, cinco veces Monterrey y dos Chihuahua, etcétera, se llevarán 16 millones de francos. El gobierno imperial mexicano no podía prever, ni lo hubiera admitido, que después de tres años de una guerra ruinosa, el comandante en jefe de la armada franco-mexicana, con una fuerza de 50 mil hombres, no hubiera podido reducir a la obediencia. a las ricas provincias de Guerrero, Tabasco o Chiapas, en donde no se ha visto ni un solo soldado francés. Y, sobre todo, no podía suponerse que después de estos tres años de guerra, gracias a la inacción del comandante en jefe o a sus disposiciones, todos los vastos estados del norte caerían en manos de los juaristas. Basta echar una ojeada al mapa adjunto para convencerse de esta deplorable situación militar y de la injusticia notoria que implica el reprochar al gobierno imperial mexicano el no haber atendido las exigencias del Tratado de Miramar: el comandante en jefe ha privado a este gobierno de los recursos más indispensables al no acabar la obra de la guerra. Es un hecho que debemos constatar, porque no ha estado en nuestras manos suprimir las consecuencias de tal situación. Cuando terminó la guerra civil en Estados Unidos, el emperador Maximiliano consideró su deber recordar al comandante en jefe, con toda seriedad, la necesidad de desplegar la mayor actividad para concluir la pacificación del país. El mariscal prestó oídos sordos a todas estas exhortaciones, abandonó provincias enteras y retiró a sus tropas que, durante largos meses, quedaron en una inactividad fatal.

Los desacuerdos se suceden; ante la repatriación de otra brigada más, ésta última de la ciudad de Guanajuato, Maximiliano reprocha al mariscal Bazaine no darse cuenta de la situación militar del país, y presentar a París informes Optimistas que no los benefician. Hay que comunicar nuestra situación militar y los hechos negativos. A partir de reportes falsos se han repatriado a Francia gran cantidad de tropas; hemos dejado aquí un número insuficiente de soldados. Por otra parte, gastamos sumas enormes para mantener a las ineficientes tropas auxiliares y en recompensa por estos inmensos sacrificios pecuniarios, vemos a las principales ciudades del país, a los centros de la riqueza, amenazados por tropas que nos complacemos en menospreciar y que se benefician de nuestra debilidad militar...

El propio mariscal reconoció la verdad de estos hechos, ya que en enero de 1866 anunció que cesaría la inacción de sus tropas y que "muy pronto vería el emperador que ya no tendría que preocuparse por la cuestión militar". Desafortunadamente, la realidad vino a demostrar que esta promesa solemne no era sino letra muerta.

En distintas ocasiones el comandante en jefe intentó explicar los deplorables resultados de su actitud, lamentándose de algunas autoridades infieles, y aunque el reproche encontró eco en el informe, será fácil comprobar su escaso fundamento. El 2 de diciembre de 1865, el emperador solicitó al mariscal algunas notas sobre todos los funcionarios mexicanos...

El 10 de enero de 1866, el comandante en jefe indicó los nombres de tres funcionarios del ministerio en los que no confiaba. Dos días después, el emperador le dio a conocer su decisión. "En espera de recibir el trabajo completo que me promete, decía su majestad, hago de su conocimiento que las tres personas que usted cita han sido relevadas del cargo". El 5 de marzo de 1866, el ministerio total fue cambiado exclusivamente por conservadores. Incluso esperaba el regreso de Loysel (en misión en París) para ofrecerle la cartera de Justicia, Instrucción Pública y Comercio.

También se reprocha al gobierno imperial mexicano no haberse aliado exclusivamente con un cierto partido y haber intentado una reconciliación. Pero, ¿es que se ignora que es ésa exactamente la política que aconsejaron al principio los generales franceses? Por lo tanto, se ve que los consejos o las insinuaciones de los jefes más autorizados [por su posición] del ejército francés muestran que el emperador tuvo, en su línea de conducta política, aliados fuera de su círculo personal, lo que a menudo le ha sido reprochado.

