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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1846 Circular de José María Lafragua sobre la situación del país. Respuesta de Santa Anna.

México, 27 de noviembre de 1846

 

Circular del señor Lafragua sobre la situación del país. Respuesta de Santa Anna.

Excelentísimo señor.- El día 14 del corriente fue ocupado el puerto de Tampico por los americanos, en los términos que Vuestra Excelencia verá en los documentos que le acompaño, Este acontecimiento, si bien esperado y que no ha dado triunfo alguno a nuestros enemigos, pues que sólo ocuparon Jo que estaba abandonado, agrava, sin embargo, la situación de la República, porque exigiendo nuevos medios de defensa, impone también nuevos deberes, y obliga a nuevos sacrificios. El Gobierno en estas circunstancias ha creído conveniente dirigirse a la Nación, y con este fin dispone el Excelentísimo señor General Encargado del Poder Ejecutivo que este Ministerio instruya oficialmente a vuestra Excelencia del verdadero estado de los negocios.

Desaprobada por los Estados Unidos la capitulación de Monterrey, el ejército americano avanzó sobre el Saltillo, y habiéndolo ocupado, se dirigió a San Luis Potosí. Probablemente la invasión se extenderá hasta el Estado de Zacatecas, y hay datos para creer que los de Sonora y Chihuahua sufran igual suerte. Al mismo tiempo el Estado de Durango es desolado por los salvajes, que dirigidos por oficiales americanos han llegado hasta· cerca de la capital. Dueños los invasores de una gran parte de Nuevo León y Tamaulipas, han extendido su línea con la ocupación de Tampico y se preparan tal vez para intentar un golpe sobre Alvarado y Veracruz. En el Estado de Chiapas hay temores de que el Gobierno de Guatemala, auxiliado e impulsado por los Estados Unidos, pretenda invadir nuestro territorio intentando apoderarse del Soconusco y aun del mismo Chiapas. Tabasco, por último, está bloqueado y en parte sujeto a los invasores1 que ocupan igualmente los Estados de California y Nuevo México.

Triste es ciertamente, pero verdadero el cuadro que acabo de bosquejar, y por él verá Vuestra Excelencia que toda la República está amenazada, que el peligro es universal y que, por consiguiente, ha llegado el momento en que cualquier sacrificio debe ser corto, pues que se acerca el día en que va a decidirse de la. existencia de la nación. El Gobierno que comenzó en agosto, encontró el Erario exhausto, pues lo poco que en él había apenas bastó para hacer marchar las primeras brigadas del ejército; halló vacíos los almacenes, destruida la confianza y muerto el espíritu público, porque la Administración que acababa de pasar había hecho perder la esperanza del triunfo. A costa de incesantes desvelos y de sacrificios, que algún día podrá valorizar la historia imparcial, el Gobierno ha conseguido en menos de cuatro meses un ejército respetable, levantar por todas partes la Guardia Nacional, y excitar vivamente el entusiasmo y el santo amor de la patria. El benemérito General Santa Anna, que vino al llamamiento del pueblo, se ocupa sin descanso en disciplinar a los nuevos cuerpos y en preparar al ejército para la próxima campaña; y el Gobierno, deseoso de cumplir con sus deberes, se afana día y noche por conseguir ·los recursos necesarios; pero no bastan los comunes, y se hace preciso ocurrir a los que en circunstancias ordinarias serían muy justamente condenados. Separadas las rentas, a virtud del dichoso restablecimiento de la Constitución Federal, el Gobierno de la Unión carece hoy de la parte más productiva de las interiores, y nada percibe, a causa del bloqueo, de los cuantiosos productos de las Aduanas Marítimas, de manera que cuando los gastos se han aumentado extraordinariamente, los recursos han disminuído también de un modo extraordinario.

