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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

Este Sitio es un proyecto personal y no recibe ni ha recibido financiamiento público o privado.

 

 
 
 
 


1865 Maximiliano expone a Napoleón III la situación del imperio; le pide no retire las fuerzas francesas.

Chapultepec, diciembre 27 de 1865.

 

A V. M. el emperador Napoleón Señor mi hermano:
Me anuncian de París que V. M. desea que la organización de las tropas nacionales pueda realizarse rápidamente; por otra parte, vos me escribís en vuestra amable carta de Biarritz del 14 de septiembre, que Mr. Jumel de Noiceterre acaba de entregarme, que habría que buscar la forma de disminuir las tropas francesas y eliminar así todo pretexto de quejas al gobierno de Washington.

Estas ideas me parecen felices como todas las que emanan de la superior inteligencia de V. M., pero, antes de tomar estas medidas que nos hacen entrar en un nuevo camino, creo que debemos afrontar francamente la situación actual del país, pues, en política las ilusiones siempre han sido fatales. V. M. no ha sido siempre obedecido en este país como lo merece y yo, como su mejor y más honesto amigo, debo hablarle abiertamente de este tema.

Desde el punto de vista político, agentes especiales han podido importar a México rigurosas ideas financieras, pero jamás buscaron aportar las medidas heroicas que requiere una situación muy particular. Hoy no tenemos que tratar con un financiero exclusivamente; el hombre de Estado actúa desde bambalinas y estoy convencido que las ideas que me proponga Mr. Langlais tendrán eficaces resultados para nuestros dos países, si se ejecutan rigurosamente.

Para desarrollar los recursos y facilitar la recaudación, para que estos recursos no sean absorbidos, es necesario que se pacifique el imperio. Abordo aquí la cuestión militar. Tenemos en México 60,000 hombres bajo las armas que deben reducir a 16,000 disidentes o guerrilleros, como veréis por la carta adjunta que es de una estricta exactitud. Este es un problema a cuya solución es urgente llegar, pues la guerra que consume 60 millones anuales, arruina el tesoro mexicano. La prudente observación del representante de Juárez en Europa, Sr. Jesús Terán, resalta la necesidad de poner fin a la lucha. Parecería que la organización de un ejército nacional no es fácil, puesto que el mariscal, encargado de esta organización por un decreto firmado dos días después de mi llegada a la capital, no ha obtenido resultados, jamás me ha [faltado] buena voluntad para lograr este importante objetivo. He solicitado la colaboración de los Grales. franceses Brincourt y L'Hérillier, más tarde la del coronel La Jaille; he pedido oficiales franceses que colaborasen en esta tarea, no he logrado obtener nada y, en mi desesperación, he debido recurrir al Gral. Thun, a pesar de tener una confianza limitada en esta combinación. Por otra parte los regimientos, batallones y baterías que teníamos en vías de formación, no han podido desarrollarse porque órdenes súbitas dispersaron a sus elementos en movimientos militares divergentes. A estas causas debe atribuirse, en gran parte, la falta de un ejército nacional, que deseo más que nadie.

He señalado a V. M. todos los peligros que creaba a mi gobierno la prolongación de la guerra civil y esto puede constatarlo V. M. examinando la carta que le adjunto. He insistido en la necesidad de una rápida pacificación para llegar a equilibrar las finanzas; al respecto, Mr. Langlais tiene a su disposición todos los documentos significativos que no comprometen en nada la responsabilidad financiera del gobierno mexicano. ¿Cómo justificar órdenes que determinan el regreso precipitado de tropas a Europa en contradicción con la voluntad del emperador de los franceses y con los tratados que firmamos y esto en un momento en que había disidentes a dos horas de la capital? ¿Cómo explicar el sistema de enviar tropas a puntos importantes y evacuarlos ocho días después, sacrificando a todos aquellos que se habían pronunciado por el imperio? Fatal combinación que se repitió tres veces seguidas en Monterrey, sobre la frontera frente a los yankees y que en Chihuahua ahogó los gérmenes de buen gobierno que el Gral. Brincourt había hecho fructificar en el transcurso de una ocupación de pocos días. Podría suponerse que se quiere demostrar al emperador la incapacidad del gobierno mexicano que obligará a Francia a tomar medidas rigurosas bajo el pretexto de que México es ingobernable. Hasta se me ha ocurrido que haya podido hacerse una comparación entre el protectorado de las islas Joniennes y la suerte reservada a México. No me convence esta hipótesis, pues un protectorado de esta naturaleza no convendría ni a V. M. ni a mí y haría insostenibles nuestras posiciones. Así que sólo la señalo para aclarar a V. M.

