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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

Este Sitio es un proyecto personal y no recibe ni ha recibido financiamiento público o privado.

 

 
 
 
 


1846 Comunicación del Ministro de Relaciones Exteriores de México, Sr. J. M. De Castillo y Lanzas al señor Slidell, notificándole la resolución del Gobierno Mexicano de no recibirlo como Ministro Plenipotenciario y en la que hace evidente la responsabilidad de los EE. UU. en la guerra inminente. Y respuesta de Slidell.

Palacio Nacional. México, marzo 12 de 1846.
 

A. S.E. el Sr. John Slidell.
Palacio Nacional. México, Marzo 12 de 1846.

El Infrascrito, Ministro de Relaciones Exteriores y Gobernación de la República, tiene el honor de acusar recibo de la nota que S. E. el Sr. John Slidell, nombrado Ministro Plenipotenciario y Enviado Extraordinario de los Estados Unidos de América, se ha servido dirigirle con fecha 1° del presente mes desde Jalapa. Tan luego como dicha comunicación fue puesta en manos del Infrascrito, pasó a dar cuenta con ella al Exmo. Sr. Presidente interino; e impuesto detenidamente de su contenido, y después de meditado con madurez el negocio, ha tenido a bien ordenar al Infrascrito que participe al Sr. Slidell en contestación, como tiene el honor de hacerlo que el Gobierno Mexicano no puede recibirle como Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario, para residir cerca del mismo Gobierno.

Aquí podría el Infrascrito dar por terminada su nota, si motivos de gran peso no le persuadiesen de la necesidad de hacer algunas reflexiones en este lugar; no por temor a las consecuencias que pueda producir esa decisiva resolución, sino por el respeto que debe a la razón y a la justicia.

Verdad es que ese aparato de guerra con que la Unión Americana se presenta, por mar con escuadras en ambas costas, por tierra con sus fuerzas invasoras avanzando por las fronteras del Norte, al mismo tiempo que por su Ministro Plenipotenciario se hacen al gobierno de México proposiciones de avenimiento y conciliación, sería una causa bastante poderosa para no escucharlas, mientras no se removiese toda amenaza y hasta la menor apariencia de hostilidad. Mas aun de ello prescinde el Gobierno de la República, para entrar franca y lealmente en la discusión, apoyándose únicamente en la razón y en los hechos. Referir lisa y llanamente la verdad basta para que se conozca la justicia que a México asiste, en la cuestión que se ventila.

Palpable ha sido, muchos años hace, el anhelo del Gobierno de los Estados Unidos, para acrecentar su ya inmenso territorio a costa del territorio mexicano; y está hoy fuera de toda duda que, respecto de Tejas al menos, ha sido esa su firme y constante determinación, puesto que así lo ha declarado categórica y oficialmente un representante autorizado de la Unión, cuyo aserto, a pesar de su peregrina e injuriosa franqueza, no ha sido desmentido aún por el Gobierno de los Estados Unidos.

Prescindiendo ahora de todos los sucesos a que ese marcado propósito ha dado lugar en una larga serie de dos años, sucesos que han servido, no sólo para comprobarlo más y más, sino también para hacer ver que ningún medio de cualquiera clase que fuese, habría de perdonarse para su realización, baste atender únicamente a lo que en el año pasado ha transcurrido: es cuanto importa al caso presente.

Considerando que había llegado el tiempo de llevar a cabo la agregación de Tejas, los Estados Unidos, en unión y de acuerdo con sus naturales aliados y adictos en dicho territorio, concertaron los medios al intento. Inicióse en el Congreso Americano el proyecto relativo. Frustróse éste en sus principios, gracias a las razones de prudencia, y a la circunspección y sabiduría con que entonces procedió el Senado de la Unión. [*]

Reprodújose, sin embargo, el proyecto en las siguientes sesiones, y entonces fue aprobado y sancionado en la forma y términos de todo el mundo conocidos. [**] Un hecho tal, o por hablar con más exactitud, un acto tan notable de usurpación, hacía imperiosa la necesidad de que México por su propio honor lo repeliese con la debida firmeza y dignidad. El Supremo Gobierno había declarado de antemano, que miraría semejante acto como un casus belli; y consiguiente a esa declaración, las negociaciones estaban por su propia naturaleza concluidas, y era la guerra el único recurso del Gobierno Mexicano.

