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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

Este Sitio es un proyecto personal y no recibe ni ha recibido financiamiento público o privado.

 

 
 
 
 


1846 Episodios aislados. Las guerrillas. Heriberto Frías.

 

 

XX

EPISODIOS AISLADOS
LAS GUERRILLAS

Del grandioso cuadro de nuestra guerra con la nación norteamericana escapan algunos episodios relativamente aislados; pero espléndidos en heroísmo bellos a fuerza de excelsitud marcial.

¡Qué ejemplo el de las resistencias de algunas poblaciones abandonadas en la frontera norte de nuestro territorio!, ¡qué ejemplo el de su patriotismo bélico, desafiando a las poderosas tropas invasoras!

¡Cuántas ciudades, cuántas capitales que pudieron resistir y cooperar a la gran defensa nacional, se envolvieron en un supremo y abominable egoísmo -incapaces de dar un céntimo de cobre ni una gota de sangre!- en tanto que allá en los desiertos había aldeas que se defendían hasta quedar hechas cenizas -negras Y ensangrentadas ruinas, tras refriegas atroces...

Sin embargo -... y, ya lo indicamos- no hay que culpar demasiado a las poblaciones mexicanas que, aisladas del teatro de la guerra, no supieron en todos sus dolorosos estremecimientos lo que significaba la audaz invasión norteamericana... ¡Ni creyeron jamás que pudiesen nuestros enemigos de entonces llegar a aproximarse a la capital de la república!...

El período de discordias Y de funestas lides fratricidas, emponzoñadas por odios legendarios, no permitió en tan triste época la claridad necesaria para que los ciudadanos de algunos Estados comprendieran su deber... ¡Plena ceguera!... ¡Gran ignorancia!

Y he aquí que vemos en el norte organizarse rudas defensas... Ya es en la heroica y altiva Chihuahua donde desde un principio, aunque con fatal éxito, se hacen prodigios bélicos … ya en Tamaulipas, Nuevo León y Coahuila... ya en el oriente, allá en las costas del Golfo en Veracruz y en Tabasco... o en las playas de occidente, en la tradicional y brava Mazatlán... y aún, ascendiendo al norte, hasta la Alta California se encuentran vibrantes heroísmos en las multitudes mexicanas. resistiendo como pueden el poderoso y bien combinado esfuerzo de nuestros adversarios...

Algunos pueblos osan resistir, defendiéndose Y atrincherándose valientemente en las torres de sus iglesias... otros envían bravos jinetes armados de lanzas, machetes o viejas escopetas, hoces y simples leños claveteados, en son de combate guerrilleresco...

¡O ya, en las rancherías y haciendas, se aprestan buenos charros, capaces de convertir sus recias y flexibles reatas en vivas sierpes aladas y terribles que revolotearán con silbidos de muerte, en torno de los rifleros yanquis, y aun sobre los más gruesos y pasmosos cañones de sus baterías!...

Oh ¡no! En esta guerra funestamente inolvidable para el mexicano... faltó tiempo para hacer conducir el estremecimiento patriótico al centro del país. Si así hubiera sido... qué de maravillas realizarían los jinetes del Bajío, y los tremendos hijos de Jalisco -del Estado valiente y entusiasta por excelencia- recordando sus viejas y radiantes glorias de la época de la Independencia Nacional y de la guerra por sus legítimas libertades...

En el Estado de Veracruz las guerrillas empezaron a tener una organización regular que prometía irse perfeccionando, si hubiesen seguido nuestros caudillos, con energía, la defensa patria... ¡Pero la corrupción del futuro alteza serenísima todo lo gangrenaba en torno suyo... -Era activo: ¡no descansaba... tenía impulsos de gran capitán genial!... pero para desvanecerse en humo la magia' de su genio...

Sin embargo, bastante daño lograron hacer aquellas guerrillas veracruzanas a nuestros contrarios. Incursionaron al Estado de Puebla y a veces con tal éxito y audacia, que, bajo los fuegos del fuerte de Loreto, ocupado por los americanos, entraron a la ciudad, sacando de los cuarteles enemigos gran cantidad de mulas, equipo, víveres y dinero.

Asaltaban cautelosamente los convoyes del enemigo... lo hostilizaban en sus líneas de comunicación; le preparaban lazos ingenies os y le abrumaban con sus albazos inesperados, haciéndose temibles...

