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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1848 Síntesis de la campaña. Heriberto Frías.

 

 

XXII

SÍNTESIS DE LA CAMPAÑA
OBSERVACIONES

Llegamos al punto final de la tristísima campaña… ¡Flamea el pabellón de las estrellas septentrionales en el Palacio Nacional de la República Mexicana!

¿Después de semejante irisamiento de extranjeros soles en nuestro patrio cielo, dadas las atroces condiciones del país dividido y debilitado hasta lo increíble, podría continuarse la gran defensa nacional?

¡No! Era imposible toda resistencia enérgica, y sobre todo, continuar una campaña defensivo-ofensiva, en torno de los centros ya ocupados por el invasor...

¡No había, ni pudo haber tras de tantos estragos y desfallecimientos, resultantes en nuestras revueltas políticas, el brío necesario para emprender guerra de muerte en pequeño, guerra de guerrillas en bosques y montañas, en el fondo de los barrancos, en la espesura de nuestras selvas o tras los ribazos de ríos y torrentes!... Sorda campaña nacional en la que, unidos todos los mexicanos agobiaran al enemigo, cortándole sus comunicaciones, destrozándole sus aprovisionamientos, talando e incendiando los pastos y sementeras de que pudiera aprovecharse y sorprendiéndole con repentinos ataques nocturnos en las mejores encrucijadas...

Oh, sí, ¡terrible guerra nacional en la que se desangrara al adversario y se le quitasen sus elementos de subsistencia abatiendo su moral! Sin embargo, hay que considerar que no obstante tan desastrosas circunstancias, no obstante que apenas podía llamarse ejército a nuestras secciones de hombres dirigidas por jefes mexicanos llenos de patriotismo, pero sin instrucción ni precisa dirección superior, la resistencia de las tropas de la república fue en lo general firme, digna y heroica... ¡Lástima que los altos jefes, y al frente de ellos el general presidente Santa Ana, no atendieran a nuestro pobre ejército, abandonado a sus miserias y vicios, a sus hambres y desnudeces, hasta que, a última hora, tarde, muy tarde, hubieron de exigirle el sacrificio de su sangre! Valiente fue en verdad aquel ejército, y desde luego se puede comprender de lo que hubiera sido capaz en otras circunstancias, si la Nación estuviese unida y si de ella recibiera en el atroz conflicto, un poco de pan para soportar las fatigas del cuerpo y un poco de talento militar y buen ejemplo de unión y energía, por parte de sus caudillos.

Miremos en conjunto la memorable campaña, gloriosa y triste, la pugna desigual, con sus ejemplos magníficos:

Nuestros desastres se inician en las primeras batallas de Palo Alto y la Resaca, notándose desde luego la abominable discordia que existía entre unos y otros generales, henchidos todos de fatuidad, creyéndose cada uno de ellos superior a los demás, surgiendo, por lo tanto, envidias y egoísmos feroces...

Y llegaron las derrotas, y todo el orgullo nacional contagiado enfermizamente de una arrogancia incalificable, sufrió gran desencanto, y ante la retirada -la fuga, mejor dicho- de las tropas que pelearon allende el Bravo, la Nación quedó estupefacta, y la desmoralización del ejército fue inmensa.

El enemigo, que nunca soñara tan fáciles triunfos, avanza, pasa el gran río, ocupa tranquilamente Matamoros, y reforzado, victorioso y enhiesto, va a apoderarse de la bella Monterrey.

Allí se ha concentrado nuestro batido ejército del norte, reforzándose con tropas llegadas del centro del país; pero minadas ya por la desconfianza que origina en ellas los constantes y súbitos cambios de jefes superiores. Monterrey se defiende al fin, heroicamente, durante cuatro días, resistiendo en los primeros, con gloria, furiosísimos ataques, hasta que, comprendiendo el jefe mexicano, general Ampudia, la inutilidad de seguir por más tiempo la resistencia, capitula con su guarnición, retirándose con las banderas desplegadas y a tambor batiente, hacia el interior de la República.