Mas antes de proceder a reivindicar sus ultrajados derechos, le fueron dirigidas por el llamado Presidente de la República de Tejas, proposiciones que tenían por objeto entrar en una transacción amistosa, sobre la base de independencia, y el Gobierno se prestó a oírlas y consintió en recibir los comisionados que con este motivo le fuesen enviados de Tejas. No desperdiciaron tan preciosos instantes los agentes de los Estados Unidos, en este último territorio; y aprovechándose del statu quo de México, prepararon las cosas y dirigieron los negocios de tal modo, que se siguiese casi inmediatamente la ya concertada agregación a la Unión Americana.

Así, esta agregación de un territorio que había sido parte integrante del de México, durante la larga época del dominio de España, y después de su emancipación, sin interrupción alguna en tan largo espacio de tiempo, y que además había sido reconocido y sancionado por el tratado de límites entre la República Mexicana y los Estados Unidos de América; esta agregación vino a efectuarse por los medios reprobados de la violencia y del dolo.

Las naciones civilizadas han observado con asombro que, en esta época de ilustración y cultura, una potencia fuerte y consolidada, aprovechándose de las disensiones interiores de una nación vecina, adormeciendo su vigilancia con protestas de amistad, poniendo en juego todo género de resortes y artificios, apelando alternativamente a la intriga y a la violencia, se haya arrojado a despojarla de una parte valiosa de su territorio, desatendiendo los incontrovertibles derechos de la más incuestionable propiedad y de la más constante posesión.

He aquí, pues, la verdadera posición de la República Mexicana: despojada, ultrajada, desatendida, aun se pretende someterla a una humillante degradación. Los sentimientos de su propia dignidad no le permitirán consentir en semejante ignominia. No es fácil comprender cómo, a pesar de las terminantes claras explicaciones dadas a S. E. el Sr. Slidell, en la nota que cita de 20 de Diciembre último, crea el Ejecutivo de los Estados Unidos hallar motivo para insistir en lo que en ella se denegaba con harto fundamento.

El Cónsul de los Estados Unidos en esta capital, dirigió una nota confidencial, en 13 de Octubre, al entonces Ministro de Relaciones Exteriores, en la que contrayéndose a lo que había manifestado con anterioridad en una entrevista del mismo carácter, le expone que

"Al suspenderse las relaciones diplomáticas entre los dos países, se aseguró al general Almonte que el presidente deseaba se arreglasen amistosamente todos los motivos de queja entre ambos gobiernos, y cultivar las más amistosas y benévolas relaciones con las repúblicas hermanas. Continúa animado de los mismos sentimientos. Desea que todas las diferencias existentes se terminen amistosamente, y no por medio de las armas. Impelido el Presidente por estos sentimientos me ha ordenado prevenga a Ud., por no haber agente diplomático en México, que se informe del Gobierno Mexicano si recibirá un enviado de los Estados Unidos revestido con plenos poderes para arreglar todas las cuestiones que se controvierten entre los dos gobiernos. Si la respuesta fuere afirmativa, inmediatamente se despachará a México el referido enviado".

A esto se contestó por el Ministerio del actual cargo del Infrascrito, y con fecha 15 del referido mes, "que a pesar de que la Nación está gravemente ofendida por la de los Estados Unidos, en razón de los hechos cometidos por ésta con el Departamento de Tejas, propio de aquélla, mi Gobierno está dispuesto a recibir al comisionado que de los Estados Unidos venga a esta capital, con plenos poderes de su Gobierno para arreglar de un modo pacífico, razonable y decoroso, la contienda presente; dando con esto una nueva prueba de que, aun en medio de los agravios y de su firme decisión para exigir la reparación competente, no repele ni desprecia el partido de la razón y de la paz a que le invita su contrario".

