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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1846 Polk decide enviar sacerdotes católicos que convenzan al clero mexicano de que sus bienes serán respetados y no resistan la invasión.

Octubre 14 de 1846

 

Después de que se fueron los indios, estuve ocupado durante más de una hora con el Reverendo Wm. L. McCallá de la Iglesia Presbiteriana y hermano del Segundo Auditor de la Tesorería.t Su objeto ostensible era que se le nombrara Capellán en el ejército. Me di cuenta de que era un fanático, intransigente en sus opiniones religiosas y de lo más irrazonable. Me leyó varias cartas dirigidas a mí (pero que no me entregó), de personas de Filadelfia, entre otras del señor DalIas, del Juez Kane y del señor Leiper, atribuyéndole buena reputación y recomendándomelo para una Capellanía. Me leyó también una destemplada y violenta petición que había sido escrita y firmada en un libro blanco y que se suponía dirigida a mí, pero que no hizo intento de entregarme. La petición era un ataque violento y de lo más intolerante, contra los católicos romanos y una censura contra la Administración por emplear, según se decía, dos o tres sacerdotes católicos romanos como Capellanes para el ejército en México. La idea predominante, fuera de su fanatismo y de los denuestos contra los católicos, era la de que a menos de que yo nombrara Capellán al Reverendo señor McCalla, los peticionarios se proponían acudir a la opinión pública y atacar a la Administración por motivos religiosos a causa del empleo de estos sacerdotes católicos. Sentí gran desprecio por el señor McCalla y por su religión y le manifesté francamente mi modo de pensar. Le dije que gracias a Dios, conforme a nuestra Constitución, no había relación ninguna entre la Iglesia y el Estado y que en mi carácter de Presidente de los EE. UU., yo no reconocía diferencia de credos en los nombramientos para empleos. Le dije que su petición era falsa y que antes de haberla escrito y de mandar recoger las firmas como Ministro de Dios, que decía ser, debía haberse cerciorado mejor de los hechos. Trató de explicar la petición y negó que tuviera el propósito de atacar a la Administración, a lo cual le repliqué que el lenguaje inconfundible (de la petición) no era susceptible de la explicación que él daba. Entonces le expliqué cómo era que se hubieran empleado dos o tres sacerdotes católicos en el ejército, y le dije que era bien sabido que México era un país católico, que sus sacerdotes ejercían-gran influencia sobre la gente ignorante y que la engañarían probablemente, haciéndola creer que los EE. UU. estaban empeñados en una guerra contra los mexicanos para derrumbar su religión, y que si ellos (los sacerdotes católicos mexicanos) lograban engañar al pueblo de México con esta falsedad, lo enfurecerían y lo inducirían a llevar a cabo una guerra desesperada y más sanguinaria contra nuestro ejército; y que, para desengañar a los mexicanos se había creído que sería útil enviar con el ejército unos dos o tres sacerdotes católicos que hablaran su idioma. Le dije que éstas y solamente éstas eran las razones que me habían inducido a empleados. Le dije que el Coronel Benton y otros miembros del Congreso, que conocían bien al pueblo mexicano, habían aconsejado el empleo de esos sacerdotes por ese motivo. Le dije que éstos no eran Capellanes, puesto que no había ley que autorizara el nombramiento de capellanes para el ejército, sino que eran unos empleados tales como los ejércitos frecuentemente necesitan, que habían sido enviados para los fines indicados. Le dije además, que en la Marina, donde los capellanes están autorizados por ley, había yo hecho varios nombramientos desde que entré a mi cargo, sin tener en cuenta las sectas religiosas a que pertenecieran y que no había yo nombrado sacerdotes católicos. Me intimó que desearía un nombramiento de Capellán en la Marina. Le dije que había una vacante pero que pensaba yo llenada nombrando algún buen clérigo piadoso, de alguna de las denominaciones religiosas residentes en Ohio o algún otro de los Estados del Oeste, de cuya región de la Unión creía yo que no se había designado Capellán para la Marina. No pude eludir la conclusión de que una de dos cosas era cierta: O que el señor McCalla esperaba alarmarme y obligarme a nombrado para evitar un ataque suyo ante el público; o que esperaba ser rechazado dándole así un pretexto para emprender ese ataque. Sea lo que fuere, sentí un gran desprecio por él y le hice comprender claramente que no lo nombraría. Le dije que si tuviera yo que nombrar un Capellán de su propia denominación, no sería él a quien nombraría yo y si realmente deseaba el puesto supongo que se pondría más furioso. Le dije que había yo nombrado a su hermano, Segundo Auditor, y que éste era de los que menos se meterían en semejante asunto. El negó toda intención de atacar a la Administración. Lo considero o como un pillo sin religión en el fondo, o como un fanático privado de razón. No me he encontrado con ningún otro hombre durante toda mi Administración, entre los numerosos pedigüeños de empleos que me asedian, por quien haya yo sentido tan profundo desprecio. El tratar de mezclarme en las discolerías religiosas entre las sectas, ya sea con el propósito de obligarme a darle un empleo o de darle pretexto de atacarme con pretendidos y ficticios motivos religiosos, si no lo hacía yo, prueba que es un hombre carente tanto de religión como de principios. No me entregó ninguna de las cartas, ni la petición que me leyó, y después de haberme distraído de mis asuntos por más de una hora, se retiró y yo me alegré de librarme de él. Tengo una gran veneración y respeto por la religión y por la devoción sincera, pero a un hipócrita o a un fanático intolerante e irracional, no puedo soportarlo. Si es una cosa o la otra, sólo Dios es capaz de juzgarla. No tuvo éxito en su petición de empleo y no me extrañará verme atacado o calumniado por él en los periódicos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fuente: Diario del presidente Polk. Selección y traducción de Luis Cabrera.