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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1847 Invitación dirigida por el Supremo Gobierno Mexicano al venerable Cabildo Metropolitano. Luis de la Rosa

 

 

Cabildo Metropolitano para el auxilio de las más urgentes necesidades de la República

MINISTERIO DE JUSTICIA Y NEGOCIOS ECLESIÁSTICOS
ILLMO. SR.

Los reveses que ha sufrido el ejército en la lucha que la lealtad y el patriotismo sostienen contra la ambición y la perfidia del gabinete de Norte-América, y las calamidades que deben ser la consecuencia de aquellos infortunios, no han desalentado todavía al Exmo. Sr. Presidente sustituto, ni han debilitado lo más mínimo la firme resolución en que se halla S.E. de sostener la guerra hasta donde el honor del país y la justicia de la causa nacional lo hiciere necesario. S.E. no creería desesperada la situación de la República, aun cuando viese ocupadas por el enemigo las principales ciudades de ella, pues no sería la primera vez que un pueblo recobrara su independencia y arrojara á los invasores del suelo de la patria, después de haber perdido sus principales ciudades, sus puertos y su plazas más importantes. Lo único que haría decaer el ánimo del Exmo. Sr. Presidente, y que le haría creer en grave peligro la independencia y nacionalidad de México, sería la desgracia de que las clases más distinguidas del país y más influentes por su ilustración y sus riquezas abandonasen la causa nacional. Pero S.E. no puede ni sospechar ligeramente que semejante crimen pudiese caber en las nobles almas y en los generosos corazones de aquellos á quienes la Providencia ha dado los talentos, las luces y riquezas, sin duda con el designio de dirigir y proteger al pueblo, principalmente cuando agobiado por grandes infortunios, puede perder por un momento su razón, y precipitarse á su ruina y aniquilamiento, tal vez sin conocerlo. Repito que S.E. no cree ni aun posible que las clases más ilustres de la sociedad abandonen la causa de la patria; pero sí teme S.E. que perturbado su ánimo con esa serie de adversidades y desastres con que la guerra ha comenzado, no hayan tenido ni el tiempo ni la calma necesaria para meditar detenidamente sobre sus deberes e intereses, y que no hayan conocido por lo mismo toda la gravedad y santidad de las obligaciones con que se hayan ligadas para con un pueblo que no debe ser víctima del abandono ni de la indiferencia de las clases poderosas, cuando él va á derramar su sangre en los campos de batalla para reemplazar á los que ya sucumbieron con magnanimidad en defensa de la patria, ó á los que heridos y mutilados en servicio de la República, quedaron ya fuera de combate, después de haber dado á sus conciudadanos ejemplos de valor, de magnanimidad y patriotismo. S.E. debe, pues, levantar su voz en esta vez, para despertar á las clases más elevadas é influentes de la sociedad, que, aterrorizadas tal vez con tantos infortunios que la patria ha lamentado en tan pocos días, están como aletargadas por el dolor, y como abatidas por una triste resignación de sufrir el yugo que los inicuos invasores de nuestro país quisieren imponerles. S.E. cree, pues, necesario dirigirse á las clases más prominentes de la nación, y en primer lugar al clero católico de México, al que tanto debe la civilización, para recordarles la santidad de sus deberes para con la patria y la necesidad de conocer toda la gravedad de estos deberes en la tremenda crisis á que ha reducido á la nación la política inicua, inhumana y ambiciosa de un gobierno que ha buscado siempre la debilidad para oprimirla, y que divide á las naciones con la discordia, para dominarlas después sin gloria, y casi sin esfuerzo.

