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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

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ISBN 970-95193

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1862 Matías Romero informa sobre la conducta poco franca y leal del gobierno estadounidense respecto a la venta de armas para México y de su entrevista con Lincoln y Seward.

Washington, agosto 28 de 1862

 

ROMERO INFORMA SOBRE LA CONDUCTA POCO FRANCA Y LEAL DEL GOBIERNO ESTADOUNIDENSE RESPECTO A LA VENTA DE ARMAS PARA MÉXICO

 

Al señor ministro de Relaciones Exteriores México

Según comuniqué a usted en mi nota número 181 de 29 de mayo último, el señor don Juan Bustamante había llegado a esta capital, comisionado por algunos estados del interior de la República para comprar armas. A su llegada pensó que sería posible obtenerlas de este gobierno y, en virtud de sus indicaciones, hablé sobre el asunto con Mr. Seward, quien me dijo que no sería posible dar ningunas, porque los Estados Unidos necesitaban más de las que tenían. Me aseguré, al mismo tiempo, que este gobierno permitiría al señor Bustamante comprar las armas que pudiera y llevarlas a donde quisiera, siempre que no fuera al sur de los Estados Unidos, sin tomar, sin embargo, noticia oficial de los arreglos que celebrara.

Desde entonces ha estado procurando el señor Bustamante hacer un contrato, cuya conclusión se le ha dificultado muchísimo, por la circunstancia de que no trajo fondos para hacer las compras y los términos que ofrece, de pagar en el puerto donde se reciban las armas a su llegada, apenas son admisibles para los negociantes de este país. Después de muchos esfuerzos y sacrificios, de los que he sido testigo, aun empeñando su crédito particular, había logrado al fin comprar 36,000 fusiles, 4,000 sables, 1,000 pistolas, 18,000,000 de cápsulas y 500 arrobas de pólvora, que había convenido en que se mandaran a Matamoros, por ser el único puerto de los que tenemos en el golfo que no ha sido bloqueado todavía y al cual sería menos expuesto mandar tales efectos.

Listos éstos para embarcarse, fue el vendedor Mr. Whiting a ver si el administrador de la aduana de Nueva York despacharía para Matamoros al buque que los llevara. Este funcionario respondió que, para autorizar el despacho, necesitaba una orden especial del ministro de Hacienda en virtud de que, por la orden arbitraria de este gobierno que comuniqué a usted en mi nota número 253 de 10 de septiembre del año próximo pasado, el referido ministro de Hacienda cerró al comercio de este país el puerto de Matamoros, como si dicho puerto estuviera en la jurisdicción de los Estados Unidos. Remito a usted, bajo el número uno, copia de la carta que dirigió el 31 del actual Mr. Whiting al señor Bustamante, comunicándole el resultado de la entrevista que había tenido con el administrador de la aduana de Nueva York y bajo el número dos va traducción de la misma.

En esta virtud, vino el señor Bustamante a esta capital el sábado 23 del actual. En el mismo día vi al ministro de Hacienda, Mr. Chase, a quien informé de lo ocurrido y enseñé la carta de Mr. Whiting. Me dijo que el administrador de la aduana había cumplido con las órdenes que tenía del gobierno al rehusarse a permitir la salida de las armas y que él – Mr. Chase- no daría la orden para la salida de éstas si no le recomendaban previamente la medida los ministros de Relaciones y Marina. Le manifesté que, por lo delicado del asunto, no querrían seguramente dar una recomendación por escrito y me dijo que se conformaría con que la hicieran verbalmente. Siendo ya muy tarde, no pude ver en el mismo día a los ministros de Relaciones y Marina y tuve que dejar para el lunes siguiente la entrevista con ellos.

El día 25 vi a ambos; los informé de lo ocurrido y los dos me manifestaron que no tenían ningún inconveniente en recomendar la remisión de las armas y me ofrecieron hablar a Mr. Chase en la junta de ministros que debía tener lugar el día siguiente 26. Después de que esto había pasado, volví al departamento de Estado a preguntar a Mr. Seward si Mr. Chase estaba ya corriente en dar la orden a la aduana de Nueva York. Mr. Seward me dijo que ya todo estaba arreglado. Fue en seguida al departamento del Tesoro y encontré a Mr. Chase saliendo del ministerio; me dijo que el día siguiente mandaría la orden y me suplicó volviera yo a las 10 de la mañana de dicho día, para que le diera los pormenores de la remisión y le dijera quién mandaba las armas y a quién iban consignadas.

