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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1862 Calumnias francesas contra México y apologías de Monsieur de Saligny

Francisco Zarco, 8 de Septiembre de 1862

Enojosa e interminable tarea nos impondríamos, si emprendiéramos refutar todas las calumnias que contra México hacen circular de algún tiempo a esta parte los órganos del gobierno francés, los intervencionistas, los traidores y los interesados en inmorales especulaciones. Es evidente que aquel gobierno ha sido torpemente engañado por el renegado Almonte, y muy mal informado por sus mismos agentes que debieran decir la verdad. Además de fastidiosa, esta tarea sería de todo punto inútil, cuando se trata de escritos de los primeros periodistas de París, que beben su inspiración en altas regiones, que llaman aldea a la ciudad de Puebla, refieren la entrada triunfal de Laurencez a dicha ciudad, cuentan la pelea de millares de gallos en Guadalajara, inventan la fuga del gobierno constitucional a Guanajuato, pintan a Gálvez y a Márquez como honorables personajes, sueñan que Almonte ejerce una influencia decisiva en la opinión, y a veces llevan su aplomo hasta colocar en México la cordillera de los Andes, y acusan de ingratitud a los mexicanos porque fusilaron nada menos que a Bolívar!

A tanto dislate, a tanto embuste, no hay respuesta posible. No hay que sorprendernos de que la prensa asalariada esté mintiendo de este modo, cuando a la prensa independiente y liberal se le pone una mordaza en la cuestión de México, y no se le permite insertar ni la más sencilla rectificación de hechos notorios desfigurados por plumas venales. Se cuida antes de no tener contradictores para después mentir a mansalva. ¿Quién ha de sorprenderse de esta conducta de la prensa ministerial de París, si conocelos discursos del embajador Pacheco y el ministro sin cartera Billault? Cuando personajes de esta talla no tienen escrúpulos en desfigurar de un modo escandaloso la verdad, y en regalar a los parlamentos las más ridículas consejas, no puede causar extrañeza que algunos gacetilleros escriban tan infundadas calumnias, y destilen hiel y veneno de sus plumas, porque... ¡porque el honor de la Francia está comprometido!

Pero a veces suele colmarse la medida, y aunque es preciso calmar la más justa indignación, es preciso también, examinar algunas de esas soeces y villanas calumnias, sobre todo, si son enviadas a París por franceses residentes en México, testigos de los hechos, que no incurren en equivocaciones, sino que mienten con toda conciencia, y desconocen los rasgos más magnánimos y generosos del pueblo mexicano que les ha dispensado cordial hospitalidad, y ha tenido el error de creerles dignos de alguna simpatía.

El "Moniteur de l'Armée" y el "Esprit Public" han manchado sus columnas con esta clase de correspondencias enviadas de México, dignas, muy dignas en verdad de figurar al lacio de las famosas cartas de Veracruz, insertas en el "Moniteur", y que en París atribuye todo el mundo a Monsieur de Saligny.

La carta que da a luz el "Moniteur de l'Armée", es del 9 de junio, y tiende principalmente a hacer creer, que el pueblo mexicano no está dispuesto a defender su independencia, y que nos es imposible levantar ejércitos contra el invasor. Lo notable es, que el corresponsal escribía después del 5 de mayo, en que a nadie pudo quedar duda de la existencia del ejército mexicano, y después de los sucesos de Alvarado y Tlacotalpam, en que el pueblo espontánea y unánimemente dio un terrible desengaño a los traidores protegidos por el invasor.

El corresponsal refiere que el Estado de México no ha visto alistarse a un solo voluntario, aunque tiene millón y medio de habitantes. El hecho es notoriamente falso, en el ejército de Oriente hay una brigada de voluntarios del Estado de México, y los hijos de este Estado se han batido en todas partes contra las gavillas del monsieur le géneral Buitrón, e impiden en la sierra las excursiones del monsieur le géneral Mejía, ambos compañeros de armas hoy de los generales franceses.

