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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1847 Plan Salvador de la religión, la independencia y la libertad de la República Mexicana.

México, febrero 11 de 1847.
 

 

PLAN SALVADOR
DE LA RELIGIÓN, LA INDEPENDENCIA
Y LA LIBERTDAD DE LA REPÚBLICA MEXICANA,

 

Lo publica un patriota, a cuyas manos llegó casualmente, con el fin de que el soberano congreso. al supremo gobierno y la nación toda se desengañen y vean cuáles son las maldades, cuáles los planes liberticidas con que los infames moderados yfanáticos religionarios pretenden establecer la monarquía extranjera.

No hay un mexicano honrado, y amante verdadero de su patria, que no lamente los males inmensos que han producido las dos últimas revoluciones regenteadas por los generales Paredes y Salas, que sin misión alguna, y abusando de la fuerza armada de que disponían, suponiendo que la nación se hallaba en un estado de anarquía, llamaron un congreso constituyente, que en lugar de organizarla la había de acabar de destruir, porque era imposible, como lo ha mostrado la experiencia que dejara de influir en las elecciones el partido a que pertenecen los promovedores de la revolución, ni que llegasen a dar una constitución que no se resintiera de las ideas que dominaron al mismo partido, ni dejara de provocar otra, y otras mil revoluciones.

Las naciones solo se constituyen una vez, y si ese primer pacto no se sostiene, son víctimas del despotismo o la anarquía. La nuestra se constituyó en el año de 1824 bajo una forma de gobierno, que halagó a la inmensa mayoría, y se dio una carta, o celebró un pacto, que si bien no carecía de defectos, pudieron y debieron irse corrigiendo poco a poco en los plazos, y de la manera que la constitución misma estableció. Pero el partido que se llamó popular compuesto en su mayoría de hombres perdidos o ignorantes, y regido despóticamente por Poinsett y Zavala, hizo la revolución del año de 28, desprestigio a la misma constitución, y nos dio un gobierno de hecho que fue menester derribar en el año de1830.

Restablecióse entonces el sistema, volvió el orden constitucional, y en el año de 1831 comenzamos a percibir los dulces frutos de la paz y del orden. Pero en el año de 32 otra revolución trastornó ese orden, y en principios de 33 el partido demagogo volvió a triunfar, y volvió a desorganizar: la nación no pudo sufrirlo, y el jefe mismo que elevó  a esos hombres y les dio el poder, tuvo que derribarlos poniéndose a la cabeza de una nueva revolución, que habría producido los mejores resultados si hubiera restablecido la constitución federal cortando con mano fuerte el único origen de tantos males, que era el desorden y las maldades que se cometían en las elecciones populares. No sucedió así, varióse de rumbo, se nulificó la constitución federal, se estableció el centralismo, o sean las siete leyes constitucionales, que quisieron restringir tanto las atribuciones del poder ejecutivo, y de las autoridades de los que llamó Departamentos, que fue sumamente fácil el destruirlas, como se destruyeron en efecto, en el año de 41. Entonces se pensó y debió restablecerse la constitución de 824, pero no estaba en los intereses de los militares que se apoderaron del gobierno; se alucinó a la nación con la esperanza de un congreso constituyente, y se estableció entre tanto un gobierno absoluto y despótico, que si bien convocó ese congreso, lo disolvió muy pronto, y al fin tuvo que dictar las bases orgánicos, cuando vio que no podía ya permanecer sin una carta o código que garantizara la división de poderes y organizara el sistema republicano.

Esas bases, aunque no tuvieron origen popular, porque los que las acordaron no recibieron la misión del pueblo, sino del mismo dictador, y aunque se resentían mucho de la situación en que se hallaron sus autores, contenían principios de libertad republicana, preparaban el restablecimiento del sistema federal, de una manera pacífica y ordenada. La nación las adoptó, las sostuvo y las restableció con la mayor energía por medio del gloriosísimo movimiento del 6 de Diciembre de 1844, y hoy estaríamos en plena paz, y en el camino del progreso, y terminada la guerra de Tejas, si el general Paredes no las hubiese derribado con el bárbaro y peligroso proyecto de constituir de nuevo a la nación, anunciando un gobierno monárquico extranjero, que tanto y tan justamente detestan los mexicanos.

