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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1862 Relato sobre la conversación en La Soledad. Juan Prim

Veracruz, 20 de febrero de 1862

 

Excmo. señor Ministro de Estado.
Excmo. señor.
Muy señor mío:

Por las adjuntas copias de las actas de las conferencias séptima, octava, novena, diez y once se enterará V. E. englobo de lo que aquí ha ocurrido desde la fecha de mi último despacho número 16, pero creo oportuno dar a V. E. noticias detalladas de algunos incidentes graves que se han presentado en estos últimos días.

El día 10, merced a una comunicación desatenta del Gral. Zaragoza, sucesor de don José López de Uraga en el mando del Ejército de Oriente, creímos que ya se había hecho imposible todo arreglo amistoso y pacífico y, si nos hubiéramos dejado llevar de nuestro primer impulso, inmediatamente hubiéramos dado al Gral. Zaragoza una lección de prudencia; pero, estando pendientes de una respuesta del Gobierno Supremo a la nota que le dirigimos el 9 —de la cual acompaño a V. E. copia bajo el número dos— invitando al Ministro de Relaciones Exteriores a venir en persona a conferenciar conmigo en un punto designado entre los dos campamentos, resolvimos dar al Gral. Zaragoza una respuesta seca y pasar al Gobierno una comunicación enérgica, incluyendo copias de la correspondencia que había mediado entre los Jefes aliados y el General mexicano. Bajo los números tres, cuatro y cinco hallará V. E. copias del oficio de dicho General, de nuestra contestación y de la nota que pasamos al Gral. Doblado. En la nota del día 15, recibimos dos despachos de este señor Ministro en respuesta a nuestras comunicaciones del 9 y del 11, ambos de fecha 13 del corriente. En el primero aceptaba el Sr. Doblado la conferencia propuesta sin más condición que la de que tuviese lugar el día 19 en vez del 18 que nosotros habíamos señalado y en el segundo manifestaba que el Gobierno tenía bastante con-fianza en la subordinación del Gral. Zaragoza para no tener que contrariarse sus disposiciones.

El día 18 recibí una carta del Gral. Doblado avisándome que se hallaba en el campamento de la Soledad y que, siendo el Rancho de la Purga, sitio designado para nuestra entrevista, un lugar desierto sin acomodo para nosotros y para nuestras comitivas y sin agua para las caballerías, era de absoluta necesidad que él viniese a nuestro campamento de la Tejería o que yo fuese al de las fuerzas mexicanas; adopté este último partido por no dejarme ganar en galantería.

En consecuencia y habiéndome puesto previamente de acuerdo con mis colegas respecto de las concesiones que podían hacerse a los mexicanos y con plena autorización para hablar y obrar en nombre de los Comisarios de las potencias aliadas, salí ayer antes de amanecer acompañado de una parte de mi Cuartel General y con una escolta de 50 caballos.

A una legua de la Soledad me esperaban los Grales. Doblado y Zaragoza con un coche, subí a él y con él dichos señores y quedándose a distancia mi escolta, seguimos nuestro viaje acompañados por un escuadrón de carabineros mexicanos.

A las diez llegamos a la Soledad; inmediatamente me retiré con el Gral. Doblado a una habitación aislada y, después de una larga conferencia, ajustamos algunas estipulaciones preliminares que ya sabía yo serían aceptadas por mis colegas.

Señalada con el número seis, envío a V. E. copia de dichos Preliminares y creo necesario entrar en una explicación circunstanciada de las razones que todos los aliados hemos tenido para aceptar las estipulaciones que comprenden.

Como el verdadero objeto de las tres Naciones aliadas, aparte del desagravio debido por las ofensas recibidas y la indemnización de los daños causados, es contribuir a la organización de este país bajo un pie estable y duradero, toda vez que el Gobierno existente se cree con los elementos suficientes para pacificar el país y consolidar la administración y que se declara animado de los más vivos deseos de satisfacer las reclamaciones extranjeras, he creído y como yo han creído mis colegas que no había derecho para rechazar a este Gobierno, prestando auxilio moral o material al partido que le es contrario.