Así es que, trabajando sin cesar en el rápido restablecimiento del sistema federal, vigilando el orden público, atendiendo empeñosamente a la organización de la Guardia Nacional, y en medio de las gravísimas atenciones que exige el despacho en épocas de crisis, entre esta complicación de negocios el que el Gobierno ha preferido, el que ha ocupado más su tiempo, ha sido el de proporcionarse los recursos necesarios para sostener la guerra, porque sin éstos, el ejército perecería antes de ver la cara al enemigo, y esta idea es horrorosa. El Soberano Congreso va a reunirse dentro de muy pocos días; y el Gobierno, que por propia experiencia conoce los tormentos que causa la falta de recursos, quiere ahorrarlos en parte a aquella Augusta Asamblea; y al efecto, ha dispuesto se cite por Vuestra Excelencia a los pueblos de ese Estado, a que de la manera que les dicte su patriotismo, contribuyan al pronto aumento de los fondos públicos, bien sea con donativos en dinero, bien con ganados, semillas o municiones para el ejército, porque, lo repito, la hora de los sacrificios ha llegado.

¿De qué en efecto, servirán a los ricos propietarios sus inmensos terrenos, si se los han de repartir los aventureros que forman la casi totalidad del ejército invasor, y a quienes no alienta la gloria, sino e1 hambre de gozar las delicias de nuestra hermosa patria?

¿De qué servirán a los opulentos comerciantes sus almacenes, si esos brillantes arreos de lujo sólo han de servir para saciar la codicia de los soldados que sin más Dios que el oro y sin otra que la que les da de comer, vendrán a nuestras ciudades a disfrutar de los placeres que apenas se habrán atrevido a soñar? Lejos del Gobierno la idea que pueda haber mexicanos que aspiren a las comodidades de la paz, dominados por los americanos, porque esa paz sería ignominiosa y aquellas comodidades un incesante remordimiento, puesto que serían el resultado de no haber hecho a tiempo cuantos sacrificios exige hoy la defensa de la nación.

En esta guerra no se trata ya de recobrar solamente el territorio usurpado, sino de impedir nuevas usurpaciones, de salvar el honor de nuestro nombre, de defender la Independencia Nacional. Se trata de si México será o no un pueblo digno de figurar en el registro de las naciones libres; se trata de conservar nuestra religión, nuestro idioma, nuestras costumbres; se trata, en fin, de si la raza del Norte ha de dominar en el Nuevo Mundo a la generosa raza del Mediodía. Esta es la terrible cuestión que se va a decidir; y entre la gloria y el oprobio, no nos queda medio alguno que escoger. O legamos a nuestros hijos un nombre enaltecido por la victoria, y una patria rica, grande y soberana, o les obligamos a maldecir nuestra memoria, y a regar con lágrimas de desesperación, bien las ciudades donde dominen los americanos, bien la tierra yermada por la planta de los salvajes.

Esa orgullosa federación, cuyo Gobierno insulta con sus hechos las cenizas de Washington; ese pueblo, que en su parte meridional se compone de avarientos mercaderes, para quienes toda idea grande, todo pensamiento generoso se subordina al interés: esos pretendidos Estados democráticos, que. excomulgan a los que tienen una sola gota de la sangre que el orgullo de los blancos quiere considerar como distinta de la suya y que trafican indignamente con las criaturas de Dios, juegan también su existencia en esta guerra; porque encierran en su seno mil elementos contrarios; porque allí también hay partidos, porque también hay hombres sensatos que conocen la justicia de nuestra causa; porque también hay allí corazones honrados y sensibles que no pueden tolerar un mercado de hombres, y porque los enormes gastos que tienen que erogar, han agotado el Erario, y no está lejos el día en que sean necesarias las contribuciones; y Vuestra Excelencia sabe e una contribución subleva al pueblo de los Estados Unidos, porque donde hasta los hombres se calculan por guarismos, éstos y no el deber, son la norma de las acciones.

