Home Page Image
 

Edición-2020.png

Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

Este Sitio es un proyecto personal y no recibe ni ha recibido financiamiento público o privado.

 

 
 
 
 


1846 Salvador Bermúdez, ministro de España en México, informa de las intrigas de santannistas, federalistas y partidarios secretos de la incorporación de México a EU.

México, 29 de marzo de 1846.

 

Del E.E.M.P., Salvador Bermúdez de Castro al P.S.D.E.
México, 29 de marzo de 1846. [109]

 

Excelentísimo señor.

Muy señor mío: En mi largo despacho del mes pasado, Núm. 202, tuve la honra de dar cuenta detallada a V.E. del estado de los negocios en este país y de mis trabajos en el proyecto de monarquía, constante objeto de mis esfuerzos.

La incapacidad e irresolución de estos hombres aumentan las dificultades que encuentran naturalmente planes de tanta importancia y magnitud, al paso que el estado de abatimiento en que la nación se halla y los obstáculos extraordinarios que nacen de sus relaciones con los Estados Unidos, complican en gran manera la cuestión. La situación es esta.

Cada vez más animada ha continuado la polémica entre El Tiempo y los periódicos republicanos. El terror inspirado por el efecto de las ideas monárquicas difundiéndose por primera vez, en el país, ha estrechado los vínculos de la coalición de que hablé a V.E. en mi último despacho. Santannistas, federalistas de todos colores, partidarios secretos de la incorporación de México a los Estados Unidos, como estado independiente de la Confederación Americana, todos se han coaligado para combatir la idea de una monarquía con un príncipe extranjero. Creyendo hallar en el gobierno no sólo protección sino complicidad con semejantes planes, pensando que en los consejos del gabinete tienen los directores de El Tiempo una influencia decisiva, y que tanto el presidente como los ministros marchan hacia el mismo objeto; la prensa republicana de todos los matices ha atacado con la mayor violencia a la administración actual, acusándola de borbonista y enemiga de la patria que desea entregar a un príncipe extranjero. Su audacia ha llegado al punto de asegurar que la nación no manifiesta entusiasmo ni resolución alguna en la lucha que con los Estados Unidos se prepara, recelosa de que si rechaza su agresión por una parte, se la entregue por otra a la Europa que, con el nombre de un príncipe, será dueña de su reino nominal, perdiéndose entonces su libertad y su independencia. Temiendo el fallo del futuro congreso, afirmaban sus periódicos que no tiene facultades para establecer la monarquía con arreglo a los diez artículos del Acta de Insurrección en la capital. El Tiempo, entonces, examinando todos los precedentes de esta larga y empeñada contienda, les probó que, conforme al Acta del ejército en San Luis [Potosí], a los manifiestos del general Paredes antes y después de ser elegido presidente, y a todas las reglas que debían tenerse presentes en este asunto, el Congreso tenía ilimitadas facultades para constituir a la nación “sin término, límite ni valladar a sus decisiones soberanas”. De este artículo que, por decirlo así, acabó la cuestión sobre este punto, tengo la honra de enviar a V.E. un ejemplar señalado con el Núm. 1.

Pero la cuestión de Texas se presentaba entretanto más amenazadora cada día. El ministro de los Estados Unidos, con arreglo a sus nuevas instrucciones, envió su ultimátum desde Jalapa exigiendo ser reconocido y admitido con las credenciales ordinarias rechazadas por la administración anterior. El gobierno, de acuerdo con el Consejo, insistió en su negativa. Mr. Slidell pidió entonces sus pasaportes y fue necesario remitírselos. Las escuadras angloamericanas de que di cuenta a V.E. en mi correspondencia del mes pasado, aguardaban en sus mismas posiciones. La una cruzaba en el Pacífico: la otra se hallaba fondeada a la vista de Veracruz. Las hostilidades se consideraban como inminentes. La conducta de la prensa republicana en estas circunstancias fue tal, que parecía más calculada para favorecer a los Estados Unidos que para salvar a la nación. Todas las providencias más secretas de defensa adoptadas por el gobierno se veían al poco tiempo estampadas en sus columnas. El escándalo llegó a punto de que el Diario Oficial acusó formalmente a una parte de los periódicos republicanos como manifiestamente traidora a la causa del país.

Ellos seguían entretanto en sus ataques. No contentos con las diatribas más violentas y las más infundadas calumnias contra el presidente y los miembros de su ministerio, empezaron a llamar públicamente a Santa Anna como el único hombre de prestigio suficiente para salvar al país de las tentativas monárquicas. Con esto estaban seguros de dividir el ejército, donde Santa Anna cuenta con un partido considerable, tanto a causa de ser hechuras suyas casi todos los generales y jefes, como por la prodigalidad de grados y de honores con que ha sabido halagar las ambiciones militares en los frecuentes y largos periodos de su administración. Por otra parte, cada día se esforzaba en persuadir al ejército que su existencia es incompatible con la de la monarquía, pues un príncipe europeo se verá precisado a traer para su seguridad tropas extranjeras, no pudiendo fiarse de soldados y jefes educados con instituciones republicanas y que han hecho tan continuas revoluciones. Así han tratado de alarmarle por su seguridad y por sus intereses.

Pero la prensa republicana, no creyendo poder ganar al alto clero le ha atacado con violencia y con injusticia, asegurando, no sólo que favorecía el movimiento monárquico, sino acusando al arzobispo de México de ser el instigador y uno de los directores de los planes que se tramaban. Con motivo de un sermón que predicó en una fiesta solemne en la iglesia catedral, afirmaron algunos periódicos que había atribuido todos los males de la nación al error de las instituciones y a la falta de una monarquía. Estos amagos al clero tienen por único objeto aterrarlo y paralizar su influencia.

El Tiempo, entretanto, combatía diariamente con inteligencia y con valor en provecho de sus ideas. Halagando a todas las clases, trataba de probarles que todos los grandes intereses del país ganarían considerablemente con el establecimiento de un régimen estable y seguro en la nación. Dirigiéndose particularmente al clero y al ejército, procuraba infundirles la idea de que su existencia, como clases influyentes, se había hecho ya incompatible con la permanencia de las formas republicanas.

Un nuevo periódico vino a ayudar a El Tiempo, El Mosquito Mexicano, diario famoso en otra época por la audacia con que combatió el federalismo, y que resucita ahora para sostener el estandarte de la monarquía. Algunos periódicos en los Departamentos, apoyaron las mismas ideas, pero las Asambleas Departamentales, compuestas de hombres o tímidos o pertenecientes al partido federal, persiguieron a sus editores y sólo dos o tres subsisten aún. Los periódicos republicanos, creyendo que era el caso de combatir por la existencia misma, estrecharon su unión, y El Monitor [Republicano] puso como cabeza constante y diaria de sus columnas la interpelación que tengo la honra de acompañar a V.E. señalada con el Núm. 2. Los demás periódicos imitaron este ejemplo.