Tal conducta sería además de injusta, impolítica, porque es evidente para los que vemos las cosas de cerca que el partido reaccionario está casi aniquilado, hasta el punto de que en cerca de dos meses que hace que estamos en este país, no hemos observado muestra alguna de la existencia de semejante partido. Es cierto que Márquez, a la cabeza de algunos centenares de hombres, sigue desconociendo la autoridad del Presidente Juárez, pero su actitud no es la de un enemigo que ataca sino la de un proscripto que se oculta en los montes y es probable que muy pronto tenga que someterse o abandonar el país.

Además, si bien los Comisarios franceses traían grandes esperanzas de que sería fácil establecer aquí una Monarquía, por creer que era fuerte el elemento monárquico en México, se van desengañando y reconociendo su error; ni puede ser de otro modo pues, por nuestras propias observaciones y por las noticias que nos suministran personas muy conocedoras de esta tierra, no podemos dudar que el número de los partidarios del sistema monárquico es insignificante y que no son hombres dotados de la energía y decisión que a veces dan el triunfo a las minorías.

Por esto no hemos debido negarnos a declarar que no es el ánimo de nuestros Gobiernos favorecer a determinadas personas, ni a un partido con exclusión de los demás; ni mucho menos atentar contra la independencia, soberanía e integridad del territorio mexicano.

Por esto tratamos con el Gobierno que hemos hallado establecido en la Capital, a pesar de los motivos de queja que ha dado a nuestros Gobiernos.

No creo que necesiten de más explicaciones los dos primeros artículos de los Preliminares firmados ayer.

En Orizaba y tan luego como lleguen las nuevas instrucciones que esperamos de nuestros Gobiernos, presentaremos las reclamaciones y podremos juzgar prácticamente del grado de sinceridad y buena fe de las protestas que nos ha hecho este Gobierno de su deseo de hacer justicia a nuestras demandas.

Además de los motivos expuestos y dejando a un lado la urgente necesidad de sustraer nuestras tropas a la influencia de este mortífero clima, hemos tenido en cuenta otra razón suprema para firmar los Preliminares. En el estado de exaltación a que han llegado los ánimos de los mexicanos, es seguro que si en vez de la conducta conciliadora que hemos observado y que va calmando el odio que existe contra los extranjeros, principalmente contra los españoles, hubiésemos tratado a este país con dureza, recurriendo desde luego a las medidas violentas, nuestros compatriotas esparcidos en el vasto territorio de la República habrían sido objeto de toda clase de persecuciones. Un crecido número de ellos hubieran perecido víctimas del furor popular sin que nos fuese posible evitar tantas desgracias ni prestar auxilio a nuestros nacionales.

Los puntos que, según el artículo 3º, han de ocupar las fuerzas aliadas, son muy sanos y pueden proporcionar cómodo alojamiento a las tropas.

La población de Tehuacán ofrece sobre la de Jalapa la ventaja de hallarse más cerca de Orizaba y sobre el mismo camino, cuya circunstancia facilitará, en caso necesario, la concentración de todas las fuerzas.

Los franceses ocuparán a Tehuacán, los ingleses a Córdoba y las tropas españolas a Orizaba, que es el punto central.