Entre las otras quejas que [alguien] se ha arrogado el derecho de dirigir al gobierno imperial mexicano, hay una cuya naturaleza es más grave. Se ha dicho, se dice y se repite que las finanzas de México están en desorden; que el sistema en que se basan es defectuoso; que los altos funcionarios y los empleados a cuyo cargo se encuentran los intereses del tesoro son incapaces o deshonestos. Que en vez de hacer un esfuerzo por remediar el mal, el emperador ha hecho oídos sordos a los mejores consejos y que sistemáticamente aleja de sí a los franceses que hubieran podido brindarle un servicio útil.

Tal es la acusación.

He aquí los hechos:

Si la situación financiera es mala, ¿cuándo ha sido buena? Obviamente, no desde la inauguración del imperio. ¿Acaso se sentaron las bases de un plan financiero con miras a desarrollar los recursos? No. Hemos estado viviendo al día. Ante esta situación, la sorpresa del emperador Maximiliano fue extrema. Pasaron algunas semanas en que se trabajó casi a ciegas. Finalmente vino a México el señor Corta, diputado del cuerpo legislativo [francés, asesor financiero], cuya rectitud y lealtad, así como su espíritu de conciliación y su profundo conocimiento de los asuntos financieros, convencieron al emperador de que había encontrado al hombre que necesitaba para mejorar las finanzas del país.

Después de que el honorable señor Corta regresó a Francia, la dirección de la misión financiera francesa pasó a manos del señor Bonnefonds. Al igual que a su antecesor, el emperador Maximiliano le ofreció la cartera de las Finanzas. Si el señor Bonnefonds creyó su deber declinar la oferta, su rechazo es, al menos, testimonio de las buenas intenciones de su majestad...

El emperador no se descorazonó, y respondiendo a su solicitud el señor consejero de estado Langlais vino a México. Las opiniones de éste fueron, de inmediato, las suyas y el 30 de septiembre de 1865, mediante un decreto imperial. se otorgaron al señor Langlais atribuciones superiores a las de los ministros y casi dictatoriales. Todo gasto debía someterse a su consideración, y en cuanto presentó su plan de reformas se adoptó sin modificación alguna, consagrándolo por las leyes y decretos que aparecieron en el diario oficial del 12 de febrero de 1866.

Finalmente, tras la irreparable pérdida de este eminente hombre de estado, su majestad no perdió las esperanzas y solicitó a París un sucesor del señor Langlais, solicitud que aún no ha sido atendida.

Tal es la exposición sucinta y verdadera de la forma en que se ha tratado a los agentes financieros y a los hombres de estado que Francia ha enviado a México.

Agregaremos aquí una reflexión.

No es suficiente contar con la asesoría de un buen financiero, sino que no haya, a cada paso, perturbaciones violentas que los contrarresten y destruyan sus combinaciones. y lo que menos falta hace es una guerra conducida "muellemente" y cuya larga duración sea el constante impedimento para equilibrar los ingresos y los egresos...

También se imputa al gobierno mexicano no haber presionado para que se organizara un ejército nacional. ¿Se ignora que el comandante en jefe estaba encargado de hacerlo y contaba con todas las facultades necesarias para ello? En fin, cuando su abstención fue evidente, el emperador le escribió el 5 de abril de 1865 diciéndole que había encomendado la organización de una brigada modelo al general conde Von Thun y que, por lo tanto, había que reunir en Puebla a los elementos y los oficiales de esta tropa. [De hecho Von Thun, antes de presentar su dimisión el 23 de agosto de 1866, manda a Maximiliano un desatento telegrama al no recibir el dinero necesario para pagar a su tropa: "Ruego órdenes sobre lo que debo hacer si el Ministerio de Hacienda de vuestra majestad se burla de las órdenes de vuestra majestad y quiere producir una catástrofe que de ese modo se hace inevitable y cuya responsabilidad no asumo"]. Sería sustituido por el barón Eduard von Lago, asistido por su secretario Ernst [Rítter] Schmit von Tavera. En efecto, se reunieron, pero no bien se hubo recibido a los primeros [...] de su formación, el comandante en jefe los dispersó en tres direcciones distintas, so pretexto de hacer frente a las eventualidades de la guerra.