El corresponsal sabrá acaso que Oaxaca no cesa de enviar voluntarios al ejército, y que el lejano Estado de Chiapas, que antes ni en guerras civiles ni extranjeras, había visto salir un soldado de su territorio, cuenta ya dos brigadas en la campaña. Habrá visto llegar contingentes de Chihuahua y Durango, al mando del digno gobernador de este último estado, que tampoco había mandado antes soldados a México, y no puede ignorar que del apartado Sonora, pueblo que ha sabido vencer a atrevidos filibusteros franceses, están en marcha mil hombres para la defensa nacional. Si se averigua un poco lo que está pasando, se verá que los contingentes todos de los Estados, tanto la tropa, como la oficialidad, se componen de voluntarios que comprenden lo que deben a su patria.

Según el perspicaz corresponsal, el presidente, para disimular este chasco de no poder levantar soldados, pidió a algunos pueblos víveres y pertrechos, cualquiera clase de donativos. Qué agudeza !Pues, ¿para qué eran los víveres sino para alimentar a los soldados? Y ¿qué hay en esto de irregular o de censurable? El caso es, que en los estados de México, Puebla, Tlaxcala y Oaxaca, todas las poblaciones se afanan por procurar la subsistencia del ejército, y este hecho no prueba que vean con indiferencia la defensa de nuestra nacionalidad. Por otra carta puede insistir el corresponsal, en que no tenemos ni un soldado, y en que los víveres se los devora solo el presidente, pintándolo como a un nuevo Heliogábalo. Esto será más digno del esprit francés.

El corresponsal pretende hacer creer que tampoco los pueblos dan víveres, pues el general González Ortega ha andado recorriendo los distritos más ricos del Estado de México, robándose los granos y ganado para llevarlos al campamento del general Zaragoza. ¡Maravillosa inventiva la de nuestro huésped! El general González Ortega no ha estado un solo día en el Estado de México, y cuando trajo su división de Zacatecas, venía provisto de abundantes recursos para mucho tiempo, y por último, preciso es decirlo, es verdadera e infame calumnia la especie del corresponsal del "Moniteur de l'Armée".

Este escritor termina su carta con una frase que es ya de estampilla, sobre todo desde que la pronunció monsieur Billault: "Reina siempre en la capital una inquietud profunda, y la conducta del gobierno es más odiosa que nunca." Bien valía la pena demostrar este aserto con hechos, de referir esos actos odiosos, de mencionar los nombres de los agraviados, pero esto está de más, tratándose de México. Lo que importa es formular cargos, vagos y generales, y además, ¿quién puede poner en duda estos actos odiosos, cuando ya la "Patrie" que todo se lo sabe, ha dicho que el único freno del gobierno cíe México era el señor ministro de Prusia, vivamente ayudado por SS. EE., los embajadores de Austria y de Rusia, imperios de cuya buena amistad nos libra hasta ahora la buena fortuna?

La carta del "Esprit Public" es del 11 de junio, tiene mayores dimensiones, y está escrita con más soltura, con más vivacidad que la del "Moniteur de I'Armée".

El benévolo autor de esta correspondencia, comienza por atufarse muy seriamente, porque nos hemos alegrado de la derrota que los franceses sufrieron en Puebla. ¿ Habrá barbaridad comparable a la de un pueblo que se regocija de derrotar a los invasores extranjeros? "La victoria (Le succés) del 5 de mayo, dice el corresponsal del `Esprit Public', ha hecho perder la cabeza a los mexicanos. A contar de aquel día, no podéis figuraros las bravatas, los insultos, los ultrajes incalificables que han seguido." Vale la pena triunfar, aunque sea una sola vez, de los invencibles ejércitos franceses, y si de gusto hubiéramos perdido la cabeza, que no la hemos perdido, seríamos muy disculpables, en verdad, tanto más cuanto que nuestro triunfo ha causado júbilo en todas las repúblicas hispanoamericanas, en los Estados Unidos del Norte y del Sur, en Cuba, en España, en Bélgica y hasta en la pérfida Albión. El 5 de mayo ha probado al mundo, que México no es lo que se figuraban la Francia y su consejero Almonte, y repetimos, algo vale esta rectificación de tan falsos rumores.