Todavía más, separado del gobierno ese hombre funesto, con el decoroso protesto de que fuera a mandar el ejército,  el digno general Bravo a la cabeza de un ministerio de hombres juiciosos, y capaces de remediar tantos males, inició el restablecimiento de las bases, como constitución de la república; medida salvadora, medida sabia y prudente que habría librándonos de la funesta situación en que hoy nos vemos, y de la dura necesidad de derribar a una facción indigna, que se ha enseñoreado con el triunfo y que si dura algunos días más, arruinará para siempre a nuestra desgraciada patria.

Así es en efecto. El partido que se llama puro, y que en lugar de una libertad moderada, y de orden, quiere el libertinaje, la inmoralidad, el desorden y la dominación de la gente perdida, se alarmó con el proyecto del Sr. Bravo, mal zurció o por mejor decir adoptó a medias un plan que estaba combinándose con el general Santa-Anna; abusó del candor y buena fe del general Salas; se pronunció el día 4 del último Agosto, reproduciendo el plan de S. Luis en cuanto a la reunión de un congreso constituyente, aunque con la taxativa de que no había de establecer la monarquía. Paredes se acobardó como una mujer, fue preso, ultrajado y desterrado; se dictó la convocatoria para el congreso fijando una base, o sea un método de elecciones primarias, que facilitara, como facilitó en efecto las intrigas y los desórdenes para que el partido puro saliera triunfante y lograra en el congreso una mayoría de hombres capaces de llevar adelante el plan do una democracia sin límites, de un gobierno sin respetabilidad, sin luces, sin patriotismo verdadero, y que alucinado con las bellas teorías del siglo XVIII, lo renovase todo, acabando con lo antiguo, inclusa la santa religión de nuestros padres.

El general Santa-Anna conoció bien todo esto, o a lo menos así es de presumir, cuando lo hemos visto promover luego que llegó a Veracruz el restablecimiento de la constitución de 24, negarse después a recibir el gobierno, y marchar a S. Luis Potosí a organizar, como ha organizado un respetable ejército que ya habría triunfado de los enemigos exteriores si en el congreso hubiera habido una mayoría de hombres prudentes, sabios, próvidos, juiciosos, moderados, que le proporcionasen recursos, y si el poder ejecutivo no hubiera estado al principio en manos de un pobre hombre débil e ignorante y después en las de un furioso demagogo, lleno de orgullo, rodeado y dominado por gentes que ni conocen las circunstancias, del país, ni la verdadera opinión pública, y voluntad nacional.

Así es, que se ha visto, y aun existe hoy  la anomalía ridícula de un congreso constituyente para una nación constituida, de un congreso que funge al mismo tiempo de constituidor y constitucional; que sin arreglar previamente en el primer concepto el modo de elegir presidente interino, infringió la constitución que le obligaba como legislatura o congreso ordinario, dando voto al Distrito y territorios, sin más razón que la de que así le convenia, porque solo así podía sacar como sacó en efecto para vicepresidente al jefe de los puros D. Valentín G. Farias, infringiendo también  en esto la constitución que desconoce ese vicepresidente interino, y privando a los Estados del derecho que tienen para nombrar ellos al jefe de la nación.

Ha hecho algo más y más grave, y más escandaloso, y más digno de llamar la atención de toda la república, y excitarla á que se levante en masa contra esos hombres que en una insignificante mayoría la quieren dominar despóticamente. Ha decretado la ocupación de los bienes de la iglesia para venderlos o hipotecarlos y sacar quince millones de pesos que dice se necesitan para hacer la guerra a los norte-americanos, suscitando una cuestión delicada, comprometida, peligrosísima, que no se ha decidido ni se decidirá jamás sino por la fuerza armada o por la reclamación enérgica del pueblo religioso: una cuestión que en todas las naciones católicas no ha terminado sino por un cisma o por un concordato después de haberse derramado á torrentes la sangre y haberse causado males imponderables.

¿Y de qué manera se acordó ese decreto o ley tan injusta como impolítica, como bárbara y como impía? En la mayor precipitación, no dejando a los diputados juiciosos y de buen sentido meditar, ni aun comer ni dormir, oyendo con desprecio los solidísimos, sabios, enérgicos discursos de un Otero, de un Lacunza, de un Pacheco, y otros mexicanos, a quienes nadie es capaz de notar de servilismo, y que demostraron hasta la evidencia la injusticia, la inconveniencia de semejante medida, y anunciaron los males que iba a causar y que ya experimentamos.