El miércoles 27 fue temprano a darle estos datos; cuando se impuso del número de armas, me dijo que le parecía excesivo y que había ofrecido dar la orden creyendo que la remesa era muy inferior y que, para autorizar la salida de una cantidad tan considerable, necesitaba tener el consentimiento de los ministros de Guerra y Marina. Le dije que la cantidad no era excesiva; que nosotros podíamos levantar hasta 300,000 hombres, que sólo teníamos 100,000 fusiles y que necesitábamos, por lo mismo, 200,000 más, sin contar con los que se pierden y destruyen y que es preciso reponer; que, como no tenemos fábricas de armas en México, nos vemos obligados a comprar en el extranjero las que necesitamos. Le dije, además, que las armas compradas por el señor Bustamante eran fusiles belgas de chispa, compuestos en Nueva York y vueltos de fulminante, que su valor intrínseco era de cuatro a cinco pesos; pero que nosotros por comprarlos al crédito, los habíamos pagado a nueve pesos y que tales armas eran enteramente inútiles para el ejército de los Estados Unidos, pues no habría un solo voluntario que las recibiera en caso de que el gobierno se las quisiera dar. Me preguntó si no había riesgo de que cayeran en poder de los insurrectos del sur y le dije que ninguno, porque el envío se haría secretamente y, llegando a Matamoros, eran ya nuestra propiedad y serían defendidas por la guarnición militar que hay en aquel puerto. Sobre este punto le dije: “no deben ustedes inquietarse para nada, pues nosotros estamos más interesados que ustedes mismos, en que no se nos despoje de las armas que con tanta dificultad hemos comprado aquí”. Estas consideraciones no fueron suficientes, sin embargo, para alterar la resolución de Mr. Chase. Me dijo que el subsecretario de Hacienda, Mr. Harrington, tomaría nota de mi pedido y que iría conmigo a solicitar la aprobación de los ministros de Marina y Guerra, Mr. Harrington tomó unos apuntes, de que remito copia bajo el número tres, acompañada de la traducción correspondiente, bajo el número cuatro.

Fuimos al departamento de Marina y Mr. Welles manifestó que, por su parte, no tenía ningún inconveniente en permitir la salida de dichas armas y que daría orden a los buques de guerra de los Estados Unidos en la boca del Río Grande, para que no detuvieran ni molestaran al buque que las llevara. Pasamos en seguida al departamento de Guerra; Mr. Stanton estaba ocupado con las operaciones militares y no pudimos verlo; Mr. Watts, subsecretario de Guerra, le llevó los apuntes de Mr. Harrington y el recado de Mr. Chase y a poco volvió con la respuesta, diciendo que Mr. Stanton iba a tomar en consideración el asunto y desde luego le ocurrían algunas dificultades. Le dije que yo deseaba ver al secretario antes de que adoptara su resolución y me contestó que la hora más oportuna para verlo sería entre las nueve y diez de la mañana del día siguiente.

Hoy volví a la hora designad ay fue recibido desde luego por Mr. Stanton, quien me informó que ayer tarde había contestado a Mr. Chase, diciendo que se oponía al embarque de las armas. Le manifesté minuciosamente lo mismo que había yo dicho ayer a Mr. Chase y otras varias poderosas consideraciones; le dije que si no teníamos armas para resistir a los franceses, la conquista del país sería muy probable y que, como no construimos las armas en México, careceríamos de ellas si no nos la dejaban sacar de aquí; que en el buen éxito de nuestra defensa contra los franceses estaban los Estados Unidos tan interesados como México mismo; que dentro de poco llegarían a México los refuerzos enviados de Francia al ejército invasor y que, entonces, tendría la escuadra francesa buques bastantes para bloquear a Matamoros, cerrándonos ese único conducto que nos queda para introducir nuestras armas por el Atlántico, por lo cual era indispensable que las que ya estaban listas salieran sin pérdida de momento.

