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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1847 Manifiesto del Presidente provisional de la República. Manuel de la Peña y Peña.

Querétaro, octubre 13 de 1847.

Manifiesto del Escmo. Sr. Presidente provisional de la República.

El Presidente de la Suprema Corte de Justicia, en ejercicio del Supremo Poder Ejecutivo, á la Nación mexicana. Mexicanos: llamado á encargarme del Gobierno de la República, no por el triunfo de un partido ó de una opinión política, ni por una elección que, aunque legal y honrosa, pudiera escitar algún recuerdo de nuestras discordias, sino por un precepto espreso y terminante de la Carta Fundamental, puedo dirigirme á vosotros con el título simple y augusto de la Constitución misma. El caso que ella ha previsto y la necesidad imperiosa de no dejar á la Patria hundida en el abismo profundo de la anarquía, ecsigían de mí un sacrificio superior á mi salud y á mis fuerzas, y el cumplimiento de un deber á que no podía faltar sin hacerme indigno de la estimación de mis conciudadanos.

Temeraria y aun loca habría sido mi resolución de empuñar las riendas del Gobierno Supremo en momentos tan calamitosos y difíciles, si hubiera dependido de mí, por algún medio legal, que otras manos más diestras dirigiesen los destinos de nuestra desgraciada Patria. Pero vosotros conocéis las circunstancias y estado en que se encuentra, y no podéis dudar que el servicio costoso á que me he resignado, y del cual podré ser víctima, ha sido tan necesario como la observancia del juramento que me liga como Presidente de la Suprema Corte de Justicia. Y si una verdadera y lamentable desgracia me ha investido muy pasageramente de la Suprema Magistratura, reconozco también como un beneficio señalado de la. Providencia que aquella no haya recaído en mí por alguna causa ó suceso que pudiera fomentar la desunión entre los mexicanos. Muy pocos días serán los de mi administración; y si las circunstancias en que se halla la República fueran menos graves, yo quizá no creería oportuno dirigiros la palabra. Pero hoy debo manifestaros, aunque con suma brevedad, y porque nada puede ser indiferente en la terrible crisis en que se halla el país, cuáles serán mis ideas y aún mis sentimientos, y cuál la conducta que me propongo seguir para entregar con honor, y satisfecho de mi conciencia, la enorme carga que la Constitución pone sobre mis hombros. Sin otro carácter que el que ella sola me dá para ejercer el poder público, y acostumbrado como Magistrado antiguo á no contemplar el bien social sino en la observancia de las leyes y de la justicia, inútil seria aseguraros que mi gobierno, con buen ó mal écsito, con oposición ó sin ella, con acierto ó sin él, solo será un gobierno constitucional, sujeto en todo á las leyes de la República, y sin traspasar jamás las facultades concedidas al Ejecutivo.

Ni la dificultad de las circunstancias, ni la importancia y trascendencia de las cuestiones interiores y esteriores pendientes, ni la sedición armada, podrán apartarme de aquella senda que siempre he considerado como la única capaz de salvar á los pueblos. Y constante en este propósito, la Nación puede estar segura de que el Gobierno tendrá la firmeza y el poder que le dá la Constitución, y que jamás buscará aquella energía mal entendida que no puede ejercerse sino con la violencia y usurpación de los otros poderes, y casi siempre trastornando el orden establecido. Yo respetaré aquellos, y les prestaré también todo el apoyo y todo el ausilio que necesiten para el desempeño de sus augustas funciones.

Los Estados que forman hoy la Federación mexicana y que tienen por centro de los intereses comunes á todos al Supremo Gobierno, contribuirán con sus recursos y con sus fuerzas para que éste sea respetado, y encontrarán en él una armoniosa y perfecta reciprocidad. A la penetración y patriotismo de sus dignas autoridades no puede ocultarse, que cualquiera transgresión ó avance de los justos límites que la Ley Fundamental ha señalado entre unos y otros, vendría á destruir hasta la última esperanza de orden y nacionalidad. Yo los conjuro á todos, y no dudo ser escuchado, para que sea una la cooperación, uno el sentimiento, en favor de los principios que debemos acatar, y que son la mejor garantía del término feliz de esta situación borrascosa en que nos encontramos.

Por las mismas razones y con igual justicia respetará y protegerá mi administración los derechos y los intereses públicos de todas las clases: atacar á cualquiera seria encender mas nuestras pasiones y hacer mas horrorosa nuestra discordia. La religión, su culto y sus Ministros serán objeto de una especial protección. Cuando todo se ha conjurado para nuestra ruina, cuando parece que no puede darse ninguna seguridad, respecto de los principios tutelares en que debía descansar la Nación mexicana, y cuando todo presagia confusión y un desorden general, yo siento un placer inesplicable al anunciaros mi decisión, cualesquiera que sean los peligros y compromisos en que pudiera encontrarse mi gobierno.

