Home Page Image
 

Edición-2020.png

Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

Este Sitio es un proyecto personal y no recibe ni ha recibido financiamiento público o privado.

 
 
 
 


1856 La elección directa. Francisco Zarco

Septiembre 18 y 25 de 1956
Francisco Zarco

SESION DEL 18 DE SEPTIEMBRE DE 1856.

El Artículo 59 (corresponde al artículo 55 de la Constitución) dice: "La elección para diputado será indirecta en primer grado y en escrutinio secreto, en los términos que disponga la ley electoral. "

El Sr. Zarco extraña que la Comisión, que tan celosa se ha mostrado de la perfecta aplicación de las teorías democráticas, recurriendo siempre al pueblo, conserve todavía la elección indirecta, que nunca es ni puede ser el medio verdadero de conocer la opinión pública.

La elección indirecta se presta a influencias bastardas, a la coacción ministerial, a toda clase de intrigas; es un artificio para engañar al pueblo, haciéndole creer que es elector, y empleándolo en crear una especie de aristocracia electoral, que mientras más se eleva en grados, más se separa del espíritu y de los intereses del pueblo. Se ve muy a menudo que un partido gana las elecciones primarias y secundarias y pierde, sin embargo, las de diputados, fenómeno que sólo explican la seducción, la violencia, el cohecho y el soborno, armas vedadas que no podrán emplearse cuando las elecciones sean obra directa del pueblo. Cuando los electores llegan a las capitales de los Estados se ven sitiados por los aspirantes y cabecillas que salen a encontrarlos para alojarlos en su casa, por las promesas y amenazas del gobernador, y por otras mil influencias que vuelven la elección un juego de azar, y no la expresión de la voluntad del pueblo. Sólo así se puede entender por qué son diputados hombres que nadie conoce, hombres nulos, cuyo nombre se oye por primera vez al salir de las urnas electorales: hombres que ni residen, ni han nacido en el Estado, ni conoce ninguno de los electores. Una carta de un ministro, una recomendación de un gobernador basta para obtener este triste resultado..

Nada de esto sucederá cuando la elección sea directa. Entonces el último ciudadano verá de una manera positiva que su voto es decisivo; escogerá el hombre que le inspire confianza, será imposible influir en la masa del pueblo, y el resultado, sea el que fuere, será la expresión genuina de la voluntad del país.

¿Por qué, pues, la Comisión recurre al medio de falsear e sufragio? ¿Por que sin quererlo cede a esa especie de horror al pueblo de que hablaba ayer el Sr. Arriaga? pero ya que su señoría quiere que de las últimas clases d 1 pueblo salgan los representantes, comience por el principio, recurra a la fuente más pura, al pueblo y sólo al pueblo, y haga que sea verdad que todo ciudadano es elector. Así logrará también que se ensanche ese círculo vicioso de hombres públicos de que no podemos salir; así tal vez no volverá a estos escaños ninguno de los que antes han sido diputados; pero los que vengan serán indudablemente representantes del pueblo, escogidos por el pueblo.

Amplía un poco más estas razones, y concluye pidiendo que se establezca la elección directa.
El Sr. Arriaga dice, que nada tiene que contestar al Sr. Zarco porque profesa sus mismas opiniones en la materia, y no pudo hacerlas prevalecer en la mayoría de la Comisión. Los señores que la componen estuvieron por el principio; pero se detuvieron ante su aplicación, y realmente para esto no faltan motivos que consisten en la organización peculiar de nuestro pueblo, en nuestra carencia de costumbres políticas que están muy lejos de ser lo que son en los Estados Unidos, donde la prensa, las reuniones populares, las convenciones, influyen en la opinión, donde las candidaturas son una cosa natural y necesaria. En México, el mismo orador, aunque considera como muy honroso servir al pueblo, vacilaría para presentarse como candidato, temiendo chocar con nuestras costumbres, y ponerse en ridículo.