¡Las represalias tuvieron que ser atroces! ¡Nuestros adversarios, rabiosos, impusieron multas exorbitantes y mortales castigos a nuestros pobres arrieros y campesinos para vengar sus desastres!... Mas no por ello cejaron los patriotas.

Sería imposible trazar todas las magníficas escenas de heroísmo, desarrolladas por aquellos audaces guerrilleros veracruzanos. Los fronterizos rivalizaron en audacia. Como un ejemplo -perfectamente semejante a otros muchos que reflejan los Sucesos acaecidos en pueblos de la frontera del norte- vamos a delinear con breves detalles la resistencia efectuada allá en un oscuro rincón de la sierra.

Habían llegado a ella algunos jefes mexicanos, dispersos tras nuestras primeras derrotas; pero alentando bríos dignos de sus almas excelsas... Hablan a los selváticos habitantes... y recordando al eterno Hidalgo, alientan la población con el estandarte de la Virgen del Tepeyac...

¡Qué vibrante entusiasmo en el pueblo de San José!... Entonces un guerrillero -Suárez- muy querido en la localidad, organiza su defensa ante una columna americana expedicionaria que se aproxima amenazadora, tratando de entrar al pueblo impunemente.

¡Viva México, viva nuestra Señora de Guadalupe! ¡María Santísima nos ampare! -exclamaron algunos rancheros. -iViva México! -tronó la voz estentórea de Suárez el guerrillero!

Y retumbó entonces inmenso griterío de hombres, mujeres y niños, todo el pueblo de San José ordenado en masa en el atrio de la iglesia.

En aquel mismo instante se oyó el estampido del cañón norteamericano.

Y la avalancha humana se precipitó furiosamente a través de la pequeña plaza, entre los árboles, desembocando luego por la callejuela norte.

Iban por fin a romper el cerco que el mayor Stephenson había aferrado al pueblo, batiendo la iglesia con el fuego acompasado y terrible de sus dos cañones ligeros; ¡iban por fin a precipitarse sobre el bárbaro enemigo que intentaba destruir a San José desde lejos, sin peligro para los sitiadores, sin tener que derramar una sola gota de sangre sajona!

Marchaban a vanguardia dos pelotones de jinetes armados con lanzas, con un frente de cinco hombres a caballo y un fondo de seis. En seguida sobre mulas, viejos caballos y asnos, o cargados por robustos ganaderos del pueblo, las mujeres, los ancianos y los niños arreando bueyes y carneros, arrastrando carretas, seguidos de los fieles perros, en un montón confuso de tribu arrojada de sus lares.

Al frente de aquel humano montón, lanzado a todo correr, iba sobre un potro aún no bien domado el joven sacristán de la iglesia, el cual llevaba atada a su cuerpo y al de su cabalgadura la lanza en cuya punta flotaba el lienzo tricolor con la imagen de la Virgen de Guadalupe.

Cincuenta guerrilleros de los mejores, armados con lanza, machete y reata, con el mismo Suárez a su frente, cerraban la columna. y todos, sin excepción, guerrilleros, y mujeres, viejos y niños gritaban terriblemente, animados en el vértigo huracanado de su carrera:

-¡Viva México, viva la Virgen de Guadalupe! Relinchaban los caballos, ladraban los perros y los nobles toros mugían azorados, heridos por la garrocha de los ganaderos, también armados de viejos machetes...

Las mujeres levantaban al cielo sus brazos, en tanto que al viento flotaba la bandera nacional con la Virgen de los mexicanos.

El enemigo no tuvo tiempo para enfilar aquella masa humana al atravesar la callejuela.

Tres minutos después de la partida del atrio de la iglesia desembocaba en el campo, ya al abrigo de una colina tras de la cual se hallaba el cañón y dos compañías americanas desplegadas a lo lejos.

Entonces fue cuando los pelotones de guerrilleros de la vanguardia aumentaron su parte dispersándose en un gran espacio, veinte jinetes de retaguardia avanzaron a proteger el flanco derecho de la masa de gente del pueblo, en tanto que diez cubrieron el flanco izquierdo, menos expuesto.

Sin duda el mayor Stephenson no esperaba tan temeraria salida en masa y debió permanecer estupefacto algunos instantes, pues no se movió.

Hasta que al fin el cañón, con diversa puntería, atronó el espacio, dominando la espantosa gritería, y su bala, pasando a tres centímetros de las cabezas de los jinetes, fue a estrellarse contra las tapias de una huerta lejana, en lo alto de una colina.