Sin rentas, porque están destruidas todas, y sin riqueza pública, porque no la hay, puede, sin embargo, una cooperación equitativa y proporcional dar lo necesario para los gastos mas indispensables. Si en el corto tiempo que debo permanecer al frente de la Nación, pudiere contribuir al arreglo de un ramo tan importante, aquella será la única base de los Decretos ó providencias que se dictaren para que ninguna clase y ningún ciudadano puedan quejarse de la menor injusticia. Los servidores del Gobierno, cualquiera que sea su puesto ó categoría, no serán desatendidos; y los tribunales de la Federación, cuya ecsistencia es tanto mas necesaria cuanto serian mayores los males paralizada completamente la administración de justicia, serán ausiliados con toda solicitud y protegidos convenientemente.

Sostendré con la mejor inteligencia y armonía las relaciones que nos unen con los otros países. No debería hablaros, porque otro será el Gobierno que termine la guerra con los Estados-Unidos, de esta cuestión vital que ha causado tantos desastres y que hace fijar al mundo la vista sobre nuestra nacionalidad. Pero mi silencio podría parecer estraño, aunque fuera esplicable; y yo, que soy amigo de la franqueza y de la verdad, no debo dar lugar á ninguna clase de interpretaciones.

Las multiplicadas desgracias que han acompañado á esta guerra funesta, la sangre de nuestros compatriotas, que ha corrido á torrentes, la orfandad de tantas familias, y el sacudimiento terrible que esperimentamos, nada disminuye ni nuestros derechos ni nuestra justicia. Ocupados nuestros puertos, ciudades muy importantes y la misma capital de la República por las tropas invasoras, el cuadro que presenta la Nación es sombrío y lamentable. La Providencia nos ha sometido á una prueba que es decisiva en todos los pueblos, y ecsige de nosotros á un tiempo valor y constancia, prudencia y humanidad. Hacer que prevalezcan en esta lucha encarnizada los sentimientos de un orgullo insensato, y acaso los pretestos de un partido político, es provocar la ira del cielo: someterse á una paz, cualquiera que sea, no asegurando el bien verdadero de la Patria para lo presente y para lo futuro, y sin salvar, sobre todo, el honor, sin el cual no puede haber nacionalidad, es degradar nuestro nombre, preparar nuevas guerras y hacerla indigna del aprecio y respeto de las naciones civilizadas. Los estremos se tocan, son igualmente funestos, y el Gobierno que no huye de ellos no puede aspirar á los títulos ni de la gloria ni de la paz. Busquemos el medio; y no olvidando ni los indisputables derechos que tenemos sobre nuestro territorio, ni lo que se debe á los que derraman con profusión su sangre en defensa de la Patria, procuremos con un esfuerzo unánime hacernos superiores á nosotros mismos, y dignos de la estimación del mundo. Grande es mi consuelo al considerar que otro será el Gobierno que ponga término á la guerra esterior.

La República está sufriendo las consecuencias inevitables del desorden que han fomentado las facciones que la despedazan, y él olvido absoluto de las reglas de moralidad y de justicia, sin las cuales los pueblos se pierden, no dejando otra memoria que la de sus desgracias. Presentarse la Nación ante el mismo enemigo que ocupa la capital todavía dividida en bandos, sin un ejército bien ordenado y decidido á sellar con su sangre la independencia de la Patria, y sin un pueblo y funcionarios dóciles y fieles á la primera autoridad, seria proclamar que somos poco acreedores á los beneficios de la libertad y de la civilización. Por el contrario, si volvemos sobre nuestros pasos, y si á este desconcierto general sustituimos la concordia y el orden, la guerra será feliz, la paz honrosa, y veremos comenzar una era de abundancia y prosperidad.

A vosotros todos, representantes del pueblo mexicano, me dirijo, por último, para que reunidos en la ciudad de Querétaro, donde estáis convocados, nombréis desde luego el Presidente que debe gobernar á la República. A la vista del cuadro que ésta representa se escitarán vuestro patriotismo y vuestra sabiduría y daréis las leyes que os aconsejen. Si difiriereis vuestra reunión, y si por esta causa se prolongasen los males públicos, enorme es vuestra responsabilidad. Yo desde ahora me ecsimo de todo cargo ante Dios y la Nación al aseguraros, con la mas pura sinceridad, que no me considero capaz de gobernarla. Él cumplimiento de un deber sagrado me ha llamado momentáneamente á este puesto; y al llegar á esta ciudad he creído que la primera providencia que debía tomar era conjuraros para que salvéis sus destinos. Apresuraos, pues, á esta reunión solemne, y contad, como yo cuento, con la protección de la divina Providencia.

En Querétaro, á 13 de Octubre de 1847Manuel de la Peña y Peña.

 

Colección de los documentos más importantes relativos a la instalación y reconocimiento del gobierno provisional del Escmo. Sr. Presidente de la Suprema Corte de Justicia D. Manuel de la Peña y Peña. México, Imprenta de I. Cumplido. 1847. pp. 70-