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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

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ISBN 970-95193

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1847 Parte de Santa Anna, rendido desde la Hacienda Agua Nueva, pidiendo auxilios de víveres y dinero. Acta levantada en Agua Nueva, con motivo de la Junta de Generales reunida por orden de Santa Anna.

Hacienda de Agua Nueva, febrero 26 de 1847

 

 

Ministerio de Guerra y Marina.-Ejército Libertador Republicano.-General en Jefe.-Secretaría de Campaña.

Excelentísimo señor.- Como anuncié a Vuestra Excelencia en parte de 23 del corriente, a las siete de la noche, desde los puntos que acabo de quitar al enemigo, cambié de posición al día siguiente, y establecí mi campo en este lugar, para procurar las medios de subsistencia, y atender a la curación de más de setecientos heridos que han resultado en los dos días de batalla. Hace tres días, con hoy, que estoy aquí, y aunque los valientes que tengo el honor de mandar desean ardientemente volver a la carga, no ha sido posible proveerlos ni de lo muy preciso para una sola ración; y a no ser por noventa reses que con mucho trabajo se han podido reunir de las rancherías inmediatas, hubieran perecido de necesidad.

Tan crítica situación me hizo ocurrir a oír la opinión de los señores generales de este ejército, y al efecto los reuní en junta que presidí; resultando de ella la acta que original acompaño a Vuestra Excelencia. Por ella verá que no es posible que et ejército pueda continuar por ahora sus Operaciones sobre el enemigo, que aunque ha sido batido dos días continuados y recibido grandes descalabros; conserva una posición fuertísima, que la naturaleza ha formado en el paso de la Angostura y de cuyas fragosidades no se atreve a salir un solo hombre. Había necesidad, por lo mismo, de emplear algún tiempo para desalojarlo y destruirlo completamente, pero era imposible ejecutarlo sin comer, y he aquí verificado lo que tantas veces anuncié a Vuestra Excelencia desde San Luis Potosí, y expresé en el manifiesto que presenté a la nación, respondiendo a las maliciosas y traidoras murmuraciones sobre la inacción de este mismo ejército. Dije entonces que por muy grande que sea la voluntad de los hombres para pelear, y mucho su valor y entusiasmo, no les es posible hacerlo sin alimentarse, porque sin alimentos tampoco se vive.

Por lo expuesto, me veo en el caso, con bastante sentimiento, de buscar las primeras poblaciones que puedan proporcionar a este sufrido ejército los más indispensables medios de subsistencia; y a este fin he dispuesto comiencen a marchar mañana para Vanegas, Cedral y Matehuala las divisiones, repasando el desierto en la infeliz situación que he demostrado. En estos lugares quedarán alojadas las tropas, descansarán, y luego que el Supremo Gobierno se sirva proveerlas de lo necesario, volverán a buscar al enemigo donde quiera que se encuentre, porque están animadas del mejor espíritu, y desean hacer la guerra al infame invasor hasta su total destrucción.

Debo noticiar a Vuestra Excelencia que las dificultades en que hoy se ve envuelto el ejército por el hambre y la miseria, las causa un traidor, llamado Ignacio Valdés, soldado del Regimiento de Coraceros y natural del Saltillo. Este infame desertó de la hacienda de la Encarnación el día 20 en la tarde, después de la revista general que pasé al ejército, y llegando a este punto donde se hallaba la mayor parte del de los Estados Unidos, al mando del general Wolk, le participó la aproximación del ejército mexicano, su número, etc., para conseguir por este medio que le dejara pasar para su pueblo. El enemigo, que no sabía absolutamente que yo me hallaba tan inmediato a él, pues según sus cálculos debería estar caminando para Veracruz, para oponerme a la invasión del general Scott, sorprendido con semejante noticia se apresuró a concentrar todas sus fuerzas, y abandonando muchas cosas de sus trenes y víveres, se dirigió con precipitación al inexpugnable punto de la Angostura, donde resolvió defenderse y estorbarme el paso, habiendo logrado reunir al efecto en dicho punto, con las fuerzas del Saltillo, más de ocho mil hombres con 26 piezas de artillería al mando del mismo general Taylor, libertándose así del golpe que yo había combinado para batirlo en detall, como lo hubiera logrado indudablemente, si no tiene lugar la traición de aquel malvado. Los mismos generales enemigos así lo han manifestado, confesando que milagrosamente han escapado de caer en mis manos.

