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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1861 Discurso con motivo del aniversario de la Independencia

Ignacio Ramírez, 16 de Septiembre de 1861

Conciudadanos:

Hacer de la fraternidad el grito de guerra para una nación oprimida, y la cuna de sus instituciones, no fue la inspiración de Moisés, que sobre todas las clases levantó al levita, ni fue el programa de Mahomet, que con la sangre de los infieles alimentaba su espada, ni ese acento de redención se escapó de los labios de Washington, que antes bien a ejemplo del primer Bruto, retiró el manto de la República de las espaldas del esclavo: solo el gran libertador de México ha tenido valor para llamar, las primeras, bajo su glorioso estandarte a las turbas envilecidas. Hidalgo, en la aurora del 16 de septiembre de 1810, arrojó el guante, no sólo a los españoles, sino a la nobleza, al clero, a todas las autoridades, a todas las clases, a todas las razas, a todos los individuos que pudieran tener la pretensión de colocarse más arriba de la soberanía popular nosotros, los que como título de nobleza legaremos a nuestros hijos, la herencia de nuestros padres, un lugar en lo que el orgullo y la ambición llaman la vil muchedumbre, en este glorioso aniversario, recordamos las hazañas de aquel caudillo que puso bajo nuestros pies todas las coronas que no podía ceñir a nuestra frente, todos los cetros que no podía colocar en nuestras manos y que supo improvisarnos un trono de suelo nacional y un dosel del estrellado firmamento.

Descubra la ciencia en mi patria las momias de cien épocas enterradas por cien diluvios bajo las bases del Popocatépetl y del Iztaccihuátl; niegue siquiera la historia que el cielo estrechó entre sus brazos un día a la virgen América; y la dejó fecundizada alejando sus amores para ocultarlos del harem donde prodigaba sus caricias al Asia, al Africa y a la Europa; y declárense razas expósitas todas las que poblaron en los primeros tiempos el Nuevo Mundo; yo sólo sé que los reyes desde entonces se aclimataban muy mal en el suelo mexicano; yo sé que las instituciones se levantaron hasta la República, la arquitectura hasta los palacios y 'los templos, la poesía hasta la epopeya, y la ciencia hasta encerrar los días del año y las estaciones en un círculo de pórfido, desde cuyo centro el sacerdote revelaba la expedición misteriosa del sol por el Zodiaco; y yo sé que entre esas naciones se presentó la azteca guiada por un genio sobrehumano, que en el canto de una avecilla !e clamaba sin cesar: ¡adelante! ¡adelante! idesde tan antiguo apareció en nuestra patria el oráculo de la reforma! Pero esa nación cayó luchando con Cortés y tardó tres siglos para curarse de sus heridas.

También en el sistema colonial nuestra atmósfera fue funesta para los conquistadores, como antes lo había sido para los monarcas; los guerreros de Granada, de San Quintín y de Lepanto aquí se transformaron en bandidos; los sabios que en las cátedras y en los concilios europeos resucitaban la historia, aquí incendiaron sus tesoros; sólo el clero allá quemaba a los herejes, a los judíos y a los moros, y aquí fabricaba milagros; podía el español en su patria alimentarse con algunas ambiciones generosas, podía distinguirse como héroe o como sabio; pero al llegar a Veracruz encontraba sobre la plaza escrito: i!asciate ogni speranza oh voichi entrate! La clase dominadora, la raza privilegiada, despojándose de su inteligencia como de una arma prohibida, se entregaba a movimientos automáticos, dirigidos por el reloj de la parroquia más cercana; el primer repique del campanario prescribía las prolongadas oraciones de la mañana, el segundo llamaba a misa, y después de hora en hora hasta entre los placeres del lecho continuaban los ejercicios piadosos; y la siesta y las repetidas comidas y el juego, no dejaban a las.ocupaciones del hombre laborioso sino cuatro horas del día.