Pero miente el corresponsal, cuando asienta que a esa gloria siguieron bravatas, insultos y ultrajes. No hubo ni siquiera ruidosas manifestaciones de regocijo para celebrar la victoria. Decir que triunfamos, no es una bravata. La rodomontade está más bien de parte de los diaristas y ministros, que desde febrero daban por cierta la toma cíe la ciudad de México. A nadie se ha insultado, a nadie se ha ultrajado, y sobre todo, los franceses de nada tienen que quejarse de las autoridades ni del pueblo, que se han conducido con una prudencia y una moderación de que hay raros ejemplos en la historia de países injustamente invadidos.

El corresponsal puntualiza los hechos: haberse quitado sus medallas militares a los zuavos y cazadores de Vincennes que cayeron prisioneros, y de paso, para denigrar al general Zaragoza, dice que nunca ha sido militar y que ha brotado de la espuma de las disensiones civiles. Que el intrépido general Zaragoza no sea militar de oficio, es un timbre que realza su gloria, como soldado de la independencia de su patria, y tanto peor para el general Laurencez. Si ha brotado de las revoluciones, esto sucede en todas partes, y el mismo fundador de la dinastía napoleónica no tuvo otro origen. En el calor de la batalla nuestros soldados quitaron las medallas a nuestros enemigos, a muchos de los que salvaron la vida; pero el corresponsal que escribía el 11 de junio, omite maliciosamente hacer mención de la orden del general Blanco, ministro de la guerra, que las mandó devolver; orden que es un rasgo digno y caballeroso, y que prueba que en este país hay hidalguía y generosidad, y se tiene la más alta idea del honor militar.

Pero ¿ cómo había de tributar el corresponsal este homenaje a la verdad, cuando a renglon seguido inventa la más negra, la más infame, la más torpe de las calumnias? Refiere que los heridos franceses fueron acabados de matar de la manera más bárbara, que el general Zaragoza mandó quemar los cadáveres recogidos del campo, y que entre los cadáveres había heridos vivos aún, cuyos miembros se vieron agitarse entre las llamas. ¡Calumnia, calumnia infame e inaudita! El embustero prevé que ha de ser desmentido, y dice: "lo negarán, porque todo se niega aquí, en este país de hipócritas y de impostores, pero tened el hecho por cierto". ¡Despreciable ardid! ¡Pues bien, negamos el hecho, y declaramos que el corresponsal, sea quien fuere, ha mentido como un miserable!.

Ha calumniado no sólo a México, sino a los franceses residentes en Puebla, al vicecónsul de Francia monsieur Neron, que dirigió al general Tapia, gobernador del Estado, un voto de gracias, por la humanidad, por la magnanimidad con que fueron tratados los heridos y los prisioneros. Estos heridos fueron abandonados por Laurencez en su fuga o retirada, y recogidos por nuestros soldados; estos heridos han fraternizado en los hospitales con los nuestros, han sido socorridos y atendidos por toda la población; para alimentarlos y vestirlos se han colectado donativos en todas partes, y señoras mexicanas han tenido el delicado sentimiento de enviar a los hospitales hermanas de la caridad francesas para hacer más fácil la curación de los soldados franceses, y darles el consuelo de oír la lengua de su patria; estos heridos se han restablecido en su salud, y ellos y los prisioneros han sido puestos en libertad, y se les ha permitido sin condición ir a unirse a sus compañeros de armas. Y a esta conducta se corresponde con la ponzoñosa hiel de un calumniador cobarde, que haría mejor en irse a unir con sus compatriotas armados, ya que tanto odia a los mexicanos, a manejar un fusil o una espada, y no en picar como víbora a traición y sin peligro.