Pero para los excesos de los partidos, con pretexto de la cuestión de monarquía, eran débil arma los periódicos. Organizose un sistema de anónimos en que el escándalo rivalizaba con la calumnia. La vida pública y privada del arzobispo, del presidente, de los ministros y de muchos personajes notables, fue objeto de los más infames ataques: pidiose claramente la cesión a los Estados Unidos de Nuevo México y Californias. El gobierno, entonces, resistiéndose a manifestar de modo alguno opiniones republicanas como le aconsejaban muchos de sus amigos, para calmar la efervescencia que empezaba a cundir por todas partes, publicó una circular prohibiendo toda discusión sobre formas de gobierno republicanas o monárquicas, mientras estuviese inminentemente amenazado el país de una guerra exterior [Anexo 3]. Al mismo tiempo, habiendo sorprendido a dos abogados autores de anónimos, los consignó al castillo de San Juan de Ulúa, peligroso por el vómito en la estación que se adelanta.

Era casi inútil reprimir la prensa ya. El mal estaba hecho y la prohibición acerca de la discusión de formas de gobierno, perjudicando en realidad a los periódicos monárquicos, que necesitaban el debate para disipar añejas prevenciones y ganar prosélitos, había de pintarse como una persecución hacia los periódicos republicanos. Así en efecto sucedió. Reuniéronse seis redactores, e imitando la conducta de los diarios de París en 1830, acordaron una protesta que figura hace quince días al frente de sus columnas [Anexo 4]. Pero esta manifestación no ha tenido el eco ni la importancia que esperaban sus autores. [110]

La prensa no se ha corregido notablemente por eso. No discute sobre instituciones pero sigue atacando y calumniando al gobierno con la mayor audacia. Y no deja de calcular con exactitud. El poder público es hace muchos años en este país una fuerza nominal; los que lo ejercen no saben usar de él. Las facciones mandan; y si los gobiernos cometen de cuando en cuando alguna arbitrariedad porque las leyes están hechas contra ellos, se asustan al instante de su obra y vuelven a caer en su habitual apatía. Este pueblo es dócil e indolente por fortuna; pero, en cuanto a gobernar, ni aun los déspotas militares más enérgicos comprenden el mando aquí.

No es el mal grave el estado de la prensa, sino las disposiciones de las tropas. Acostumbradas a hacer todos los días fáciles revoluciones, desmoralizadas por trastornos incesantes, con una oficialidad sin educación ni carrera, tratan sólo de especular en las alteraciones del país, y derriban sus ídolos con la misma facilidad que los ensalzaron. El general Paredes, recto e inflexible en esta materia, no ha querido dar después de la revolución un solo grado militar, y la coalición republicana ha explotado este disgusto, recordando a los jefes y oficiales la generosidad de recompensas del general Santa Anna. El sistema de corrupción se sigue con mucha constancia y habilidad en el ejército: se reparte el dinero en abundancia, se le asusta con el temor de la nulidad a que podría quedar reducido con el establecimiento de la monarquía, y según públicamente se asegura, los agentes de los Estados Unidos, con letra abierta por muchos millones en esta capital y en las ciudades más considerables de los Departamentos, derraman el dinero a profusión para excitar una nueva revolución en el ejército.

Sus manejos son casi públicos. Personas de mucha consideración, ex ministros y senadores son designados como apoderados suyos y partidarios declarados de la unión de México a la Confederación del Norte. Viajan, mantienen periódicos y aun hace pocos días, trataron de organizar en San Luis [Potosí] una sedición militar. Allí se encontraba la división del general Ampudia, fuerte de unos seis mil hombres, que marcha a la campaña de Texas. Al salir de la ciudad para continuar su camino, dos regimientos prepararon las armas y se negaron a marchar. Ampudia pudo al fin contenerlos, pero volvieron a insurreccionarse en el Peñasco. Contando por fortuna con una numerosa caballería en terreno favorable para sus maniobras, logró sofocar la insurrección y arrancar a los jefes de las filas. La división siguió su marcha. Esta tentativa abortada costó, según se asegura, gruesas cantidades a los Estados Unidos; pero, con un pretexto o con otro, no es dudoso que se renovará.

En medio de todas las dificultades de la situación, los mayores embarazos se hallan en la Hacienda. Casi todas las rentas generales están empeñadas a los acreedores nacionales o extranjeros: todas las rentas locales, se hallan por una ley de la administración anterior afectas a los Departamentos y administradas independientemente por sus Asambleas. He hablado a V.E. detalladamente de este asunto en mi despacho anterior. El remedio sería, a pesar de todo, comparativamente fácil con alguna inteligencia, resolución y energía, pero no se concibe aquí ni se comprende otro medio de crear recursos que el de ruinosas anticipaciones. Así, en las inmensas dificultades interiores y exteriores del país, el gobierno no sabe contar con el presupuesto de una semana. Treinta millones de reales importan todos sus gastos mensualmente: las tres cuartas partes son un déficit constante que se llena mal o no se llena.

Para mayor apuro, los Estados Unidos fomentan en los Departamentos del norte movimientos de insurrección. El general Urrea pretende proclamar la independencia de Durango, Chihuahua, Nuevo México, Sonora y Sinaloa.

El gobierno de la Unión se apresuraría a reconocerla para negociar después su agregación. El general Álvarez empuja cada vez más sus legiones indisciplinadas de indios en el Sur: es un mulato que se ha convertido en una especie de reyezuelo de aquellas salvajes y mortíferas regiones. La disolución empieza a asomar por todas partes en esta desorganizada República, y el remedio, posible hoy, sería tal vez dentro de poco, impracticable.

Temeroso de las intrigas del general Almonte que ha dejado tomar su nombre para toda clase de proyectos, el gobierno le ha nombrado ministro extraordinario en París, del modo y por los motivos que tengo la honra de comunicar a V.E. en mi despacho Núm. 217. Esta es una señal de debilidad y se ha dado a Almonte una importancia que no merece.

