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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1855 Manifiesto de Santa Anna a sus conciudadanos.

Febrero2 de 1855.

 

MANIFIESTO DE SANTA ANNA A SUS CONCIUDADANOS.

2 DE FEBRERO DE 1855.

¡Mexicanos!

El voto de omnímoda confianza con que por tercera vez me habéis honrado depositando en mis manos el Poder Supremo para que lo continúe ejerciendo con las mis más amplias facultades con que me lo concedísteis, es para mí tan honorífico y de tan gran valor y estima, que él solo ha podido decidirme al sacrificio inmenso de someterme á vuestra voluntad.

Sí, únicamente la gratitud por un acto tan espontáneo como explícito de extraordinaria bondad y los sentimientos de honor y delicadeza con que debo corresponder á ella, me estrechan á seguir en la ardua y penosa empresa de procurar sacar á esta Nación magnánima y generosa del abismo en que la habían hundido errores y desaciertos tan costosos como deplorables.

Y no son estas frases hipócritas de una fingida modestia sino la expresión sincera de mis verdaderos sentimientos. Pasó para mí el tiempo, si hubo alguno, en que pudiera halagarme el brillo del Poder.

Tantos años en que, alternando con otros que lo han ejercido, he tenido ocasión de experimentar sus dificultades, sus tropiezos, sus tormentos.

Las tristes circunstancias en que se encuentra la Nación por la desmoralización y prolongada anarquía que ha sufrido; la idea de que se me considera, aunque sea por un puñado de ilusos, como el opresor de mis conciudadanos; la edad madura á que he llegado y en que las pasiones se amortiguan, el reposo es tan deseado y la dilatada experiencia que de los hombres y de las cosas he adquirido, me hacen mirar con absoluta indiferencia un Poder en que nada puede haber de lisonjero si no es el honor de haberlo merecido en la inmensa mayoría de los votos emitidos en las juntas populares.

Si tantos desengaños no fueron suficientes para repugnar el Poder Supremo, bastaría para dejarlo el profundo disgusto é indignación que ha excitado en mi alma la infame rebelión que la perfidia y el crimen han levantado en algunos lugares del Departamento de Guerrero y que por las montañas ha recorrido los de México y Michoacán.

¡Atroz rebelión que, cual ninguna, se ha manifestado con todos los caracteres de la ferocidad propia de sus autores! ¡Rebelión horrible que ha producido hechos que nunca se habían visto enmedio de tantos que deploramos!

El robo, el estupro, el asesinato, el incendio y todos los crímenes de que la sociedad se horroriza, se cometen al grito de ¡Federación y Libertad!

Mas los perpetradores de tales atentados no son los únicos criminales; lo son aun más los que desde las grandes poblaciones agitan, azuzan, precipitan á la rebelión á esas hordas de malvados, procurando de esa manera ocasionar gastos al Gobierno, disminuir sus fuerzas y destruir el material de guerra, cuando todos sus recursos debieran reservarse para el enemigo común.

¿Qué pecho mexicano no se llena de indignación al ver la traidora conducta de hombres tan degradados?

¿Ni qué gobierno celoso de los intereses nacionales pudiera ser indiferente á tan inaudita perfidia?

¿A qué aspiran los directores de los sublevados, qué mira llevan, qué plan ó qué principios se proponen seguir?

Aspiran á los empleos para saciar su codicia; miras de engrandecimiento é intereses personales, planes de dilapidación y concusiones es lo que se proponen.

Ningún pensamiento elevado, ninguna idea noble y patriótica son capaces de abrigar, ni mucho menos de realizar en bien y mejora del país.

La experiencia dolorosamente así lo tiene demostrado.

¿Qué hicieron, si no, mientras tuvieron en sus manos el Poder?

¿No eran ellos los que ocupaban todos los puestos públicos cuando el edificio se desplomó por sí mismo?

¿No regía entonces la Federación, no había un Congreso General y tantos particulares, la imprenta libre hasta el desenfreno, la Guardia Nacional multiplicada, tribunales y todo ese aparato que se dice forma de sistema liberal?