Así vivía la nobleza; pero la turba, sin contar con otro capital que con su trabajo, no sabía dónde colocarlo; tras de las horas consagradas a la devoción, y tras de las falanjes de días festivos, encontraba cerrados los puertos por el sistema prohibitivo, incendiada la viña, el tabaco y la morera por el monopolio, ocupados los primeros puestos por los extraños, y la inteligencia recogidas sus alas y palpitando azorada entre las manos de la inquisición. Por eso es que en hombres y en mujeres, el modelo de la vida era el convento; el fraile y la monja se reproducían en el mundo con sus trajes, sus vicios, sus costumbres y sus preocupaciones. ¿Cómo es que donde antes se rezaba ahora se piensa? ¿Cómo es que el espectro de la conquista que guardaba nuestros puertos ha permitido la entrada a las banderas de todas las naciones y saluda respetuoso la nuestra? ¿Cómo es que la ciencia, el comercio, la industria, la libertad, y la reforma, como el oro inagotable de una Nueva California, se encuentran regadas por el suelo a merced de todas las razas desheredadas? ¿Cuándo, cómo se verificó ese prodigio?

Al desembarcar en Veracruz el Virrey D. Francisco Javier Venegas, sintió bajo sus pies que la parte del nuevo mundo encomendada a su gobierno se estremecía anunciando una vasta explosión revolucionaria; Hernán Cortés se hubiera regocijado ante esa promesa de lucha y de rapiñas; pero hacía tiempo que los representantes de la monarquía española no venían a buscar los agüeros del combate sino a esquilmar a los pueblos sin encontrar resistencia; y Venegas, fugitivo de los campos de batalla, donde sospechaba una lucha, trémulo, se imaginaba ver la sombra de sus derrotas. Sin embargo, a proporción que se acercaba a la capital del virreinato, el horizonte político le sonreía cambiando sus densos nubarrones en un iris de paz y de riqueza. La conspiración existía, pero estaba descubierta; los traidores, como los reptiles venenosos se agitan cuando la tempestad se acerca y la denuncian; Dios los coloca en el sendero de los héroes, y ellos, repudiando una noble alianza se anticipan a los acontecimientos y se complacen en la popularidad de su ignominia y en la grandeza de su crimen; en pos de los denunciantes se extendió por toda la Nueva España la policía civil, alumbrada por la policía religiosa;y sin saberlo, ya aprisionados dentro de un edificio de cristal trabajaban los conjurados. Contados estaban sus días; el virrey, la audiencia, la inquisición habían designado sus víctimas; y mientras las sangrientas órdenes se cumplían, la pretendida corte, en medio de una saturnal prolongada, rendía sus profundos homenajes al bajá recién llegado. Los españoles no conservaban sino ese oculto terror que los tiranos y los supersticiosos tienen siempre al ruido de sus propios pasos; los que marchan sobre tumbas temen que se despierten los que duermen en ellas.

Es uno de los misterios de la fatalidad que todas las naciones deban su pérdida y su baldón a una mujer y a otra mujer su salvación y su gloria, en todas partes se reproduce el mito de Eva y de María; nosotros recordamos con indignación a la barragana de Cortés, y jamás olvidaremos en nuestra gratitud a D. María Josefa Ortíz, la Malintzin inmaculada de otra época que se atrevió a pronunciar el fiat de la independencia para que la encarnación del patriotismo lo realizara. La hermosa y apuesta dama con el delirio y la impaciencia que produce el fuego de los afectos en los corazones de un temple superior, sorprende el horrible secreto de los tiranos y envía un mensajero para decir a Hidalgo: en pos de estas letras van la prisión y la muerte; mañana serás un héroe o un ajusticiado; en esta revolución está la pérdida de mi libertad, pero este sacrificio no será estéril, porque sé que me mandarás en contestación el grito de independencia.

iHonor a esa mexicana en cuyo notable pecho se adecuaban las virtudes varoniles con las virtudes más dulces que decoran el sexo a que pertenecía ! iqué ánimo tan generoso se necesitaba entonces, entre los dijes del tocador, y las devociones del oratorio y las preocupaciones de raza y el orgullo de una clase distinguida, para comprender el amor a los esclavos, para transportarse a la esfera de la democracia, para desoír los anatemas de la Iglesia, para desdeñar los insultos de parientes y amigos, para estrechar entre sus brazos cubiertos de gasas al ensangrentado pueblo; y para sacrificar marido, hijos, hermosura, riquezas, todo, por dirigir desde las rejas de una prisión el primer saludo a la patria!