Este peligro inminente no se oculta a los americanos; y ahora que han visto a la nación mexicana alzarse para contenerlos, apelan a la calumnia, como medio eficaz de sembrar la discordia e inspirar la desconfianza. Se ha hecho entender, con tan innoble fin, que el General Santa Anna está comprometido a hacer la paz, halagado con la esperanza de obtener el; mando de la República. Pero tal idea no puede sostenerse, cuando se considere que el General Santa Anna no necesita ser traidor para ser el primer hombre de México, y que no tiene que andar por ese camino de perfidia y vergüenza para llegar al templo de la inmortalidad. Más fácil y seguro es el sendero por donde hoy marcha; y el Gobierno, que conoce sus nobles sentimientos y que está convencido de su lealtad y patriotismo, desmiente a la faz de la nación esa infame calumnia, y protesta en su nombre contra un concepto que sólo se dirige a sembrar la duda para cosechar la indiferencia. Tal vez en otras épocas pudo ser posible la paz; pero no hay transacción que lo sea, disparado el primer tiro y vertida la primera gota de sangre, si no es en el caso de que esa transacción asegure de tal modo nuestros derechos y deje de tal modo limpio nuestro honor, que el mundo civilizado nos respete y que nuestros mismos contrarios nos estimen. El Soberano Congreso podrá, pues, si lo cree conveniente, hacer la paz; el Gobierno ni puede ni quiere hacer más que la guerra.

Verdad es que la nación trabajada por tantas revueltas, no es hoy tan poderosa como cuando se filió entre los pueblos soberanos; pero también lo es que ha llegado la hora de que muestre a los ojos de la Europa, que sí bien sus fuerzas se han debilitado por la adversidad, jamás su patriotismo y su valor se han quebrantado por el miedo, y que está absolutamente decidida a que su nombre se borre del catálogo de las naciones por la punta de la espada americana, antes que suscribir su ignominia y su infamia en un tratado vergonzoso.

Tales son los sentimientos del Gobierno; y al manifestarlos a Vuestra Excelencia con la seguridad de que iguales serán los del Estado de su digno mando, le reitero mi justo aprecio y debida consideración.

Dios y Libertad. México, 27 de noviembre de 1846.

Firmado. ―Lafragua.

 

 

Respuesta de Santa Anna

 

Ministerio de Relaciones Interiores y Exteriores. Ejército Libertador Republicano. -General en Jefe.-Secretaría de Campaña. Excelentísimo señor. En el Diario del Gobierno, del día 27 del próximo pasado, he leído la circular que Vuestra Excelencia dirige a los Excelentísimos señores Gobernadores de los Estados, en que da una idea de la actual situación de la República y de los grandes riesgos que la cercan, desmintiendo a la vez las calumniosas especies que con ofensa de mi buen nombre han esparcido algunos periodistas de los Estados Unidos. Vuestra Excelencia, con toda la elocuencia que excita un sentimiento profundo, ha expresado en ese documento la indignación que causa la conducta que contra la República observa el Gobierno de aquella injusta nación, y en esta vez nadie pondrá en duda que ha sido fiel intérprete de los deseos y sentimientos del pueblo mexicano.

Agradezco sinceramente a Vuestra Excelencia y a los demás señores que componen la Administración de la República, la opinión que tienen formada de mi patriotismo, nunca desmentido; ni podía ser menos, cuando el distinguido ciudadano que la preside y el actual Ministro de la Guerra fueron conducidos por mí, entre otros muchos veteranos, a los desiertos de Texas a fines del año de 1835 con el noble fin de evitar el desmembramiento del territorio nacional, peleando ambos a mi vista con valentía, hasta que un suceso adverso paralizó nuestros triunfos; tocándole al segundo partir conmigo las penas del martirio a que nos condenó nuestro destino en el memorable lugar de Orazimba. Consiguiente era, pues, que se indignasen al ver estampados en los periódicos del Norte calumnias tan groseras, que Vuestra Excelencia rechaza de la manera más victoriosa, haciendo notar igualmente la siniestra idea con que fueron vertidas.

Yo no había querido ocuparme de semejante maldad, por resistirlo mi propia delicadeza, y por no ofender al buen juicio de mis compatriotas que tienen a la vista mis antecedentes y mis heridas; pero me reservé contestar a tanto ultraje con cañonazos y descargas de fusil sobre las huestes invasoras el día de la venganza nacional. Sírvase Vuestra Excelencia aceptar las protestas de mi consideración y distinguido aprecio.

Dios y Libertad.-Cuartel General en San Luis Potosí, diciembre 4 de 1846.

Antonio López de Santa Anna.

 

Excmo. señor Ministro de Relaciones Interiores y Exteriores, D. José María Lafragua.