El ministerio está muy lejos de marchar con la homogeneidad necesaria. Los ministros de Relaciones Exteriores y Gobernación [Joaquín María del Castillo y Lanzas], de Justicia [Luciano Becerra] y de Hacienda [Luis Parres], querían más vigor y energía en la administración del país. Atacados fuertemente por la prensa, como representantes del partido monárquico en el gabinete, deseaban gobernar con decisión y sin miramientos. Pero el ministro de la Guerra [José María Tornel], aun cuando insultado también por los periódicos, es hombre que se jacta de no tener partido alguno y sirviendo al gobierno, conserva relaciones con la oposición. Monárquico con los monarquistas, republicano ardiente con los republicanos, creyendo con razón o sin ella que no puede confiarse en la fidelidad del ejército, ha aconsejado siempre al general Paredes que, para calmar la efervescencia de las pasiones, diese un manifiesto al país en sentido republicano. Paredes se ha resistido constantemente a ello: pero temiendo una revolución todos los días, y una insurrección militar en los momentos de empezar tal vez una guerra extranjera, rodeado de apuros y creyendo necesario manifestar al menos imparcialidad entre los partidos que dividen la nación, firmó el manifiesto que figura al frente del cuaderno que contiene las últimas comunicaciones con el ministro de los Estados Unidos. La redacción es del general Tornel. Ha tenido el arte de hacer una cosa que ha disgustado a todos. El partido monárquico lo ha considerado como una debilidad; el partido republicano que creyó poder esperar algo explícito, la ha mirado como una burla y ha atacado este documento con el mayor calor. Consagra otra vez el principio de que “la nación tiene completa, entera, ilimitada libertad para constituirse”, y al mismo tiempo quiere sacar algún partido de la promesa que hizo el general Paredes al tomar posesión de la presidencia, de mantener hasta la reunión del Congreso, [111] las formas republicanas y la Constitución actual.

El ministro de Hacienda, don Luis Parres, amigo íntimo y antiguo del general Paredes, y que con razón o sin ella, pasaba en la opinión de los periódicos republicanos como el representante más directo y firme de las ideas monárquicas en el gabinete, descontento con la lenta política del gobierno y mirando como una debilidad cualquier cosa que pudiera interpretarse en sentido de transacción, hizo dimisión de su destino antes que tolerar lo que en su entender no podía satisfacer a partido alguno y demostraría irresolución en el gobierno. Aunque de escasa habilidad para buscar recursos en la desbaratada Hacienda de este país, su probidad indisputable y su incontrastable energía eran preciosas cualidades para gobernar en tiempos de revolución.

La coalición santannista-federal no sólo trabaja públicamente para la caída del gobierno y se ocupa en la seducción de las tropas, sino que varios de sus agentes se han dedicado estos últimos días a recoger firmas entre los jefes y los oficiales contra los proyectos de monarquía con un príncipe extranjero que al gobierno se atribuyen. El gobierno, antes de que siga el mal adelante, ha desterrado a algunos generales y oficiales, procediendo contra La Reforma y El Contratiempo, periódicos de la coalición, y según se asegura, irán confinados al castillo de San Juan de Ulúa sus redactores.

Se han comentado mucho dos artículos que por coincidencia pensada o casual, han publicado el Times y el Journal des Débats, acerca de la conveniencia de una monarquía en México. Algunos periódicos, juzgándolos la expresión de los deseos de sus gobiernos respectivos, han clamado, como de costumbre, contra las intrigas y maquinaciones de la Europa. No contribuyen poco los diarios de los Estados Unidos, con sus ridículos cuentos y patrañas, a hacer creer que existen combinaciones muy profundas entre las principales potencias europeas, para establecer en México una monarquía dependiente de ellas y por ellas sostenida.

En resumen, el gobierno tiene dificultades inmensas con que luchar en el interior y en el exterior; desenfreno de la prensa, coalición de todos los partidos republicanos, maquinaciones de los santannistas, desmoralización del ejército, apuros incomparables en la Hacienda, apatía y cansancio de los hombres de opiniones conservadoras, intrigas y amenazas de los Estados Unidos, tentativas de independencia de los Departamentos del norte, guerra de castas en el Sur; pero estos obstáculos pudieran vencerse, si contara con la calma, perseverancia y resolución necesarias. Faltan hombres de gobierno en este país: la timidez, la apatía, la irresolución son las cualidades distintivas de los hombres públicos. El general Paredes, firme y sereno en un campo de batalla, está en una atmósfera que no conoce; y arrastrado alternativamente por consejos contradictorios, pasa de la irresolución a la violencia, sin la perseverancia y la energía tan necesarias a los hombres de gobierno en épocas de revolución.

Tal es la situación de los negocios en este agitado país. Es imposible comprender las inmensas dificultades con que es necesario luchar. La incapacidad, la obstinación, el amor propio de Paredes están perdiendo una situación que se presentaba al principio fácil y ventajosa. He ensayado todos los medios para dominarlo, la lisonja, la dulcura [sic], la energía, la amenaza, pero no es más que un soldado alternativamente temerario y tímido, me hace promesas que olvida luego o no se atreve a cumplir. Su orgullo y sus maneras francas pero un tanto groseras han alejado de él a muchas personas notables dispuestas a apoyarlo. La pandilla de Tornel le ofrece el poder supremo con una constitución que dé mucha fuerza al gobierno, y le excita para que trabaje para sí y no para otro, recordándole la ingratitud de los reyes. Pero, hasta ahora, según me ha asegurado repetidas veces, está firme en su propósito, a pesar de las inmensas dificultades que halla. Dice que le están minando el ejército con la bandera de [la] federación y Santa Anna, que los Estados Unidos derraman mucho oro para corromperlo, que se explota, como pretexto de desorden, la cuestión de monarquía y que oponiéndose muchos jefes, no estando aún decidida la opinión, es preciso caminar despacio, pues corre gran riesgo de quedarse sin un soldado, si no se preparan bien las opiniones y se combina juiciosamente el plan. Referir a V.E. las conferencias que hemos tenido, sería tarea larga y enojosa: se convence por mis razones, mientras que le hablo, pero le asustan después sus tímidos o falsos amigos, y la apatía, la imprevisión y la rutina recobran su acostumbrado imperio. Me ha repetido siempre, sin embargo, que, a pesar de todos los obstáculos, caminará como pueda a su propósito. Tiene algunas cualidades sin duda, pero con excesivo amor propio y una cabeza completamente vacía para las atenciones complicadas del gobierno.

Sabía que muchos amigos suyos o republicanos o medrosos, le aconsejaban hacer algo que calmase la alarma producida por los temores de monarquía. Solo he luchado a pesar de ya [estar secunda]do por el ministro de Relaciones Exteriores, y singularmente por el de Hacienda. Éste me dio su palabra de que al menor pensamiento de debilidad o de transacción, saldría del gabinete. Así lo hizo al presentarse el manifiesto equívoco de que hablo a V.E. en otro lugar. Declaró terminantemente en el Consejo de ministros, que tenía opiniones monárquicas y deseaba marchar sin rodeos: todas las súplicas del presidente no le hicieron retirar su dimisión, aun cuando se encuentra sin destino, pobre y con una numerosa familia. Al día siguiente vino a decirme que había cumplido su promesa. En la cuestión de Texas he empujado a la guerra por dos razones. 1ª porque no había otro desenlace decoroso en vista de las insolentes pretensiones de los Estados Unidos. 2ª porque si con cualquier pretexto hubiese venido a México el plenipotenciario americano, nos hubiera hecho graves perjuicios [a los implicados en la intriga monárquica] y dado nueva fuerza a la coalición republicana en nombre de lo que se llama la política liberal de América.