El Sr. Olvera dice que la Comisión quiere la elección directa: pero no tan pronto como el Sr. Zarco, sino de una manera progresiva, y que así en vez de establecer los tres antiguos grados de elección, deja uno solo, lo cual, es un paso importante en la aplicación de los principios democráticos.

Para no avanzar de una vez hasta la elección directa, la Comisión ha atendido a la situación actual de nuestra población, dividida por desgracia en una clase alta, en otra media y en otra ínfima, que se compone de indígenas no emancipados todavía. La elección directa será oportuna cuando la población presente un carácter homogéneo; entretanto, si se establece el sufragio directo, tampoco expresará la voluntad pública como pretende el Sr. Zarco, pues los sirvientes de hacienda votarán como quiera el propietario, y los que viven como esclavos en las panaderías, no tendrán voluntad propia. Menester es esperar la emancipación de estas clases desgraciadas, debe atenderse a nuestra falta de costumbres políticas, y entretanto, es bastante progreso reducir a un solo grado las elecciones, para que así se depuren de las malas influencias que reciben.

El Sr. Zarco dice, que puesto que el Sr. Arriaga profesa sus mismas opiniones, lo cual le es en extremo satisfactorio; es imposible toda polémica con su señoría. Sin embargo, acepta -razones que son inadmisibles. Tales son las que se fundan en nuestras costumbres políticas. Una asamblea constituyente, llamada a introducir grandes innovaciones, debe aspirar a reformar las costumbres y a emancipar a las clases desgraciadas. Así lo ha comprendido la Comisión al proclamar la libertad del trabajo, la de industria, etc. y al conceder al pueblo el derecho de reunión. Venga la elección directa, y desde luego se verá el cambio en las costumbres. Sabiendo -todos los ciudadanos que de ellos depende el nombramiento de diputados, durante la campaña electoral se reunirán para tratar de asuntos políticos, pensarán en candidatos, y éstos rehusarán o aceptarán exponiendo francamente sus opiniones. Cierto que al principio esto tendrá algo de extraña novedad; pero los que desinteresadamente quieran servir a su país, harán hasta el sacrificio de exponerse al ridículo. Las razones del Sr. Arriaga no son, pues, para detenerse ante la elección directa.

Las del Sr. Olvera parecen de más peso. Conviene con su señoría en que es un positivo progreso disminuir los grados de elección; pero cree que puede irse más adelante. No cierra los ojos a la situación del país, sabe que es cierto lo expuesto por el Sr. Olvera, y no cree, como dicen por lo bajo algunos señores, que todo el pueblo mexicano no es como el de la capital de la República, pues por el contrario, deplora que realmente haya poblaciones mucho menos civilizadas.

Pero es preciso que el sistema representativo sea una verdad y no una ficción. Si damos a los indios el título de ciudadanos, aceptemos lealmente las consecuencias todas, y no hagamos de la ciudadanía una burla y una irrisión. Pero aun cuando esta mejora no se logre tan pronto como se desea, las influencias que teme el Sr. Olvera tendrán más fuerza en las elecciones indirectas aunque sea sólo porque es más fácil seducir a los colegios electorales', que a la masa del pueblo entero. La intriga tendrá siempre mejor éxito en el sufragio indirecto y en cada grado en vez de depurarse, se irá pervirtiendo, corrompiendo y adulterando más y más la voluntad del pueblo, hasta llegar a resultados monstruosos que parezcan inexplicables.

¿Por qué tanto temor a las influencias que puedan obrar en el pueblo? Si se deja seducir por un cura, reneguemos del pueblo y del cura, pero no seamos nosotros los seductores. Si en último caso, apelando al pueblo, y sólo al pueblo, hemos de perder las elecciones, los congresos no serán liberales; pero serán verdadera representación nacional. Entonces sabremos que el pueblo no quiere lo que queremos, que le parecen irrealizables nuestras teorías; entonces sabremos la verdad, y fieles a nuestros principios acataremos su voluntad soberana. Entretanto las elecciones no son más que un artificio, y su resultado incierto y casual no da la menor luz para conocer la opinión pública. Si el partido liberal es consecuente con sus doctrinas, no debe retroceder ante la elección directa, de la que sólo puede resultar, que los que han figurado en la escena política, no vuelvan a ser diputados.

