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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1846 Informe del Almirante Slidell al Secretario de Estado Sr. Buchanan, sobre su entrevista con Santa Anna en La Habana.

Habana, 7 de Julio de 1846.

 

Señor:

Tengo el honor de manifestar a usted que llegué aquí la tarde del 5 de Julio, y el 6, temprano, vi al Cónsul de los Estados Unidos y le entregué la carta de usted. El señor Campbell, inmediatamente y con toda buena voluntad, cumplió con la petición de usted de ayudarme en el asunto de que estaba yo encargado. Inmediatamente me condujo, con propósito de presentarme, a la casa del General Santa Anna. El General Santa Anna había dado órdenes de que no se le molestara; pero dejé mi tarjeta, escribiendo en ella que traía un mensaje del Presidente de los Estados Unidos, y que volvería a las 8 p. m. Así lo hice y fui cortésmente recibido. Apenas le había yo leído la carta de usted al Cónsul manifestando que contaba yo con la confianza del Presidente y la copia de la orden que se había dado al Comodoro Conner para que le permitiese pasar, y agregado unas cuantas palabras sobre el mensaje del Presidente, cuando me dijo que tenía visitas en la pieza próxima, pero que tendría mucho gusto en verme a las 7 de la mañana siguiente en que podría hablar conmigo con entera libertad. Fui, por lo tanto, a verlo esta mañana y permanecí con él tres horas. Comencé por leerle un documento que había yo preparado en la tarde del día en que recibí las instrucciones del Presidente y que había yo sometido luego al señor Slidell, que estaba presente, para cotejarlo con sus recuerdos. He aquí una copia de ese documento que le traduje a él (Santa Anna):

Habiendo tomado las armas los EE. UU. para resistir el ataque del intruso gobierno militar del General Paredes en México, están resueltos a proseguir la guerra con vigor hasta obtener plena reparación por los ultrajes que sus ciudadanos han recibido de México durante una larga serie de años.

El Presidente de los Estados Unidos está sin embargo deseoso, como lo manifestó en su mensaje al Congreso al recomendar el reconocimiento de la existencia de la guerra comenzada por México, no sólo de terminar las hostilidades rápidamente, sino de someter todas las cuestiones en disputa entre su Gobierno y México a un arreglo pronto y amistoso.

Para lograr este propósito el Presidente vería con gusto el derrocamiento del despotismo militar existente del General Paredes, que ha asaltado el poder fomentando la hostilidad entre sus compatriotas contra los Estados Unidos, pero que no tiene más esperanza de apoyo que la prolongación de la guerra, y que fuese reemplazado por un Gobierno más en armonía con los deseos y los verdaderos intereses del pueblo mexicano, que no puede ganar nada con la prolongación de la guerra; un Gobierno suficientemente ilustrado y suficientemente fuerte para hacer justicia a las naciones extranjeras y a México mismo.

Creyendo que el General Santa Anna es el que mejor reúne las altas capacidades necesarias para establecer ese Gobierno, y que como deseoso del bien de su país no puede querer la prolongación de una guerra desastrosa, el Presidente de los EE. UU. vería con gusto su restauración al poder en México. Con objeto de lograr ese resultado hasta donde sea posible, ha dado ya órdenes a la Escuadra de bloqueo de los puertos mexicanos para que permitan al General Santa Anna regresar libremente a su país.

El Presidente de los EE. UU. no consentirá en un armisticio con el General Paredes hasta que éste proponga tratar sobre la paz y dé garantías satisfactorias de su sinceridad. Con el General Santa Anna, si éste regresa al poder en México, el Presidente consentiría en la suspensión de las hostilidades efectivas por tierra manteniendo todavía el bloqueo de las costas mexicanas en uno y en otro Océano, siempre que el General Santa Anna exprese su voluntad de tratar. En ese caso, un Ministro americano investido de plenos poderes estará disponible para salir inmediatamente hacia México y ofrecer al General Santa Anna condiciones de arreglo de todas las dificultades existentes entre los dos países.