Los agentes de los Estados Unidos trabajan mucho. La revolución abortada de San Luis [Potosí], les costó ciento cincuenta mil pesos. Han recogido todo el oro de México, Zacatecas y Guanajuato. Uno de ellos compró en veinte días veinticinco mil onzas de oro que tienen un premio considerable. Los más conocidos son tres Valle, Vos y el ministro de Hacienda que fue de Santa Anna don Ignacio Trigueros. Los ministros mismos me han referido estas noticias que me han llegado también por otros varios conductos. Esto prueba la importancia que dan los Estados Unidos a la cuestión de monarquía, mirándola como la barrera más segura contra sus usurpaciones.

Sigue El Tiempo; resucité El Mosquito [Mexicano] y tengo en planta otros dos periódicos, que la falta de imprentas a propósito, el miedo de los impresores y la enfermedad de dos redactores han impedido que salgan a luz todavía.

Entre tantos trabajos, mi posición está ostensiblemente fuera de toda intervención en las cuestiones políticas. Se sospecha, como es natural, pero las sospechas son vagas. Estoy siempre en la mejor armonía con los caudillos federalistas y no me faltan relaciones secretas en los periódicos de la oposición. Lo que acaba de suceder es un ejemplo de ello. El Locomotor, periódico de Veracruz, publicó un extracto de una carta de La Habana en que aseguraba había librado yo contra aquellas cajas ciento veinte mil pesos y que se decía iba a librar hasta un millón. Esta noticia era digna de explotarse en la ardiente polémica de los periódicos republicanos. Ni aun la copiaron siquiera, excepto uno que la traslado sin comentarios. Por lo que pudiese suceder, la hice desmentir en La Hesperia y en El Espectador. [112]

Esta noticia, es, como otras muchas, de La Habana. En mi despacho del mes pasado llamé la atención de V.E. sobre las indiscreciones de aquel puerto y los compromisos en que me ponían. Ahora han venido esas cartas y no una sola, de comerciantes respetables, asegurando que yo había librado cien mil pesos y que habían visto las letras en la Intendencia, [113] donde les dijeron que tenía yo autorización para librar hasta un millón. He leído dos cartas que me han presentado. Al capitán general escribo reservadamente sobre esto citándole los nombres. De modo que en vano tomé tantas precauciones para librar los cien mil pesos sin hablar ni aun en el oficio al capitán general de la suma restante, que llegado el caso, preceden [sic] al gobierno de S.M. a mi disposición, no sólo se sabe en La Habana, sino que se dice lo que ningún particular podía saber, que estaba autorizado para librar por mayor cantidad. Aquí nada se sospechaba siquiera hasta este mes que llegaron esas cartas de La Habana. Por fortuna pude explicarlo como una suposición exagerada y ridícula que tenía por fundamento la circunstancia de haber librado a fin de año los haberes de esta legación. Si refiero este caso a V.E. es sólo para que comprenda las dificultades y compromisos en que me ponen ajenas indiscreciones y para que nunca pueda pensarse que ha habido de mi parte falta de combinación o sobra de ligereza. Por el contrario, mis medidas están tomadas de manera, que en ningún caso puede resultar para mí el menor compromiso. Ruego a V.E. que nada se diga al intendente de La Habana, a quien se supone más inclinado a hablar de lo que sería conveniente: las indiscreciones que se le atribuyen difícilmente pudieran averiguarse; y deseo evitar resentimiento que, entre funcionarios colocados a tal distancia del gobierno, suelen redundar en daño del servicio de S.M.

He recibido por este paquete una carta confidencial del ministro de S.M. en Londres, participándome, que en una conversación con lord Aberdeen, le sugirió éste la idea de establecer el principio monárquico en México sentando en el trono a s.a. el infante don Enrique. [114] Como, según me refiere, ha dado cuenta a V.E. de esta proposición, sólo me resta rogar a V.E. que se activen las negociaciones con la Inglaterra y la Francia: el acuerdo de las tres potencias daría una preponderancia decidida al partido monárquico. Esperaba por este paquete alguna noticia de las negociaciones que me anunció V.E.: este es un asunto muy interesante para lo presente y para el porvenir.

El ministro de S.M.B., entretanto, sin instrucciones ningunas sobre esta materia (tal ha dicho al menos al general Paredes que deseaba saber su opinión), aplaude mucho el establecimiento de una monarquía, pero tiene la rara pretensión de hacer una segunda Grecia de este país, poniendo en el trono un príncipe alemán. Este pensamiento es ridículo por sí, ni él tiene influencia de ningún género para realizarlo; pero es positivo que, aun cuando con cierta reserva, se ha manifestado contrario en sus conversaciones, a la dinastía de España y despechado por la influencia omnipotente que me supone, procura hacerme el poco daño que está a su alcance en estos momentos. Espero que las instrucciones de su gobierno le harán ver las cosas de distinto modo.

Este largo despacho dará una idea a V.E. de las graves dificultades con que tengo que luchar; ninguna me asustaría, sin embargo, si pudiese contar con alguna más docilidad, discreción e inteligencia en el general Paredes. Pero me desespera su incapacidad.

Enterado de las nuevas instrucciones contenidas en el oficio de V.E. de 2 de enero último, señalado con el Núm. 70, procuraré, si el caso llega, arreglar a ellas mi conducta. Doy gracias a V.E. por la nueva autorización que se ha servido confiarme para no limitarme a la suma de los dos millones de reales, si fuesen necesarios más para los gastos preparatorios convenientes, pero pienso que no haré uso de ella por ahora. Las clases de dificultades que se presentan en el día, los gastos e intrigas de los Estados Unidos, no se contrarrestan con algunos miles de pesos más; y en la incertidumbre del resultado, confieso que soy económico y mezquino al disponer de los fondos de la nación.

Lo que he recibido espero me bastará siguiendo las cosas en el mismo estado, hasta la reunión de la asamblea.

Tengo la honra de reiterar a V.E. con este motivo, las seguridades de mi respeto y consideración, rogando a Dios guarde su vida muchos años.

México, 29 de marzo de 1846. Excelentísimo señor.
B.L.M. de V.E.
Su más atento, seguro servidor. Salvador Bermúdez de Castro [rúbrica]
1296

 

 

Anexo 1.