Después las descargas de la fusilera enemiga. Una compañía cerraba el paso a los mexicanos.

El combate principió. Los primeros jinetes se lanzaron aullando sobre los infantes enemigos con la bayoneta calada.

Y entonces fue cuando las lanzas mexicanas no se dieron punto de descanso para atravesar pechos extranjeros, pasando de uno a otro, evolucionando prodigiosamente con sus pequeños caballos que parecían tener alas; y' entonces los ganaderos del pueblo, que sólo tenían reatas, las lanzaban al aire serpenteando pavorosamente y cayendo sobre los grupos de soldados enemigos a los que derribaba y arrollaba luego.

¡Oh! las reatas mexicanas, de aquellos rudos ganaderos coahuilenses.

El estruendo era atroz, el humo envolvía el combate. Un pánico siniestro recorría las filas del extranjero al ver volar aquellas serpientes que los sujetaban sin saber cómo con nudos trágicos.

Y Suárez en su yegua retinta pequeña y agilísima, iba manejando su gran lanza delgada y aguda.

Su voz tronaba destacándose entre el traqueo de la fusilería.

-A ver, Culobrotas, Chato, Malgareño, Chucho y tú, Sapo... a las reatas y a lazar el cañón -gritó el caudillo.

Y cuando tras la colina que había a la entrada del pueblo se rehicieron diez a doce jinetes, mientras se alejaban por la izquierda las gentes inútiles del pueblo, acometieron los lanzadores presididos por un grupo de lanceros.

Tronó el cañón y quedaron algunos cadáveres de hombres y caballos en un montón rojo y negro, circundado de humo y polvo...

-¡Viva México! í Viva la Virgen de Guadalupe!... Y, ¡ya están sobre el cañón! Terribles en sus altos frisones negros los dragones americanos cargan contra los guerrilleros; pero éstos al recibirlos quiebran rápidamente sus caballos, esquivan los ágiles mexicanos a los fuertes yanquis, les toman la retaguardia y los matan a machetazos por la espalda, por los hombros, sobre el cuello, por donde cae la pesada masa.

¡Y al fin desenrollase en lo alto, sobre las cabezas de los combatientes una reata y cae sobre el cuello del cañón, haciéndolo girar en el momento en que iba a hacer fuego... y dispara... pero ha disparado sobre el flanco de las compañías americanas y su bala rasa enfila un sinnúmero de hombres que caen segados como por hoz formidable!

 -¡Viva México! -ruge Suárez. -¡Otras reatas! ¡otras reatas! -gritaban los mexicanos entusiasmados.

Y el pánico del enemigo ante aquel disparo hizo abandonar su cañón.

Y mientras se rehacían y llegaban las otras fuerzas americanas, Suárez ganó el sur, pródigo entonces en recursos, escoltando a la heroica población de San José, que fue a adorar en un hueco de la sierra a su querida y salvadora Virgen de Guadalupe.

¡Se habían evocado espléndidamente las glorias de la guerra de nuestra Independencia!

Tal es la tradicional y bella narración que caracteriza magníficamente la resistencia potente que algunos pueblos del norte y de la costa hicieron a nuestros invasores. ¡Como ella hay cien iguales... ignoradas para siempre!

 

XXI EPISODIOS AISLADOS
SEGUNDA PARTE

El general Urrea hizo milagros con sus guerrillas... De Victoria se lanza al Estado de Nuevo León, persiguiendo al enemigo en sus retaguardias y escapándosele ágilmente, a tiempo, entre Matamoros y Monterrey, asaltando sus convoyes con éxito, propagando el sistema de guerra que es más adecuado para una nación pobre invadida por superiores ejércitos. ¡La guerra de guerrillas!

... En Huamantla brillan actos heroicos… ¡bravías luchas! -y más hacia el sur, Tabasco resiste a la escuadrilla norteamericana haciéndola retroceder, tras encarnizadas escenas bélicas en que la sangre enrojeció el río y el mar...

Igual energía terrible pudo haber en todas las ciudades mexicanas ante la invasión...

Y ya vimos cómo la misma capital de la república supo vindicarse de sus vergonzosos enredos políticos tan fatales a su decoro, cuando engreída creía imposible que el ejército norteamericano osara aproximarse al Valle de México.