A la primera indicación que me hizo el Gral. Doblado de los temores que había en el país de que luego que las tropas aliadas hayan pasado los puntos fortificados, a la conducta conciliante de los Comisarios sucedan el rigor y las amenazas, le interrumpí y le manifesté que las fortificaciones que los mexicanos tienen por formidables, son para nuestros soldados obstáculos de poca consideración; que por tanto no había inconveniente alguno en estipular que, si las negociaciones pacíficas no producían el resultado apetecido, las fuerzas aliadas volverían a colocarse fuera de la línea fortificada. Quiso el Ministro de Relaciones Exteriores estipular un plazo dentro del cual no se pudiese hacer uso de las armas, si llegase el caso de romperse las relaciones, pero a esto me opuse yo declarando que, en caso de un rompimiento, al siguiente día de ocupar las posiciones que se nos señalasen del lado de acá de las defensas en que tanto confían, atacaríamos a las fuerzas mexicanas y las desalojaríamos de sus tan decantadas fortificaciones. Convino el Gral. Doblado en nuestra superioridad y me manifestó que todas las personas sensatas del país desean que nuestras diferencias tengan un desenlace pacífico; pero que el Gobierno se encuentra hasta cierto punto bajo la presión de los soldados que, acostumbrados al desorden que origina la guerra, tratarán de desprestigiar al Gobierno y aun le calificarán de traidor a la Patria por la conducta moderada que está resuelto a seguir en sus relaciones con los Comisarios aliados. Quedamos por fin acordes y redactamos tal como V. E. le hallará en la copia de los Preliminares, el artículo 4º. No creo necesario demostrar a V. E. que la delicadeza de los Comisarios de las potencias aliadas y el honor de las tres Naciones no permitían que subsistiese la menor duda sobre su lealtad y que, por consiguiente, era imprescindible tranquilizar a los desconfiados.

En el artículo 5º se trata de los hospitales de los aliados en los pueblos señalados para su residencia. En el caso de que, por efecto de un rompimiento y cumpliendo con lo estipulado en el artículo 4º, tengan nuestras tropas que evacuar dichas poblaciones, quedarán los hospitales bajo la salvaguardia de la Nación mexicana.

Al decir la Nación y no el Gobierno, hemos querido evitar el riesgo de que los mexicanos exaltados que no están de acuerdo con el Gobierno cometan, por hacerle daño, desmanes cuya responsabilidad pese sobre él.

El artículo 6º en que se estipula que el día en que nuestras tropas se pongan en marcha para el interior, se enarbolará el pabellón mexicano en Veracruz y en San Juan de Ulúa, sorprende a primera vista; pero, si se tiene en cuenta que hemos vuelto a entrar en las vías pacíficas y que vamos a ocupar tres ciudades de la República, en donde ondeará la bandera mexicana sin que tengamos derecho a arriarla, bien podemos permitir que ondee en Veracruz al lado de las nuestras.

Este punto nos ha parecido a todos los Comisarios de tan poca importancia que no hemos hecho objeción alguna. En realidad no pueden acusarnos los mexicanos de haber arriado su pabellón pues, al evacuar la plaza y la fortaleza en 15 de diciembre de 1861, no sólo se llevaron las banderas sino también las drizas. Esta concesión de ningún modo implica la devolución de la plaza y del Castillo en donde seguirán mandando las actuales autoridades y dando guarnición las escuadras aliadas después que las fuerzas de tierra se internen.

Como hubo un momento, según ya he tenido el honor de decirlo a V. E., en que creímos que eran vanos todos nuestros esfuerzos por llegar a una solución pacífica, pedí al Excmo. señor Capitán General de Cuba refuerzos para cubrir las bajas sufridas por esta División y para poder enviar algunas tropas de desembarco a Tampico, cuya plaza habíamos resuelto ocupar.

Visto el nuevo aspecto que toman estos asuntos, creo inútiles dichos refuerzos y el vapor Isabel la Católica, que saldrá mañana, lleva orden para hacer regresar a La Habana los transportes si los encuentra en la Sonda de Campeche. Si llegan a este puerto dispondré que regresen inmediatamente, a fin de que la isla de Cuba no quede tan escasa de guarnición.

Puedo asegurar a V. E. que sólo en un caso extremo y de absoluta necesidad recurriré al uso de las armas, pues es mi deseo evitar al Gobierno español un conflicto que le obligue, en el estado actual de Europa, a hacer mayores sacrificios y empeñar mayores elementos para el logro de un éxito feliz en esta empresa. Creo en conciencia que el giro que hemos dado a estas cuestiones merecerá la aprobación del Gobierno de S. M.

Hemos sido moderados, hemos sido humanos y si llega un día en que, convencidos de la ineficacia de los medios suaves, tengamos que recurrir a la fuerza, probaremos al mundo entero que la moderación y los sentimientos de humanidad no están reñidos con lo que el valor y el celo por el honor de nuestra Patria exigen de nosotros como españoles y como militares.

Dios, etc.

(Juan) Prim