Cuando, más tarde, el señor ministro de Guerra de S.M. el emperador Napoleón insistió ante el comandante en jefe para que procediera a organizar Un ejército nacional, capaz de proteger los intereses franceses después de que partiera el cuerpo expedicionario, el comandante en jefe se propuso emprender esta [...] informó de ello al emperador Maximiliano, quien de nuevo le confirió poderes ilimitados para llevarla a buen fin [...].

Los oficiales generales [...] se pusieron de inmediato a trabajar con un celo y una inteligencia imposibles de loar bastante. Los oficiales y los soldados del ejército francés respondieron a su llamado con una celeridad tal, que justificaría las esperanzas que se habían concebido para la formación de estos nuevos cuerpos. Algunos batallones de cazadores ya estaban armados, vestidos y equipados cuando llegó la fatal noticia del retiro del subsidio que el mariscal y el señor ministro de Francia habían acordado de manera provisional como absolutamente indispensable.

No hace falta ocultar que la conservación de este subsidio hasta fines de 1867 es la única garantía para la constitución de este ejército mexicano que, a juicio de todos en México, es la única fuerza capaz de proteger los intereses, hoy seriamente amenazados, de los residentes extranjeros; y que cualquiera otra solución pondrá en peligro no sólo sus intereses sino su existencia, que está íntimamente ligada a la salvación del imperio mexicano.

 

Notas de Carlota

París, agosto de 1866.

1°. a) El emperador Napoleón debe comprometerse a que el tesoro francés pague hasta fines de 1867 20 mil hombres de tropas mixtas, los cazadores y la división extranjera inclusive. b) Que el mismo tesoro francés anticipe además al gobierno imperial mexicano un subsidio de 500 mil piastras al mes hasta fines del año 1867.

2° El emperador Napoleón debe enviar al mariscal Bazaine, por este correo, un nombramiento a un cuerpo del ejército de Francia o de Argelia quizá al ejército de Lyon. S.M. debe nombrar al general Brincourt general de división el 15, si lo juzga conveniente, y enviarlo por este vapor a sustituir al general De Castagny que será retirado simultáneamente. El general Douay recibirá la orden de asumir la comandancia en jefe del ejército en cuanto llegue el vapor, pero admitiendo que, si por cualesquiera razones, él rehúsa el cargo, se le dará al general Brincourt una orden de mando que ejercerá de inmediato. El general Garnier lo acompañará a México o, si el tiempo no lo permite, irá después en el barco de septiembre.

3° El emperador Napoleón dará la orden de continuar el pago de 500 mil piastras mensuales hasta disposición ulterior y esta orden será expedida en este vapor.

4° Un convenio entre el señor Martín Castillo y el señor Drouyn de Lhuys determinará el contenido del primer párrafo de esta nota, será firmado por el emperador Napoleón y por mí. Yo declararé que me reservo formalmente la ratificación del emperador Maximiliano y permanecerá en secreto. Un artículo de este convenio estipulará que el ejército francés sólo se retirará en bloque y Francia se compromete a que el ejército nacional se organice antes de que salgan sus tropas.

Se fijará de común acuerdo la forma de reembolsar el subsidio de 500 mil piastras.

Nota anexa al memorándum que entregó Carlota a Napoleón III en Saint-Claud el 11 de agosto de 1866.

México, 1866.

No hay pensador ni político a quien se habría escapado que el gobierno francés ha cambiado completamente de política desde el fin precipitado y no previsto de la guerra en los Estados Unidos.