Por estos extractos se echa de ver que fue la firme intención del Gobierno Mexicano, admitir sólo a un Plenipotenciario de los Estados Unidos con poderes ad hoc, esto es, especiales para tratar sobre el asunto de Tejas; y sobre este únicamente, como preliminar a la renovación de las relaciones amistosas entre ambos países, si diere lugar a ella el resultado, y a la admisión consiguiente entonces, y no antes, de un Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario cerca del mismo Gobierno.

Ni podía el Gobierno de la República extender a más en la ocasión su compromiso; porque admitir a cualquier persona enviada por los Estados Unidos con el simple carácter de los agentes ordinarios de las naciones amigas, hallándose aún pendiente la grave cuestión de Tejas, que afecta directa e inmediatamente la integridad del territorio mexicano, y aun la misma nacionalidad, equivaldría a dar por terminada esa cuestión, prejuzgándola sin haberla abordado siquiera, y por restablecidas desde luego de hecho las relaciones de amistad y armonía entre ambas naciones.

Tan sencilla verdad es esta, que el nombramiento de un Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario por el Ejecutivo de los Estados Unidos y su ratificación posterior, no obstante cuanto manifestó sobre el asunto el Gobierno de México, hace aparecer este acto como una tentativa que el Infrascrito no se permite calificar. Si la buena fe preside, como es de suponerse, a las disposiciones del Gobierno de los Estados Unidos, ¿qué motivo ha podido existir para resistir con tanto afán la restricción indispensable con que México ha accedido a la propuesta hecha espontáneamente por aquél? Si se deseaba real y positivamente reanudar los lazos de buena inteligencia y amistad entre ambas naciones, muy fácil era el medio: el Gobierno Mexicano ofreció admitir al Plenipotenciario o Comisionado de los Estados Unidos que viniese con poderes especiales para tratar sobre la cuestión de Tejas.

Sobre este punto la resolución del Gobierno Mexicano es inmutable. Y pues en el último caso son los derechos de la Nación Mexicana los que habrán de afirmarse, siendo su honor el que ha sido ultrajado y el que habrá de vengarse por consiguiente, el Gobierno hará, si necesario fuere, el llamamiento debido a todos los ciudadanos para que cumplan con el sagrado deber de la defensa de su Patria.

No es, pues, a México, visto su presente estado, a quien toca decidir si seguirá una negociación amistosa o un rompimiento abierto. Tiempo ha que sus intereses lo han hecho preciso, que su dignidad lo ha reclamado; mas con la esperanza de una transacción honrosa y pacífica a la vez, ha acallado el clamor de esas exigencias imperiosas.

De lo expuesto se deduce, que si la guerra se hiciere al fin inevitable, y si a consecuencia de ella hubiere de ser turbada la paz de las naciones civilizadas, no será de México la responsabilidad, sino toda de los Estados Unidos y exclusivamente de ellos. No de México, que admitió con una generosidad sin igual a los ciudadanos americanos que quisiesen venir a colonizar a Tejas; y sí, de los Estados Unidos, que resueltos a apoderarse tarde o temprano de ese territorio, fomentaban con esa mira la emigración a él, para que a su tiempo, convirtiéndose de colonos en dueños sus habitantes, reclamasen por suya la tierra para traspasarla a aquéllos. No de México que habiendo reclamado con oportunidad tan enorme atentado, quiso alejar todo motivo de contienda y de hostilidad; y sí, de los Estados Unidos, que con escándalo del mundo e infracción manifiesta de los tratados, daban protección y auxilio a los culpables de tan inicua rebelión. No de México, que aun en medio de tan grandes y tan repetidos agravios, se ha prestado a admitir proposiciones de conciliación; y sí de los Estados Unidos, que pretextando un sincero deseo de arreglo amistoso y honorífico, han desmentido con sus hechos la sinceridad de sus propósitos. No de México, en fin, que prescindiendo de sus más caros intereses en obsequio de la paz, ha aguardado cuanto se ha querido las proposiciones que con ese objeto pudieran hacérsele; y sí de los Estados Unidos, que con frívolos pretextos evitan la conclusión de semejante arreglo, proponiendo la paz al mismo tiempo que hacen avanzar sus escuadras y sus tropas a los puertos y a las fronteras americanas, exigiendo una humillación imposible para hallar un pretexto, si no un motivo, que dé ocasión al rompimiento de las hostilidades.