¿El Ejército que conquistó la independencia, el único que puede conservarla y al que llaman opresor, no estaba en aquella vez destruido?

¿No había, á más de las entradas ordinarias del Erario, los millones de la indemnización americana?

Pues bien, ¿por qué no se conservó esa libertad que dicen se ha perdido?

¿Por qué no se vieron esos bienes y esa época de felicidad que hoy se ofrece á los incautos?

¿Por qué uno de los corifeos de los liberales, que hoy conspira á fuer de tal desde el extranjero destruyó él mismo la Representación Nacional?

¿Por qué, en fin, todo desapareció como por encanto y se tuvo que llamar al que se hallaba lejos de su patria, facultándolo con el Poder omnímodo que jamás pretendió?

¿Y á ese Poder omnímodo con que se le brindó es al que ahora se llama usurpación?

¿Y son los hechos, los errores, los desaciertos, las maldades de los mismos que estuvieron al frente de los negocios y que ahora han conspirado contra el orden público, los que se alegan como causas de la rebelión?

Por grande que sea la abnegación y el patriotismo del que sacrificando su tranquilidad y su reposo ha querido concurrir á la salvación de la Patria, no puede tolerar tanta audacia, tanta perfidia, tan enorme injusticia.

Cuando me encargué del Gobierno, el lazo que se llamó de Federación estaba roto: el Congreso había sido disuelto por el Presidente liberal á cuyas manos se había fiado su incolumidad; el orden legal había desaparecido y, habiéndose examinado las diversas manifestaciones de la opinión pública, se había encontrado que la de la mayoría de los que se llaman Estados se hallaba conforme en el principio de que se reconociera en la República un Gobierno nacional con facultades discrecionales y omnímodas por todo el tiempo que fuera necesario para establecer una buena Administración; y este principio había sido solemnemente consignado como expresa estipulación en el convenio del 6 de Febrero, estableciéndose "que el Gobierno provisional ejercería discrecionalmente el Poder y tendría sin restricción alguna todas las facultades necesarias para restablecer el orden social, plantear la Administración pública, formar el Erario nacional y expeditar las atribuciones del Poder Judicial, haciendo en él las reformas convenientes."

El ejercicio de este amplio y extraordinario Poder Supremo es lo que se me ha encomendado por el voto casi unánime de los que, hallándose al frente de los Estados, representaban su voluntad é intereses.

No fuí yo el que creó la situación; la acepté como se encontraba, y recibí el Poder en los términos que se me confirió.

No ha variado el plan que adoptó la Nación, y he seguido el programa que se me presentó como la expresión de su voluntad soberana.

Nada he hecho sino lo que la misma Nación ha querido que se haga.

¿Dónde están pues la usurpación y la violencia contra las que se levanta el encono y furor de los rebeldes?

¿Han creído acaso que se me llamó de mi retiro como un instrumento que las circunstancias exigían para hacerme cada partido ó cada hombre el juguete de sus pasiones é intereses y presentarme después como víctima expiatoria de la libertad y sus mentiras doctrinas, á cuya sombra creen hacerse héroes tantas unidades y tantos ambiciosos?

¡Pues vive Dios que se han engañado! Jamás permitiré ser el ludibrio de las facciones ni de persona alguna.

Ejerzo el poder Supremo con toda la independencia con que siempre lo he ejercido; nunca mi nombre ha estado inscrito en ninguna bandería ni soy por bondad del cielo, un estúpido para dejarme llevar y conducir ciegamente por las inspiraciones de los partidos, sea cual fuere el nombre con que se le llame.

El programa de mi gobierno que los sediciosos afectan ignorar, es el que me ha dado la Nación y el que uniformemente ha declarado ser el único capaz de salvarla de la anarquía y de la proxima disolución que la amenazaba.

Y si alguna duda hubiera podido haber acerca de sus deseos y de sus intenciones, hoy en este día memorable en que ha ratificado sus votos según la declaración del Consejo de Estado, nadie puede ya ignorarla.