Entonces, mientras nuestras tropas contramarchaban penosamente, batidas de nuevo, faltas de víveres y más y más desmoralizadas, dejando en los caminos, en arenales y malezas, su ánimo y su sangre, entonces el invasor, por el contrario, aseguraba formidable línea de operaciones en el norte, ya de espaldas al Bravo, entre Monterrey y el Saltillo, a las órdenes del general Taylor, en tanto que la escuadra norteamericana se disponía a amenazar Tampico, habiendo declarado, desde antes, bloqueados todos nuestros puertos.

 De la capital de la República, tras vergonzosas conmociones políticas que amenguan el poder de resistencia de la Nación, exaltado por ambiciosos partidos que el retrógrado alentara, sale Santa Ana conduciendo el ejército que se había reunido en el interior de México, hacia San Luis, para efectuar allí una gran reconcentración y reorganización general, con la mira de dirigirse ofensivamente contra el ejército de Taylor.

Van llegando las tropas a San Luis, con piquetes de diversos cuerpos y escoltas que conducen el contingente de sangre de algunos Estados, reuniéndose en la digna ciudad innumerables jefes militares, altos personajes civiles, y ricos contratistas y comerciantes...

El general Santa Ana intenta constituir un disciplinado e instruido ejército, mas por desgracia, y en honor de la verdad, ni Napoleón hubiera podido en aquellas circunstancias verificar semejante prodigio. Baste decir que en resumen faltó: tiempo y dinero.

Ni armas, ni equipo, ni víveres suficientes se pudieron reunir, y como, por otra parte, el tiempo apremiaba y la prensa de México, rabiosamente frenética, hacía llover sobre el ejército entonces, como siempre hacía, insultos y anatemas, hubo de lanzarse a través del desierto, después de largas y penosísimas jornadas, hasta chocar sangrientamente contra el adversario en las ásperas lomas de la Angostura.

Allí la victoria casi fue de nuestras armas; pero Santa Ana que es todo inestabilidad, teme verse aplastado si continúa la batalla al siguiente día, y retrocede ignominiosamente, sufriendo, en su retirada, mayores pérdidas que las que hubiera tenido perdiendo la jornada que no quiso arriesgar.

Así pues, el jefe del ejército y de la república tuvo que presenciar la catástrofe que barrió sus fuerzas en la Angostura y después de la batalla; y si a esto se agrega el haber ordenado el abandono de Tampico, puerto que se había fortificado regularmente, se comprenderá todo el avance estratégico de los americanos.

Estos, desde antes de la Angostura, en virtud de órdenes de su centro director, cambiaron su teatro de operaciones, trasladándolo del norte al oriente, tomando como base para el desembarque en Veracruz, el mismo Tampico, que regalamos, por decirlo así, a nuestros enemigos.

Y principiaron los terribles acontecimientos de Veracruz se abandonó a su heroica población, que no tuvo más recurso que el de su propio y alto civismo; y ya vimos con cuánto denuedo resistió en la ciudad el diluvio de bronce y fuego con que fue bombardeada...

Y días antes, la capital de la república contaba con un ejército de cuerpos veteranos y Guardias Nacionales que debieron haber salvado el pórtico del país.

Después, mientras Scott se disponía a avanzar sobre México, Santa Ana arrogante como siempre, anatematiza, indignado, la capitulación de Veracruz, como hizo con la de Monterrey, y en una proclama dice que irá con los restos del ejército a vengar la deshonra de la caída del hermoso puerto...