Y pues así es, a los Estados Unidos y no a México, toca resolver en la alternativa que el Sr. Slidell propone; es decir, entre una negociación amistosa y un abierto rompimiento. El Infrascrito no duda hacer conocer a S. E. el Sr. Slidell que, en vista de lo que se ha expuesto en la presente nota, el Gobierno mexicano confía en que el Ejecutivo de los Estados Unidos, acordará la resolución que estime conveniente con la madurez y deliberación que demandan los gravísimos intereses complicados en cuestión tan espinosa.

El Gobierno mexicano, preparándose si lo exigen las circunstancias para la guerra, mantendrá siempre viva su lisonjera esperanza de que no será turbada la paz en el nuevo continente; y al hacer esta declaración a la faz del mundo, rechaza del modo más terminante toda responsabilidad de los males de una lucha que no ha provocado y que ha hecho cuanto está en su mano para evitar.

Al manifestar todo esto el Infrascrito de orden de su Gobierno a S. E. el Sr. John Slidell, aprovecha la oportunidad para ofrecerle las protestas de su muy distinguida consideración.

J. M. DE CASTILLO y LANZAS [1]

 

[*] El tratado de unión fue rechazado por el Senado Americano.

[**] En forma de un decreto de anexión dictado por el Congreso Americano, la cual debería aprobar el Congreso y el pueblo de Tejas.

 

 

RESPUESTA DE SLIDELL

Jalapa, Marzo I7 de 1846.

A S. E. D. J. M. de Castillo y Lanzas, Ministro de Relaciones Exteriores y Gobernación.

El Infrascrito, Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de los Estados Unidos de América, tiene el honor de acusar recibo de la nota de V. E. fecha 12 del actual, por la cual se ha impuesto de que el Gobierno Mexicano no puede recibirle en su carácter de Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario, para residir cerca de ese Gobierno. Como la intención del Infrascrito, de conformidad con sus instrucciones, es la de regresar a los Estados Unidos con la menor demora posible, embarcándose en Veracruz, debe ahora suplicar se le remitan los pasaportes necesarios, que esperará en esta ciudad.

No habiendo V. E. asentado ningún nuevo argumento en apoyo de la negativa a recibir al Infrascrito como Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario, se abstendrá de comentar aquella parte de la nota de V. E. que con sólo la diferencia de fraseología, presenta sustancialmente los mismos raciocinios que expuso el Sr. Peña y Peña en su nota de 20 de Diciembre último; pero no puede permitir con su silencio la inferencia, que podría naturalmente deducirse, de que asentía en la exactitud de la exposición que hace V. E. sobre la cuestión de Tejas, y sobre la marcha general de política que tan gratuitamente se atribuye al Gobierno de los Estados Unidos. En el examen, que es un deber del Infrascrito hacer de esa exposición, procura conservar la calma de tono y el lenguaje reservado, que son más conformes con la conciencia del derecho y del poder para vindicarlo si fuese necesario, y de que siente que V. E. no le haya dado ejemplo. Los Estados Unidos pueden apelar confiadamente a la historia de los sucesos de los últimos veinte años, pues presentan la refutación más concluyente de los cargos de usurpación, violencia, fraude, artificio, intriga y mala fe diseminados tan profusamente en la nota de V. E.