He demostrado, con documentos que os he enviado por el último correo, que en enero de 1865 hubiésemos haber podido quedar sin déficit y que sólo las operaciones de guerra llevaron a nuestras finanzas a un estado deplorable. Si otras medidas, que no siempre merecieron nuestra aprobación, gravaron el presupuesto ¿por qué la insistencia con que moralmente se me obligó a concertar un arreglo oneroso con Jecker, arreglo al que ingenuamente me decidí porque creí hacer un verdadero favor a mi mejor amigo, el emperador Napoleón?

Se lo digo con sinceridad a V. M., esta situación es difícil para mí; como buen y fiel amigo añado que es peligrosa para V. M. y para mí; para V. M. porque su glorioso nombre sufre con ella; para mí, porque mis intenciones, que son también las de V. M., no se pueden realizar. Con tal proceder militar y financiero fracasará la gran idea de la regeneración de México; sin orden y sin economía en la hacienda, con un déficit siempre creciente, yo no puedo gobernar. Con una población cuya confianza es alterada a cada instante por una incierta protección, no puedo establecer nada consistente, pues nadie ignora que si los guerrilleros vuelven, todo aquel que se declara por el imperio será colgado o fusilado y, como es natural, todo el mundo se abstiene de exteriorizar su simpatía por un gobierno que no puede proteger a sus súbditos.

Desde otro punto de vista, igualmente puede temerse que la legítima reputación de las tropas extranjeras no sufra menoscabo con esas maniobras injustificadas. Hasta en las cuestiones de menor importancia debo luchar contra enojosos contratiempos. En el asunto de la familia Iturbide, la madre del joven príncipe, una estadounidense medio loca, fue llamada repentinamente a México de donde se había ido muy satisfecha y a los dos tíos, dos borrachos, se les hizo ir a Viena y a París para hacer un escándalo y poner en ridículo a mi gobierno. Felizmente pude prever mejor este asunto que el de Jecker. Mr. Dano y mi familia en Viena fueron prevenidas a tiempo de las intenciones del gobierno, intenciones que fueron justamente apreciadas por las dos partes.

Sea ello como quiera, lo que me tranquiliza para el porvenir es que nadie logrará alterar la confianza y la íntima amistad que reina entre ambos emperadores. Si alguien pudiese alguna vez haber concebido semejante pensamiento, estoy convencido de que mi sinceridad, sin reservas, disiparía toda duda. Si nosotros perseveramos en el mismo camino, en los mismos planes y opiniones, triunfaremos sobre todos los obstáculos y esta desventurada nación mexicana bendecirá más que nunca el glorioso nombre de Napoleón III.

Por otra parte, el viaje de la emperatriz, sola, sin escolta, a Yucatán, en los límites extremos del imperio, donde encontró la acogida más simpática y cordial, demuestra las raíces que ya ha echado mi gobierno hasta en el corazón de poblaciones que apenas gozan de su acción.

Tengo la firme intención de realizar todas las mejoras posibles. Si, por un lado, la cuestión militar ocupa mi atención, por el otro, el aspecto financiero del imperio es, al mismo tiempo, objeto de mi solicitud. He reconocido la necesidad de realizar importantes reducciones en los gastos y estoy resuelto a hacerlo. Estableceré nuevos impuestos y se han dictado reglamentos para que los fondos de los contribuyentes entren con mayor seguridad al tesoro. Si V. M. está dispuesto a ayudar a México durante el tiempo bastante breve que se necesitará para que las mencionadas reformas produzcan su efecto, no dudo que mi gobierno, al cabo de algunos meses, estará en condiciones de satisfacer todas sus obligaciones.