Yo pido desde ahora al Supremo Gobierno que se sirva iniciar al soberano Congreso Nacional la proscripción de aquel traidor, indigno del título de ciudadano mexicano, pues son incalculables los perjuicios que ha causado a la nación, con evitar la derrota infalible del ejército americano cuando estaba dividido y colocado en malas condiciones.

Sírvase Vuestra Excelencia dar cuenta con todo al Excelentísimo señor Vicepresidente de la República para su conocimiento, encareciéndole de nuevo dicte todas las providencias ejecutivas que e] caso exige para que estos sufridos soldados sean socorridos por el Gobierno, como es de rigurosa justicia, enviándose al efecto en mulas a la ligera algunos caudales con dirección a Matehuala, donde estableceré el Cuartel General, entre tanto somos auxiliados con víveres y dinero.

Dios y Libertad. Hacienda de Agua Nueva, febrero 26 de 1847.

Antonio López de Santa Anna

 

 

Acta levantada en Agua Nueva, con motivo de la Junta de Generales reunida por orden de Santa Anna.

En el campo de Agua Nueva, a los veinticinco días del mes de febrero de mil ochocientos cuarenta y siete, el Excelentísimo señor Presidente General en Jefe de este Ejército, dispuso se reunieran todos los señores generales y jefes que mandan las divisiones y brigadas, lo que verificado, dijo Su Excelencia que había llamado a todos los señores presentes, con el objeto de conferenciar y oír sus opiniones sobre los acontecimientos de la presente situación del ejército; que como era de pública notoriedad para éste a pesar de haber arrojado al enemigo de tres de sus líneas, y tomándole tres piezas de artillería y dos banderas, la circunstancia de habernos sorprendido la noche al atacar su último retrincheramiento, estando la tropa fatigada con dos días de marcha y dos de combate, sin haber tomado más que carne el día anterior, y no haber ni una res, ni un grano de maíz o harina para que se alimentase y continuara después batiendo al enemigo, contra sus más ardientes deseos y sus más bellas esperanzas se vio obligado a cambiar de posición, con el doble objeto de proporcionarse algunos víveres, y de ver si el enemigo salía del terreno fragoso en que estaba, y lograba batirlo en las llanuras de este rancho, en cuyo caso era evidente que la victoria de nuestras armas sería tan completa y decisiva como se deseaba; que también era público para el ejército todo, que un traidor avisó al enemigo el movimiento de nuestras tropas, lo que ocasionó la fuga de aquél de este punto y que no se lograse el plan combinado por Su Excelencia de batirlo en detall, tomándole su retaguardia y llevando al ejército a nuestra primera población de recursos, para alimentado antes de combatir; que en la situación que nos encontramos, Su Excelencia si bien estaba contento por la victoria conseguida por nuestras armas, sentía sobremanera que la escasez de víveres no le hubiese permitido hacerla tan decisiva como deseaba para terminar con ella la presente guerra; que en tal virtud, quería que los señores presentes se sirviesen dar su opinión sobre si el ejército marchaba al enemigo, o cambiaba momentáneamente su posición a las primeras poblaciones de algunos recursos. En seguida, el señor General Uraga tomó la palabra, y dijo: que la cuestión era demasiado grave, y que, por lo tanto, pedía que, sin embargo de conferenciar en el acto sobre nuestra situación, cada uno de los señores presentes, reflexionando sobre ella, presentara después su voto por escrito; que por su parte creía, que el ejército no podía haber hecho más; que sin recursos, sin víveres y atravesando el desierto, había venido hasta encontrar al enemigo y derrotarlo; que cree que sin carne, maíz, frijol, arroz y otros renglones de primera necesidad, poder continuar sus operaciones, e:ra un imposible; y, por tanto opinaba, y lo diría por escrito, por que cambiásemos de posición a las primeras poblaciones, y se manifestase al Gobierno la miseria, el sufrimiento y el criminal abandono en que estaban estas tropas, como también la victoria, que habían conseguido, sólo por los impulsos de su patriotismo y del de nuestro caudillo. Después el señor General don Ignacio Mora dijo: Que por su parte la cuestión era bien clara: que el ejército no tenía de que vivir, y era necesario buscarlo, lo que no podía ·hacerse aquí; que marchar al enemigo no era prudente; pues si bien estaba éste destrozado, esperaba refuerzos; la victoria no era cosa indubitablemente segura, y si no se alcanzaba, quedaría descubierto el camino hasta la misma capital de la República; que por lo mismo opinaba por que el ejército cambiase de posición, no hasta sus primeras poblaciones, sino hasta donde sea conveniente, para las operaciones militares, y se encuentren recursos bastantes para su entretenimiento y conservación. El señor-General Terrés dijo: Que siempre había creído, y hoy se ratificaba en ello, que México no podía hacer la guerra con la miseria que lo agobiaba, y por estos desiertos, con cuerpos de ejército tan numerosos como el que teníamos; que sólo doce días de haber había reunido la tropa en un mes, debiéndosele atrasados, y que no había ninguno de los primeros renglones para la vida; que nuestros heridos no tenían ni arroz para alimentarse; que el soldado estaba extenuado, y que era imposible hacer la guerra; que su opinión era que no sólo tomase el ejército posiciones donde tuviera de que vivir, sino que siguiéndose el ejemplo de España, jamás se vuelva a mandar a estos terrenos mas que pequeñas partidas de tropa, que puedan llevar consigo sus elementos de vida.