Editorial periodístico. Los redactores de El Tiempo, ante la ardiente polémica entre la prensa republicana y la monárquica, afirman que el Congreso se encuentra facultado para decidir la forma de gobierno que más considere conveniente, El Tiempo, T. I, Núm. 39, México, miércoles 4 de marzo de 1846, [p. 1]

PARTE POLÍTICA.
LA REPÚBLICA Y LA MONARQUÍA.
A LA REFORMA.
ARTÍCULO CUARTO.
FACULTADES DEL CONGRESO CONSTITUYENTE.

En nuestros tres artículos anteriores hemos rebatido las principales objeciones que han opuesto nuestros adversarios contra la posibilidad y conveniencia del establecimiento de una monarquía constitucional en México. Nos falta hacernos cargo del argumento que repiten a cada paso, como si no estuvieran muy seguros de su exactitud, para demostrar que no residen en el Congreso Extraordinario próximo a reunirse, facultades suficientes para alterar las instituciones republicanas.

Con el fin de probarlo, aseguran que las bases de la revolución convertida en gobierno, son las adiciones hechas al Plan de San Luis [Potosí] en la junta de generales celebrada el día 2 de enero en esta capital, estando la 6ª de ellas concebida en estos términos:

El presidente interino expedirá a los ocho días después que haya tomado posesión de su destino la convocatoria para el Congreso Extraordinario que se reunirá a los cuatro meses en la capital de la República, y al expedir su Constitución, no variará ni alterará los principios y garantías que ella tiene adoptados para su régimen interior.

Para explicar el sentido de esta proposición y decidir la cuestión pendiente, es necesario saber ¿qué es esta acta? ¿en virtud de qué facultades se reunieron los que la formaron? ¿hasta dónde alcanzaban sus poderes? ¿qué significan los principios y garantías que se mencionan? En caso de disidencia entre el Acta y el Plan de San Luis [Potosí], entre el acta y los manifiestos del presidente interino, ¿qué debe pesar más en la balanza de la justicia y de la razón? Y en esta discordancia, ¿quién tiene facultades para resolver, algunos periódicos o el Congreso mismo?

Ninguna de estas preguntas alcanza difícil respuesta. Los generales reunidos en México no tenían misión popular, no podían representar al pueblo: el título de su legitimidad estaba sólo en el triunfo de la revolución. El pueblo pudo oponerse al Plan de San Luis [Potosí], y en vez de manifestar repugnancia, se adhirió a él de tal manera, que en ninguno de nuestros movimientos políticos se ha visto más rápida y decisiva victoria. El acta de los generales era una adición, según en ella misma se expresa, no una modificación, no una destrucción de su programa. Así es que debemos remontar al pronunciamiento de San Luis [Potosí], como principio y base de la situación presente.

Ahora bien, ¿qué dice el Acta General del Ejército de Reserva, firmada por todos los generales y la oficialidad de los cuerpos en 14 de diciembre último? La tercera de sus proposiciones es la siguiente:

Inmediatamente que el ejército ocupe la capital de la República, se convocará un Congreso Extraordinario con amplios poderes para constituir a la nación, sin restricción ninguna en estas augustas funciones.

Y el manifiesto del general Paredes, del caudillo de aquel movimiento salvador, ¿qué prometió a la nación al marchar sobre la capital?

Se trata de llamar a la nación para que sin temor a las minorías turbulentas, se constituya según sea su voluntad.

Y más abajo

Inmediatamente que entre en México el ejército, se convocará una asamblea nacional, revestida de toda clase de poderes, sin término ni valladar a sus decisiones soberanas.

¿Puede darse algo más claro, más explícito, más significativo? El general Paredes hacía una revolución, porque la creía necesaria para detener el movimiento de disolución y de ruina que amenazaba a la patria; pero no trataba de usurpar las facultades de la nación, no intentaba poner leyes, porque la nación es superior a todos los ciudadanos. ¿Y quién tiene facultades para decirla; todos los derechos son tuyos, tú tienes todos los poderes, puedes constituirte a tu albedrío, pero ten cuenta porque no te permito elegir más que entre los extremos dignos de mi consideración y de mi gusto? ¿Quién es en la nación, más que la nación misma?

La junta de generales, pues, no siendo el Congreso Extraordinario, no teniendo otra legitimidad que la del Plan de San Luis [Potosí], no podía ni usurpar las facultades de la nación, ni contrariar el programa a que debía su existencia. Por eso no lo hizo y comprendió su deber y su misión. En todas sus adiciones se refiere al plan salvador del ejército, y sólo dice que en la Constitución nueva no se tocarán los principios y garantías que la República tiene establecidas para su régimen interior ¿Ahora bien, las instituciones republicanas son un principio, las instituciones republicanas son una garantía? Ninguna constitución política del mundo es un principio, todas son formas de gobierno. Descansan sobre principios, pero no los constituyen. De este modo los principios que rijan a una nación, pueden ser inmutables y variar sin embargo frecuentemente sus instituciones políticas que son su desarrollo y aplicación. Así, por ejemplo, Venecia y Rusia reposaban sobre la misma base: la superioridad política y social, el predominio exclusivo de la clase noble sobre las restantes. Venecia era, sin embargo, una república: Rusia una monarquía: en ambas se ahogaba la libertad y se desconocía la igualdad ante la ley. Sobre este principio democrático de igualdad ante la ley, reposan la Francia y la Suiza: la primera, está regida por formas monárquicas: la segunda, por formas republicanas. Se ve, pues, que los principios nada tienen que ver con las formas de gobierno. La tiranía más opresora es compatible con la constitución de una república: la libertad más limitada es compatible con la constitución de una monarquía.

La junta de generales, por tanto, al hablar de principios y de garantías, no pudo comprender las instituciones republicanas que no son ni principio ni garantía, sino una forma de gobierno como cualquiera otra. Pero aun suponiendo por un instante que padeciera tan notable equivocación y hubiese intentado usurpar las facultades de la nación misma dictándole leyes y condiciones, ¿sería una junta de generales más que todo el Ejército de Reserva, que la guarnición de la capital, que los Departamentos que se adhirieron al Plan de San Luis [Potosí]? No: ni los dignos generales que se reunieron, ni otra persona alguna han intentado encadenar la voluntad de la nación, porque todos han acatado como debían, la libertad y la soberanía de su fallo.

Y si cupiere duda en la explicación que debía darse al acta mencionada, el caudillo del movimiento triunfante, el magistrado supremo de la nación se ha encargado de disipar toda clase de incertidumbre. El manifiesto del presidente interino, contra el cual ni La Reforma, ni general alguno de los que asistieron a la junta ha reclamado, contiene estas explícitas y terminantes palabras:

Yo repito solemnemente lo que anuncié públicamente en San Luis [Potosí], y lo repito, para que se entienda bien en la República y se disipe todo género de duda sobre mis intenciones. La asamblea que va a formarse, no tendrá, como otras muchas, un simulacro de libertad: por el contrario, revestida de toda clase de poderes sin término, límite, ni valladar alguno a sus decisiones soberanas, sin que pueda existir autoridad superior a la suya, constituirá libre y definitivamente a la nación. Nuestras futuras instituciones mantendrán sin duda, los dos grandes principios en que reposa la sociedad mexicana, la independencia y la libertad. Estas son nuestras verdaderas conquistas en el presente siglo y la nación no renunciará a ellas ¿Ni cómo temer que aboliese las garantías que consagran la libertad del pensamiento, la seguridad y la propiedad del ciudadano? Estos principios, estas garantías han echado indestructibles y profundas raíces en nuestro suelo.