La Nación quiere que el Mando Supremo de la República, se ejerza con las mismas amplias facultades con que lo he ejercido.

Y esta declaración solemne envuelve todo el programa de mi administración y el conjunto de los deberes á que he tenido que satisfacer.

Seré todavía más explícito como cumple á la lealtad y buena fe con que acepté el Mando Supremo, y ahora me resigno á continuar en su ejercicio.

La breve reseña de la manera con que he procurado realizar el programa nacional, satisfaciendo así á la inmensa deuda de gratitud que tengo para con la Patria.

Héchome cargo de la situación de la República, conociendo cuáles eran sus deseos, no he tenido otro empeño que el de llenarlos cumplidamente.

Mi verdadero programa ha sido, es y será "La conservación de la nacionalidad mexicana a toda costa", porque sin patria, ¿para qué entretenerse a discurrir cuáles formas o cuáles sistemas serían los mejores para constituirla?

¿Y quién duda que la nacionalidad de México ha estado á punto de perderse y que este temor ha hecho verdaderamente latir los corazones de los que deben tener patria que legar á sus hijos y sido el móvil principal para confiarme el poder omnímodo que ejerzo?

He entendido por lo mismo, que mi primer deber era armar á la Nación á la que por traición ó imbecilidad se le tenía desarmada.

La detestable demagogia había establecido el funesto principio de que los pueblos para ser libres no deben estar armados; y que les basta decir que tienen derechos para que nadie ose el atacarlos.

¡Ideas perniciosas propagadas por esos hipócritas aduladores de un pueblo á quien no han sabido servir debidamente y cuyos estragos todavía resentimos!

Para desterrarlas no ha sido bastante á sus propagadores ver en 1848 al país humillado ante un puñado de mercenarios, ni el haber presenciado que no faltaron traidores que con ellos se unieran en vez de tomar las armas en defensa de esos derechos que proclaman.

Para mí es indudable que esa humillación tuvo origen en estas perversas doctrinas y en el sistema anárquico que estableció el Código de 1824.

He creído y creo firmemente que si los mexicanos quieren tener patria, deben todos armarse y unirse todos con los vínculos más estrechos contra el peligro común; que mientras esté amenazada la independencia Nacional, en México no debe de haber sino un solo Gobierno que mande, y súbditos que le obedezcan en toda la extensión del territorio mexicano.

Los cañones y las ballonetas conquistaron la independencia de México y ellas mismas han de conservar su nacionalidad.

Firme en estas convicciones, á la seguridad exterior de cuarenta y cinco mil veteranos que cada día se adiestra más y cuyo número se aumentará hasta donde fuere necesario.

Nuestras plazas se reponen y se artillan; un crecido material de guerra se amontona en nuestros almacenes; nuestros talleres de maestranzas trabajan sin descanso; las fronteras se guarnecen convenientemente; se acrecientan nuestras escuadras, y, á no ser por la infame rebelión del Sur, hoy se verían levantadas en nuestras gargantas y puntos estratégicos, las fortificaciones necesarias, y el Ejército se encontraría con más de sesenta mil hombres y en la mejor disciplina.

¡Maldición eterna a los revoltosos que así impiden que el país se prepare á la defensa; sus nombres pasarán llenos de oprobio y execración á las generaciones futuras!

En la espantosa crisis en que fuí llamado, las relaciones exteriores de la República ofrecían otros peligros para su nacionalidad é independencia que no podían conjurarse así se confesó en un documento auténtico de la época.

La cuestión de límites amenazaba otra vez la guerra con los Estados Unidos. El valle de la Mesilla iba á ocuparse con las fuerzas de esta Nación, alegando pertenecerles, y no quedaba medio entre la guerra ó entenderse los dos gobiernos para el arreglo de la cuestión.

Sin ejército, sin material, sin Erario y en medio de los horrores de la anarquía, ¿podría emprenderse la guerra? La prudencia y el patriotismo aconsejaban evitarla y conservar la armonía con nuestros vecinos.