Hasta que concluyó la lucha entre el norte y el sur, todo lo que era francés no hacía más que mil elogios sobre México y su gobierno, no hacía más que mil profecías sobre su brillante porvenir, etcétera. Al día siguiente de la última batalla que aniquiló a los confederados, principió la frialdad en los círculos franceses, principiaron los malos artículos en los periódicos adictos al gobierno francés, comenzaron los rumores cada vez más ruidosos sobre las faltas cometidas por parte de nuestro gobierno, sobre la debilidad, indecisión y hasta incapacidad del emperador Maximiliano, sobre las miras traidoras de sus ministros. Se hacía más que esto: las graves faltas militares del mariscal y su despilfarro ilimitado, todo comprobado por documentos en poder del gobierno mexicano, se echó a las espaldas del imperio mismo y se busca aun con mil esfuerzos un chivo expiatorio para echar sobre él toda la grave responsabilidad de una crítica situación. Reina en este momento en los círculos de gobierno de Francia y en sus representantes en México un pánico comprobado. La imponente fuerza de la América renacida ha hecho vacilar al gobierno francés y le dan ganas irresistibles de romper con los tratados más terminantes que lo ligan con México. Por un sentimiento de pundonor no quiero destruir al gobierno sin motivos algo palpables con los cuales se puede engañar la buena fe del mundo, por eso la búsqueda febril de faltas, de provocar ofensas, de crear obstáculos. En este camino todos los funcionarios que representan al gobierno francés se juntan con una armonía notable, exceptuando una sola persona, que es el digno y honrado señor Langlais, verdadero hombre de Estado, que representa entre nosotros el último favor que nos ha hecho la Francia, favor que, bien entendido, fue acordado en Europa antes del cambio repentino de política y del cual muchos se arrepienten ya ahora.

En esta situación, para la cual el emperador nunca fue ciego y que examinó con calma y ecuanimidad, cada honrado mexicano que quiere a su patria más que a su bienestar, debe hacerse por su línea de conducta política la siguiente breve pregunta: ¿Hemos de ir con la Francia más adelante o romper con ella? Para contestarse esta pregunta hay otra qué hacerse: ¿Tenemos bastante fuerza, sin arriesgar el porvenir de nuestra querida patria o romper con la Francia sin estar seguros de las simpatías y de una duradera amistad con nuestros poderosos vecinos. Francamente creemos que no; el romper con la Francia sería un acto heroico de desesperación, que no se puede hacer más que en los últimos momentos del peligro, si bien se ha entendido que si llegara la necesidad a este momento peligroso, para salvar la independencia de México, el emperador tomaría con sumo gusto, como el último soldado, las armas para pelear por ella, porque un carácter leal mejor sucumbe que ceder un paso en el camino del deber. Este es un hecho con el cual los honrados mexicanos podrán siempre contar. Pero aún no hemos llegado a este punto trascendental que pondría todo el porvenir del país otra vez en cuestión. Al contrario, debemos seguir por ahora otro camino, cauto y diplomático. La Francia puede volver sobre sus errores y reponerse del pánico que ahora la ciega, y además de esto hay un hecho consolador: el emperador Napoleón personalmente, que es mucho más sabio que su gobierno, y que por ahora es él sólo verdadero motor en Francia, hasta ahora no vaciló, cuando todos gritaron, cuando todos calumniaron, él no perdió la calma y su lealtad, y no mostró este miedo febril, porque sabe bien que sería el golpe mortal para él y su dinastía. El mantiene aún la antigua amistad de largos años con el emperador de México. Entonces ¿qué debemos hacer nosotros los mexicanos para no obstruir la marcha de nuestro gobierno y el brillante porvenir de nuestro país? Tomar la crisis actual con un doble punto de vista, pensar con resolución y prepararnos a la posibilidad de un rompimiento de los tratados por parte de la Francia; pero, por otra parte, evitar con mucho tacto los pormenores que podrían dar, con razón o sin ella, un objeto palpable a la Francia, para quejarse de nosotros para hacer creer al mundo que nosotros somos los culpables, si ellos no pueden concluir con su misión, sí deben romper sus promesas.

Si obramos con fría calma y paciencia en este sentido saldremos de una situación ambigua que ya no debe prolongarse.