Se ve, pues, que antes y después del Acta del 2 de enero, antes del triunfo y después de la consolidación de su gobierno, el caudillo de San Luis [Potosí] ha dicho la misma cosa a la nación, ha repetido su solemne y patriótica promesa. Y esta libertad dejada al Congreso para constituirse, no ha encontrado reclamación alguna. Sólo los redactores liberales de ciertos periódicos republicanos son los que desean ligar la voluntad nacional en provecho de sus ideas.

Y aun suponiendo por un momento que existiese esa soñada discordancia entre las palabras del acta de algunos generales y la explícita voluntad del ejército apoyada por la nación; ¿qué debiera pesar más en la balanza de la razón y de la justicia? Y aun cuando se pretendiese que pesaban igualmente, ¿tocaría formular el fallo a algunos periódicos de partido o a la nación entera representada en un Congreso Extraordinario y Soberano?

Extrañas contradicciones se notan en esta cuestión. Los diarios republicanos haciendo alarde de sus supuestas ideas liberales, predican la intolerancia más exclusiva. Claman contra la primer circular de imprenta, porque no les dejaba latitud bastante para la discusión; el gobierno proclama en la segunda la latitud más completa en los debates y se quejan porque no se ahoga nuestra voz. Estos republicanos de nuevo cuño pretenden tener solos el derecho de hablar y de discutir. Libertad para ellos: tiranía y opresión para sus adversarios. Y no se contentan con aplicar esta doctrina cuando se hallan en el poder, sino que hacen un crimen a los gobiernos de cuanto sea imparcialidad y tolerancia.

Pero ahogar la voz del pueblo en la imprenta les parece poco. Quieren imponer la ley al pueblo en la tribuna. Con la insolencia de todos los partidos extremos, miran como un juguete a la nación. Acatan su voluntad si favorece sus miras de exclusivismo y de mando: la desconocen si proclama otras ideas. El Congreso Constituyente que ha de representarla, tiene completa libertad con tal que no salga del estrecho círculo que pretenden trazarle sus intereses de partido: quisieran, como al rey de la fábula, dejarle libre en su calabozo.

Ya que a toda costa queréis hablar de libertad, ¿por qué no sabéis ocultar al menos vuestros instintos tiránicos, la odiosa intolerancia que lleváis al campo de la discusión? Si tenéis tal confianza en que la nación mira con repugnancia nuestras ideas, ¿para qué ese eterno y rabioso conato de impedir que se difundan? Si creéis que nunca pueden ser adoptadas; ¿por qué esa absurda pretensión de que no tiene el Congreso Extraordinario facultades para proclamar las instituciones que defendemos? ¿A qué, pues, generosos adversarios de nuestras opiniones, a qué, pues, las denuncias y los contraprincipios; a qué, pues, tantas precauciones contra peligros imaginarios?

Nosotros os diremos por qué. Porque se ha levantado una voz de alarma para señalar el abismo a que llevabais a la nación, y nosotros hemos dicho a los hombres de buena fe que combatían en vuestras filas: mirad a donde marcháis. Porque no hemos temido arrostrar algunos días de impopularidad y de persecución, con la firme y risueña esperanza de hacer un servicio a nuestro país. Porque hemos dicho, y lo decimos ahora, que existen en vuestras filas hombres que desean entregar a los Estados Unidos la nacionalidad mexicana. Porque hemos levantado contra vosotros las sombras de Hidalgo y de Iturbide para pediros cuenta de nuestra independencia amenazada, de nuestro territorio perdido, de una nación generosa y noble, arruinada por indignos excesos. Porque le hemos presentado la verdad desnuda, y teméis el efecto de la verdad.

Y si no es así, si no somos más que unos visionarios, los ecos de un partido desacreditado y definitivamente vencido, abandonadnos, como decíais, a la risa del vulgo, a la execración de nuestras fatales doctrinas. ¿Por qué no lo hacéis ahora? ¿no veis que vuestra cólera y vuestros ultrajes revelan vuestro temor? Solos estamos en el campo de la prensa: ¿por qué, pues, os asusta esa bandera levantada en nuestras manos?

Y ahora, no sólo pretendéis imponernos silencio, sino que vosotros, ardientes partidarios, según decís, de la soberanía popular, queréis también imponérselo a la nación: ¿queréis convertir vuestras plumas de periodistas en espadas de dictadores? Pero el país todo se ríe de tan ridículos conatos. Al reunirse por medio de sus representantes, sabe que lo puede todo, que manda única y exclusivamente su voluntad, y que a ella sola debe consultar en sus tareas, porque según las nobles, liberales y repetidas palabras del caudillo de San Luis [Potosí]: “no hay autoridad superior a la suya, ni límite, ni término, ni valladar a sus decisiones soberanas.”

 

 

Anexo 2.

Editorial periodístico. Los redactores de El Monitor Republicano interpelan al gobierno de la República, para que declare si tiene o no inclinaciones monárquicas, El Monitor Republicano, Núm. 375, México, lunes 2 de marzo de 1846, p. 1.

INTERPELACIÓN AL MINISTERIO.

Con el derecho de ciudadanos, derecho que nadie nos puede quitar, interpelamos a la administración para que emita categóricamente su fe política.

¿El gabinete es monarquista o republicano?

Nada importa que esta administración sea de transición; nada que su misión sea la de convocar una asamblea constituyente, y mantener las cosas en el estado en que se hallan, porque es fuerza que alguna conducta observe, y esa conducta da indudablemente una dirección al curso de las cosas, de la cual depende acaso totalmente la suerte futura de la nación.

Repetimos, finalmente, que usando de nuestros imprescriptibles derechos preguntamos al gabinete, ¿cuál es su fe política, cuál su creencia en la cuestión del día? Esta pregunta la repetiremos siempre hasta tener una respuesta. La nación tiene derecho de saberla, y si la administración actual obra de buena fe, no tiene ningún pretexto para excusarse del cumplimiento de este deber.

Los Editores.

 

 

Anexo 3.