Mr. Stanton convino en cuanto yo le manifesté y me dijo que todas sus simpatías estaban por parte de México y que si tuviera 100,000 fusiles, nos los daría; pero que los deberes que tenía para con su gobierno no le permitían autorizar la salida de las armas en cuestión. Me dijo que hacía tiempo que había expedido, con referencia al caso presente, una orden prohibiendo la salida de armas y que todas las razones que yo le había expuesto, las había tenido presentes al tomar su acuerdo de ayer y no las había considerado suficientes para derogar en nuestro provecho su orden anterior. Le dije que sus simpatías estériles de nada nos servirían aun en el caso de ser sinceras y que, si nos negaban la salida de las armas, nos harían un perjuicio tan grande, como si de hecho se aliaran con los franceses y mandaran contra nosotros un ejército de 50,000 hombres. Al despedirme le pregunté si no me daba ninguna esperanza de que permitiera la salida de las armas en este caso, en vista de las consideraciones que le había yo expuesto, y me respondió que ninguna. Remito a usted, bajo el número cinco, copia de la respuesta de Mr. Stanton y su traducción bajo el seis.

Inmediatamente paseé al ministerio de Hacienda a decir a Mr. Chase que, haciendo a un lado toda cuestión de amor propio y de derecho intrínseco, era tanta la necesidad que teníamos de las armas, que aceptaría yo la orden que quisiera darme por el número que no le pareciera excesivo, según estaba dispuesto a hacerlo ayer. Me respondió que había pensado autorizar la salida de un número de armas que no excediera de 6,000; pero que, en vista de la orden terminante del ministro de Guerra, no podía autorizar la de un solo fusil. Dije a Mr. Chase lo mismo que había dicho a Mr. Stanton respecto del agravio que este gobierno hacía a México, prohibiendo la salida de armas enteramente inútiles para el ejército de los Estados Unidos y con lo cual auxiliaba a la Francia tanto como si fueran sus aliados. Me contestó que sentía vivamente el resultado tanto como yo mismo, pero que nada podía hacer.

Pasé en seguida al departamento de Estado, a entablar una queja formal por lo que acababa de pasar; pero, desgraciadamente, me encontré con que Mr. Seward se había ido anoche para su casa de Auburn y con que no volverá sino después de dos emanas. Él tenía conmigo compromiso de dejar salir las armas y, si estuviera aquí, tal vez habría allanado estas dificultades, a no ser que se hayan suscitado con su consentimiento. El subsecretario de Estado pareció sorprenderse de lo ocurrido y me dijo que no creía poder hacer cambiar de determinación a Mr. Stanton. Pienso ver al presidente para informarlo de lo que ha pasado; pero casi tengo seguridad de que él no derogará la determinación de sus subordinados y tal vez desista yo de esa idea, que sólo produciría otro desaire y otro desengaño.

De todo esto resulta, pues, que este gobierno nos priva, arbitrariamente, del derecho que tenemos para comprar armas en este país y mandarlas al nuestro, cuando todavía no reconoce el estado de guerra que existe entre México y Francia y considerar a ambas naciones no como a beligerantes, sino como a amigas. Una conducta tan poco amistosa para con nosotros, merece que expresemos por nuestra parte nuestro desagrado. Pensé en hacer una protesta contra ella; pero, considerando que esto no producirá ningún efecto, no he llevado a cabo esta idea. Creo que el Supremo Gobierno obraría sabia y justificadamente, si por vía de represalia retirara el permiso concedido a este gobierno para pasar sus tropas por nuestro territorio, lo cual nos compromete para con el sur y nos presenta bajo mala luz ante las naciones de Europa.

No me sorprende este resultado porque, como indiqué a usted en mi nota número 260 de 26 de julio próximo pasado, tengo seguridad de que estos hombres nos sacrificarían mil veces si creyeran que de esta manera evitaban la intervención francesa en sus asuntos. Lo que me ha disgustado en extremo, es la manera poco franca y leal con que han procedido en este caso. La orden previa del ministerio de Guerra, prohibiendo la exportación de las armas, me parece una grosera suposición; pues es, en efecto, muy extraño que ayer a las once no tuvieran noticia de ella Mr. Chase y que estuviera dispuesto a conceder el permiso, si el número de armas no hubiera sido tan excesivo a sus ojos.