Se temen mucho las influencias del amo, del propietario, etc.; pero ellas son inevitables, y en muchos casos merecen respeto. Algunas leyes y constituciones, cediendo a este temor, han cerrado las ánforas para los sirvientes domésticos; pero esta exclusión no es democrática ni justificable. ¿Hay quien se declare en contra del hijo que se deja guiar en todo por los consejos y por la experiencia de un padre venerable? Pues ¿por qué nos hemos de pronunciar contra la influencia del propietario benéfico que mejora la situación del pueblo, del amo humano y caritativo que se convierte en padre de multitud de familias?.. ¿Hay acaso algún hombre que derive de sí mismo todas sus opiniones y todas sus convicciones? Imposible. Porque en todos nosotros, por independientes que seamos, influyen las tradiciones de familia, nuestra educación, nuestros estudios, nuestros amigos, nuestras conexiones sociales y políticas, y cada uno de nosotros no expresa una opinión individual, sino que es órgano de las opiniones de los círculos en que hemos vivido y en que se ha desarrollado nuestra inteligencia.

Por último, no nos asustemos de la elección directa, si queremos que sea una verdad el sistema representativo, y fiemos en el instinto y en la cordura del pueblo.

El Sr. Olvera dice que es muy difícil la situación de la Comisión, al tener que combatir ideas que son las suyas y defendidas con razones de mucho peso. Pero la Comisión tiene que insistir en sostener la elección indirecta, porque está convencida de que en la directa no se tendrá el voto de las masas, sino el de ciertos particulares, no representando por consiguiente, la verdadera opinión del país. En la manzana en que vive basta contar con el dueño de una velería para ganar la elección con los votos de los obreros.

Otro tanto sucede en los cuerpos del ejército y de la guardia nacional, en que los votos del regimiento no son más que el del coronel. Esto ocurre en las haciendas, en las fábricas, siendo todavía mayor la influencia de los eclesiásticos.

Preciso es, pues, caminar por grados en la vida del progreso, preparar al pueblo a la reforma, y no ir tan de prisa como quiere el Sr. Zarco, pues si de un golpe se llega a la elección directa, los resultados serán contraproducentes.

El Sr. Ramírez (D. Ignacio) dice que tanto los defensores como los impugnado res del artículo, convienen en considerarlo como un adelanto en la vía de la reforma; pero que su señoría es de distinto parecer, pues no hay progreso mientras se conserve con más o menos grados un absurdo que falsea y desnaturaliza el sistema representativo. Fúndase este sistema en que el pueblo es soberano, y habiendo elecciones indirectas, ¿cómo ejerce esta soberanía? De ningún modo, ésta es la verdad. Nunca sabe quién será diputado; de aquí viene que vea con indiferencia las elecciones, pues sabe que su voluntad ha de estrellarse ante un mecanismo embrollado y artificial que huye de la influencia del pueblo, porque le tiene miedo y le mira con desconfianza.

Que los ciudadanos son electores, no ha sido hasta ahora más que una vana ilusión, que es tiempo ya de realizar; pero para esto no hay que asustarse ante el pueblo.

Si se quiere que los congresos representen la opinión del país, no hay más medio que la elección directa. Con ella vendrá el sistema de candidatura, que tiene la ventaja de que haya programas claros y explícitos que hagan saber al país lo que tienen que esperar de cada hombre, en todo lo que afecta sus intereses. Los meetings, los periódicos, cuantos modos hay de dar a conocer la opinión, serán otros tantos recursos de que pueden servirse los candidatos. De otro modo, no hay más que aspirantes que intrigan sin comprometerse a nada, hombres que vacilan, que retroceden, que engañan al país, que cuidan más en sus votos y en sus discursos de su bienestar privado, que de los intereses de la Nación.