El Exmo. Sr. Presidente sustituto me previene, por lo mismo, dirija esta excitación al venerable clero de la República, para decirle á nombre de S.E., y con la franqueza con que habla un gobierno que nada espera de la superchería y de la mentira, cuál es su juicio sobre la manera con que el mismo venerable clero ha desempeñado hasta aquí sus sagrados deberes para con la patria en los aciagos días con que la Providencia ha puesto á prueba nuestra virtud y nuestra creencia, y cuál es todavía la grande cooperación que espera S.E. del sacerdocio mexicano para salvar la independencia de la nación, y sobre todo su decoro. S.E. reconoce y agradece profundamente á nombre de la patria los esfuerzos que hasta aquí ha hecho una parte del venerable clero, para auxiliar al gobierno nacional en la gloriosa empresa de combatir y repeler á los invasores y para excitar y alentar el espíritu público cuando se le ha creído desalentado por los reveses de la guerra. Pero S.E. cree también, que no es todavía todo lo que la nación tiene derecho á esperar de una clase que es actualmente la más influente, la más rica y la más poderosa de la sociedad, que posee también una grande riqueza de luces y talentos, y que tiene la obligación sagrada é imprescindible de socorrer al pueblo cuando las calamidades lo devoran, y el deber más sagrado todavía de sostener los intereses de la civilización y de la humanidad, sumamente comprometidos en la guerra que con tanta justicia y con tan grandes sacrificios sostiene la República.

Cuando extraviado el clero mexicano por los errores de aquella época, contrariaba por un exceso de lealtad á los reyes de España la gloriosa empresa que acometieron y sostuvieron con magnanimidad, Hidalgo, Morelos y sus ilustres compañeros, asombraron verdaderamente los esfuerzos con que el mismo clero procuró sostener la causa de la España; y si bien es cierto que su entusiasmo lo extravió algunas veces hasta el exceso de abusar de su sagrado ministerio, también lo es que para dirigir entonces y alentar el espíritu público, para informar y concentrar la opinión, y para fortificar al gobierno y darle influencia y responsabilidad, echó mano de cuantos recursos materiales y morales estaban á su alcance; aprontó, ó por mejor decir, prodigó sus riquezas; y dio el ejemplo de una lealtad y desinterés, dignos de mejor causa que la entonces sostenida tan esforzadamente. El venerable clero no está sin duda plenamente convencido de estos hechos que la historia ha presentado ya al mundo y á la posteridad que ha de juzgarnos. ¿Por qué, pues, ahora que el pueblo ve tan comprometida su independencia; ahora que se va á poner en problema la nacionalidad del país; ahora que la República está ya al borde de su ruina y que teme todavía más la afrenta que el vencimiento; ahora que el cristianismo, la civilización y la humanidad están tan vivamente interesados en la lucha que á tanta costa sostiene la nación; ¿por qué, repite, la patria no tendrá derecho para esperar del clero mexicano un apoyo tan firme, una cooperación tan poderosa como la que el clero su predecesor prestó a la causa de la España? El pueblo mexicano ha sido demasiado fiel al compromiso contraído en su primera constitución de conservar el catolicismo como religión única y exclusiva del país, y de no atacar las exenciones y prerrogativas que por la antigua legislación disfrutaba el clero; y quizá este excesivo apego del pueblo á la intolerancia y á la inviolabilidad de los fueros del clero y de sus preeminencias ha contribuido en mucha parte á que la situación del país sea ahora tan comprometida y peligrosa como es; muy diversa sería sin duda si la misma intolerancia y el respeto a los privilegios del clero no hubiesen impedido hasta aquí la colonización de los desiertos, y el cultivo de los terrenos más feraces; y si aquellas mismas causas no hubiesen retraído á los extranjeros de radicarse en el país con sus familias, y fecundar con su industria y laboriosidad tantas tierras vírgenes, ocupadas ahora, solamente por fieras y salvajes. La población superabundante de la Europa, acosada por la miseria, no vendría ahora como viene, á la sombra del pabellón de Norte-América, á disputarnos, con las armas en la mano, unos terrenos que, sin comprometer la nacionalidad del país, podríamos y deberíamos ofrecer a los desdichados de todo el mundo, para que, cultivándolos, se enriquecieran é hicieran opulento y poderoso á un país que la Providencia ha hecho tan envidiable, tan bello y tan fecundo. Pero México lo ha sacrificado todo á sus creencias, y algunas veces aun á sus preocupaciones y al respeto y sumisión sin límites con que ha visto siempre al sacerdocio. Así es que en todas épocas el pueblo de México ha prodigado al clero y sus riquezas, su entera sumisión y su respeto; y algunas veces lo ha extraviado su celo hasta el extremo de sostener guerras sangrientas en defensa de las riquezas eclesiásticas.