Se entabló una negociación y en ella se rechazaron proposiciones que tendían á ensanchar los límites de aquella República hasta atravesar casi la mitad del territorio nacional; reducidos á menos, tampoco se admitieron, fijándose por último, en los señalados en el tratado del 30 de diciembre de 1853.

La indemnización de quince millones efectivos en que primeramente se convino, se redujo después a diez porque también se redujeron los terrenos que primitivamente se estipularon, y estos de poca importancia para México, fueron recompensados con aquel valor que fué un auxilio oportuno para el Erario Nacional.

Este tratado ha sido la piedra de escándalos de los falsos patriotas, de los liberales hipócritas que no se escandalizaron con la venta que hicieron de más de la mitad de la República, en el ominoso tratado de paz de Guadalupe.

¿Qué comparación guarda el inmenso territorio que dejaron perder en época tan funesta, época que no puede traerse á la memoria sin que el pecho hierva de furor y coraje, con el muy pequeño que por estar en cuestión, y en obvio de males, se ha cedido según el tratado que llaman de La Mesilla?

Por el ministerio respectivo se manifestarán cuando fuere oportuno ó necesario, las ventajas de este convenio indispensable, y cuáles fueron las primeras instrucciones que recibió el jefe del Estado, y entonces aparecerá el juicio y la cordura con que se procedió en tan arduo y delicado negocio; entonces se reconocerá el servicio eminente que mi Gobierno prestó á la seguridad de la patria y verá el mundo que el que no cedió á la paz cuando la juzgó eminentemente ignominosa y perjudicial á pesar de haberse combatido á la vez por las facciones interiores y por los invasores; que el que prefirió entonces los azares de la guerra, la ruina de sus intereses y el riesgo de su vida, ahora no pudo dejar de adoptar una medida que libertaba a la Nación de un gran conflicto.

Ceder á la necesidad, combinar lo mejor para la sociedad, salvando grandes intereses, allanar los inconvenientes sin comprometer el honor, no es vender el territorio que en todas ocasiones ha procurado defender; es hacer los sacrificios que exigía la situación.

No solamente se ha zanjado la cuestión de límites; todas las que tenían pendientes las legaciones han sido arregladas, y en ninguna época México ha sido más considerado en el exterior, ni ha visto mejor aseguradas sus relaciones con las potencias extranjeras.

Para estrechar más los lazos que unen á México con ellas, se han nombrado agentes diplomáticos y expedídose la ley que arregla esta carrera.

Se fijaron los derechos de extranjería y nacionalidad de los habitantes de la República y se han determinado otros muchos puntos que, afectando á las relaciones internacionales, habían sido hasta ahora descuidados.

Sin desatender las relaciones exteriores, se han organizado los diversos ramos de la Administración Pública.

La ley, que reprimiendo el desenfreno inaudito á que había llegado la prensa, ha restituído á la autoridad sus fueros no menos que su inviolabilidad al honor de las familias, era una reforma que, antes que ninguna otra, reclamaba la moral pública ofendida, y pedían con ahinco los hombres sensatos de otros partidos.

La organización del Gobierno departamental con la suma de atribuciones necesarias para proveer á la tranquilidad, buen orden y progreso de los pueblos de su territorio, sin dejar por eso de someterse en los negocios de trascendencia á un centro de acción y unidad administrativas, y la supresión de ayuntamientos en los lugares en que por falta de individuos capaces para desempeñar débilmente las cargas consejiles, no eran otra cosa que un germen perpetuo de domésticas discordias y un instrumento preparado para servir á las siniestras maniobras de los inquietos, han sido dos medidas de no pequeño influjo en el buen régimen y quietud de la población.

Al erigir en territorios de la República á Tehuantepec, Sierra Gorda e Isla del Carmen, y al dar un nuevo ensanche á los estrechísimos límites del Distrito de México, creo haber consultado en beneficio del público ciertas exigencias locales tan imperiosas como conocidas de todos, abriendo en una parte fuentes de prosperidad que estaban cegadas y sofocando en otras el germen revolucionario que alguna vez puso en serio cuidado á la Nación.