La elección indirecta se presta al monopolio de los cargos públicos, cosa que es imposible, cuando para elegir un solo diputado no se necesiten los votos de un colegio, sino de varias municipalidades. Entonces se debilitan los intereses y las influencias locales, y prevalecen los intereses generales. Un alcalde no influye fuera de su pueblo. El prestigio de un cura no pasa de su parroquia.

¿Qué queda de la teoría del sistema democrático con una serie interminable de delegaciones de soberanía? ¿Para qué ha de haber representantes que nombren otros representantes, apoderados que busquen a otros apoderados? Sólo para huir de la voluntad del pueblo.

Con la elección directa, el pueblo errará o acertará;   pero el resultado será la expresión de su voluntad. Con la indirecta ni siquiera tomará interés por un orden de cosas que proclamándolo soberano, lo declara imbécil e insensato, quitándole hasta la más remota intervención en los negocios. Los intereses del pueblo no influirán en las elecciones, serán dirigidas por los cabecillas de partido, por los intrigantes, por los que piden y prometen empleos. La autoridad, el gobierno, ha de querer siempre el sufragio indirecto, porque todo intermedio entre el pueblo le es favorable para falsear la opinión. La elección indirecta se debe rechazar por los liberales como un absurdo como un contra-principio en el sistema democrático, y también como un escándalo de inconsecuencia.

Todas las ventajas están del lado de la elección directa. Y al votar, los ciudadanos no van a discutir los negocios públicos, ni resolver las cuestiones políticas, sino simplemente a buscar personas aptas para estas funciones. Si para esto necesita de apoderados, bueno será darle otros para que busque médicos y no los confunda con los abogados, para que no confunda al alcalde con el cura cuando quiera confesarse. El absurdo salta a los ojos, y en la práctica se verá que en las elecciones, el pueblo sabrá quién puede ser diputado y no elegirá a un niño ni a una vieja. En la elección indirecta hay equivocaciones, pero de mala fe, porque no se busca aptitud sino compromisos.

Con el artículo, nada le queda al pueblo de soberanía, y sin embargo, el pueblo es el que la ejerce con acierto, derribando a los tiranos y conquistando la libertad.

Si los primeros ensayos son desgraciados, esto no importa, porque lo son también los de la mecánica, y sin embargo, progresan la ciencia y la civilización.
 
El pueblo es soberano, ya que el Congreso es el trono de esta soberanía y que el pueblo entero no cabe en el Congreso, el orador quiere ampliar el sufragio, para que el pueblo todo vaya pasando por su turno.

Se suspende el debate.

SESION DEL 25 DE SEPTIEMBRE DE 1856.

Continuando el debate sobre el artículo 59 del proyecto de Constitución, el Sr. Olvera dijo que los que han atacado la elección indirecta, creen que el pueblo está bastante ilustrado, no sólo para elegir, sino aun para ejercer todo género de funciones públicas; pero aunque el orador ama sinceramente al pueblo, no le dirá sino la pura verdad. Bueno es a veces hablar de la ilustración del pueblo para alentarlo, y preciso es reconocer que hace rápidos progresos. Pero hacerle creer que es capaz de todo, y que reúne toda clase de conocimientos, es inclinarlo a que pretenda gobernarse por sí mismo, y darse leyes en la plaza.

El Sr. Gamboa extraña que pronuncie estas últimas palabras demócrata tan sincero como el Sr. Olvera; pues realmente aconseja que se engañe al pueblo para que no ejerza el poder, para que no recurra a la democracia pura, cosa imposible en las naciones modernas, aunque sea sólo por su extensión, imposibilidad de que se deriva el sistema representativo.