Pues bien; cuando el Exmo. Sr. Presidente reflexiona atentamente sobre esto; cuando considera hasta qué grado ha llegado el amor, la adhesión y la fidelidad de los mexicanos hacia el clero, S.E. cree que el pueblo, ahora abatido por las adversidades de la guerra, tiene derecho á esperar del clero, una lealtad sin límites y una retribución proporcionada á tantos sacrificios. S.E. cree también que en estos días de infortunio y de expiación de los errores que todos hemos cometido, el clero se manifestase franco, magnánimo y heroico; si con munificencia prestase al gobierno todos los recursos que es capaz de proporcionar por su riqueza; si consagrase, en fin toda su influencia y todo su poder á cooperar con el gobierno á la salvación del país, el triunfo de la República sería seguro, indefectible; la patria saldría pronto y con honor de la terrible lucha en que ahora está empeñada, y á la que ha sido provocada con escándalo de todas las naciones, por la ambición de un gobierno que aspira á la conquista de México para hacer cultivar sus campos por manos de esclavos: para humillar nuestra raza que ama la civilización y que profesa el verdadero cristianismo, sometiéndola á la orgullosa dominación de una casta opresora de la humanidad, que compra y vende al hombre, imagen de Dios y lo castiga con un látigo, y lo somete á los más duros trabajos, hasta hacerlo expirar rendido de fatigas, y que para colmo de crueldad marca su frente con un hierro como nosotros marcamos á las bestias.

El Exmo. Sr. Presidente se alienta y fortalece cuando considera cuán grande es, cuán santa y noble, la causa nacional, á cuyo triunfo consagra todos sus esfuerzos; y S.E. espera, con razón, que el clero mexicano, que conoce igualmente que el triunfo de México en la contienda actual será el triunfo de la justicia contra la iniquidad, de la verdadera civilización contra la barbarie de las conquistas, de la humanidad contra los mercaderes de esclavos, y del cristianismo contra los que detestan la igualdad santa y la fraternidad universal que nos enseña el Evangelio; el clero que debe prever cuanto perdería en su influencia, en su poder y en sus intereses personales, si los invasores consumasen sus designios, prestará ahora al gobierno todo su apoyo y todo su prestigio y respetabilidad, seguro de que la nación, pasada la crisis en que ahora se halla, beneficiará el nombre de los que la salvaron de la ignominia de una conquista; y la religiosidad de un pueblo cuya piedad no tiene límites remunerará con munificencia al mismo clero los sacrificios que ahora haga por su patria. S. E. no exigiría jamás que el clero se privase de aquella parte de sus tesoros que es indispensable para la decencia del culto y para el decoro y subsistencia de sus ministros, ni de aquello que el clero mismo consagra á la mantención de hospicios, hospitales y otros establecimientos de caridad ó beneficencia; pero sin tocar á este fondo, sagrado por su objeto, el clero, que cuenta por otra parte para la mantención del culto con las obvenciones y con las oblaciones voluntarias de los fieles, podría ofrecer á la patria, en estos días de angustia y de calamidad, el resto, todavía muy cuantioso, de su riqueza, de la que indefectiblemente echaría mano cualquiera administración para pagar indemnizaciones excesivas á los Estados-Unidos de Norte-América, si, por desgracia de la nación, el gobierno actual, por falta de recursos, no pudiese hacer la guerra; y si otro gobierno que le sucediese se viera, por las mismas dificultades de su situación, en la triste necesidad de hacer la paz con un vencedor orgulloso por sus victorias, y cuya ambición es insaciable. El Exmo. Sr. Presidente desea que el venerable clero reflexione sobre esto detenidamente, y que se convenza de que la paz hecha por un gobierno débil, traerá inevitablemente por consecuencia la ocupación de todos los bienes eclesiásticos; y la conquista y sumisión del país á sus invasores, dará también inevitablemente por resultado para el clero el despojo de sus riquezas, la pérdida de sus exenciones, fueros y privilegios, la tolerancia para todos los cultos protestantes, pero con opresión del catolicismo ahora dominante; y en fin, que la dominación de una raza que viene á establecer de nuestro país su pretendida superioridad sobre las demás razas humanas, traerá consigo el exterminio de la raza india tan numerosa en México y tan digna de compasión principalmente para el clero; la humillación y servidumbre de las demás castas que los americanos llaman de color; y en fin, la esclavitud de los infelices negros, por cuya libertad ha trabajado el sacerdocio cristiano hace tanto tiempo.

