Home Page Image
 

Edición-2020.png

Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

Este Sitio es un proyecto personal y no recibe ni ha recibido financiamiento público o privado.

 

 
 
 
 


1861 Carta de Napoleón al Conde de Flahault en la que da a conocer sus planes a Gran Bretaña.

Palacio de Compiégne, octubre 9 de 1861

 

Conde August Charles Flahaut de la Billarderie [embajador de Francia en Gran Bretaña]

Mi querido conde Flahaut:

Como supe por Mr. Thouvenel que nuestra convención respecto a México no marcha, quiero expresarle mis ideas con toda franqueza con el fin de que usted se las comunique a Lord Palmerston. Cuando el primer ministro esté enterado de mis intenciones alrededor de este asunto, espero que también él querrá decir francamente el fondo de su pensamiento y que de ello resultarán un entendimiento y una acción comunes. Es inútil que me extienda sobre el interés común que tenemos en Europa de ver a México pacificado y con un gobierno estable.

Ese país, dotado de todas las ventajas de la naturaleza, no sólo ha atraído cantidad de nuestros capitales y de nuestros compatriotas, cuya existencia siempre se halla amenazada, sino que, al fortalecerse, se pude convertir en una barrera infranqueable contra las usurpaciones de Norteamérica, en un incomparable mercado para el comercio inglés, español y francés, explotando sus propias riquezas, en fin, prestaría gran ayuda a nuestras fábricas ampliando sus cultivos de algodón. El examen de estas diversas ventajas, tanto como el espectáculo de uno de los más bellos países del mundo, entregado a la anarquía y expuesto a una próxima ruina, son las razones por las cuales siempre me ha interesado vivamente la suerte de México.

Desde hace varios años, personalidades importantes de ese país han venido a verme para pintarme su deplorable estado y pedirme apoyo, diciendo que sólo una monarquía podría restablecer el orden en un territorio destrozado por las facciones; creo que también se han dirigido a Inglaterra pero, en esa época, yo sólo podía expresar votos estériles. A pesar de mi simpatía, les contestaba que no tenía pretexto alguno para intervenir en México; que en particular en América mi conducta estaba estrechamente ligada a la de Inglaterra; que en el objetivo que ellos proponían creía difícil poder establecer un acuerdo con el gabinete de Saint James; que nos arriesgaríamos a disgustarnos con Estados Unidos y que debíamos esperar días más propicios.

Acontecimientos imprevistos han venido hoy a cambiar la faz de las cosas. La guerra de América (la Guerra de Secesión) ha colocado a Estados Unidos en la imposibilidad de mezclarse en el asunto y, en especial, los ultrajes del gobierno mexicano dan un motivo a Inglaterra, España y Francia para intervenir en México. ¿En qué sentido debía estar dirigida esta intervención? He ahí la cuestión.

Pienso que la convención entre las tres potencias que enviarán fuerzas a América, no debe establecer como objetivo ostensible de nuestra intervención más que la satisfacción a nuestros legítimos agravios; pero hay que prever lo que puede presentarse y no atarnos las manos para impedir una solución que estaría en el interés de todos.

Se me había asegurado que en el momento que se presentasen las escuadras frente a Veracruz, un partido considerable estaría listo en México para tomar el poder, convocar una asamblea nacional y proclamar la monarquía. Confidencialmente, me preguntaron cuál sería mi candidato en este caso. Declaré que no tenía ninguno pero que, dado el caso, habría que elegir un príncipe animado del espíritu de la época, dotado de la suficiente inteligencia y firmeza como para fundar en un país tan revolucionario un orden estable de cosas y, por último, que esta elección no hiriese la susceptibilidad de la grandes potencias marítimas y propuse el nombre del archiduque Maximiliano. Esta idea fue aceptada por el pequeño comité residente en Francia. Las cualidades del príncipe, su alianza por su esposa con el rey de Bélgica, vínculo natural entre Francia e Inglaterra, el hecho de pertenecer a una gran potencia no marítima, todo esto me pareció responder a las condiciones apetecidas. Y, por mi parte, consideraba una acción de buen gusto elegir un príncipe de una potencia con la cual hacía poco tiempo que estaba todavía en guerra.

Los mexicanos que toman las cosas más vivamente que yo y que están impacientes por ver precipitarse los acontecimientos han sondeado al gabinete de Viena quien, según me han dicho, aceptaría bajo dos condiciones: primera, que el príncipe tendría el apoyo de Francia e Inglaterra y segunda, que le serían expresados leal y francamente los votos del pueblo.

He aquí donde están las cosas. Usted ve, mi querido Mr. Flahaut, que sólo me guía un objetivo en toda esta cuestión; el de ver protegidos y salvaguardados en el porvenir los intereses franceses por una organización que no expondría a México a una devastación indígena o a una invasión estadounidense. Por último, puedo demostrar que lejos de tener preferencias egoístas o repugnantes injustas, sólo busco el bien, convencido de que el intento de procurar el bienestar de un pueblo es un trabajo eficaz para la prosperidad de todos.

En resumen, no propongo nada mejor que firmar con Inglaterra y España una convención en la que el objetivo visible de nuestra intervención será la satisfacción de nuestros agravios, pero no sería posible, sin faltar a la buena fe y conociendo el estado de las cosas, comprometerme a no apoyar, al menos moralmente, un cambio de deseo vivamente porque está en el interés de toda la civilización.

Crea en mi sincera amistad.
Napoleón