Una criatura tan privilegiada por la naturaleza, y por la gloria, encuentra en su tumba lo que nunca ambicionó en su florida juventud, y es un espléndido círculo de entusiastas adoradores; arrebatada a la muerte por la imaginación popular, y transportada a los jardines encantados de la leyenda, si abandonase alguna vez su nebuloso palacio para sonreír de nuevo sobre la tierra, vería a sus pies las ovaciones del legislador, la envidia de las hermosas, el aplauso de la multitud, la espada del guerrero y la lira de los poetas; pero sus miradas amorosas, tus miradas amorosas, María

Josefa Ortíz, se dirigían impacientes hacia tu pueblo emancipado; y después, sibila de la libertad, te volverías hacia el espíritu del varón digno que supo realizar tus oráculos de vida y de progreso, y desapareceríais juntos tras los dorados velos del espacio.

Las sombras de la noche descubren siempre un fácil sendero a las atrevidas empresas y a los fieles mensajeros del destino; el enviado de la heroína saludaba en silencio al pueblo de Dolores; había caminado en medio del caos para regresar al día siguiente bajo el solde un nuevo mundo, entre los prodigios de una creación improvisada como la del Génesis. Dijo Dios: sea la luz; y la luz apareció brotando por todos los poros del universo, no extendiéndose en apacibles ráfagas como la que engalanan la aurora, ni con los variados matices que se complace en ver el polo sobre el manto de la noche, ni ondeando en el espléndido velo con que Iris encubre al sol su faz ruborosa, sino fulminante, tremenda, como un volcán sin límites, según lo atestiguan los astros que arden todavía, los planetas convertidos en escorias, los fragmentos de mundos que pueblan el espacio, la vía láctea cubierta con las cenizas de la catástrofe, los torrentes de lava, corriendo por la inmensidad y la ennegrecida tumba del caos, y la carbonizada cuna de todo cuanto existe. Así son también en el mundo social solemnes y aterradores los primeros cataclismos: el infierno precede al paraíso. La aparición de México se verificó entre una tempestad de rayos que no se apagan todavía; felicitémonos porque nos ha sido dado contemplar este espectáculo sublime, aún cuando seamos sus víctimas: isilencio y confusión para los cobardes!

¿De dónde venimos? ¿a dónde vamos? este es el doble problema cuya resolución buscan sin descanso los individuos y las sociedades; descubierto un extremo se fija el otro; el germen de ayer encierra las flores de mañana; si nos encaprichamos en ser aztecas puros, terminaremos por el triunfo de una sola raza para adornar con los cráneos de las otras el templo del Marte americano; si nos empeñamos en ser españoles, nos precipitarémos voluntariamente en el abismo de la reconquista, pero ino! ijamás! nosotros venimos del pueblo de Dolores, descendemos de Hidalgo y nacimos luchando como nuestro padre por todos los símbolos de la emancipación y como él, luchando por tan santa causa, desapareceremos de sobre la tierra.