El Exmo. Sr. Presidente me encarga llame vivamente la atención del clero, sobre estos puntos de tan grande importancia para el catolicismo, para la humanidad y para la civilización del mundo. S.E. es demasiado ilustrado para conocer que la tolerancia de todos los cultos cristianos, tal como se halla actualmente establecida en otros países, llegará á ser para la República de una necesidad imprescindible cuando, restablecida la paz, se adopte como primer medio de reparación y engrandecimiento para México, un sistema de colonización grandioso, franco y liberal, digno de la civilización de nuestro siglo y de la cultura é ilustración de la República; pero S.E. conoce igualmente que la sabiduría y la previsión de los legisladores de México, arreglará esta materia de tal suerte, que el culto católico sea siempre preponderante en nuestro país, y el único que la nación proteja y sostenga con decoro; pero no será así la tolerancia religiosa que se establecerá en México, si Norte-América llega á dominarnos; porque entonces una población protestante dos veces más numerosa que la nuestra y que progresará asombrosamente, se establecerá en nuestro país y agobiará con su poder y con su opresión á la población católica; ésta no será ya tolerante, sino apenas tolerada por el protestantismo dominador; no acogerá en su seno á las sectas cristianas protestantes, sino que las pedirá humillada su protección y tolerancia. El Exmo. Sr. Presidente desea, que el venerable clero se persuada de la verdad y exactitud de tan tristes predicciones.

El sacerdocio católico que predica la igualdad santa del Evangelio, y la filantrópica fraternidad que Jesucristo vino á establecer entre todos los hombres; el sacerdocio católico de México, que no ve ahora en los mexicanos distinciones de sangre y de color: que acoge y protege con igual benevolencia á todos los hijos de este país, sean blancos ó negros, ó pardos ó cobrizos, y que confundiendo así en su caridad á los hombres de todo origen, prepara la fusión de todas las razas humanas que se hace más notable cada día; el clero mexicano que en todas épocas ha visto con notoria predilección á los indígenas, y que los ha salvado también de calamidades y miserias, no podrá menos de contristarse al considerar que la pérfida política del gabinete de Norte-América, aun ahora que apenas comienza la invasión con que prepara una conquista, comienza ya á suscitar entre nosotros ese funesto recuerdo de nuestra antigua división de castas, de lo que tenemos pruebas numerosas en los escritos con que se ha procurado paliar en aquella república la injusticia de su agresión. ¡Desdichado el día en que tales ideas de distinción de razas llegue á generalizarse en nuestra patria! El Exmo. Sr. Presidente considera este mal como un nuevo y terrible elemento de discordia, como una de las más horribles calamidades con que el cielo pudiera castigarnos. S.E. desea que el venerable clero considere muy detenidamente cuán desdichada y miserable sería la suerte de algunos millones de mexicanos, que los americanos declararían gente de color, á quienes privarían de todo derecho político, y á quienes envilecerían con el más bárbaro desprecio como actualmente lo hacen en su patria, donde no hay libertad ni derechos políticos sino para la raza dominante.