Extraño es también que un liberal como el Sr. Olvera recurra al trillado sofisma de no es tiempo, para retardar la elección directa; lo mismo se decía en 1823 y 1824, Y los conservadores se oponen a toda elección, aun a la indirecta, fundándose en la poca ilustración del pueblo, que los desmiente de una manera solemne, mostrando a veces el mayor tino y acierto en la elección de sus representan como lo prueban las grandes notabilidades que en todas épocas han hecho honor a la tribuna nacional.

No hay por que temer al pueblo, y los que tanto desconfían de él al menos para ser consecuentes, debieran renegar del dogma de la soberanía popular, puesto que lo rechazan en la practica, y quieren constituir una especie de oligarquía electoral que se aparta del pueblo. Asombro causa que verdaderos demócratas, alucinados con estas ideas, hayan llegado a desdeñar la base electoral de la población, indicando que sería bueno adoptar la de los elementos de riqueza. De aquí al sistema de las clases privilegiadas no hay más que un solo paso, y si la elección se ha de ir alejando del pueblo, quedará entregada al clero y a las clases que siempre lo han oprimido.

Si la elección directa conviniera a esos intereses de casta y de privilegio, como dicen algunos, esas clases serían sus partidarios, y por el contrario, se ve que la combaten tenazmente. Esta sencilla observación prueba más en la práctica que cualesquiera otros argumentos.

Admitido el sufragio directo en la lucha electoral, la ventaja estaría por el pueblo sobre las clases privilegiadas, y la prensa y la tribuna serían armas poderosas en manos del partido liberal.

Pero la reforma se quiere retardar hasta que el pueblo adelante, hasta que el pueblo aprenda, y ¿cómo ha de aprender con la elección indirecta, cuando en ella se cuida hasta de ocultarle que se trata de nombrar diputados? En la directa, por el contrario, no habrá ni un solo ciudadano que ignore que su voto influirá en la formación del congreso, habrá más acierto, porque la candidatura o la postulación son consecuencias precisas de este sistema, y si de pronto habrá quienes se retraigan de presentarse como candidatos, cada partido postulará a los suyos, publicará sus programas y explicará sus intenciones. La elección directa ha existido sin inconveniente en Francia; existe en Guatemala, donde el pueblo es tan poco ilustrado como el de México, y por último, los demócratas deben tener confianza en sus principios y fe completa en el pueblo.
El Sr. Moreno siente tener que hablar con la mayor franqueza, porque puede parecer inconsecuente con sus principios; pero preciso es decir, que el pueblo aún no tiene la ilustración ni el discernimiento necesario para hacer esperar buenos resultados de la elección directa. Ahora se puede decir no es tiempo, sin que haya contradicción en los que apoyaron y votaron por el artículo 15. En la tolerancia de cultos se trataba sólo de la libertad de conciencia, cada cual podía decidirse por lo que estimara más conveniente, sin que su decisión perjudicara a los demás, mientras que en asuntos políticos se trata de actos externos que afectan a la sociedad entera, y para reformas como el sufragio directo, aún no está preparado el pueblo mexicano, así como el judaico no lo estaba para la ley de gracia, y crucificó a Jesucristo. Tal es la suerte de los reformadores, y el Congreso no está libre de amagos por lo que ha hecho en favor de la libertad.

Para legislar, es menester no dar extensión excesiva a las teorías, dejar a un lado la política de gabinete y examinar fríamente los hechos prácticos. El Sr. Gamboa, que tan grande confianza tiene en el pueblo, y que cree que en la lucha electoral puede recurrirse a la tribuna, acaso no se atrevería a hablar, porque estaría en riesgo su vida, si en un pueblo corto el cura lo acusase de  impío, y dijese a los ciudadanos: "Este tribuno en el Congreso, votó por la libertad de cultos."

El triunfo sería entonces del cura, gracias a la elección directa.