El señor General don Francisco Pacheco manifestó: Que tenía una ciega confianza en la determinación del Excmo. señor Presidente y que no tenía opinión; interrogado entonces por Su Excelencia para que no obstante la diese, dijo: Que le era constante cuanto se había alegado, y que por lo mismo suscribía el voto de sus compañeros.

El señor General Juvera dijo: Que los cuerpos de caballería no tenían grano para la caballada, y que ésta era una razón más de las alegadas por sus compañeros, por lo que suscribía sus opiniones.

El señor Coronel de Artillería don Antonio Corona, manifestó: Que la mulada del tren hacía cuatro días que no tomaba maíz, ni había para darle; que ya no estaba en estado de continuar marchando, como lo había hecho hasta ahora; que en las batallas de los días 22 y 23 se había consumido la mitad del parque, y que a pesar de los esfuerzos del Excelentísimo señor General en Jefe, del Excelentísimo señor Gobernador de San Luis Potosí y los suyos, por la falta de bagajes, no había venido el parque de reserva, y que por estas causas se adhería a las opiniones de los señores que le habían precedido en la palabra.

El señor General don Francisco Pérez dijo: Que él aseguraba que el espíritu de la tropa era el mejor para batir a un enemigo que acababa de derrotar; que él se comprometía a conducirla al combate; pero que no habiendo con qué mantenerla, opinaba por que se cambiase de posición, manifestándose al Gobierno lo indigno que era que no se le diesen recursos al ejército para subsistir, los que conseguidos que fuesen, debíamos volver a medir nuestras armas. En seguida, cada uno de los señores presentes tomó la palabra, expresando la misma opinión, que reproducirían por escrito, y el Excelentísimo señor Presidente dijo: Que no había querido hacer la menor indicación, para escuchar las verdaderas opiniones de todos; que la suya era de conformidad con la de todos los señores que habían hablado; que víctimas más de una vez de la envidia y la maledicencia, antes de dar un paso que sirviese de nuevos pretextos a las más groseras calumnias, había pensado hacer una marcha de flanco para ir al Saltillo; pero que según los informes contestes de los prácticos, se debían caminar cinco días, y que no había ni maíz, ni arroz para mantener la tropa; que por lo mismo pedía a los señores presentes le diesen sus votos por escrito para resolver, quedando nombrado el señor General don José L. Uraga como Secretario, cuyo señor extendió una acta de lo ocurrido·, para la debida constancia, y a cuyo acto concurrieron los señores generales Mora, Ampudia, Juvera, Pacheco, Terrés, Guzmán (D. Ángel), Torrejano, Ortega, Portilla, Guzmán (D. Luis), Mejía, Jáuregui, Pérez y Uraga, y los señores coroneles Corona, como Comandante General de Artillería; Blanco (D. Santiago), como coronel de Zapadores; Baneneli y Carrasco, como Jefes de la Brigada Ligera de Infantería, y Güitian, Andrade, Azpeitia y Corcoba, como Jefes Interinos de Brigada.

Con cuyo acto se disolvió la junta, y por acompañar sus votos originales, no firmaron la presente acta, que certifica el Secretario nombrado.

J. López Uraga.