Por lo que hace á los indios que aún no salen de la inferioridad intelectual á que los redujo la idolatría de sus antepasados y la opresión de sus dominadores. ¿Qué suerte tan desdichada no se espera a esos millones de hijos predilectos del catolicismo, cuando por la dominación de Norte-América sean tratados como lo fueron los indios que habitaban en las comarcas en que los anglo-sajones se han establecido? Despojados de los terrenos que ahora cultivan, triste resto de la riqueza de sus antepasados, desposeídos de sus chozas y campos miserables; arrojados de los fértiles valles á las estériles montañas, nuestros indígenas irán allí á vivir de nuevo como salvajes, recobrarán su rudeza y su barbarie primitiva; acosados de calamidades y miserias, olvidarán allí al Dios que derramó su sangre por el linaje humano, y haciéndose temibles por su ferocidad, serán al fin exterminados por sus dominadores, como lo han sido tantas tribus que en Norte-América dieron hospitalidad á los que después los cazarían en los montes como fieras. Así se perdería la obra evangélica de los Quiroga, las Casas y Sahagun, y de tantos varones apostólicos que con heroicos afanes recogieron á los indios, para salvarlos, al rebaño de Jesucristo. El venerable clero es demasiado ilustrado para conocer que nada hay de fantástico ni de exagerado en estas predicciones, que conturban el ánimo del Exmo. Sr. Presidente, cuantas veces S.E. medita atentamente sobre el porvenir de nuestra patria. En vano el gabinete de Washington protesta que no trata de consumar en México una conquista, sino solamente de obtener indemnizaciones, por pretendidas ofensas, de que se queja. ¿Qué fé ni qué verdad ha habido hasta ahora en la política de aquel gobierno para con México? ¿No ha violado nuestros tratados? ¿No se ha usurpado á Tejas? ¿No ha querido llevar los límites de esa comarca casi hasta el corazón de la República? y cuando indignada la nación, y sin atender más que á su justicia, ha puesto en marcha un ejército para contener aquellas demasías, ¿no nos ha declarado agresores, reclamándonos indemnizaciones enormes por una guerra, á la que hemos sido inicuamente provocados por mucho tiempo? ¿Cómo, pues, creeríamos ahora unas protestas que no tiene más garantía que una palabra violada tantas veces y á la faz de todas las naciones? El venerable clero no podrá menos de convencerse de que la conquista de México se consumará, luego que no haya en este país corazones esforzados que se hagan superiores á las calamidades de la guerra, y hombres valerosos que afronten sus peligros para salvar de la última ignominia al país regado por la sangre de Hidalgo y de Morelos, al país civilizado por los esfuerzos de tantos ilustres españoles, y rescatado de la dominación de España por el valor de un héroe infortunado.

Teme, sobre todo, el Exmo. Sr. Presidente, que á proporción que se vaya invadiendo el país por los norte-americanos, se vayan difundiendo en él ideas favorables á la esclavitud, y que muy pronto el litoral de la República sea cultivado por los infelices negros que nuestros invasores traerán al país para establecer en él ese inicuo comercio de hombres, sólo digno de antropófagos, y que es actualmente una de las más grandes calamidades de la tierra. El Exmo. Sr. Presidente teme tanto más esta nueva desdicha para el país, cuanto que el inhumano comercio de esclavos seria de pronto, por lo menos, una especulación muy lucrativa para los que lo estableciesen, y por desgracia es cierto que para la mayor parte de los norte-americanos, una empresa útil o una lucrativa especulación, es siempre justa, por más que ella ofenda los intereses de la humanidad, por más que contraríe el espíritu de caridad y de filantropía que inspira el cristianismo: El venerable clero conocerá cuán importante es, por lo que dejo expuesto, propagar y difundir por todas partes, en las actuales circunstancias, las doctrinas del cristianismo que condenan la esclavitud como la institución más bárbara y atroz, como la más opuesta a la sublime caridad, y a la benévola fraternidad que Jesucristo vino á establecer entre los hombres.