Cuando surge la verdad, los hombres del pueblo todo, y aun los de la inútil seudo-aristocracia, y mejor que nadie los de la valiente clase media (que es el verdadero pueblo nuestro, alma social de nuestro país), lanzáronse a la contienda, dispuestos a la muerte, sin fanfarronerías, austeros, tranquilos y heroicos...

Háblase de Puebla -única población de alta importancia donde el enemigo entró sin resistencia alguna, más aún, bien recibido en gran parte por el alto clero y algunos pomposos próceres de menguada memoria... He aquí 10 que dice Roa y Bárcena acerca de ello en una obra abundante en documentos históricos:

"La caída de Puebla, sin defensa, en poder de la división de Worth, causó escándalo y profunda pena en toda la república. Cierto es que aquel Estado no fue de los que se mostraron indiferentes y egoístas en la lucha, y que, antes de ser invadido, envió al de Veracruz su contingente de sangre y de dinero. Mas ¿cómo, por escasos que fueran los elementos que le quedaban, a poco de hallarse animado del espíritu de resistencia, no habría podido evitar la pérdida de su capital, cuando ésta por sí sola y desafió y detuvo a sus puertas en fines de 1844 al ejército de Santa Ana, doble en número respecto de Worth? La anarquía, el desorden y las contiendas fratricidas de tantos años acaban por enervar el ánimo de los pueblos, convertidos en víctimas de los ambiciosos".

El abatimiento y el desengaño, la miseria en que las guerras civiles dejaron a Puebla, cegaron al pronto su conciencia, tras los desastres de la guerra. "Por lo demás -agrega Roa Bárcena- ese fue el momento de la crisis en la lucha entre los Estados Unidos y México. La vanguardia norteamericana, fiando su propia suerte a la audacia y a la fortuna, se había internado en país enemigo, cortando su línea militar, aislándose de la costa, sin elementos suficientes para llegar hasta la capital de la república, y exponiéndose en determinado punto a los ataques de todos sus contrarios. Si éstos, en vez de concentrarse a defender la ciudad de México, que ni peligro corría entonces de ser embestida, hubieran acudido a formar cuerpos considerables a retaguardia de Scott y de Worth, con el objeto de mantenerlos incomunicados con la costa y de impedir a todo trance la subida de nuevas tropas, lo demás se habría hecho por sí solo. El Estado de Veracruz y su gobernador Soto lo comprendieron así, y hay que hacer a sus guerrillas la justicia de consignar aquí sus esfuerzos en tal sentido; esfuerzos que, aislados, tenían que resultar estériles. Si en aquellos días una cabeza inteligente y una mano poderosa y enérgica hubieran concentrado la dirección y el movimiento de los resortes todos del gobierno, reprimiendo bastardas y funestas soberanías y haciendo que cada fracción de la república contribuyera con una parte pequeñísima de sus hombres y recursos a la obra común, ¿cuál habría sido la suerte del insignificante ejército norteamericano encerrado en Puebla?

El atrevido jefe que había quemado sus naves, como Cortés, confiando, como éste, más que en sus propias fuerzas, en la debilidad, la ceguedad y la anarquía de sus adversarios, en vez de repetir aquí los hechos de la conquista española, habría tenido que ir a comparecer a su país ante un Consejo de Guerra...".

Respecto del levantamiento del pueblo mexicano en las calles de la metrópoli al día siguiente de la fuga de Santa Ana y los suyos... ¡heroico zarpazo de una multitud indignada contra la cobardía de aquel hombre que antes fuera el ídolo de los mexicanos desvanecidos por el fugaz relámpago de efímeras glorias! " Respecto de los sucesos del 15 de septiembre de 1847, se expresa así magistralmente en línea de acero imborrable el general Bernardo Reyes en su obra "El Ejército Mexicano":

"Algunos voluntarios americanos dieron principio al saqueo -dice- y Quittman procuró contenerlos, lográndolo en parte, cuando otras fuerzas con el general Worth, al toque de tambores y cornetas, orgullosas penetraban en la capital. La gente del pueblo, con hosco semblante, contemplaba el alarde de los vencedores, que lanzaban hurras a su bandera que se erguía, y formaban grupos más y más compactos, que lo mismo podía parecer de curiosos que de enemigos. La indignación estalló al fin en aquellas almas ultrajadas, caldeadas por la vergüenza de las derrotas; un tiro sonó, sin saberse dónde, y a ese siguieron otros y otros, que se dirigían sobre los soldados victoriosos. Algunos hombres de la guardia nacional, que se habían disuelto por orden expresa, antes de retirarse el ejército; otros que tomaban de sus casas sus carabinas o pistolas, todos se armaron con lo que hallaban a la mano, y los que menos arrojaban piedras contra la tropa americana. Se ocuparon azoteas y torres por aquellos grupos, que, exaltados por el dolor, al ver la humillación de la patria, sin dirección alguna se reunían, obedeciendo sólo a impulsos internos, que los congregaban contra el enemigo común. No se sabe que alguien encabezara aquel motín, y sin embargo la lucha llegó a revestir carácter alarmante.