Jamás se ha supuesto que el proyecto de colonización del territorio de Tejas por ciudadanos de los Estados Unidos, fue sugerido por su Gobierno: fue efecto de la política deliberadamente adoptada por el de México, y ella [él] sólo debe acusarse a sí misma [mismo] de los resultados, que la más ligera previsión no podía menos de anticipar, de introducir una población cuyo carácter hábitos y opiniones eran tan extremadamente divergentes de los del pueblo con el cual se intentaba amalgamarlos. No tiene fundamento el asunto de que, "aprovechándose los Estados Unidos de la generosidad con que sus ciudadanos habían sido invitados a Tejas, y resueltos a apoderarse más tarde o más temprano de aquel territorio, fomentaron la emigración hacia él, con el fin de que cambiando sus habitantes el carácter de colonos por el de señores, se alzasen con el territorio para transferirlo a los Estados Unidos." Cierto es que ellos no opusieron obstáculos a esta emigración, porque siempre ha sido uno de los artículos más caros del credo político del pueblo americano, que cada ciudadano tiene derecho absoluto e incontrastable para renunciar a su nacionalidad, y buscar, si lo cree oportuno, el adelanto de su fortuna en países extranjeros. Estimulados por las gratuitas concesiones de tierras que se hacían a los emigrados, y por la similitud (que con excepción de la tolerancia religiosa llegaba casi a la identidad) de las instituciones políticas de la República Mexicana, con aquellas bajo las cuales se educaron, los habitantes de Tejas llegaron en breve a tal estado de adelanto, que autorizó la demanda del privilegio que solamente les aseguraba la Constitución de 1824, de ser admitidos en la Unión Mexicana, como Estado separado. Se reunió una convención y formó una constitución para el Estado con arreglo a las disposiciones del pacto fundamental de 1824; fue presentada al Congreso general, con la demanda de que se le admitiese en la Unión: se desechó esa solicitud y se puso preso al delegado. La fuerza militar disolvió poco después al Congreso Constitucional de México, y el mismo poder arbitrario reunió otro que revocó la Constitución Federal, estableciendo un gobierno consolidado o central. Tejas rehusó reconocer, como tenía un derecho incuestionable para hacerlo, la autoridad de un gobierno impuesto a los demás Estados por una feliz usurpación militar. Rompióse el pacto que la unía a la República Mexicana y habiéndose hecho un esfuerzo infructuoso para subyugarla, se declaró en 3 de Marzo de 1836 República independiente, sosteniendo con nobleza esa declaración en el campo de batalla de San Jacinto, con la completa derrota y destrucción de un ejército numeroso y bien equipado, mandado por el Presidente de la República Mexicana en persona. Solicitó entonces se reconociese su independencia y agregarse a los Estados Unidos. El lenguaje del Presidente Jackson en una comunicación que dirigió al Congreso sobre el asunto, es prueba sorprendente de la buena fe y tolerancia, que ha caracterizado siempre la conducta de los Estados Unidos hacia México. Consultaba no se hiciese variación ninguna en la actitud de los