Si la Inglaterra, si la Francia ó la España nos invadiesen , como lo ha hecho ahora Norte-América, la independencia nacional peligraría, y peligrarían también las instituciones republicanas, bajo las que la nación se ha constituido; pero al fin los derechos de la humanidad y los intereses de la civilización serían respetados, y no temeríamos entre tantos males que la guerra hace necesarios, la discordia que se introduce en un país por la distinción de castas, y la horrible calamidad de la esclavitud, por cuyo exterminio trabajaban actualmente las naciones más poderosas é ilustradas. La invasión actual de nuestro país, tiene, pues, un carácter peculiar y muy funesto, sobre el que el Exmo. Sr. Presidente llama muy particularmente la atención del venerable clero. En su seno hay hombres de todas castas y colores, en su seno hay también una caridad que confunde en sus beneficios á todos los hombres, para hacer de ellos una sola familia, unida por el amor y la concordia; en el corazón del sacerdote hallarán, pues, más bien que en cualquiera otro, una acogida favorable  los sentimientos filantrópicos que animan al Exmo. Sr. Presidente, y que han inspirado las observaciones que á nombre de S.E. acabo de exponer ligeramente.

¡Cuántos motivos, Illmo. Sr., y cuán nobles y puros concurren en esta vez para que el venerable clero haga el mayor esfuerzo para cooperar con el gobierno al buen éxito de la guerra, y á su sostenimiento, hasta el punto en que sea posible conquistar con ella una paz sólida, tan útil como honrosa para México, porque la situación de México es tan crítica (y sobre ésto llamo la atención de Illma.), que el Exmo. Sr. Presidente ni puede hacer la paz, que jamás pedirá á los invasores, sino sosteniendo á la nación en estado de guerra, ni puede continuar la guerra tal como debe hacerse al invasor, sino con recursos muy cuantiosos que espera recibir del patriotismo y generosidad del clero, y de las otras clases que tengan igualmente posibilidad de auxiliarle en las presentes circunstancias! Del venerable clero espera S.E. auxilios pecuniarios, proporcionados á la cuantía de los bienes eclesiásticos, y confía igualmente en que cooperará con toda la influencia que le da su carácter, y la piedad y el amor del pueblo, para reanimar su valor y su entusiasmo en esta lucha, en la que no se necesita para triunfar sino la unión de todos los corazones, la confianza en las autoridades que rigen á los pueblos, la reunión de todos los esfuerzos y de todos los recursos á un solo fin, y la uniformidad y simultaneidad de acción, sin la que el peligro de la anarquía será inminente.

Por lo que hace á recursos pecuniarios, el Exmo Sr. Presidente sabe muy bien que el venerable clero ha protestado siempre contribuir, como es de su deber, para los gastos públicos, en la misma proporción con que lo hagan las demás clases del estado; pero á más de que hasta aquí, las prestaciones del clero no parecen proporcionadas á la cuantía de sus recursos, parece á S.E. que hay motivos, por los que el clero podría contribuir para los gastos de la guerra, proporcionalmente hablando, mucho más que deben contribuir las otras clases. El venerable clero, cuando dispone de una parte de sus bienes en beneficio público, cumple con un deber sagrado, porque, según el espíritu del Evangelio, la mejor inversión que pueden tener los bienes eclesiásticos, consiste en socorrer las miserias y aliviar las calamidades de los hombres. El venerable clero sabe muy bien á cuántos miserables tiene que socorrer un gobierno, en estado de guerra, y cuántos fondos tiene que consumir para aliviar las calamidades que la misma guerra hace necesarias. El venerable clero llenaría, pues, un deber de caridad en las presentes circunstancias, si consagrase una considerable parte de sus riquezas al socorro de las viudas y huérfanos, cuya subsistencia depende de un erario exhausto ahora de recursos, por los gastos de la guerra. De la misma manera podría socorrer con aquellos fondos á los encarcelados, á quienes el gobierno apenas puede ahora dar un mísero sustento, y á millares de familias expuestas á la mendicidad, unas por emigración, y otras porque sus deudos están peleando por la patria, y defendiendo la más justa causa á costa de su sangre.