Contra su impostura apelamos a los mismos heridos y prisioneros franceses, al vicecónsul de Francia en Puebla, al general Laurencez.

El corresponsal añade después, que el ejército francés, sus jefes, el gobierno francés, y sus representantes, no han dejado de ser objeto de insultos que han enrojecido su frente. Quien no se enrojece de emplear la calumnia, de nada puede ruborizarse. Se escandaliza de los artículos y caricaturas que se han publicado en México, y parece desear que un país que sufre la más injusta de las agresiones, prorrumpa en alabanzas y aplausos a sus enemigos.

Se indigna contra la prensa, contra los gobernadores de los Estados, y contra el gobierno, y exclama: "si supiérais lo que es la prensa de México", como si aquí nadie supiera lo que es la prensa de Francia.

La prensa ha sido eco de la opinión pública, ha demostrado la injusticia de la guerra, ha analizado las más escandalosas reclamaciones, ha clamado contra el rompimiento de los preliminares de la Soledad, contra la violación del derecho de gentes, contra el olvido de una convención militar, para ocupar por la perfidia posiciones que no pudieron tomar en buena lid. Y es notable que de las opiniones de la prensa de México participen todos los periódicos de uno y otro hemisferio, excepto los asalariados por el gobierno francés, pues en la misma Francia ha habido escritores que condenen la política imperial y los actos de sus agentes.

La moderación del gobierno de México llegó hasta el grado de prohibir, durante muchos días, toda discusión a la prensa sobre la cuestión extranjera, y esta medida que no pudimos aprobar, no era inspirada como en París, por el temor de ver contrariada la política del poder, sino por el deseo de no suscitar dificultades para un avenimiento.

Por lo demás, compárese cuanto se ha escrito en México con los artículos de la "Patrie", del "Constitutionnel", del "Pays", con la correspondencia misma que venimos analizando, y el más parcial confesará que no han sido los mexicanos los agresores.

En sus calumnias se funda el corresponsal para llamarnos semibárbaros, peores que los bárbaros; su fin principal parece ser evitar que la prensa liberal francesa defienda la justicia y se oponga al insensato proyecto de la intervención. El corresponsal se declara intervencionista sin decir una palabra de Almonte, ni de Márquez, ni de Gálvez, ni de monarquía, ni de gobierno provisionario, y emprende por fin la defensa de monsieur cíe Saligny único que ha comprendido bien la cuestión mexicana. A la fatalidad que persigue a este diplomático, hay que añadir la desdicha de encontrar un defensor de esta ralea.

Pero este pasaje merece los honores de la traducción ad pedem litterae:

"Hay un hombre que ha comprendido perfectamente la cuestión, y el papel que tenía que desempeñar en México: este hombre es nuestro Ministro monsicur Dubois de Saligny; sólo él ha colocado la cuestión en su verdadero terreno; sólo él ha comprendido que era menester apelar a una solución decisiva; sólo él, en una palabra, ha tenido el valor de decir la verdad. De aquí el desencadenamiento sin objeto de que ha sido víctima, y las injurias incalificables que lo persiguen."

Increíble parece, pero esto se escribía en México el 11 de junio, por un francés que ha presenciado todos los hechos. No parece sino que algún comensal rezagado de monsieur de Saligny, preveía que alguna impresión habían de causar en Francia, las opiniones de muchos franceses, las del general Prim, las de Sir Charles Wyke, las del comodoro Dunlop, las de la prensa del mundo entero.

Que monsieur de Saligny no ha comprendido perfectamente la cuestión, lo están demostrando los acontecimientos, entre otros el del 5 de mayo, y el embrollo en que ha metido a su gobierno.