Scott, que había llegado a Palacio, dispuso que columnas con artillería salieran por las calles e hicieran fuego sobre todos los hostiles, y el cañón por tres horas ensordeció los aires. En semejante situación llegó la noche, y las armas de fuego enmudecieron, para volver con las primeras luces del día 15 a oírse detonar por todos los ámbitos de la ciudad.

Muchos soldados americanos, con pretexto de perseguir en las casas a los que hacían fuego desde las azoteas, cometieron robos y otras violencias indecibles".

Haciendo una justa crítica de la campaña, agrega: "El sistema defensivo que se adoptó en la guerra contra los americanos, desde Veracruz hasta México, sin relacionar en esta ciudad los puntos de defensa, y dejándolos aislados, como para que parcialmente los batiera el enemigo, fue sin duda el principal motivo de nuestras constantes derrotas en esa campaña.

En los combates del Valle de México, nunca las reservas llegaron con oportunidad; y cuando éstas se avistaron en momentos en que podían haber obrado con buen éxito, como en el campo de Padierna, se retiraron en lugar de entrar en fuego. No se advirtió en lo absoluto iniciativa por nuestra parte; los golpes se recibieron uno tras otro, sin cambiar de sistema, hasta que nuestras fuerzas se fueron reduciendo. Sólo en el norte, en la batalla de la Angostura, el ejército mexicano se lanzó sobre el contrario, y en aquella batalla nuestras tropas hubieran triunfado con haber permanecido frente al enemigo. Por lo demás, no llegó a ser hostilizado el invasor por flancos y retaguardia, en sus marchas; se le dejó ocupar en toda su extensión el terreno sobre que iba avanzando, y solamente el general Urrea alguna vez le hizo daño a retaguardia, en las inmediaciones de Monterrey, cuando ya estaba sobre el Saltillo; y es que Santa Ana quería mandar la tropa que peleaba, y sólo la que con él estaba había de batirse, y Santa Ana, según se desprende de cuanto hemos dicho, combatía mal, no preveía nunca los desastres, nada tenía preparado para el segundo minuto de la acción, y no utilizó las poderosas reservas con que contaba. Jamás en nuestra historia vióse ni se ha vuelto a ver campaña tan mal dirigida, cuyo recuerdo ignominioso quema. ¡De nada sirvió en esa guerra el valor de nuestros soldados!

Salidos de México los restos del ejército, tras haber mandado volver a sus hogares unos 2,000 hombres de Guardia Nacional, Santa Ana consiguió se pusiera el general Don José Joaquín de Herrera al frente de una división de infantería, desmoralizadísima, compuesta de 5,000 soldados, para dirigirse al interior del país, como lo hizo, sufriendo deserciones y desbandamientos sobre la marcha. Él partió hacia Puebla con 2,000 caballos, a los que se unieron después otras tropas. Amagó con todas a la citada Puebla, donde sólo existían 1,000 americanos; hostilizó sin resultado un convoy procedente de Veracruz, y perdiendo más y más soldados en marchas fatigosas, recibió orden del presidente de la Suprema Corte, D. Manuel de la Peña y Peña, que por ministerio de la ley se hizo cargo de la Presidencia de la República, para entregar el mando de la fuerza que aún le restaba, a reserva de que después respondiera a cargos que se le hacían por su conducta militar. Obedeció tal orden, y fue de pronto a buscar abrigo a alguna población de Oaxaca". [1] La fulminante pluma del general Reyes esboza así el crepúsculo de aquella guerra inolvidable, anatematizando al funesto Santa Ana que se había creído sol…

 

Nota:
1. El Ejercito Mexicano. Monografía. GENERAL BERNARDO REYES.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fuente. Frías Heriberto. Episodios Militares Mexicanos. Editorial Porrúa. 1987.