Si algunas medidas administrativas de la más alta importancia en el orden político aun tienen que desearse por los buenos mexicanos, culpa es de los disidentes que con sus revueltas atan las manos de los gobernantes é impiden mayores adelantos.

Jamás, de la independencia acá, habían merecido la atención de tantos legisladores como se han sucedido, las mejoras materiales.

Las cartas geográficas que se han levantado, las escuelas de comercio, minas y agricultura que se han establecido, las diversas agencias que de estos mismos ramos se han creado, los decretos expedidos en favor de las artes, las concesiones y privilegios que se han otorgado para útiles empresas, los vapores y boyas de refugio que se han adquirido para el servicio de los puertos, los caminos que se han mejorado y los nuevos puentes que se han construido, son obras que están á la vista de todos y que testifican el empeño de mi Gobierno por el verdadero progreso de la Nación.

A las teorías de épocas anteriores, suceden los hechos reales y positivos; á las inútiles discusiones de nuestros Congresos, las obras materiales de adelanto; á las doctrinas estériles y de muerte para las sociedades, la acción vivificadora del Gobierno que se hace sentir en todo el ámbito de la República.

Más de treinta años transcurrieron sin que se expidieran las leyes solemnemente ofrecidas y tan necesarias para la buena administración de justicia.

En los dos años de mi Gobierno se han publicado todas las que reclamaba la organización de este ramo.

Se ha publicado el Código de Comercio, el primero que tiene la nación mexicana; está concluido el Criminal, y se trabaja activamente en los demás.

Se han organizado los Tribunales de Hacienda y definido la responsabilidad de la propiedad, derogándose todas las leyes que la atacaban, y estableciéndose las reglas y garantías para la expropiación por causa de utilidad pública.

Se ha separado lo contencioso administrativo de las cuestiones judiciales, cuya confusión ha sido la causa del daño que ha hacienda ha recibido en tantos contratos y sentencias.

Se han determinado las causas del almirantazgo y ordenado sus procedimientos.

Se han organizado todos los tribunales de fuero común, asegurándose su responsabilidad y el pago de sus sueldos con el fondo judicial.

La plaga de los ladrones, que tanto descrédito nos causaba en el exterior, ha sido exterminada.

El completo desorden en que se encontraban los oficios de las escribanías públicas, se ha corregido.

Se han uniformado y arreglado la instrucción pública en toda la Nación, y se ha establecido el fondo que la ha de sostener.

Se han creado, además, nuevos obispados, provístose las vacantes, derogándose todas las leyes de los extinguidos Estados que atacaban los derechos de la iglesia y trastornaban las sucesiones con ofensa de la moral pública, y se ha asegurado la justa libertad de las iglesias particulares, en cuanto á las rentas que les pertenecen.

Se han promovido y seguido en la corte de Roma todos los negocios pendientes desde la independencia, para el deseado arreglo que está al terminarse.

Se han dictado, en fin, cuantas medidas reclamaba el orden de una buena Administración.

El deplorable estado en que encontré al Erario público, lo dicen las memorias publicadas por los que funcionaban de Ministros de Hacienda.

Desorden, confusión y completa bancarrota es lo que encontré a mi ingreso al Poder.

Las oficinas se han organizado, clasificándose y aumentándose las rentas, ordenándose las contribuciones, y á pesar de las penurias y miserias del Fisco, se han hecho considerables gastos para poner al país en estado de defensa.

Sumas intensas se han erogado en reparaciones de cuarteles y fortificaciones, en el equipo del Ejército y material de guerra, y otras muy grandes que han consumido para hacer frente á la inmoral revolución que tantos daños ha causado.

El contrabando se persigue con energía, y se ha logrado acabar con él en las aduanas marítimas donde estaba radicado.

Nuestro crédito exterior, completamente decaído, ha logrado levantarse en lo posible, respetando los pactos y convenios celebrados, no obstante lo perjudicial que son al Tesoro, como nacidos del desorden y de tantos y tan mezquinos intereses que se han atravesado.