Que comprendía el papel que tenía que desempeñar en México, es cuestión que sólo puede decidir el gobierno francés que le dio sus instrucciones. Lo que se haya querido que fuera ese papel no podemos comprenderlo todavía. Monsieur de Saligny, en sus momentos de expansión decía, a cuantos querían oírlo, que había venido a casser les vitres, lo que equivale en nuestra lengua de semibárbaros a buscar un rosario de Amozoc, y si ésta era su misión, no hay duda que la comprendió a las mil maravillas.

Pasó por Veracruz, vino a México, encontró a la reacción agonizante, y sin embargo, ideó mil pretextos para no presentar sus credenciales al gobierno constitucional. Lo hizo al fin, arregló cuantas reclamaciones había pendientes de alguna importancia, y pocos días antes de su recepción, como si deseara frustrarla, dio el escándalo de pretender que las hermanas de la caridad estaban bajo la bandera francesa, y debían gozar de cierta especie de inmunidades diplomáticas. Se le toleró este desmán, con excesiva prudencia, y cuando se le manifestó cuán absurda e infundada era su pretensión, con documentos que existían en los archivos de la Legación, y que debió consultar antes de sus extraños procedimientos, declaró sans facon, que la emperatriz era muy católica, y que el emperador en este negocio no entendería de razones. El gobierno de México, sin hacer caso de estas palabras, formó mejor concepto del emperador, y dio instrucciones al señor De la Fuente, su ministro en París, para hacer conocer la verdad. El resultado ha sido que el famoso ultraje de las hermanas de la caridad, no ha sido enumerado en los agravios de la Francia, ni por la prensa, ni por monsieur Billault, ni ha figurado después en el ultimátum del mismo monsieur de Saligny, de manera que parece que contra su previsión, Napoleón III ha tenido en algo la razón.

Cuando todas las cuestiones pendientes con Francia estaban en vía de arreglo, y monsieur de Saligny reconoció que no había una sola reclamación que no mereciera el más severo examen, en cuanto a su origen y su monto, siguió otra táctica, quiso mezclarse en la cuestión de España, para lo que no tenía instrucciones, pretendió intervenir en la cuestión de la expulsión del delegado apostólico, para lo que tampoco estaba autorizado, y pretendió hasta protestar contra las leyes de reforma, de que tanto fruto sacaran muchos de sus compatriotas, no sólo en nombre de S. M. el emperador de los franceses, sino de S. M. la reina de España, de S. M. el rey de Italia, de S. M. el rey de los belgas, y hasta de la Confederación Suiza. A algunas cíe estas notas no se dio ni siquiera respuesta, y según creemos, llegaron a pedírsele las credenciales que lo autorizaban a hablar en nombre de tantas naciones.

Lo curioso es que no había españoles, ni italianos, ni belgas, ni suizos perjudicados por las leyes de reforma, que anulaban ciertos contratos hechos por el clero; que cuando llegó una legación belga, no tomó en consideración las oficiosas gestiones del ministro de Francia, y que en Italia, en las amplias discusiones del Parlamento, ni los oradores de la oposición, ni los ministros, han manifestado la menor queja contra México.