El pueblo necesita ser guiado por hombres probos e instruidos, necesita que haya quien lo conduzca como a un rebaño por el sendero del bien,  y la reforma debe ser lenta y gradual para que sea provechosa.

El orador recuerda que el pueblo de Roma asistía a los comicios con el puñal en la mano; no le importa que corra sangre, tal vez así sea necesario para la libertad. La sangre de los mártires, exclama el orador, no la sangre de nuestros enemigos. A la sangre de nuestros héroes, debemos la independencia; a la sangre derramada en la Revolución francesa, y a veces en la tribuna de la Convención, donde la muerte interrumpía al orador, debe el mundo su civilización y su libertad.

El Sr. Zarco, que con tanto calor ataca la elección indirecta, y que en los últimos discursos muestra tanta fe en los instintos de las masas, incurre en una palpable contradicción consigo mismo, en una verdadera inconsecuencia, pues en otro de sus discursos, al defender la libertad de cultos rebatiendo al Sr. Díaz González, nos aconsejaba que siguiéramos la opinión ilustrada, desentendiéndonos de la del vulgo. He aquí sus palabras de entonces. El orador desdobla un periódico, quiere hacerlo; pero no ve bien, y dice: "No veo, que lea el Sr. Zarco", y se llega a él, ofreciéndole el papel. El Sr. Gamboa toma el periódico y lee.

El Sr. Moreno continúa su discurso, y esforzándose en demostrar la contradicción del Sr. Zarco y diciendo qUe, conforme a sus ideas, para apartarse del vulgo, se debe abandonar la elección directa.

El Sr. Olvera dice que no hay justicia en los bruscos ataques que se dirigen a todo demócrata que defiende alguna idea moderada, ni en el empeño de pintarlo como eccehomo, mostrando un asombro más estudiado que sincero. Tampoco hay razón para reprochar como un escándalo, y siempre el no es tiempo, como una herejía política, cuando a veces es el consejo más conveniente y saludable de la prudencia y el patriotismo.

Cierto es que los oradores que decantan la ilustración y el buen sentido del pueblo son aplaudidos por las galerías; pero no lo serían si dijeran la verdad. El pueblo de México, que realmente es mucho más adelantado que el del resto de la República, al oír sus elogios, piensa sólo en sí mismo, hace abstracción de la clase indígena, y esto explica sus aplausos. La verdad de las cosas es que la mayoría de nuestra población se compone de indígenas sumergidos en la ignorancia, y que el tiempo transcurrido desde la independencia es muy poco para haber preparado a las otras clases del pueblo a las reformas que desean entusiastas liberales. El Sr. Gamboa, que no quiere esperar ni un día, desea una precipitación como la del médico que llamado a curar la fractura de una pierna, hiciera que el enfermo abandonara la cama antes de los cuarenta días.

El sufragio universal, aun en países más adelantados; se ha desprestigiado desde que de él resultó en Francia el imperio de Luís Napoleón. Ante este hecho, los demócratas deben pensar un poco en la aplicación absoluta de ciertos principios, y sobre todo en México, no deben olvidar el evidente predominio de las influencias del clero.

El Sr. Gamboa, notando que en las elecciones no se trata de hacer leyes, sino de nombrar a los que deben hacerlas, no encuentra en los discursos del Sr. Zarco la contradicción que les atribuye el Sr. Moreno.

No ha llamado moderado al Sr. Olvera, pues sólo con sorpresa y sentimiento ha notado que su señoría desconfía del pueblo. La elevación de Luís Napoleón al imperio no es argumento contra el sufragio universal, pues todos saben la historia del atentado del 2 de diciembre, los destierros, las tropelías que prepararon la llamada apelación al pueblo, y que el despotismo que hoy pesa sobre la Francia no nació del sufragio universal, sino de una farsa que lo falseó y lo desnaturalizó. En México sucedió una cosa semejante para prorrogar la dictadura de Santa Anna, y sin embargo nadie ha creído que tan estúpida tiranía se derivaba del pueblo. No es esto lo que pretenden los impugnadores del artículo, sino las elecciones hechas verdaderamente por el pueblo, pues creen que toda restricción en el sufragio, es antidemocrática.