Estados Unidos, "sino hasta que México mismo, o una de las grandes potencias extranjeras, reconociese la independencia del nuevo gobierno, al menos hasta que el transcurso del tiempo o el curso de los sucesos, hubiesen acreditado fuera de duda o disputa, la capacidad del pueblo de Tejas para sostener su soberanía y el gobierno que había establecido". Estas proposiciones por parte de Tejas estuvieron pendientes muchos años, sin que el Gobierno de los Estados Unidos las admitiese, hasta que llegó la época en que, según el precitado lenguaje del Presidente Jackson, el tiempo y el curso de los sucesos acreditaron fuera de duda o disputa la capacidad de aquel pueblo para sostener sus soberanía e independencia. Esta debe considerarse como un hecho establecido, que no puede ponerse en cuestión. Hace ya casi cuatro años que el Sr. Webster, Secretario de Estado, dijo en un despacho al Ministro de los Estados Unidos residente en México, que "desde la batalla de San Jacinto, en Abril de 1836 hasta el momento actual, Tejas ha dado iguales muestras de independencia nacional que el mismo México, y enteramente con la misma estabilidad de gobierno. Libre e independiente en la práctica, reconocida su soberanía política por las principales potencias del mundo, ningún pié hostil ha encontrado descanso dentro de su territorio, durante seis o siete años; y México mismo se ha abstenido en todo ese período de toda nueva tentativa, para restablecer su autoridad en aquel territorio". Tres años más de inacción por parte de México transcurrieron antes de que los Estados Unidos resolviesen definitivamente sobre la cuestión de agregación, con consentimiento del mismo Senado cuya prudencia, circunspección y sabiduría justamente elogia V. E.; y si necesita nueva sanción una medida tan evidentemente justa y oportuna, México mismo la ha dado por medio del Sr. Cuevas, su Ministro de Relaciones Exteriores, autorizado por el Congreso nacional en 19 de Mayo último, declarando que "el Supremo Gobierno recibe los cuatro artículos precitados como preliminares de un tratado formal y definitivo; y que además, está dispuesto a comenzar la negociación según desee Tejas, y a recibir los comisionados que al efecto nombrare". La primera condición fue la de que "México consiente en reconocer la independencia de Tejas"; es cierto que por la segunda, Tejas se comprometía a estipular en el tratado, que no se agregaría ni sujetaría a ningún otro país cualquiera que fuese. Cuando se recuerda que este arreglo preliminar se hizo por la intervención de los Ministros de la Gran Bretaña y Francia, a consecuencia de haberse expedido el decreto de agregación, no puede negarse que se tuvo por objeto aplicarlo únicamente a los Estados Unidos; y que a la vez que México reconocía su incapacidad para disputar la independencia de Tejas, y estaba pronto a abandonar todas sus pretensiones a aquel territorio, se le indujo a hacer este tardío y repugnante reconocimiento, no por la disminución de sus sentimientos hostiles hacia los que llamaba sus súbditos rebeldes, sino con la esperanza de satisfacer los nada amistosos que profesa a los Estados Unidos.