La vejez le había dado sabiduría y majestad sin agostar en su pecho las pasiones de una edad florida y sin apagar las luces de su inteligencia; quiso un día ser sabio y fue sabio; pero la universidad le cerró sus puertas; quiso un día entronizar una industria en México, y los gusanos de seda le doraron sus regias vestiduras; pero el monopolio extranjero entregó a las llamas sus rivales, quiso ser agricultor, y las viñas le sonreían desde los collados; pero la espada ibera decapitó los racimos: fecundo en proyectos benéficos y audaces, siempre encontraba al gobierno español cerrándole el camino. Si había sufrido las penas del labrador, del industrial y del sabio perseguido, también se había iniciado con los que se sufren por medio de los inocentes goces de la familia; en ésta entra el porvenir, el día que nos nace un hijo, y su cuna es un altar consagrado a la esperanza. ¿Cómo arrancar del pecho de un padre la patria, cuando tiene entre sus brazos a quien dejarla por herencia? Los semidioses entre los bárbaros, simbolizan la fuerza y la hermosura; pero en las naciones civilizadas, la fuerza se convierte en sabiduría y la'hermosura en amor; el conocimiento de todas las ciencias, el amor de toda la humanidad, el representante de todos los padecimientos, este fue Hidalgo. Felices los que sufren, si se sienten con una voluntad superior a los caprichos del destino; la humillación despierta su orgullo, el dolor alumbra su inteligencia, y en sus órganos encallecidos encuentran fuerza suficiente para imponer la ley a sus contrarios, para levantarse sobre las generaciones humanas, y para revelarse como una nueva divinidad ante los pueblos asombrados.

En las aldeas oscuras es donde se encierran los grandes pensamientos del destino; en Dolores se encontraba Hidalgo, cuando al recibir al mensajero de la heroína se sintió tocado simultáneamente por la mano de la muerte y por la mano de la gloria; volvió los ojos donde el dolor se lo exigía, y se encontró representando él solo a la patria. Activo, infatigable, sus pensamientos y sus acciones caminaban juntas como el relámpago y el trueno; pero en aquella hora, en aquel momento supremo, ¿dónde encontrar colaboradores? Sus cómplices dormían descuidados y dispersos por toda la colonia; necesita improvisarlos, y los improvisa. Lleva el fuego de su patriotismo a la prisión pública, incendia las rejas, acrisola a los criminales, y candentes todavía entre las llamas de la elocuencia, los trahsforma en soldados, en caudillos. Los indígenas, inmóviles como sus ídolos, lo contemplan sin comprenderlo, y él evocaba esos espectros de una civilización pasada, los reviste de una nueva humanidad, y los incorpora para siempre en la nación mexicana, y grita a los esclavos: ised libres! y los esclavos se le presentan armados con sus rotas cadenas; y desde entonces tras cada acto de su voluntad aparecían una creación siempre llena de brillo para los tiranos y de terror para los opresores.

El viajero que se empeña en escalar el trono del Popocatépetl para tocar la regia vestidura y para despojar de algunas joyas la rica diadema, tiene que revestirse de triple fortaleza, porque lo esperan en camino el osario de cien montañas, los sacudimientos y bramidos de los gigantes que custodian al monarca, y el terror silencioso sentado en los abismos del cielo y de la tierra, así sucede al orador qúe en este día intenta aproximarse al caudillo de la independencia: para desempeñar su misión atraviesa los escombros de cien reputaciones, de cien glorias, y los clamores y las amenazas del retroceso; porque más allá de ese vasto cementerio de dos generaciones, más allá de los cadáveres políticos que se llaman Miramón, Comonfort, Santa Anna, Bustamante, Iturbide, se levanta hasta el cielo pura y severa, la frente de Hidalgo, y el sol del 16 de septiembre se complace en coronarla con sus rayos.

iEstremécete México de alegría, ya tienes un héroe! ¿Pero qué cosa es un héroe? Es un hombre que sabe que el derecho de morir se compra con grandes servicios a la humanidad, y que el suicidio de Catón fue sublime, porque nada le quedaba que hacer por la República; es el hombre que sabe que las naciones nacen en una victoria; y si sucumbe, es el Satán que lucha todavía, porque el edén de las sociedades es el progreso, y si la espada de un ángel defiende el paraíso, sólo otra espada podrá abrirse paso burlando la tiranía del destino: el hombre que así vive, cuando muere, perdiendo lo que tiene de finito, queda por sus obras como una manifestación creciente de poder, de ciencia y de gloria, hasta recibir su apotéosis de la poesía y del agradecimiento de los pueblos. El cielo en que habitan los héroes, reposa sobre la tierra; por eso es la verdad lo que ahora anuncio: Hidalgo, Allende, Matamoros, Morelos nos contemplan.