Estas condiciones serán liberales y medidas, no conforme al poder de los EE. UU. ni por la comparativa debilidad de México en las actuales circunstancias, ni por los derechos que pudieran estar justificados por la conquista y por la costumbre de las naciones, sino por un sentimiento de su propia magnanimidad. Tal como ahora piensa el Presidente podría no exigir indemnización por los gastos de la guerra. Habiendo obtenido pleno reconocimiento de las reclamaciones por expoliaciones contra sus conciudadanos agraviados, estaría dispuesto a pagar liberalmente por el establecimiento de una línea fronteriza geográfica permanente entre los dos países que tendiera efectivamente a la consolidación de la paz entre ambos.

Algunas porciones del territorio norte de México consisten en tierras baldías o en lotes escasamente poblados, y en parte pobladas ya por nativos de los EE. UU. Estas porciones de su territorio que probablemente se encuentran ya en estos momentos en poder de los EE. UU., serían las que México tendría que ceder al ajustar ese Tratado a cambio de una amplia compensación en dinero efectivo que serviría para restaurar sus finanzas, consolidar su Gobierno e instituciones y cimentar su poder y prosperidad con tendencias a protegerlo contra futuras usurpaciones y asegurarle la posición entre las Repúblicas del Nuevo Mundo que el Presidente de los EE. UU. desearía verlo ocupar; con lo cual cree que contribuiría al mismo tiempo a la grandeza y felicidad de México, así como de los EE. UU.

Si se obtuvieran felizmente tales propósitos y las enemistades entre los dos países desaparecieran sepultadas con el conflicto en que están empeñadas, el Presidente esperaría ver que se desarrollara entre ellos una amistad y un comercio benéfico que se aumentarían perpetuamente con el curso de los años sin ninguna otra rivalidad entre ambos países fuera de la noble emulación en la causa de la civilización, haciendo honor a su nombre común de Repúblicas.

El General Santa Anna recibió el mensaje del Presidente con notoria satisfacción y manifestó su agradecimiento por la orden que se había dado a la Escuadra del Golfo, permitiéndole volver a México. Habló con profundo interés de su entrevista con el General Jackson en Washington y de la manera en que ese hombre venerable se había levantado del lecho del dolor en que estaba postrado para recibir cordialmente a un hermano de armas caído en desgracia, y parecía estimar debidamente las altas y nobles cualidades que lo distinguían. Habló también de las consideraciones que había recibido del señor Forsyth y de la impresión favorable que ese caballero produjo en él. Hizo observar que si resultaban frustradas sus esperanzas de volver a su país y si se establecía una monarquía en éste, o si se convertía en presa de la anarquía, trataría entonces de radicarse permanentemente en Tejas, naturalizándose ciudadano de los EE. UU. compartiendo con sus hijos los destinos de nuestro país. Se extendió con aparente franqueza en su pena por los errores de su Administración pasada en los asuntos de su país, y en sus intenciones, si volvía al poder, de gobernar en favor de las masas en vez de los partidos y las clases privilegiadas. Entre las medidas de reforma que se proponía llevar a cabo estaba la de reducir la riqueza y el poder del Clero y la de establecer el libre cambio. Me mostró una carta que acababa de recibir de un amigo influyente en la ciudad de México, insistiendo en su pronto regreso y haciendo una descripción lamentable del conflicto de partidos en su desgraciada patria.