Cuando el venerable clero se desprende generosamente de una parte de sus riquezas contribuyendo con ellas para los gastos públicos, está seguro de ser indemnizado; porque la piedad de los fieles es un manantial verdaderamente inagotable, y porque día por día la religiosidad del pueblo mexicano enriquece al clero con legados y donaciones piadosas que no cesarán jamás, sino cuando toda idea religiosa hubiese desaparecido en nuestro país, lo que sin duda es imposible que suceda. Esta circunstancia no concurre, con respeto á las demás clases del estado, cuyos fondos no tienen un recurso infalible para reparar sus desfalcos como los fondos eclesiásticos.

A más de esto, el venerable clero adquiere, y ha adquirido siempre sus riquezas por donaciones, y no por un título oneroso, como son todos aquellos, por cuyo medio los particulares alcanzan su fortuna. Esta sola diferencia basta para conocer cuánto más gravosa debe ser una contribución para los particulares á quienes se exige lo que han adquirido con su trabajo, con su industria ó economía, que para el clero al que se pide una parte de aquellos bienes con los que la misma sociedad lo ha enriquecido.

En consideración á todo lo expuesto y á las angustiadas circunstancias en que se halla la nación, el venerable clero no extrañará que el Exmo. Sr. presidente excite de nuevo su patriotismo y generosidad para que coopere al sostenimiento de una guerra que no puede, ni debe terminar sino cuando la paz no sea ya para México una nueva causa de ruina y de ignominia.

Por lo que hace al influjo moral del venerable clero, el Exmo. Sr. presidente espera que lo empleará con la mayor eficacia en excitar y sostener el espíritu público, enardecer el patriotismo y calmar por otra parte las pasiones innobles que puedan excitar la desunión y la discordia. También espera, S.E. que el venerable clero, sean cuales fueren las circunstancia en que llegue á verse la República; sean cuales fueren los triunfos que las casualidades de la guerra proporcionen al invasor, no dará jamás el funesto ejemplo de tributar al vencedor homenajes que degraden el sagrado carácter con que la religión y la sociedad han elevado al sacerdocio. S.E. me previene haga al venerable clero esta insinuación, porque si bien de tan ilustrada clase no teme aquella humillación, desea que el pueblo conozca en esta vez cuánto desea el gobierno que el sacerdocio mexicano sea siempre digno del amor, del respeto de la República.

Si el venerable clero, como es de creer, está conforme con las ideas y sentimientos patrióticos que el Exmo. Sr. Presidente ha creído conveniente consignar en esta comunicación, S.E. se complacerá demasiado en saber que el mismo clero propaga esos sentimientos con el lenguaje de la religión, y que difunde en el pueblo aquellas ideas esclareciéndolas con las luces y talentos de sus más elocuentes oradores.

El Exmo. Sr. Presidente desea que V.S.L traslade esta comunicación á todos los prelados de sus diócesis, á los señores curas párrocos, y en general á todas las autoridades y corporaciones eclesiásticas.

Sírvase V.S.I. aceptar las protestas de mi distinguida consideración.

Dios y libertad. México, mayo 19 de 1847.

Rosa