La cuestión se reduce, pues, a la resolución de los puntos siguientes: ¿La mayoría de la nación mexicana desea, sí o no, conservar por ahora la alianza y protección moral de la Francia, esperando que ésta impedirá que los Estados Unidos rompan hostilidades con México? ¿La cooperación del ejército francés es ya superflua o todavía necesaria para la pacificación de México?

Si la alianza y protección política de la Francia son útiles a México y le sirven en la actualidad de baluarte; si la cooperación del ejército francés es todavía necesaria, ¿no debemos hoy, en vista de la perplejidad del gobierno francés, quitar a aquel gobierno el menor pretexto de que podría valerse y que busca con empeño, para separarse de nuestra alianza y retirar sus fuerzas?

Los representantes del gobierno francés en México dicen: el señor Langlais, que el ministro [liberal] Ramírez está considerado en París como desafecto a los franceses, que obra con capricho no queriendo jamás firmar a tiempo los libramientos sobre el empréstito de París, poniendo así a ambos gobiernos en conflicto; que sus antipatías personales se han revelado claramente en el asunto de las reclamaciones; el señor Dano, que los ministros de Gobernación y Guerra no gozan de su confianza y no están a la altura de su puesto; el mariscal Bazaine, que la pacificación del país no puede hacer progresos en razón de que los ministros han colocado en los departamentos a autoridades que obran de acuerdo con los sublevados o no tienen energía, y por último, que no dan avisos e Informes oportunos a los jefes de sus fuerzas.

No cabe duda que hay en tales aseveraciones maliciosas exageraciones y mala fe, pero para suprimir estas objeciones y lograr la tan apetecida pacificación del país, ¿no es oportuno contestar francamente a los representantes de Francia: quiero allanar por mi parte los obstáculos que señaláis y hacer a mi patria el sacrificio de mis simpatías personales; presentadme una lista de las personas que gozan de vuestra absoluta confianza y que, con los señores Escudero, amigo mío: que estimáis vosotros y todos los honrados partidos en el país, y a quien reservo la cartera del Ministerio de Estado, y el señor Langlais, que ya ha tomado de hecho la dirección de Hacienda, ¿merecen en vuestro concepto ocupar los puestos ministeriales?

Obrando nosotros con esta franqueza no podrán ya escribir al emperador Napoleón que los intereses de la Francia están hollados en México; Y el mariscal Bazaine, quiera o no quiera, se verá comprometido a salir de su lamentable inacción, y obligado, para salvar su honor, a llevar a cabo la pacificación prometida solemnemente por la Francia.

Sin duda es un sacrificio muy grande el separarse de los ministros actuales que desempeñan con celo y lealtad sus difíciles cargos y son blanco de la calumnia por miras personales o no ser bastante conocidos, pero con este sacrificio que el emperador hace de su propia amistad, quitaremos la máscara a pérfidas maquinaciones, probaremos a la nación mexicana que hemos ido hasta el último límite en cuanto podía avenirse con nuestro honor para conservarle una alianza poderosa y más provechosa hoy que nunca; probaremos, por último, al emperador Napoleón, que si quiere quebrantar tratados logrados, no lo hará sin manchar su honra y sin ponerse él y su dinastía en el peligro personal más eminente.

El mundo entero será testigo de nuestra fe, de nuestra lealtad, de nuestros sacrificios, y si la desgracia que deseamos precaver se verifica a pesar de nuestros esfuerzos, la opinión pública, y más tarde la historia, nos vindicarán.

En una palabra, digamos terminantemente al gobierno francés: "Hemos confiado nuestro ejército a un francés, nuestra Hacienda a un francés; hemos llamado en rededor nuestro y en el Ministerio representantes franceses, ahora el momento de vacilar ha pasado; cumplido con los tratados; pacificado el país; en ello va nuestro honor, el honor del ejército francés".

Por nuestra parte, hemos pagado reclamaciones exageradas, nos hemos separado de amigos firmes y leales, todo lo hemos sacrificado a vuestra alianza. Nuestra conducta ha sido leal y si retiráis vuestras fuerzas no es la dignidad de México la que perecerá para siempre en América.