El Sr. Moreno ha imaginado la hipótesis del orador en lucha con un cura. Esta hipótesis ha sido un hecho; los curas, como todos los que combaten, unas veces triunfan, otras sucumben, y el orador, aunque ha sido acusado por el clero de impío lo ha vencido en más de una elección.

En los que reclaman la elección directa no sólo hay consecuencia con los principios, sino más desprendimiento, más abnegación; pues como decía el Sr. Zarco en una de las sesiones de la Comisión de División Territorial: "Los que queremos que el poder se derive inmediatamente del pueblo, sabemos muy bien que, una vez alcanzada esta reforma, no volveremos acaso a figurar en la escena política, porque hay otros más conocidos y estimados por las masas, y así abdicamos la parte que tenemos en los negocios públicos"

El Sr. Ramírez (D. Ignacio) después de haber examinado la cuestión en lo general, se propuso estudiarla bajo un punto de vista especial, en lo que concierne a la ciudadanía.

Cuando la Constitución ha declarado ya que todos los habitantes de la República tienen iguales derechos; cuando ha dicho que es prerrogativa del ciudadano votar en las elecciones populares y poder ser votado para todos los cargos de elección popular; cuando ha proclamado que la soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo, que todo poder público dimana del pueblo, que el pueblo tiene el inalienable derecho de alterar la forma de su gobierno; cuando ha dicho que el pueblo ejerce su soberanía por medio de los poderes de la Unión, la elección indirecta viene a nulificar todos estos principios, ya convertirlos en una ilusión o en un engaño. Si no, ¿qué se entiende por derecho de ciudadanía? ¿No es el ejercicio individual de la soberanía local o general? ¿Y no se ha dicho que la soberanía reside en el pueblo, esto es, en el conjunto de todos los ciudadanos? Cuando se adopta una teoría, debe seguirse en todas sus consecuencias. Si se niega al ciudadano el ejercicio de la soberanía para nombrar a sus mandatarios, si de él se desconfía, si se le tiene miedo, si se le quiere imponer tutores, viene a tierra toda la soberanía popular, y no queda más que una especie de oligarquía electoral, y un artificio para engañar a las masas apartándose de ellas.

De todos los atributos de la soberanía, el sistema representativo no deja otro al pueblo que el de elegir a sus legisladores, que es muy distinto del de legislar, y es inconcebible tanta desconfianza en el pueblo, cuando la historia del mundo y los sucesos de nuestro país enseñan que el pueblo es capaz de gobernarse por sí solo. En las repúblicas antiguas el pueblo gobernaba con acierto, sin escuelas, porque la escuela de los pueblos es la experiencia que da la práctica de los negocios. El pueblo romano debió a sí mismo el dominio del mundo y el haber transmitido a la posteridad su sabiduría en sus códigos portentosos. El pueblo griego era como nuestro pueblo: entre los hombres que en Atenas asistían a las deliberaciones públicas había hombres como nuestros léperos, si se quiere, que tenían el instinto del bien.

Pero se dice que el pueblo mexicano no está preparado. ¿Dónde hay escuelas para preparar a los pueblos? ¿Dónde puede estudiar si no en la dirección práctica de sus negocios?

Se afecta que legislar es una gran cosa, superior a las luces del pueblo; pero legislar, o es imitar servilmente, o es atender a las verdaderas necesidades de las naciones. En cuanto a imitación, no puede hacerla el pueblo, porque no puede plagiar lo que no conoce, ni le conviene, porque carece de esa erudición, de ese tecnicismo, de ese grande aparato científico que sacan de sus gabinetes los diputados actuales; pero en cuanto a conocer sus necesidades, legislará mejor que los sabios de oficio, pues sólo son sabias y fecundas las leyes que emanan del pueblo. ¿Por qué desconfiar de las masas de nuestra sociedad, cuando ellas son las que derriban a los tiranos y recobran la libertad? Aun entre los indios de Yucatán, agitados por la discordia y entregados a la guerra, se notan instintos muy perspicaces, porque el infortunio es la mejor escuela de los pueblos.