¡Ay! por ser dignos de esos supremos espectadores, han desafiado la muerte millares de patricios, y aún está fresca la sangre de Valle, de Degollado y de Ocampo. Y nosotros, ¿con qué títulos aparecemos a su presencia? Nosotros hemos creído que para entronizar perpetuamente la revolución de Hidalgo, era necesario que los ciudadanos recibiesen de ella ferrocarriles, puertos, monumentos públicos, instituciones civiles, colegios, literatura, gloria militar, y aún nuevas imágenes para sus templos, porque desde el momento en que nace una nación, el horizonte se inunda con los destellos de su numen tutelar. No, no es de todos la culpa si en los cincuenta años transcurridos, la bandera francesa se alejó de nuestras playas llevándose humillantes concesiones, si bajo la planta norteamericana se ha perdido la mitad del territorio; si nos hemos postrado ante el enviado del reyezuelo que hoy vacila en Roma, comprándole con oro sus bendiciones; si viven los que han hecho un tráfico de los golpes de Estado; si la reforma está mutilada y si el progreso ha retrocedido un paso; no, el pueblo no ha dudado, ni retrocede; y por eso yo hijo del pueblo me lleno de orgullo al ocupar este elevado puesto, sólo para continuar el toque de arrebato que en la mañana del 16 de septiembre comenzó en Dolores. Muchos de nosotros todavía nos sacudimos el polvo de la lucha después de haber logrado que la reforma siguiese su camino; por todas partes la revolución ha dejado sus huellas: ien días menos peligrosos, muchos se disputarán esa gloria! ¿Dónde están los antiguos alcázares de la corrupción y de la ignorancia, custodiados por altos muros y por terribles anatemas? En su recinto penetraba con miedo el sol y la luna tropezaba con silenciosos fantasmas; el céfiro asustado por la rusticidad y el desaseo, no se atrevía a acariciar allí la juventud y la hermosura y se alejaba sorprendiendo al amor en criminales extravíos; la ciencia era el primero de los pecados. Pero ahora por allí transitan libremente, el sol, la luna, las estrellas y los vientos, y la música, y los cantos, y las danzas; allí el comercio depone sus riquezas a los pies de la hermosura; el genio de la arquitectura ostenta sus prodigios; y el genio de las celdas a la hora de maitines, despierta sorprendido y preside contra su voluntad, los misterios de amor y los misterios de la ciencia.

Pero el edificio religioso aún no está concluido, díganlo nuestras luchas sangrientas. El catolicismo romano, pagano en tiempo de los Césares, feudal en la edad media y monárquico en el día, en vano se pone la careta de la democracia para que no lo conozca la tea revolucionaria; toda nuestra esperanza se fija en los innumerables y buenos creyentes que fieles al estandarte del Crucificado, no quieren verlo arrancado de los templos para que sirva de picota a las puertas de los palacios; ellos lo proclaman símbolo de caridad y de justicia, y no de ambición y de rencores; por eso es que ellos nos prometen que un día la primera bendición del sacerdote, será para la democracia, y el primero de sus anatemas para intolerancia y para el despotismo.