Escógese el punto llamado de Cerro Gordo -memorable de antaño para resistir al ejército de Scott. El Jefe de ingenieros mexicano, hace comprender al general presidente las inconveniencias tácticas de aquella posición, fácilmente envolvible contra nuestras tropas, y más aún, cuando se acumulan todos los elementos de combate sobre la derecha del punto, debiendo, por el contrario, protegerse el flanco izquierdo de nuestras Iíneas. Mas, irguiéndose el imbécil orgullo de Santa Ana, le vemos tender sus fuerzas a uno y otro lado del camino de Veracruz, y tras breve combate, herida de muerte nuestra ala izquierda, llave de la batalla con su dominante cima del cerro del Telégrafo, envueltas las posiciones mexicanas y cortado a su ejército la retirada, cae destruido; retumbando en México y en toda la república la catástrofe que la heló de pavor.

iPleno aniquilamiento!... Santa Ana huye prófugo, cual un forajido, y va a refugiarse entre una nube de dispersos, a Orizaba, en tanto que la caballería que no había combatido se abrigaba en Chalchicomula, abandonando ésta el fuerte de Perote… Luego, a Puebla, y perseguido el resto del ejército, tras dolorosas peripecias, tiene que evacuar la bella ciudad hasta reconcentrarse todos los elementos de defensa nacional en México, en el corazón del país gangrenado por los odios políticos, incapaz al parecer en su crisis morbosa, de cualquier energía...

El ejército invasor continúa, lenta y triunfalmente, sus etapas; deja pasar días y días no obstante que sabe que en México se hacen los más desesperados aprestos de defensa, aglomerándose éstos hacia el oriente, rumbo por donde creíase que debía desembocar el enemigo.

Sencillo es el plan de Santa Ana: sostener el ataque contrario por donde lo ejecutara, en tanto que la reserva, compuesta del resto del ejército del norte, recién llegado de San Luis Potosí, embestiría las columnas asaltantes por un flanco, hasta que llegado el instante preciso, acometiera la caballería -aquella intacta caballería que debía estar a la expectativa de los combates en el valle, colocándose siempre a retaguardia del enemigo...

Y, ya vimos cómo Scott rehúye hábilmente el peñón con gran pompa fortificado, y guarnecido por la flor y nata de la población de México, para correrse hacia el sur, entre la cordillera y las lagunas del valle, llegando a Tlalpan, desde donde pudo lanzar directamente sus columnas contra la capital.

Ante tales movimientos, nuestro ejército del norte pasa de oriente a poniente, ocupando San Ángel, con orden de vigilar el flanco izquierdo, del adversario, a las órdenes del general Valencia, quien de observación en las lomas de Padierna, primero no acepta resistir tras ellas, y al fin, cuando se le ordena abandonarlas, insiste en defenderlas... y despréndense las columnas americanas sobre San Ángel, y verifícase la batalla de Padierna, que estuvo a punto de ser ganada por nuestras armas, si las tropas de Santa Ana hubieran caído, como pudieron hacerlo fácilmente, sobre la retaguardia de las fuerzas enemigas que envolvían a la división del norte.

¡En la puma de la espalda de Santa Ana estuvo el triunfo de nuestras banderas!... Un relámpago de mando hacia el bosque de San Gerónimo y la batalla se hubiera ganado.

Esta vez, como en la Angostura, la victoria tendió sus alas sobre nuestro ejército..., iba a abrigarlo ya con ellas cuando el criminal egoísmo de ese hombre hizo volver aquella espada que hubiera sido el triunfo, a la vaina, determinando la funesta derrota.

Y aniquilada la División del Norte, abierto el camino de San Ángel y Coyoacán, flanqueadas las primeras líneas de defensa de San Antonio y Mexicaltzingo, no quedó más recurso que reconcentrarse dentro del mismo casco de la ciudad, tras las pobres obras defensivas de las garitas. Para proteger la retirada de las fuerzas de San Antonio, San Ángel, Padierna y Coyoacán, tuvieron que resistir épicamente los batallones Ligeros y las Guardias Nacionales en el puente y en el convento de Churubusco.