Pero si se quiere al menos pagar un homenaje a la verdad, no se diga que la ciudadanía es de todos los mexicanos; declárese que sólo son ciudadanos los que la Comisión se figura capaces de ser electores, y defínanse bien estos seres privilegiados para que no haya ciudadanos a medias, para que el artículo y las elecciones que de él resulten no sean una burla para el pueblo.

El Sr. Zarco dice que ya que su amigo el Sr. Moreno ha tenido la bondad de quererlo hacer pasar por inconsecuente, tiene que dar una brevísima explicación, y que no le pesa que este cargo venga del demócrata fogoso, que acaba de llamar al pueblo rebaño, y de aconsejar que se le regalen pastores y mayorales.

Defendió la libertad de cultos, porque este principio está en sus convicciones y porque precisamente tiene confianza en el pueblo sin temer que volviera a la idolatría, ni cometiera actos de barbarie, como fingían los enemigos de la libertad de conciencia, y aconsejó que el legislador se apartara de las preocupaciones del vulgo.

Combate hoy la elección indirecta, porque este medio no es más que el arte de ser diputado a pesar del pueblo, porque tiene confianza en las masas, y porque si es verdad la soberanía popular, de las masas por ignorantes que sean, deben derivarse los poderes públicos. Los que no lo quieran así, para ser consecuentes deben adoptar el consejo del Sr. Ramírez., declarar que sólo son ciudadanos esos entes escogidos y aventurados que han de ser electos funcionarios. De otro modo se proclama que el pueblo es soberano, se le pone una corona: pero poniéndole tutores y directores se le hace rey de burlas y nada más.

Los legisladores jamás deben capitular con las opiniones del vulgo; pero por vulgo no se entienden las clases pobres, los ii1dígenas, sólo por indígenas, los hombres que viven de su trabajo; sino los ignorantes, los fanáticos, los tímidos, los inconsecuentes: y así hay vulgo con mitras y canonjías, lo hay con dinero, lo hay entre los propietarios y lo hay, por fin, muy bien representado hasta en los bancos del Congreso. Espera que el Sr. Moreno acepte estas explicaciones.

El Sr. Olvera cree que el Sr. Ramírez, apartándose de la cuestión, y olvidando que ya está adoptado el sistema representativo, expende razones en favor dé la democracia pura, esforzándose en probar que el pueblo puede gobernarse por sí mismo.

A sus objeciones contra el sufragio universal nada se contesta porque no pueden negarse los hechos.

Como antes observaba, los aplausos se han repetido con los elogios al pueblo: pero la verdad es que el pueblo mexicano, en su inmensa mayoría, está muy lejos de la ilustración que se necesita para la elección directa.

Nada me importan esas demostraciones, dice el orador, dirigiendo la vista al punto de donde sale el ruido: soy demócrata, soy amigo del pueblo, he sufrido siempre por mis opiniones, y ahora mismo creo servir mejor a mis compatriotas diciéndoles la verdad en vez de lisonjearlos. Al pueblo se le debe la verdad y no la adulación, que puede extraviarlo, como extravía a los reyes; e insiste en sostener el artículo, porque la inmensa mayoría del pueblo mexicano no está suficientemente ilustrada para que tenga buen éxito la elección directa.

El Sr. Aguado pregunta a la Comisión por qué establece el escrutinio secreto, y le parece que este medio no es muy conforme con las ideas que predominan en todo el proyecto.
           
El Sr. Olvera contesta que el escrutinio secreto favorece mucho más la libertad del votante.
           
El Artículo es aprobado por 61 votos contra 21.