La cuestión Jecker preocupaba algo a monsieur de Saligny pero durante algún tiempo no se atrevió a defenderla abiertamente, ni siquiera la hizo figurar en su primer ultimátum, en el que sólo pedía la revocación inmediata de la ley de 17 de julio. La cuestión Jecker era una de tantas reclamaciones dudosas, que en cuanto a su monto y origen, debía pasar por un severo examen como todas las demás. El ministro de Francia se limitó a preguntar, si el gobierno de México examinaría y resolvería tal cuestión, conforme al derecho de gentes, y naturalmente se le contestó, que el gobierno no tenía otra línea de conducta en este y en todos los negocios posibles. He aquí el fundamento de la falsa aseveración de monsieur Billault sobre que ¡ México había reconocido en principio la reclamación del suizo fallido! No sabemos hasta qué punto estaría en la misión, en el papel de monsieur de Saligny, proteger la fuga cíe Miramón en un buque de guerra francés, y disfrazarlo con el uniforme de la marina de su nación que encubrió a un malhechor; no sabemos hasta qué punto estaría en su papel, mostrar el espíritu más hostil a la Inglaterra, siempre que se le presentaba la ocasión, y suscitar embarazos a todo arreglo en que tal potencia tuviera interés; no alcanzamos, por último, si era o no conforme a sus instrucciones, alojar en su casa a todos los cabecillas reaccionarios, y convertir la Legación en un foco de conspiración contra el gobierno con quien estaba en buenas relaciones. Que la Legación era el asilo de Robles, de Corona y otros muchos, no era un misterio para el gobierno, y fue preciso hacer sobre esto algunas amonestaciones a monsieur de Saligny, quien alegó razones de humanidad, y ofreció solemnemente no permitir que sus huéspedes conspiraran. Cómo cumplió esta promesa está probado por su correspondencia con el capitán general de Cuba, a la que acompañó las cartas de Guanajuato de Robles, en las que se ve que ambos conspiraban contra el gobierno, y que el ministro de Francia se entregaba a manejos que los publicistas todos condenan en un embajador, opinando que lo privan de sus altas inmunidades.

Después siguieron las ocurrencias más lamentables !El capricho de creerse amenazado de asesinos por la problemática caída de una bala perdida en los corredores de su casa, y el afán de convertir el grito popular de "¡mueran los amigos de los extranjeros !" que aludía a Márquez y sus cómplices en la voz de "mueran los extranjeros y muera la Francia", y luego el incidente del zócalo de la plaza, en que en un paseo público sus insolentes palabras contra el país, fueron reconvenidas por un particular que se dirigía al hombre y no al ministro. Este incidente no desdice de las aventuras de diplomáticos de la misma nación que hemos visto aquí, como la descomunal batalla del baño de caballos de las Delicias dada por el barón Alleye de Cyprey, y el charivari recibido de sus mismos compatriotas por el vizconde de Gabriac.

Tales son los hechos anteriores al rompimiento, los que sobrevinieron más tarde en las conferencias de Orizaba, han sido calificados por el mundo entero. No sabernos si en éstos, o en aquéllos o en todos, se funda el corresponsal de "I'Esprit Public" para declarar que monsieur de Saligny, comprendió perfectamente el papel que tenía que desempeñar en México.

Lo que creernos es que todos esos hechos, y la alianza con los reaccionarios, con las chusmas de Márquez y de Gálvez, han sido una mancha para la Francia, que ha de afligir y ha de indignar al generoso pueblo francés tan mal representado en México.

Lo que esperamos es que tarde o temprano, abran los ojos a la luz de la evidencia los gobiernos europeos, y comprendan cuán funesto error han cometido en considerar las misiones que envían a las Américas tan insignificantes, como las que mandan a los países berberiscos, y conozcan que las imprudencias y el poco tacto de sus agentes, son las más veces el origen principal de dificultades, que un espíritu de benevolencia, o de simple equidad hubiera evitado siempre.

El corresponsal de "I'Esprit Public" termina su carta acompañando copia de la manifestación dirigida a Francia en junio por algunos franceses residentes en esta capital, cuyas firmas se recogieron públicamente, y que el corresponsal hace ascender a quinientas. Documento éste que pronto daremos a conocer.

Ya se ve como se corresponde a la prudencia, a la moderación, a la generosidad desplegadas por el gobierno y por el pueblo mexicano. Nuestros detractores no merecen sino el más soberano desprecio, y sus infames calumnias no deben hacernos abandonar una conducta que hace honor a la civilización de México, y engrandece la justicia de su causa.

Francisco Zarzo.

El Siglo Diez y Nueve.