Circular. De Joaquín María del Castillo y Lanzas, ministro de Relaciones Exteriores, Gobernación y Policía a los gobernadores de los Departamentos, advirtiendo que se prohíbe toda discusión sobre formas de gobierno republicanas o monárquicas, mientras esté amenazado el país de una guerra exterior; dictada en México, el 11 de marzo de 1846, El Tiempo, T. I, Núm. 53, México, miércoles 18 de marzo de 1846, [p. 2] [115]

 

 

PARTE OFICIAL.
MINISTERIO DE RELACIONES EXTERIORES.
GOBERNACIÓN Y POLICÍA.

Circular. Excelentísimo señor.

Ha llamado fuertemente la atención de el Excelentísimo señor presidente interino, el increíble desenfreno a que en estos últimos días se ha llevado la libertad de la prensa, abusando de la tolerancia del gobierno y tomando ocasión de ella para calumniarla, publicar sus más secretas providencias, con el depravado fin de desvirtuarlas y hacerlas ilusorias; y lo que es más deplorable, para proponer la desmembración de los más ricos Departamentos de la República para cederlos al enemigo extranjero, tomando por pretexto la franca discusión permitida sobre forma de gobierno, con el noble fin de ilustrar a la nación en uno de sus intereses más vitales, cuando trata de constituirse. Tan escandalosos descarríos han obligado a fijar la consideración de s.e. sobre las consecuencias funestas que acarrearían a la patria su tolerancia y moderación por más tiempo; y deseando alejar de sí esta terrible responsabilidad en las presentes críticas circunstancias en que el amago de una guerra extranjera y la invasión que sufre el territorio de la República exigen imperiosamente que, suspendiéndose por ahora toda discusión interior, el gobierno y todos los mexicanos dirijan su atención y esfuerzos reunidos exclusivamente a la salvación de nuestra nacionalidad e independencia y a la recuperación de la integridad del territorio, se ha servido resolver: que cese por ahora toda discusión sobre formas de gobierno, y que se observen de la manera más estricta las disposiciones vigentes sobre libertad de imprenta. Los principios del gobierno a este respecto, los encontrará V.E. consignados en el segundo y tercero de los artículos editoriales publicados en el Núm. 12 del Diario Oficial, correspondiente al día 12 del actual. s.e. el presidente quiere que al tenor de ellos, arregle V.E. sus disposiciones, y descansa en su bien acreditado celo para el cumplimiento de las del Supremo Gobierno que las circunstancias hacen indispensables y cuya inobservancia ocasionaría la más efectiva responsabilidad de cualquiera autoridad que fuese omisa en esta parte.

 

Reitero a V.E. las seguridades de mi consideración.

Dios y Libertad.
México, 11 de marzo de 1846.
Joaquín María del Castillo y Lanzas.
Se circuló a los Excelentísimos señores gobernadores de los Departamentos.

 

 

Anexo 4.

Protesta de diversos periódicos republicanos ante la puesta en práctica de la circular que prohíbe la discusión sobre las formas de gobierno, El Monitor Republicano, Núm. 387, México, sábado 14 de marzo de 1846, p. 1.

PROTESTA
DE LA PRENSA REPUBLICANA.

Los impresores han sido considerados como responsables efectivos de los escritos sobre política, y en consecuencia han recibido del gobierno inmerecidas reconvenciones y terribles amenazas. Hombres a quienes se les ha encontrado papeles sediciosos sin previo juicio han marchado a [San Juan de] Ulúa. Graves riesgos amenazan a los periodistas republicanos que publican sus ideas fiados en la protección de las leyes. Tales hechos son una consecuencia precisa de la circular de imprenta vigente que conculca todas las garantías individuales; pero son enteramente contrarios al artículo 4º de las Adiciones al Plan de San Luis [Potosí] juradas por el presidente, cuyo artículo dispone se salven siempre las garantías concedidas por las leyes. Todos esos hechos son también contrarios a la humanidad.

En consecuencia la prensa republicana protesta solemnemente contra esos actos del gobierno, y los denuncia a la nación.

Redactores de Contra Tiempo. Redactores de El Monitor [Republicano]. Redactores de La Reforma. Redactores de El Republicano. Redactores de Don Simplicio.

 

 

Anexo 5. Del Editor.

Artículo periodístico. Respondiendo a la protesta hecha por la prensa republicana sobre la circular que prohíbe la discusión acerca de las formas de gobierno, El Tiempo, T. I, Núm. 54, jueves 19 de marzo de 1846, [p. 1] [116]

 

PRENSA NACIONAL.
DÍA 16 [DE MARZO DE 1846]
LA PROTESTA.

En el año de 1830 a consecuencia de las célebres ordenanzas de Carlos X, la prensa periódica hizo en Francia una protesta, que fue como el eco robusto de una oposición compacta y uniforme. A ésta siguió la indignación, a la indignación el levantamiento que lanzó a una dinastía para fundar otra en la rama de Luis Felipe de Orleans.

Desde los primeros tiempos conocen los hijos de Galeno una enfermedad rara que suele aquejar a la humanidad y se conoce con el nombre de fiebre imitatoria.

En el año de 1845 los redactores del entonces El Siglo XIX y los del entonces El Monitor Constitucional, ridiculizaron a dúo, muy particularmente el primero, la protesta que en contra de la conducta observada por la pasada administración respecto de Texas, hizo un señor diputado en su Cámara.

Los tres aislados y heterogéneos recuerdos que anteceden se han despertado en nuestra alma a consecuencia de un desahogo que la prensa de oposición de la capital se ha proporcionado bajo el pomposo título de protesta: palabra terrible que, si hemos de juzgar por las sanas intenciones de los que la han proferido, tanto quiere decir en buen romance como destrucción del actual orden de cosas.

Desde luego se debe confesar que una declaración de tamaña importancia emanada de una corporación en que ocupan un lugar prominente el paciente Contra Tiempo y el grave y sesudo Don Simplicio, no puede dejar de ser sobremanera peligrosa en efecto, nosotros por de pronto la juzgamos tal hasta que la reflexión nos trajo a la memoria los sobredichos tres recuerdos a saber: la protesta de la prensa francesa, la fiebre imitatoria y la opinión sobre protestas de los señores de El Siglo XIX y El Monitor [Republicano] a medida que escudriñamos más y más tan intrincado punto, nos fuimos convenciendo de que el peligro no era tan inminente, y lo que nos acabó de tranquilizar fue la consideración de que los periodistas que firmaban la protesta, unísonos cuando a protestar en todo lo demás se aprecian tanto como el agua y el fuego, y llevan tanta armonía como el gato y el ratón. Testigo es la capital, y no tan solo la capital, sino la República entera de los continuos agasajos que se han prodigado mutuamente La Reforma, El Republicano, y El Monitor [Republicano]; testigos son cuantos han leído estos periódicos, del evangélico celo con que esos propugnadores del sistema republicano han entablado con sus correligionarios, una polémica fratricida. Pero veamos cuáles son los efectos que de su clamor se han prometido los órganos de la oposición, y cuáles deberán ser en realidad.