Extenuados ambos beligerantes, aunque triunfante el americano, solicita éste un armisticio so pretexto de facilitar las negociaciones de paz. Rotas éstas, torna la guerra, y Scott después de reconocer el sur de la capital, cubierto de zanjas, potreros inundados y calzadas obstruidas, impracticables para la artillería, ataca el poniente, intentando apoderarse, primero del material de guerra, que creía aquel jefe enemigo existente en los establecimientos llamados de Molino del Rey y la Casa Mata, al oeste del bosque de Chapultepec. Engaña a nuestro general presidente con hábiles maniobras, haciéndole creer en un ataque por el sur, contra las garitas de San Antonio y la Candelaria... Entáblase la contienda de Molino del Rey, feroz, suprema, y gloriosísima para nuestras armas; desastrosa, lamentable para las del adversario... ¡Inútil efusión de sangre en campos que bien puede asegurarse fueron glorificados por las bayonetas mexicanas! ¡Lástima que los sables y las lanzas de los cuatro mil jinetes que a lo lejos contemplaban la batalla, maniobrando ostentosamente, no hubieran determinado la victoria, dirigidos, si no por un genio, al menos por un mediano militar enérgico!

La batalla de Molino del Rey, como la de Padierna, como la de la Angostura, significan verdaderos triunfos para el ejército mexicano. En cada una de ellas, incidentes triviales, y sobre todo, faltas constantes y egoísmos atroces en los altos jefes, cambiaron la faz de esos combates.

Bien mereció el general Scott la crítica adversa de los suyos, por su inútil y costosa embestida contra el Molino del Rey, que, militarmente hablando, lejos de aprovecharle en sus operaciones sobre la capital, le hizo sufrir, en realidad, un gravísimo descalabro, si se tiene en cuenta que sus pérdidas, de cerca de 800 hombres, no compensara con las posiciones conquistadas y el insignificante material de guerra encontrado.

Después de esta sangrienta jornada, desde su cuartel general de Tacubaya, Scott finge de nuevo amenazar el sur, y, por fin, efectúa el bombardeo del Castillo de Chapultepec, desmoronándolo con potente artillería, para apoderarse de él al día siguiente, no sin que una resistencia inmortal le arrancara sus mejores jefes, oficiales y soldados dando un relámpago de gloria a nuestro Colegio Militar.

Y tras de Chapultepec cayeron en la misma jornada, las garitas de Belén y San Cosme. Aquellos pobres cuerpos mexicanos, sin sueldo, hambrientos, jadeantes, moribundos y ensangrentados, no pudieron resistir más tiempo, y después de las últimas granizadas de plomo, desesperados y locos, ya sin cohesión, tuvieron que desbandarse en la ciudad en aquella noche del 13 de septiembre.................................................................
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¿Qué más decir sino que algunos valientes del pueblo se revolvieron contra los enemigos que ocupaban la ciudad amada, haciendo fuego contra ellos desde esquinas, azoteas y ventanas, en tanto que algunos grupos de soldados de caballería mexicana, galopaban, lanza en ristre, por las calles, clamando vivas y mueras, ayudando en lo posible la insurrección popular...

Fuerza es repetirlo, Santa Ana, que con el ejército que evacuaba México pudo haberse apoderado de Puebla, fácilmente, inquietando a Scott en México, incapaz entonces el jefe americano de cualquier seria operación; Santa Ana que pudo extender y desarrollar la defensa nacional con el sistema de guerrillas, se amilana como nunca; divide sus fuerzas desmoralizadas y disminuidas por la miseria, la deserción y la falta de moral, hasta que después de insignificantes operaciones e inútiles tentativas contra la guarnición de Puebla y las columnas y convoyes de refuerzos para el enemigo, se vio obligado a renunciar el mando del ejército, poco después de ser lanzado por los acontecimientos y el clamor público, de la suprema dirección política de la república.