Hizo más todavía ese gobierno y esa mayoría de diputados. A duras penas consiguieron los señores que forman la minoría, el que se pusieran a la ley algunas trabas y restricciones con el fin de evitar el despilfarro y que los bienes de la iglesia pasasen al dominio de agiotistas y usureros codiciosos: al Sr. Farias y a sus satélites, no les parecieron ni podían parecer bien semejantes trabas, porque sabían que no habría, como no ha habido ni habrá nunca mexicanos ni extranjeros que quieran comprar las cusas contra la voluntad de su dueño, y que aventuren sus caudales exponiéndose a perderlos, cayendo, como debe caer, un congreso que no fue  llamado por la nación sino por el general Salas y D. Valentín Farías; y que desde que se proclamó la constitución de 821, debió retirarse, o mas bien haberse dejarlo de instalar.

Quería, pues, que se admitiera papel, que se vendiera en diez lo que valiera ciento, y tuvieron la desvergüenza de iniciarlo y presentarlo a discusión: entonces varios de los diputarlos puros no pudieron resistir a la fuerza de la enérgica oposición de los moderados, se les unieron y desecharon tan infame proyecto con una mayoría bastante considerable. Pero ¿qué es lo que sucedió?  Espanta ciertamente; y solo se puede creer porque lo estamos viendo. La comisión de recursos vendida al gobierno en su mayoría, presentó nuevo dictamen con un nuevo proyecto reducido a que el gobierno se proporcionase cinco millones, tomándolos precisa y únicamente de los bienes del clero; pues aunque con una hipocresía ridícula e insultante, no se mencionan éstos, las limitaciones de esas facultades extraordinarias  manifiestan claramente que de esos bienes y solo de ellos han de salir los cinco millones, y que se ande como se pueda, sin almoneda, ni sujetarse al valor intrínseco ni aun estimativo de las fincas, recibiendo cuanto papel (aunque sea de estraza) quieran dar los agiotistas, y fundiendo por presta providencia la plata de las iglesias.

Este es el último acto de ese soberano congreso; esto se decretó en las tinieblas de la noche por un solo voto de diferencia haciendo venir para formar esa ridiculosísima mayoría a un diputado que estaba recogido en su casa y no presenció la discusión, que fue verdaderamente tormentosa, y en que se insultó y trató de traidores a los señores diputados que se opusieron, y esto es lo que se trata de llevar al cabo, sin consideración a las resultas funestísimas que deben esperarse, si, como es inevitable, el Cabildo Metropolitano, y los señores obispos de Puebla, Oaxaca, Michoacán, Guadalajara y Durango, se siguen oponiendo y usan de las armas de la iglesia, contando como cuentan, con la opinión general pronunciada de una manera tan clara y evidente, que es necesario cerrar los ojos de intento para no ver el precipicio borroso en que va a sumirse la nación.

No hay duda ni exageración en esto. Los señores obispos nada entregan voluntariamente; el gobierno tiene que mandar agentes o soldados que extraigan la plata, tiene que embargar las casas y echar a los inquilinos. La autoridad eclesiástica cerrará los templos; fijará tal vez por públicos excomulgados a los usurpadores de sus bienes; cesará el culto, se cerrarán las iglesias, no habrá administración de Sacramentos: el gobierno tendrá que decretar el destierro de todos los obispos, cabildos, curas y multitud de personas seculares que se manifestarán contrarias a tan sacrílegos atentados; una guerra civil y religiosa hará que corran ríos de sangre. Los Estados, cuyas legislaturas piadosas y previsivas han iniciado la derogación de la ley, se separarán de la unión federal, y México, la hermosa México, la religiosa México, será entregada al saqueo, a la confusión, al desorden, a la anarquía y… Pero no, nada de esto acontecerá: hay un remedio seguro, eficaz, legal, y muy fácil de llevarse á efecto, que será aplaudido por todos los Estados y fijará para siempre los destinos de la pátria, arrancándola de la mano de fierro de los puros y poniéndolos en las de ciudadanos juiciosos, sabios, prudentes y patriotas.