La seguridad de los hombres de bien, es atendida y garantizada con todo el poder de las leyes; y sólo el malvado, el revoltoso, es el que tiembla y declama contra lo que se llama tiranía, y que no es sino el castigo de sus crímenes.

Digan pues, lo que quieran los rebeldes, los hombres imparciales, los que, haciéndose cargo de todas las dificultades con que he tenido que luchar en los dos años que van á cumplirse, están en aptitud de valorizar los actos de mi Gobierno, no podrán menos de confesar que mis esfuerzos no han sido inútiles, por su bien y prosperidad.

Restablecida la paz en toda la extensión de la República, cuando se corrijan las malas costumbres que ha creado la continua revolución de más de treinta años; cuando se restablezca la obediencia á la ley y á la autoridad y dejen de ser éstas una mentira, el escarnio y la burla; cuando, en fin, pueda decirse que la sociedad toda se encuentra en un estado en que no pueda temer la pérdida de la nacionalidad ni al monstruo de la anarquía, entonces yo seré el primero en promover, oyendo á los mejores patricios, el establecimiento de una ley orgánica, la más conveniente y más adecuada á las exigencias públicas.

¡Ojalá llegue cuanto antes ese día deseado que me proporcionará retirarme al hogar doméstico á concluir tranquilamente los días que me quedan de vida, después ver á la patria libre, feliz y constituída según su verdadera voluntad!

Pero si tal es mi resolución y no bastare para lograr mis deseos la clemencia de que mi corazón siempre inclinado á ella se propone usar en este día de reconciliación, estoy también firmemente resuelto á realizar el programa que me he propuesto y que hoy se ha declarado por tres veces ser la voluntad de la Nación.

Si acepto el poder y si me resigno á continuar en él, es con la firme decisión de hacer que se cumpla la voluntad nacional ó de perecer en la demanda.

El que se oponga, el que impida la marcha que la Nación ha emprendido y ha manifestado que quiere seguir, es un traidor que, ayudando al desconcierto, prepara el triunfo de nuestros enemigos como se verificó en la época que lamentamos.

Seré, pues, inexorable; haré que la cuchilla de la ley caiga sin consideración alguna sobre esos mentidos liberales, sea cualquiera el nombre que invoquen para turbar la paz y atacar las garantías de los pacíficos ciudadanos.

No queda ya otro medio para que esta Nación, hasta ahora desgraciada, salga del laberinto en que la han hundido esas doctrinas y teorías que han relajado la obediencia, desconceptuando á la autoridad, introduciendo el desorden y la anarquía.

Yo no puedo querer otra cosa para mi patria que el que sea grande y feliz y que jamás vuelva á ser insultada ni hollados sus derechos.

Comprendo también que la misión de que me he hecho cargo se extiende á preservar los grandes intereses de religión y raza trasmitidos á nosotros por nuestros ilustres progenitores.

He aquí, mexicanos, lo que he hecho hasta ahora en bien de la patria que me ha confiado sus destinos y lo que pienso hacer para llevar á cabo la obra de su verdadera regeneración.

Apoyado en vuestra voluntad y con vuestra cooperación, mi gobierno tiene toda la fuerza necesaria para hacerse obedecer y respetar.

Desengáñense los ilusos: la autoridad del gobierno se sostendrá sin peligro de ser destruida; el castigo seguirá al crimen; los pacíficos y honrados habitantes nada tendrán qué temer; su honor, su vida y sus propiedades encontrarán en las leyes la protección necesaria; velaré por los intereses de la República y consagraré todos mis esfuerzos hasta colocarla en el lugar á que llaman sus gloriosos destinos.

Fuente: Iglesias González Román (Introducción y recopilación). Planes políticos, proclamas, manifiestos y otros documentos de la Independencia al México moderno, 1812-1940.  Universidad Nacional Autónoma de México. Instituto de Investigaciones Jurídicas. Serie C. Estudios Históricos, Núm. 74. Edición y formación en computadora al cuidado de Isidro Saucedo.  México, 1998. p. 305-312.