En el curso de nuestra conversación respecto a la naturaleza de la línea fronteriza que nosotros exigiríamos, habló de que el Río Nueces había sido siempre la línea divisoria de Tejas y enumeró los diversos Estados parte de los cuales se hallaban al norte del Río Bravo. Le dije que ni el Presidente ni el pueblo de los EE. UU. consentirían jamás en otra línea divisoria al norte del Río Bravo, que era un gran río indicado por la naturaleza como frontera adecuada entre dos grandes naciones; que no estaba yo al tanto de las opiniones concretas del Presidente fuera de aquella en que éstas se hallaban de conformidad con el sentimiento general del país respecto de la extensión de la parte que México tuviera que ceder. Que el sentimiento popular procuraría obtener una línea que partiendo desde un punto dado en el Río Bravo corriera rumbo al oeste hasta el Pacífico a lo largo de un paralelo de latitud tal que tomara cuando menos el puerto de San Francisco, California. Que en términos generales retendríamos, de lo que ya hemos conquistado, lo que creyéramos suficiente para darnos una frontera permanente; pero que para hacerla no nos valdríamos como otras grandes potencias, del derecho de conquista, sino que nos guiaríamos por un sentimiento de magnanimidad, y que, para nuestra propia satisfacción, así como para conciliarnos la amistad de México, pagaríamos liberalmente cualquier territorio que retuviéramos. En contestación a una pregunta que le hice, me informó que no se habían expedido patentes de corso por el Gobierno Mexicano, de cuyos movimientos lo tenía debidamente informado su corresponsal. Que semejante medio de hostilizar se había pensado en el seno del Gobierno actual, pero se había considerado impracticable.

Subsecuentemente o durante la continuación de esta plática, redactó la siguiente nota de lo que desearía comunicar en respuesta al Presidente. Esto lo copié a petición suya y volví a leérselo para ver que correspondiera palabra por palabra con el original que después destruyó.

El señor Santa Anna dice: que deplora la situación de su país; que si estuviera en el poder no vacilaría en hacer concesiones antes que consentir en que México estuviera gobernado por un príncipe extranjero que los monarquistas están tratando de elevar [al trono]; que una vez restaurado a su país, entraría en negociaciones para arreglar una paz por medio de un Tratado de límites; que prefiere un arreglo amistoso a los estragos de la guerra que pueden ser calamitosos para su país; que aunque los republicanos de México trabajan por llamarlo y colocarlo a la cabeza del Gobierno, éstos se encuentran obstruccionados por los monarquistas, encabezados por Paredes y Bravo; que desea que los principios republicanos triunfen en México y que se establezca allí una constitución enteramente liberal y que éste es ahora su programa; que si el gobierno de los EE. UU. estimula sus patrióticos deseos, ofrece responder con una paz tal como se ha descrito. Desea que no se acepte la mediación de Inglaterra o de Francia y que todos los esfuerzos se encaminen a favorecer su regreso al poder en México, protegiendo al partido republicano. Para obtener este objeto considera necesario que el Ejército del General Taylor avance a la ciudad de Saltillo, que es una buena posición [1] obligando al General Paredes a luchar, puesto que considera fácil su derrocamiento [2], y hecho esto el General Taylor puede avanzar hasta San Luis Potosí, cuyo movimiento obligará a los mexicanos de todos los partidos a llamar a Santa Anna.

El General Santa Anna desea también que se guarde el mayor secreto respecto de estas conversaciones, y que se comuniquen únicamente por mensajero hasta donde sea necesario, puesto que sus compatriotas, sin apreciar sus benévolas intenciones de librarlos de la guerra y de otros males, podrían formarse una opinión dudosa de su patriotismo. Que todos los cruceros americanos deberían recibir instrucciones bajo el más estricto secreto de no impedir su regreso a México. Aconseja igualmente que el pueblo de las ciudades ocupadas por el ejército americano no sea maltratado para no excitar su odio [3]. Considera importante atacar Ulloa [Ulúa] y juzga que sería mejor tomar primeramente la ciudad, cuyas murallas no son fuertes, lo cual podría efectuarse fácilmente desembarcando tres o cuatro mil hombres [4]. Considera importante la ocupación de Tampico, y le sorprende que no se haya efectuado, puesto que habría podido hacerse tan fácilmente. El clima es sano en Octubre y continúa siéndolo hasta Marzo. Finalmente desea que se cuide de su buena reputación en los periódicos de los Estados Unidos y que se le represente como el mexicano que mejor entiende los intereses de su país y como republicano que nunca transigirá con los monarquistas ni estará jamás en favor de una intervención extranjera europea. Dice que sería bueno no bloquear los puertos de Yucatán, puesto que él cuenta con ese Estado y está en comunicación con sus autoridades; y tal vez se dirigirá a ese punto si las circunstancias hacen considerarlo favorable.