Depóngase á ese congreso inútil y perjudicial por su mayoría: vuelvan los diputados puros á sus hogares, confundidos y avergonzados, si son capaces de esos sentimientos: los dignos representantes que con su heroico comportamiento han merecido bien de la pátria, esperen á las elecciones para las dos cámaras, y en ellas ó en sus legislaturas continuarán prestando sus importantes servicios: establézcase un gobierno provisional conforme en todo lo posible á la constitución vigente: procédase al nombramiento de senadoras, diputados, presidente y vice de la república: consérvese al general Santa-Anna de general en jefe del ejército del Norte, si, como es verisímil y muy conforme á sus principios se adhiere á este plan que en sustancia el mismo que inició S. E. á su llegada á Veracruz: sacrifiquen los centralistas juiciosos y honrados sus opiniones sometiéndolas á la mayoría: olvídese para siempre hasta el nombre de monarquía: seamos todos federalistas moderados: empeñémonos en que las elecciones populares se hagan con libertad, por todos los ciudadanos y sin pretender que prevalezca partido ninguno.

Así, y solo así, tendremos orden y paz: se organizará un gobierno verdaderamente nacional: terminará la guerra por el triunfo de nuestras armas ó por un tratado honroso: los Estados con sus contingentes, el clero con una parte considerable de sus rentas, los ricos propietarios, mineros, comerciantes y agricultores, los artesanos, la clase media, y hasta el pueblo miserable contribuirán para que no falten loa fondos necesarios y la nación escapará de la muerte

Al efecto convendría que algunas legislaturas de las mas cercanas iniciasen, ó el mismo congreso general adoptase el plan indicado que para mayor claridad se redacta en los artículos siguientes.

1° Cesa el congreso estraordinario que se ha titulado constituyente, y queda plenamente restablecida la constitución política de los Estados-Unidos-Mexicanos decretada en 4 de Octubre de 1824.

2° No se reconocen por presidente ni por vicepresidente al general D. Antonio López de Santa-Anna y D. Valentín Gómez Farias.

3° No surtirán efecto alguno los decretos relativos á la ocupación de bienes de manos muertas, ni el que autorizó al gobierno para proporcionarse extraordinariamente cinco millones de pesos.

4° Los demás actos, así del congreso como del gobierno provisional del general Salas, quedan sujetos á la revisión del congreso constitucional, observándose entre tanto en todo lo que no sea contrario á la constitución.

5.° Se harán las elecciones de diputados, senadores, presidente y vice de la república en los días que señalare el gobierno provisional.

6. ° Este se encargará al presidente de la suprema corte de justicia conforme a lo que previene la constitución en su artículo 97 y 98.

7° Se suplirá la falta del consejo de gobierno con uno supletorio compuesto de otros tantos individuos cuantos son hoy los Estados de la federación, y serán nombrados al siguiente día del en que haya tenido efecto este plan por la suprema corte de justicia, debiendo ser naturales o vecinos del Estado que representen, y tener los demás requisitos que la constitución exige para ser senador.

8° El consejo provisional se instalará al tercero día de su nombramiento, y elegirá inmediatamente los dos colegas que deben asociarse al presidente de la suprema corte para el ejercicio del supremo poder ejecutivo. Sus atribuciones serán las que concede la constitución al consejo de gobierno, y además, prestará o negará su consentimiento á los proyectos de ley o decreto que el gobierno le presentare como muy urgentes y necesarios solo en los ramos de guerra y hacienda.

9° El presidente con los dos colegas convocará inmediatamente al congreso constitucional, señalando los días para las elecciones, conforme a lo establecido en el artículo 5.° sin que pueda pasar de cuatro meses el plazo que señale para que queden instaladas las dos cámaras y puesta en práctica la constitución.

10° El general D. Antonio López de Santa-Anna continuará de general en jefe del ejército de operaciones del Norte, sujeto á las órdenes del gobierno que le administrará todos los auxilios necesarios para la guerra.

11 ° El ejército se atenderá con toda la preferencia que exige su mucha importancia, los grandes servicios que ha prestado y prestará para la conservación de nuestra nacionalidad, independencia, religión y libertad.

12° Si lo que no es de esperar, alguna legislatura se opusiere a este plan, será renovada procediendo á hacer nuevas elecciones con total arreglo á la constitución del Estado.

México, febrero 11 de 1847.

MÉXICO
1847