Y ya lo dijimos, otros episodios de resistencia ante el invasor esplendieron en la Alta California, en Sinaloa, en Tabasco y en la Huasteca, no sin que otra vez en Chihuahua vibraran los patriotismos fronterizos. Imposible referir todos ellos... ¡Apenas si pudimos abordar en breves pinceladas rápidas los principales cuadros en que aquel valiente ejército, mal organizado y mal conducido, tuvo, no obstante, la gloria de haber resistido con heroísmo a un enemigo veinte veces superior!

Ahora, para terminar esta vaga síntesis, apoyaremos la verdad de nuestras tintas con las claras y precisas observaciones críticas que apunta en sus memorias diarias, el escritor militar -general Balbontín- que en su juventud fue testigo y actor en la sombría guerra México-norteamericana completando las críticas del general Bernardo Reyes.

"Se nota desde luego en la mayor parte de las batallas, poco tino para escoger y ocupar las posiciones, ningún cuidado para preparar la retirada en caso necesario y gran negligencia para asegurar y defender los flancos y evitar que el enemigo los envolviese con facilidad, como varias veces sucedió.

Estas eran las causas de que algunas derrotas fuesen tan desastrosas.

Es digno de notarse que en la única parte en donde se tomó la ofensiva, que fue en la batalla de la Angostura, los resultados fueron favorables.

Exceptuando este único caso, en toda la campaña estuvo el ejército a la defensiva absoluta, sistema reputado como el peor que se puede seguir.

En cuanto a la estrategia, se le olvidó completamente, pues no se observó más regla que presentarse al enemigo de frente interceptándole el paso.

También se descuidó el organizar la guerra en el terreno que quedaba a la espalda del enemigo y a los lados de sus líneas de operaciones; cosa de mayor importancia en las guerras defensivas, y que tan buenos resultados produjo en Rusia, en España y en Portugal, cuando estos países fueron invadidos por los ejércitos de Napoleón.

Es verdad que entretenidos nosotros con las frecuentes revoluciones que se sucedían periódicamente, poco o nada nos ocupábamos de estudiar y preparar un sistema de defensa; y que la invasión nos sorprendió por completo, porque la mayor parte de los mexicanos no creían que tal guerra pudiese venir.

Un orgullo nacional mal entendido, y un desprecio inconsiderado de nuestros vecinos, contribuyeron también a aseguramos en nuestra indolencia.

Por otra parte, el estado militar de la república era deplorable: el ejército no llegaba al comenzar la guerra, a doce mil hombres, esparcidos en una vastísima extensión; el armamento, la artillería, y en general todo lo concerniente al ejército, se hallaba envejecido y deteriorado por el uso, sin que en muchos años hubiese sido relevado, y en cuanto a nuevos sistemas adoptados en otros países, solamente teníamos noticias.

No existían arsenales ni depósitos de ninguna clase. de manera que las pérdidas sufridas en la guerra era imposible repararlas.

Los doce mil hombres del ejército, reemplazados constantemente y ayudados por batallones de auxiliares y de Guardia Nacional, que en escaso número se levantaron, fueron los únicos elementos con que la nación sostuvo una lucha en extremo desigual, para la que no estaba preparada.

Hay que añadir que la Hacienda pública se hallaba completamente exhausta".

Doscientos millones de pesos importó a la nación norteamericana el gasto de su guerra contra nuestra patria. Envió un total de noventa y nueve mil hombres, de los cuales quedaron muertos en nuestros mares, playas, campos y ciudades, veinticinco mil invasores...

¡Muy cerca de diez mil de sus valientes, mordieron en los campos de batalla, en calles, plazas y calzadas, al son de los clarines y al estruendo de las baterías, el polvo mexicano!................................................................. …

iGloria a todos los bravos que murieron dignamente por ir hacia la victoria, siguiendo las águilas de sus banderas!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fuente. Frías Heriberto. Episodios Militares Mexicanos. Editorial Porrúa. 1987.