Si la oposición periodística fuera la expresión de un voto general y compacto; si un partido organizado y homogéneo manifestara terminantemente su repugnancia respecto de algún acto del gobierno; si todos los miembros de ese partido tuvieran energía, fuerza y voluntad para caminar a un mismo fin, entonces sí la protesta que hicieran sería el grito de muerte para la administración. Mas cuando los periódicos de oposición son la expresión diversa y contradictoria de otros tantos faccionarios débiles e impotentes por su misma división; cuando su único punto de contacto es el hostilizar el gobierno; cuando cada cual tan solo anhela por el triunfo de propias ideas y propios y exclusivos intereses, ¿qué peligro puede haber en su propuesta? ¿No parecerá muy sospechoso el ver reunidos para un acto de esta clase, a hombres que de público y notorio profesan dogmas diversos y buscan diversas ventajas? ¿No es muy probable que si llegasen a triunfar harían lo mismo que los capitanes de Alejandro?

Y no solamente este flanco han dejado descubierto los protestantes que nos ocupan. Si su idea tuviese por lo menos originalidad, si fuesen los primeros periodistas que se hubiesen reunido para protestar, alguna sensación podía haber causado su protesta; pero cuando se ve que es un desgraciado plagio de la conducta de la prensa de Francia, cuando se palpa que ha de ser tan estéril el resultado como fecunda fue la otra, ¿quién podrá negar que es una ridícula parodia?

Y sobre todo, bien podemos abstenernos de calificar esta protesta, cuando sus mismos autores en el año pasado la calificaron. Si en 1845 una protesta contra el gobierno les pareció ridícula, ¿por qué no lo ha de ser en 1846? Si en 1845 esa protesta en boca de un representante del pueblo les mereció burla y desprecio, ¿por qué en 1846 no les ha de merecer otra protesta en boca de un periódico como Don Simplicio, que recuerda los tiempos de El Torito y La Rata panda?

Baste ya hablar sobre un asunto que ciertamente no es muy digno de llamar la atención para concluir, nos contentaremos con hacer notar que los periodistas que tacharon la tolerancia del gobierno, son los mismos que hoy censuran su rigor. De consiguiente, casi se nos podría perdonar el que sugiriésemos que se revocase la circular de imprenta, con tal que la oposición diese fianza de persona lisa, llana y abonada, comprometiéndose solemnemente a no seguir censurando al gobierno porque le había restituido la libre discusión de que tanto ha abusado.

 

Minuta.
De Francisco Javier de Istúriz, presidente del Consejo de ministros y P.S.D.E.
a Salvador Bermúdez de Castro.
Madrid, 29 de mayo de 1846.

Dígase que S.M. aprueba el celo con que sigue desempeñando el delicado encargo cometido a su cuidado; que de las noticias que comunica y cuya adquisición es debido a su habilidad y eficacia deduce el gobierno de S.M. la conveniencia de confirmar lo que tiene prevenido en 30 de abril; que cuando las polémicas de los periódicos sean sustituidas por las deliberaciones del Congreso Soberano, puesto que a éste ha sido relegada la decisión de este negocio, será el momento de conocer si han de llevarse inmediatamente a efecto los medios premeditados y las promesas hechas para lograr que se establezca en México un trono constitucional, o si ha de abandonarse definitivamente esta empresa; y que para guiar mejor la resolución de S.M. convendrá que no pierda ocasión de investigar y de trasmitir su juicio acerca de las probabilidades que prometan la composición del futuro congreso, como que de este conocimiento partirán las instrucciones que se le sigan dando. Que no pierda de vista la prevención hecha en 1 de marzo “para que no se designe para ocupar el trono a persona determinada siendo sobremanera importante que S.M. pueda, en esta parte, obrar con la debida libertad, pues para ello hay razones que ahí [en México] no puedan apreciarse y que es de todo punto imposible perder de vista.”

Désele extracto de las comunicaciones del embajador de S.M. en París y del ministro [de S.M.] en Londres.

Al encargarse muy particularmente que cuide de no comprometer al gobierno de S.M. con el de los Estados Unidos en la actual contienda de éstos con el gobierno mexicano.

Hecho su minuta [en] 29 [de] mayo [de 1846]. Ocupado por una manera especial.

Visto. [rúbrica]

 

 

Notas:
109 Este extracto ha sido elaborado por el Editor.
110 El día jueves 19 de marzo, El Tiempo publicó un artículo contestando la “Protesta”, mismo que el Editor publica en este despacho como Anexo 5.
111 Subrayado en el original.
112 Los nombres de estos dos últimos periódicos se encuentran cifrados en el original.
113 Debe decir Superintendencia General de Real Hacienda de la isla de Cuba.
114 Cuando Bermúdez de Castro escribía este despacho, ignoraba que había sido desterrado de España el infante don Enrique de Borbón por su participación en una rebelión de Galicia “contra la pandilla napolitana”. Con esta expresión se refería al poder que detentaba la Reina Madre, doña María Cristina de Borbón, originalmente princesa napolitana. Vicente Palacio Atard, La España del siglo XIX, 1808-1898, Madrid, Espasa Calpe, 1978, p. 264.Véase el Anexo 5. Del Editor al despacho 296 de esta Correspondencia.
115 Esta disposición no aparece en la compilación legislativa de Dublán y Lozano.
116 El Diario Oficial del Gobierno Mexicano, T. I, Núm. 16. México, lunes 16 de marzo de 1846, fue quien originalmente publicó este artículo en su página Editorial. Respecto a la publicación periódica, principal órgano del gobierno mexicano, durante el año de 1846, cabe precisar lo siguiente: el tomo XXXIV del Diario de Gobierno de la República Mexicana termina en el Núm. 3875, fechado el 31 de enero de 1846. A partir del 1 de febrero, hasta el día 28 de ese mismo mes, conservó el mismo nombre, pero con formato más pequeño, reiniciando completamente su numeración. El domingo 1 de marzo de 1846 cambió de nombre a Diario Oficial del Gobierno Mexicano, misma denominación que mantuvo hasta el 6 de agosto de 1846, con el T. I, Núm. 158; ya que al día siguiente, 7 de agosto, recobró su antiguo título (Diario de Gobierno de la República Mexicana), con el T. II, Núm. 1. Continuó así su existencia hasta octubre de 1847, cuando el gobierno federal en Querétaro le llamó a su publicación oficial El Correo Nacional.

 

 

 

 

Fuente: Correspondencia diplomática de Salvador Bermúdez de Castro, ministro de España en México. Tomo III (de enero a julio de 1846). Edición, Compilación, Prólogo y Notas de Raúl Figueroa Esquer. México, 2013.