Las sugestiones militares contenidas en la nota del General Santa Anna me parecieron de tal importancia que, para ahorrar tiempo, que es tan valioso en la guerra, le sugerí la conveniencia de comunicarlas inmediatamente al General Taylor para que éste se aproveche de ellas si lo considera importante dentro de los límites de sus órdenes y de sus facultades discrecionales. Preguntó si el General Taylor era reservado e incomunicativo. Le contesté que todo lo que sabía yo de él era lo que se sabía en público por sus recientes actos y por los informes escritos en que los había hecho conocer al Gobierno, los cuales comprobaban que no solamente poseía las más altas cualidades como Comandante, sino que es un hombre de prudencia, moderación y reserva. Admitió que sus informes producían fuertemente esa impresión y opinó favorablemente de mi proposición sobre partir inmediatamente para el Cuartel de Nuestro Ejército. He determinado hacer esto aun cuando ello no se encuentre incluido en mis instrucciones.

Si he cometido un error y exagerado la importancia de esta información, espero que se encuentre una excusa en mis propósitos que consisten en prestar por todos los medios a mi alcance un servicio a mi Patria.

Tengo el honor de suscribirme muy respetuosamente como su más obediente servidor [5].

Alex Slidell MacKenzie

Al Honorable James Buchanan, Secretario de Estado, Washington (Recibida el 3 de Agosto).

 

 

NOTAS:

[1] Al preguntarle en este punto si Monterrey era una buena posición militar, dijo que no. (Nota de MacKenzie.)

[2] En este punto me dijo: "que Taylor lo festija bien" [distingue?]; literalmente "que Taylor lo agasaje o lo entretenga bien", queriendo decir, "que lo persiga y que lo acose". Agregó que Paredes no era valiente. Le dije que en los EE. UU. se tenía la opinión de que Paredes era un espíritu débil y terco, pero impetuoso y valiente. Dijo que en un combate, que nombró, pero que he olvidado, Paredes, que era su ayuda de campo, se escondió en un matorral del cual tuvo él que sacarlo increpándolo. No sé qué importancia deba darse a sus resentimientos personales al escuchar esta afirmación, aunque las palabras fueron pronunciadas y la escena descrita con minuciosidad. (Nota de MacKenzie.)

[3] Le dije que el proteger al Partido Republicano estaría de acuerdo con nuestros sentimientos políticos, pero que era contrario a nuestro carácter nacional el oprimir a nadie. Le dije lo que había sido y continuaría siendo la conducta de nuestro ejército. (Nota de MacKenzie.)
[4] A petición mía mencionó el mes de Octubre como el más apropiado para ese movimiento, y como lugar más adecuado para el desembarque, la costa fuera del alcance de la artillería. (Nota de MacKenzie.)

[5] Esta carta está tomada del libro de Jesse S. Reeves, American Diplomacy under Tyler and Polk (págs. 299 a 308), quien agrega el siguiente comentario final: "A principios de Agosto Santa Anna pasó la línea de bloqueo y desembarcó en Veracruz. Esa ciudad lo recibió como un héroe, y se encaminó a la Capital como salvador de la Nación. Pero a mediados de Agosto estaba ya al frente de las fuerzas mexicanas y era Presidente ad interim de la República Mexicana. Apenas había llegado a la ciudad de México cuando le fue presentada la nota de Buchanan sugiriendo que se comenzaran las negociaciones de paz. La oferta fue desechada. Santa Anna como Jefe Militar no era el Santa Anna del destierro. La contestación de Buchanan a la negativa fue que en lo sucesivo se proseguiría la guerra con vigor hasta que México propusiera condiciones de rendición.”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fuente: Diario del presidente Polk. Selección y traducción de Luis Cabrera.