Mr. Langlais coincide con esta opinión y tengo la mayor confianza en lo justo de sus apreciaciones.

Existe todavía un punto sobre el que debo hablar francamente a V. M., en el temor de que informaciones inexactas puedan inducirlo a error y hacerle tomar alguna medida fatal.

La prensa europea da a entender, desde hace algún tiempo, que V.M. tiene la intención de dar a conocer públicamente, que dentro de corto tiempo retirará sus tropas, después de un arreglo análogo, se dice, a la convención del 15 de septiembre. Tengo que decir a V. M. que tal declaración destruiría en un día la obra que tres años de esfuerzos han creado penosamente y que el anuncio de dicho propósito, unido a la negativa de Estados Unidos de reconocer mi gobierno, bastarían para hacer desaparecer todas las esperanzas de nuestros partidarios y perder, para siempre, la confianza pública. La carta adjunta del Gral. de División Parrodi y la nota del coronel Durán, no dejarán ninguna duda sobre esto en el espíritu de V. M. Todavía más: el honor del propio ejército francés quedaría hondamente afectado en la opinión pública de toda América, pues se atribuiría su precipitada retirada a otro motivo muy diferente. El tiempo es un auxiliar indispensable en la regeneración de un pueblo conmovido desde hace medio siglo y en el cual todavía existen 16,000 guerrilleros en armas, esparcidos por casi toda la superficie del país. La nación mexicana no desespera de su porvenir, porque sabe que V. M. ha declarado que vuestras tropas sólo evacuarán el país cuando su coman- dante en jefe haya pacificado el país y vencido la resistencia; decirle hoy lo contrario, sería provocar la mayor alarma y las consecuencias más funestas.

Para lograr un completo acuerdo, único medio de aclarar la situación, he trasmitido en esta carta a V. M., mis más íntimas preocupaciones; ahora ruego a V. M. corresponda a mi sinceridad, señalándome, como a verdadero amigo, todos los errores que he cometido y proporcionándome sus consejos de los cuales siempre me siento orgulloso, porque emanan de la primera capacidad de nuestro siglo y de un amigo al cual he amado desde el primer día que le conocí.

Para mayor seguridad, os envío esta larga epístola por conducto de un amigo fiel, Mr. Loysel, que es, como V. M. sabe, el jefe de mi gabinete militar. Es una persona que conoce todas mis intenciones, que ha seguido todos mis pasos desde que estoy en México, que ha vivido de cerca todos los obstáculos con que he tenido que luchar. Por conducto de Mr. Loysel, que pronta debe volver, espero que tendréis la bondad de comunicarme, con la franqueza que me es tan cara, vuestras apreciaciones, vuestros buenos consejos, vuestras ideas sobre la forma de salir de la situación tan confusa en que nos encontramos. Al mismo tiempo doy orden a Mr. Loysel de buscar en Europa elementos útiles; algunas personas inteligentes como Mr. Langlais que me ayuden en la pesada tarea del gobierno, puesto que son elementos útiles lo que más nos faltan en este desventurado país embrutecido durante tres siglos y convulsionado durante los últimos 50 años.

No se puede constituir un gobierno en México exclusivamente con europeos, pues sería desencadenar otra vez la revolución, pero pueden infiltrarse entre sus ruedas ejes como Mr. Langlais y, entonces, la máquina comenzará a funcionar con más regularidad y rapidez. Pero todos estos elementos no lograrán nada si la máquina militar no está montada al unísono; se inutilizarán como los Budin, los Costa, los Bonnefond, etc.

Ruego a V. M. me recuerde a la emperatriz y crea en los sentimientos de alta estimación y sincera amistad con que soy el buen hermano de V. M.

Maximiliano