El Infrascrito no puede menos de expresar su sincera sorpresa, de que con presencia de pruebas tan incontrovertibles de que México había abandonado toda intención y aun toda esperanza de restablecer jamás su autoridad en parte alguna de Tejas, asiente V. E. que "Tejas había sido parte integrante de México, no sólo durante el largo período de la dominación español, sino desde su emancipación, sin interrupción alguna durante tan largo espacio de tiempo"; y además que "los Estados Unidos habían despojado a México de una, valiosa parte de su territorio, sin consideración a los incontrovertibles derechos de la más incuestionable propiedad y de la posesión más constante". ¡Cuán débil debe ser la causa que sólo puede sostenerse con asertos tan contrarios a hechos notorios a todo el mundo, y cuán infundadas son todas estas vehementes declamaciones, contra las usurpaciones y sed de engrandecimiento territorial de los Estados Unidos! Siendo, pues, la Independencia de Tejas un hecho concedido por México mismo no tenía derecho para prescribirle restricciones sobre la forma de Gobierno que quisiese elegir, ni puede justamente quejarse de que Tejas, valuando sabiamente sus verdaderos intereses, haya creído oportuno confundir su soberanía en la de los Estados Unidos.

El Gobierno Mexicano no puede descargar sobre los Estados Unidos la responsabilidad de la guerra, suponiendo a éstos los agresores. Un hecho sencillo, incontestable, responde a todas las sutilezas y sofisterías, con que se intenta oscurecer la verdadera cuestión. Ese hecho es la presencia en México de un Ministro de los Estados Unidos, investido con plenos poderes para arreglar todas las cuestiones que sé controviertan entre las dos naciones, y entre ellas la de Tejas. Sus quejas son mutuas; su examen no puede separarse; deben ser arregladas en la misma negociación, o por el arbitraje que México mismo ha escogido. ¿Con qué razón atribuye México a los Estados Unidos el deseo de encontrar un pretexto para comenzar las hostilidades? El haberse presentado unos cuantos buques de guerra en las costas mexicanas, y el haberse adelantado una corta fuerza militar a las fronteras de Tejas, se citan como prueba de que no son sinceras las declaraciones del deseo de conservar la paz. No puede ser ciertamente necesario recordar a V. E. que las amenazas de guerra han procedido todas de México, y parece demasiado reciente la elevación al poder de su actual Gobierno, para que haya V. E. podido olvidar las razones ostensibles por las cuales se derrocó al que le había precedido. El crimen imputado al que entonces era Presidente, crimen tan odioso que justificó su violenta expulsión de la presidencia para la que pocos meses antes había sido electo por una unanimidad sin ejemplo, y con arreglo a todas las fórmulas constitucionales, fue el de no haber continuado la guerra contra Tejas, o en otras palabras, contra los Estados Unidos; crimen cuya enormidad se agravó infinitamente por haber aceptado la proposición de los Estados Unidos sobre negociar. Suponer que el actual Gobierno no ha intentado siempre, ni intenta aún, hacer vigorosamente una guerra ofensiva a los Estados Unidos, sería insinuar el degradante cargo de hacer declaraciones que no tenían intención de cumplir, con el indigno motivo de suplantar a un rival. Después de estas declaradas intenciones por parte de México, y en el estado actualmente existente de guerra, en tanto que las palabras puedan constituirla, ¿con qué justicia se queja de que los Estados Unidos, para precaverse de los ataques con que los ha amenazado, tomen precauciones siquiera en cuanto les permite hacerla sus muy moderados estatutos en tiempo de paz? ¿Habrán de esperar con mansedumbre y paciencia a que México esté pronto a dar con buen efecto el golpe anunciado?

Ha aludido V. E. a las disensiones intestinas de México y ha acusado a los Estados Unidos "de que se aprovechan de ellas, adormeciendo su vigilancia con protestas de amistad, poniendo en juego todo género de ardides y artificios, y apelando alternativamente a la intriga y a la violencia". Si las ideas de Estados Unidos fuesen tales como V. E. tiene a bien atribuírselas, habrían aprovechado ávidamente la oportunidad que les proporcionó la primera negativa a recibir al Ministro, y ciertamente no podría haberse escogido momento más propicio que el presente, para llevar a efecto sus ambiciosos proyectos. En lugar de utilizarlo, han repetido, con un grado de paciencia que muchos y acaso la mayor parte de los observadores imparciales considerarán humillante, las propuestas de negociación que fueron desechadas con las circunstancias mejor calculadas para ofender el orgullo nacional. Y a este avance tan conciliador hecho por la parte agraviada, llama V. E. una tentativa que no se permite calificar. Notable es esta reserva, contrastada con los términos de vituperación tan libremente empleados en otros lugares de la nota; ¿o será porque V. E. no pudo encontrar epíteto alguno suficientemente enérgico para condenar una ofensa tan enorme como la renovada proposición de entrar en negociaciones?

El Infrascrito ha excedido ya los límites que se había prescrito en esta respuesta: la cuestión ha llegado a un punto en que las palabras deben hacer lugar a los hechos. A la vez que deplora profundamente un resultado que esperaba tan poco cuando dió principio a los deberes de su misión de paz, le consuela la reflexión de que su Gobierno no ha omitido esfuerzo ninguno para evitar las calamidades de la guerra, y que esos esfuerzos no pueden menos de ser debidamente apreciados, no sólo por el pueblo de los Estados Unidos, sino por el Mundo.

El Ministro renueva a S. E. D. J. M. de Castillo y Lanzas las seguridades de su distinguida consideración.

(Firmado) John Slidell

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fuentes:
[1] Castillo Negrete, tomo XXIII, pág. 74, Cabrera Luis. Diario del Presidente Polk. Documentos anexos.

[2] Castillo Negrete, tomo XXIII, pág. 83. Cabrera Luis. Diario del Presidente Polk. Documentos anexos.