iTales son tus glorias, oh pueblo! ¿Podré ahora hablar de tus dolores, de tus votos secretos, de tus desengaños y de tus esperanzas? ¿Podremos entregarnos a las efusiones de ternura, de alegría y de entusiasmo, propias de un corazón dividido entre la miseria y el patriotismo? ¿Puedes imaginarte soberano cuando laautoridad conserva su privilegio puesto? ¿Por qué no desciende entre nosotros para tomar parte en el dolor y en la gloria, en el luto y en el festín de la familia? ¿Para qué conservarse en ese solido profanado mil veces por los conservadores; de donde ha salido la proscripción para castigar en el orador cívico la verdad y el entusiasmo, y donde un Bruto ignorado mandó sobre Zuloaga el puñal de la ignominia entre las alas de una baraja? Si la autoridad se hiciese pueblo, entonces mi voz respiraría confianza; yo me dejaría fascinar por esa serpiente de la multitud que me estrecha con sus agitados círculos, y reproduciendo el magnetismo que me envía por medio de millares de ojos, me entregaría a la sublime embriaguez de los oráculos. iPero no! Rehabilítense en buena hora los enemigos; la marca de Caín los denunciará por toda la tierra que la habilidad se venda por justicia, de la reforma pase por extravío; nada importa: el pueblo no ha depuesto su rayo. Siempre es el mismo pueblo que en tiempo de los aztecas caminaba a la voz providencial de ¡adelante! El mismo que se retiró a las montañas y a los desiertos, o que vagaba taciturno por las ciudades mientras duró la orgía del régimen colonial; el mismo que con Hidalgo vino hasta el monte de las Cruces a tomar posesión del Valle de México; el mismo que sin dormirse bajo los laureles de la independencia, emprendió una larga peregrinación en busca de la libertad y del progreso; a este pueblo le grita ¡adelante! no mi humilde voz, ni un envejecido oráculo, sino la electricidad en el telégrafo la luz en el daguerrotipo, el vapor escapándose de la locomotora, la imaginación entre las galas de la poesía y los escritos de la ciencia que la imprenta desencadenó con mano generosa.

¿Pero, qué me pregunta la ansiedad en vuestros semblantes, como temiéndolo el oído y las miradas de los profanos? ¿Tú, mutilado de la independencia, buscas en esta solemnidad, para embriagar tus dolores algo más que recuerdos gloriosos de tu juventud heroica; tú modesta esposa del proletario, tú deseas volver a tus hogares llevando a tus hijos para alegrar su escaso alimento, el pan de la esperanza y de la vida; tú que distribuyes tu existencia entre los peligros de las armas y las fatigas de las artes y eres en tú misma humildad un ángel de la guarda para la reforma y una providencia para tu familia, tú quisieras saber cuándo pasarás el mar rojo y si la tierra prometida es una de las ilusiones del desierto; tú, pueblo, que te estremeces a la vista de los que salvan a los que tú has condenado y que recibes su presencia en este lugar como un insulto, tú demandas al orador si es cierto que la patria peligra? ¿Por qué morirá tan joven la hija de Hidalgo? ¿Cómo ha podido concitarse enemigos la virgen desinteresada que ha puesto. un banquete para todas las naciones y que a las puertas de su palacio abandona sus tesoros como un botín para todos los que pasan? ¿Hay alguna virtud social que no acoja? ¿Hay algún infortunio que no haya socorrido? Los unos reclaman el dominio que les arrancó Hidalgo; los otros, por una deuda cien veces pagada, exigen nuestros puertos en prendas; los otros inventan quejas; aquellos llaman suyo todo lo que codician; y Roma presenta títulos que asegura haber recibido de Jesucristo: por todas partes anuncios de desolación y de ruina. En esa catástrofe los extraños quedarán con el poder, con el comercio y con la industria; el clero se salvará en sus templos; los ricos en sus palacios; y las que se llaman altas clases, capitularán con el vencedor; ¿pero a nosotros, al pueblo," al pobre pueblo, qué le queda? El desierto, el ejemplo de Hidalgo y las armas de la desesperación y del patriotismo.

Las naciones perecían cuando el pensamiento social era el misterio del sacerdote, el secreto del monarca, el monopolio de la nobleza; pero ahora la verdad, la justicia, la palabra de salvación descienden de preferencia a los talleres y a las chozas; y si la civilización nos traicionara, no vacilaríamos en sacrificarla, refugiándonos en esa frontera hospitalaria para todos los perseguidos, donde nos entregaríamos todas las noches a la danza frenética, inspiradora de las cabelleras; no sería la primera vez que el dios de la guerra se levantase sobre una pirámide de esqueletos humanos. El trueno resuene por todas las playas, incendie el rayo todas las alturas y respondan con su explosión todos los apagados volcanes de la América; el suelo que pisemos será nuestra patria, y dominando el fragor universal con nuestro acento, escúchense claras y solemnes estas palabras: libertad, reforma. Hidalgo las repetirá desde el cielo.