Espero, pues, las órdenes del Supremo Gobierno para proceder como el presidente lo juzgue propio.

Doy copia de esta nota al señor Bustamante, para que haga constar con ella que si no llevó las armas a la Republica, no fue por culpa suya.

Reproduzco a usted las seguridades de mi muy distinguida consideración.

Dios, Libertad y Reforma.

Matías Romero

 

 

ROMERO ENTREVISTA A LINCOLN Y A SEWARD SOBRE LA COMPRA DE ARMAS Y QUEDA CONFUNDIDO POR SU ACTITUD

 

Washington, septiembre 4 de 1862

Al señor ministro de Relaciones Exteriores
México

 

A consecuencia de los sucesos militares que han tenido lugar recientemente en las inmediaciones de esta capital, no me fue posible ver al presidente de los Estados Unidos para hablarle del envío de armas a la República, sino hasta el 2 del que cursa, en cuyo día tuvo la bondad de darme audiencia.

Lo informé de lo ocurrido sobre el asunto en los términos que comuniqué a ese ministerio en mi nota número 290 de 28 de agosto próximo pasado, y me dijo que el secretario de Guerra lo había ya impuesto de todo y me dio a entender que la única razón que lo había decidido a impedir la salida de las armas, es el propósito de no quebrantar la neutralidad que los Estados Unidos desean guardar en nuestra presente guerra con Francia. Le dije que yo no pedía ninguna intervención oficial de este gobierno que lo pudiera comprometer con la Francia; que nosotros estábamos dispuestos a sacar las armas de Nueva York sin que el buque que las lleve sea formalmente despachado por la aduana de aquel puerto y que lo único que deseamos es que el administrador de aquella aduana no impida la salida de dichas armas. Me dijo que hablaría con el ministro de Hacienda y me suplicó volviera yo a verlo al día siguiente. Fui ayer a la hora designada y me dijo que había mandado llamar al secretario de Estado, quien debía llegar anoche y que me entendiera yo con él.

Hoy fui al departamento de Estado, en donde estaba ya Mr. Seward, a quien referí minuciosamente cuanto ha pasado. Me oyó sin interrumpirme y, cuando hube concluido mi relación, me dijo que ni él ni el presidente podían tomar noticia oficial de tales hechos ni decir una sola palabra respecto de ellos; que si el buque que llevaba las armas era capturado, el envío de ellas sería un motivo de queja del gobierno francés y que el presidente debía estar en libertad para dar una respuesta satisfactoria.

Mirando que Mr. Seward se colocaba en un terreno en que yo no sabía que estuviera este gobierno, pues creía que ignoraba el estado de guerra existente entre México y Francia, no me pareció conveniente decirle nada más y me despedí de él.

Este incidente me explica la conducta de Mr. Seward para conmigo, que de algún tiempo a esta parte ha sido más reservada que de costumbre, seguramente porque querrá llevar su neutralidad hasta el último extremo. Cuando le he preguntado si sus agentes en Europa le han comunicado algo respecto de la política de la Francia en México, noticias que antes me comunicaba sin que yo se las preguntara, me ha contestado que no ha leído su correspondencia o con alguna otra evasiva del mismo jaez.

Lords Lyons refirió a su gobierno, en un despacho fechado en esta capital el 5 de junio último y que acaba de publicarse en Inglaterra, que Mr. Seward le dijo en el mismo día, que el presidente no pensaba mandar al Senado el tratado de Mr. Corwin, “porque México estaba en guerra y, prestarle dinero, equivaldría a formar una alianza ofensiva y defensiva con él”.

Por lo que respecta a las armas, creo que se podrán sacar de Nueva York, a pesar de la determinación de este gobierno, pues, según me escribe el señor Bustamante, el administrador de la aduana se presta a dejarlas salir con algunas condiciones de fácil ejecución.

Reproduzco a usted las seguridades de mi muy distinguida consideración.

Dios, Libertad y Reforma.

Matías Romero